lunes, 17 de agosto de 2015

A D D E N D A

                             

                              El conocimiento  de este bajo mundo,
                                 Di, amigo, qué es, ¿falso o verdadero?
                                ¿Qué mortal trata de conocer lo falso?
                                ¿Qué mortal conoció jamás lo verdadero?

 

  CIENCIA Y DOCTRINA SECRETA COMPARADAS


SECCIÓN  I

                                

                                    ¿ANTROPOLOGÍA ARCAICA O MODERNA?


            Siempre que a un hombre de ciencia imparcial, honrado y celoso, se le presenta seriamente la cuestión sobre el Origen del Hombre, la contestación es invariablemente: No sabemos”. De Quatrefages, con su actitud agnóstica, es uno de esos antropólogos.
           
  Esto no implica que los demás hombres de ciencia no sean de buena fe y honrados; pues semejante observación tendría poco de prudente. Pero se calcula que el 75 por ciento de los hombres de ciencia europeos son Evolucionistas. ¿Son todos estos representantes del pensamiento moderno, culpables de flagrante desfiguración de los hechos? Nadie dice esto, aunque hay algunos casos excepcionales. Sin embargo, los hombres científicos, en su entusiasmo anticlerical, y desesperado de encontrar una teoría que alterne con el darwinismo, excepto la de la “creación especial”, son inconscientemente poco sinceros al “forzar” una hipótesis cuya elasticidad es inadecuada, y que se resiente de la tensión fuerte a que ahora se la sujeta. 

La falta de sinceridad sobre el mismo asunto es, en todo caso, patente en los círculos de eclesiásticos. El obispo Temple se ha presentado como sostenedor decidido del darwinismo en su Religion and Science. Este escritor clerical va hasta el punto de considerar la Materia, después que ha recibido la “impresión primordial”, como el evolucionador sin ayuda de todos los fenómenos cósmicos. Esta opinión sólo difiere de la de Haeckel en que postula una Deidad hipotética “tras del más allá”; deidad por completo apartado del funcionamiento de las fuerzas. Semejante entidad metafísica ya no es el Dios Teológico, y tiene tanto de éste como el de Kant. La tregua del obispo Temple con la ciencia materialista es, a nuestro juicio, imprudente, aparte del hecho de que ella envuelve una refutación total de la cosmogonía bíblica. En presencia de esta ostentación de servilismo ante el materialismo de nuestra “sabia” época, nosotros, los ocultistas, no podemos por menos de sonreírnos. Pero ¿cuál es la lealtad al Maestro que esos truhanes teológicos prometen a Cristo y a la cristiandad en general?
            
Sin embargo, no tenemos deseo alguno, por el momento, de arrojar el guante al clero; pues al presente sólo tenemos que ocuparnos de la ciencia materialista. Esta última, en la persona de sus mejores representantes, contesta a nuestra pregunta: “No sabemos”; aunque la mayor parte de ellos obra como si tuviese vinculada la Omnisciencia y todas las cosas.
           
  Pues, a la verdad, esta contestación negativa no ha impedido a la mayor parte de los hombres de ciencia especular sobre la cuestión, tratando cada uno de que su teoría especial sea aceptada con exclusión de todas las demás. Así, desde Maillet en 1748, hasta Haeckel en 1870, las teorías sobre el origen de la especie humana han diferido tanto como las personalidades de sus mismos inventores. Buffon, Bory de St. Vincent, Lamrck, E. Geoffroy St. Hilaire, Gaudry, Naudin, Wallace, Darwin, Owen, Haeckel, Filippi, Vogt, Huxley, Agassiz, etc., cada uno ha desarrollado una hipótesis más o menos científica del génesis. De Quatrefages clasifica estas teorías en dos grupos principales: una basada en una transmutación rápida, y otra en una gradual; admitiendo la primera un tipo nuevo (el hombre) producido por un ser completamente distinto, y la última enseñando la evolución del hombre por diferenciaciones progresivas.
           
