El conocimiento de este bajo mundo,
Di, amigo, qué es, ¿falso o verdadero?
¿Qué mortal trata de conocer lo falso?
¿Qué mortal conoció jamás lo verdadero?
CIENCIA Y DOCTRINA SECRETA COMPARADAS
SECCIÓN
I
¿ANTROPOLOGÍA ARCAICA O MODERNA?
Siempre que a un hombre
de ciencia imparcial, honrado y celoso, se le presenta seriamente la cuestión
sobre el Origen del Hombre, la contestación es invariablemente: “No sabemos”. De Quatrefages, con su
actitud agnóstica, es uno de esos antropólogos.
Esto no implica que los
demás hombres de ciencia no sean de buena fe y honrados; pues semejante
observación tendría poco de prudente. Pero se calcula que el 75 por ciento de los
hombres de ciencia europeos son Evolucionistas. ¿Son todos estos representantes
del pensamiento moderno, culpables de flagrante desfiguración de los hechos?
Nadie dice esto, aunque hay algunos casos excepcionales. Sin embargo, los
hombres científicos, en su entusiasmo anticlerical, y desesperado de encontrar
una teoría que alterne con el darwinismo, excepto la de la “creación especial”,
son inconscientemente poco sinceros al “forzar” una hipótesis cuya elasticidad
es inadecuada, y que se resiente de la tensión fuerte a que ahora se la sujeta.
La falta de sinceridad sobre el mismo asunto es, en todo caso, patente en los
círculos de eclesiásticos. El obispo Temple se ha presentado como sostenedor
decidido del darwinismo en su Religion
and Science. Este escritor clerical va hasta el punto de considerar la
Materia, después que ha recibido la “impresión primordial”, como el
evolucionador sin ayuda de todos los fenómenos cósmicos. Esta opinión sólo
difiere de la de Haeckel en que postula una Deidad hipotética “tras del más
allá”; deidad por completo apartado del funcionamiento de las fuerzas.
Semejante entidad metafísica ya no es el Dios Teológico, y tiene tanto de éste
como el de Kant. La tregua del obispo Temple con la ciencia materialista es, a
nuestro juicio, imprudente, aparte del hecho de que ella envuelve una
refutación total de la cosmogonía bíblica. En presencia de esta ostentación de
servilismo ante el materialismo de nuestra “sabia” época, nosotros, los
ocultistas, no podemos por menos de sonreírnos. Pero ¿cuál es la lealtad al
Maestro que esos truhanes teológicos prometen a Cristo y a la cristiandad en
general?
Sin embargo, no tenemos
deseo alguno, por el momento, de arrojar el guante al clero; pues al presente
sólo tenemos que ocuparnos de la ciencia materialista. Esta última, en la
persona de sus mejores representantes, contesta a nuestra pregunta: “No
sabemos”; aunque la mayor parte de ellos obra como si tuviese vinculada la
Omnisciencia y todas las cosas.
Pues, a la verdad, esta
contestación negativa no ha impedido a la mayor parte de los hombres de ciencia
especular sobre la cuestión, tratando cada uno de que su teoría especial sea
aceptada con exclusión de todas las demás. Así, desde Maillet en 1748, hasta
Haeckel en 1870, las teorías sobre el origen de la especie humana han diferido
tanto como las personalidades de sus mismos inventores. Buffon, Bory de St.
Vincent, Lamrck, E. Geoffroy St. Hilaire, Gaudry, Naudin, Wallace, Darwin,
Owen, Haeckel, Filippi, Vogt, Huxley, Agassiz, etc., cada uno ha desarrollado
una hipótesis más o menos científica del génesis. De Quatrefages clasifica
estas teorías en dos grupos principales: una basada en una transmutación rápida, y otra en una gradual; admitiendo la primera un tipo nuevo (el hombre) producido
por un ser completamente distinto, y la última enseñando la evolución del
hombre por diferenciaciones progresivas.
