jueves, 20 de agosto de 2015

Las Reliquias Fósiles del Hombre y el mono antropoide





SECCIÓN  III

 

HECHOS GEOLÓGICOS QUE SE REFIEREN A SU RELACIÓN


             Los datos derivados de la investigación científica sobre el “hombre primordial” y el mono no prestan fundamento a las teorías que hacen proceder al primero del segundo. “¿En dónde, pues, hemos de buscar al hombre primordial?” - pregunta de nuevo Mr. Huxle, después de haberlo buscado en vano en las profundidades de las capas Cuaternarias.
           
            ¿Fue el Homo sapiens Plioceno o Mioceno, o aun más antiguo? ¿Aguardan los huesos fósiles de un mono más antropoide, o de un hombre más pitecoide que  los conocidos hasta ahora, las investigaciones, en capas aún más antiguas, de algún paleontólogo aún no nacido? El tiempo lo dirá.

            Lo dirá (indudablemente), y así vindicará la Antropología de los Ocultistas. Mientras tanto, en su ansiedad de vindicar el Descent of Man, de Mr. Darwin, Mr. Boyd Dawkins cree que sólo le falta encontrar el “eslabón perdido” - en teoría. A los teólogos se debió, más que a los geólogos, el que el hombre fuese considerado hasta cerca de 1860 como una reliquia no más antigua que los 6.000 años adámicos ortodoxos. Pero según Karma lo tenía dispuesto, sin embargo, un abate francés, Bourgeois, fue el destinado a dar a esta teoría corriente un golpe aún peor que el que le habían dado los descubrimientos de Boucher de Perthes. Todo el mundo sabe que el abate descubrió, y puso de manifiesto, buena prueba de que el hombre existió en el período Mioceno; pues en los estratos miocenos fueron excavados pedernales de innegable factura humana. Según se expresa el autor de Modern Science and Modern Thought:

            Debieron haber sido partidos por el hombre, o, como Mr. Boyd Dawkins supone, por el driopiteco o algún otro mono antropoide que tuviese una dosis de inteligencia tan superior a la del gorila o chimpancé, que fuese capaz de fabricar instrumentos. Pero en este caso se resolvería el problema y se descubriría el eslabón perdido, pues semejante mono pudiera haber sido muy bien el antecesor del hombre paleolítico.

            O, el descendiente del hombre Eoceno, lo cual es una variante ofrecida a la teoría. Mientras tanto, el driopiteco, con tan superiores dotes mentales, está todavía por descubrir. Por otra parte, el hombre Neolítico y aun el Paleolítico habiéndose convertido en una certeza absoluta, y como el mismo autor justamente observa:

            Si han transcurrido 100.000.000 de años desde que la Tierra fue lo bastante sólida para sostener la vida vegetal y animal, el período Terciario puede haber durado 5.000.000  ó 10.000.000 de años, si el orden de cosas sostenedor de la vida ha durado, según supone Lyell, cuando menos 200.000.000 de años.

¿por qué no ensayar otra teoría? Transportemos, hipotéticamente, al hombre al final de los tiempos Mesozoicos - admitiendo argumenti causa que los monos de tipo superior (mucho más recientes) existieran entonces. Esto concedería amplio tiempo para que el hombre y los monos modernos hubiesen divergido del “mono más antropoide” mítico, y aun para que este último degenerara en los que se han encontrado remedando al hombre, usando “ramas de árboles como cachiporras y rompiendo nueces de coco con martillo y piedras” . Algunas tribus de salvajes montañeses en la India construyen sus viviendas en los árboles, lo mismo que los gorilas construyen sus guaridas. La cuestión de cuál de los dos, la bestia o el hombre, es el imitador del otro, apenas es discutible, aun admitiendo la teoría de Mr. Boyd Dawkins. Por regla general, sin embargo, el carácter imaginario de tal hipótesis es cosa admitida. Se arguye que mientras en los períodos Plioceno y Mioceno había verdaderos monos y cinocéfalos, siendo el hombre, de modo innegable, contemporáneo de los primeros tiempos mencionados - aunque, como vemos, la Antropología ortodoxa aún vacila ante los mismos hechos, de colocarlo en la Era del driopiteco, el cual
ha sido considerado, por varios anatómicos, como superior en algunos aspectos, al chimpancé o al gorila,
sin embargo, en el período Eoceno no ha habido otros fósiles de primates desenterrados, y no se han encontrado más pitecoides que unas pocas formas lemurinas extinguidas. Y también hemos visto alusiones de que el driopiteco puede haber sido el “eslabón perdido”, aun cuando el cerebro de este animal no garantiza más la teoría que el cerebro del gorila de nuestros días (Véanse también las especulaciones de Gaudry).
            

