La historia de la
evolución del Mito Satánico no sería completa si omitiésemos observar el
carácter del misterioso y cosmopolita Enoch, diversamente llamado Enos, Hanoch,
y finalmente Enoichion por los griegos. De su libro fue de donde los escritores
cristianos primitivos tomaron sus primeras nociones de los Ángeles Caídos.
El
Libro de Enoch se ha declarado
apócrifo. Pero ¿qué es un apócrifo?
La etimología misma de la palabra muestra que es sencillamente un libro secreto, esto es, que pertenecía al
catálogo de las bibliotecas de los templos bajo la guarda de los Hierofantes y
Sacerdotes Iniciados, y que no fue destinado jamás para el profano. Apócrifo viene del verbo crypto, “ocultar”. Durante edades el Enoïchion, el Libro del Vidente, fue
conservado en la “ciudad de las letras” y obras secretas, la antigua
Kirjath-sepher, más tarde Debir .
Algunos de los escritores interesados
en el asunto (especialmente los masones) han tratado de identificar a Enoch con
Thoth de Memfis, el Hermes griego, y hasta con el Mercurio latino. Como
individuos, todos estos son distintos uno de otro; profesionalmente si podemos
emplear esta palabra tan limitada ahora en su sentido), todos pertenecen a la
misma categoría de escritores sagrados, de Iniciadores y Recopiladores de
Sabiduría Oculta y antigua. Los que en el Korán
(2) se llaman genéricamente los Edris, o “Sabios”, los Iniciados, llevaban en
Egipto el nombre de “Thoth”, el inventor de las Artes y de las Ciencias, de la escritura o de las letras; de la Música
y astronomía. Entre los judíos, Edris se convirtió en “Enoch”, el cual, según
Bar-Hebraeus, “fue el primer inventor de la escritura”, de los libros, de las
Artes y de las Ciencias, y el primero que redujo a un sistema el progreso de
los planetas (3). En Grecia fue llamado Orfeo, cambiando así de nombre en cada
nación. Estando el número siete relacionado con cada uno de estos Iniciadores
primitivos, así como el número 365 de los días del año, astronómicamente,
esto identifica la misión, el carácter y el cargo sagrado de todos estos
hombres, aunque ciertamente no sus personalidades. Enoch es el séptimo Patriarca; Orfeo es el poseedor
del Phorminx, la lira de siete cuerdas, que es el séptuple misterio de la
Iniciación.
Thoth, con el Disco Solar de siete rayos sobre su cabeza, viaja en
el Barco Solar (los 365 grados), aumentando cada cuatro años un día (año
bisiesto).
Finalmente, Thoth-Lunuses el Dios septenario de los siete días, o la
semana. Esotérica y espiritualmente, Enoïchion significa el “Vidente del Ojo
Abierto”.
La historia acerca de
Enoch, referida por Josefo, a saber: que había ocultado sus preciosos Rollos o
Libros bajo los pilares de Mercurio o Seth, es la misma que se cuenta de
Hermes, el “Padre de la Sabiduría”, que ocultó sus Libros de Sabiduría bajo una
columna, y luego, descubriendo las dos columnas de piedra, encontró la Ciencia
escrita en ellas. Sin embargo, Josefo, a pesar de sus constantes esfuerzos en
pro de la inmerecida glorificación de
Israel, y aunque atribuye esa Ciencia (o Sabiduría) al Enoch judío, no obstante, hace historia. Habla él de estas columnas
como existiendo todavía en su tiempo (5). Nos dice que fueron construidas por
Seth; y así puede haber sido, aunque ni por el Patriarca de este nombre (el
fabuloso hijo de Adán), ni por el Dios de la Sabiduría egipcio -Teth, Set,
Thoth, Tat, Sat (el
último Sat-an), o Hermes, los cuales
son todos uno- sino por los “Hijos del Dios-Serpiente”, o “Hijos del Dragón”,
nombre bajo el cual eran conocidos los Hierofantes de Egipto y Babilonia antes
del Diluvio, como lo fueron sus antepasados, los Atlantes.