Es verdaderamente
extraño que de la más científica de estas autoridades sea de donde haya emanado
la más anticientífica de todas las teorías sobre el asunto del Origen del
Hombre. Esto es en la actualidad tan evidente, que se aproxima rápidamente la
hora en que la enseñanza corriente, sobre la procedencia del hombre de un
mamífero semejante al mono, será considerada con menos respeto que la formación
de Adán del barro, y de Eva de la costilla de Adán. Porque:
Es evidente, sobre todo
con arreglo a los principios más fundamentales del darwinismo, que un ser
organizado no puede descender de otro cuyo desarrollo esté en un orden inverso
al suyo. Por consiguiente, con arreglo a estos principios, no puede
considerarse al hombre como descendiente de ningún tipo simio (1).
El argumento de Lucae contra la teoría del mono, basado sobre
las diferentes flexiones de los huesos que constituyen el eje del cráneo en los
hombres y en los antropoides, lo discute
plenamente Schmidt. Admite él que:
El mono a medida que
crece se hace más bestial; y el hombre... más humano.
y, verdaderamente, parece vacilar un momento antes de proseguir:
Esta reflexión del eje
craneano puede, por tanto, ser subrayada más como un carácter humano, en
contraste con los monos; la característica peculiar de un orden mal puede
sacarse de ella; y especialmente en lo que respecta a la doctrina de la
descendencia, esta circunstancia no parece en modo alguno decisiva.
Es evidente que el
escritor está un poco desconcertado con su propio argumento. Nos asegura él que
echa por tierra toda posibilidad de que los monos actuales hayan sido los
progenitores de la humanidad. Pero ¿no es también una negación de la simple
posibilidad de que el hombre y el antropoide hayan tenido un antecesor común, hasta ahora completamente
teórico?
Hasta la misma
“Selección Natural” se halla cada día más amenazada. Los desertores del campo
de Darwin son muchos, y los que en un tiempo eran sus discípulos más ardientes,
se están preparando, lenta pero seguramente, a doblar la hoja, debido a nuevos
descubrimientos. En el Journal of the
Royal Microscopical Sociey, de octubre 1886, podemos leer lo siguiente:
SELECCIÓN
FISIOLÓGICA. - Mr. G. J. Romanes encuentra ciertas dificultades al considerar
la selección natural como una teoría del origen de las especies, pues es más
bien una teoría del origen de las estructuras adaptables. Propone él
reemplazarla por lo que llama selección fisiológica, o segregación de los
aptos. Su opinión se basa en la extrema sensibilidad del sistema reproductivo a
los pequeños cambios en las condiciones de la vida, y cree que las variaciones
en dirección de una esterilidad mayor o menor deben ocurrir frecuentemente en
las especies salvajes. Si la variación es tal que el sistema reproductivo, al
paso que muestra algún grado de esterilidad con la forma padre, continúa siendo
fértil dentro de los límites de la forma variante, la variación no se detendría
por el cruzamiento, ni moriría por causa de esterilidad. Cuando ocurre una
variación de esta clase, la barrera fisiológica tiene que dividir las especies
en dos partes. El autor, en una palabra, considera la esterilidad mutua, no
como uno de los efectos de la diferenciación específica, sino como la causa de
ella.
Se ha
intentado demostrar que lo anterior es un complemento y continuación de la
teoría darwiniana; pero resulta un intento muy tosco cuando más. Pronto se le exigirá al público que crea que la Evolution without Natural Selection, de
Mr. C. Dixon, es también darwinismo - ¡ampliado, según pretende el autor, por
cierto!
Pero es lo mismo que
dividir el cuerpo de un hombre en tres pedazos, y luego sostener que cada
pedazo es el mismo hombre que antes, aunque ampliado. Sin embargo, el autor
dice:
Téngase bien entendido
que ni una sola sílaba de las anteriores páginas ha sido escrita en sentido
antagónico a la teoría darwiniana de la Selección Natural. Todo lo que he hecho
es explicar ciertos fenómenos...; cuanto más se estudian las obras de Darwin,
más convencido queda uno de la verdad de sus hipótesis (!).
