Cuando
el Abate Luis Constant, más conocido por Eliphas Lévi, dijo en su Histoire de la Magie que el Sepher Yetzirah, el Zohar y el Apocalipsis de
San Juan son las obras maestras de las Ciencias Ocultas, debió haber añadido,
si quería ser exacto y claro: en Europa. Es mucha verdad que estas obras
contienen “más significación que
palabras”; y que su “expresión es poética”, al paso que “en los números” son
“exactas”. Desgraciadamente, sin embargo, antes de que se pueda apreciar la poesía de las expresiones, o la exactitud de los números, tienen que
haberse aprendido el sentido real y la significación de los términos y signos
en ellas empleados.
Pero nadie puede aprender esto mientras ignore el principio
fundamental de la Doctrina Secreta, ya sea en el Esoterismo Oriental o en la
Simbología kabalística; la clave, o
valor, en todos sus aspectos de los nombres de Dios, de los Ángeles y de
los nombres de los Patriarcas en la Biblia, su valor matemático o geométrico y
sus relaciones con la Naturaleza manifestada.
Por tanto, si por una
parte el Zohar “admira (al místico)
por la profundidad de sus conceptos y la gran sencillez de sus imágenes”, por
otra esta obra extravía al estudiante con expresiones tales como las usadas
respecto a Ain Seph y Jehovah, a pesar de la afirmación de que:
Este libro tiene cuidado de explicar que la
figura humana con la que reviste a Dios es sólo una imagen de la Palabra,
y que Dios no puede ser expresado por ningún pensamiento forma alguna.
Es bien sabido que
Orígenes, Clemente y los Rabinos confesaban que la Kabalah y la Biblia eran libros secretos y velados; pero pocos saben que el Esoterismo de los
libros kabalísticos en su presente forma reeditada
es sencillamente otro velo aún más disimulado, echado sobre el simbolismo
primitivo de estos libros secretos.
La idea de representar a la Deidad oculta por la circunferencia de un
círculo, y al Poder Creador (macho y hembra o el Verbo Andrógino), por el
diámetro que lo cruza, es uno de los símbolos más antiguos. Sobre este concepto
han sido construidas todas las grandes cosmogonías. Para los antiguos arios, y
para los egipcios y caldeos, el símbolo era completo; pues encerraba la idea
del Pensamiento Divino eterno e inmutable en su absolutividad totalmente
separado del estado incipiente de la llamada “creación”, y comprendía la
evolución psicológica y hasta espiritual, así como su obra mecánica, o
construcción cosmogónica.
Para los hebreos, sin embargo, aunque el primer
concepto se encuentra claramente en el Zohar,
y en el Sepher Yetzirah, o lo que
queda de este último; lo que ha sido después encerrado en el Pentateuco propiamente dicho, y
especialmente en el Génesis, es sólo
esta etapa secundaria, a saber: la ley mecánica de la creación, o más bien de
la construcción; mientras que la Teogonía apenas se halla bosquejada, si es que
lo está.
Solamente en los seis
primeros capítulos del Génesis, en el
rechazado Libro de Enoch, y en el
poema mal comprendido y erróneamente interpretado de Job, es donde pueden encontrarse ahora ecos verdaderos de la
Doctrina Arcaica. La clave de ésta se ha perdido ahora, hasta entre los Rabinos
más instruidos, cuyos predecesores en los tiempos primitivos de las Edades
Medievales, a causa de su exclusivismo nacional y de su orgullo, y
especialmente por su odio profundo al Cristianismo, prefirieron arrojarla en el
profundo mar del olvido, antes que compartir su conocimiento con sus
implacables y fieros perseguidores. Jehovah era la propiedad de su tribu,
inseparable de la Ley Mosaica, e incapaz de figurar en ninguna otra. Arrancado
violentamente de su marco original, al que se ajustaba, y que estaba ajustado a
él, el “Señor Dios de Abraham y de Jacob” no podía ser introducido sin daño ni
rompimiento en el nuevo Canon cristiano. Siendo los judíos los más débiles, no
pudieron evitar la profanación. Guardaron, sin embargo, el secreto del origen
de su Adam Kadmon, o Jehovah macho y hembra; y el nuevo tabernáculo resultó ser
por completo inadecuado para el antiguo Dios. ¡Verdaderamente, quedaron
vengados!
