Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me ha enviado.
JUAN
VII, 16.
La
ciencia moderna insiste en la doctrina de la evolución; lo mismo hacen la razón
humana y la Doctrina Secreta, siendo corroborada esta idea por las antiguas
leyendas y mitos, y hasta por la Biblia misma, cuando se lee entre
líneas. Vemos a la flor desarrollarse lentamente del vástago, y al vástago de
su semilla. Pero ¿de dónde viene esta última, con todo su programa trazado de
transformaciones físicas y sus fuerzas invisibles, y por tanto, espirituales, que gradualmente
desarrollan su forma, color y aroma? La palabra evolución habla por sí sola. El germen de la raza humana presente
ha debido de preexistir en el padre de esta raza, como la semilla, en donde
yace escondida la flor del próximo verano, y fue desarrollado en la cápsula de
su flor padre; el padre puede que sólo se diferencie ligeramente, pero sin embargo difiere de su futura progenie. Los
antecesores antediluvianos del elefante y del lagarto actuales fueron, quizá,
el mamut y el plesiosauro; ¿por qué no habrían de ser los progenitores de
nuestra raza humana los “gigantes” de los Vedas,
el Volüspa y el Génesis? Si bien es verdaderamente absurdo creer que la
“transformación de las especies” ha tenido lugar con arreglo a las opiniones
más materialistas de los evolucionistas, es natural pensar que cada género,
principiando con los moluscos y terminando con el hombre-mono, se ha modificado
de su forma primordial y distintiva.
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Facies totius universi, quamvis infinitis modis variet, manet tamen semper eadem.
SPINOZA
Las
Estancias con sus Comentarios que se dan en este volumen están sacadas de los
mismos Anales Arcaicos que las Estancias sobre Cosmogonía del volumen I. En
cuanto ha sido posible, se ha hecho una traducción literal; pero algunas de las
Estancias son demasiado obscuras para que puedan comprenderse sin explicación,
y se exponen, por tanto, lo mismo que en el volumen I: primeramente por
completo, tal cual son; y luego, tomando versículo por versículo con sus
Comentarios, tratamos de aclararlas con palabras añadidas en notas al pie,
anticipando la explicación más completa del Comentario.
Respecto
a la evolución de la humanidad, La Doctrina Secreta postula tres proposiciones
nuevas que se hallan en contradicción directa con la ciencia moderna, lo mismo
que con los dogmas religiosos corrientes. Enseña ella:
(a) la evolución
simultánea de siete Grupos humanos en siete distintas partes de nuestro globo;
(b) el nacimiento del cuerpo astral,
antes que el físico, siendo el
primero un modelo del último; y
(c) que el hombre, en esta Ronda, precedió a
todos los mamíferos -incluso los antropoides- en el reino animal.
No
es sólo la Doctrina Secreta la que habla del Hombre primitivo nacido
simultáneamente en las siete divisiones de nuestro Globo. En el Divino Pymander de Hermes Trismegisto,
encontramos los mismos siete Hombres primitivos desarrollándose de la Naturaleza
y del Hombre Celeste, en el sentido colectivo de la palabra, a saber, de los
Espíritus Creadores; y en los fragmentos de las tablas Caldeas, coleccionados
por George Smith, en los que está inscrita la Leyenda Babilónica de la
Creación, en la primera columna de la tabla Cutha, se mencionan siete Seres
humanos “con caras de cuervos”, esto es, de tez negra, a quienes “crearon los
(siete) Grandes Dioses”. O, según está explicado en las líneas 16, 17 y 18:
En
medio de la tierra crecieron y se hicieron grandes.
Y
aumentaron en número,
Siete reyes, hermanos de la misma familia.
Estos
son los siete Reyes de Edom a quienes se hace referencia en la Kabalah; la Primera Raza, que era imperfecta, esto es, nació antes de que
existiese la “balanza” (sexos), y que, por lo tanto, fue destruida.
Aparecieron
siete Reyes hermanos y tuvieron hijos; el número de sus gentes era 6.000. El
Dios Nergas (la muerte) los destruyó. “¿Cómo los destruyó?” Poniendo en
equilibrio (balanza) a los que no existían todavía.
Fueron
“destruidos”, como raza, por transfusión en su propia progenie (por exudación);
es decir, la Raza sin sexo reencarnó en la (potencialmente) bisexual; esta
última en los andróginos, y estos, a su vez, en la sexual, o sea período de la
más reciente Tercera Raza. Si las tablas estuviesen menos mutiladas, se vería
que contienen, palabra por palabra, la misma relación que se da en los Anales
Arcaicos y en Hermes, al menos en lo que concierne a los hechos fundamentales,
ya que no en lo que respecta a los detalles minuciosos; pues Hermes ha sido
bastante desfigurado por malas traducciones.
