SECCIÓN
II
La cuestión de las
cuestiones para la humanidad -el problema que yace en el fondo de todos los
demás, y es más profundamente interesante que ningún otro- es el de llegar a la
certidumbre del lugar que el hombre ocupa en la Naturaleza, y de sus relaciones
con el universo de las cosas .
El mundo se halla hoy
día dividido y vacila entre los Progenitores
Divinos -ya sean Adán y Eva o los Pitris Lunares- y el Bathybius Haeckelii, el solitario gelatinoso del océano salado.
Habiendo explicado la teoría Oculta, podemos ahora compararla con la del
materialismo moderno. Se invita al lector a escoger entre las dos después de
juzgarlas por sus respectivos méritos.
Podemos consolarnos
algún tanto de que no sean admitidos nuestros antecesores Divinos, al ver que
las especulaciones haeckelianas no resultan mejor paradas que las nuestras, en
manos de la Ciencia estrictamente exacta. La filogénesis de Haeckel no causa menos risa
a los enemigos de su fantástica evolución, hombres científicos muy grandes, que
la que causarán nuestras razas primordiales. Según lo presenta du Bois-Reymond,
le creemos sin dificultad cuando dice que:
Lo árboles genealógicos
de nuestra raza, bosquejados en el Schöpfungsgeschichte,
tienen poco más o menos el valor que el linaje de los héroes de Homero, a los
ojos del crítico historiador.
Sentado esto, todos
verán que una hipótesis vale tanto como otra. Y como vemos que el mismo Haeckel
confiesa que ni la Geología en su historia del pasado, ni la historia
genealógica de los organismos, jamás “alcanzarán la posición de ciencia
“exacta” real” , quédale así a la ciencia Oculta un largo margen para hacer
sus anotaciones y colocar sus protestas. Al mundo se le deja escoger entre las
enseñanzas de Paracelso, “padre de la química moderna”, y las de Haeckel, “padre
del Sozura mítico”. Nosotros no pedimos más.
Sin que pretendamos
intervenir en la disputa de naturalistas tan sabios como du Bois-Reymond y
Haeckel, a propósito de nuestra consanguinidad con
Aquellos antecesores
(nuestros) que se han elevado desde las clases unicelulares: vermes, acranios,
peces, anfibios y reptiles, hasta las aves,
podemos presentar una pregunta o dos, para gobierno de nuestros
lectores. Aprovechando la oportunidad y teniendo en cuenta las teorías de la
Selección Natural, etc., de Darwin, quisiéramos preguntar a la Ciencia
-respecto del origen de las especies humana y animal- cuál de las dos teorías
de la Evolución que a continuación transcribimos es la más científica o, si así
se prefiere, la más anticientífica.
1º ¿Es la de una Evolución
que parte desde el principio con la propagación sexual?
2º ¿O es aquella que
muestra el desarrollo gradual de los órganos; su solidificación y la
procreación de cada una de las especies, primero por la fácil y sencilla separación de uno en dos o hasta
en varios individuos; luego un nuevo desarrollo -el primer paso para una
especie de sexos separados distintos-, el estado hermafrodita; después, una
especie de partenogénesis, “reproducción virginal”, cuando las células-óvulos
se forman dentro del cuerpo, saliendo de él en emanaciones atómicas y madurando
en el exterior del mismo; hasta que, finalmente, después de una definida
separación en sexos, los seres humanos principian a procrear por medio de la
relación sexual?
De estas dos, la
primera “teoría” -o más bien, “hecho revelado”- es proclamada por todas las
Biblias exotéricas, exceptuando los Purânas, y principalmente por la
Cosmogonía judaica. La segunda es la que enseña la Filosofía Oculta, como ya se
ha explicado.
Hay una contestación a
nuestra pregunta en un libro que acaba de publicar Mr. Samuel Laing, el mejor
exponente lego de la Ciencia Moderna.
En el capítulo VIII de su última
obra, A Modern Zoroastrian, el autor
principia por reprochar a “todas las aniguas religiones y filosofías” el “adoptar como sus dioses a un principio
masculino y femenino”. A primera vista, dice:
esta distinción de sexo
parece tan fundamental como la de animal y la de planta... El Espíritu de Dios
cobijando al Caos y produciendo el mundo es sólo una adición posterior,
revisada con arreglo a ideas monoteístas, de la mucho más antigua leyenda
caldea que describe la creación del Cosmos saliendo del Caos, con la
cooperación de grandes dioses, masculinos y femeninos... Así, en la creencia
cristiana ortodoxa se nos enseña a repetir “engendrado, no hecho”, frase que es
un solemne disparate o una falta de
sentido; eso es, un ejemplo de usar palabras como notas falsificadas, que
no tienen el valor efectivo de una idea tras de sí. Pues “engendrado” es un
término bien definido que implica la conjunción de dos sexos opuestos para producir un nuevo
individuo .
