Ésta es, pues, la última palabra de
la Ciencia Física, hasta el año actual, 1888. Las leyes mecánicas nunca podrán
probar la homogeneidad de la Materia Primordial, excepto como inferencia y como
desesperada necesidad, cuando no quede otro recurso, como en el caso del Éter.
La ciencia moderna sólo está segura en su propia región y dominios, dentro de
los límites físicos de nuestro Sistema Solar, más allá del cual todas las
cosas, toda partícula de Materia, es diferente de la Materia que conoce, y
donde la Materia existe en estados de que la Ciencia no puede formarse idea. Esta Materia, que es verdaderamente
homogénea, está más allá de la percepción humana, si la percepción está
encadenada tan sólo a los cinco sentidos. Sentimos sus efectos por medio de
aquellas INTELIGENCIAS que son los resultados de su diferenciación primordial,
a las que damos el nombre de Dhyân Chohans, llamados en las obras herméticas
los “Siete Gobernadores”; aquellos que Pymander, el “Pensamiento Divino”,
menciona como “Poderes Constructores”, y que Asklepios llama los “Dioses
Celestes”. Algunos de nuestros astrónomos han llegado a creer en esta Materia,
Substancia Primordial verdadera, Nóumeno de toda la “materia” que conocemos;
pues ellos desesperan de la posibilidad de explicar jamás la rotación, la
gravedad y el origen de las leyes mecánicas físicas, a menos que estas
INTELIGENCIAS sean admitidas por la Ciencia. En la obra antes citada sobre
Astronomía, por Wolf, el autor hace por completo suya la teoría de Kant, la
cual, si no en su aspecto general, por lo menos en algunos de sus rasgos, nos
hace recordar muchísimo ciertas enseñanzas esotéricas. Aquí tenemos el sistema
del mundo “renacido de sus cenizas” a través de una nebulosa -la emanación de
los cuerpos, muertos y disueltos en el Espacio, resultante de la incandescencia del Centro Solar-,
reanimado por la materia combustible de los Planetas. en esta teoría, nacida y
desarrollada en el cerebro de un joven de apenas veinticinco años, que nunca
había abandonado su país natal, Königsberg, pequeña ciudad del norte de Prusia,
no puede uno menos que reconocer o la presencia de un poder inspirador externo,
o una prueba de la reencarnación, que
es lo que los ocultistas ven. Llena ella un vacío que el mismo Newton, con todo
su genio, no pudo salvar. Y seguramente es nuestra Materia Primordial, Âkâsha,
la que Kant consideraba, cuando presupuso una Substancia primordial universal
penetrante, para resolver la dificultad de Newton y su fracaso en explicar, por
las fuerzas solas naturales, el impulso primitivo comunicado a los Planetas.
Porque, como él dice en el capítulo VIII, si se admite que la perfecta armonía
de las Estrellas y de los Planetas y la coincidencia de los planos de sus
órbitas prueba la existencia de una Causa natural, que sería así la Causa
Primordial, “esa Causa no puede ser realmente la materia que llena hoy los
espacios celestes”. Debe ella ser la que llenaba el Espacio -la que era
Espacio- originalmente, cuyo movimiento en Materia diferenciada fue el origen
de los movimientos actuales de los cuerpos siderales; y que, “condensándose en
esos mismos cuerpos, abandonó de este modo el espacio que hoy se encuentra
vacío”. En otras palabras, los Planetas, los Cometas y el Sol mismo se componen
de esa misma Materia, la cual, habiéndose originariamente condensado en
aquellos cuerpos, ha conservado su cualidad inherente de movimiento; cuya
cualidad, concentrada ahora en sus núcleos, dirige todo movimiento. Una
ligerísima alteración de palabras, y unas cuantas adiciones, convertirían esto
en nuestra Doctrina Secreta.
