martes, 23 de julio de 2019

ISIS SIN VELO T. I I - CAPÍTULO I




No califiques de locura aquello de que han
                                                                        probado no saber nada.

TERTULIANO.- Apología.


Esto no es cosa de hoy ni de ayer, sino de todo tiempo.
Y nadie nos ha dicho todavía de dónde ni cómo viene.

                                                                                                             SÓFOCLES.


La creencia en lo sobrenatural se ha manifestado
espontáneamente desde un principio en todos los
                                                                                        pueblos de la raza humana.La incredulidad en lo
                                                                           sobrenatural conduce al materialismo, el
                                                                                     materialismo a la sensualidad y la sensualidad
                                                                                        a las catástrofes sociales entre cuyas convulsiones
                                                                                          aprende el hombre otra vez a creer y orar.

                                                                                                                        GUIZOT.


Si alguien no cree en estas cosas, guarde para sí
su opinión y no contradiga a quienes por ellas se
ve inclinado a la práctica de la virtud.

                                      JOSEFO.


De los pitagóricos y platónicos conceptos de la materia y de la fuerza, vayamos ahora a la cabalística teoría sobre el origen del hombre y comparémosla con la de la selección natural expuesta por Darwin y Wallace, pues tal vez hallemos tantas razones para atribuir a los antiguos la originalidad en este punto como en los que hasta aquí hemos considerado. A nuestro entender, la teoría de la evolución cíclica deriva su más valiosa prueba del cotejo entre las enseñanzas antiguas y las de los padres de la Iglesia respecto a la figura de la tierra y al movimiento del sistema planetario. Aun cuando no cupiera esperar otra prueba, la ignorancia de Agustín y Lactancio en estas materias, que extravió a la cristiandad hasta la época de Galileo, bastaría para evidenciar los eclipses que de tiempo en tiempo sufren los conocimientos humanos.

Algunos filósfos antiguos dicen que las “vestiduras de piel” que, según el Génesis proporcionó Dios a Adán y Eva, significan los cuerpos carnales de que en la sucesión de los ciclos se vieron revestidos los progenitores de la raza humana. Sostenían dichos filósofos que la forma física, de semejanza divina al principio, se fue densificando gradualmente hasta que descendiendo al punto ínfimo del que pudiéramos llamar postrer ciclo espiritual, entró la humanidad en el arco ascendente del primer ciclo terreno. De entonces arranca una no interrumpida serie de ciclos (yugas) cuyo exacto número de años se mantuvo secreto en los santuarios sin revelarlo más que a los iniciados. En cada ciclo, edad o yuga, el género humano alcanza la mayor perfección posible en aquel ciclo; pero después decae antes de entrar en el nuevo ciclo con todos los residuos de su precedente civilización social y mental. Así se suceden los ciclos en transiciones imperceptibles que llevan al pináculo el poderío de los imperios, para de allí decaer hasta extinguirse. En el límite del arco inferior de cada ciclo, la humanidad queda sumida de nuevo en la barbarie. Desde los tiempos primitivos hasta nuestros días, cuenta la historia el poderío y decadencia de las naciones que ascendieron a la cumbre para hundirse en el llano. Draper observa que no cabe incluir en cada ciclo a toda la especie humana, sino que, por el contrario, mientras la humanidad decae en algunos países, progresa y asciende en otros.

Esta teoría de la evolución cíclica es muy semejante a la ley reguladora del movimiento de los astros, que además de girar sobre su eje voltean en diversidad de sistemas alrededor de sus respectivos soles.
Via y muerte, luz y tinieblas, día y noche se suceden alternativamente en el planeta mientras gira sobre su eje y recorre el círculo zodiacal, el menor de los ciclos máximos. Recordemos el axioma hermético: “Como es arriba así es abajo; así en la tierra como en el cielo”.

EL  HOMBRE  DE  LAS  CAVERNAS

           

Con profunda lógica arguye Wallace diciendo que el hombre ha progresado mucho más en organización mental que en física, y opina que el hombre difiere de los animales en su fácil adaptación a los medios circundantes sin otables alteraciones en su forma y estructura corporal. Advierte Wallace que la variedad de climas está en correspondencia con la variedad de trajes, moradas, armas, aperos y utensilios. Según el clima, puede el cuerpo humano estar más erguido y menos cubierto de pelos con diversa proporcionalidad de miembros y pigmentación de la piel. “El cráneo y el rostro están íntimamente relacionados con el cerebro, que cambia al par de la evolución mental, puesto que es el medio de expresión de los más refinados impulsos de la naturaleza humana”. Continúa diciendo Wallace que “cuando el hombre tenía apariencia de tal, sin que apenas participara de la naturaleza humana, no poseía el don de la palabra ni sentimientos de moralidad y simpatía ni tampoco el cerebro tan maravillosamente dispuesto para órgano de la mente, que, aun en los más atrasados individuos, le da innegable superioridad sobre los brutos”. El hombre debió de constituir en otro tiempo una raza homogénea (sigue diciendo Wallace) y poco a poco ha casi desaparecido el pelo que cubría su cuerpo... “La anchura del rostro y el enorme desarrollo de la rama ascendente del maxilar inferior denotan en el hombre de las cavernas de Les Eyzies poderosa musculatura y costumbres brutalmente salvajes”.

Tales son los vislumbres de la antropología nos da acerca de unos hombres que llegados al término de un ciclo entraban en el siguiente. Veamos hasta qué punto los corrobora la psicometría clarividente. El profesor Denton dio a su esposa para que los psicometrizase un pedazo de hueso fósil sin advertirla de lo que era. Inmediatamente evocó aquel pedazo de hueso visiones de gentes y sucesos que Denton asigna a la Edad de piedra. Vio la psicómetra hombres muy parecidos al mono, con el cuerpo tan cubierto de pelo que parecía vestido. Preguntóle su marido si aquellos hombres tenían las caderas conformadas para mantenerse en posición bípeda, y respondió que no podían, pero que se echaba de ver en cierta parte del cuerpo menos pelo que en las otras, con la piel algo más coloreada. La cara parece achatada con mandíbulas salientes, la frente hundida en el centro y abultada por encima de las cejas. También vio la psicómetra un rostro muy semejante al del hombre, pero de líneas parecidas al del mono. Todos aquellos seres le parecieron de una misma especie y todos tenían el cuerpo peludo y los brazos muy largos.

Acepten o no los científicos que la teoría hermética de la evolución atribuye al hombre origen espiritual, ellos mismos nos enseñan cómo ha ido progresando la raza desde el más bajo punto a que alcanza la observación antropológica, hasta su actual estado evolutivo. Y si por todas partes se descubren analogías en la naturaleza, ¿será improcedente afirmar que a la misma ley de evolución obedecen los pobladores del universo invisible? Si en nuestro mínúsculo e insignificante planeta la evolución derivó del mono el tipo humano dotado de intuición y raciocinio, ¿cómo es posible que en las regiones sin fin del espacio moren tan sólo las angélicas formas desencarnadas? ¿Por qué no señalar sitio en estas regiones a las formas astrales del simiesco hombre primitivo y de cuantas genraciones le han sucedido hasta nuestros días? Claro está que la forma astral de los hombres primievales sería tan grosera e imperfecta como la física.

Los científicos modernos no se toman el trabjo de computar la duración del “ciclo máximo”; pero los herméticos sostenían que por virtud de la ley cíclica, el género humano ha de ascender al mismo nivel del punto en que al descender tomara “vestiduras de piel”, es decir, que con arreglo a la ley de evolución, el hombre ha de espiritualizar su cuerpo físico. No cabe impugnar tan lógica deducción, a menos que Darwin y Huxley demuestren que el astral Homo sapiens ha llegado al pináculo de su perfección física, intelectual y moral.

Dice Wallace a propósito de la selección natural: “Las razas superiores en inteligencia y moralidad han de prevalecer inevitablemente contra las razas inferiores y degeneradas, al paso que por la influencia de la selección en la mentalidad, evolucionarán las facultades psíquicas de modo que se adapten con mayor justeza a las condiciones del medio ambiente y a las exigencias del estado social. Aunque la forma externa tal vez no altere sus contornos, ganará, sin embargo, en nobleza y hermosura, por la incesante vigorización de las facultades mentales y el refinamiento de las emociones, hasta que todos los hombres formen una sola y homogénea raza, de cuyos individuos ninguno sea inferior a los más elevados tipos de la actual humanidad”.
            
En este pasaje del eminente antropólogo, se advierte por una parte sobriedad en el método científico y por otra circunspección en las hipótesis, de suerte que sus opiniones no chocan en manera alguna con las enseñanzas cabalísticas. Más allá del punto donde se detiene Wallace, veremos que la siempre progresiva naturaleza, obediente a la ley de adaptación, nos promete, o mejor dicho, nos asegura en el porvenir una raza semejante a la vrilya, descrita por Bulwer Lytton  como reproducción atávica de los “Hijos de Dios”.

LA  CREACIÓN  DEL  HOMBRE


            El primer Adán o Adán Kadmon, el Logos de los místicos judaicos, equivale tanto al Prometeo helénico que intentó parigualarse con la sabiduría divina como al Pimander  hermético. 
Los tres crearon hombres pero fracasaron en su obra. Prometeo quiere dotar al hombre de espíritu inmortal trino y uno, para que sin perder la individualidad pueda recobrar su primitivo estado espiritual; pero fracasa en su intento de robar el fuego del cielo y en castigo se ve encadenado a la roca Kazbeck.
            
Los griegos antiguos simbolizaban el Logos indistintamente en Prometeo y Heracles. El Código de los Nazarenos dice que Bahak-Zivo desertó del cielo de su padre confesando que aunque progenitor de genios no se ve capaz de plasmar criaturas porque no conoce el orco  ni tampoco el “fuego consumidor que no está en la luz”. Entonces Fetahil, una de las potestades, se posa en el “barro” y se maravilla de que así haya cambiado el fuego viviente.
            
Las mitologías antiguas representan castigados severamente por su osadía a los Logos que intentaron dotar al hombre de espíritu inmortal. Los Padres de la Iglesia que, como Orígenes y Clemente de Alejandría, fueron filósofos paganos antes de convertirse al cristianismo, no pudieron por menos de reconocer en los antiguos mitos el fundamento de sus nuevas doctrinas con arreglo a las cuales, el Verbo o Logos se había encarnado para señalar al género humano la senda de la inmortalidad y, deseoso de infundir en el mundo la vida eterna por medio del paráclito fuego, sufrió castigo de muerte como sus predecesores.
            