Y antes de esto, alude
a:
El abrumador conjunto
de hechos que Darwin presenta en apoyo de sus hipótesis y que hizo triunfar la
teoría de la Selección Natural de todos los obstáculos y objeciones.
Esto no impide al sabio
autor, sin embargo, echar por tierra esta teoría también “de un modo triunfal”,
y hasta llamar abiertamente a su obra Evolución
sin Selección Natural, o en otras
palabras, de triturar en ella la idea fundamental de Darwin.
En cuanto a la
Selección Natural misma, prevalecen los conceptos más erróneos entre los
pensadores del día, que tácitamente aceptan las
conclusiones del darwinismo. Por ejemplo, es un mero artificio de
retórica el conceder a la Selección Natural el poder de originar especies. La Selección Natural no es una entidad; es sólo
una frase cómoda para describir cómo
tiene lugar la supervivencia de los organismos aptos y la eliminación de los
ineptos, en la lucha por la existencia.
Todo grupo de organismos tiende a
multiplicarse más allá de los medios de subsistencia; la batalla constante de
la vida -la “lucha para obtener lo bastante para comer y escapar de ser comido”, añadida a las condiciones circundantes-
necesita una perpetua extirpación de los ineptos.
Los selectos de cada
agrupación, que de este modo permanecen, propagan las especies y transmiten sus
características orgánicas a sus descendientes. Todas las variaciones útiles se
perpetúan de esta manera, y se efectúa una mejora progresiva. Pero la Selección
Natural -en la humilde opinión de la escritora, “la Selección, como Poder”- es en realidad puro mito;
especialmente cuando se toma como explicación del Origen de las Especies. Es
ella tan sólo un término representativo que expresa la manera en que las
“variaciones útiles” se estereotipan una vez producidas. Por sí sola “ella” no puede producir nada, y únicamente opera sobre el material grosero
que se “le” presenta. La verdadera cuestión planteada es la siguiente: ¿Qué
CAUSA, combinada con otras causas secundarias, produce las “variaciones” en los
organismos? Muchas de estas causas secundarias son puramente físicas,
climatológicas, de alimentación, etc. Muy bien.
Pero más allá de los aspectos secundarios
de la evolución orgánica, hay que buscar un principio más profundo. Las
“variaciones espontáneas” y las “divergencias accidentales” de los materialistas son términos contradictorios, en
un universo de “Materia, Fuerza y NECESIDAD”. La mera variabilidad del tipo,
sin la presencia inspeccionadora de un impulso casi inteligente, no puede
explicar, por ejemplo, las complejidades estupendas y las maravillas del cuerpo
humano. La insuficiencia de la teoría mecánica de los darwinistas ha sido
detalladamente expuesta por el Dr. Von Hartmann, entre otros pensadores
puramente negativos. El escribir, como lo hace Haeckel, de células ciegas indiferentes, “ordenándose a sí
mismas en órganos”, es abusar de la inteligencia del lector. La solución
esotérica del origen de las especies animales la damos en otra parte.
Las causas puramente secundarias de diferenciación, agrupadas
bajo el título de selección sexual, selección natural, clima, aislamiento,
etc., descarrían al evolucionista occidental y no presentan ninguna verdadera
explicación acerca de “dónde vienen” los “tipos antecesores” que sirvieron como
de punto de partida del desarrollo
físico. La verdad es que las “causas” diferenciadoras conocidas por la Ciencia
Moderna sólo entran en operación después de convertirse
en físicos los tipos-raíces primordiales procedentes de lo astral. El
darwinismo sólo descubre la Evolución en su punto medio, es decir, cuando la
evolución astral ha sido reemplazada por el funcionamiento de las fuerzas
físicas ordinarias conocidas por nuestros actuales sentidos. Pero la teoría
darwinista, hasta en este punto, aun con los “desarrollos” que últimamente se
han intentado, no puede hacer frente a los hechos que el caso presenta.