La última enseña que la Materia
Prima primordial, divina e inteligente, la emanación directa de la Mente
Universal, el Daiviprakriti -la Luz Divina que emana del Logos- es la que
formó los núcleos de todos los orbes que “se mueven” en el Kosmos. Es el poder
de movimiento y el principio de vida informador, siempre presente; el Alma
Vital de los Soles, Lunas, Planetas, y hasta de nuestra Tierra; latente el
primero, activo el segundo - el Soberano y Guía invisible del cuerpo grosero
unido y relacionado con su Alma, que es, después de todo, la emanación
espiritual de estos respectivos Espíritus Planetarios.
Otra doctrina completamente Oculta
es la teoría de Kant, de que la Materia de que están formados los habitantes y
animales de otros Planetas es de una
naturaleza más ligera y sutil y de una conformación más perfecta, en proporción
a su distancia del Sol. Este último está demasiado lleno de Electricidad
Vital, del principio físico productor de la vida. Por tanto, los hombres de
Marte son más etéreos que nosotros, mientras que los de Venus son más densos; y
si bien menos espirituales, son mucho más inteligentes.
La última doctrina no es del todo la
nuestra, aunque esas teorías kantianas son tan metafísicas y trascendentales
como cualquier Doctrina Oculta; y más de un hombre de ciencia, si se atreviera a decir lo que siente, las
aceptaría como lo hace Wolf. De esta Mente y Alma kantianas de los Soles y
Estrellas al Mahat (la mente), y al Prakriti de los Purânas, no hay más que un paso. Después de todo, la admisión de
éste por la Ciencia sería sólo la admisión de una causa natural, ya extendiera
o no su creencia a tales alturas metafísicas. Pero en ese caso Mahat, la Mente,
es un “Dios”, y la Fisiología sólo admite a la “mente” como una función
temporal del cerebro material, y nada más.
El Satanás del Materialismo se ríe
ahora de todo igualmente, y niega lo visible así como lo invisible. Viendo en
la luz, el calor, la electricidad y hasta en el fenómeno de la vida tan sólo propiedades inherentes a
la Materia, se ríe cuando se llama a la vida el Principio Vital, y desprecia la idea de que sea independiente y
distinta del organismo.
Pero en esto como en todo difieren
también las opiniones científicas, y hay algunos hombres de ciencia que aceptan
puntos de vista similares a los nuestros. Véase, por ejemplo, lo que el doctor
Richardson, F. R. S. (citado extensamente en otra parte), dice del “Principio
Vital”, que él llama “Éter Nervioso”:
Me refiero tan sólo a un agente material verdadero, refinado,
quizás, para el mundo en general, pero efectivo
y substancial; un agente que posee la cualidad del peso y del volumen;
agente susceptible de combinaciones químicas, y por tanto, de cambio de estado
y de condición físicos; agente pasivo en su acción, impulsada siempre, por
decirlo así, por influencias ajenas a él, obedeciendo a otras influencias;
agente que no posee poder alguno de iniciativas, ni vis o energeia naturae, pero que desempeña un papel
importantísimo, si no primario, en la producción de los fenómenos resultantes
de la acción de la energeia sobre la
materia visible.
Como la Biología y la Fisiología
niegan ahora in toto la existencia de
un “Principio Vital”, la cita anterior, juntamente con lo que admite
Quatrefages, es una confirmación clara de que existen hombres científicos que
poseen las mismas opiniones acerca de las “cosas Ocultas” que los teósofos y
ocultistas. Estos reconocen un Principio Vital determinado, independiente del
organismo -material, por supuesto, pues
la fuerza física no puede ser divorciada de la Materia -, pero de una
substancia que existe en un estado desconocido por la Ciencia. La vida para ellos es algo más que la mera
interacción de moléculas y de átomos. Existe un Principio Vital sin el cual
ninguna combinación molecular hubiera podido jamás producir un organismo
viviente, y mucho menos la llamada Materia “inorgánica” de nuestro plano de
conciencia.
Por “combinación molecular”
indicamos, por supuesto, las de la materia de nuestras presentes percepciones
ilusorias, la cual materia sólo emana energía en nuestro plano. Éste es el
punto principal que se debate.
