SECCIÓN
III
HECHOS
GEOLÓGICOS QUE SE REFIEREN A SU RELACIÓN
Los datos derivados de la investigación
científica sobre el “hombre primordial” y el mono no prestan fundamento a las
teorías que hacen proceder al primero del segundo. “¿En dónde, pues, hemos de
buscar al hombre primordial?” - pregunta de nuevo Mr. Huxle, después de haberlo
buscado en vano en las profundidades de las capas Cuaternarias.
¿Fue el Homo sapiens
Plioceno o Mioceno, o aun más antiguo? ¿Aguardan los huesos fósiles de un mono
más antropoide, o de un hombre más pitecoide que los conocidos hasta ahora, las
investigaciones, en capas aún más antiguas, de algún paleontólogo aún no
nacido? El tiempo lo dirá.
Lo dirá
(indudablemente), y así vindicará la Antropología de los Ocultistas. Mientras
tanto, en su ansiedad de vindicar el Descent
of Man, de Mr. Darwin, Mr. Boyd Dawkins cree que sólo le falta encontrar el
“eslabón perdido” - en teoría. A los teólogos se debió, más que a los geólogos,
el que el hombre fuese considerado hasta cerca de 1860 como una reliquia no más
antigua que los 6.000 años adámicos ortodoxos. Pero según Karma lo tenía
dispuesto, sin embargo, un abate francés, Bourgeois, fue el destinado a dar a
esta teoría corriente un golpe aún peor que el que le habían dado los
descubrimientos de Boucher de Perthes. Todo el mundo sabe que el abate
descubrió, y puso de manifiesto, buena prueba de que el hombre existió en el
período Mioceno; pues en los estratos miocenos fueron excavados pedernales de
innegable factura humana. Según se expresa el autor de Modern Science and Modern Thought:
Debieron haber sido
partidos por el hombre, o, como Mr. Boyd Dawkins supone, por el driopiteco o
algún otro mono antropoide que tuviese una dosis de inteligencia tan superior a
la del gorila o chimpancé, que fuese capaz de fabricar instrumentos. Pero en
este caso se resolvería el problema y se descubriría el eslabón perdido, pues
semejante mono pudiera haber sido muy bien el antecesor del hombre paleolítico.
O, el descendiente del hombre Eoceno, lo cual
es una variante ofrecida a la teoría. Mientras tanto, el driopiteco, con tan
superiores dotes mentales, está todavía por descubrir. Por otra parte, el
hombre Neolítico y aun el Paleolítico habiéndose convertido en una certeza
absoluta, y como el mismo autor justamente observa:
Si han transcurrido
100.000.000 de años desde que la Tierra fue lo bastante sólida para sostener la
vida vegetal y animal, el período Terciario puede haber durado 5.000.000 ó 10.000.000 de años, si el orden de cosas
sostenedor de la vida ha durado, según supone Lyell, cuando menos 200.000.000
de años.
¿por qué no ensayar otra teoría? Transportemos, hipotéticamente, al
hombre al final de los tiempos Mesozoicos - admitiendo argumenti causa que los monos de tipo superior (mucho más
recientes) existieran entonces. Esto concedería amplio tiempo para que el
hombre y los monos modernos hubiesen divergido del “mono más antropoide”
mítico, y aun para que este último degenerara en los que se han encontrado remedando al hombre, usando “ramas de
árboles como cachiporras y rompiendo nueces de coco con martillo y piedras” . Algunas tribus de salvajes montañeses en la India construyen sus viviendas
en los árboles, lo mismo que los gorilas construyen sus guaridas. La cuestión
de cuál de los dos, la bestia o el hombre, es el imitador del otro, apenas es
discutible, aun admitiendo la teoría de Mr. Boyd Dawkins. Por regla general,
sin embargo, el carácter imaginario de tal hipótesis es cosa admitida. Se
arguye que mientras en los períodos Plioceno y Mioceno había verdaderos monos y
cinocéfalos, siendo el hombre, de modo innegable, contemporáneo de los primeros
tiempos mencionados - aunque, como vemos, la Antropología ortodoxa aún vacila
ante los mismos hechos, de colocarlo en la Era del driopiteco, el cual
ha sido considerado,
por varios anatómicos, como superior en algunos aspectos, al chimpancé o al
gorila,
sin embargo, en el período Eoceno no ha habido otros fósiles de primates desenterrados, y no se han
encontrado más pitecoides que unas pocas formas lemurinas extinguidas. Y
también hemos visto alusiones de que el driopiteco puede haber sido el “eslabón perdido”, aun cuando el cerebro de
este animal no garantiza más la teoría que el cerebro del gorila de nuestros
días (Véanse también las especulaciones de Gaudry).
Ahora bien; nosotros
preguntamos quién de entre los hombres de ciencia está pronto a probar que no existía el hombre en los primeros
tiempos de la época Terciaria. ¿Qué es lo que impedía su presencia? Hace apenas
treinta años que se negaba con indignación que hubiese existido mucho más allá
de seis o siete mil años atrás. Ahora se le rehusa la admisión en el período
Eoceno. En el siglo próximo puede ser cuestión de si el hombre no fue
contemporáneo del “dragón volador”, el pterodáctilo, el plesiosauro e
iguanodonte, etc. Prestemos atención, entretanto, al eco de la Ciencia.