La
causa que yace en el fondo de la variación fisiológica de las especies -a la
cual todas las otras leyes están subordinadas y son secundarias- es una
inteligencia subconsciente que penetra la materia, y que en último término es
una REFLEXIÓN de la sabiduría Divina y Dhyân-Chohánica. Un pensador tan conocido
como Ed. von Hartmann ha llegado a una conclusión parecida, pues desesperando
de la eficacia de la Selección Natural no
ayudada, considera a la Evolución como inteligentemente guiada por lo
INCONSCIENTE - el Logos Cósmico del Ocultismo. Pero este último actúa sólo
empleando como medio a FOHAT, o sea la energía Dhyân Chohánica, y no
precisamente del modo directo que describe el gran pesimista.
Esta divergencia entre
los hombres de ciencia, sus contradicciones mutuas, y a menudo propias, es lo que da valora la
escritora de la presente obra para presentar otras y más antiguas enseñanzas,
aunque sólo sea como hipótesis para una apreciación científica futura. Son tan evidentes (aun para la
humilde expositora de esta enseñanza arcaica, no muy versada en Ciencia
Moderna) las falsedades y vacíos científicos, que ha determinado tratar de todo
esto a fin de exponer las dos enseñanzas en líneas paralelas. Para el
Ocultismo, no es sino una cuestión de defensa propia, y nada más.
Hasta el presente, La Doctrina Secreta se ha concretado
sólo a la metafísica pura y simple. Ahora ha desembarcado en la Tierra, y se
encuentra dentro del dominio de la Ciencia física y de la Antropología
práctica, o sean esas ramas de estudios que los naturalistas materialistas
pretenden ser de su legal dominio, asegurando fríamente, además, que mientras
más alta y más perfecta sea la obra del Alma más se presta al análisis e
interpretaciones del zoólogo y fisiólogo solos. Esta estupenda pretensión viene de uno que, para probar
su descendencia del pitecoide, no ha vacilado en incluir a los lemúridos entre
los antecesores del hombre; estos han sido promovidos por él al rango de mamíferos prosimianos, indeciduate a los
cuales adjudica muy incorrectamente una placenta decidua y discoidal .
Por
esto fue Haeckel llamado severamente a capítulo por De Quatrefages, y criticado
por los propios materialistas y agnósticos, sus hermanos, Virchow y du
Bois-Reymond, tan grandes autoridades como él mismo, si no mayores.
A pesar de semejante
oposición, las teorías extravagantes de Haeckel son, hasta hoy día, llamadas
aún, por algunos, científicas y lógicas. La naturaleza misteriosa de la
Conciencia, del Alma y del Espíritu del Hombre, explicándose ahora como un mero
progreso sobre las funciones de las moléculas protoplásmicas de los
espirituales Protistas se hace
necesario remontar el origen de la evolución y desarrollo gradual de la mente e
“instinto social” humano a la civilización de las hormigas, abejas y otros
seres - pocas son, en verdad, las probabilidades que hay de que se preste una
atención imparcial a las doctrinas de la Sabiduría Arcaica. A los profanos educados se les dice que:
Los instintos sociales
de los animales inferiores han sido considerados, en los últimos tiempos, por
varias razones, como siendo claramente el
origen de la moral, aun de la del hombre (?)...
-y que nuestra conciencia divina,
nuestra alma, inteligencia y aspiraciones, se han abierto “camino desde los
estados inferiores de la simple célula-alma” del Bathybius gelatinoso - y
parecen creerlo. En semejantes hombres, la Metafísica del Ocultismo debe
producir el efecto que nuestros grandes conciertos en los chinos; son sonidos
que les atacan los nervios.
Sin embargo, ¿están
nuestras enseñanzas Esotéricas sobre los “Ángeles”, las tres primeras Razas
humanas preanimales, y la caída de la Cuarta, en un nivel inferior de ficción e
ilusión propia que el “plastidular” haeckeliano, o que las inorgánicas
“almas moleculares de los Protistas”? Entre la evolución de la naturaleza
espiritual del hombre, partiendo de las superiores almas amoebas, y el supuesto
desarrollo de su forma física procediendo del morador protoplásmico el limo del
Océano, hay un abismo que no cruzará fácilmente ningún hombre que se halle en
la completa posesión de sus
facultades intelectuales. La evolución física, según la enseña la Ciencia
Moderna, es un asunto para la controversia abierta; el desarrollo espiritual y
moral, sobre las mismas bases, es el sueño insano de un materialismo craso.