Así pues, no se hallan solos los
ocultistas en sus creencias. Ni son tan necios, después de todo, al rechazar
hasta la misma “gravedad” de la ciencia moderna, juntamente con otras leyes físicas, aceptando en su lugar la atracción y la repulsión. Ellos ven, además, en estas dos Fuerzas opuestas tan
sólo los dos aspectos de la Unidad
Universal, llamada Mente Manifestada;
en cuyos aspectos, el Ocultismo, por medio de sus grandes Videntes, percibe una
Hueste innumerable de Seres operativos: Dhyân Chohans Cósmicos, Entidades cuya
esencia, en su naturaleza dual, es la
Causa de todos los fenómenos terrestres. Porque esa esencia es consubstancial
con el Océano Eléctrico universal, que es la VIDA; y siendo dual, según se ha
dicho, positiva y negativa, las emanaciones de esa dualidad son las que actúan
ahora sobre la tierra bajo el nombre de “modos de movimiento”. Actualmente,
hasta la Fuerza, como palabra, ha sido motivo de objeciones, por temor a que
pudiera inducir a alguien a separarla de la Materia, ni aun en pensamiento.
Según dice el Ocultismo, los efectos
dobles de esa esencia dual son los que han sido llamados ora fuerzas centrípeta
y centrífuga, ora polos positivo y negativo, o polaridad, frío y calor, luz y
tinieblas, etcétera.
Se sostiene además que hasta los
mismos cristianos griegos y católico-romanos demuestran ser más sabios al creer
-aun cuando relacionándolos y refiriéndolos ciegamente todos ellos a un Dios
antropomórfico- en Ángeles, Arcángeles Arcontes, Serafines y Estrellas Matutinas;
en resumen, en todas aquellas delicioe
humani generis teológicas, que rigen a los Elementos Cósmicos, que la
Ciencia lo es al negarlos por completo y abogar por sus fuerzas mecánicas.
Porque éstas obran con frecuencia con inteligencia y precisión más que humanas.
No obstante, se niega que exista tal inteligencia, y se atribuye a la ciega
casualidad. Pero así como De Maistre estaba en lo cierto al llamar a la ley de
la gravitación meramente una palabra,
que había reemplazado a “la cosa desconocida”, asimismo tenemos nosotros razón
al aplicar la misma observación a todas las otras Fuerzas de la Ciencia. Y si
se nos arguye que el Conde era un entusiasta católico-romano, citaremos
entonces a Le Couturier, igualmente entusiasta como materialista, que decía lo
mismo, como también lo hicieron Herschel y muchos otros.
Desde los Dioses a los hombres,
desde los mundos a los átomos, desde una Estrella a una luciérnaga, desde el
Sol al calor vital del ser orgánico más ínfimo, el mundo de la Forma y la Existencia
es una inmensa cadena, cuyos eslabones están todos unidos. La ley de Analogía
es la primera clave para el problema del mundo, y estos eslabones tienen que
estudiarse coordinadamente en sus relaciones ocultas unos con otros.
Por lo tanto, cuando la Doctrina
Secreta presupone que el espacio condicionado o limitado (posición) no posee
existencia real alguna más que en este mundo de ilusión, o, en otras palabras,
en nuestras facultades perceptivas, enseña que todos los mundos, tanto los
elevados como los más inferiores, se hallan en compenetración con nuestro
propio mundo objetivo; que millones de cosas y de seres se hallan, desde el
punto de vista de la localización, en torno de nosotros y en nosotros, así como
nosotros estamos en torno de ellos, con ellos y en ellos; y esto no es una
nueva figura metafísica del lenguaje, sino un hecho real en la Naturaleza, por
incomprensible que sea para nuestros sentidos.