  Es verdaderamente extraño que de la más científica de estas autoridades sea de donde haya emanado la más anticientífica de todas las teorías sobre el asunto del Origen del Hombre. Esto es en la actualidad tan evidente, que se aproxima rápidamente la hora en que la enseñanza corriente, sobre la procedencia del hombre de un mamífero semejante al mono, será considerada con menos respeto que la formación de Adán del barro, y de Eva de la costilla de Adán. Porque:

            Es evidente, sobre todo con arreglo a los principios más fundamentales del darwinismo, que un ser organizado no puede descender de otro cuyo desarrollo esté en un orden inverso al suyo. Por consiguiente, con arreglo a estos principios, no puede considerarse al hombre como descendiente de ningún tipo simio (1).

            El argumento de Lucae contra la teoría del mono, basado sobre las diferentes flexiones de los huesos que constituyen el eje del cráneo en los hombres y en los antropoides, lo  discute plenamente Schmidt. Admite él que:

            El mono a medida que crece se hace más bestial; y el hombre... más humano.

y, verdaderamente, parece vacilar un momento antes de proseguir:

            Esta reflexión del eje craneano puede, por tanto, ser subrayada más como un carácter humano, en contraste con los monos; la característica peculiar de un orden mal puede sacarse de ella; y especialmente en lo que respecta a la doctrina de la descendencia, esta circunstancia no parece en modo alguno decisiva.

            Es evidente que el escritor está un poco desconcertado con su propio argumento. Nos asegura él que echa por tierra toda posibilidad de que los monos actuales hayan sido los progenitores de la humanidad. Pero ¿no es también una negación de la simple posibilidad de que el hombre y el antropoide hayan tenido un  antecesor común, hasta ahora completamente teórico?
            Hasta la misma “Selección Natural” se halla cada día más amenazada. Los desertores del campo de Darwin son muchos, y los que en un tiempo eran sus discípulos más ardientes, se están preparando, lenta pero seguramente, a doblar la hoja, debido a nuevos descubrimientos. En el Journal of the Royal Microscopical Sociey, de octubre 1886, podemos leer lo siguiente:

            SELECCIÓN FISIOLÓGICA. - Mr. G. J. Romanes encuentra ciertas dificultades al considerar la selección natural como una teoría del origen de las especies, pues es más bien una teoría del origen de las estructuras adaptables. Propone él reemplazarla por lo que llama selección fisiológica, o segregación de los aptos. Su opinión se basa en la extrema sensibilidad del sistema reproductivo a los pequeños cambios en las condiciones de la vida, y cree que las variaciones en dirección de una esterilidad mayor o menor deben ocurrir frecuentemente en las especies salvajes. Si la variación es tal que el sistema reproductivo, al paso que muestra algún grado de esterilidad con la forma padre, continúa siendo fértil dentro de los límites de la forma variante, la variación no se detendría por el cruzamiento, ni moriría por causa de esterilidad. Cuando ocurre una variación de esta clase, la barrera fisiológica tiene que dividir las especies en dos partes. El autor, en una palabra, considera la esterilidad mutua, no como uno de los efectos de la diferenciación específica, sino como la causa de ella.
            
Se ha intentado demostrar que lo anterior es un complemento y continuación de la teoría darwiniana; pero resulta un intento muy tosco cuando más. Pronto se le exigirá al público que crea que la Evolution without Natural Selection, de Mr. C. Dixon, es también darwinismo - ¡ampliado, según pretende el autor, por cierto!
            Pero es lo mismo que dividir el cuerpo de un hombre en tres pedazos, y luego sostener que cada pedazo es el mismo hombre que antes, aunque ampliado. Sin embargo, el autor dice:
            
Téngase bien entendido que ni una sola sílaba de las anteriores páginas ha sido escrita en sentido antagónico a la teoría darwiniana de la Selección Natural. Todo lo que he hecho es explicar ciertos fenómenos...; cuanto más se estudian las obras de Darwin, más convencido queda uno de la verdad de sus hipótesis (!).

