El
nombre del Dragón en la Caldea no era escrito fonéticamente, sino representado
por dos monogramas, significando probablemente,
según los orientalistas, “el escamoso”. “Esta descripción”, observa muy
pertinentemente G. Smith, “se puede, por supuesto, aplicar ya a un dragón
fabuloso, a una serpiente o a un pescado”. A esto podemos añadir que en un
aspecto se aplica a Makara, el décimo Signo del Zodíaco, término sánscrito de
un animal anfibio no descrito, llamado generalmente Cocodrilo, pero que en
realidad significa algo más. Ésta es, pues, una admisión virtual de que los
asiriólogos, en todo caso, no saben nada de cierto respecto de la condición del
Dragón en la antigua Caldea. De la Caldea fue de donde los judíos obtuvieron su simbolismo, que luego les fue robado
por los cristianos, quienes hicieron del “escamoso” una entidad viviente y un
poder maléfico.
En
el Museo Británico puede verse un ejemplar de Dragones “alados y con escamas”.
En esta representación de los sucesos de la Caída, según la misma autoridad,
hay también dos figuras sentadas a cada lado de un “árbol”, y alargando sus
manos hacia la “manzana”, mientras que detrás del “árbol” se halla la
Serpiente-Dragón. Esotéricamente, las dos figuras son dos “Caldeos” dispuestos
para la iniciación, simbolizando la Serpiente al Iniciador; mientras que los
Dioses celosos, que maldicen al árbol, son el clero profano exotérico. ¡No hay
mucho aquí del “suceso bíblico” literal, como puede ver cualquier Ocultista!
“El
Gran Dragón sólo tiene respeto a las Serpientes de la Sabiduría”, dice la
Estancia, probando así la exactitud de nuestra explicación de las dos figuras y
de la “Serpiente”.
“Las Serpientes que volvieron a descender...
que enseñaron e instruyeron” a la Quinta Raza. ¿Qué hombre, en su juicio,
es capaz en nuestra época de creer que con esto se quiera significar verdaderas serpientes? De aquí la
grosera suposición (admitida ahora casi como axioma entre los hombres
científicos) de que los que en la antigüedad escribieron sobre los varios
Dragones y Serpientes sagrados, eran, o bien gente crédula y supersticiosa, o
tenían la intención de engañar a otros más ignorantes que ellos. Sin embargo,
desde Homero abajo, el término implica algo oculto para el profano.
“Terribles
son los Dioses cuando se manifiestan”, esos Dioses
a quienes los hombres llaman Dragones.
Eliano, tratando en su De Natura
Animalium de estos símbolos ofidios, hace ciertas observaciones que
demuestran que comprendía bien la naturaleza de estos símbolos, los más
antiguos. Así, refiriéndose al verso homérico antes mencionado, explica muy
pertinentemente:
Pues
del Dragón, a la vez que es sagrado y se le debe rendir culto, tiene dentro de sí mismo algo más aún de la
naturaleza divina, la cual es mejor (¿para otros?) seguir ignorando.
El
símbolo del “Dragón” tiene un séptuple significado, y de estos siete
significados puede exponerse el más elevado y el inferior. El más elevado es
idéntico al “Nacido por Sí”, el Logos, el Aja hindú. Entre los gnósticos cristianos
llamados naasenios, o adoradores de la Serpiente, era la Segunda Persona de la
Trinidad, el Hijo. Su símbolo era la constelación del Dragón. Sus siete
“Estrellas” son las siete estrellas que están en la mano del “Alfa y Omega” en
el Apocalipsis. En su significado más terrestre, el término
“Dragón” fue aplicado a los hombres “Sabios”.
Esta
parte del simbolismo religioso de la antigüedad es muy abstrusa y misteriosa, y
puede que siga siendo incomprensible para el profano. En nuestra época moderna
choca tanto en los oídos cristianos, que a pesar de nuestra decantada
civilización, apenas si puede dejar de considerarse como denuncia directa del
dogma cristiano más favorito. Semejante asunto requirió, para hacerle justicia,
la pluma y el genio de Milton, cuya ficción poética se ha arraigado ahora en la
Iglesia como un dogma revelado.