Pero hay que comprender la
fraseología del Ocultismo antes de criticar lo que asegura. Por ejemplo, la
Doctrina se niega -como lo hace la Ciencia, en cierto sentido- a emplear las
palabras “arriba” y “abajo”, “superior” e “inferior”, con referencia a las
esferas invisibles, puesto que en
este punto carecen de significado. Aun las mismas palabras “Oriente” y
“Occidente” son sólo convencionales y únicamente necesarias para auxiliar a
nuestras percepciones humanas. Porque aunque la Tierra posee sus dos puntos
fijos en los polos Norte y Sur, sin embargo tanto el Este como el Oeste son
variables relativamente a nuestra propia posición en la superficie de la
Tierra, y como consecuencia de su rotación de Occidente a Oriente. De aquí que
cuando se mencionan “otros mundos”
-mejores o peores, más espirituales, o tadavía más materiales, aunque
invisibles ambos-, el ocultista no coloca estas esferas ni fuera ni dentro de
nuestra Tierra, como lo hacen los teólogos y los poetas; pues su posición no
está en lugar alguno del espacio conocido o concebido por el profano. Hállanse,
por decirlo así, confundidos con nuestro mundo, al que compenetran y por el que
son compenetrados. Hay millones y más millones de mundos y de firmamentos
visibles para nosotros; hay aún mucho mayor número fuera del alcance del
telescopio, y gran parte de estos últimos no pertenecen a nuestro plano objetivo de existencia. Aunque tan
invisibles como si se hallasen a millones de millas más allá de nuestro sistema
solar, sin embargo, están con nosotros, cerca de nosotros, dentro de nuestro propio mundo, tan objetivos y materiales para sus
respectivos habitantes como lo es el nuestro para nosotros. Pero además la
relación de estos mundos con el nuestro no es como la de una serie de cajas
ovales, encerradas una dentro de otra, al modo de los juguetes llamados nidos
chinos; pues cada una se halla sujeto a sus propias leyes y condiciones
especiales, sin tener relación directa con nuestra esfera. Sus habitantes, como
ya se ha dicho, pueden estar pasando, sin que de ello nos demos cuenta, al través o al lado de nosotros, como si se tratase de un espacio vacío,
estando sus moradas y regiones en compenetración de las nuestras, sin perturbar
por ello nuestra visión, porque no poseemos todavía las facultades necesarias
para percibirlos. Sin embargo, gracias a su visión espiritual, los Adeptos, y
hasta algunos videntes y sensitivos, pueden distinguir, en mayor o en menor
grado, la presencia y proximidad a nosotros de Seres que pertenecen a otras
Esferas de vida.
Los de mundos espiritualmente más
elevados se comunican tan sólo con aquellos mortales terrestres que ascienden
al plano más elevado que ellos ocupan, por medio de esfuerzos individuales.
Los
Hijos de Bhûmi (la Tierra) consideran
a los Hijos de los Deva-lokas (las Esferas Angélicas) como sus Dioses;
y los Hijos de los reinos inferiores miran a los hombres de Bhûmi como sus
Devas (Dioses); los hombres no se dan
cuenta de ello a causa de su ceguera... Ellos (los hombres) tiemblan ante aquéllos a la par que los
utilizan (con fines mágicos)... La primera Raza de Hombres era la de los
“Hijos Nacidos de la Mente” de los primeros. Ellos (los Pitris y Devas) son nuestros progenitores....
Las llamadas “personas ilustradas”
se burlan de la idea de las Sílfides, Salamandras, Ondinas y Gnomos; los
hombres científicos consideran como un insulto la sola mención de semejantes
supersticiones; y con un desprecio de la lógica y del sentido común, que es con
frecuencia la prerrogativa de la “autoridad aceptada”, permiten que aquellos a
quienes es su deber instruir, sufran bajo la impresión absurda de que en todo
el Kosmos, o al menos en nuestra propia atmósfera, no existen más seres
inteligentes y conscientes que nosotros mismos. Cualquier otra humanidad
(compuesta de seres humanos distintos)
que no tenga dos piernas, dos brazos y una cabeza con facciones de hombre, no sería
llamada humana, por más que la etimología de la palabra parece que debiera
tener muy poco que ver con el aspecto general de una criatura. Así, al paso que
la Ciencia rechaza despreciativamente hasta la posibilidad misma de que existan
tales seres en general invisibles (para nosotros), la Sociedad, a la par que en
secreto cree en ello, se burla
abiertamente de la idea. Acoge con risas obras como el Conde de Gabalis, sin comprender que la sátira franca es la más segura de las caretas.