            Y antes de esto, alude a:

            El abrumador conjunto de hechos que Darwin presenta en apoyo de sus hipótesis y que hizo triunfar la teoría de la Selección Natural de todos los obstáculos y objeciones.

            Esto no impide al sabio autor, sin embargo, echar por tierra esta teoría también “de un modo triunfal”, y hasta llamar abiertamente a su obra Evolución sin Selección Natural, o en otras palabras, de triturar en ella la idea fundamental de Darwin.
            
En cuanto a la Selección Natural misma, prevalecen los conceptos más erróneos entre los pensadores del día, que tácitamente aceptan las  conclusiones del darwinismo. Por ejemplo, es un mero artificio de retórica el conceder a la Selección Natural el poder de originar especies. La Selección Natural no es una entidad; es sólo una frase cómoda para  describir cómo tiene lugar la supervivencia de los organismos aptos y la eliminación de los ineptos, en la lucha por la existencia. 

Todo grupo de organismos tiende a multiplicarse más allá de los medios de subsistencia; la batalla constante de la vida -la “lucha para obtener lo bastante para comer y escapar de  ser comido”, añadida a las condiciones circundantes- necesita una perpetua extirpación de los ineptos.

 Los selectos de cada agrupación, que de este modo permanecen, propagan las especies y transmiten sus características orgánicas a sus descendientes. Todas las variaciones útiles se perpetúan de esta manera, y se efectúa una mejora progresiva. Pero la Selección Natural -en la humilde opinión de la escritora, “la Selección, como Poder- es en realidad puro mito; especialmente cuando se toma como explicación del Origen de las Especies. Es ella tan sólo un término representativo que expresa la manera en que las “variaciones útiles” se estereotipan una vez producidas. Por sí sola “ella” no puede producir nada, y  únicamente opera sobre el material grosero que se “le” presenta. La verdadera cuestión planteada es la siguiente: ¿Qué CAUSA, combinada con otras causas secundarias, produce las “variaciones” en los organismos? Muchas de estas causas secundarias son puramente físicas, climatológicas, de alimentación, etc. Muy bien. 

Pero más allá de los aspectos secundarios de la evolución orgánica, hay que buscar un principio más profundo. Las “variaciones espontáneas” y las “divergencias accidentales” de los materialistas son términos contradictorios, en un universo de “Materia, Fuerza y NECESIDAD”. La mera variabilidad del tipo, sin la presencia inspeccionadora de un impulso casi inteligente, no puede explicar, por ejemplo, las complejidades estupendas y las maravillas del cuerpo humano. La insuficiencia de la teoría mecánica de los darwinistas ha sido detalladamente expuesta por el Dr. Von Hartmann, entre otros pensadores puramente negativos. El escribir, como lo hace Haeckel, de células ciegas indiferentes, “ordenándose a sí mismas en órganos”, es abusar de la inteligencia del lector. La solución esotérica del origen de las especies animales la damos en otra parte.
           
  Las causas puramente secundarias de diferenciación, agrupadas bajo el título de selección sexual, selección natural, clima, aislamiento, etc., descarrían al evolucionista occidental y no presentan ninguna verdadera explicación acerca de “dónde vienen” los “tipos antecesores” que sirvieron como de punto de partida del desarrollo físico. La verdad es que las “causas” diferenciadoras conocidas por la Ciencia Moderna sólo entran en operación después de convertirse en físicos los tipos-raíces primordiales procedentes de lo astral. El darwinismo sólo descubre la Evolución en su punto medio, es decir, cuando la evolución astral ha sido reemplazada por el funcionamiento de las fuerzas físicas ordinarias conocidas por nuestros actuales sentidos. Pero la teoría darwinista, hasta en este punto, aun con los “desarrollos” que últimamente se han intentado, no puede hacer frente a los hechos que el caso presenta. 