La afirmación de que
Jehovah era el Dios de tribu de los judíos y ningún otro superior, será negada
como otras muchas cosas. Sin embargo, los teólogos no están en disposición de
decirnos, en ese caso, el significado de los versículos del Deuteronomio, que dicen con toda
claridad:
Cuando el Altísimo (no el “Señor”, ni tampoco
“Jehovah”) repartió la herencia de las naciones, cuando separó los hijos de
Adán, estableció los límites... con arreglo al número de los hijos de Israel...
La parte del Señor (de Jehovah) es su pueblo; Jacob es el lote de su herencia
(1).
Esto fija la cuestión.
tan descarados han sido los traductores modernos de las Biblias y Escrituras, y
tanto daño hacen estos versículos, que siguiendo el camino que le han trazado
sus dignos Padres de la Iglesia, cada traductor ha interpretado estas líneas a
su modo.
Al paso que la cita anterior está tomada al pie de la letra de la
Versión Autorizada inglesa, en la Biblia francesa vemos el “Altísimo”
traducido por “Souverain” (¡Soberano!); los “hijos de Adán”, traducido los
“hijos de los hombres”, y el “Señor” cambiado en el “Eterno”. En lo que se
refiere, pues, a juego de manos descarado, la Iglesia Protestante francesa
parece así sobrepujar a la inglesa misma.
Sin embargo, una cosa
es patente: la “parte del Señor (de Jehovah)”, es su “pueblo escogido” y ningún
otro, pues, sólo Jacob es el lote de su
herencia. ¿Qué tienen, pues, que ver otras naciones que se llaman arias,
con esta Deidad semítica, el Dios de la tribu de Israel? Astronómicamente, el
“Altísimo” es el Sol, y el “Señor” es uno de sus siete planetas, ya sea el Iao
(el Genio de la Luna), o Ildabaoth-Jehovah (el Genio de Saturno), según
Orígenes y los gnósticos egipcios.
Que el “Ángel Gabriel”, el “Señor” del
Irán vele por su pueblo, y Miguel-Jehovah, por sus hebreos. Estos no son los
Dioses de otras naciones, ni jamás fueron los de Jesús. Así como cada Deva persa está encadenado a su planeta , así también cada Deva indo (un “Señor”) tiene su parte destinada, un
mundo, un planeta, una nación o una raza. La pluralidad de mundos implica la
pluralidad de Dioses. Creemos en la primera, y podemos reconocer la segunda,
aunque nunca rendirle culto.
Se ha declarado
repetidamente en esta obra que todos los símbolos religiosos filosóficos tenían
siete significados propios, perteneciendo cada uno a su legítimo plano de
pensamiento, sea puramente metafísico o astronómico, psíquico o fisiológico,
etc. Estos siete significados y sus aplicaciones son bastante difíciles de
aprender cuando se consideran por sí mismos; pero la interpretación y
comprensión verdadera de ellos se hace diez veces más enigmática cuando, en
lugar de relacionarlos o hacer surgir uno de otro y seguirse, se acepta cada
uno o cualquiera de ellos como la sola y única explicación de toda la idea
simbólica. Puede darse un ejemplo que
ilustra admirablemente la afirmación. He aquí dos interpretaciones que dan dos
sabios cabalistas y eruditos, de un mismo versículo del Éxodo. Moisés ruega al Señor que le muestre su “gloria”. Es
evidente que no es la fraseología cruda de la letra muerta, tal como se
encuentra en la Biblia, lo que hay que aceptar.
En la Kabalah hay siete significados,
de los cuales podemos exponer dos interpretados por los referidos eruditos. Uno
de ellos traduce, a la par que explica:
“Tú no puedes ver Mi
faz;... Yo te pondré en una grieta de la roca y te cubriré con Mi mano al pasar
por tu lado. Y luego retiraré Mi mano y verás Mi a’hoor”, esto es, Mi dorso.