Por más que estemos de
acuerdo con el sabio autor respecto de la falta de cordura en usar palabras
impropias, y del terrible elemento antropomórfico y fálico de las antiguas
Escrituras -especialmente en la Biblia ortodoxa cristiana-, sin embargo, puede
haber dos circunstancias atenuantes en este caso. En primer término, todas esas
“antiguas filosofías” y “religiones modernas”, son, como se ha mostrado ya
suficientemente en estos volúmenes, un velo exotérico echado sobre la faz de la
Verdad Esotérica; y, como resultado directo de esto, son alegóricas, esto es,
mitológicas en la forma; pero, sin embargo, inmensamente más filosóficas, en
esencia, que cualquiera de las llamadas nuevas teorías científicas. Y en
segundo lugar, desde la Teogonía Órfica hasta el último arreglo del Pentateuco por Ezra, todas las
escrituras antiguas, que en su origen han tomado sus hechos del Oriente, han
estado sujetas a constantes alteraciones por amigos y enemigos, hasta que de la
versión original sólo ha quedado el nombre, un cascarón muerto, del cual ha
sido gradualmente eliminado el espíritu.
Esto sólo debiera
indicar que ninguna de las obras religiosas hoy publicadas puede ser comprendida
sin ayuda de la Sabiduría Arcaica, sobre cuyo primitivo cimiento fueron todas
ellas construidas.
Pero
volvamos a la contestación directa que esperábamos de la Ciencia a nuestra
pregunta directa. La da el mismo autor cuando, siguiendo su serie de pensamientos
sobre la euhemerización anticientífica de los poderes de la Naturaleza en las
creencias antiguas, pronuncia un fallo condenatorio sobre ellas en los
siguientes términos:
La Ciencia, sin
embargo, causa no poco estrago en esta impresión de que la generación sexual
sea el modo original y único de reproducción; y el microscopio y el bisturí del
naturalista nos introducen en nuevos mundos de vida no sospechados (?).
Tan poco “sospechados”,
en efecto, que los originales “modos de reproducción” a-sexuales deben de haber
sido conocidos de los antiguos indos, en
todo caso; a pesar del aserto en contrarío de Mr. Laing. En vista del dicho del
Vishnu Purâna, citado por nosotros en
otra parte, de que Daksha “estableció la
relación sexual como medio de multiplicación”, después de una serie de otros
“modos”, que se enumeran todos allí, es difícil negar el hecho. Además,
este aserto, téngase entendido, se encuentra en una obra exotérica. En seguida, Mr. Laing continúa diciéndonos que:
La mayor parte, con mucho, de las formas vivientes, por lo menos en
número si no en tamaño, han venido a la existencia sin la ayuda de la
propagación sexual.
Luego pone por ejemplo
el Moneron de Haeckel, “multiplicándose por propia división”. La siguiente
etapa, el autor la muestra en la célula núcleo, “la cual hace exactamente lo
mismo”. El estado que sigue es aquel en que
El organismo no se
divide en dos partes iguales, sino en que una parte pequeña de él se hincha...
y finalmente se separa, principia una vida aparte y se desarrolla hasta el
tamaño del padre por su facultad inherente de fabricar nuevo protoplasma de los
materiales inorgánicos que le rodean .
A esto sigue un
organismo de muchas células formado por
Retoños-gérmenes
reducidos a esporos, o simples células, emitidos por el padre... Ahora nos
encontramos a la entrada de ese sistema de propagación sexual, que se ha
convertido (ahora) en la regla para todas las familias animales superiores...
Este organismo, teniendo ventajas en la lucha por la vida, se estableció
perennemente... y órganos especiales se desarrollaron para adaptarse a las
distintas condiciones. De este modo se establecería a la larga firmemente la
distinción de un órgano femenino u ovario conteniendo el huevo o célula
primitiva de la cual había de desarrollarse el nuevo ser, y de un órgano
masculino proveedor del esporo o célula fertilizadora... Esto se halla
confirmado por el estudio de la embriología, la cual muestra que en las
especies humanas y de los animales
superiores no se desarrolla la diferencia de sexo hasta que el crecimiento del
embrión no ha verificado un progreso considerable... En la gran mayoría de las plantas, y en algunas familias
animales inferiores... los órganos masculinos y femeninos se desarrollan en el
mismo ser, y son lo que se llaman hermafroditas. Otra forma transitoria es la
Partenogénesis, o reproducción virginal, en que las células gérmenes,
aparentemente semejantes por todos conceptos a células huevos, se convierten en
nuevos individuos, sin ningún elemento fructificador (7).