¿Se
originó la alegoría del Dragón y de su supuesto conquistador en el cielo con
San Juan, en su Apocalipsis?
Terminantemente contestamos: No. El “Dragón” de San Juan es Neptuno, el símbolo
de la Magia Atlante.
A
fin de poder demostrar esta negación, se ruega al lector que examine el
simbolismo de la serpiente o del Dragón bajo sus diversos aspectos.
LOS SIGNOS SIDERALES
Y CÓSMICOS
Todos
los astrónomos, sin hablar de los Ocultistas y astrólogos, saben que,
figuradamente hablando, la Luz Astral, la Vía Láctea y también el sendero del
Sol hacia los trópicos de Cáncer y Capricornio, así como también los Círculos
del Año sideral o tropical, fueron siempre llamados “Serpientes” en la
fraseología alegórica y mística de los Adeptos.
Esto,
tanto cósmica como metafóricamente considerado. Poseidón es un “Dragón”; el Dragón “Chozzar, llamado Neptuno
por el profano” según los gnósticos Peráticos; la “Serpiente buena y perfecta”, el Mesías de los naasenios, cuyo símbolo en
el Cielo, es Draco.
Pero
debemos distinguir entre los diversos caracteres de este símbolo.
El
Esoterismo zoroastriano es idéntico al de la Doctrina Secreta; y cuando un
Ocultista lee en el Vendîdâd quejas
contra la “Serpiente”, cuyas mordeduras han transformado la eterna y hermosa
primavera de Airyana Vaêjô, cambiándola en invierno, generando la enfermedad y
la muerte, y al mismo tiempo la consunción mental y psíquica, sabe que la
Serpiente a que se alude es el Polo Norte, y también el Polo de los Cielos (9) Estos dos ejes producen las estaciones según el ángulo de inclinación que
guardan entre sí. Los dos ejes no eran ya
paralelos; de ahí que la primavera eterna de Airyana Vaêjô, “en el buen río
Dâitya”, hubiese desaparecido y “los Magos Arios tuvieran que emigrar a
Sogdiana” -dicen los relatos exotéricos. Pero la Enseñanza Esotérica declara
que el polo había sucedido al Ecuador, y que la “Tierra de la Dicha” de la
Cuarta Raza, su herencia de la Tercera, se había convertido ahora en la región
de la desolación y de la miseria. Solamente esto debería ser una prueba
incontrovertible de la gran antigüedad de las Escrituras zoroastrianas. Los
neoarios de la edad postdiluviana apenas podían, por supuesto, reconocer las
montañas en cuyas cúspides se habían encontrado sus antepasados antes del Diluvio, y habían conversado
con los puros “Yazatas” o Espíritus celestiales de los Elementos, cuya vida y alimento habían una vez compartido.
Según indica Eckstein:
El
Vendîdâd parece señalar un gran cambio en la atmósfera del Asia central;
fuertes erupciones volcánicas, y el derrumbamiento de toda una cordillera de
montañas en la proximidad de la
cordillera de Kara-Korum.
Los
egipcios, según Eusebio, que por milagro escribió la verdad una vez, simbolizan
al Kosmos por un gran círculo ígneo, con una serpiente con cabeza de halcón,
trazada a través de su diámetro.
Aquí
vemos el polo de la tierra dentro del plano de la eclíptica, seguido de todas
las consecuencias termales que debe acarrear semejante estado de los cielos;
cuando todo el Zodíaco en 25.000 (y pico) de años, tiene que haber “enrojecido
con las llamas del sol”, y cada signo
debe de haber sido vertical respecto de la región polar.