Los teólogos cristianos esquivan la dificultad dimanante de estas analogías y cohonestan la semejanza de las figuras diciendo que la misericordia divina concedió aun a los mismos paganos el don de profetizar el drama del Calvario. Pero los filósofos redarguyen con inflexible lógica que los Padres de la Iglesia se aprovecharon de ya forjadas alegorías, para revestir de ellas sus nuevas doctrinas, de modo que las multitudes vulgares las hallaran semejantes, por lo menos en apariencia, a las paganas.
            
Los mitos de la caída del hombre y del fuego de Prometeo se refieren también a la rebelión del orgulloso Lucifer precipitado en el insondable orco. En la religión induísta, Mahâsura (el Lucifer indo), envidioso de la refulgente luz del Creador, se sublevó contra Brahmâ al frente de una cohorte de ángeles rebeldes. Pero así como en la mitología griega acude el fiel titán Hércules en defensa de Júpiter y le mantiene en el trono celeste, así en la mitología induísta vence Siva (la tercera persona de la Trimurti) a los rebeldes, y de la mansión celestial los precipita en el Honderah o abismo de eternas tinieblas, donde arrepentidos por fin de su culpa se les abre el camino de perfección.
            
En la fábula griega, el dios solar Hércules desciende al Hades y acaba con los sufrimientos de las almas, como también en el credo cristiano desciende Cristo a los infiernos para librar a las almas que esperaban el advenimiento. Los cabalistas, por su parte, explican más científicamente esta alegoría. El segundo Adán  no era de naturaleza trina, es decir, no estaba formado de cuerpo, alma y espíritu, sino que tan sólo tenía cuerpo astral sublimado y espíritu infundido en él por el Padre. El espíritu pugnaba por librarse de aquella sutil pero aprisionante envoltura, y los esfuerzos que en este sentido hicieron los “hijos de Dios” trazaron el bosquejo de la futura ley cíclica. Según Platón, la fábula refiere que “el Creador no quiso que el hombre fuera semejante a los elohim encargados de plasmar las formas de los animales inferiores”; y así, cuando los hombres de la primera raza llegaron al punto culminante del primer ciclo perdieron el equilibrio, y la densificación de su envoltura astral les hizo descender por el arco opuesto.

LOS  ÁNGELES  REBELDES


            El Código de los Nazarenos da esta misma versión cabalística de los “Hijos de Dios” o “Hijos de la Luz”. Bahak-Zivo, “padre de los genios”, recibe el encargo de “formar criaturas”; pero como “nada sabe del orco”, fracasa en su empeño y solicita la ayuda de Fetahil, espíritu más puro, que todavía fue menos afortunado en la tarea emprendida. Entonces aparece en la escena de la creación el anima mundi  y al ver que por culpa de Fetahil  había menguado dañosamente el esplendor (la luz), despertó a Karabtanos  que estaba frenético y no tenía sentido ni juicio, y le dijo: “Levántate y mira cómo el esplendor (luz) del nuevo hombre (Fetahil) ha fracasado en la formación de hombres. El esplendor ha menguado. Levántate y ven con tu madre  para rebasar los límites que te rodean en mayor amplitud que el mundo entero”. Unida la frenética y ciega materia con el alma astral (no el soplo divino) nacieron “siete figuras”  y al verlas Fetahil extendió la mano hacia el abismo de materia y dijo: “Exista la tierra como existió la mansión de las fuerzas”. Y sumergiendo la mano en el caos lo condensa y crea la tierra.
            
Relata después el Código como Bahak-Zivo quedó separado del alma astral y los ángeles malos de los buenos. Entonces, el gran Mano, que mora con el gran Ferho, llama a Kebar-Zivo  y compadecido de los insensatos genios rebelados por su desmesurada ambición, le dice: “¡Señor de los genios!: mira lo que hacen los ángeles rebeldes y lo que están maquinando. Dicen ellos: “Evoquemos el mundo y pongamos en existencia las fuerzas. Los genios son príncipes, hijos de la luz; pero tú eres el Mensajero de Vida”.
            
Para frustrar la influencia de la progenie del alma astral o siete principios malignos, el potente señor de la Luz (Kebar-Zivo) engendra otras siete figuras  que resplandecen “desde lo alto” en su propia luz y forma y así se restablece el equilibrio entre el bien y el mal, la luz y las tinieblas.
            
Pero estas criaturas carecían del puro y divino soplo  y estaban formadas tan sólo de materia y luz astral. Tales fueron los animales precursores del hombre sobre la tierra. Los espíritus (hijos de la Luz) que se mantuvieron fieles al gran Ferho (causa primera) constituyen la jerarquía celestial de los Adonim y las legiones de hombres espirituales que no encarnaron jamás. Los esíritus rebeldes y sus secuaces, con los descendientes de las siete “necias” figuras engendradas por Karabtanos en su unión con el espíritu astral, constituyeron andando el tiempo los “hombres terrenos”  después de pasar por todas las creaciones de cada elemento. De este punto de la evolución arranca la teoría de Darwin que demuestra cómo las formas superiores proceden de las inferiores. Sin embargo, la antropología no se atreve a seguir el metafísico vuelo de la cábala más allá de nuestro planeta, y muy dudoso es que los antropólogos tengan el valor de buscar en los viejos manuscritos cabalísticos el eslabón perdido.
            
Puesto en movimiento el primer ciclo, su rotación descendente trajo a nuestro planeta de barro una porción infinitesimal de las criaturas vivientes. Llegada al punto inferior del arco cíclico, es decir, al punto inmediatamente precedente a la vida en la tierra, la chispa divina, suspensa todavía en el Adán, pugna por separarse del alma astral porque “el hombre iba cayendo poco a poco en la generación” y la vestidura de carne se densificaba paralelamente a la actividad.
            
Ahora se nos ofrece al estudio un sod  que el rabino Simeón comunicó a muy pocos iniciados, pues sólo se revelaba de siete en siete años en los misterios de Samotracia y sus recuerdos están espontáneamente impresos en las hojas del misterioso Kunbum, el árbol sagrado de la comunidad de lamas adeptos.

LAS  TRES  LUCES


            En el mar sin orillas sin orillas del espacio refulge el invisible y céntrico sol espiritual cuyo cuerpo es el universo en que infunde su alma y su espíritu. Todas las cosas están formadas según este ideal arquetipo. El cuerpo, alma y espíritu del invisible sol manifestado en el universo son las tres emanaciones, las tres vidas, los tres grados del Pleroma agnóstico, los tres rostros cabalísticos. El Anciano de los Días, el Santo de las edades, el supremo En Soph “tiene forma y después no tiene forma”. Así dice el Zohar (Libro del Esplendor): “El Invisible tomó forma al poner el universo en existencia”. El alma del Invisible es la primera luz, el infinito y eterno soplo que mueve el universo e infunde la vida inteligente en toda la creación. La segunda luz condensa la materia cometaria en formas que pueblan el círculo cósmico, ordena los innumerables mundos que flotan en el espacio etéreo en todas las formas e infunde vida no inteligente. La tercera luz produce el universo físico y según se aleja de la divina luz céntrica va palideciendo su brillo hasta convertirse en tinieblas y mal, es decir, en materia densa, a que los herméticos llamaron “purgaciones groseras del fuego celeste”.
            
Al ver el Señor Ferho  los esfuerzos de la chispa divina para recobrar su libertad y no hundirse todavía más en la materia, emanó de Sí mismo una Mónada a la que unida la chispa por sutilísimo hilo debía vigilar durante su continuada peregrinación de forma en forma. Así la mónada quedó infundida en la piedra; y al cabo de tiempo, por la combinada acción del fuego y del agua viviente, que lanzaban a la par su brillante reflejo sobre la piedra, salió la mónada suavemente de su prisión convertida en liquen. A través de sucesivas transformaciones fue ascendiendo la mónada y asimilándose cada vez mayor brillo de la paterna chispa a la que va aproximándose a medida que pasa por las formas. Por este orden quiso proceder la Causa primera, de modo que la mónada vaya ascendiendo lentamente hasta que su forma física  recobre el estado que tuvo en el Adán de barro a semejanza del Adán Kadmon; pero antes de llegar a esta última transformación terrestre, la envoltura externa de la mónada pasa de nuevo en el período embrionario de la gestación por las fases de los diversos reinos de la naturaleza y asume vagas configuraciones de planta, reptil, ave y cuadrúpedo hasta metamorfosearse en feto humano.
            
En el acto del nacimiento queda la mónada inconsciente, es decir, pierde todo recuerdo del pasado hasta que gradualmente recobra la conciencia cuando al instinto de la niñez sucede la razón y el juicio. Luego de separada la vida (alma astral) del cuerpo físico, la libertada mónada se reúne gozosa con su progenitor espíritu, el refulgente augoeides; e identificdos ambos, forman, con gloria proporcionada a la pureza espiritual de su pasada vida terrena, el Adán que ha recorrido por completo ya el “círculo de necesidad” y desechado hasta el último vestigio de su envoltura física. Desde entonces aumenta gradualmente su esplendor a cada paso que da en el brillante sendero cuyo punto terminal coincide con el del que partió para recorrer el ciclo máximo.

DIVINIDADES  BISEXUALES


            Los seis primeros capítulos del Génesis encierran toda la darwiniana teoría de la selección natural. El hombre mencionado en el capítulo primero es radicalmente distinto del Adán del capítulo segundo, porque el hombre fue creado a imagen de Dios, macho y hembra o sea bisexual, mientras que Adán fue formado del barro de la tierra y se convirtió en “ánima viviente”  cuando el Señor le infundió por las ventanillas de la nariz el soplo de vida. Además, este Adán era masculino y no le encontraba Dios digna compañera. Los adonai son puras entidades espirituales y por lo tanto no tienen sexo o, mejor dicho, reúnen en sí los dos sexos como el Creador. Tan acertadamente comprendían los antiguos este concepto, que representaban a la par masculinas y femeninas a muchas divinidades. Quien lea detenidamente el texto del Génesis no tiene más remedio que interpretarlo según hemos expuesto, so pena de ver en ambos pasajes contradicciones absurdas.
            
El texto literal dio motivo a los escépticos para ridiculizar el relato mosaico, y precisamente de la letra muerta dimana el materialismo de nuestra época; pero no sólo alude el Génesis con toda claridad a las dos primeras razas humanas, sino que extiende la alusión a la tercera y cuarta simbolizadas en los “hijos de Dios” y en los gigantes.
            