Todo esto lo conocemos
perfectamente, así como sabemos que lo anterior no fue nunca aplicado al genus homo por el muy sabio
popularizador inglés de las teorías Huxley-Haeckelianas. Lo circunscribe él a
las máculas de protoplasma, a las plantas, abejas, caracoles, etc. Pero si
quiere ser fiel a la teoría de la descendencia, tiene que serlo igualmente a la
ontogénesis, en la cual la ley fundamental biogenésica, se nos dice, es como
sigue:
El desarrollo del
embrión (ontogenia) es una repetición condensada y abreviada de la evolución de
la raza (filogenia). Esta repetición es tanto más completa cuanto más se ha
retenido el orden original verdadero de la evolución (palingénesis) por
herencia continua. Por otra parte, esta repetición es menos completa cuantos
más desarrollos adulterados (cenogénesis) haya tenido por adaptaciones variadas.
Esto nos demuestra que
todas las criaturas y cosas vivas de la Tierra, incluso el hombre, han partido
de una forma primordial común. El
hombre físico tiene que haber pasado por las mismas etapas del proceso
evolucionario en sus diversos modos de procreación, que otros animales han
pasado; debe haberse dividido; luego,
el hermafrodita ha debido dar nacimiento partenogenéticamente
(bajo el principio inmaculado) a sus hijos; el estado siguiente sería el ovíparo - al principio “sin ningún
elemento fructificador”; luego, “con la ayuda del esporo fertilizante”; y sólo
después de la evolución final y definida de los dos sexos, se ha convertido en
“macho y hembra” separados, cuando la reproducción, por medio de la unión
sexual, llegó a ser una ley universal. Hasta aquí todo esto está
científicamente probado. Sólo queda una cosa por comprobar, a saber: la
descripción clara y comprensible de los procesos de semejante reproducción
presexual. Ésta se detalla en los libros Ocultos; y la escritora, en la Parte I
del volumen III, trató de dar un ligero bosquejo de ella.
O bien es esto, o el
hombre es un ser aparte. La Filosofía Oculta puede considerarlo así, a causa de
su definida naturaleza dual. La
Ciencia no puede hacer otro tanto, desde el momento que rechaza toda
intervención que no sea la de las leyes mecánicas, y que no admite principio
alguno fuera de la Materia. La primera, la Ciencia Arcaica, admite que la
constitución física humana ha pasado por todas las formas, desde la más ínfima
a la más elevada, su forma actual, o desde lo simple a lo complejo, para usar
los términos aceptados. Pero sostiene que en este Ciclo, el Cuarto, toda vez
que la forma pasó por los tipos y
modelos de la Naturaleza de las Rondas precedentes, hallábase pronta para el
hombre desde el principio de esta Ronda . La Mónada sólo tuvo que penetrar en el cuerpo Astral de los Progenitores,
para que la obra de consolidación física principiase en torno de la sombra
prototipo.
¿Qué diría a esto la
ciencia? Contestaría, por supuesto, que como el hombre apareció en la Tierra
como el último de los mamíferos, no tuvo necesidad, como tampoco los mamíferos,
de pasar por las etapas primitivas de procreación antes descritas. Su modo de
procreación estaba ya establecido en la Tierra cuando él apareció. En este
caso, podemos replicar: Hasta ahora no se ha encontrado ni la señal más remota
de un eslabón entre el hombre y el animal; por tanto (si se rechaza la Doctrina
Oculta) debe haber surgido milagrosamente
en la Naturaleza, como una Minerva completamente armada, del cerebro de
Júpiter; y en tal caso la Biblia tiene razón, así como otras “revelaciones”
nacionales. De aquí que el desdén científico, que tan profusamente ha prodigado
el autor de A. Modern Zoroastrian, a las antiguas filosofías y
credos exotéricos, se convierta en prematuro e improcedente. Tampoco el
repentino descubrimiento de un fósil como el “eslabón perdido” mejoraría el
estado de cosas. Pues ni un semejante solitario ejemplar, ni las inducciones científicas acerca del
mismo, podría dar la seguridad de que fuese la reliquia por tanto tiempo
buscada, esto es, la de un HOMBRE no desarrollado, pero dotado de lenguaje.
Como prueba final se requeriría algo más. Además de esto, hasta el mismo Génesis toma al hombre, su Adán de
barro, solamente donde la Doctrina Secreta deja a sus “Hijos de Dios y de la
Sabiduría” y encuentra al hombre físico de la Tercera Raza. Eva no es
“engendrada”, sino que es extraída de Adán como la “Amoeba A”, y contrayéndose
por medio y hendiéndose, forma la Amoeba B - por división .
Tampoco se ha
desarrollado el lenguaje humano, de los varios sonidos animales.
La teoría de
Haeckel de que “el lenguaje surgió gradualmente de algunos simples y rudos
sonidos animales”, visto que tal “lenguaje aún permanece entre unas pocas razas
del rango más ínfimo” , es por completo incorrecto, según arguye el
profesor Max Müller entre otros. Sostiene él que aún no se ha dado explicación
plausible alguna de cómo vinieron a la existencia las “raíces” del lenguaje.