Meru, la Mansión de los Dioses, como se ha
explicado antes, era colocado en el Polo Norte, mientras que Pâtâla, la Región
Inferior, se suponía que se encontraba hacia el Sur. Como cada símbolo en la
Filosofía Esotérica tiene siete
claves, Meru y Pâtâla tienen, geográficamente, un significado y representan
localidades, mientras que, astronómicamente, tienen otro y representan los “dos
polos”; cuyo último significado ha inducido a que muchas veces se les haya
interpretado en el sectarismo exotérico
como la “Montaña” y el “Abismo”, o el Cielo y el Infierno. Si nos concretamos
por ahora al significado astronómico y al geográfico, se verá que los Antiguos
conocían la topografía y naturaleza de las regiones Ártica y Antártica mejor
que ninguno de nuestros Astrónomos modernos. Ellos tenían buenas razones para
llamar al uno la Montaña y al otro el
Abismo. Como lo explica a medias el
autor antes citado, Helion y Acheron
significaban casi lo mismo. “Heli-on es el Sol en su mayor altura”, Eli-os o
Eli-os significa el “más elevado”, y Acheron está a 32 grados sobre el Polo y
32 debajo, suponiéndose por esto que el río alegórico toca el horizonte Norte a
los 32 grados de latitud. La vasta hondonada, para siempre oculta a nuestra
vista, que rodeaba el Polo Sur, fue llamada por los primeros astrónomos el
Abismo, al paso que observando, hacia el Polo Norte, que siempre aparecía sobre
el horizonte cierto circuito en el cielo, lo llamaron la Montaña. Como el Meru
es la mansión elevada de los Dioses, se decía de estos que ascendían y descendían
periódicamente; con lo cual significaban (astronómicamente) los Dioses Zodiacales, el paso del Polo Norte
original de la Tierra al Polo Sur del Cielo.
En
aquel tiempo, al mediodía, la eclíptica sería paralela al meridiano, y parte
del Zodíaco descendería del Polo Norte al horizonte Norte; cruzando los ocho anillos de la serpiente (ocho años
siderales o más de 200.000 años solares), lo cual parecería como una escala imaginaria con ocho peldaños desde la tierra al Polo,
esto es, el trono de Jove. Por esta escala, pues, los Dioses, o sea los Signos
del Zodíaco, ascendían y descendían (la escala de Jacob y los Ángeles)... Hace
más de 40.000 años que el Zodíaco formó los bordes de esta escala.
Ésta
es una explicación ingeniosa, aun cuando no esté completamente exenta de
herejía Oculta. Sin embargo, está más cerca de la verdad que muchas otras de
carácter científico, y especialmente teológico. Como se ha dicho, la Trinidad
Cristiana fue puramente astronómica desde su principio. Esto fue lo que hizo
decir a Rutilio de aquellos que la euhemerizaron: “Judea gens, radix stultorum”.
Pero
el profano, y especialmente los cristianos fanáticos que están siempre detrás
de la corroboración de la letra muerta de sus textos, persisten en ver en el
Polo Celeste a la verdadera Serpiente del Génesis,
Satán, el enemigo de la especie humana; mientras que en realidad es una
metáfora cósmica. Cuando se dice que los Dioses abandonan la Tierra, significa
no sólo los Dioses, los Protectores e Instructores, sino también los Dioses menores: los Regentes de los Signos del
Zodíaco. Los primeros, como entidades reales existentes, que dieron nacimiento,
criaron e instruyeron a la humanidad en su temprana edad, aparecen en todas las
escrituras, tanto en la de Zoroastro como en los Evangelios indos. Ormuzd o
Ahura Mazda, el “Señor de la Sabiduría”, es la síntesis de los Amshaspends, o
Amesha Spentas, los “Bienhechores Inmortales”, el “Verbo” o el Logos, y
sus seis aspectos más elevados en el Mazdeísmo. Estos “Bienhechores Inmortales”
son descritos en el Zamyad Yasht
como:
Los
Amesha Spentas, los resplandecientes, de ojos eficaces, los grandes, los
serviciales... los imperecederos y puros... los cuales son todos siete de una
misma mente, de una misma palabra, obrando todos siete del mismo modo... y que
son los creadores y destructores de las
criaturas de Ahura Mazda, sus creadores y vigilantes, sus protectores y
regentes.