El autor de la recién publicada obra: Religión natural e investigación acerca de la realidad de la revelación divina, se burla de la unión de los “hijos de Dios” con las “hijas de los hombres” que eran hermosas, según dice no sólo el Génesis sino también el maravilloso Libro de Enoch. Pero es lástima que los doctos librepensadores de nuestra época no empleen su implacable lógica en rectificar sus partidistas y unilaterales opiniones, desentrañando el verdadero espíritu de las antiguas alegorías, mucho más científicas de cuanto pudieran suponer los escépticos. Sin embargo, de año en año vendrán nuevos descubrimientos a corroborar el significado de estas alegorías, hasta que la antigüedad en peso quede vindicada.
            

Del texto hebreo se infiere claramente que hubo una raza de criaturas puramente carnales y otra de seres puramente espirituales. Dejemos a la competencia de los antropólogos la evolución y selección de las especies y limitémonos a repetir, de acuerdo con la filosofía antigua, que de la unión de estas dos razas nació la raza adámica, que  por participar de la naturaleza de sus progenitoras es igualmente apta para vivir en el mundo físico y en el espiritual. Con la naturaleza física está aliada la razón que le da señorío y predominio sobre los demás seres de la tierra, y con la naturaleza espiritual está aliada la conciencia, que le guía entre las falacias de los sentidos para discernir instantáneamente entre lo justo y lo injusto.

            
Este discernimiento es privativo del espíritu absoluto, puro y sabio por naturaleza, como emanación de la pureza y sabiduría divina. Las decisiones de la conciencia no dependen de la razón, pues sólo podrá manifestarse plenamente cuando se haya substraído a la servidumbre de la naturaleza inferior.

            
La razón no es facultad inherente al espíritu, porque tiene por instrumento el cerebro físico y sirve para deducir el consecuente del antecedente y la conclusión de las premisas, de conformidad con las pruebas suministradas por los sentidos. El espíritu sabe de por sí y no necesita argumentar ni discutir, pues como emanación del eterno espíritu de sabiduría, ha de poseer los mismos atributos esenciales que el todo de que procede. Por lo tanto, no discurrían desacertadamente los antiguos teurgos al decir que el elemento espiritual del hombre no se infundía plenamente en su cuerpo, sino que tan sólo cobijaba al alma astral, medianera entre el espíritu y el cuerpo. El hombre que ha subyugado su naturaleza inferior lo bastante para recibir directamente la esplendorosa luz de su augeoeides, conoce por intuición la verdad y no puede errar en sus juicios a pesar de cuantos sofismas arguya la fría razón. Entonces alcanza la ILUMINACIÓN, cuyos efectos son la profecía, clarividencia e inspiración divina.

INTERPRETACIÓN  DEL  GÉNESIS


OPINIÓN  DE  SPINOZA


            
Podría llenarse todo un libro con los nombres de sabios cuyas mal comprendidas obras se diputan por un tejido de absurdos místicos, tan sólo porque los críticos escépticos son incapaces de levantar el velo que encubre su verdadero significado. Esto deriva principalmente de que la mayoría de los lectores tienen la inveterada costumbre de juzgar de una obra por los aparentes conceptos del texto, sin detenerse a penetrar su espíritu. Aun hoy mismo, los filósofos de las distintas escuelas se valen de exposiciones diversamente figuradas y algunas obscuras y metafóricas, no obstante tratar del mismo asunto. A la manera como los rayos emanan todos de un foco central, así también los filósofos místicos, ya píos y devotos como Enrique More, ya irascibles y groseros como su contrincante Eugenio Filaleteo, o bien con apariencias de ateos como Spinoza, todos tienen por único punto de mira y objeto de estudio al HOMBRE.
            
Spinoza es tal vez el filósofo que nos da la más segura clave de este simbolismo, pues mientras Moisés se limita a prohibir al pueblo que esculpa imágenes de aquél cuyo nombre no debe tomarse en vano, Spinoza va más allá y declara terminantemente que nadie es capaz de describir a Dios ni es posible en lenguaje humano dar idea del único Ser. El lector juzgará si en esto estuvo más acertado Spinoza que los teólogos cristianos. Todo cuanto se aparte de la inefabilidad del concepto de Dios dará por resultado que el vulgo antropomorfice a la Divinidad, y así pudo decir Swedenborg que en vez de crear Dios al hombre a su imagen y semejanza, ha creado el hombre a Dios a la suya.
            
¿En qué consiste, pues, el secreto a que tanto aluden los herméticos? Jamás dudarán de este secreto los estudiantes sinceros de ocultismo, pues de seguro que hombres de talento como fueron los herméticos no se hubieran dejado llamar locos ni contagiar con su locura a otros durante miles de años. Siempre se ha sospechado que la “piedra filosofal” encubría secreta significación a un tiempo espiritual y física. El autor de la obra: Observaciones sobre la alquimia y los alquimistas dice muy acertadamente que el arte hermético tiene por sujeto al hombre y por objeto la perfección del hombre; pero no estamos de acuerdo con él cuando dice que aquellos a quienes llama “estúpidos avaros”, no pensaron jamás en conciliar el aspecto moral con el físico, pues prueba de que en efecto consideraron también la cuestión desde el punto de vista físico es que dividieron la trinidad humana en tres elementos: sol, mercurio y azufre o fuego oculto que simbolizan respectivamente el espíritu, el alma y el cuerpo. Espiritualmente es el hombre la piedra filosofal o como dijo Filaleteo: una trinidad, esto es, trino en uno.
            
Pero el hombre físico tiene también por símbolo la piedra filosofal, ya que su causa es el divino espíritu o disolvente universal. El hombre es una correlación de fuerzas físico-químicas, paralela a otra correlación de fuerzas espirituales que reaccionan sobre aquéllas en proporción del desarrollo alcanzado por el hombre terreno. Así dijo un alquimista: “Se perfecciona la obra según la virtud de cuerpo, alma y espíritu, porque el cuerpo no es penetrable sino por el espíritu, ni persistiría el tinte pluscuamperfecto del espíritu si no fuese por el cuerpo, ni tampoco podrían comunicarse espíritu y cuerpo sin la relación del alma, porque el espíritu es invisible y necesita de la vestidura del alma para manifestarse”.
            
Dice Roberto Fludd, jefe de los filósofos del fuego, que la luz engendra simpatía y las tinieblas antipatía. Enseñaban además estos filósofos, de conformidad con otros cabalistas, que “las antinomias de la naturaleza derivan de la esencia o raíz eterna de todas las cosas, con lo cual tendremos que de la causa primera dimanan igualmente el bien y el mal. El Creador (que conviene distinguir del supremo Dios) es el padre de la materia, vehículo del mal, y padre también del espíritu que emanado de la causa primera y agnoscible se difunde a través de Él por todo el universo. A este propósito dice Fludd: “Es indudable que así como en la máquina universal hay infinidad de seres visibles, también hay infinidad de seres invisibles de diversa naturaleza. Según el texto bíblico, Moisés ansiaba conocer el misterioso nombre de Dios, cuando Dios le dijo: “Jehovah es mi sempiterno nombre; pero ni con éste ni con ningún otro nombre es posible articular en lenguaje humano la simple y pura naturaleza de Dios, pues todo nombre está comprendido en Dios porque en Dios hay voluntad e involuntad, negación y afirmación, muerte y vida, maldición y bendición, mal y bien (aunque idealmente nada malo hay en Dios), concordia y discordia, simpatía y antipatía”.

ESPÍRITUS  ELEMENTARIOS

           

Los seres invisibles que los cabalistas llaman espíritus elementarios ocupan el ínfimo peldaño en la escala de la creación. Hay tres clases de espíritus elementarios:

1.ª  Espíritus terrestres que aventajan a las otras dos clases en sutileza e inteligencia. Son las sombras o larvas de cuantos durante la vida terrena repugnaron toda luz espiritual y vivieron y murieron tan profundamente hundidos en el cieno de la materia, que de sus almas pecadoras se fue separando poco a poco el espíritu inmortal.

2.ª  Prototipos de hombres que todavía han de nacer. Ninguna forma, por elevada que sea, puede surgir a la existencia objetiva sin que la preceda la idea abstracta de la misma forma o lo que Aristóteles llama su ideación. Antes de pintar un cuadro es preciso que el pintor lo bosqueje en su mente y antes de construir un reloj es indispensable que ya lo haya construido idealmente el relojero. Así sucede con los hombres.

Según Aristóteles, en los cuerpos físicos concurren tres elementos: ideación, materia y forma. Si aplicamos este principio al caso particular del cuerpo humano, tendremos que la ideación del niño por nacer está en la mente del Creador, pues aunque la ideación no es substancia ni forma ni cualidad ni especie, es algo abstracto que ha de existir en forma objetiva y concreta. En consecuencia, tan pronto como la ideación se enfoca en el éter universal queda plasmada etéreamente la forma. Si la ciencia moderna admite que el pensamiento humano puede actuar en la materia de otros sistemas planetarios al par que en la del nuestro, ¿cómo dudar de la actuación del pensamiento divino en el alma del mundo o éter universal? Por lo tanto, hemos de inferir que la energía de la mente divina plasma las ideaciones, pero no crea la materia en que se plasma, porque esta materia es coeterna con el espíritu y a impulsos de la evolución quedó preparada para formar un cuerpo humano. Las formas son transitorias; las ideas que crean las formas y la materia en que se plasman son permanentes. Los prototipos no provistos todavía de espíritu inmortal pueden considerarse como embriones psíquicos que, cuando les llega la hora, mueren en el mundo invisible y nacen al mundo visible en forma de fetos de término que reciben in transitu aquel divino soplo llamado espíritu que completa al hombre. Esta clase de elementales no pueden comunicarse objetivamente con los hombres.

3.ª  Espíritus elementales que nunca alcanzan el reino humano, sino que ocupan un peldaño especial en la escala de los seres, es decir, que cada especie de esta clase está confinada a su propio elemento sin jamás incurrir en el de las demás especies. Son los espíritus o agentes de la naturaleza, llamados por Tertuliano “príncipes de las potestades aéreas”. Se cree que estos seres no tienen espíritu inmortal ni cuerpos físicos, sino tan sólo formas astrales en cuya etérea materia predomina la del elemento en que residen. Pueden considerarse estos espíritus elementales como la infusión de una inteligencia rudimentaria en un cuerpo sublimado. Algunos de ellos son inmutables, pero ninguno es capaz de actuar individualmente, sino en colectividad. Otros mudan de forma con arreglo a las leyes cuya explicación dan los cabalistas; y por más que aun los de más denso cuerpo escapan a nuestra ordinaria percepción visual, no se substraen a la clarividencia. Todos ellos viven en el éter y pueden, además, manipularlo para efectos físicos con tanta facilidad como nosotros comprimir el aire y el agua por medio de aparatos neumáticos o hidráulicos. 