Sin embargo, tales mundos invisibles
existen. Tan densamente poblados como el nuestro, hállanse esparcidos por el
Espacio aparente en inmensos números; algunos, mucho más materiales que nuestro
propio mundo; otros eterizándose gradualmente hasta que pierden la forma y son
como “soplos”. El hecho de que nuestro ojo físico no los vea, no es razón para
no creer en ellos. Los físicos no pueden ver su éter, átomos, “los modos de
movimiento” o fuerzas. Sin embargo, los aceptan y los enseñan. Si vemos que la
materia, aun en el mundo natural que conocemos, nos proporciona una analogía
parcial para el difícil concepto de semejantes mundos invisibles, parece
debiera haber poca dificultad en admitir la posibilidad de su existencia. La
cola de un cometa, que a pesar de llamar nuestra atención en virtud de su
resplandor, sin embargo no perturba ni impide nuestra visión de objetos que
percibimos a través y más allá de ella, nos ofrece el primer escalón hacia la
prueba de la misma. La cola de un cometa pasa rápidamente a través de nuestro horizonte,
y ni la sentimos ni nos damos cuenta de su paso más que por el brillante
resplandor, a menudo percibido tan sólo por unos pocos interesados en el
fenómeno, mientras que todos los demás continúan ignorando su presencia y paso
por o a través de una porción de
nuestro globo. Esta cola puede, o no, ser una parte integral del ser del
cometa; pero nos basta su tenuidad como ejemplo que nos sirve para nuestro
objeto. En efecto, no es cuestión de superstición, sino sencillamente sólo un
resultado de Ciencia trascendental, y más aún de lógica, admitir la existencia
de mundos constituidos por Materia mucho más atenuada que la cola de un cometa.
Negando tal posibilidad, no ha caído la Ciencia durante el pasado siglo en las
manos de la filosofía y religión verdadera, pero sí sencillamente en las de la
teología. Para disputar mejor la pluralidad hasta de los mismos mundos
materiales, creencia que una gran parte del clero opina que es incompatible con
las enseñanzas y doctrinas de la Biblia , tuvo Maxwell que calumniar la memoria de Newton, tratando de convencer a
sus lectores de que los principios contenidos en la filosofía newtoniana son
los que existen “en el fondo de todos los sistemas ateos”.
“El doctor Whewell negaba la
pluralidad de mundos, apelando a la evidencia científica”, escribe el profesor
Winchell. Y si hasta la habitabilidad de los mundos físicos, de los
planetas y de las distintas estrellas que brillan por miríadas sobre nuestras
cabezas, es tan discutida, ¡cuán pocas probabilidades deben en verdad existir
en pro de la aceptación de mundos invisibles en el espacio, en apariencia
transparente, que rodea al nuestro!
Pero, sí podemos concebir un mundo
compuesto de materia aún más atenuada para
nuestros sentidos que la cola de un cometa, y por tanto, habitantes tan
etéreos en proporción a su globo, como lo somos nosotros en relación a nuestra Tierra de corteza dura y rocosa,
nada tiene de extraño que no los veamos, y que ni siquiera sintamos su
presencia y existencia. Ahora bien; ¿en qué es esta idea contraria a la
Ciencia? ¿No puede suponerse que existan hombres y animales, plantas y rocas,
dotados de una serie de sentidos por completo diferentes de los que poseemos
nosotros? ¿No pueden sus organismos nacer, desarrollarse y existir bajo otras
leyes de existencia distintas que las que rigen a nuestro pequeño mundo? ¿Es
absolutamente necesario que todo ser corpóreo deba estar revestido con “trajes
de piel”, como los que fueron proporcionados a Adán y Eva, según la leyenda del
Génesis? La corporeidad, se nos dice
sin embargo por más de un hombre de ciencia, “puede existir bajo condiciones
muy diversas”.