Para el lenguaje humano se requiere
un cerebro humano. Y las cifras que
relacionan el tamaño de los cerebros respectivos del hombre y del mono muestran
cuán profundo es el abismo que separa a los dos . Vogt dice que el cerebro del
mono más grande, el gorila, no mide más que 30’51 pulgadas cúbicas; al paso que
el término medio del cerebro de los indígenas australianos de cabeza achatada
-la más inferior, actualmente, de las razas humanas- llega a 99’35 pulgadas
cúbicas! Los números son testigos rudos, y no saben mentir. Por consiguiente,
como observó con verdad el doctor F. Pfaff, cuyas premisas son tan sanas y
correctas como necias sus conclusiones bíblicas:
El cerebro de los monos
más parecidos al hombre no llega a la tercera parte del cerebro de los hombres
de las razas más inferiores: no es la mitad del tamaño del cerebro de un recién
nacido .
Por lo anterior es,
pues, muy fácil de ver que para probar las teorías Huxley-Haeckelianas de la
ascendencia del hombre, no es uno, sino un gran número de “eslabones perdidos” -una verdadera escala de progresivos peldaños
evolucionarios- que tendrían primeramente que encontrarse y luego ser
presentados por la Ciencia a la presente humanidad pensante y razonadora, antes
de que ella abandonase su creencia en los Dioses y en el Alma inmortal, para
rendir culto a los antecesores cuadrúmanos. Meros mitos son ahora saludados
como “verdades axiomáticas”. Hasta el mismo Alfredo Russel Wallace sostiene con
Haeckel que el hombre primitivo era una criatura sin habla, semejante al mono.
A esto contesta el profesor Joly:
...el hombre no ha sido
jamás, en mi opinión, ese pitheconthropus
alalus, cuyo retrato ha hecho Haeckel como si le hubiese visto y conocido,
cuya genealogía singular y por completo hipotética ha llegado a presentarnos,
desde la mera masa de protoplasma viviente, hasta el hombre dotado de lenguaje
y de una civilización análoga a la de los australianos y papuanos.
Haeckel, entre otras
cosas, siempre se pone en contradicción directa con la “ciencia de las
lenguas”. En el curso de su ataque al Evolucionismo, el profesor Max
Müller estigmatizó la teoría darwinista como “vulnerable al principio y al
fin”. El hecho es que sólo la verdad parcial de muchas de las “leyes
secundarias del darwinismo está fuera de duda - aceptando, evidentemente, M. De
Quatrefages la selección natural, la lucha por la existencia y la
transformación dentro de las especies, no como probadas de una vez para siempre, sino sólo pro tempore. Pero no estará de más,
quizá, resumir el argumento lingüístico contra la teoría del “mono antecesor”:
Las lenguas tienen sus
fases de desarrollo, etc., como todo lo demás en la Naturaleza. Es casi seguro
que las grandes familias lingüísticas pasan por tres etapas.
1ª Todas las palabras
son raíces y son meramente colocadas en yuxtaposición (Lenguas radicales).
2ª Una raíz determina a
otra, y se convierte en un mero elemento determinativo (Aglutinantes).
3ª El elemento
determinativo (cuyo significado determinante hace tiempo que pasó) se une en un
todo con el elemento formativo (Inflexión).
El problema es pues:
¿De dónde vienen estas RAÍCES? El profesor Max Müller arguye que la existencia
de estos materiales ya hechos del
lenguaje es una prueba de que el hombre no puede ser la corona de una larga
serie orgánica. Esta potencialidad de las
raíces formativas es el gran
tropezón que los materialistas casi invariablemente evitan.
Von Hartmann lo explica
como una manifestación de lo “Inconsciente”, y admite su fuerza contra el
ateísmo mecánico. Hartmann es un buen representante del metafísico y del
idealista de la época presente.
El argumento no ha sido
nunca afrontado por los evolucionistas no panteístas. El decir con Schmidt:
“¡En verdad tenemos que detenernos ante el origen del lenguaje!” es una
confesión de dogmatismo y de pronta derrota .
Respetamos a aquellos
hombres de ciencia que, prudentes en su generación, dicen: Estando el pasado
prehistórico absolutamente fuera de nuestros poderes de observación, somos
demasiado honrados, demasiado devotos de la verdad (o lo que consideramos como
verdad), para especular sobre lo desconocido, dando a la luz nuestras teorías
no probadas, juntamente con hechos establecidos de un modo absoluto en la
Ciencia Moderna.
Por tanto, las
fronteras del conocimiento (metafísico) es mejor dejarlas al tiempo, que es la
mejor piedra de toque de la verdad.