La causa que yace en el fondo de la variación fisiológica de las especies -a la cual todas las otras leyes están subordinadas y son secundarias- es una inteligencia subconsciente que penetra la materia, y que en último término es una REFLEXIÓN de la sabiduría Divina y Dhyân-Chohánica. Un pensador tan conocido como Ed. von Hartmann ha llegado a una conclusión parecida, pues desesperando de la eficacia de la Selección Natural no ayudada, considera a la Evolución como inteligentemente guiada por lo INCONSCIENTE - el Logos Cósmico del Ocultismo. Pero este último actúa sólo empleando como medio a FOHAT, o sea la energía Dhyân Chohánica, y no precisamente del modo directo que describe el gran pesimista.
           
  Esta divergencia entre los hombres de ciencia, sus contradicciones mutuas, y a menudo propias, es lo que da valora la escritora de la presente obra para presentar otras y más antiguas enseñanzas, aunque sólo sea como hipótesis para una apreciación científica futura. Son tan evidentes (aun para la humilde expositora de esta enseñanza arcaica, no muy versada en Ciencia Moderna) las falsedades y vacíos científicos, que ha determinado tratar de todo esto a fin de exponer las dos enseñanzas en líneas paralelas. Para el Ocultismo, no es sino una cuestión de defensa propia, y nada más.
            
Hasta el presente, La Doctrina Secreta se ha concretado sólo a la metafísica pura y simple. Ahora ha desembarcado en la Tierra, y se encuentra dentro del dominio de la Ciencia física y de la Antropología práctica, o sean esas ramas de estudios que los naturalistas materialistas pretenden ser de su legal dominio, asegurando fríamente, además, que mientras más alta y más perfecta sea la obra del Alma más se presta al análisis e interpretaciones del zoólogo y fisiólogo solos. Esta estupenda pretensión viene de uno que, para probar su descendencia del pitecoide, no ha vacilado en incluir a los lemúridos entre los antecesores del hombre; estos han sido promovidos por él al rango de mamíferos prosimianos, indeciduate a los cuales adjudica muy incorrectamente una placenta decidua y discoidal

Por esto fue Haeckel llamado severamente a capítulo por De Quatrefages, y criticado por los propios materialistas y agnósticos, sus hermanos, Virchow y du Bois-Reymond, tan grandes autoridades como él mismo, si no mayores.
            
A pesar de semejante oposición, las teorías extravagantes de Haeckel son, hasta hoy día, llamadas aún, por algunos, científicas y lógicas. La naturaleza misteriosa de la Conciencia, del Alma y del Espíritu del Hombre, explicándose ahora como un mero progreso sobre las funciones de las moléculas protoplásmicas de los espirituales Protistas se hace necesario remontar el origen de la evolución y desarrollo gradual de la mente e “instinto social” humano a la civilización de las hormigas, abejas y otros seres - pocas son, en verdad, las probabilidades que hay de que se preste una atención imparcial a las doctrinas de la Sabiduría Arcaica. A los profanos educados se les dice que:

            Los instintos sociales de los animales inferiores han sido considerados, en los últimos tiempos, por varias razones, como siendo claramente el origen de la moral, aun de la del hombre (?)...

 -y que nuestra conciencia divina, nuestra alma, inteligencia y aspiraciones, se han abierto “camino desde los estados inferiores de la simple célula-alma” del Bathybius gelatinoso - y parecen creerlo. En semejantes hombres, la Metafísica del Ocultismo debe producir el efecto que nuestros grandes conciertos en los chinos; son sonidos que les atacan los nervios.
           