Estas
cuantas líneas bastan para indicar el carácter doble y hasta triple de los
Amshaspends, nuestros Dhyân Chohans o las “Serpientes de la Sabiduría”. Son
ellos idénticos a Ormuzd (Ahura Mazda), y sin embargo aparte de él. Son también
los Ángeles de las Estrellas de los
cristianos -los Estrella-Yazatas de los zoroastrianos- y también los
Siete Planetas (incluyendo el Sol) de todas las religiones. El epíteto
“los resplandecientes, de ojos eficaces”, lo prueba. Esto es en los planos
sideral y físico. En el espiritual, son los Poderes Divinos de Ahura Mazda;
pero en el plano astral o psíquico, son los “Constructores”, los “Vigilantes”,
los Pitris o Padres, y los primeros
Preceptores de la humanidad.
Cuando
los mortales se hayan espiritualizado lo suficiente, ya no habrá necesidad de forzar en ellos una comprensión exacta
de la antigua Sabiduría. Los hombres
sabrán entones que jamás ha habido todavía un gran reformador del Mundo
cuyo nombre haya pasado a nuestra generación, que:
a) no haya sido una
emanación directa del Logos (cualquiera que sea el nombre por el que le
conozcamos), esto es, una encarnación esencial
de uno de los “Siete”, del “Espíritu Divino que es séptuple”,
b), que no
haya aparecido antes, en Ciclos anteriores. Ellos reconocerán, entonces, la
causa que produce ciertos enigmas de las edades, tanto en la historia como en
la cronología; la razón, por ejemplo, de por qué es imposible para ellos asignar una época verdadera
a Zoroastro, que se ve multiplicado por doce y por catorce en el Dabistán; de por qué los números y las individualidades de los
Rishis y Manus están tan mezclados; de por qué Krishna y Buddha hablan de sí
mismos como de reencarnaciones, identificándose Krishna con el Rishi Nârâyana,
y exponiendo Gautama una serie de nacimientos anteriores; y de por qué al
primero especialmente, siendo “el supremo
Brahmâ mismo”, se le llama, sin
embargo, Amshâmshavatâra -”una parte de una parte” solamente del Supremo en la
Tierra; finalmente, por qué Osiris es un Gran Dios y al mismo tiempo un
“Príncipe en la Tierra”, que reaparece en Thoth Hermes; y por qué a Jesús (en
hebreo, Joshua) de Nazareth se le reconoce kabalísticamente en Joshua, el hijo
de Nun, así como en otros personajes. La Doctrina Esotérica explica todo esto
diciendo que cada uno de estos, así como muchos otros, aparecieron primeramente
en la Tierra como uno de los Siete Poderes del Logos, individualizado como un
Dios o Ángel (Mensajero); luego, mezclados con la Materia, reaparecieron por
turno como grandes Sabios e Instructores que “enseñaron” a la Quinta Raza,
después de haber instruido a las dos Razas precedentes; gobernaron durante las
Dinastías Divinas, y finalmente se sacrificaron para renacer en varias
circunstancias en bien de la humanidad, y por su salvación en ciertos períodos
críticos; hasta que en sus últimas encarnaciones se convirtieron verdaderamente
en sólo “partes de una parte” sobre la Tierra, aunque defacto sean el Uno
supremo en la Naturaleza.
Ésta
es la metafísica de la teogonía. Cada “Poder” de los SIETE, una vez
individualizado, tiene a su cargo uno de los elementos de la creación y lo
gobierna; de aquí los muchos significados de cada símbolo. Estos, a menos
de ser interpretados con arreglo a los métodos esotéricos, ocasionan
confusiones sin cuento.