Es
segurísimo que lo aparentemente sobrenatural de estas enseñanzas, aunque
alegórico, es tan diametralmente opuesto a la letra muerta de las declaraciones
de la Biblia, así como a las últimas hipótesis de la Ciencia, que
despertará refutaciones apasionadas. Los ocultistas, sin embargo, saben que las
tradiciones de la Filosofía Esotérica deben ser las verdaderas, sencillamente
porque son las más lógicas, y reconcilian todas las dificultades. Por otra
parte, tenemos los Libros de Thoth y
el Libro de los Muertos egipcios, y
los Purânas indos con sus siete
Manus, así como las narraciones caldeo-asirias, cuyos ladrillos mencionan siete
Hombres primitivos o Adanes, pudiéndose averiguar, por medio de la Kabalah, el verdadero significado de
este nombre. Los que saben algo de los Misterios de Samotracia recordarán
también que el nombre genérico de los Kabiri era los “Santos Fuegos”, que
crearon en siete localidades de la isla de Electria o Samotracia, al “Kabir
nacido de la Santa Lemnos”, la isla consagrada a Vulcano.
Según
Píndaro, este Kabir, cuyo nombre era Adamas , fue, en las tradiciones de
Lemnos, el tipo del hombre primitivo nacido del seno de la Tierra. Era el
arquetipo de los primeros machos en el orden de la generación y uno de los
siete autóctonos antecesores o progenitores de la Humanidad.
Si unimos a
esto el hecho de que Samotracia fue colonizada por los fenicios, y antes de
ellos por los misteriosos Pelasgos que vinieron de Oriente; si recordamos
también la identidad de los Dioses del “Misterio” de los fenicios, caldeos e
israelitas, será fácil descubrir de dónde vino la confusa relación del Diluvio
de Noé. Últimamente se ha visto que es innegable que los judíos, que obtuvieron
de Moisés (que las tenía de los egipcios) sus ideas primitivas acerca de la
creación, compilaron su Génesis y sus primeras tradiciones cosmogónicas, cuando
fueron recopiladas por Ezra y otros, tomándolas del relato accadio-caldeo. Por
lo tanto basta examinar las inscripciones cuneiformes babilónicas, asirias y
otras, para encontrar también en ellas, esparcidas aquí y allá, no sólo el
significado original del nombre de Adam, Admi o Adami, sino también la creación
de siete Adanes o raíces de Hombres, nacidos físicamente de la Madre Tierra, y
espiritual o astralmente del Fuego Divino de los Progenitores.
No podía
esperarse de los asiriólogos, ignorantes de las enseñanzas esotéricas, que
prestasen mayor atención al misterioso y constantemente repetido número siete de los cilindros babilónicos, que
la que le prestan al encontrarlos en el Génesis
y en el resto de la Biblia. Sin
embargo, los números de los espíritus antecesores, y sus siete grupos de
progenie humana, se hallan en los cilindros a pesar del estado deteriorado de
los fragmentos, y se les encuentra tan claramente como en el Pymander y en el Libro del Misterio Oculto e la Kabalah.
En el último Adam Kadmon es el Árbol Sephirothal, como también es el “Árbol del
Conocimiento del Bien y del Mal”. Y este Árbol, dice el versículo 32, “tiene a
su alrededor siete columnas” o palacios de los siete Ángeles creadores,
operando en las Esferas de los siete Planetas sobre nuestro Globo. Así como
Adam Kadmon es un nombre colectivo,
también lo es el nombre de Adán hombre. George Smith dice en su Chaldean
Account of Genesis:
La
palabra Adán, aplicada en esas leyendas al primer ser humano, no es evidentemente un nombre propio, sino
que sólo se usa como un término que significa la Humanidad. Adam aparece
como nombre propio en el Génesis,
pero seguramente en algunos pasajes sólo se emplea en el mismo sentido que la
palabra asiria.
Por
otra parte, ni el Diluvio caldeo ni el bíblico, con sus fábulas de Nisuthros y
de Noé, están basados en el Diluvio universal, ni aun en los de los Atlantes,
registrados en la alegoría inda del Manu Vaivasvata. Son aquéllos alegorías exotéricas basadas en los
Misterios Esotéricos de Samotracia. Si los caldeos más antiguos conocían la
verdad esotérica, oculta en las leyendas puránicas, las otras naciones sólo
conocían el Misterio Samotracio, y lo alegorizaban.