El profesor A. Winchell, discutiendo
sobre la pluralidad de mundos, hace las observaciones siguientes:
Nada tiene de improbable que
substancias de naturaleza refractaria puedan estar tan mezcladas con otras, ya
nos sean conocidas o desconocidas, que puedan soportar cambios muchísimo
mayores de calor y de frío que lo que es posible para los organismos
terrestres. Los tejidos de los animales terrestres hállanse simplemente
apropiados al mundo que habitan. Sin embargo, aun aquí nos encontramos con
diferentes tipos y especies de animales, adaptados a los rigores de situaciones
en extremo diferentes... Que un animal sea cuadrúpedo o bípedo es cosa que no
depende de las necesidades de la organización, del instinto, ni de la
inteligencia. No es una necesidad de la existencia perceptiva que un animal
deba poseer justamente cinco sentidos. Pueden existir animales en la tierra sin
olfato ni gusto. Pueden existir seres en otros mundos, y aun en éste, que
posean sentidos más numerosos que los que nosotros tenemos. La posibilidad de
esto es aparente si consideramos la probabilidad de que debe haber otras
propiedades y otros modos de existencia entre los recursos del Cosmos, y aun de
la materia terrestre. Hay animales que viven allí en donde el hombre perecería:
en el suelo, en los ríos, en el mar... (¿y por qué no puede suceder lo mismo en
tal caso con seres humanos de
organización diferente?)... Ni se halla limitada
la existencia corporal racional a la sangre caliente, ni a ninguna temperatura
que no cambie las formas de materia de que el organismo pueda estar compuesto.
Pueden existir inteligencias en cuerpos de tal naturaleza, que no requieran el
proceso de ingerimiento, asimilación y reproducción. Tales cuerpos no
requerirían calor y alimento diarios. Podrían perderse en los abismos del
Océano, o vivir en escarpada roca, azotados por todas las tormentas de un
invierno ártico, o sumergirse durante cien años en un volcán, y sin embargo
conservar, a pesar de todo, la conciencia y el pensamiento. Esto es concebible.
¿Por qué no habrían de existir naturalezas psíquicas encerradas en el pedernal
y en el platino indestructibles? Estas substancias no están más apartadas de la
naturaleza de la inteligencia que lo están el carbono, el hidrógeno, el oxígeno
y la cal. Pero sin llevar el pensamiento tan lejos (?), ¿no podrían
inteligencias elevadas estar comprendidas en formas tan insensibles a las
condiciones externas como la salvia de las praderas occidentales, o el liquen
del Labrador, las rotíferas que permanecen secas durante años, o las bacterias
que pasan vivas a través del agua hirviendo?... Estas indicaciones son hechas
al lector simplemente para recordarle cuán poco puede decirse en lo referente a
las condiciones necesarias para la existencia inteligente y organizada,
fundándose en lo que es la existencia corpórea en la tierra. La inteligencia
es, por su naturaleza, tan universal y tan uniforme como las leyes del Universo.
Los cuerpos son meramente la adecuación local de la inteligencia a
modificaciones particulares de la materia universal o la Fuerza.
¿No sabemos por los descubrimientos
de esa misma Ciencia que todo lo niega, que nos hallamos rodeados de miríadas
de vidas invisibles? Si esos microbios, bacterias y los tutti quanti de lo infinitamente pequeño, son invisibles para
nosotros en virtud de su tamaño diminuto, ¿no podrían acaso existir, en el polo
opuesto, seres igualmente invisibles debido a las cualidades de su contextura o
de su materia, a su tenuidad, en una palabra? ¿No tenemos también en los
efectos de la materia cometaria otro ejemplo de una forma de vida y de materia
semivisible? El rayo de sol que penetra en nuestro aposento nos revela a su
paso miríadas de seres diminutos que viven su vida fugaz y cesan de ser, con
independencia e indiferentes de si son o no percibidos por nuestra materialidad
más grosera. Y lo mismo sucede con respecto a los microbios, a las bacterias y
otros seres semejantes, igualmente invisibles, en otros elementos. Hemos pasado
sin percibirlos durante aquellos largos siglos de triste ignorancia, después de
que la lámpara del saber de los elevadísimos sistemas filosóficos paganos cesó
de lanzar su luz resplandeciente sobre las épocas de intolerancia y de
fanatismo del Cristianismo primitivo; y ahora parece como que deseamos pasarlo
de nuevo por alto.