Ésa es una declaración
prudente y honrada en boca de un materialista. Pero cuando un Haeckel, después
de decir que “los sucesos históricos de los tiempos pasados”, habiendo
“ocurrido hace muchos millones de años ... se hallan para siempre fuera de
la observación directa”, y que ni la Geología, ni la Filogenia pueden ni podrán
“llegar a la posición de verdadera ciencia “exacta”; insiste luego en el
desarrollo de todos los organismos - “desde el vertebrado más ínfimo al más
elevado, desde el anphioxus al hombre” - exigimos una prueba de más peso que la
que él puede presentar. Las meras “fuentes empíricas de conocimiento”, así
calificadas por el autor de anthropogeny
- cuando tal calificación le satisface para sus propias opiniones - no son
competentes para resolver problemas que se encuentran más allá de su dominio;
ni la Ciencia exacta puede confiar en ellas. Si son “empíricas” - y el
mismo Haeckel lo declara así repetidamente - entonces no valen más, ni deben
inspirar más confianza, a la investigación exacta,
cuando ésta se extiende al remoto pasado, que nuestras enseñanzas Ocultas del
Oriente, teniendo ambas que ser colocadas al mismo nivel.
Sus especulaciones
filogenésicas y palingenésicas no son tratadas más favorablemente por los
verdaderos hombres de ciencia, que lo son nuestras repeticiones cíclicas de la
evolución de las grandes razas en las menores, y el orden original de la
Evolución. Porque el deber de la ciencia exacta verdadera, por más materialista
que sea, es evitar cuidadosamente todo lo que se parezca a conjeturas, las
especulaciones que no puedan ser comprobadas;
en una palabra, toda suppresio veri y
todo suggestio falsi. El deber de los
hombres de la ciencia exacta es observar, cada uno en el ramo que ha escogido,
los fenómenos de la Naturaleza; registrar, ordenar, comparar y clasificar los
hechos, hasta las más pequeñas minuciosidades que se presenten a la observación
de los sentidos, con ayuda de todos los
delicados mecanismos proporcionados por la invención moderna, no con la ayuda
de los vuelos metafísicos ni de la
fantasía.
Todo lo que ellos tienen el derecho legítimo de hacer, es
corregir, con ayuda de los instrumentos físicos, los defectos o ilusiones de su
propia visión más grosera, de sus poderes auditivos y de los otros sentidos. No
tienen derecho a entrar en el terreno de la Metafísica ni de la Psicología. Su
deber es comprobar y rectificar todos los hechos que caen bajo su observación directa; aprovecharse de las experiencias
y errores del pasado al tratar de remontarse a una cierta concatenación de
causas y efectos, la cual sólo por su constante e invariable repetición puede
llamarse una LEY. Esto es lo que se espera del hombre de ciencia si quiere
llegar a ser un instructor de hombres y permanecer fiel a su programa original
de las Ciencias naturales o físicas. Toda desviación de este camino real se
convierte en especulación.
En lugar de sostenerse
en esta senda, ¿qué es lo que hacen muchos de los llamados hombres de ciencia
hoy día? Se lanzan a los dominios de la Metafísica pura, al paso que la
desdeñan. Se complacen en conclusiones temerarias y las llaman “una ley
deductiva procedente de una ley inductiva”, de una teoría basada y sacada de
las profundidades de su propia conciencia, conciencia pervertida e impregnada
por un materialismo parcial. Tratan de explicar el “origen” de cosas que en sus
propias concepciones están todavía ocultas. Atacan creencias espirituales y
tradiciones religiosas de miles de años, y lo denuncian todo como superstición,
excepto sus ideas favoritas. Sugieren teorías del Universo; una cosmogonía
desarrollada sólo por fuerzas mecánicas ciegas de la naturaleza, muchísimo más milagrosa e imposible, que la basada en
la suposición del fiat lux ex nihilo; y tratan de admirar al
mundo con su extravagante teoría; y esta teoría, al saberse que emana de un
cerebro científico, es acogida con fe
ciega, como muy científica y como exposición de la CIENCIA.
¿Son estos los
adversarios que el Ocultismo debe temer? Ciertamente que no. Porque tales
teorías no son mejor tratadas por la Ciencia verdadera, que lo son las nuestras por la ciencia empírica.
Haeckel, herido en su vanidad por du Bois-Reymond, no se cansa nunca de
quejarse públicamente del destrozo causado por este último en su fantástica
teoría de la descendencia. Citando sin orden del “riquísimo depósito de pruebas
empíricas”, llama a aquellos “reconocidos fisiólogos”, que se oponen a todas
sus especulaciones sacadas del mencionado “depósito”, hombres ignorantes, y
declara que:
Si muchos hombres, y
entre ellos hasta algunos de reputación científica, sostienen que toda la
filogenia es un castillo en el aire, y que los árboles genealógicos (¿de los
monos?) son vanas fantasías, demuestran, al hablar así, su ignorancia de
aquella riqueza de fuentes empíricas de
conocimiento que ya se han mencionado.
Abramos el Diccionario
de Webster y leamos las definiciones de la palabra “empírico”.
Lo que depende sólo de la experiencia u observación, sin la debida
consideración a la ciencia y teorías modernas.