  Sin embargo, ¿están nuestras enseñanzas Esotéricas sobre los “Ángeles”, las tres primeras Razas humanas preanimales, y la caída de la Cuarta, en un nivel inferior de ficción e ilusión propia que el “plastidular” haeckeliano, o que las inorgánicas “almas moleculares de los Protistas”? Entre la evolución de la naturaleza espiritual del hombre, partiendo de las superiores almas amoebas, y el supuesto desarrollo de su forma física procediendo del morador protoplásmico el limo del Océano, hay un abismo que no cruzará fácilmente ningún hombre que se halle en la completa posesión de sus facultades intelectuales. La evolución física, según la enseña la Ciencia Moderna, es un asunto para la controversia abierta; el desarrollo espiritual y moral, sobre las mismas bases, es el sueño insano de un materialismo craso.
            
Por otra parte  la experiencia pasada, así como la diaria presente, enseña que ninguna verdad ha sido aceptada nunca por sabias corporaciones, a menos que encajase en las ideas habituales preconcebidas de sus profesores. “La corona del innovador es una corona de espinas”, dijo Geoffroy Saint Hilaire. Sólo lo que encaja en las rutinas favoritas y en las nociones aceptadas es lo que, por regla general, se abre camino. De ahí el triunfo de las ideas haeckelianas, a pesar de haber sido proclamadas por Virchow, de Bois-Reymond y otros el testimonium paupertatis de la Ciencia Natural”.
            
Por diametralmente opuesto que sea el materialismo de los evolucionistas alemanes a los conceptos espirituales de la Filosofía Esotérica; por radicalmente incompatible que sea su aceptado sistema antropológico, con los hechos reales de la naturaleza, la tendencia seudo idealista que ahora matiza el pensamiento inglés es casi más perniciosa. La doctrina puramente materialista admite una refutación directa y una apelación a la lógica de los hechos. El idealismo de hoy día, no sólo trata de absorber por una parte las negaciones fundamentales del ateísmo, sino que envuelve a sus partidarios en una maraña de ilusión, que culmina en un nihilismo práctico. Con tales escritores huelgan los argumentos. 

Los idealistas, por tanto, serán aún más antagonistas que los materialistas hacia las enseñanzas Ocultas que se han dado ahora. Pero como no puede caber peor suerte a los expositores de la Antropogénesis Esotérica en manos de sus enemigos que ser llamados abiertamente con los antiguos y venerables nombres de “chiflados” y “mentecatos”, pueden añadirse sin temor las presentes teorías arcaicas a las muchas especulaciones modernas, y que esperen su día para ser completamente, o sólo en parte, reconocidas. Sólo que, como la existencia misma de estas teorías arcaicas será probablemente negada, tenemos que presentar nuestras mejores pruebas y defenderlas hasta el fin.
           
  En nuestra raza y generación el “templo del universo” está, en casos raros, dentro de nosotros; pero nuestro cuerpo y mente han sido demasiado degradados tanto por el “pecado” como por la “ciencia”, para ser exteriormente otra cosa ahora que un templo de iniquidad y de error. Y en este punto, nuestra mutua posición -la del Ocultismo y la de la Ciencia Moderna- debe ser definida de una vez para siempre.
            Nosotros, los teósofos, nos inclinamos de buen grado ante sabios tales como el difunto profesor Balfour Stewart, los señores Crookes, De Quatrefages, Wallace, Agassiz, Butlerof y otros; aunque, desde el punto de vista de la Filosofía Esotérica, no estemos de acuerdo con todo lo que dicen. Pero nada nos hará consentir, ni siquiera una demostración de respeto ante las opiniones de otros hombres de ciencia, tales como Haeckel, Carlos Vogt, o Ludwig Büchner en Alemania, ni aun Mr. Huxley y sus copensadores de materialismo en Inglaterra - a pesar de la erudición colosal del primero. Semejantes hombres son solamente asesinos intelectuales y morales de las generaciones futuras; especialmente Haeckel, cuyo materialismo craso llega muchas veces a la altura de una ingenuidad idiota en sus razonamientos. No hay más que leer su, Pedigree of Man and Other Essays (traducción de Aveling), para sentir el deseo, repitiendo las palabras de Job, de que su recuerdo desaparezca de la Tierra, y que “no tenga nombre en las calles”. Oíd al creador del mítico Sozura ridiculizando la idea del origen de la especie humana “como fenómeno sobrenatural” (?).