En estas manipulaciones suelen ayudarles los elementales terrestres. Por otra parte pueden plasmar en el éter cuerpos objetivos para cuyas formas toman por modelo los retratos estampados en la memoria de las personas a que se acercan. No es necesario que el circunstante esté pensando en aquel momento en la persona cuyo retrato copia el elemental, pues lo mismo ocurre aunque su recuerdo se le haya borrado de la memoria, ya que la mente, semejante a placa fotográfica, recibe en pocos segundos de exposición la huella de cuanto se pone a su alcance, aun la fisonomía de las personas que sólo vemos una vez en la vida.

ESPÍRITUS  PLANETARIOS


            
Según Proclo, de conformidad con el principio hermético de tipos y prototipos, que las esferas inferiores están igualmente pobladas por diversas jerarquías de seres subordinados a los de las esferas superiores y, de acuerdo con Aristóteles, sostiene que nada hay vacío en el universo, pues los cuatro elementos están poblados de demonios (espíritus) de naturaleza fluida, etérea y semicorpórea que desempeñan el papel de agentes medianeros entre los dioses y los hombres. Aunque estos seres son inferiores en inteligencia a la sexta jerarquía de espíritus elevados, influyen directamente en los elementos y en la vida orgánica, y presiden el crecimiento, florescencia y variaciones de las plantas, además de personificar las propiedades virtuales infundidas desde el celeste ulê en la materia inorgánica. Pero como quiera que el reino vegetal es de un grado superior al mineral, las emanaciones de los dioses celestes asumen en los vegetales una condición peculiar que constituye el alma de la planta. Esto es lo que Aristóteles llama la forma, que con la ideación y la materia son los tres principios de los cuerpos naturales. Según la filosofía aristotélica, la naturaleza trina de los cuerpos requiere, además de la materia constituyente, otro principio invisible aunque substancial, en la acepción ontológica de la palabra, pero realmente distinto de la materia plasmada. Así tendremos que además de los huesos, músculos, sangre y nervios en los animales y de la celulosa y savia en los vegetales, ha de existir distintamente de la fuerza vital y de la energía química, una forma substantiva que Aristóteles llamaba alma y Proclo el demonio de minerales, plantas y animales, y los filósofos medioevales denominaban espíritus elementarios de los cuatro reinos.
            
Todo esto se diputa en nuestro siglo por grosera superstición metafísica; y sin embargo, si nos atenemos estrictamente a los principios ontológicos echaremos de ver en estas viejas hipótesis visos de probabilidad, con el hilo que nos permita hallar los “eslabones perdidos” que tan perpleja ponen a la ciencia clásica, cuyo dogmatismo tiene por ilusorio cuanto escapa a su inducción. Así dice el profesor Le Conte que algunas eminenciaqs científicas califican de “supersticiosa reminiscencia el concepto de la fuerza vital” (54). De Candolle propuso que se llamase “movimiento vital” a la “fuerza vital”( 55) y con ello predispuso a la ciencia para convertir al hombre inmortal y pensante en autómata movido por un mecanismo de relojería. Sin embargo, a esto arguye Le Conte diciendo: “¿Pero es posible concebir movimiento sin fuerza? Y si el movimiento es peculiar al organismo también debe serlo la modalidad de fuerza”. La cábala judía llama shedim a los espíritus de la naturaleza y los divide en cuatro clases. Los persas les llamaban devas, los griegos demonios, los egipcios afrites y algunas tribus de África yowahoos. Según Kaiser, los antiguos mexicanos creían que los espíritus moraban en numerosas mansiones. Una de ellas para los niños muertos en estado de inocencia, que allí esperaban su definitivo destino; otra situada en el sol para los héroes; y los pecadores empedernidos quedaban condenados a vagar sin esperanza por cavernas hundidas en los confines de la atmósfera terrestre, de donde no les era posible salir y pasaban el tiempo comunicándose con los mortales e infundiendo terror en cuantos acertaban a verlos.

LOS  HORÓSCOPOS


            
En el Panteón indo hay no menos de trescientos treinta millones de linajes de espíritus, incluyendo los elementales a que los brahmanes llaman daityas. Según aseguran los adeptos, estos espíritus elementales van atraídos hacia determinadas regiones celestes por una fuerza análoga a la que dirige la brújula hacia el norte y preside los movimientos de algunas plantas. También dicen que las diversas especies de elementales tienen respectiva preferencia por los hombres, según el temperamento fisiológico de estos, sea bilioso, linfático, nervioso o sanguíneo, por lo que las personas de cada uno de estos temperamentos se verá favorable o desfavorablemente afectada por ciertas condiciones de la luz astral en correspondencia con la relativa posición de los astros. Gracias a este principio fundamental, descubierto al cabo de larguísimos siglos de observaciones, pueden los adeptos astrólogos trazar muy aproximadamente el horóscopo de una persona, con sólo computar la posición de los astros en el instante de su nacimiento. La exactitud del horóscopo dependerá, por consiguiente, no tanto de la erudición del astrólogo como de su conocimiento de las fuerzas ocultas y seres invisibles de la naturaleza.
            
Eliphas Levi expone con muy racional fundamento la ley de las recíprocas influencias de los planetas y sus combinados efectos en los reinos mineral, vegetal, animal y humano. Afirma, además, que la atmósfera astral está en tan incesante movimiento como la aérea, y se muestra conforme con Paracelso en que todo hombre, animal y planta lleva señales externas e internas de las influencias predominantes en el momento de la concepción germinal. También admite con los cabalistas, que nada hay inútil o indiferente en la naturaleza, pues hasta un suceso al parecer tan insignificante como el nacimiento de un niño en nuestro diminuto planeta influye en el universo, al par que recíprocamente el universo influye en él. Dice a este propósito: “Los astros están solidarizados por atracciones que los mantienen en equilibrio y les impelen a moverse regularmente en el espacio. Los rayos de luz se intercambian y entrecruzan de globo a globo, sin que haya en ningún planeta punto alguno que no forme parte de esta sutilísima pero indestructible red. El adepto astrólogo ha de computar exactamente el lugar y hora del nacimiento e inferir luego de las influencias planetarias las facilidades u obstáculos que haya de encontrar el niño en la vida y las congénitas disposiciones para cumplir su destino. Asimismo ha de tener en cuenta la energía individual de la persona cuyo horóscopo se estudia, por cuando indica su potencialidad para vencer las dificultades y dominar las propensiones siniestras, de modo que con ello labre su ventura, o bien sufrir las consecuencias si no tiene energía bastante para mudar su destino”. Considerada esta materia desde el punto de vista de los antiguos, resulta muy distinta del concepto expuesto por Tyndall en el siguiente párrafo de su famoso discurso de Belfast: “El ordenamiento y gobierno de los fenómenos naturales está encomendado a ciertos seres, imperceptibles por los sentidos, que no obstante su poder son criaturas humanas, nacidas acaso del seno de la humanidad con todas las pasiones y concupiscencias propias del hombre.
            
Respecto al humano espíritu, coinciden en conjunto las opiniones de los filósofos antiguos y de los cabalistas medioevales, aunque difieran en los pormenores, y así podemos considerar la doctrina de cada uno de ellos como propia de todos. La discrepancia más notable estriba en cómo se infunde y reside el espíritu inmortal en el cuerpo humano. Los neoplatónicos sostenían que el augoeides no se une jamás hipostáticamente al ser humano, sino que cobija e ilumina con su resplandor al alma astral; pero los cabalistas medioevales afirmaban que el espíritu se separaba del océano de luz para infundirse en el alma astral del hombre, que como una cápsula lo envolvía durante la vida terrena.


CAÍDA  EN  LA  GENERACIÓN




Dimanaba esta discrepancia de que los cabalistas cristianos tomaban al pie de la letra el relato de la caída del hombre. Decían a este propósito: “A consecuencia de la caída de Adán quedó el alma contaminada por el mundo de la materia, personificado en Satán, y era preciso que en las tinieblas eliminase toda impureza antes de comparecer en presencia del Eterno con el divino espíritu aprisionado. El espíritu está en la cárcel del alma como una gota de agua presa en una cápsula de gelatina en el seno del Océano; mientras no se rompa la cápsula permanecerá aislada la gota, pero en cuanto la envoltura se quiebre, se confundirá la gota con la masa total de agua perdiendo su existencia individual. Lo mismo sucede con el espíritu. Mientras está encarcelado en el alma, su medianero plástico, existe individualmente; pero si se desintegra la envoltura a consecuencia de las torturas de una conciencia marchita, de crímenes nefandos o enfermedades morales, el espíritu se restituye a su morada primera. La individualidad se separa”.

            
Por otra parte, los filósofos que interpretaban genésicamente la “caída en la generación” creían que el espíritu era completamente distinto del alma a la que iluminaba con sus rayos. El cuerpo y el alma habían de lograr la inmortalidad ascendiendo hacia la Unidad con la que al fin quedaban identificados y, por decirlo así, absorbidos. La individualización del hombre después de la muerte depende del espíritu y no del alma ni del cuerpo; y aunque en rigor el espíritu no tiene personalidad, es una entidad distinta, inmortal y eterna per se, aun en el caso de los criminales impenitentes de cuyo cuerpo y alma se aparta, dejando que la entidad inferior se desintegre gradualmente en el éter. Entonces el espíritu separado se convierte en ángel; porque los dioses de los paganos o los arcángeles de los cristianos, a pesar de la atrevida afirmación de Swedenborg, son emanaciones directas de la Causa primera y nunca fueron ni serán hombres, por lo menos en nuestro planeta.
            
Esta cuestión ha sido en todo tiempo piedra de escándalo para los metafísicos. En esta misteriosa enseñanza se basa todo el esoterismo de la filosofía budista, que tan pocos comprenden y que tantos científicos eminentes adulteraron. Aun los mismos metafísicos propenden a confundir el efecto con la causa. Un hombre puede haber alcanzado la inmortalidad y continuar siendo eternamente el mismo yo interno que era en la tierra; pero esto no supone que dicho hombre haya de conservar la personalidad que tuvo en la tierra, so pena de perder su individualidad. Por consiguiente, los cuerpos astral y físico del hombre pueden quedar absorbidos en sus respectivos receptáculos cósmicos de materia y cesar de ser residencia del ego si este ego no merecía ascender más allá; pero el divino espíritu continuará siendo entidad inmutable, aunque las experiencias terrestres se desvanezcan por completo en el instante de separarse de su indigno vehículo.
            