¿Necesita
el kabalista occidental, que generalmente es un adversario del Ocultista
oriental, una prueba? Que lea Histoire de
la Magie de Eliphas Lévi y examine cuidadosamente su “Gran Símbolo
Kabalístico” del Zohar. Allí en el
grabado encontrará un desarrollo de los “triángulos intelectuales”, un hombre blanco arriba y una mujer negra abajo invertida, con las piernas
pasando bajo los brazos extendidos de la figura masculina y apareciendo por la
espalda, mientras que sus manos se juntan en ángulo a cada lado. Eliphas Lévi
hace de este símbolo, Dios y la Naturaleza; o Dios, la “Luz”, reflejado
inversamente en la Naturaleza y en la Materia, las “Tinieblas”. Kabalística y
simbólicamente tiene razón; pero sólo en lo que se refiere a la cosmogonía
emblemática. Ni él ni los kabalistas han inventado el símbolo. Las dos figuras
en piedra blanca y negra han existido en los templos de Egipto desde tiempo
inmemorial, según la tradición y la historia, hasta los mismos días del Rey
Cambises, que personalmente las vio. Por tanto, el símbolo ha debido existir
hasta hace cerca de 2.500 años, cuando menos; pues Cambises, que era hijo de
Ciro el Grande, sucedió a su padre el 529 a. de C. Estas figuras eran los dos Kabiri, personificando los polos
opuestos. Herodoto refiere a la posteridad que cuando Cambises entró
en el templo de los Kabirim, rompió a reír estrepitosamente, al percibir lo que
pensó era un hombre de pie y una mujer cabeza abajo ante él. Estos eran, sin
embargo, los polos, con cuyo símbolo se quería conmemorar “el paso del Polo Norte original de la Tierra al Polo Sur
del cielo”, según lo comprendió Mackey. Pero también representaban los
Polos invertidos, a consecuencia de
la gran inclinación del eje, que cada vez daba por resultado el desplazamiento
de los mares, la sumersión de las tierras polares y el consiguiente
levantamiento de nuevos continentes en las regiones ecuatoriales, y viceversa. Estos Kabirim eran los
Dioses del “Diluvio”.
Esto
puede ayudarnos a conseguir la clave de la aparente inextricable confusión
entre los numerosos nombres y títulos dados a los mismos Dioses y clases de
Dioses. Faber, al principio de este siglo, mostró la identidad de los
Coribantes, Curetas, Dióscuros, Anactes, Dii Magni, Idei Dáctilos, Lares,
Penates, Manes, Titanes y Aletae, con los Kabiri. Y hemos indicado que
estos últimos eran lo mismo que los Manus, los Rishis y nuestros Dhyân Chohans,
que encarnaron en los Elegidos de la Tercera y Cuarta Razas, Así, mientras que
en Teogonía los Kabiri-Titanes fueron siete Grandes Dioses, cósmica y
astronómicamente los Titanes eran llamados Atlantes, porque quizás, como Faber
dice, estaban relacionados con at-al-as,
el “sol divino”, y con tit, el
“diluvio”.
Pero ésta, a ser verdad, es sólo la versión exotérica.
Esotéricamente, el significado de sus símbolos depende del apelativo, o título,
usado. Los siete Grandes Dioses misteriosos, que inspiran temerosa veneración
-los Dióscuros, las deidades envueltas en la obscuridad de la Naturaleza
Oculta- se convierten en los Idei Dáctilos, o Ideic “Dedos” entre los Adeptos
sanadores por medio de los metales. La verdadera etimología del nombre Lares,
que ahora significa “Fantasmas”, debe buscarse en la palabra etrusca lars, “conductor”, “jefe”. Sanchoniathon
traduce la palabra Aletae por “adoradores del fuego”, y Faber cree que se
deriva de al-orit, el “Dios del
Fuego”. Ambos tienen razón, pues en los dos casos es una referencia al Sol, el
Dios “más elevado” hacia quien “gravitan” los Dioses planetarios (astronómica y
alegóricamente), y al que adoran. Como Lares, son verdaderamente las Deidades
Solares, aunque la etimología de Faber, de que “Lar es una contracción del
El-Ar, la deidad solar”, no es muy correcta. Ellos son los Lares, los
Conductores y Jefes de los hombres. Como Aletae
eran, astronómicamente, los siete Planetas; y como Lares eran, místicamente, los Regentes de estos Planetas, nuestros
Protectores y Gobernadores.