Por otra parte la experiencia pasada, así como la diaria
presente, enseña que ninguna verdad ha sido aceptada nunca por sabias
corporaciones, a menos que encajase en las ideas habituales preconcebidas de
sus profesores. “La corona del innovador es una corona de espinas”, dijo
Geoffroy Saint Hilaire. Sólo lo que encaja en las rutinas favoritas y en las
nociones aceptadas es lo que, por regla general, se abre camino. De ahí el
triunfo de las ideas haeckelianas, a pesar de haber sido proclamadas por
Virchow, de Bois-Reymond y otros el “testimonium
paupertatis de la Ciencia Natural”.
Por diametralmente
opuesto que sea el materialismo de los evolucionistas alemanes a los conceptos
espirituales de la Filosofía Esotérica; por radicalmente incompatible que sea
su aceptado sistema antropológico, con los hechos reales de la naturaleza, la
tendencia seudo idealista que ahora matiza el pensamiento inglés es casi más
perniciosa. La doctrina puramente materialista admite una refutación directa y
una apelación a la lógica de los hechos. El idealismo de hoy día, no sólo trata
de absorber por una parte las negaciones fundamentales del ateísmo, sino que
envuelve a sus partidarios en una maraña de ilusión,
que culmina en un nihilismo práctico. Con tales escritores huelgan los
argumentos.
Los idealistas, por tanto, serán aún más antagonistas que los
materialistas hacia las enseñanzas Ocultas que se han dado ahora. Pero como no
puede caber peor suerte a los expositores de la Antropogénesis Esotérica en
manos de sus enemigos que ser llamados abiertamente con los antiguos y
venerables nombres de “chiflados” y “mentecatos”, pueden añadirse sin temor las
presentes teorías arcaicas a las muchas especulaciones modernas, y que esperen
su día para ser completamente, o sólo en parte, reconocidas. Sólo que, como la
existencia misma de estas teorías arcaicas será probablemente negada, tenemos
que presentar nuestras mejores pruebas y defenderlas hasta el fin.
En nuestra raza y
generación el “templo del universo” está, en casos raros, dentro de nosotros; pero nuestro cuerpo y mente han sido demasiado
degradados tanto por el “pecado” como por la “ciencia”, para ser exteriormente
otra cosa ahora que un templo de
iniquidad y de error. Y en este punto, nuestra mutua posición -la del Ocultismo
y la de la Ciencia Moderna- debe ser definida de una vez para siempre.
Nosotros, los teósofos,
nos inclinamos de buen grado ante sabios tales como el difunto profesor Balfour
Stewart, los señores Crookes, De Quatrefages, Wallace, Agassiz, Butlerof y
otros; aunque, desde el punto de vista de la Filosofía Esotérica, no estemos de
acuerdo con todo lo que dicen. Pero nada nos hará consentir, ni siquiera una
demostración de respeto ante las opiniones de otros hombres de ciencia, tales
como Haeckel, Carlos Vogt, o Ludwig Büchner en Alemania, ni aun Mr. Huxley y
sus copensadores de materialismo en Inglaterra - a pesar de la erudición
colosal del primero. Semejantes hombres son solamente asesinos intelectuales y
morales de las generaciones futuras; especialmente Haeckel, cuyo materialismo
craso llega muchas veces a la altura de una ingenuidad
idiota en sus razonamientos. No hay más que leer su, Pedigree of Man and Other
Essays (traducción de Aveling), para sentir el deseo, repitiendo las
palabras de Job, de que su recuerdo desaparezca de la Tierra, y que “no tenga
nombre en las calles”. Oíd al creador del mítico Sozura ridiculizando la idea
del origen de la especie humana “como fenómeno sobrenatural” (?).