Esto
se aplica a los ocultistas, espiritistas, místicos, etc.; además
Empírico; es el que se
limita a aplicar solamente los resultados de sus propias observaciones (lo cual
es el caso de Haeckel); el que no conoce
la ciencia... un ignorante, un practicante sin título; un matasanos; un
charlatán.
Ningún
ocultista o “Mago” ha sido tratado jamás con peores epítetos. Sin embargo, el
ocultista permanece en su propio terreno metafísico, y no trata de colocar sus conocimientos,
fruto de su observación y
experiencias personales, entre las ciencias exactas
de la sabiduría moderna. Se mantiene dentro de su legítima esfera, en donde
es el amo. Pero ¿qué debe pensarse de un rematado materialista, cuyo deber
hállase ciertamente trazado ante él, que use expresiones tales como las
siguientes?
El
que proceda el hombre de otros mamíferos, y más directamente del mono
catarrino, es una ley deductiva, que se sigue necesariamente de la ley
inductiva de la Teoría de la Descendencia.
Una “teoría” es
simplemente una hipótesis, una especulación, y no una ley. El decir otra cosa es una de las muchas libertades que
se suelen tomar hoy en día nuestros hombres de ciencia. Presentan un absurdo, y
luego lo ocultan tras el escudo de la Ciencia. Una deducción de una
especulación teórica no es más que una
especulación fundada en otra especulación. Sir William Hamilton ha
señalado ya que la palabra teoría se usa ahora en un sentido muy libre
e impropio... que es convertible en hipótesis,
e hipótesis se usa comúnmente como
sinónimo de conjetura, mientras que
las palabras “teoría” y “teórico” se usan propiamente en oposición a los
términos práctica y práctico.
Pero la Ciencia Moderna
pone un apagador en esta declaración, y se burla de la idea. Los filósofos
materialistas y los idealistas de Europa y América pueden estar de acuerdo con
los evolucionistas respecto del origen físico del hombre; aunque nunca será una
verdad general para el verdadero metafísico; el cual desafía a los
materialistas a probar sus asertos arbitrarios. Que el tema de la teoría del
mono de Vogt y Darwin, sobre el cual los Huxley-Haeckelianos han compuesto
últimamente tan extraordinarias variaciones, es mucho menos científico - por
chocar con las leyes fundamentales del tema mismo - que lo son los nuestros, es
muy fácil de demostrar. Basta que el lector consulte la excelente obra sobre
las Especies Humanas por el gran
naturalista francés de Quatrefages, y verá en seguida nuestra afirmación
comprobada.
Además, entre la
enseñanza esotérica acerca del origen del hombre, y las especulaciones de
Darwin, nadie vacilará, a menos de ser un consumado materialista. He aquí la
descripción de Mr. Darwin sobre “los primitivos progenitores del hombre”.
Debieron de haber
estado cubierto de pelo y ambos sexos con barba; sus orejas serían
probablemente puntiagudas y capaces de moverse, estando sus cuerpos provistos
de cola, con músculos apropiados. Sus cuerpos y miembros funcionarían con
músculos que ahora sólo a veces reaparecen, pero que son normales en los
cuadrúmanos... Los pies serían entonces prensiles a juzgar por el estado del
dedo gordo del pie en el feto; y nuestros progenitores, sin duda alguna, eran
arbóreos en sus costumbres y frecuentaban los países cálidos cubiertos de
bosques. Los machos tenían grandes dientes caninos, que les servían de arma
formidable .
Darwin relaciona al hombre
con el tipo de los catarrinos con cola:
Y, por tanto, le hace
retroceder una etapa en la escala de la evolución. El naturalista inglés no se
contenta con tomar posición en el terreno de sus propias doctrinas, y lo mismo
que Haeckel, se coloca en este punto en contradicción directa con una de las
leyes fundamentales que constituyen el encanto principal del darwinismo.
Después de esto, el
sabio naturalista francés procede a mostrar cómo ha sido quebrantada esta ley
fundamental. Dice:
En una palabra: en la
teoría de Darwin las transmutaciones no tienen lugar ni por la casualidad ni en
todas las direcciones. Son ellas regidas por ciertas leyes debidas a la
organización misma. Si un organismo se modifica una vez en una dirección dada,
puede sufrir cambios secundarios o terciarios; pero conservará la impresión del
original. La ley de la caracterización
permanente es la única que permite a
Darwin explicar la filiación de los grupos, sus características y sus numerosas
relaciones. En virtud de esta ley, todos
los descendientes del primer molusco han sido moluscos; todos los descendientes del primer vertebrado han sido vertebrados.
Es evidente que esto constituye uno de los fundamentos de la doctrina. Se
deduce de eso que dos seres pertenecientes a dos tipos distintos pueden
referirse a un antecesor común, pero
el uno no puede ser descendiente del otro.