Para objetos del culto exotérico o fálico, así como
también cósmicamente, eran los Kabiri, cuyos atributos y dobles facultades se
denotaban por los nombres de los templos a los que respectivamente pertenecían,
así como también por los de sus sacerdotes. Todos ellos, sin embargo,
pertenecían a los grupos creadores e informadores septenarios de Dhyân Chohans.
Los sabeos, que adoraban a los “Regentes de los Siete Planetas”, del mismo modo
que los hindúes adoran a sus Rishis, tenían a Seth y a su hijo Hermes (Enoch o
Enos), como el más elevado de los Dioses Planetarios. Seth y Enos fueron
tomados de los sabeos y luego desfigurados (exotéricamente) por los judíos;
pero la verdad respecto de ellos puede aún descubrirse hasta en el Génesis. Seth es el “Progenitor” de
aquellos hombres primitivos de la Tercera Raza en que habían encarnado los
Ángeles Planetarios; él mismo era un Dhyân Chohan, y pertenecía a los Dioses informadores, y Enos (Hanoch o Enoch) o
Hermes, se decía que era su hijo;
siendo Enos un nombre genérico de todos los “Videntes” primitivos (Enoîchion).
De ahí el culto. El escritor árabe Soyuti dice que los anales más primitvos
mencionan a Seth, o Set, como fundador del Sabeísmo, y que las pirámides que
representan el sistema planetario eran consideradas como el lugar del sepulcro
tanto de Seth como de Idrus (Hermes o Enoch); que allí iban los sabeos en
peregrinación, y cantaban oraciones siete
veces al día volviéndose hacia el
Norte (Monte Meru, Kaph, Olimpo, etc.). Abd Allatif nos refiere
también algunas cosas curiosas acerca de
los sabeos y de sus libros, y también Eddin Ahmed Ben Yahya, que
escribió 200 años más tarde. Al paso que este último sostiene “que cada
pirámide estaba consagrada a una estrella”
(al Regente de una Estrella más
bien), Abd Allatif nos asegura que había leído en libros sabeos antiguos que
“una pirámide era la tumba de Agathodaemon y la otra de Hermes”.
Agathodaemon
no era otro que Seth, y según algunos escritores Hermes fue su hijo.
añade Mr. Staniland Wake en The
Great Pyramid .
Así,
pues, mientras que en Samotracia y en los templos egipcios más antiguos, los
Kabiri eran los Grandes Dioses Cósmicos -los Siete y los Cuarenta y nueve Fuegos Sagrados-, en los templos griegos sus ritos
se hicieron casi fálicos, y por tanto obscenos, para el profano. En este último
caso eran tres y cuatro, o siete -los principios masculino y el femenino-, la crux ansata. Esta división muestra por
qué algunos escritores clásicos sostenían que sólo eran tres, mientras que
otros mencionaban cuatro. Estos eran Axieros (en su aspecto femenino Deméter);
Axiokersa (Perséfona); Axiokersos (Plutón o Hades); y Kadmos o Kasmilos
(Hermes, no el Hermes itifálico mencionado por Herodoto, sino “el de la
leyenda sagrada” que sólo se explicaba durante los Misterios Samotracianos).