Y luego el traductor
añade en una glosa:
Esto
es: Yo te mostraré “Mi dorso”, o sea Mi universo visible, Mis manifestaciones
inferiores; pero, como hombre aún en la carne, no puedes ver Mi naturaleza
invisible. Así procede la Qabbalah (7).
Esto es correcto, y es
la explicación cosmometafísica. Y ahora habla el otro kabalista, dando el
significado numérico.
Como él envuelve muchísimas ideas sugestivas, está
expuesto de un modo mucho más completo y le podemos conceder más espacio. Esta
sinopsis procede de un manuscrito inédito, y explica más completamente lo que
se expuso en la Sección III, sobre el “Santo de los Santos”.
Los números del nombre
de “Moisés” son los de “YO SOY LO QUE SOY(SERE)”; de modo que los nombres de Moisés y
Jehovah están en armonía numérica. La palabra Moisés es ....... (5 + 300 + 40)
, y la suma de los valores de sus letras, es 345; Jehovah (el Genio por excelencia del Año Lunar) toma el
valor de 543, o sea el reverso de 345.
En el tercer capítulo del
Éxodo, en los versículos 13 y 14, se
dice: Y Moisés dijo...: Mira, yo vengo a los hijos de Israel y les diré: El
Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros; y ellos me dirán: ¿Cuál es su
nombre? ¿Qué debo decirles? Y Dios dijo a Moisés:
Yo
soy lo que soy.
Las palabras hebreas de esta expresión son, âhiyé asher âhiye; y el
valor de las sumas de sus letras aparece así:
21 501 21
...Siendo el nombre (de su Dios) la suma de los valores que lo componen,
21, 501, 21 es 543, o sencillamente una aplicación de los números dígitos
simples del nombre de Moisés... pero arreglados de tal suerte, que el número
345 está invertido y se lee 543.
De modo que cuando
Moisés implora, “Déjame ver Tu faz o gloria”, el otro justa y verdaderamente
replica: “Tú no puedes ver mi faz..., pero me
verás por detrás”; siendo éste el verdadero sentido, aunque no las palabras
precisas; pues el extremo y el detrás
de 543 es la faz de 345. esto es
Para comprobación y
para mantener el uso estricto de una
serie de números a fin de desarrollar ciertos grandes resultados, para cuyo objeto se emplean específicamente
Según añade el sabio
kabalista:
En otras aplicaciones
de los números, se vieron mutuamente faz a faz. Es extraño que si añadimos 345
a 543, tenemos 888, que era el valor kabalístico gnóstico del nombre de Cristo,
que era Jehoshua o Joshua. También la división de las 24 horas del día da tres
ochos como cociente... El fin principal de todo este sistema de Comprobación de
Números era conservar perpetuamente el valor exacto del Año Lunar, en la medida
natural de los Días.
Estos son los
significados astronómico y numérico en la Teogonía Secreta de los Dioses
cósmicosiderales, inventada por los caldeo-hebreos; dos significados de los
siete. Los otros cinco sorprenderían aún más a los cristianos.
La
serie de Edipos que han tratado de interpretar el enigma de la Esfinge es
verdaderamente larga. Durante edades ella ha estado devorando las inteligencias
más claras y nobles de la Cristiandad; pero ahora la Esfinge ha sido vencida.
en la gran lucha intelectual que ha terminado con la completa victoria de los
Edipos del Simbolismo, no ha sido, sin embargo, la Esfinge quien, avergonzada
por la vergüenza de la derrota, ha tenido que sepultarse en el mar, sino en
verdad, el símbolo multiforme llamado Jehovah, a quien los cristianos -las naciones civilizadas- han aceptaado por su Dios.
El símbolo Jehovah ha
fracasado ante un análisis demasiado escrutador, y se ha hundido.