Ahora bien; el hombre y
el mono presentan un contraste muy sorprendente por lo que respecta al tipo. Sus órganos... corresponden casi exactamente
término por término; pero estos órganos están arreglados bajo un plan muy
distinto. En el hombre están ordenados de modo que es esencialmente un andador, mientras que en el mono
necesitan que sea un trepador... Hay
aquí una diferencia anatómica y mecánica... Una ojeada en la página en que
Huxley ha colocado uno junto al otro el esqueleto humano y el de los monos más
altamente desarrollados, basta como prueba convincente.
La consecuencia de
estos hechos, desde el punto de vista de la aplicación lógica de la ley de las caracterizaciones permanentes, es que el
hombre no puede descender de un antecesor ya caracterizado como mono, como no
puede descender un mono catarrino sin cola, de un catarrino con ella. Un animal
caminante no puede descender de uno trepador.
Esto fue claramente comprendido por Vogt.
Al colocar al hombre entre los primates,
declara él sin vacilar que las clases más ínfimas de los monos han pasado el
jalón (el antecesor común) de que han partido y divergido los diferentes tipos
de familia. (A este antecesor de los monos lo ve la Ciencia Oculta en el grupo
humano más inferior durante el período Atlante, como se ha indicado). Debemos
pues, colocar el origen del hombre más allá del último mono (lo que corrobora
nuestra doctrina), si queremos adherirnos a una
de las leyes más estrictamente necesarias a la teoría darwiniana.
Entonces llegamos a los prosimianos de
Haeckel, los loris, indris, etc. Pero estos animales son también trepadores;
por tanto, tenemos que remontarnos aún más, en busca de nuestro primer
antecesor directo. Pero la genealogía de Haeckel nos lleva de estos últimos a
los marsupiales. Desde el hombre al
canguro, la distancia es, ciertamente, grande. Ahora bien; ni la fauna viviente, ni la extinguida, muestran los
tipos intermedios que deben servir de jalones. Esta dificultad embaraza poco a
Darwin. Sabemos que considera la falta de datos en estas cuestiones como
una prueba en su favor. Haeckel, indudablemente, se preocupa tan poco como él.
Admite la existencia de un hombre
pitecoide, absolutamente teórico.
Así, pues; dado que se
prueba, con arreglo al mismo darwinismo, que el origen del hombre debe
colocarse más allá del estado décimoctavo, y dado que, en consecuencia, se hace
necesario llenar el vacío entre los
marsupiales y el hombre, ¿querrá Haeckel admitir la existencia de cuatro grupos intermedios desconocidos
en lugar de uno? ¿Completará él su genealogía de esta manera? No me toca a mí
contestar.
Véase la famosa
genealogía de Haeckel en The Pedigree of
Man, llamada por él la “Serie de los antecesores del Hombre”. En la
“Segunda división” (estado dieciocho) describe:
Los prosimianos,
aliados a los loris (estenopos) y maquies (lemurinos), sin huesos marsupiales
ni cloaca, con placenta.
Y ahora véase The Human Species de De
Quatrefages, y mírense sus pruebas, basadas en los últimos descubrimientos, que
muestran que los prosimianos de Haeckel no tienen decidua ni placenta difusa.
No pueden ellos ser ni siquiera los antecesores de los monos; y por tanto,
mucho menos del hombre, con arreglo a la ley fundamental del mismo Darwin,
según indica el gran naturalista francés. Pero esto no intimida en lo más
mínimo a los “teóricos del animal”, pues la contradicción propia y las
paradojas son el alma misma del darwinismo moderno. testigo Mr. Huxley, quien
ha manifestado, respecto al hombre fósil y al “eslabón perdido”, que:
Ni en las edades
cuaternarias, ni en la época presente, llena ningún ser intermedio el vacío que
separa al hombre del troglodita:
y que el “negar la existencia de este vacío sería tan censurable como absurdo...; y el gran hombre de ciencia
niega sus propias palabras, in actu,
sosteniendo con todo el peso de su autoridad científica la más “absurda” de todas las teorías: ¡la descendencia del hombre de un mono!
De
Quatrefages, dice:
Esta genealogía es por
completo errónea, y se funda en un error material.
Verdaderamente, Haeckel
basa su descendencia del hombre en los estados diecisiete y dieciocho, los
marsupiales y prosimianos - (¿género Haeckelii?). Al aplicar el último término
a los lemúridos, haciendo de ellos, por tanto, animales con placenta, comete un
error zoológico; pues después de dividir él mismo los mamíferos con arreglo a
sus diferencias anatómicas en dos grupos: los indeciduata, que no tienen decidua
(o membran especial que une la placenta), y los deciduata, los que la poseen, incluye a los prosimianos en este
último grupo. Ahora bien; en otra parte hemos manifestado lo que otros hombres
de ciencia tienen que decir a esto. Según dice De Quatrefages:
Las
investigaciones anatómicas de... Milne Edwards y de Grandidier sobre los
animales... ponen fuera de toda duda que los prosimianos de Haeckel no tienen
decidua ni placenta difusa. Son indeciduata.