Y, sin embargo, esas vidas nos han
rodeado entonces lo mismo que ahora.
Han trabajado, obedientes a sus propias leyes, y sólo a medida que gradualmente
han ido revelándose a la Ciencia hemos empezado a trabar conocimiento con ellas
y con los efectos que producen.
¿Cuánto tiempo ha necesitado el
mundo para convertirse en lo que es hoy? Si puede decirse que aun actualmente
llega a nuestro globo polvo cósmico “que antes nunca había pertenecido a la
Tierra”; ¿cuánto más lógico no es creer, como lo hacen los ocultistas, que
a través de los innumerables millones de años que han transcurrido, desde que
aquel polvo se agregó y formó el globo en que vivimos en torno de su núcleo de
Substancia Primitiva e inteligente,
muchas humanidades -difiriendo de la nuestra presente como han de diferir las
que se desarrollarán dentro de millones
de años- aparecieron sólo para desaparecer de la faz de la Tierra, como
sucederá con la nuestra? Estas lejanas y primitivas humanidades son negadas,
porque, según creen los geólogos, no han dejado ninguna reliquia tangible. Todo
rastro suyo ha desaparecido, y por tanto, no han existido jamás. Sin embargo,
sus reliquias pueden encontrarse -aunque muy pocas, verdaderamente- y deben ser
descubiertas por las investigaciones geológicas. Pero, aun cuando no hubiesen
de encontrarse jamás, no habría razón para decir que no pueden haber vivido
hombres en los períodos geológicos, a los cuales se atribuye su presencia en la
Tierra. Porque sus organismos no necesitaban sangre caliente, ni atmósfera, ni
alimento; el autor de World-Life
tiene razón, y no es ninguna extravagancia creer, como creemos nosotros, que
así como, según hipótesis científicas, pueden existir “naturalezas psíquicas
encerradas en el pedernal y el platino indestructibles”, existieron naturalezas
psíquicas encerradas en forma de Materia Primitiva igualmente indestructible:
los verdaderos progenitores de nuestra Quinta Raza.
Por lo tanto, cuando en los
volúmenes III y IV hablamos de los hombres que habitaron este globo hace
18.000.000 de años, no tenemos presente ni los hombres de nuestras actuales
razas, ni las leyes atmosféricas, condiciones termales, etc., de nuestro
tiempo. La Tierra y la Humanidad, como el Sol, la Luna y los planetas, tienen
todos su crecimiento, cambios, desarrollos y evolución gradual, en sus períodos
de vida; nacen, se convierten en niños, luego en niños mayores, adolescentes,
alcanzan la madurez, llegan a la vejez, y finalmente mueren. ¿Por qué no habría
de estar también la Humanidad bajo esta ley universal? Dice Uriel a Enoch:
Mira: te he mostrado todas las cosas
¡oh Enoch!... Ves el Sol, la Luna y los que conducen las estrellas del cielo,
los que producen todas sus operaciones, sus estaciones, y llegadas al retorno.
En los días de pecadores, los años se acortarán; todo lo que se haga en la
tierra será subvertido... la Luna cambiará sus leyes.
Los “días de pecadores” significan
los días en que la Materia alcanzaría su dominio completo sobre la Tierra, y el
hombre llegaría al ápice del desarrollo físico en estatura y animalidad. Esto
ocurrió durante el período de los Atlantes, en el punto medio de su Raza, la
Cuarta, que pereció ahogada, según lo profetizó Uriel. Desde entonces el hombre
empezó a decrecer en estatura física, en fuerza y en años de vida, como se
mostrará en los volúmenes III y IV. Pero, como nosotros estamos en el punto
medio de nuestra subraza de la Quinta Raza Raíz -el apogeo de la materialidad
en todas-, las propensiones animales, aunque más refinadas, no por eso tienen
menor desarrollo; y esto se nota más en los países civilizados.
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