Ahora bien; dondequiera
que hayan vivido los monos antropoides, claro está que, ya sea como cuestión de
estructura anatómica, o de clima y medio ambiente, el hombre, o la criatura
que fuese su antecesor, pudo también
haber vivido. Anatómicamente hablando, los monos y simios son variaciones tan
especiales del tipo mamífero como el hombre, a quien se parecen hueso por hueso
y músculo por músculo; y el hombre animal físico es sencillamente un ejemplo
del tipo cuadrúmano, particularizado por la postura erguida y un cerebro más grande... . Si pudo sobrevivir
como sabemos que sobrevivió a las condiciones adversas y vicisitudes extremas
del período Glacial, no hay razón para que no haya podido vivir en el clima
semitropical del período Mioceno, cuando un clima propicio se extendía hasta la
Groenlandia y Spitzbergen..
Cuando la mayor parte
de los hombres científicos que tienen opiniones libres en el tema de la
descendencia del hombre de “un mamífero antropoide extinguido” no aceptan la
misma simple posibilidad de otra teoría que de un antecesor común al hombre y
al driopiteco, consuela ver en una obra de verdadero valor científico tal
margen de concordancia. en verdad, es ello tan amplio como posible, dadas
las circunstancias, esto es, sin peligro
inmediato de perder pie en la marea creciente de la adulación científica. Creyendo
que la dificultad de explicar que -
el desarrollo de la
inteligencia y moralidad por medio de la evolución no es tan grande como la que
presenta la diferencia en la estructura física entre el hombre y el animal
más elevado-
el mismo autor dice:
Pero no es fácil ver
cómo surgió esta diferencia de estructura física, y cómo vino a la existencia
un ser que tuviera semejante cerebro y manos, y tales facultades latentes para
un progreso casi ilimitado. La dificultad es la siguiente: la diferencia de
estructura entre la raza más inferior de hombres y el mono más superior
existente es demasiado grande para admitir la posibilidad de ser el uno
descendiente directo del otro. El negro, bajo algunos aspectos, se aproxima
ligeramente al tipo simio. Su cráneo es más estrecho, su cerebro de menor
capacidad, su boca más prominente, y su brazo más largo que el término medio en
el europeo. Sin embargo, es esencialmente un hombre, y estará separado por
ancho abismo del chimpancé o el gorila. Hasta el idiota o imbécil, cuyo cerebro
no es mayor, ni la inteligencia más desarrollada que la del chimpancé, es un
hombre definido, no un mono.
Por tanto, si la teoría
darwinista se mantiene firme en el caso del hombre y del mono, tenemos que
retroceder a algún antecesor común de quien ambos se hayan originado... Pero
para establecer esto como un hecho y
no como una teoría, necesitamos
encontrar esa forma antecesora, o por lo menos, algunas formas intermedias
tendiendo a ella... en otras palabras... el “eslabón perdido”. Hasta ahora, no
sólo no se han descubierto tales eslabones que faltan, sino que los más
antiguos cráneos y esqueletos humanos que datan del período Glacial, y que
probablemente tienen cuando menos 100.000 años, no indican aproximación muy
marcada hacia semejante tipo prehumano.
Al contrario, uno de los tipos más
antiguos, el de los hombres de la cueva sepulcral de Cro-Magnon, es el de
una raza hermosa, de elevada estatura, cerebro grande, y en conjunto superior a
muchas de las razas existentes de la humanidad. Por supuesto, la contestación
es de que el tiempo no es bastante, y que si el hombre y el mono tuvieron un
antecesor común, como quiera que es seguro que el mono, y probablemente el
hombre, existieron en el período Mioceno, semejante antecesor hay que buscarlo
en un período más remoto, en una antigüedad comparada con la cual toda la época
Cuaternaria es insignificante... Todo esto es verdad, y puede muy bien hacernos vacilar antes de admitir
que el hombre... es la sola excepción de la ley general del universo, y es hijo
de una creación especial. Esto es tanto más difícil de creer, por cuanto la
familia del mono, a la cual se parece tanto el hombre (?) en la estructura
física, contiene numerosas ramas que se diferencian de un modo gradual, pero
cuyos extremos difieren más entre sí que lo que el hombre difiere de la serie
más elevada de monos. Si se requiere una creación especial para el hombre, ¿no
podrá haber habido creaciones especiales para el chimpancé, el gorila, el
orangután y para lo menos cien diferentes especies de monos y simios que están
construidos bajo las mismas líneas? .
Hubo una “creación especial” para el hombre y una “creación
especial” para el mono, su progenie,
sólo que siguiendo otras líneas que las que la ciencia jamás ha presentado.