Si como enseñaron Orígenes, Sinesio y otros filósofos cristianos, es el espíritu individualmente persistente en la eternidad, por fuerza ha de ser eterno. Por lo tanto, nada importa que el hombre sea bueno o malo en la tierra, porque jamás puede perder su individualidad. Esta doctrina parece de tan perniciosas consecuencias como la de la redención por ajenos merecimientos; pero si el mundo desentrañara su verdadero significado, hubiese contribuido a mejorar a la humanidad apartándola del vicio y del crimen, no por temor a la justicia humana ni a un infierno ridículo, sino por el arraigadísimo e interno anhelo de la vida individual en el más allá, que sólo podemos alcanzar “conquistando a viva fuerza el reino de los cielos”, es decir, que ni por humanas oraciones ni por sacrificio ajeno podemos salvarnos del aniquilamiento de nuestra individualidad, sino tan sólo uniéndonos íntimamente durante la vida terrena con nuestro espíritu o sea con nuestro Dios.

Pitágoras, Platón, Timeo de Locris y los alejandrinos enseñaban que el alma humana deriva del alma del mundo o éter, que pos su naturaleza sutilísima sólo puede percibir la visión interna. Por consiguiente, el alma humana no es la esencia monádica de que como efecto dimana el anima mundi. El espíritu y el alma son preexistentes; pero el primero tiene ab eterno individualidad distinta, y la segunda preexiste como partícula material de un todo inteligente. Ambos dimanaron originariamente del eterno océano de Luz; pero, como dicen los teósofos, hay un espíritu de fuego vivible y otro invisible, que establecen la distinción entre el alma animal y el alma divina. Empédocles creía firmemente que los hombres y animales tienen dos almas, y de la misma opinión era Aristóteles, que las llamaba respectivamente alma animal (.....) y alma racional (.....).

LAS  DOS  ALMAS


            
Según estos filósofos, el alma racional procede de fuera  y la animal de dentro del alma universal. La superior y divina región en que colocaban a la suprema e invisible Divinidad era para ellos un quinto elemento puramente espiritual y divino, mientras que concebían el anima mundi de naturaleza sutil, ígnea y etérea, difundida por todo el universo.
            
Los estoicos, que en la antigüedad constituyeron la escuela materialista, abstraían al Dios invisible y al espíritu humano o alma divina de toda forma corpórea, y en esto se apoyan sus modernos comentadores para suponer que los estoicos negaban la existencia de Dios y del alma.
            
Sin embargo, el mismo Epicuro, que aventajaba en materialismo a los estoicos, pues no creía que los dioses intervinieran para nada en la creación y gobierno del mundo, enseña que el alma es de tenue y delicada esencia, constituida por los más sutiles, suaves y refinados átomos, o sean los átomos etéreos. Arnobio, Tertuliano, Ireneo y Orígenes, no obstante sus creencias cristianas, afirmaban que el alma es material, si bien de sutilísima naturaleza.
            
La doctrina de que el hombre puede perder su alma y por lo tanto la personalidad, está en pugna con las teorías de ininterrumpida progresión que profesan algunos espiritistas, aunque Swedenborg la acepta por completo. Se resisten a comprender la enseñanza cabalística, según la cual sólo cabe lograr en el más allá la vida individual por la observancia de la ley de armonía durante la vida terrena.
            
Pero mientras que los espiritistas y los teólogos cristianos cristianos no conciben la extinción de la personalidad humana por la disociación del espíritu, los discípulos de Swedenborg están conformes con esta doctrina. El reverendo Chauncey Giles, de Nueva York, la ha dilucidado no ha mucho en un discurso, del que extractamos el párrafo siguiente: La muerte del cuerpo es una ordenación divina para facilitar al hombre el logro de sus superiores destinos. Pero hay otra muerte que interrumpe la ordenación divina y destruye los elementos de la naturaleza humana con las posibilidades de su felicidad. Es la muerte espiritual que puede sobrevenir antes de la disolución del cuerpo físico. Cabe que la mente humana se desarrolle en alto grado sin que la acompañe la más leve chispa de amor a Dios ni de inegoísta amor al prójimo. 

El que se deja dominar por el egoísmo y el amor al mundo y sus placeres, sin amar a Dios ni al prójimo, se precipita de la vida en la muerte y desecha de sí los principios superiores de su naturaleza, de modo que aunque físicamente exista, está espiritualmente tan muerto para la vida superior como ha de estarlo su cuerpo para la terrena cuando deje de alentar. Esta muerte espiritual es el resultado de la desobediencia a las leyes de la vida espiritual, que acarrea el correspondiente castigo, ni más ni menos que si se tratara de las leyes de la vida social. Sin embargo, el hombre espiritualmente muerto no deja de tener sus goces ni pierde sus dotes intelectuales ni su poder y actividad. No hay placer animal del que no puedan participar y en su goce estriba para ellos el más elevado ideal de felicidad humana. El incesante afán con que los ricos apetecen las diversiones de la vida mundana, la elegancia en el vestir, los honores y distinciones sociales, trastorna a estas criaturas, que con todas sus gracias y atavíos están muertas a los ojos de Dios, sin más vida que los esqueletos cuya carne se hizo polvo. La poderosa inteligencia no es prueba de vida espiritual. Muchas eminencias científicas son cadáveres animados de donde huyó el espíritu. Por lejos que nos remontemos en la historia de la sociedad mundana, encontraremos siempre y en todas partes hombres espiritualmente muertos”.
            
Enseñaba Pitágoras que el universo es en conjunto un vasto sistema de exactas combinaciones matemáticas y Platón ve en Dios el supremo geómetra. El mundo está regido por la misma ley de equilibrio y armonía que presidió a su formación. La fuerza centrípeta no podría actuar sin la centrífuga en las armoniosas revoluciones de las esferas, pues todas las formas requieren fuerzas duales. Así, para la mejor comprensión del caso de que vamos tratando, podemos considerar el espíritu como la fuerza centrífuga y el alma como la centrípeta en el sistema suprafísico. Cuando actúan armónicamente ambas fuerzas producen el mismo efecto; pero si se perturba el movimiento del alma que centrípetamente tiende al centro que la atrae, o si se la abruma con mayor peso de materia del que puede soportar, quedará rota la armonía del conjunto y, por consiguiente, la vida espiritual cuya continuidad requiere el concurso de ambas fuerzas, que si se perturban dañan a la individualidad humana y si se destruyen la aniquilan.

LOS  “HERMANOS  DE  LA  SOMBRA”


            Los perversos y depravados que durante la vida interceptaron con su grosera materialidad el rayo del divino espíritu y estorbaron su íntima unión con el alma, se encuentran al morir magnéticamente retenidos en la densa niebla de la atmósfera material, hasta que, recobrada la conciencia, se ve el alma en aquel lugar que llamaron Hades los antiguos. La aniquilación de estas entidades desprovistas de espíritus no es nunca instantánea, sino que a veces tarda siglos, pues la naturaleza nunca procede a saltos ni por bruscas transiciones, y los elementos constituyentes del alma requieren más o menos tiempo para desintegrarse. Entonces se cumple la temerosa ley de compensación a que llaman yin-yan los budistas. Estas entidades son los elementarios terrestres, que los orientales designan con el alegórico nombre de “hermanos de la sombra”. Su índole es astuta, ruin y vengativa, hasta el punto de que no desperdician ocasión para mortificar a la humanidad en desquite de sus sufrimientos, y antes de aniquilarse se convierten en vampiros, larvas y simuladores  que desempeñan los principales papeles en el gran teatro de las materializaciones espiritistas, con ayuda de los elementales genuinos, quienes se complacen en prestársela.
            
El eminente cabalista alemán Enrique Kunrath representa, en una lámina de su hoy rarísima obra Amphitheatri Sapienoe AEternae, las cuatro variedades de “espíritus terrestres”. El hombre está en riesgo de perder su espíritu y convertirse en una de estas entidades elementarias hasta que cruza el dintel del santuario de la iniciación y levanta el VELO DE ISIS. Entonces ya no ha de sentir temor.
            
Aristóteles atribuía a la mente humana naturaleza material, anticipándose con ello a los fisiólogos modernos; y aunque ridiculizaba a los hilozoicos, admitía la distinción entre alma y espíritu; pero discrepaba de Estrabón en no creer, como cree éste, que toda partícula de materia tiene en sí misma la suficiente energía vital para desenvolver gradativamente un mundo tan multiforme como el nuestro.
            
La sublime moral que campea en la Ética Nicomaqueana de Aristóteles está entresacada de los Fragmentos Éticos de Pitágoras, según se infiere de la lectura de ambos textos, aunque el filósofo de Estagira no “jurase por el fundador de la tetractys”. Después de todo, ¿qué sabemos en verdad de Aristóteles? Su filosofía es tan abstrusa, que continuamente ha de ir llenando la imaginación del lector las lagunas que interrumpen la ilación de sus deducciones. Además, nos consta que las obras de este filósofo no han llegado íntegras a manos de los eruditos que hoy se deleitan en los al parecer ateísticos argumentos en pro de la teoría del destino expuesta por el autor. Los manuscritos de Aristóteles quedaron en poder de Teofrasto, de quien los heredó Neleo, cuyos sucesores los tuvieron olvidados en unos sótanos  durante siglo y medio hasta que los copió Apellicón de Theos, sin reparo en completar a su arbitrio los párrafos medio borrados por el tiempo e interpolar otros que no estaban en el original. Los eruditos nonocentistas podrían observar hechos y fenómenos, tan cuidadosamente como Aristóteles, cuyo ejemplo anhelan seguir, en vez de ponderar su método inductivo y sus teorías materialistas frente a la filosofía platónica y de negar hechos que por completo desconocen.

EVOCACIÓN  DE  LAS  ALMAS


            
Lo que en anteriores capítulos dijimos acerca de los médiums y de la mediumnidad, no se funda en conjeturas, llevadas a cabo durante los últimos veinticinco años en la India, Tibet, Borneo, Siam, Egipto, Asia Menor y ambas Américas, donde vimos variadísimos aspectos de los fenómenos mediumnímicos y mágicos. La experiencia nos ha convencido profundamente en diversas lecciones de dos importantísimas verdades: 

1ª, que el ejercicio de los poderes mágicos requiere indispensablemente pureza personal y voluntad recia; 

2ª, que los espiritistas jamás podrán estar seguros de la autenticidad de los fenómenos mediumnímicos, a no ser que se produzcan en pleno día y en tan rigurosas condiciones de comprobación que no consientan la más mínima tentativa de fraude.
            