Los simbologistas
han descubierto con espanto que su aceptada Deidad sólo era una máscara de
muchos otros Dioses, un planeta extinguido y enhemerizado, cuando más, el Genio de la Luna y de Saturno para los
judíos, del Sol y de Júpiter para los primitivos cristianos; que la Trinidad (a
menos de aceptar el insignificado más abstracto y metafísico que le dan los
gentiles) era, en verdad, sólo una tríada astronómica, compuesta del Sol (el
Padre) y los dos planetas, Mercurio (el Hijo) y Venus (el Espíritu Santo);
Sophia, el Espíritu de la Sabiduría, del Amor y de la Verdad, y Lucifer, como
Cristo, “estrella resplandeciente de la mañana”
Porque si el Padre es el
Sol (el “Hermano Mayor”, en la Filosofía Oriental Interna), el planeta más
próximo a él es Mercurio (Hermes, Budha, Thot), el nombre de cuya Madre sobre
la Tierra era Maia. Ahora bien; este planeta recibe siete veces más luz que
cualquier otro; hecho que indujo a los gnósticos a llamar a su Christos, y los
kabalistas a su Hermes (en el sentido astronómico), la “Luz Séptuple”.
Finalmente, este Dios era Bel, pues el Sol era Bel para los galos;
Helios entre los griegos; Baal entre los fenicios; Él, en caldeo; y de aquí
Elohim, Emanuel, y Él, “Dios”, en hebreo. Pero hasta el Dios kabalístico se ha
desvanecido en la obra de arte rabínica, y hoy hay que dirigirse al sentido
metafísico más profundo del Zohar para
ver en él algo que se parezca a Ain Soph, la Deidad Sin-nombre, y lo Absoluto,
tan autoritaria y altamente proclamada por los cristianos. Pero ciertamente que
no se encuentra en los libros mosaicos, al menos para los que tratan de leer
sin la debida clave. Desde que esta clave se perdió, los judíos y cristianos
han hecho cuanto han podido para mezclar los dos conceptos, pero en vano. Sólo
han conseguido despojar por fin a la
misma Deidad Universal de su carácter majestuoso y de su significado primitivo.
Según se dijo en Isis sin Velo:
Parecería,
por tanto, natural hacer una distinción entre el dios del misterio I a o,
adoptado desde la más remota antigüedad por todos los que participaban de los
conocimientos esotéricos de los Sacerdotes, y sus dobles fonéticos, a los que
vemos tratados con tan poca reverencia por los ofitas y otros gnósticos.
En las joyas ofitas de
King vemos repetido el nombre de Iao y confundido muchas veces con el de
Ievo, mientras que éste sólo representa uno de los Genios antagónicos de
Abraxas... Pero el nombre Iao ni tuvo su origen entre los judíos, ni era
propiedad exclusiva de ellos. Aun cuando Moisés hubiese querido conceder este
nombre al “Espíritu” tutelar, la pretendida deidad nacional protectora del
“pueblo escogido de Israel”, no hay razón plausible para que otras naciones le
recibiesen como el Dios Más Elevado y Único vivo. Pero negamos el aserto en
redondo. Además, hay el hecho de que Iaho o Iao fue un “nombre de misterio”
desde el principio, pues .... y .... nunca se puso en uso antes del tiempo del
rey David. Anteriormente a este tiempo, pocos nombres propios o ninguno fue
compuesto con Iha o Jah. Parece más bien como si David, que vivió entre los
tirios y filisteos , hubiese traído de allí el nombre de Jehovah. Hizo él a
Zadok alto sacerdote, de quien proceden los Zadoquitas o Saduceos. Vivió él y
gobernó primeramente en Hebrón, Habir-on o ciudad de Kabeir, en donde los ritos
de los cuatro (dioses del misterio) se celebraban. Ni David ni Salomón
reconocían a Moisés ni a su ley. Aspiraban ellos a construir un templo a ...,
como las construcciones erigidas por Hiram a Hércules y Venus, Adon y Astarté.