Esta identificación, que según la Glosa sobre Apolonio de Rodas se debe a
una indiscreción de Mnaseas, en realidad no es ninguna identificación, pues los
nombres solos no revelan mucho. Otros, además, han sostenido con igual
razón, desde su punto de vista, que sólo había dos Kabiri. Estos eran,
esotéricamente, los dos Dióscuros, Cástor y Pólux; y exotéricamente Júpiter y
Baco. Estos dos personificaban geodésicamente a los polos terrestres; y
astronómicamente el polo terrestre y el polo de los cielos; y también el hombre
físico y el espiritual. Para comprender la alegoría, sólo se necesita leer
esotéricamente la historia de Semelé y de Júpiter, y el nacimiento de Baco, Bimater, con todas las circunstancias
que median. La parte que representan en el suceso el Fuego, el Agua, la Tierra,
etc., en las muchas versiones, mostrará cómo el “Padre de los Dioses” y el
“Dios jovial del Vino” personificaban también los dos polos terrestres.
Los
elementos telúrico, metálico, magnético, eléctrico e ígneo son todos otras
tantas alusiones y referencias al carácter cósmico y astronómico de la tragedia
del diluvio. En Astronomía, los polos son verdaderamente la “medida celeste”; y
lo mismo son los Kabiri-Dióscuros, como
se mostrará, y los Kabiri-Titanes, a quienes Diodoro atribuye la “invención del
Fuego” y el arte de trabajar el hierro. Por otra parte, Pausanias indica que la deidad Kabiri, original, era Prometeo.
Pero
el hecho de que, astronómicamente, los Titanes-Kabirim, fuesen también los
Generadores y Reguladores de las Estaciones, y cósmicamente las grandes
Energías Volcánicas -los Dioses que presiden sobre todos los metales y obras
terrestres-, no impide que, en su carácter divino, original, sean las Entidades
benéficas, que, simbolizadas en Prometeo, trajeron la luz al mundo y dotaron a
la Humanidad de inteligencia y razón. Son ellos de modo preeminente en todas
las teogonías, en especial la hindú, los Fuegos Divinos Sagrados, tres, Siete o
Cuarenta y nueve, con arreglo a lo que la alegoría exige. Sus mismos nombres lo
prueban; pues ellos son los Agniputra, o Hijos del Fuego, en la India, y los
Genios del Fuego, bajo nombres numerosos, en Grecia y en otras partes. Welcker,
Maury y ahora Decharme muestran el nombre habeiros
significando “el poderoso por medio del fuego” del griego, “quemar”. La
palabra semítica kabirim contiene la
idea de “el poderoso, el potente y el grande”, correspondiendo al griegos; pero estos son epítetos posteriores. Estos Dioses fueron
universalmente reverenciados, y su origen se pierde en la noche de los tiempos.
Pero ya fueran adorados en Frigia, Fenicia, la Tróade, Tracia, Egipto, Lemnos o
Sicilia, su culto siempre estuvo relacionado con el Fuego, sus templos siempre
fueron construidos en las localidades más volcánicas, y en el culto exotérico
pertenecían a las Divinidades Ctonianas, y por tanto, el Cristianismo ha hecho
de ellos Dioses Infernales.
Son
ellos, verdaderamente, “los grandes, benéficos y poderosos Dioses”, como Casio
Hermone los llama. En Tebas, Core (Korê o Perséfona) y Deméter, los
Kabirim tuvieron un santuario, y en Menfis los Kabiri tenían un templo tan
sagrado, que nadie, excepto los sacerdotes, podía penetrar en sus sagrados
recintos. Pero al mismo tiempo, no debemos perder de vista el hecho de que
el título de Kabiri era genérico; que los Kabiri, poderosos Dioses, así como
mortales, eran de ambos sexos, y también terrestres, celestes y cósmicos; que
mientras en este último carácter de regentes de poderes siderales y terrestres
se simbolizaba un fenómeno puramente geológico -como ahora se le considera- en
las personas de estos gobernadores, fueron ellos también, en el principio de
los tiempos, los Regentes de la Humanidad, cuando, encarnados como reyes de las
“Dinastías Divinas”, dieron el primer impulso a la civilización, dirigiendo la
mente con que habían dotado a los hombres hacia la invención y perfección de
todas las artes y ciencias. He aquí por qué se dice que los Kabiri aparecieron
como bienhechoes de los hombres, y como tales vivieron durante edades en la
memoria de las naciones.