Lo que Josefo por tanto
nos dice, exceptuando la aplicación que hace de ello, debe ser verdad alegóricamente. Según su versión, las
dos famosas columnas estaban enteramente cubiertas de jeroglíficos, los cuales,
después de su descubrimiento, fueron copiados y reproducidos en los lugares más
recónditos de los templos secretos de Egipto, y se convirtieron así en la
fuente de su Sabiduría y conocimientos excepcionales. Estas dos “columnas”, en
todo caso, son los prototipos de las “dos tablas de piedra”, talladas por
Moisés por orden del “Señor”. De aquí que, al decir que todos los grandes
Adeptos y Místicos de la antigüedad (tales como Orfeo, Hesiodo, Pitágoras y
Platón) obtuvieron los elementos de su Teología de aquellos jeroglíficos, tenga
razón en un sentido, y cometa un error en otro.
La Doctrina Secreta nos enseña
que las Artes, las Ciencias, la Teología y especialmente la Filosofía de todas
las naciones que precedieron al último Diluvio universalmente conocido, pero no universal, habían sido registradas
ideográficamente de los anales orales primitivos de la Cuarta Raza, la cual los
había heredado de la primitiva Tercera Raza-Raíz, antes de la Caída alegórica.
De aquí, también, que las columnas egipcias, las tablas, y hasta la “piedra
blanca de pórfido oriental” de la leyenda masónica -la cual Enoch ocultó antes
del Diluvio en las entrañas de la Tierra, temiendo que los verdaderos y
preciosos secretos se perdiesen- fuesen simplemente copias más o menos
simbólicas y alegóricas de los Anales primitivos.
El Libro de Enoch es una de tales copias; y además, en un
compendio caldeo ahora muy incompleto. Como ya se ha dicho, Enoïchion significa
en griego el “Ojo Interno” o el Vidente; en hebreo, con la ayuda de puntos masoretéricos,
significa el “Iniciador e “Instructor”.
Enoch es un título genérico; y, además,
su leyenda es la de otros varios profetas, judíos y paganos, con diferencias de
detalles recogidos, siendo la forma fundamental siempre la misma. Elías es
también llevado “vivo” al Cielo; y el Astrólogo de la corte de Isdubar, el
Hea-bani caldeo, es igualmente elevado al Cielo por el Dios Hea, que era su patrón, como Jehovah lo era de Elías,
cuyo nombre significa en hebreo “Dios-Jah”, Jehovah , también de Elihu, que tiene el mismo significado.
Esta clase de muerte fácil, o eutanasia,
tiene un sentido esotérico. Simboliza la “muerte” de cualquier Adepto que ha
alcanzado el poder y el grado así como la purificación, que le permite “morir”
en el Cuerpo Físico y seguir empero
viviendo con vida consciente en su Cuerpo Astral. Las variaciones sobre
este tema no tiene fin, pero el significado secreto es siempre el mismo.
La
expresión de Pablo de “que él no vería la muerte” (ut non videret mortem),
tiene por tanto un sentido esotérico, pero nada de sobrenatural. La maltrecha interpretación que se da a algunas
alusiones bíblicas al efecto de que Enoch, “cuya edad igualará a la del mundo”
(del año solar de 365 días),
compartirá con Cristo y el profeta Elías los honores y la dicha del último
advenimiento y de la destrucción del Anticristo , significa, esotéricamente, que algunos de los
Grandes Adeptos volverán en la Séptima Raza, cuando todo error haya sido
desvanecido, y el advenimiento de la VERDAD sea proclamado por aquellos Shishta, los santos “Hijos de la Luz”.
Iglesia latina no es
siempre lógica, ni prudente. Declara apócrifo
el Libro de Enoch, y ha ido hasta pretender por medio del Cardenal Cayetano y
otras lumbreras de la Iglesia, la repudiación del Canon del mismo Libro de
Judas, quien, por otra parte, como apóstol inspirado,
hace citas del Libro de Enoch, que se
considera como una obra apócrifa, santificándolo de este modo. Afortunadamente,
algunos de los dogmáticos percibieron el peligro a tiempo. Si hubiesen aceptado
la decisión de Cayetano, se hubieran visto obligados a rechazar también el
Cuarto Evangelio; pues San Juan toma literalmente de Enoch toda una sentencia, que
pone en boca de Jesús
Ludolf, el “padre de la
literatura etíope”, encargado de investigar los diversos manuscritos Enochianos
presentados por Pereisc, el viajero, a la biblioteca Mazarine, declaró que
¡”entre los abisinios no podía haber ningún Libro
de Enoch”! Investigaciones y descubrimientos posteriores echaron por tierra
esta afirmación demasiado dogmática, como todos saben. Bruce y Ruppel
encontraron el Libro de Enoch en
Abisinia, y lo que es más, lo trajeron a Europa unos años después, y el obispo
Laurence lo tradujo. Pero Bruce despreciaba su contenido y se burlaba de él;
como hicieron todos los demás hombres de ciencia.