Ahora bien; nosotros preguntamos quién de entre los hombres de ciencia está pronto a probar que no existía el hombre en los primeros tiempos de la época Terciaria. ¿Qué es lo que impedía su presencia? Hace apenas treinta años que se negaba con indignación que hubiese existido mucho más allá de seis o siete mil años atrás. Ahora se le rehusa la admisión en el período Eoceno. En el siglo próximo puede ser cuestión de si el hombre no fue contemporáneo del “dragón volador”, el pterodáctilo, el plesiosauro e iguanodonte, etc. Prestemos atención, entretanto, al eco de la Ciencia.

            Ahora bien; dondequiera que hayan vivido los monos antropoides, claro está que, ya sea como cuestión de estructura anatómica, o de clima y medio ambiente, el hombre, o la criatura que  fuese su antecesor, pudo también haber vivido. Anatómicamente hablando, los monos y simios son variaciones tan especiales del tipo mamífero como el hombre, a quien se parecen hueso por hueso y músculo por músculo; y el hombre animal físico es sencillamente un ejemplo del tipo cuadrúmano, particularizado por la postura erguida y un  cerebro más grande... . Si pudo sobrevivir como sabemos que sobrevivió a las condiciones adversas y vicisitudes extremas del período Glacial, no hay razón para que no haya podido vivir en el clima semitropical del período Mioceno, cuando un clima propicio se extendía hasta la Groenlandia y Spitzbergen..

            Cuando la mayor parte de los hombres científicos que tienen opiniones libres en el tema de la descendencia del hombre de “un mamífero antropoide extinguido” no aceptan la misma simple posibilidad de otra teoría que de un antecesor común al hombre y al driopiteco, consuela ver en una obra de verdadero valor científico tal margen de concordancia. en verdad, es ello tan amplio como posible, dadas las  circunstancias, esto es, sin peligro inmediato de perder pie en la marea creciente de la adulación científica. Creyendo que la dificultad de explicar que -

            el desarrollo de la inteligencia y moralidad por medio de la evolución no es tan grande como la que presenta la diferencia en la estructura física  entre el hombre y el animal más elevado-

el mismo autor dice:

            Pero no es fácil ver cómo surgió esta diferencia de estructura física, y cómo vino a la existencia un ser que tuviera semejante cerebro y manos, y tales facultades latentes para un progreso casi ilimitado. La dificultad es la siguiente: la diferencia de estructura entre la raza más inferior de hombres y el mono más superior existente es demasiado grande para admitir la posibilidad de ser el uno descendiente directo del otro. El negro, bajo algunos aspectos, se aproxima ligeramente al tipo simio. Su cráneo es más estrecho, su cerebro de menor capacidad, su boca más prominente, y su brazo más largo que el término medio en el europeo. Sin embargo, es esencialmente un hombre, y estará separado por ancho abismo del chimpancé o el gorila. Hasta el idiota o imbécil, cuyo cerebro no es mayor, ni la inteligencia más desarrollada que la del chimpancé, es un hombre definido, no un mono.
            
Por tanto, si la teoría darwinista se mantiene firme en el caso del hombre y del mono, tenemos que retroceder a algún antecesor común de quien ambos se hayan originado... Pero para establecer esto como un hecho y no como una teoría, necesitamos encontrar esa forma antecesora, o por lo menos, algunas formas intermedias tendiendo a ella... en otras palabras... el “eslabón perdido”. Hasta ahora, no sólo no se han descubierto tales eslabones que faltan, sino que los más antiguos cráneos y esqueletos humanos que datan del período Glacial, y que probablemente tienen cuando menos 100.000 años, no indican aproximación muy marcada hacia semejante tipo prehumano. 

Al contrario, uno de los tipos más antiguos, el de los hombres de la cueva sepulcral de Cro-Magnon, es el de una raza hermosa, de elevada estatura, cerebro grande, y en conjunto superior a muchas de las razas existentes de la humanidad. Por supuesto, la contestación es de que el tiempo no es bastante, y que si el hombre y el mono tuvieron un antecesor común, como quiera que es seguro que el mono, y probablemente el hombre, existieron en el período Mioceno, semejante antecesor hay que buscarlo en un período más remoto, en una antigüedad comparada con la cual toda la época Cuaternaria es insignificante... Todo esto es verdad, y puede  muy bien hacernos vacilar antes de admitir que el hombre... es la sola excepción de la ley general del universo, y es hijo de una creación especial. Esto es tanto más difícil de creer, por cuanto la familia del mono, a la cual se parece tanto el hombre (?) en la estructura física, contiene numerosas ramas que se diferencian de un modo gradual, pero cuyos extremos difieren más entre sí que lo que el hombre difiere de la serie más elevada de monos. Si se requiere una creación especial para el hombre, ¿no podrá haber habido creaciones especiales para el chimpancé, el gorila, el orangután y para lo menos cien diferentes especies de monos y simios que están construidos bajo las mismas líneas? .