            Que no podía resultar de causas simplemente mecánicas, de fuerzas químicas y físicas, sino que requiere la intervención directa de una personalidad creadora... Ahora bien; el punto central de la doctrina darwiniana... consiste en que demuestra que las causas mecánicas más sencillas, fenómenos puramente psicoquímicos de la naturaleza, son por completo suficientes para explicar los más elevados y difíciles problemas. Darwin coloca en el lugar de una fuerza creativa consciente, construyendo y ordenando los cuerpos orgánicos de los animales y plantas con arreglo a un plan designado, una serie de fuerzas naturales operando ciegamente (según nosotros decimos) sin fin y sin designio. En lugar de un acto arbitrario de operación, tenemos una ley de Evolución necesaria... (también la tenían Manu y Kapila, y, al mismo tiempo, Poderes directores conscientes e inteligentes). Darwin, muy sabiamente... había dejado a un lado la cuestión de la primera aparición de la vida. Pero muy pronto esa consecuencia, tan llena de significación, de tanto alcance, fue abiertamente discutida por hombres de ciencia capaces y valientes, tales como Huxley, Carlos Vogt, Ludwig Buchner. Sostúvose el origen mecánico de la primera forma viva, como consecuencia natural de las enseñanzas de Dar4win..; nosotros sólo tratamos ahora de una sola consecuencia de la teoría, el origen natural de la especie humana por medio de la Evolución todopoderosa.

            A esto, sin intimidarse por semejante fárrago científico, contesta el Ocultismo: En el curso de la Evolución, cuando la evolución física triunfó sobre la mental y espiritual, y casi la aplastó bajo su peso, el gran don de Kriyâshakti quedó como patrimonio de sólo unos pocos hombres escogidos en cada edad. El espíritu se esforzó en vano en manifestarse por completo en formas puramente orgánicas (según se ha explicado en el anterior volumen); y la facultad que había sido atributo natural en la primera humanidad de la Tercera Raza se convirtió en una de las que los espiritistas y ocultistas consideran como simplemente fenomenales, y los materialistas creen científicamente imposibles.
            
En nuestra época presente, el mero aserto de que exista un poder que pueda criar formas humanas -envolturas hechas de una vez, en las que puedan encarnar las Mónadas conscientes o Nirmânakâyas de Manvántaras pasados- es, por supuesto, absurdo, ridículo. Lo que, por otra parte, se considera completamente natural es la producción de un monstruo de Frankenstein, más la conciencia moral, aspiraciones religiosas, genio y sentimiento de su propia naturaleza inmortal dentro de sí- por medio de “fuerzas físico-químicas” guiadas por la ciega “Evolución Todopoderosa”. En cuanto al origen de ese hombre, no ex nihilo, cementado en un poco de barro rojo, sino por medio de una Entidad viviente divina que consolida el cuerpo astral con los materiales circunstantes; semejante concepción es demasiado absurda, aun sólo para mencionarla, según opinión de los materialistas. No obstante, los ocultistas y teósofos están prontos a comparar sus asertos y teorías, en lo que respecta a su valor intrínseco y a su probabilidad, con los de los evolucionistas modernos, por más anticientíficas y supersticiosas que estas teorías puedan parecer en un principio. De aquí que la enseñanza Esotérica sea absolutamente opuesta a la evolución darwiniana, en lo que al hombre respecta, y parcialmente opuesta por lo que respecta a otras especies.
            

Sería interesante obtener una vislumbre de la representación mental de la Evolución en el cerebro científico de un materialista. ¿Qué es la EVOLUCIÓN? Si se les preguntase todo el significado completo del término, ni Huxley ni Haeckel podrían decirlo mejor que lo hace Webster:

            El acto del desenvolvimiento; el proceso de crecimiento, de desarrollo; como la evolución de una flor de la yema, o de un animal de un huevo.