A mayor abundamiento, añadiremos que, si bien por regla general las manifestaciones mediumnímicas de orden físico son obra de los espíritus de la naturaleza, sin otra finalidad que satisfacer su capricho, hay casos en que espíritus desencarnados de bondadosa índole se manifiestan, aunque nunca se materializan personalmente, cuando un motivo excepcionalmente poderoso, como por ejemplo, el anhelo de un corazón puro o el remedio de una necesidad urgentísima, les impele a dejar su radiante mansión para volver a la pesadísima atmósfera de la tierra.
            
Los magos y los teurgos se oponían resueltamente a la evocación de las almas. A este propósito dice Psello: “No evoques las almas, no sea que al mancharse retengan algo, ni tampoco poséis en ellas los ojos antes de iniciaros, pues con repetidos halagos seducen a los profanos”.
            
Por su parte corrobora Jámblico esta opinión diciendo que “es sumamente difícil distinguir los demonios buenos de los malos”. Por otra parte, si un espíritu desencarnado penetra en la para él sofocante atmósfera terrestre, corre el riesgo de que “al salir retenga algo de ella”, es decir, que se mancille su pureza y le sobrevengan más o menos graves sufrimientos. Así, pues, el verdadero teurgo se guardará muy mucho de exponer a los espíritus desencarnados a nuevos sufrimientos, como no lo requieran en absoluto los intereses de la humanidad. Tan sólo los nigrománticos evocan a las impuras almas de cuantos, por haber llevado en la tierra una vida perversa, están prontos a ayudarles en sus egoístas propósitos.
            
Para ahuyentar a los espíritus malignos se valían los teurgos de ciertas substancias químico-minerales, entre las que sobresalía por su eficacia la piedra llamada mnizurin (...). dice un oráculo zoroastriano: “Cuando se te acerque algún espíritu terrestre, levanta el grito y sacrifica la piedra mnizurin”.
           
CARTA  CURIOSA

Pero descendamos de las poéticas altezas de la magia teúrgica a la prosaica e inconsciente magia de nuestros días y oigamos a los modernos cabalistas. De una carta anónima inserta en un periódico parisiense, entresacamos el siguiente pasaje:


Crea usted que no hay espíritus ni duendes ni ángeles ni demonios encerrados en la mesa: pero unos y otros pueden estar allí por efecto de nuestra voluntad o de nuestra imaginación... Este mensambulismo  es fenómeno antiguo, que aunque mal comprendido por los modernos, no tiene nada de sobrenatural y cae bajo el doble dominio de la física y la psicología. Pero desgraciadamente no era posible comprenderlo mientras no se descubriesen la electricidad y la heliografía, pues para explicar un fenómeno de orden espiritual hemos de apoyarnos en otro análogo de orden físico. Como todos sabemos perfectamente, la placa fotográfica no sólo es sensible a los objetos, sino también a sus imágenes. Ahora bien: el fenómeno en cuestión, que pudiéramos llamar fotografía mental, reproduce, además realidades, los sueños de la imaginación, con tal fidelidad, que solemos confundir la copia de un objeto real con el negativo obtenido de una imagen...

Lo mismo puede magnetizarse una mesa que a una persona, pues consiste en saturar un cuerpo extraño de electricidad vital e inteligente, o del pensamiento del magnetizador y de los circunstantes.
A este respecto nada puede dar más exacta idea que la comparación con una máquina eléctrica que acumula el fluido en el colector para transmutarlo en fueza ciega. La electricidad acumulada en un cuerpo aislado adquiere una potencia de reacción igual a la acción para emitir sus vibraciones en efectos visibles de la electricidad inconsciente, mediante un acumulador también inconsciente que, en el caso de que vamos tratando, es la mesa giratoria. Pero no cabe duda de que el cerebro humano es una pila productora de electricidad anímica, o sea el éter espiritual que es el medio ambiente del universo metafísico o, por mejor decir, del universo incorpóreo; y, por lo tanto, forzosamente ha de estudiar la ciencia esta modalidad eléctrica antes de admitirla y comprender el capital fenómeno de la vida.

Parece que la electricidad cerebral requiere para manifestarse el concurso de la ordinaria electricidad estática, de modo que cuando hay escasa electricidad atmosférica o el ambiente está muy húmedo, apenas puede obtenerse nada de las mesas ni de los médiums.
No hay necesidad de que el pensamiento se fije con mucha precisión en el cerebro de los circunstantes, pues la mesa lo revela y expresa exactamente por sí misma, unas veces en prosa y otras en verso, después de borrar, corregir y enmendar el escrito lo mismo que hacemos nosotros. Si entre los circunstantes reina cordialidad y simpatía, la mesa toma parte en sus juegos y regocijos, cual lo hiciera una persona de carne y hueso; pero en cuanto a las cosas del mundo exterior, se limita a meras conjeturas, lo mismo que nosotros, e inventa, discute y defiende sus teorías filosóficas como el más consumado retórico. En una palabra, adquiere conciencia y raciocinio con los elementos que de entre los circunstantes se asimila...

Los norteamericanos creen que los espíritus de los muertos producen estos fenómenos; pero otros opinan más razonablemente que son obras de espíritus no humanos, y algunos los atribuyen a los ángeles, sin faltar quienes los achaquen al diablo que remeda las opiniones e ideas de los circunstantes, como les sucedía a los iniciados de los templos de Serapis, Delfos y otros, cuyos sacerdotes, a un tiempo médicos y teurgos, nunca quedaban defraudados en sus esperanzas cuando de antemano estaban convencidos de que iban a ponerse en comunicación con sus dioses.

Pero conozco demasiado bien el fenómeno para no estar seguro de que, después de saturada la mesa de efluvios magnéticos, adquiere inteligencia humana y libre albedrío, hasta el punto de conversar y discutir con los circunstantes mucho más lúcidamente que cualquiera de ellos, pues siempre es el todo mayor que la parte y la resultante mayor que cada una de las componentes... No debemos acusar a Herodoto de embustería cuando relata hechos ocurridos en circunstancias extraordinarias, pues son tan ciertos y exactos como cuantos refieren los demás autores de la antigüedad pagana.

Sin embargo, este fenómeno es tan antiguo como el mundo... Los sacerdotes de India y China lo conocieron antes que los egipcios y griegos, y aun hoy en día lo practican algunos pueblos salvajes, entre ellos los esquimales. Es el fenómeno de la fe, única determinante de todo prodigio, que “os será concedido en proporción de vuestra fe”. Quien así habló era, en efecto, la encarnada palabra de Verdad que ni se engañaba ni podía engañar a los demás y exponía un axioma que nosotros repetimos ahora sin muchas esperanzas de aceptación.

El hombre es un microcosmos o mundo diminuto que lleva en sí un estado caótico, una partícular del Todo universal. La tarea de los semidioses consiste en ir sistematizando su partícula por medio de un continuo esfuerzo mental y físico. Han de producir sin cesar nuevos resultados, nuevos efectos morales para completar la obra de la creación, creando a su vez con los informes y caóticos elementos suministrados por el Creador a Su propia imagen. Cuando el todo se perfeccione hasta el punto de parecerse a Dios y se sobreviva a sí mismo, entonces quedará completada la obra de la creación. Pero todavía estamos muy lejos de este momento final, porque puede decirse que en nuestro mundo está todo por hacer: instituciones, instrumentos y resultados. Mens non solum agitat sed creat molem.

Vivimos en este mundo en un ambiente mental que mantiene necesaria y perpetua solidaridad entre todos los hombres y todas las cosas. Cada cerebro es un ganglio, una estación del universal telégrafo neurológico, relacionada con las demás estaciones y con la central por medio de las ondas del pensamiento. El sol espiritual ilumina las almas, así como el sol físico ilumina los cuerpos, porque el universo es dual y obedece a la ley de los pares. El telegrafista torpe no interpreta bien los telegramas divinos y los transmite errónea y ridículamente. Así pues, la verdadera ciencia es el único medio a propósito para extirpar las supersticiones y desatinos divulgados por los ignorantes intérpretes de las enseñanzas en todos los pueblos de la tierra. Estos ciegos intérpretes del Verbo, de la PALABRA, han exigido siempre de sus discípulos juramento in verba magistri sin el más leve examen.

No desearíamos otra cosa si fuesen fidelísimo eco de las voces internas que sólo engañan a quienes están poseídos del falaz espíritu. Pero dicen: “nuestro deber es interpretar los oráculos, pues nadie más que nosotros recibió del cielo esta misión. Spiritus flat ubi vult y no sopla más que hacia nosotros”. Sin embargo, el espíritu sopla en todas direcciones y los rayos del sol espiritual iluminan todas las conciencias. Cuando todos los cuerpos y todas las mentes reflejen por igual esta doble luz, el mundo verá mucho más claro.

El autor de esta carta demuestra conocer a fondo la índole versátil de las entidades actuantes en las sesiones espiritistas, que sin duda alguna son del mismo linaje de las descritas por los autores antiguos, como los hombres de hoy son de la misma raza que los coetáneos de Moisés. 
En circunstancias armónicas, las manifestaciones subjetivas proceden de los seres llamados en la antigüedad “demonios buenos”. Algunas veces las producen los espíritus planetarios (que no pertenecen a la raza humana), otras los espíritus de los difuntos o bien elementales de toda categoría; pero por lo general son los elementarios terrestres o entidades anímicas de hombres perversos ya desencarnados.

ESPÍRITUS DE LA NATURALEZA


No olvidemos lo dicho acerca de los fenómenos mediumnímicos subjetivos y objetivos ni perdamos jamás de vista esta distinción. En ambos linajes de fenómenos los hay buenos y malos. Un médium impuro atraerá las influencias viciosas, depravadas y malignas tan inevitablemente como el puro atraiga las virtuosas y benéficas. Aunque los espiritistas no crean en ellos, es indudable la existencia de los espíritus de la naturaleza, pues si en tiempo de los rosacruces hubo gnomos, sílfides, salamandras y ondinas, también debe haberlos en nuestros días. El morador en el umbral, de Bulwer Lytton, es un concepto modernamente derivado del sulanuth de los hebreos y egipcios a que alude el Libro de Jasher.