Lo adaptaron a sus nociones
astronómicas y antropológicas, o más bien fálicas. Históricamente se sabe que
Samotracia ha sido célebre en la antigüedad por un diluvio que sumergió el país
y alcanzó la célebre en la antigüedad por un diluvio que sumergió el país y
alcanzó la cima de las más altas montañas; suceso que tuvo lugar antes del
tiempo de los argonautas. Se inundó rápidamente por las aguas del Euxino, que
hasta entonces había sido considerado como un lago.
Pero, además, los
israelitas tenían otra tradición en que basar su alegoría, la leyenda del
Diluvio, que transformó el actual desierto de Gobi por última vez en un mar, hace 10.000 ó 12.000 años, y que echó a
las montañas vecinas a muchos Noés y sus familias. Como los relatos babilónicos
sólo ahora han sido restaurados de cientos de miles de fragmentos mutilados
(sólo en el terraplén de Kouyunjik se han descubierto, desde las excavaciones
de Layard, más de 20.000 fragmentos de inscripciones), las pruebas que aquí se
citan son relativamente escasas; sin embargo, tal como son, corroboran casi
todas nuestras enseñanzas, y por lo menos tres, con toda seguridad. Éstas son:
1. Que la raza que fue la primera en caer en la
generación, era una raza obscura (zalmat-qaqadi) que llamábanla Adamu o Raza
Obscura; y que la Sarku, o Raza Clara, permaneció pura mucho tiempo después.
2 Que los babilonios reconocían dos Razas
principales en el tiempo de la Caída, habiendo precedido a esas dos la Raza de
los Dioses, los Dobles Etéreos de los Pitris. Tal es la opinión de Sir H.
Rawlinson. Estas Razas son nuestras Segunda y Tercera Razas-Raíces.
3 Que estos siete Dioses, cada uno de los
cuales creó un Hombre, o Grupo de hombres, eran “los Dioses aprisionados o
encarnados”. Estos Dioses eran: el Dios Zi; el Dios Zi-ku (Vida Noble, Director
de Pureza); el Dios Mir-ku (Corona Noble), “Salvador de la muerte de los Dioses
(más adelante) aprisionados”, y Creador de “las razas obscuras que su mano
hizo”; el Dios Libzu, “sabio entre los Dioses”; el Dios Nissi; el Dios Suhhab;
y Hea o Sa, su síntesis, el Dios de la Sabiduría y del Océano, identificado con
Oannes-Dagon, en el tiempo de la Caída, y llamado, colectivamente, el Demiurgo,
o Creador.
Hay
en los fragmentos babilónicos dos llamadas “Creaciones”, y como el Génesis se ha adherido a esto, vemos que
sus dos primeros capítulos se diferencian en Creación Elohítica y Jehovática.
Su orden propio, sin embargo, no se conserva en estos relatos exotéricos ni en
otro alguno. Ahora bien; estas “Creaciones”, según las Enseñanzas Ocultas, se
refieren respectivamente a la formación de los siete Hombres primordiales por
los Progenitores, los Pitris o Elohim, y a la de los Grupos humanos después de
la Caída.
Todo
esto se examinará más adelante a la luz de la Ciencia y de comparaciones
sacadas de las escrituras de todas las naciones antiguas, incluso la Biblia.
Mientras tanto, y antes de volver a la Antropogénesis de las razas prehistóricas,
convendría ponerse de acuerdo respecto de los nombres de los Continentes en
donde las cuatro grandes Razas, que precedieron a nuestra Raza Adámica,
nacieron, vivieron y murieron. Sus nombres arcaicos y esotéricos eran muchos, y
variaban con el lenguaje de la nación que los mencionaba en sus anales y
escrituras. Por ejemplo, lo que en el Vendidâd
se llama Airyana (Vaêjô, donde nació el Zoroastro original, es
llamado en la literatura puránica Shveta Dvipa, Monte Meru, la Mansión de
Vishnu, etc.; y en la Doctrina Secreta se llama simplemente la “Tierra de los
Dioses”, bajo sus jefes, los “Espíritus de este Planeta”.