Declaró él que era una obra gnóstica referente a la Época de los
Gigantes que devoraban hombres y que tenía una gran semejanza con el Apocalipsis . ¡Los Gigantes! ¡Otro cuento de hadas!
Pero
no fue ésta, sin embargo, la opinión de todos los mejores críticos. El doctor
Hanneberg coloca al Libro de Enoch en
el mismo lugar que el Libro Tercero de
los Macabeos, a la cabeza de la lista
de aquellos cuya autoridad se halla más cerca a la de las obras canónicas.
Verdaderamente,
“¡cuando los doctores no están de acuerdo...!”
Como de costumbre, sin
embargo, todos tienen razón y todos se equivocan. El aceptar a Enoch como un
carácter bíblico, como una persona sola viva, es lo mismo que aceptar a Adán
como el primer hombre. Enoch fue un término genérico aplicado a docenas de
individuos, en todos tiempos y épocas, y en toda raza y nación. Esto puede
inferirse fácilmente del hecho de que los antiguos talmudistas y los maestros
de Midrashismo no están generalmente de acuerdo en sus opiniones sobre Hanokh,
el Hijo de Yered. Algunos dicen que Enoch fue un gran Santo, amado de Dios y
“llevado vivo al cielo”; esto es, que alcanzó Mukti o el Nirvâna en la Tierra,
como lo hizo Buddha y lo hacen otros aún; y otros sostienen que fue un brujo,
un mago malvado.
Esto muestra que “Enoch”, o su equivalente, era un término,
aun en los días de los últimos talmudistas, que significaba “Vidente”, “Adepto
de la Sabiduría Secreta”, etc., sin ninguna especificación del carácter de
portador del título. Josefo, hablando de Elías y de Enoch observa que:
Está escrito en los
libros sagrados que desaparecieron ellos (Elías y Enoch), pero de modo que
nadie sabía que hubieran muerto.
Lo cual significa
sencillamente que habían muerto en sus
personalidades; como mueren los Yogis hasta hoy en la India, y aun algunos
monjes cristianos - para el mundo. Desaparecieron ellos de la vista de los
hombres y murieron (en el plano terrestre) hasta para sí mismos. Esto parece un
modo figurado de hablar, pero, sin embargo, es literalmente verdad.
“Hanokh comunicó a Noé
la ciencia del cálculo (astronómico) y del cómputo de las estaciones”, dice el Pirkah de Midrash , atribuyendo R.
Eliezar a Enoch lo que otros atribuyeron a Hermes Trismegisto; pues los dos son
idénticos en su sentido esotérico. En este caso “Hanokh” y su “Sabiduría”
pertenecen al ciclo de la Cuarta Raza Atlante , y Noé al de la Quinta .
En este sentido ambos representan Razas Raíces: la presente y la que le
precedió. En otro sentido, Enoch desapareció, “se fue con Dios, y no existió
más, porque Dios se lo llevó”; refiriéndose la alegoría a la desaparición del
Conocimiento Sagrado y Secreto de entre los hombres; pues “Dios” (o Java-Aleim,
los altos Hierofantes, los Jefes de los Colegios de Sacerdotes Iniciados) se lo llevaron consigo; en otras palabras, los Enoch o los Enoïchions, los
Videntes y su Conocimiento y Sabiduría, confináronse estrictamente a los Colegios
Secretos de los Profetas, para los judíos, y a los Templos para los gentiles.