Lejos de haber posibilidad de que sean los antecesores de los monos, con
arreglo a los principios sentados por el mismo Haeckel, no pueden ser
considerados ni siquiera como antecesores de los mamíferos zonoplacentales... y
deben ser relacionados con los Pachydermata, los Edentata y los cetáceos.
¡Y sin embargo, las
invenciones de Haeckel pasan para algunos como Ciencia exacta!
El mencionado error, si
es verdaderamente tal, no se halla ni
siquiera aludido en el Pedigree of Man
de Haeckel, traducido por Aveling. Si vale la disculpa de que cuando se
hicieron las famosas “genalogías” “no se conocía la embriogénesis de los
prosimianos”, ahora ya es familiar. Veremos si en la próxima edición de la
traducción de Aveling. aparece rectificado este importante error, o si los
estados diecisiete y dieciocho siguen siendo como están, haciendo creer al
profano en uno de los verdaderos
eslabones intermedios. Pero, según observa el naturalista francés:
Su proceso (el de
Darwin y Haeckel) es siempre el mismo, considerando lo desconocido como una
prueba en favor de su teoría.
Se llega a lo
siguiente: Concédase al hombre un Espíritu inmortal y un Alma; dótese a toda la
creación, animada e inanimada, con el principio monádico, evolucionando
gradualmente de la polaridad latente y pasiva a la activa y positiva - y
Haeckel se encontrará sin tener en qué apoyarse, digan lo que queiran sus
admiradores.
Pero existen
divergencias importantes aun entre Darwin y Haeckel. Al paso que el primero nos
hace proceder del catarrino con cola,
Haeckel encuentra a nuestro hipotético antecesor en el mono sin cola, aunque, al mismo tiempo, le
coloca en un “estado” hipotético, precediendo inmediatamente a éste (Menocerca
con cola), estado diecinueve.
Sin embargo, tenemos una cosa en común con la
escuela darwinista, y es la ley de la evolución gradual y extremadamente lenta,
abarcando muchos millones de años. El pleito principal, según parece, está en
lo que se refiere a la naturaleza del “antecesor” primitivo. Se nos dirá que el
Dhyân Chohan, o el “progenitor” del Manu, es un ser hipotético desconocido en el plano físico. Contestamos que toda
la Antigüedad creía en él, y que hoy creen las nueve décimas partes de la
humanidad presente; mientras que no sólo es el hombre pitecoide u hombre-mono
un ser puramente hipotético de la creación de Haeckel, desconocido e
incontrable en esta Tierra, sino que además su genealogía -según él la ha
inventado- choca con los hechos científicos, y con todos los datos conocidos de
los descubrimientos modernos de la Zoología. Es sencillamente un absurdo, aun
como ficción. Según demuestra De Quatrefages en pocas palabras, Haeckel “admite
la existencia de un hombre pitecoide absolutamente teórico” - cien veces más
difícil de aceptar que cualquier antecesor Deva. Y no es éste el único ejemplo
en que procede de un modo semejante, a fin de completar su cuadro genealógico.
En una palabra: él mismo admite su invención cándidamente; pues confiesa la no
existencia de su Sozura (estado catorce) - un ser completamente desconocido
para la Ciencia - al confesar bajo su propia firma que:
La prueba de su
existencia se funda en la necesidad de un tipo intermedio entre los estados
trece y catorce (!)
Siendo así, podemos
nosotros sostener con el mismo derecho científico que la prueba de la
existencia de nuestras tres Razas etéreas, y de los hombres con tres ojos de
las Razas Tercera y Cuarta, “se funda también en la necesidad de un tipo
intermedio” entre el animal y los
Dioses ¿Qué razones tendrían los Haeckelianos para protestar en este caso
especial?
Por supuesto, hay una
contestación pronta: Porque no concedemos la presencia de la Esencia Monádica.
La manifestación del Logos como conciencia individual en la creación animal y
humana no es aceptada por la ciencia exacta, ni tampoco lo explica todo, por
supuesto. Pero los fracasos de la Ciencia y sus deducciones arbitrarias son
mucho mayores en conjunto que los que puede proporcionar nunca cualquier
doctrina Esotérica “extravagante”. Hasta pensadores de la escuela de Von
Hartmann han sido atacados de la epidemia general. Aceptan ellos la
antropología darwinista (más o menos), aun cuando también presuponen el Ego
individual como una manifestación de lo Inconsciente (la representación
occidental del Logos o del pensamiento divino Primordial).
Dicen ellos que la
evolución del hombre físico viene del animal, pero que la mente, en sus
diversas fases, es completamente una cosa aparte de los hechos materiales,
aunque el organismo, como Upâdhi, es necesario para su manifestación.
H.P. Blavatsky D.S T IV
H.P. Blavatsky D.S T IV
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