            Sin embargo, el origen de la yema hay que buscarlo pasando por su planta madre hasta la semilla, y el del huevo hasta el animal o pájaro que lo puso;  o en todo caso, hasta la mácula o protoplasma de que partió y se desarrolló. Y tanto la semilla como la mácula tienen que encerrar las potencialidades latentes para la reproducción y gradual desarrollo, el desenvolvimiento de las mil y una formas o fases de evolución, por las que tienen que pasar la  flor y el animal, antes de llegar a su completo desarrollo. Por  tanto, el plan futuro, si no un DESIGNIO, tiene que estar allí. Además, hay que seguir la pista a esa semilla y comprobar su naturaleza. 

¿Han conseguido esto los darwinistas? ¿O nos lanzarán a la cara el Monerón? Pero este átomo del Abismo Acuoso no es materia homogénea; y debe haber algo o alguien que lo modelase y transformase en un ser.
           
  En  este punto la ciencia permanece de nuevo silenciosa. Pero puesto que todavía no hay conciencia propia en la mácula, semilla o germen, con arreglo a los materialistas y fisiólogos de la escuela moderna -en lo cual, por esta vez, están los ocultistas de acuerdo con sus enemigos naturales-, ¿qué es lo que guía a la  fuerza o fuerzas de un modo tan infalible en este proceso de la Evolución? “¿La fuerza ciega?” 

Equivale lo mismo que a llamar ciego al cerebro que evolucionó en Haeckel su Pedigree of Man y otras lucubraciones. Nosotros podemos concebir fácilmente que al mencionado cerebro le falte un centro importante o dos; pues quienquiera que conozca algo de la anatomía del cuerpo humano, y hasta del animal, y siga siendo ateo y materialista, tiene que estar “loco sin remisión”, según Lord Herbert, que justamente ve en la constitución del cuerpo del hombre y la coherencia de sus partes algo tan extraño y paradójico que lo considera como “el milagro más grande de la naturaleza”. ¡Fuerzas ciegas y “ningún designio” en algo que exista bajo el sol, cuando ningún hombre de ciencia, en su cabal juicio, vacilaría en decir que aun en lo poco que sabe y ha descubierto de las fuerzas que obran en el Kosmos, ve muy claro que toda parte, toda mácula y átomo, están en armonía con los demás átomos sus compañeros, y estos con el todo, teniendo cada uno su misión distinta durante el ciclo de vida! Pero afortunadamente, los pensadores y hombres de ciencia más grandes y eminentes del día principian ahora a levantarse contra este “Linaje” y aun en contra de la teoría de la Selección Natural de Darwin, aunque su autor, probablemente, no pensará jamás en conclusiones tan fuera de quicio. 

El científico ruso N. T. Danilevsky, en su notable obra Darwinism, a Critical Investigation of the Theory, echa por tierra completamente y sin apelación a semejante darwinismo; y lo mismo hace De Quatrefages en su última obra. Recomendamos a nuestros lectores el examen del sabio escrito del doctor Bourges, miembro de la Sociedad Antropológica de París, leído por su autor en una sesión reciente de esa Sociedad, y titulado “Psicología Evolucionaria; la Evolución del Espíritu, etc.” En él reconcilia por completo las dos enseñanzas, a saber: la evolución física y la espiritual. 

Explica el origen de la variedad de las formas orgánicas -las cuales se hallan ajustadas al medio ambiente con un designio tan evidentemente inteligente- por la existencia, ayuda e interacción mutuas de  dos Principios de la Naturaleza manifestada, adaptándose el Principio interno consciente a la Naturaleza física y a las potencialidades innatas de esta última. De este modo, el científico francés tiene que volver a nuestro antiguo amigo Archaeus, o Principio de Vida (sin nombrarlo), como ha hecho el doctor Richardson en Inglaterra con su “Fuerza Nerviosa”. La misma idea ha sido desarrollada recientemente en Alemania por el Barón Hellenbach, en su notable obra La individualidad a la Luz de la Biología y de la Filosofía Modernas.
            