A estos
Kabiri o Titanes se atribuye la invención de las letras (el Deva-nâgari, o
alfabeto y lenguaje de los Dioses), de las leyes y legislatura, de la
arquitectura y también de los diversos modos de la llamada magia, así como del
uso medicinal de las plantas. Hermes, Orfeo, Cadmo, Asclepio, todos esos
semi-Dioses y Héroes a quienes se atribuye la revelación de las ciencias a los
hombres (y en quienes Bryant, Faber, el obispo de Cumberland y tantos otros
escritores cristianos -demasiado celosos para decir la verdad clara- quisieran
obligar a la posteridad a ver sólo copias paganas de un único prototipo llamado
Noé), son todos nombres genéricos.
A
los Kabiri se les atribuye el haber revelado la gran merced de la agricultura, produciendo grano o trigo. Lo que
Isis-Osiris, el Kabir en un tiempo vivo, hizo en Egipto, se dice que Ceres lo
hizo en Sicilia; todos pertenecen a una clase.
El
caduceo de Mercurio muestra también que las serpientes fueron siempre emblemas
de sabiduría y prudencia, pues Mercurio es uno con Thot, el Dios de la
Sabiduría; con Hermes y así sucesivamente. Las dos serpientes enroscadas alrededor
de la vara son símbolos fálicos de Júpiter y otros Dioses, que se transformaron
en serpientes con objeto de seducir a Diosas sólo para las imaginaciones
impuras de los simbologistas profanos. La serpiente ha sido siempre el símbolo
del Adepto y de sus poderes de inmortalidad y conocimiento divino. Mercurio, en
su carácter psicopómpico, conduciendo y guiando las almas de los muertos al
Hades con su Caduceo, y hasta despertándolas a la vida con él, es una sencilla
y transparente alegoría. Muestra ésta el poder doble de la Sabiduría Secreta:
la Magia blanca y la negra; muestra a esta Sabiduría personificada, guiando al
Alma después de la muerte, y ostentando el poder de llamar a la vida lo que
está muerto; metáfora profunda si se piensa sobre su significado. todos los
pueblos de la antigüedad, excepto uno, reverenciaban este símbolo; la excepción
consiste en los cristianos, que
quisieron olvidar la “serpiente de bronce” de Moisés, y hasta el reconocimiento
de la gran sabiduría y prudencia de la “serpiente”, por el mismo Jesús: “Sed sabios como serpientes e inofensivos
como palomas”. Los chinos, una de las naciones más antiguas de nuestra Quinta
Raza, hicieron de ella el emblema de sus Emperadores, que son así los sucesores
degenerados de las “Serpientes” o Iniciados que gobernaron a las primeras razas
de la Quinta Humanidad. El trono del Emperador es la “Sede del Dragón”, y los
vestidos de Corte están bordados con figuras de dragones. Los aforismos de los
libros más antiguos de China, por otra parte, dicen claramente que el Dragón es
un Ser humano, al par que divino.
Hablando del “Dragón Amarillo”, jefe de los demás, el Twan-yin-t’u dice:
Su
sabiduría y virtud son insondables... no va en compañía y no vive asociado (es
un asceta)... Vaga en los desiertos más allá de los cielos. Va y viene,
cumpliendo el decreto (Karma); en las épocas debidas, si existe la perfección,
se muestra; de lo contrario permanece (invisible).
Y
Lü-lan asegura que Confucio dijo: El Dragón se alimenta en la pura (agua) (de
la Sabiduría), y se recrea en la clara (agua) (de la Vida) .
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