Que no podía resultar
de causas simplemente mecánicas, de fuerzas químicas y físicas, sino que
requiere la intervención directa de una personalidad creadora... Ahora bien; el
punto central de la doctrina darwiniana... consiste en que demuestra que las
causas mecánicas más sencillas, fenómenos puramente psicoquímicos de la naturaleza,
son por completo suficientes para explicar los más elevados y difíciles
problemas. Darwin coloca en el lugar de una fuerza creativa consciente,
construyendo y ordenando los cuerpos orgánicos de los animales y plantas con
arreglo a un plan designado, una serie de fuerzas naturales operando ciegamente
(según nosotros decimos) sin fin y sin designio. En lugar de un acto arbitrario
de operación, tenemos una ley de Evolución necesaria... (también la tenían Manu
y Kapila, y, al mismo tiempo, Poderes directores conscientes e inteligentes).
Darwin, muy sabiamente... había dejado a un lado la cuestión de la primera
aparición de la vida. Pero muy pronto esa consecuencia, tan llena de
significación, de tanto alcance, fue abiertamente discutida por hombres de ciencia
capaces y valientes, tales como Huxley, Carlos Vogt, Ludwig Buchner. Sostúvose
el origen mecánico de la primera forma viva, como consecuencia natural de las
enseñanzas de Dar4win..; nosotros sólo tratamos ahora de una sola consecuencia
de la teoría, el origen natural de la especie humana por medio de la Evolución
todopoderosa.
A esto, sin intimidarse
por semejante fárrago científico, contesta el Ocultismo: En el curso de la
Evolución, cuando la evolución física triunfó sobre la mental y espiritual, y
casi la aplastó bajo su peso, el gran don de Kriyâshakti quedó como patrimonio de sólo unos pocos hombres
escogidos en cada edad. El espíritu se esforzó en vano en manifestarse por completo en
formas puramente orgánicas (según se ha explicado en el anterior volumen);
y la facultad que había sido atributo natural en la primera humanidad de la
Tercera Raza se convirtió en una de las que los espiritistas y ocultistas
consideran como simplemente fenomenales, y los materialistas creen científicamente imposibles.
En nuestra época
presente, el mero aserto de que exista un poder que pueda criar formas humanas
-envolturas hechas de una vez, en las que puedan encarnar las Mónadas conscientes o Nirmânakâyas de
Manvántaras pasados- es, por supuesto, absurdo, ridículo. Lo que, por otra
parte, se considera completamente natural es la producción de un monstruo de
Frankenstein, más la conciencia
moral, aspiraciones religiosas, genio y sentimiento de su propia naturaleza
inmortal dentro de sí- por medio de “fuerzas físico-químicas” guiadas por la
ciega “Evolución Todopoderosa”. En cuanto al origen de ese hombre, no ex nihilo, cementado en un poco de barro
rojo, sino por medio de una Entidad viviente divina que consolida el cuerpo
astral con los materiales circunstantes; semejante concepción es demasiado
absurda, aun sólo para mencionarla, según opinión de los materialistas. No
obstante, los ocultistas y teósofos están prontos a comparar sus asertos y
teorías, en lo que respecta a su valor intrínseco y a su probabilidad, con los
de los evolucionistas modernos, por más anticientíficas y supersticiosas que
estas teorías puedan parecer en un principio. De aquí que la enseñanza
Esotérica sea absolutamente opuesta a
la evolución darwiniana, en lo que al hombre respecta, y parcialmente opuesta por lo que respecta a otras especies.
Sería interesante
obtener una vislumbre de la representación mental de la Evolución en el cerebro
científico de un materialista. ¿Qué es
la EVOLUCIÓN? Si se les preguntase todo el significado completo del término, ni
Huxley ni Haeckel podrían decirlo mejor que lo hace Webster:
El acto del
desenvolvimiento; el proceso de crecimiento, de desarrollo; como la evolución
de una flor de la yema, o de un animal de un huevo.