Encontramos también las mismas conclusiones en otra obra excelente de un profundo pensador ruso, N. N. Strachof, que dice en sus Conceptos Fundamentales de la Psicología y Fisiología:

            El tipo más claro y familiar del desarrollo puede encontrarse en nuestra propia evolución mental o física, que ha servido a otros como modelo para guiarse... Si los organismos son entidades... entonces justo es deducir y asegurar que la vida orgánica se esfuerza en engendrar la vida psíquica; pero sería aún más exacto y más en armonía con el espíritu de estas dos categorías de la evolución, decir que la verdadera causa de la vida orgánica es la tendencia del espíritu a manifestarse en formas substanciales, a revestirse de realidad substancial. La forma más elevada es la que contiene la explicación completa de la más ínfima, nunca lo contrario.

            Esto es admitir, como lo hace Bourges en la Memoria antes mencionada, la identidad de este Principio misterioso, que actúa y organiza integralmente, con la Propia-Conciencia y el Sujeto Interno, que nosotros llamamos EGO, y el mundo en general, el Alma. De modo que todos los mejores pensadores y hombres de ciencia se están aproximando gradualmente a los Ocultistas en sus conclusiones generales.
           
  Pero tales hombres de ciencia inclinados a la metafísica están fuera de regla,  apenas se les escuchará. Schiller, en su magnífico poema sobre el Velo de Isis, hace al joven mortal que se atrevió a levantar el velo impenetrable, caer muerto al contemplar la verdad desnuda en la faz de la severa Diosa. ¿Han contemplado también algunos de nuestros darwinistas, tan tiernamente unidos en la selección natural y afinidad, a la Madre Saítica desprovista de sus velos? Casi podría sospecharse después de leer sus teorías. Sus grandes inteligencias deben haberse debilitado mientras sondeaban demasiado cerca la descubierta faz de la Naturaleza, quedando en sus cerebros tan sólo la materia gris y los ganglios, para responder a las fuerzas psicoquímicas ciegas. En todo caso, las líneas de Shakespeare se aplican admirablemente a nuestro evolucionista moderno, que simboliza aquel “hombre orgulloso” que

              Revestido de breve e insignificante autoridad;
            Por completo ignorante de lo que más seguro está,
            Su vítrea esencia, como mono encolerizado,
            Ejecuta tales tretas fantásticas ante los altos cielos,
            Que hace llorar a los ángeles! 

            Estos sabios no quieren tener nada que ver con los “Ángeles”. Su único interés está en el antecesor humano, el Noé pitecoide, que tuvo tres hijos: el cinocéfalo con cola, el mono sin cola, y el hombre “arbóreo” paleolítico. En este punto no admiten contradicción. Toda duda que se exprese, es inmediatamente considerada como una tentativa para estropear la investigación científica. La dificultad insuperable en el fundamento mismo de la teoría de la Evolución, a saber: que ningún darwinista puede dar una definición aproximada del período y de la forma en que apareció el primer hombre, se la allana tratándola de obstáculo insignificante, que “en realidad no hay que tener en cuenta”. Todas las ramas del conocimiento se hallan en el mismo caso, se nos dice. El químico basa sus cálculos más abstrusos simplemente:

            sobre una hipótesis de átomos y moléculas, de las cuales jamás se ha visto ninguno ni aislado, ni pesado, ni definido. El electricista habla de fluidos magnéticos que jamás se han revelado de un modo tangible. No puede asignarse ningún origen definido a las moléculas ni al magnetismo. La ciencia no puede pretender, ni pretende, conocimiento alguno de los comienzos de la ley, de la materia o de la vida.


            ¡Y he aquí que el rechazar una hipótesis científica, por más absurda que sea, es cometer un pecado imperdonable! Nos arriesgamos a ello.

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