Los cristianos llaman “diablos”, “engendros de Satanás” y otros nombres por el estilo a los espíritus elementales que no son nada de esto, sino entidades de materia etérea, irresponsables y ni buenas ni malas a no ser que reciban la influencia de otra entidad superior. Extraño es que los devotos llamen diablos a los esíritus de la naturaleza, cuando uno de los más ilustres Padres de la Iglesia, San Clemente de Alejandría, neoplatónico y tal vez teurgo, afirma apoyado en fidedignas autoridades, que es un absurdo llamar diablos a estos espíritus  pues no pasan de ser ángeles inferiores o “potestades que moran en los elementos, mueven los vientos y distribuyen las lluvias como agentes de Dios a quien están sujetos”.

De la misma opinión era Orígenes, que había militado en la escuela neoplatónica antes de convertirse al cristianismo, y Porfirio describió estos espíritus más minuciosamente que ningún otro autor.
Cuando se estudie más a fondo la naturaleza de las entidades manifestadas fenoménicamente, que los científicos identifican con la “fuerza psíquica” y los espiritistas con los espíritus de los difuntos, entonces recurrirán unos y otros a los filósofos antiguos para saber a qué atenerse en este punto.

La prensa espiritista ha relatado casos de aparición de formas espectrales de perros y otros animales domésticos; pero aunque en nuestra opinión dichas apariciones no sean otra cosa que jugarretas de los espíritus elementales, admitiendo el testimonio espiritista de que se aparezcan los “espíritus” de animales, tendríamos por ejemplo, que un orangután desencarnado, una vez franqueada la puerta de comunicación entre el mundo terrestre y el astral, podría producir sin dificultad fenómenos físicos análogos a los que produjeron las entidades humanas, con la posibilidad de que aventajaran en perfección y originalidad a muchos de los que se ven en las sesiones espiritistas.

El orangután de Borneo tiene el cerebro menos voluminoso que el tipo ínfimo de los salvajes; pero, no obstante, poco le falta para igualar a estos en inteligencia; y según afirman Wallace y otros eminentes naturalistas, está dotado de tan maravillosa perspicacia, que únicamente se echa en él de menos la palabra para entrar en la ínfima categoría de la especie humana. Estos orangutanes apostan centinelas alrededor de sus campametnos, edifican chozas para guarecerse, preven y evitan los peligros, eligen caudillos y en el ejercicio de sus facultades demuestran que bien pueden parigualarse con los australianos de cabeza achatada, pues como dice Wallace, “las necesidades de los salvajes y su potencia mental apenas superan a las de los orangutanes”.

SUPERVIVENCIA DE LOS ANIMALES

Ahora bien; es opinión común que en el otro mundo no puede haber orangutanes porque no tienen alma; pero si algunos orangutanes igualan en inteligencia a muchos hombres, ¿por qué han de tener estos y aquéllos no, espíritu inmortal? Los materialistas dirán que ni unos ni otros lo tienen, sino que toda vida acaba con la muerte; pero los espiritualistas han estado siempre conformes en afirmar que el hombre ocupa en la escala de los seres el peldaño inmediatamente superior al del animal, y que desde el más rudo salvaje al más profundo filósofo posee algo de que el animal carece. Según hemos visto, enseñaron los antiguos que el hombre consta trínicamente de cuerpo, alma y espíritu, mientras que el animal está dualmente constituido de cuerpo y alma; los fisiólogos no descubren diferencia alguna de constitución entre el cuerpo del hombre y el del bruto, y los cabalistas convienen con ellos al decir que el cuerpo astral (el principio vital de los fisiólogos), es esencialmente idéntico en el hombre y en los animales. El hombre físico no es ni más ni menos que la culminación de la vida animal; y si, como también afirman los materialistas, es materia el pensamiento que en opinión de los audaces autores de El Universo Invisible “afecta a la materia de otros universos simultáneamente a la del nuestro” y no hay sensación placentera o dolorosa ni deseo emocional que no ponga en vibración el éter, ¿por qué las groseras vibraciones mentales del animal no se han de transmitir al éter y asegurar la continuación de la vida después de la muerte del cuerpo?

Sostienen los cabalistas que no es lógico creer por una parte en la supervivencia del cuerpo astral del hombre y por otra en la desintegración inmediata del de los animales. Después de la muerte del cuerpo físico sobrevive como entidad el cuerpo astral llamado por Platón  alma mortal, porque según la filosofía hermética renueva sus partículas constituyentes en cada una de las etapas que recorre el hombre para alcanzar más elevada esfera. Pone Platón en boca de Sócrates, en su coloquio con Callicles, que “el alma mortal retiene todas las características del cuerpo físico luego de muerto éste, con tal exactitud, que si un hombre sufrió en vida la pena de azotes tendrá el cuerpo astral con las mismas equimosis y cicatrices”. 

El cuerpo astral es calcada reproducción del físico bajo todos sus aspectos, por lo que sería absurdo y blasfemo creer que recibe premio o castigo el espíritu inmortal, la llama encendida en la inagotable céntrica fuente de luz e idéntica a esta luz en atributos y naturaleza. El espíritu inmortaliza la entidad astral según las disposiciones en que ésta le reciba. Mientras el hombre dual, cuerpo y alma, observen la ley de continuidad espiritual y permanezca en ellos la chispa divina, por débilmente que resplandezca, estará el hombre en camino hacia la inmortalidad de la futura vida; pero si se apegan a la existencia puramente material y refractan el divino rayo emanante del espíritu desde los comienzos de su peregrinación y desoyen las inspiraciones de la avizora conciencia donde se enfoca la luz espiritual, no tendrán más remedio que someterse a las leyes de la materia.

Ciertamente que la materia es tan eterna e indestructible como el mismo espíritu, pero solamente en esencia, no en sus formas. El cuerpo carnal de un hombre groseramente materialista queda abandonado por el espíritu aun antes de la muerte física, y al sobrevenir ésta, el cuerpo astral moldea su plástica materia, con arreglo a las leyes físicas, en el molde que se ha ido elaborando poco a poco durnte la vida terrena. Como dice Platón, “asume entonces la formadel animal con quien más le asemejó su mala conducta”. Dice además, que, “según antigua creencia, las almas van al Hades al salir de la tierra y vuelven de allí otra vez para ser engendradas de los muertos... . Pero quienes vivieron santamente llegan a la pura mansión superior y habitan en las más elevadas regiones de la tierra”. También dice Platón en el Fedro que al término de su primera vida  van algunos hombres a los lugares de castigo situados debajo de la tierra.

LA  CHISPA  ARGENTINA

De todos los modernos tratadistas acerca de las aparentes incongruencias del Nuevo Testamento, tan sólo los autores de El Universo invisible han percibido un vislumbre de la cabalística verdad encubierta en la palabra gehenna  con la cual significaban los ocultistas la octava esfera, o sea un planeta como la tierra y relacionado con ella de modo que le sigue en la penumbra. Es una especie de caverna sepulcral, un “sitio en donde se consume todo desperdicio e inmundicia” y se regeneran las escorias y residuos de materia cósmica procedente de la tierra.

Enseña la doctrina secreta que si el hombre logra la inmortalidad continuará siendo trino como era en vida y trino será en todas las esferas, porque el cuerpo astral que durante la vida física está envuelto por el físico, se convierte después de la muerte carnal en envoltura de otro cuerpo más etéreo, que empieza a desarrollarse en el momento de la muerte terrena y culmina su desarrollo cuando a su vez muere y se desintegra el cuerpo astral. eSte proceso se repite en cada nuevo tránsito de esfera; pero el espíritu inmortal, la “argentina chispa” que el doctor Jenwich halla en el cerebro de Margrave  y no en el de los animales, es inmutable y jamás se altera “aunque se desmorone su tabernáculo”. Muchos clarividentes, fidedignos por lo lúcidos, corroboran las descripciones que Porfirio, Jámblico y otros autores hacen de los espíritus de los animales. Algunas veces los espectros animales se densifican hasta el punto de hacerse visibles a los circunstantes de una sesión espiritista. El coronel Olcott  relata el caso del densificado espectro de una ardilla que acompañó a una forma de mujer a la vista de los espectadores, desapareciendo y reapareciendo varias veces hasta entrar con la forma mujeril en el gabinete.

Pero prosigamos la argumentación. Si después de la muerte del cuerpo persiste la vida, ha de obedecer necesariamente esta vida a la ley de evolución, que desde la cúspide de la materia eleva al hombre a superior esfera de existencia. Pero ¿cómo es posible que esta ley de elevación sólo rija para el hombre y no para los demás seres de la naturaleza? ¿Por qué habían de quedar eliminados de ella animales y plantas, puesto que en las formas de unos y otras alienta el principio vital hasta que, como a la forma humana, las destruye la muerte? ¿Por qué el cuerpo astral de los animales no habría de sutilizarse en las otras esferas lo mismo que el del hombre? También los animales proceden evolutivamente de la materia cósmica y ninguna diferencia encuentran los naturalistas entre los principios orgánicos de los reinos animal, vegetal y mineral a los que el profesor Le Conte añade el reino elemental.


La materia evoluciona continuamente de cada uno de estos reinos al inmediato superior y, de conformidad con Le Conte, no hay en la naturaleza fuerza capaz de transportar la materia del reino elemental al vegetal o del mineral al animal sin pasar por los intermedios.
Ahora bien; nadie se atreverá a suponer que de entre las moléculas primariamente homogéneas, animadas por la energía evolutiva, tan sólo unas cuantas alcancen en su progresivo desenvolvimiento los confines superiores del reino animal, donde culmina el hombre, y las demás moléculas, dotadas de la misma energía, no pasen más allá del reino vegetal. ¿Por qué razón no han de estar todas estas moléculas sujetas a la misma ley de modo que el mineral evolucione en vegetal, el vegetal en animal y el animal en hombre, ya que no en este nuestro planeta en alguno de los innumerables astros del espacio? No hubiera en el universo la armonía que descubre la matemática astronómica, si la evolución se contrajera al hombre sin extenderse a los reinos inferiores. La psicometría corrobora las deducciones de la lógica y tal vez llegue tiempo en que los científicos honren la memoria de Buchanan, el moderno expositor de aquella ciencia. Un troz de mineral, un fósil vegetal o animal, representan viva y exactamente sus condiciones pasadas a la vista de un psicómetra, como un hueso humano le sugiere determinadas peculiaridades del individuo al que perteneciera; y por lo tanto, es lógico inferir de todo esto que la naturaleza entera está animada del mismo espíritu que sutilmente anima así la materia orgánica como la inorgánica.