Enoch, interpretado con
sólo la ayuda de la clave simbólica, es el tipo de la naturaleza doble del
hombre, espiritual y física. Por esto ocupa el centro de la Cruz Astronómica,
según la presenta Eliphas Lévi tomada de una obra secreta, que es una Estrella
de Seis puntas, el “Adonai”. En el ángulo superior del Triángulo superior está
el Águila; en el ángulo inferior izquierdo está el León; en el de la derecha el
Toro; mientras que entre el Toro y el León, sobre ellos y debajo del Águila,
está la faz de Enoch o del Hombre (17). Ahora bien; las figuras del Triángulo
superior representan a las Cuatro Razas, omitiendo la Primera, los Chhâyâs o
Sombras; y el “Hijo del Hombre”, Enos o Enoch, está en el centro, colocado
entre la Cuarta y Quinta Razas, pues representa la Sabiduría Secreta de ambas.
Estos son los cuatro Animales de Ezequiel
y del Apocalipsis. Este Doble
Triángulo, que en Isis sin Velo se
presenta frente al Ardhanâri indo, es con mucho el mejor.
Pues en este último
están simbolizadas solamente las tres Razas históricas (para nosotros); la
Tercera, la Andrógina, por Ardha-nâri; la Cuarta, por el fuerte y poderoso
León; y la Quinta, la Aria, por lo que es su símbolo más sagrado hasta hoy, el
Toro (y la Vaca).
Un hombre de vasta
erudición, un sabio francés, M. de Sacy, encuentra varias declaraciones de lo
más singulares en el Libro de Enoch;
“dignas del más serio examen”, dice. Por ejemplo:
El autor (Enoch) hace
constar el año solar de 364 días, y parece conocer períodos de tres, de cinco y
de ocho años, seguidos de cuatro días,
suplementarios que, en su sistema, parecen ser los de los equinoccios y
solsticios .
A lo cual añade, más
adelante:
Sólo veo un medio de excusarlos
(estos “absurdos”), y es el de suponer que el autor explique algún sistema
fantástico que pueda haber existido antes
que el orden de la naturaleza hubiese sido alterado en la época del Diluvio
Universal
Eso es, precisamente; y
la Doctrina Secreta enseña que este “orden de la naturaleza” fue así alterado,
como también la serie de las humanidades de la Tierra. Pues, según el ángel
Uriel dice a Enoch:
Mira, te he mostrado
todas las cosas, ¡oh Enoch!; y todas las cosas te he revelado. Tú ves el sol,
la luna y los que conducen las estrellas
del cielo, los cuales hacen que se repitan todas sus operaciones, y estaciones.
En los días de los pecadores, los años se
acortarán... La luna cambiará sus
leyes...
En aquellos días
también, años antes del gran Diluvio que hizo desaparecer a los Atlantes y
cmabió la faz de toda la Tierra (porque “laTierra
(o su eje) se inclinó”), la naturaleza geológica, astronómica y
cósmicamente, en general, no podía ser la misma, precisamente porque la tierra
se había inclinado. Citando de Enoch:
Y Noé gritó con
amargura; óyeme, óyeme, óyeme; tres veces. Y dijo... La tierra trabaja y se
estremece con violencia. Seguramente, pereceré con ella.
Lo cual, dicho sea de paso, se parece a una de las
muchas “contradicciones” que se ven en la Biblia cuando se lee literalmente.
Pues esto es, cuando menos, un temor bien extraño en uno que había “encontrado
gracia a los ojos del Señor”, y se le había dicho que construyera un Arca. Pero
aquí vemos al venerable Patriarca expresando tanto temor como si, en lugar de
“amigo” de Dios, fuese uno de los Gigantes condenados por la Deidad
encolerizada. La Tierra se había ya inclinado;
el diluvio sólo era simplemente cuestión de tiempo, y sin embargo, Noé parece
ignorar que ha de salvarse.
El cumplimiento de un
decreto había, a la verdad, llegado; el decreto de la Naturaleza y de la Ley de
Evolución, de que la Tierra cambiase su raza, y que la Cuarta Raza fuese
destruida para hacer sitio a una mejor. El Manvántara había alcanzado su punto
de vuelta de tres y media Rondas, y
la Humanidad física gigantesca había alcanzado el punto culminante de la
materialidad grosera. De ahí el versículo apocalíptico, que habla del
mandamiento emitido de su destrucción, “para que tuviese lugar su fin” -el
fin de la Raza:
Pues ellos conocían (verdaderamente) todos los
secretos de los ángeles, todos los poderes secretos y opresores de los Satanes, y todos los poderes de los que
ejercen la hechicería, así como también de los que hacen imágenes fundidas en
toda la tierra.