Sin embargo, el origen
de la yema hay que buscarlo pasando por su planta madre hasta la semilla, y el
del huevo hasta el animal o pájaro que lo puso;
o en todo caso, hasta la mácula o protoplasma de que partió y se
desarrolló. Y tanto la semilla como la mácula tienen que encerrar las potencialidades
latentes para la reproducción y gradual desarrollo, el desenvolvimiento de las
mil y una formas o fases de evolución, por las que tienen que pasar la flor y el animal, antes de llegar a su
completo desarrollo. Por tanto, el plan
futuro, si no un DESIGNIO, tiene que
estar allí. Además, hay que seguir la
pista a esa semilla y comprobar su naturaleza.
¿Han conseguido esto los
darwinistas? ¿O nos lanzarán a la cara el Monerón? Pero este átomo del Abismo
Acuoso no es materia homogénea; y
debe haber algo o alguien que lo modelase y transformase en un ser.
En este punto la ciencia permanece de nuevo
silenciosa. Pero puesto que todavía no hay conciencia propia en la mácula,
semilla o germen, con arreglo a los materialistas y fisiólogos de la escuela moderna
-en lo cual, por esta vez, están los ocultistas de acuerdo con sus enemigos
naturales-, ¿qué es lo que guía a la
fuerza o fuerzas de un modo tan infalible en este proceso de la
Evolución? “¿La fuerza ciega?”
Equivale lo mismo que a llamar “ciego”
al cerebro que evolucionó en Haeckel su Pedigree
of Man y otras lucubraciones. Nosotros podemos concebir fácilmente que al
mencionado cerebro le falte un centro importante o dos; pues quienquiera que
conozca algo de la anatomía del cuerpo humano, y hasta del animal, y siga
siendo ateo y materialista, tiene que estar “loco sin remisión”, según Lord
Herbert, que justamente ve en la constitución del cuerpo del hombre y la
coherencia de sus partes algo tan extraño y paradójico que lo considera como
“el milagro más grande de la naturaleza”. ¡Fuerzas ciegas y “ningún
designio” en algo que exista bajo el sol, cuando ningún hombre de ciencia, en
su cabal juicio, vacilaría en decir que aun en lo poco que sabe y ha
descubierto de las fuerzas que obran en el Kosmos, ve muy claro que toda parte,
toda mácula y átomo, están en armonía con los demás átomos sus compañeros, y
estos con el todo, teniendo cada uno su misión distinta durante el ciclo de
vida! Pero afortunadamente, los pensadores y hombres de ciencia más grandes y eminentes
del día principian ahora a levantarse contra este “Linaje” y aun en contra de
la teoría de la Selección Natural de Darwin, aunque su autor, probablemente, no
pensará jamás en conclusiones tan fuera de quicio.
El científico ruso N. T.
Danilevsky, en su notable obra Darwinism,
a Critical Investigation of the
Theory, echa por tierra completamente y sin apelación a semejante
darwinismo; y lo mismo hace De Quatrefages en su última obra. Recomendamos a
nuestros lectores el examen del sabio escrito del doctor Bourges, miembro de la
Sociedad Antropológica de París, leído por su autor en una sesión reciente de
esa Sociedad, y titulado “Psicología Evolucionaria; la Evolución del Espíritu,
etc.” En él reconcilia por completo las dos enseñanzas, a saber: la evolución
física y la espiritual.
Explica el origen de la variedad de las formas
orgánicas -las cuales se hallan ajustadas al medio ambiente con un designio tan
evidentemente inteligente- por la existencia, ayuda e interacción mutuas de dos Principios de la Naturaleza manifestada,
adaptándose el Principio interno consciente a la Naturaleza física y a las
potencialidades innatas de esta última. De este modo, el científico francés
tiene que volver a nuestro antiguo amigo Archaeus, o Principio de Vida (sin nombrarlo),
como ha hecho el doctor Richardson en Inglaterra con su “Fuerza Nerviosa”. La
misma idea ha sido desarrollada recientemente en Alemania por el Barón
Hellenbach, en su notable obra La
individualidad a la Luz de la Biología y de la Filosofía Modernas.