Fürst dice: “El nombre
muy antiguo de Dios, Yâho, escrito en griego Iaw, parece, aparte de su derivación, haber sido un nombre
místico antiguo de la Deidad Suprema de los semitas. De aquí que se le
comunicara a Moisés cuando fue iniciado en Hor-eb -la Caverna- bajo la dirección de Jethro, el sacerdote Kenite (o
Cainita) de Madián. En una antigua religión de los caldeos, cuyos restos se
encuentran entre los neoplatónicos, la Divinidad más elevada, entronizada por
encima de los siete Cielos, representando el Principio de la Luz Espiritual...
y también concebida como Demiurgo , era llamada Iaw, que era semejante al
Yâho hebreo misterioso e innombrable, y cuyo nombre se comunicaba a los
Iniciados. Los fenicios tenían un Dios Supremo cuyo nombre era triliteral y secreto, y éste era Iaw”.
La cruz, dicen los
kabalistas, repitiendo la lección de los Ocultistas, es uno de los símbolos más
antiguos; y hasta, quizás, el más
antiguo de todos. Esto ha sido demostrado desde el principio mismo del Proemio
del volumen I. Los iniciados Orientales la presentan como coeva con el círculo
del Infinito Deífico, y con la primera diferenciación de la Esencia, la unión
de Espíritu y Materia. Esta interpretación ha sido rechazada, y sólo se ha
aceptado la alegoría astronómica adaptada a sucesos terrestres hábilmente
inventados.
Demostremos esta
afirmación. En Astronomía, como se ha dicho, Mercurio es el hijo de Coelus y
Lux: del Firmamento y de la Luz, o el Sol; en Mitología, él es la progenie de
Júpiter y Maia. es el “Mensajero” de su Padre Júpiter, el Mesías del Sol; en
Griego, su nombre Hermes significa, entre otras cosas, el “Intérprete”: la
Palabra, el LOGOS, o VERBO. Ahora bien; Mercurio nació en el Monte Cyllene,
entre pastores, y es el patrón de estos últimos. Como genio psicopómpico,
conducía las Almas de los Muertos al Hades y las volvía a traer; cargo que se
atribuyó a Jesús después de su muerte y resurrección. Los símbolos de
Hermes-Mercurio (Dii Termini) eran colocados en las vueltas de los caminos, lo
mismo que se colocan ahora cruces en Italia, y eran cruciformes . Cada séptimo día, los sacerdotes ungían con
aceite estos Términos, y una vez al año les colgaban guirnaldas; por tanto,
eran los ungidos. Mercurio, al hablar por medio de sus oráculos, dice:
Yo soy aquel que
llamáis el Hijo del Padre (Júpiter) y de Maia. Dejando al Rey del Cielo (el
Sol) vengo a ayudaros, mortales.
Mercurio cura a los
ciegos y devuelve la vista mental y física. Muchas veces era representado
como de tres cabezas y llamado Tricéfalo, Triple, como uno con el Sol y Venus.
Finalmente, Mercurio, según muestra Cornutos, era algunas veces figurado
bajo una forma cúbica, sin brazos, porque “el poder del lenguaje y elocuencia
pueden prevalecer sin ayuda de las manos o de los pies”. Esta forma cúbica es
la que relaciona directamente los Términos con la Cruz, y la elocuencia o el
poder del lenguaje de Mercurio fue lo que hizo decir al astuto Eusebio: “Hermes
es el emblema de la Palabra que crea e interpreta todo”, pues es el Verbo
Creador; y él muestra a Porfirio enseñando que el Lenguaje de Hermes
-interpretado ahora Verbo de Dios (!)
en el Pymander-, un Lenguaje (Verbo) Creador, es el Principio Seminal
esparcido por todo el Universo . En Alquimia, “Mercurio” es el Principio
radical Húmedo, el Agua Primitiva o
Elementaria, que contiene la Semilla del Universo, fecundada por los Fuegos
Solares. Para expresar este principio fecundante, los egipcios añadían muchas
veces un falo a la cruz (el macho y la hembra, o la vertical y la horizontal unidas).
Los Términos cruciformes
representaban también esta idea dual, que se encontró en Egipto en el Hermes cúbico. El autor de The Source of Measures nos dice por qué.