ARMONÍA  Y  JUSTICIA

Antropólogos, fisiólogos y psicólogos se ven perplejos ante las causas primarias y finales sin comprender la analogía de las diversas formas materiales en contraste con los abismos de diferencia que advierten en el espíritu. Sin embargo, esta perplejidad proviene de que sus investigaciones se contraen a nuestro globo visible y no se atreven o no pueden ir más allá. Cabe en lo posible que la mónada universal, vegetal o animal, empiece a tomar forma en la tierra y haya de llegar al término de su evolución al cabo de millones de siglos en otros planetas conocidos y visibles, o desconocidos e invisibles para los astrónomos. La misma tierra, según antes dijimos, después de su muerte cósmica y desintegración física se convertirá en eterificado planeta astral. La armonía es ley fundamental de la naturaleza. Como es arriba, así es abajo.

Pero la armonía en el universo material es justicia en el mundo espiritual. La justicia engendra armonía y la injusticia discordia, que en el orden cósmico equivale a caos y aniquilación.
Si el hombre tiene espíritu ya evolucionado, l mismo espíritu debe alentar, por lo menos potencialmente, en los demás seres, con promesa de ir tambiénevolucionando con el tiempo, pues fuera inconcebible injusticia que el depravado criminal pudiera redimirse por el arrepentimiento y gozar de felicidad eterna, mientras que el inocente caballo hubiese de sufrir y trabajar a latigazos para que la muerte aniquile su ser. Semejante absurdo sólo cabe entre quienes creen que el hombre es el absoluto soberano del universo, y para quien fueron creadas todas las cosas, no obstante haber sido necesario que en satisfacción de sus culpas muriese nada menos que el mismo Dios y creador del universo, cuya cólera no se hubiera aplacado con ningún otro sacrificio.
            
Si, por ejemplo, un filósofo ha tenido que pasar por sucesivas etapas de civilización para llegar a serlo, y el salvaje es en cuanto a organización cerebral no muy inferior al filósofo ni tampoco muy superior al orangután, no será despropósito inferir que el salvaje en este planeta y el orangután en otro, poblado por seres también semejantes a cualquier otra imagen de Dios, hallarán su respectiva oportunidad de llegar a las altezas de la filosofía.

Al tratar del porvenir de la psicometría dice Denton: “La astronomía no desdeñará el concurso de este poder, pues así como a medida que nos remontamos a los primitivos períodos geológicos, descubrimos diversas formas orgánicas, así también cuando la penetrante mirada del psicómetra explore los cielos de aquellas remotas edades, descubrirá que hubo constelaciones ya extinguidas. 
El exacto y minucioso mapa del firmamento en el período silúrico nos revelaría muchos arcanos imposibles hoy de escudriñar. Hay fundados motivos para creer que no han de faltar psicómetras lo bastante hábiles para leer la historia cósmica, y tal vez la humana, de los cuerpos celestes.
Cuenta Herodoto que en la octava torre de Belo, en Babilonia, residencia de los sacerdotes astrólogos, había un santuario donde las profetisas quedaban en trance para recibir las comunicaciones del dios. Junto al lecho de las profetisas paraba una mesa de oro y sobre ella varias piedras que, según refiere Maneto, eran aerolitos cuyo contacto despertaba la visión profética. Lo mismo sucedía en Tebas y Patara.

Esto parece indicar que los antiguos conocían y practicaban extensamente la psicometría hasta el punto de que los profundos conocimientos astronómicos que reconoce Draper en los sacerdotes caldeos, antes dimanaban de la psicometrización de los aerolitos que de directas observaciones con instrumentos a propósito. Estrabón, Plinio y Helancio aluden al poder electromagnético del betylo o piedra meteórica que desde la más remota antigüedad tuvieron en suma veneración los egipcios y samotracios, quienes creían que los aerolitos tenían alma caída con ellos del cielo. En Grecia, los sacerdotes de la diosa Cibeles llevaban siempre consigo un pedazo de aerolito.
Es verdaderamente curiosa la coincidencia entre las prácticas de los sacerdotes de Belo y los experimentos del profesor Denton. Observa muy acertadamente Buchanan que la psicometría facilitará el esclarecimiento de los crímenes misteriosos, pues ningún acto criminal, por oculto que esté, puede escapar a la investigación del psicómetra cuyas facultades hayan sido debidamente educidas.

ESPÍRITUS  MALIGNOS

A propósito de los espíritus elementarios, dice Porfirio: “Estos seres invisibles han recibido de los hombres adoración de dioses, y la creencia vulgar los tiene por capaces de transmutarse en entidades maléficas cuyas iras descargan sobre cuantos no los adoran”.

Por su parte Homero describe como sigue a los espíritus elementarios: “Nuestros dioses se nos aparecen cuando les ofrecemos sacrificios y se sientan a la mesa con nosotros para tomar parte en nuestros festines. Si encuentran algún fenicio que viaje solo, le sirven de guía y de una u otra manera manifiestan su presencia. Puede afirmarse que nuestra piedad nos aproxima tanto a ellos como el crimen y la efusión de sangre unieron a los cíclopes con la feroz raza de los gigantes.
Esto demuestra que los dioses a que alude Homero eran entidades amables y benéficas, ya fuesen espíritus desencarnados o espíritus elementarios, pero en modo alguno diablos.
Porfirio, discípulo personal de Plotino, es todavía más explícito al tratar de la naturaleza de los espíritus elementarios y dice a este propósito: “Los demonios son invisibles pero saben revestirse de variadísimas formas y figuras, a causa de que su índole tiene mucho de corpórea. Moran cerca de la tierra, y cuando logran burlar la vigilancia de los demonios buenos, no hay maldad que no se atrevan a perpetrar, ya por fuerza, ya por astucia... Es para ellos juego de niños excitar en nosotros las malas pasiones, imbuir en las gentes doctrinas perturbadoras y promover guerras, sediciones y revueltas de que solemos culpar a los dioses... Pasan el tiempo engañando a los mortales y burlándose de ellos con toda suerte de ilusorios prodigios, pues su mayor ambición es que se les tenga por dioses o por espíritus desencarnados.

Jámblico, el insigne teurgo de la escuela neoplatónica, trata también de esta materia diciendo: “Los buenos demonios se nos aparecen en realidad, al paso que los malos sólo pueden manifestarse en quiméricas y fantásticas formas... Los buenos demonios no temen la luz mientras que los malos necesitan tinieblas... Las sensaciones que despiertan en nosotros nos hacen creer en la realidad de cosas verdaderamente ilusorias. Aun los más expertos teurgos se exponen a error en su trato con los elementarios, y así nos lo demuestra el mismo Jámblico cuando dice:”Los dioses, los ángeles, los demonios y las almas de los muertos quedan obligados por medio de la evocación y las oraciones; pero es preciso tener mucho cuidado con no equivocarse en las prácticas teúrgicas, pues pudiera suceder que os figuraseis comunicar con divinidades benéficas que responden a vuestra fervorosa plegaria y ser, por el contrario, malignos demonios con apariencia de buenos. Porque los elementarios asumen frecuentemente semejanza de dioses y fingen categoría muy superior a la que realmente les corresponde. Sus mismas fanfarronadas los delatan”.


NUEVOS  DESCUBRIMIENTOS

Veinte años atrás, el barón Du Potet desahogó su indignación contra los científicos que achacaban a superchería los fenómenos psíquicos, diciendo: “Sobradas razones tengo para asegurar que estoy en camino del país de las maravillas y pronto pasmaré a las gentes de modo que se muevan a risa los más encopetados científicos, porque tengo el convencimiento de que externamente a nosotros hay agentes de incalculable potencia que pueden infundirse en nosotros y disponer de nuestro cuerpo a su antojo. Así lo creyeron nuestros antepasados y todas las religiones admiten la existencia de seres espirituales... Al recordar los innumerables fenómenos que he producido a la vista de miles de personas y al ver la estúpida indiferencia de la ciencia oficial ante un descubrimiento que eleva la mente a regiones desconocidas, no sé si hubiera sido mejor para mí participar de la común ignorancia, pues ya me siento viejo, precisamente en la época en que debí haber nacido. Se me ha calumniado impunemente, porque unas veces hablaba la ignorancia presumida, a que respondía con el silencio, y otras fluctué entre si contestar o no a las bravatas de gentes vulgares. ¿Es ello desidia o indiferencia? ¿Tiene el temor fuerza bastante para amedrentar mi espíritu? Nada de esto mella mi ánimo, sino que reconozco la necesidad de probar mis afirmaciones y aquí me detengo porque, si tal hiciera, sacaría del recinto del templo la sagrada inscripción que ningún profano debe leer. ¿Dudáis de la hechicería y de la magia? ¡Oh verdad! Eres abrumadora carga”.

Con mojigatería que en vano buscáramos fuera de la iglesia a que sirve, cita Des Mousseaux el pasaje transcrito en prueba, según él, de que tanto Du Potet como cuantos comparten sus creencias están influidos por el espíritu maligno.

El engreimiento es el más grande obstáculo con que tropiezan los espiritistas modernos para estudiar y aprender, pues treinta años de experiencias fenoménicas le parecen suficientes para asentar sobre inconmovibles bases las relaciones intermundanas, por haberles convencido, no sólo de que los muertos se comunican en prueba de la inmortalidad del espíritu, sino de que todo cuanto del otro mundo puede saberse se sabe por intervención de los médiums.

Los espiritistas desdeñan los recuerdos de la historia por insignificantes en comparación de su personal experiencia; y sin embargo, los problemas que tanto les preocupan quedaron resueltos hace miles de años por los teurgos que pusieron la clave a disposición de cuantos debida y conscientemente deseen estudiarlos. No es posible que se haya alterado el ordenamiento de la naturaleza ni que los espíritus y las leyes de hoy en nada se parezcan a las leyes y espíritus de la antigüedad. Tampoco cabe que los espiritistas presuman conocer los fenómenos mediumnímicos y la naturaleza de los espíritus, mejor que toda una casta sacerdotal cuyos individuos estudiaron y ejercieron la teurgia en innumerable sucesión de siglos. Si son fidedignos los relatos de Owen, Hare, Edmonds, Crookes y Wallace, ¿por qué no han de serlo los de Herodoto, padre de la historia, Jámblico, Porfirio y cien más autores antiguos? Si los espiritistas han observado los fenómenos en rigurosas condiciones de comprobación, también los observaron en igualdad de condiciones los antiguos teurgos, que podían producirlos y modificarlos a su albedrío. El día en que se esclarezca esta verdad y las estériles especulaciones de los investigadores modernos retrocedan ante el detenido estudio de las obras teúrgicas, despuntará la aurora de nuevos e importantes descubrimientos en el campo de la psicología.

BLAVATSKY










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