Encontramos también las
mismas conclusiones en otra obra excelente de un profundo pensador ruso, N. N.
Strachof, que dice en sus Conceptos
Fundamentales de la Psicología y Fisiología:
El tipo más claro y
familiar del desarrollo puede encontrarse en nuestra propia evolución mental o
física, que ha servido a otros como modelo para guiarse... Si los organismos
son entidades... entonces justo es deducir y asegurar que la vida orgánica se
esfuerza en engendrar la vida psíquica; pero sería aún más exacto y más en
armonía con el espíritu de estas dos categorías de la evolución, decir que la
verdadera causa de la vida orgánica es la tendencia del espíritu a manifestarse
en formas substanciales, a revestirse de realidad substancial. La forma más
elevada es la que contiene la explicación completa de la más ínfima, nunca lo
contrario.
Esto es admitir, como
lo hace Bourges en la Memoria antes mencionada, la identidad de este Principio
misterioso, que actúa y organiza integralmente, con la Propia-Conciencia y el
Sujeto Interno, que nosotros llamamos EGO, y el mundo en general, el Alma. De
modo que todos los mejores pensadores y hombres de ciencia se están aproximando
gradualmente a los Ocultistas en sus conclusiones generales.
Pero tales hombres de
ciencia inclinados a la metafísica están fuera de regla, apenas se les escuchará. Schiller, en su
magnífico poema sobre el Velo de Isis, hace al joven mortal que se atrevió a
levantar el velo impenetrable, caer muerto al contemplar la verdad desnuda en
la faz de la severa Diosa. ¿Han contemplado también algunos de nuestros
darwinistas, tan tiernamente unidos en la selección natural y afinidad, a la
Madre Saítica desprovista de sus velos? Casi podría sospecharse después de leer
sus teorías. Sus grandes inteligencias deben haberse debilitado mientras
sondeaban demasiado cerca la descubierta faz de la Naturaleza, quedando en sus
cerebros tan sólo la materia gris y los ganglios, para responder a las fuerzas
psicoquímicas ciegas. En todo caso,
las líneas de Shakespeare se aplican admirablemente a nuestro evolucionista
moderno, que simboliza aquel “hombre orgulloso” que
Revestido de breve e insignificante
autoridad;
Por completo ignorante
de lo que más seguro está,
Su vítrea esencia, como
mono encolerizado,
Ejecuta tales tretas
fantásticas ante los altos cielos,
Que hace llorar a los
ángeles!
Estos sabios no quieren
tener nada que ver con los “Ángeles”. Su único interés está en el antecesor
humano, el Noé pitecoide, que tuvo tres hijos: el cinocéfalo con cola, el mono
sin cola, y el hombre “arbóreo” paleolítico. En este punto no admiten
contradicción. Toda duda que se exprese, es inmediatamente considerada como una
tentativa para estropear la investigación científica. La dificultad insuperable
en el fundamento mismo de la teoría de la Evolución, a saber: que ningún
darwinista puede dar una definición aproximada del período y de la forma en que apareció el primer hombre, se la
allana tratándola de obstáculo insignificante, que “en realidad no hay que
tener en cuenta”. Todas las ramas del conocimiento se hallan en el mismo caso,
se nos dice. El químico basa sus cálculos más abstrusos simplemente:
sobre una hipótesis de
átomos y moléculas, de las cuales jamás se ha visto ninguno ni aislado, ni
pesado, ni definido. El electricista habla de fluidos magnéticos que jamás se
han revelado de un modo tangible. No puede asignarse ningún origen definido a
las moléculas ni al magnetismo. La ciencia no puede pretender, ni pretende,
conocimiento alguno de los comienzos de la ley, de la materia o de la vida.
¡Y he aquí que el
rechazar una hipótesis científica,
por más absurda que sea, es cometer un pecado imperdonable! Nos arriesgamos a
ello.
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