lunes, 17 de octubre de 2016

EL EXÁGONO CON PUNTO CENTRAL LA SÉPTIMA CLAVE




Discurriendo sobre la virtud de los nombres (Baalshem), opina Molitor que es imposible negar fundamento razonable y profundamente científico a la Kabalah, no obstante la abusiva adulteración de que hoy es objeto. Sobre esto arguye que si se pretende:
que ante el nombre de Jesús todo nombre debe inclinarse ¿por qué no ha de tener igual poder el Tetragrammaton?.
            
Esto es lógico y de buen sentido. Alguna virtud oculta ha de tener el exágono estrellado o doble triángulo, cuando Pitágoras lo consideró como símbolo de la creación; los egipcios como el de la generación, o unión del fuego y del agua; los esenios en él vieron el sello de Salomón; los judíos el escudo de David; los indos el emblema de Vishnu (hasta hoy en día) y, aún en Rusia y Polonia, se le estimó como poderoso talismán. La universal veneración en que los antiguos tuvieron este símbolo es motivo bastante para que no lo desdeñen ni ridiculicen quienes ignoran su oculto significado. El exágono generalmente conocido, substituyó a otro que empleaban los iniciados. En una obra sánscrita existente en el Museo Británico se lanzan terribles anatemas contra quienes divulguen entre los profanos el significado oculto del verdadero exágono llamado “signo de Vishnu”, “Sello de Salomón”, etc.
            
En la séptima clave de Las Cosas Ocultas se explica el gran poder del exágono con su místico signo central de la T svástica (formando un septenario).
            
Allí se dice:
            
La séptima clave es el jeroglífico del septenario sagrado, de la realeza, del sacerdocio [los iniciados], del triunfo y del vencimiento en la lucha. Entraña toda la energía del mágico poder. Es el verdadero “reino santo”. En la filosofía hermética es la quinta esencia resultante de la combinación de las dos fuerzas del gran agente mágico [âkâsha, o luz astral]... Es igualmente Jakin y Boaz ligados por la voluntad del adepto y sometidos a su omnipotencia.
           
La fuerza de esta clave es absoluta en magia. Todas las religiones consagraron este signo en sus ritos.
            
Actualmente sólo podemos tener un rápido vislumbre de los numerosos aunque desfigurados fragmentos que de las obras antediluvianas nos quedan. Si bien todas son herencias de la cuarta raza (sepultada ahora en las insondables profundidades del océano), no debemos rechazarlas. Según ya indicamos, en los orígenes del género humano hubo tan sólo una ciencia, y ésta era eternamente divina. Si la humanidad, sobre todo las últimas subrazas de la cuarta raza raíz, abusó de ella, fue por culpa de los que en la práctica profanaron el divino conocimiento, y no por la de quienes permanecieron fieles a sus primitivas enseñanzas. No porque la moderna Iglesia católica romana, perseverante tradicional en su intolerancia, se complazca en tachar de descendientes de “los kischup, hamitas, kasdim, cefenes, ofitas y kartumim”, secuaces de “Satán” a los modernos ocultistas, espiritistas y masones, han de serlo estos en realidad. La religión de Estado o nacional de cada país, siempre y en todos los tiempos han hecho lo que han querido de las escuelas rivales, haciendo creer que eran peligrosas herejías; la vieja religión de Estado Católica Romana, ha hecho esto de igual modo que las modernas.
            
Sin embargo, los anatemas no han enseñado nada al público sobre los Misterios de las Ciencias Ocultas. Hasta cierto punto, es ventajoso para el mundo el ignorarlos. Los secretos de la naturaleza son como espada de dos filos, que en manos indignas, se convierte en arma homicida. ¿Quién sabe hoy el verdadero significado y el poder inherente a ciertos caracteres y signos de talismán, sea para fines benéficos o maléficos? Para el moderno erudito no tienen sentido aunque se encuentren en la literatura clásica, los fragmentos rúnicos; los escritos de Kischuph; las copias de las letras o caracteres efesios y milesios; el tres veces famoso Libro de Thoth; los terribles tratados (que aún se conservan), del caldeo Targes y de su discípulo Tarchón el etrusco, que floreció mucho antes de la guerra de Troya. ¿Quién cree hoy día en el arte descrito por Targes para evocar y dirigir rayos? Pero lo mismo se dice en las obras brahmánicas; y Targes copió la descripción de sus “rayos” de los astra , aquellas terribles armas destructivas de que se valieron los arios mahâbhâratas. Todo un arsenal de bombas de dinamita sería poco eficaz en comparación de estos espantosos artificios, si llegaran a conocerlos los occidentales. De un fragmento antiguo que él tradujo tomó lord Bulwer Lytton  su idea del vril. Verdaderamente fue una dicha para la humanidad que se entregaran al fuego los libros encontrados en la tumba de Numa, pues de las infernales recetas que daban se hubieran aprovechado las inicuas guerras, los dinamiteros y terroristas, en esta nuestra edad que caracterizan tales virtudes y filantropía. Pero la ciencia de Circe y de Medea no se ha perdido. Podemos descubrirla bajo la aparente jerigonza de los Tântrika Sutras, el Kuku-ma de los bhûtânî y de los dugpas y “gorros rojos” del Tíbet y hasta en las hechicerías de los kurumbas. Afortunadamente, pocos entienden las evocaciones de la magia “negra” aparte de los brujos avanzados de la izquierda y los adeptos de la derecha, en cuyas manos están seguros los secretos. De lo contrario, podrían los dugpas, tanto occidentales como orientales, deshacerse de sus enemigos fácilmente; y téngase presente que estos enemigos son legión para ellos, porque los directos descendientes de los hechiceros antediluvianos, odian a “cuantos no están con ellos, alegando que están contra ellos.
            