Según él muestra, el
cubo desarrollado se convierte en una cruz en forma de Tau, o cruz egipcia; y
también “el círculo unido a la Tau da la cruz ansata” de los antiguos faraones.
Habían aprendido esto de sus sacerdotes y de sus “Reyes-Iniciados” hacía
edades, y también lo que significaba “un hombre unido a la cruz”, cuya idea “se
hizo que se relacionase con la del origen de la vida humana, y de aquí la forma fálica”. Sólo que esta última
entró en acción evos y edades después de la idea del Carpintero y Artífice de
los Dioses, Vishvakarman, crucificando al “Sol-Iniciado” en el torno cruciforme.
Según dice el mismo autor:
El poner un hombre en
la cruz... fue usado en esta forma de manifestación por los indos (20).
Pero era para que se
“relacionase” con la idea del nuevo nacimiento del hombre por medio de la
regeneración espiritual, no por la
física. El Candidato a la Iniciación era atado a la Tau o cruz astronómica, con
una idea mucho más grandiosa y noble, que la del origen de la mera vida terrestre.
Por
otra parte, los semitas parece que no tuvieron ningún objeto más elevado en la
vida que el de procrear su especie. Así
que, geométricamente, y según lo que se lee en la Biblia por medio del método
numérico, el autor de The Source of
Measures está en lo firme.
...todo el sistema
(judío) parece haber sido considerado antiguamente como fundado en la
naturaleza, y como adoptado por la naturaleza, o Dios, como la base o ley del ejercicio práctico del
poder creador, esto es, era el designio
creador, cuya aplicación práctica era la creación. Esto parece establecido
por el hecho de que, bajo el sistema empleado, las medidas del tiempo planetario servían
coordinadamente como medidas del tamaño de
los planetas y de la particularidad de sus estructuras, esto es, de la
extensión de sus diámetros polares y ecuatoriales...
este sistema (el del designio creador) parece ser el fundamento de toda
la estructura bíblica, como base de su ritualismo,
y para manifestación de las obras de la Deidad en lo que se refiere a la arquitectura, por el uso de la unidad
sagrada de la medida en el Jardín del Edén, en el Arca de Noé, en el
Tabernáculo y en el Templo de Salomón.
Así, pues, por
indicación misma de los defensores de este sistema, se prueba que la Deidad
judía es, cuando más, tan sólo la Duada manifestada, nunca el TODO absoluto
Único. Geométricamente demostrada, es un NÚMERO; simbólicamente, un Priapo enhemerizado; y esto apenas puede
satisfacer a una humanidad sedienta de demostraciones de verdades espirituales
reales, y de la posesión de un Dios con naturaleza divina, no antropomórfica.
Es extraño que los más sabios de los kabalistas modernos no puedan ver en la
cruz y el círculo nada más que un símbolo de la Deidad creadora y andrógina,
manifestada en su relación e intervención en los fenómenos del mundo . Un
autor cree que:
Sea como quiera que el
hombre (léase el judío y el rabino) haya obtenido el conocimiento de la medida
práctica... por medio de la cual se creía que la naturaleza ajustaba la
dimensión de los planetas en armonía con el sentido de sus movimientos, parece
que lo obtuvo efectivamente, y que consideraba su posesión como medio de
comprender la Deidad; esto es, que se aproximó tanto al concepto de un Ser con
una mente semejante a la suya, sólo que infinitamente más poderosa, que llegó a
hacerse cargo de la existencia de una ley
de creación establecida por aquel Ser, el cual debe haber existido anterior
a toda creación (kabalísticamente llamado el
Verbo).
Esto ha podido
satisfacer la mente práctica semita;
pero el Ocultista oriental tiene que rechazar la oferta de semejante Dios;
pues, verdaderamente, una Deidad, un Ser, “con una mente semejante a la del
hombre, sólo que infinitamente más poderosa”, no es Dios alguno que trascienda
el ciclo de la creación. No tiene nada él que ver con el concepto ideal del Universo Eterno. Es, cuando
más, uno de los poderes creadores
subordinados, cuya totalidad es llamada los Sephiroth, el Hombre Celeste, y
Adam Kadmon, el Segundo Logos de los platónicos.