            Hubo una “creación especial” para el hombre y una “creación especial” para el mono, su progenie, sólo que siguiendo otras líneas que las que la ciencia jamás ha presentado. Albert Gaudry y otros dan algunas razones de peso de por qué el hombre no puede considerarse como el coronamiento de una especie de monos. Cuando una ve que no sólo era el “salvaje primitivo” (?) una realidad en los tiempos Miocenos, sino que, como muestra de Mortillet, las reliquias de pedernales que ha dejado tras sí indican que fueron labradas por medio del fuego en aquella época remota; cuando se nos dice que el driopiteco es el único de los antropoides que aparece en aquellas capas, ¿cuál es la deducción natural? Que los darwinistas no están en lo firme. El mismo gibón, de apariencia humana, sigue en el mismo estado de desarrollo en que estaba cuando coexistía con el hombre al final del período Glacial. No presenta diferencias apreciables desde los tiempos Pliocenos. Ahora bien; hay poco que escoger entre el driopiteco y los antropoides existentes: gibón, gorila, etc.

 Si, pues, la teoría darwinista es por completo suficiente, ¿cómo se “explica” la evolución de este mono en hombre durante la primera mitad del período Mioceno? El tiempo es con mucho demasiado poco para tal transformación teórica. La extremada lentitud con que se verifican las variaciones de las especies hace la cosa inconcebible, y más especialmente en la hipótesis de la “selección natural”. El enorme abismo mental y estructural entre un salvaje que conoce el fuego y el modo de encenderlo, y el antropoide brutal, es demasiado grande para que, ni aun imaginativamente, se le puede echar un puente, en un período tan restringido. Pueden los evolucionistas hacer retroceder el proceso al período Eoceno precedente, si así lo prefieren; pueden hasta hacer al hombre y al driopiteco descender de un antecesor común; así y todo, hay que afrontar la desagradable consideración de que en las capas Eocenas, los fósiles antropoides son tan notables por su ausencia, como el fabuloso pithecantropus de Haeckel. ¿Puede encontrarse una salida de este cul de sac apelando a lo “desconocido” y a una referencia, a lo Darwin, sobre la “imperfección de los anales geológicos”? Sea así; pero el mismo derecho de apelación tiene entonces que ser igualmente concedido a los ocultistas, en lugar de permanecer siendo monopolio del perplejo materialismo. 

El hombre físico, decimos, existía antes de que se depositara el primer lecho de rocas cretáceas. en la primera parte de la edad Terciaria florecía la civilización más brillante que el mundo ha conocido; en un período en que el hombre-mono Haeckeliano se cree que vagaba por los bosques primitivos, y en el que el antecesor putativo de Mr. Grant Allen saltaba de rama en rama con sus peludas compañeras, las Liliths degeneradas del Adán de la Tercera Raza. Aún no había monos antropoides en los mejores días de la civilización de la Cuarta Raza; pero Karma es una ley misteriosa que no respeta personas. Los monstruos criados en el pecado y la vergüenza por los gigantes Atlantes, “copias borrosas” de sus bestiales padres, y por tanto, del hombre moderno, según Huxley, extravían y abruman con errores al antropólogo especulativo de la ciencia europea.
            
¿En dónde vivieron los primeros hombres? Algunos darwinistas dicen que en el África occidental, otros que en el Sur de Asia, otros creen también en un origen independiente de troncos humanos, en Asia y en América, de antecesores simios (Vogt). Haeckel, sin embargo, se adelanta gallardamente a la carga. Partiendo de su prosimiano, “el antecesor común a todos los demás catarrinos, incluso el hombre” -¡”eslabón” desechado por recientes descubrimientos anatómicos!-, trata de encontrar una morada para el pithecantropus alalus primitivo.

            Según toda probabilidad - (la transformación del animal en hombre) ocurrió  en el Sur de Asia, en cuya región se presentan muchas pruebas de que fue la morada original de diferentes especies de hombres. Probablemente el Asia Meridional misma no fue la primera cuna de la especie humana, sino la Lemuria, un continente que se hallaba al Sur de Asia y que se hundió más adelante bajo la superficie del Océano Índico. El período en que tuvo lugar la evolución de los monos antropoides en hombres semejantes a monos fue probablemente la última parte de la época Terciaria, el período Plioceno, y quizá en el Mioceno, su precursor .

            De las anteriores especulaciones, la única de algún valor es la que se refiere a la Lemuria, que fue la cuna de la humanidad - de la criatura física sexual, que se materializó a través de largos evos desde el estado de hermafroditas etéreos

Sólo que si se prueba que la Isla de Pascua es un resto verdadero de la Lemuria, debemos creer, según Haeckel, que los “hombres mudos semejantes a monos” que acababan de descender de un monstruo mamífero brutal, construyeron las estatuas-retratos gigantescas, dos de las cuales están ahora en el Museo Británico. Los críticos se equivocan al llamar a las doctrinas Haeckelianas “abominables, revolucionarias e inmorales” -aunque el materialismo es producto legítimo del mito del mono antecesor-; ellas son simplemente demasiado absurdas para que necesiten impugnación.

H.P Blvatsky D.S T IV


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