En cuanto al “Pequeño Alberto” (volumen semiesotérico que es una reliquia literaria), el “Gran Alberto” o “Dragón Rojo” e innumerables copias antiguas aún existentes, tristes reliquias de míticas brujas y merlines (nos referimos a los falsos), son imitaciones de las obras originales de los mismo títulos. Así el “Pequeño Alberto” es desfigurado remedo de la gran obra escrita en latín por el obispo Adalberto, ocultista del siglo VIII, condenado en el segundo concilio de Roma. Su obra se imprimió algunos siglos después con el título de Alberti Parvi Lucii Libellus de Mirabilibus Naturae Arcanis. Siempre fueron espasmódicos los rigores de la Iglesia romana. Mientras por una parte la condena del obispo Adalberto colocó a la Iglesia durante muchos siglos en situación equívoca respecto de los Arcángeles, Virtudes y Tronos de Dios, es maravilla en verdad que los jesuitas no hayan destruido los archivos con todas sus innumerables crónicas y anales, de la Historia de Francia y, con ellos, los del Escorial en España. Tanto la historia como las crónicas dichas hablan extensamente del inestimable talismán regalado a Carlomagno por el Papa. Este talismán consistía en un pequeño libro de magia (o más bien de hechicería), lleno de figuras y signos cabalísticos, frases misteriosas e invocaciones a los astros. Eran talismanes contra los enemigos del Rey (o sea los enemigos de Carlomagno) cuyos talismos, dícenos el cronista, fueron de gran eficacia, pues “todos ellos [los enemigos], murieron de muerte violenta”. Titulábase el libro Enchiridium Leonis Papae; ha desaparecido por fortuna y no se encuentra. Además, el alfabeto de Thoth se delata confusamente en el moderno Tarot, que venden casi todas las librerías de París. No puede interpretarse correctamente sin previo estudio de su simbolismo y el preliminar de la filosofía de la ciencia; razones por las cuales los muchos adivinos profesionales que en París lo utilizan, son únicamente personas que han fracasado en sus esfuerzos para leerlo, y no digamos nada en interpretarlo correctamente. El verdadero Tarot, con toda su simbología, es el de rodillos babilónicos que se conservan en el Museo Británico y otras partes. Allí puede ver quien quiera los antediluvianos rombos de Caldea, y los rodillos o cilindros cubiertos de signos sagrados; pero el significado de estas adivinatorias “ruedas” o, como De Mirville las llama, “globos giratorios de Hécate”, quedará todavía oculto por algún tiempo. Entretanto tenemos los “veladores movientes” y la Kabalah; los primeros para el médium moderno y los débiles; la segunda para los fuertes. Es un consuelo.
            
Las gentes propenden a emplear palabras que no entienden y a pasar por alto, juicios de notoria evidencia. Muy difícil es distinguir netamente la magia negra de la blanca, pues ambas han de calificarse por el propósito de que dependen sus efectos finales por lejanos que sean, aunque tarden años en producirse, y no por los inmediatos. “Entre la mano derecha y la izquierda [Magia] pasa un hilo de araña”, dice un proverbio oriental. Obremos de acuerdo con este principio y esperemos hasta que hayamos aprendido más.
            
Ahora tendremos que tratar más extensamente de la relación entre la Kabalah y la Gupta Vidyâ, ocupándonos también de los sistemas esotéricos y numéricos; pero antes debemos seguir la línea de los adeptos en los tiempos del cristianismo.


H.P.Blavatsky D.S TV

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