Esta misma idea se ve
claramente en el fondo de las más hábiles definiciones de la Kabalah y sus misterios, verbigracia,
por Juan A. Parker, según está citado en la misma obra:
(La) clave de la
Kabalah se cree que es la relación geométrica del área del círculo inscrito en
el cuadrado, o la del cubo en la esfera, dando lugar a la relación del diámetro
a la circunferencia de un círculo, con el valor numérico de esta relación
expresado en integrales.
Siendo la relación del diámetro a la circunferencia
una razón suprema relacionada con los nombres de los dioses Elohim y Jehovah
(cuyos términos son numéricamente expresiones de estas relaciones,
respectivamente; el primero de la circunferencia y el último del diámetro),
abraza en sí todas las demás subordinaciones.
En la Biblia se emplean dos modos
de expresar la razón de la circunferencia al diámetro en integrales: (1) El
perfecto y (2) El imperfecto. Una de las relaciones entre estos es tal, que el
(2), sustraído del (1), dejará una unidad
del valor de un diámetro, o en la denominación del valor de la circunferencia
del círculo perfecto, o una unidad línea recta con valor circular perfecto, o
un valor circular .
Semejantes cálculos no
pueden conducir más allá que a descifrar los misterios de la tercera etapa de la Evolución, o la
“tercera Creación de Brahmâ”. Los indos iniciados saben, mucho mejor que
cualquier europeo, cómo “cuadrar el círculo”. Pero de esto hablaremos más
adelante. El hecho es que los Místicos occidentales principian sus
especulaciones sólo en aquel estado en que el Universo “cae en la materia”,
como dicen los ocultistas. En todas las series de libros kabalísticos no hemos
encontrado una sola sentencia que aludiese, ni aun remotamente, a los secretos
psicológicos y espirituales de la “creación” como lo hacen a los mecánicos y fisiológicos.
¿Debemos, pues, considerar
la evolución del Universo simplemente como un prototipo en escala gigantesca
del acto de la procreación, como falicismo
“divino”, y hacer rapsodias sobre ello, como ha hecho el mal inspirado autor de
una obra de este nombre?
No lo cree así la escritora. Y cree que tiene razón en
decir esto al ver que una lectura atenta (tanto esotérica como exotérica) del Antiguo Testamento parece que no ha
llevado a los investigadores más entusiastas más que a la certeza basada en
fundamentos matemáticos, de que desde el primero al último capítulo del Pentateuco, todas las escenas, todos
los caracteres y sucesos se muestran relacionados, directa o indirectamente,
con el origen del nacimiento, en
su forma más cruda y brutal. Así, pues,
por más interesantes e ingeniosos que sean los métodos rabínicos, la escritora,
a la par que otros Ocultistas orientales, tiene que preferir los de los
paganos.
No es, pues, en la
Biblia donde tenemos que buscar el origen de la cruz y del círculo, sino más
allá del Diluvio. Por tanto, volviendo a Eliphas Lévi y al Zohar, contestamos por los Ocultistas orientales, y decimos que,
aplicando la práctica al principio, están completamente de acuerdo con Pascal,
que dice que:
Dios es un círculo,
cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna.
Mientras los kabalistas
dicen lo contrario y lo sostienen, con el solo fin de velar su doctrina. Dicho
sea de paso, la definición de la Deidad por un círculo no es en modo alguno de
Pascal, como creía Eliphas Lévi. Fue ello tomado
por el filósofo francés, bien de Mercurio Trismegisto, o de la obra latina del
Cardenal Cusa, De Docta Ignorantia,
en la cual la emplea. Por otra parte, Pascal la desfigura al reemplazar las
palabras “Círculo Cósmico”, que aparecen simbólicamente en la inscripción
original, por la palabra Theos. Para los antiguos, las dos voces eran
sinónimas.
H.P. Blavatsky D.S T IV
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