Y ahora una pregunta
natural: ¿Quién pudo informar al autor apócrifo de esta poderosa visión -y aquí
no importa la época que se le asigne antes del tiempo de Galileo- de que la
Tierra podía ocasionalmente inclinar su eje? ¿De dónde pudo sacar tales
conocimientos astronómicos y geológicos, si la Sabiduría Secreta en cuyas
fuentes habían bebido los antiguos Rishis y Pitágoras, es sólo una fantasía,
una invención de tiempos posteriores? ¿Leyó Enoch, quizás proféticamente, en la
obra de Federico Klée sobre el Diluvio, las líneas que siguen?
La
posición del globo terrestre respecto del sol ha sido, evidentemente, en los
tiempos primitivos, distinta de lo que es ahora; y esta diferencia debe haber
sido causada por un desplazamiento del eje de rotación de la tierra.
Esto nos hace recordar
la declaración anticientífica que
hicieron los sacerdotes egipcios a Herodoto, a saber: que el sol no se había
levantado siempre donde ahora se
levanta, y que en tiempos pasados la eclíptica había cortado al Ecuador en
ángulos rectos (23).
Hay muchos de estos
“dichos obscuros” esparcidos por los Purânas,
la Biblia y otras Mitologías; y para los Ocultistas ellos ponen de manifiesto
dos hechos: a) que los antiguos conocían tan bien, y quizás mejor que los
modernos, la Astronomía, la Geognosía y la Cosmografía en general; y b) que el
modo de conducirse del globo ha variado más de una vez desde el estado
primitivo de las cosas. Así, Jenofontes asegura en alguna parte, bajo la fe ciega de su religión “ignorante” (que enseñaba que Faetón, en su deseo de
aprender la verdad oculta, hizo que
el Sol se desviase de su curso natural), “que el Sol se volvió hacia otro
país”; lo cual es un paralelo -algo más científico, sin embargo, ya que no tan
temerario- de lo que Josué, parando por completo el curso del Sol. No obstante,
ello puede explicar la enseñanza de la Mitología del Norte, de que antes del actual orden de cosas, el Sol se
levantaba al Sur, al paso que colocaban la Zona Frígida (Jeruskoven) al Este,
mientras que ahora está al Norte (24).
El Libro de Enoch es, en una palabra, un resumen, un compendio de los
principales rasgos de la historia de la Tercera, Cuarta y Quinta Razas; unas
poquísimas profecías de la presente época del mundo; un largo resumen retrospectivo,
introspectivo y profético de sucesos universales y completamente históricos (geológicos, etnológicos,
astronómicos y psíquicos), con un toque de Teogonía de los anales
antediluvianos. El Libro de este personaje misterioso es mencionado y citado muchas
veces en Pistis Sophia, y también en
el Zohar y en su Midrashim más
antiguo. Orígenes y Clemente de Alejandría lo tenían en muy alta estima. Por
tanto, el decir que es una falsificación
post-cristiana, es decir un absurdo y
hacerse culpable de anacronismo; pues Orígenes entre otros, que vivió en el
siglo II de la Era cristiana, lo menciona como obra venerable y antigua. El
Nombre secreto y sagrado y su potencia están bien y claramente descritos en el
antiguo libro, aunque de modo alegórico. Desde el capítulo dieciocho al
cincuenta, las Visiones de Enoch son todas descriptivas de los misterios de la
Iniciación, uno de los cuales es el Valle Ardiente de los “Ángeles Caídos”.
Quizás tuvo San Agustín
mucha razón al decir que la Iglesia rechazaba el Libro de Enoch de su
canon, a causa de su gran antigüedad (ob
nimiam antiquitatem) . ¡No había lugar, dentro de los límites de 4.004
años antes de Cristo, asignados al mundo desde su “creación”, para los sucesos
que en él se
mencionan!
H.P. Blavatsky- D.S T IV
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