Albert Gaudry y otros dan algunas razones de peso de por qué el hombre no puede
considerarse como el coronamiento de una especie de monos. Cuando una ve que no
sólo era el “salvaje primitivo” (?) una realidad en los tiempos Miocenos, sino
que, como muestra de Mortillet, las reliquias de pedernales que ha dejado tras
sí indican que fueron labradas por medio
del fuego en aquella época remota; cuando se nos dice que el driopiteco es el único de los antropoides que aparece
en aquellas capas, ¿cuál es la deducción natural? Que los darwinistas no están
en lo firme. El mismo gibón, de apariencia humana, sigue en el mismo estado de desarrollo en que estaba cuando coexistía
con el hombre al final del período Glacial. No presenta diferencias
apreciables desde los tiempos Pliocenos. Ahora bien; hay poco que escoger entre
el driopiteco y los antropoides existentes: gibón, gorila, etc.
Si, pues, la
teoría darwinista es por completo suficiente, ¿cómo se “explica” la evolución
de este mono en hombre durante la primera mitad del período Mioceno? El tiempo
es con mucho demasiado poco para tal transformación teórica. La extremada
lentitud con que se verifican las variaciones de las especies hace la cosa
inconcebible, y más especialmente en la hipótesis de la “selección natural”. El
enorme abismo mental y estructural entre un salvaje que conoce el fuego y el
modo de encenderlo, y el antropoide brutal, es demasiado grande para que, ni
aun imaginativamente, se le puede echar un puente, en un período tan
restringido. Pueden los evolucionistas hacer retroceder el proceso al período
Eoceno precedente, si así lo prefieren; pueden hasta hacer al hombre y al
driopiteco descender de un antecesor común; así y todo, hay que afrontar la
desagradable consideración de que en las capas Eocenas, los fósiles antropoides
son tan notables por su ausencia, como el fabuloso pithecantropus de Haeckel.
¿Puede encontrarse una salida de este cul
de sac apelando a lo “desconocido” y a una referencia, a lo Darwin, sobre
la “imperfección de los anales geológicos”? Sea así; pero el mismo derecho de
apelación tiene entonces que ser igualmente concedido a los ocultistas, en
lugar de permanecer siendo monopolio del perplejo materialismo.
El hombre
físico, decimos, existía antes de que se depositara el primer lecho de rocas
cretáceas. en la primera parte de la edad Terciaria florecía la civilización
más brillante que el mundo ha conocido; en un período en que el hombre-mono Haeckeliano se cree que
vagaba por los bosques primitivos, y en el que el antecesor putativo de Mr.
Grant Allen saltaba de rama en rama con sus peludas compañeras, las Liliths
degeneradas del Adán de la Tercera Raza. Aún no había monos antropoides en los
mejores días de la civilización de la Cuarta Raza; pero Karma es una ley
misteriosa que no respeta personas. Los monstruos criados en el pecado y la
vergüenza por los gigantes Atlantes, “copias borrosas” de sus bestiales padres,
y por tanto, del hombre moderno, según Huxley, extravían y abruman con errores
al antropólogo especulativo de la ciencia europea.
¿En
dónde vivieron los primeros hombres? Algunos darwinistas dicen que en el África
occidental, otros que en el Sur de Asia, otros creen también en un origen
independiente de troncos humanos, en Asia y en América, de antecesores simios
(Vogt). Haeckel, sin embargo, se adelanta gallardamente a la carga. Partiendo
de su prosimiano, “el antecesor común a todos los demás catarrinos, incluso el
hombre” -¡”eslabón” desechado por recientes descubrimientos anatómicos!-, trata
de encontrar una morada para el pithecantropus alalus primitivo.
Según toda probabilidad
- (la transformación del animal en hombre) ocurrió en el Sur de Asia, en cuya región se
presentan muchas pruebas de que fue la morada original de diferentes especies
de hombres. Probablemente el Asia Meridional misma no fue la primera cuna de la
especie humana, sino la Lemuria, un continente que se hallaba al Sur de Asia y
que se hundió más adelante bajo la superficie del Océano Índico. El período en
que tuvo lugar la evolución de los monos antropoides en hombres semejantes a
monos fue probablemente la última parte de la época Terciaria, el período
Plioceno, y quizá en el Mioceno, su precursor .
De las anteriores
especulaciones, la única de algún valor es la que se refiere a la Lemuria, que fue la cuna de la humanidad - de la
criatura física sexual, que se materializó a través de largos evos desde el
estado de hermafroditas etéreos.
Sólo que si se prueba que la Isla de Pascua es
un resto verdadero de la Lemuria, debemos creer, según Haeckel, que los
“hombres mudos semejantes a monos” que acababan de descender de un monstruo
mamífero brutal, construyeron las estatuas-retratos gigantescas, dos de las
cuales están ahora en el Museo Británico. Los críticos se equivocan al llamar a
las doctrinas Haeckelianas “abominables, revolucionarias e inmorales” -aunque
el materialismo es producto legítimo del mito del mono antecesor-; ellas son
simplemente demasiado absurdas para que necesiten impugnación.
H.P Blvatsky D.S T IV
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