Por
lo tanto, en vista de la confusión posible y hasta muy probable que puede
haber, consideramos más conveniente adoptar, para cada uno de los Cuatro
Continentes que constantemente se mencionan, un nombre más familiar para el
ilustrado lector. Proponemos, pues, llamar al primer Continente, o más bien a
la primera terra firma, donde fue
evolucionada la Primera Raza por los Progenitores divinos:
I. La Isla Sagrada e Imperecedera.
La
razón de este nombre es que, según se afirma, esta “Isla Sagrada e
Imperecedera”, nunca ha participado de la suerte de los otros Continentes, por
ser la única cuyo destino es durar desde el principio hasta el fin del
Manvántara pasando por cada Ronda. Es la cuna del primer hombre y la morada del
último mortal divino, escogido como
un Shishta para la semilla futura de la Humanidad. Muy poco puede decirse de
esta tierra misteriosa y sagrada, excepto, quizás, según una poética expresión
de uno de los Comentarios, que la “Estrella
Polar fija en ella su vigilante mirada, desde la aurora hasta la terminación
del crepúsculo de un Día del Gran Aliento” (14).
II. La Hiperbórea.
Éste
será el nombre escogido para el segundo Continente, la tierra que extendía sus
promontorios al Sur y al Este desde el Polo Norte, para recibir la Segunda
Raza, y comprendía todo lo que se conoce como Asia del Norte. Tal fue el nombre
dado por los griegos más antiguos a la lejana y misteriosa región adonde su
tradición hacía viajar cada año a Apolo, el Hiperbóreo. Astronómicamente, el Apolo es, por supuesto, el Sol, el cual,
abandonando sus santuarios helénicos, gustaba visitar su lejano país, donde se
decía que el Sol nunca se ponía durante la mitad del año.
dice un verso de la Odisea.
Pero
históricamente, o mejor dicho quizás,
etnológica y geológicamente, el significado difiere. La tierra de los
Hiperbóreos, el país que se extendía más allá de Bóreas, el Dios de corazón
helado de nieves y huracanes, que gustaba de dormitar pesadamente en la
cordillera de los Montes Rifeos, no era un país ideal como suponen los
mitólogos, ni una tierra vecina de la Escitia y del Danubio (16). Era un Continente
real, una tierra bona fide que no
conocía el invierno en aquellos días primitivos, y cuyos tristes restos no
tienen aún ahora más que un día y una noche durante el año. Las sombras
nocturnas nunca se extienden en ella,
dicen los griegos; pues es la “Tierra de los Dioses”, la mansión favorita de
Apolo, el Dios de la luz, y sus habitantes son sus sacerdotes y servidores
queridos. Esto puede considerarse ahora como una ficción poética; pero entonces era una verdad poetizada.
III. Lemuria.
Proponemos
llamar Lemuria al tercer Continente. Este nombre es una invención o una idea de
Mr. P. L. Sclater, quien, entre 1850 y 1860, confirmó con fundamentos
zoológicos la existencia real, en tiempos prehistóricos, de un Continente que
demostró se extendía desde Madagascar a Ceilán y Sumatra. Incluía algunas
partes de lo que ahora se llama África; pero, por lo demás, este gigantesco
Continente, que se extendía desde el Océano Índico hasta la Australia, ha
desaparecido ahora por completo bajo las aguas del Pacífico, dejando aquí y
allá solamente algunas de las cumbres de sus montes más elevados, que en la
actualidad son islas. Según escribe Mr. Charles Gould, Mr. A. R. Wallace, el
naturalista:
Extiende
la Australia de los períodos terciarios a Nueva Guinea y a las Islas de
Salomón, y quizás a Fiji, y de sus tipos marsupiales infiere una conexión con
el Continente del Norte durante el período Secundario.
Este
asunto se trata muy extenso en otra parte.
IV. Atlántida.
Así
llamamos al cuarto Continente. Sería la primera tierra histórica si se prestase
más atención de lo que se ha hecho hasta ahora a las tradiciones de los
antiguos. La famosa isla llamada así por Platón era sólo un fragmento de aquel
gran Continente.
V. Europa.
El
quinto Continente era América; pero, como está situado en sus antípodas, los
ocultistas indo-arios mencionan generalmente a Europa y al Asia Menor, casi
contemporáneos de aquél, como el quinto. Si su enseñanza siguiese la aparición
de los Continentes en su orden geológico y geográfico, entonces esta
clasificación tendría que alterarse. Pero como el orden sucesivo de los
Continentes se hace que siga al orden de la evolución de las Razas, desde la
Primera a la Quinta, nuestra Raza-Raíz Aria, Europa tiene que llamarse el quinto
gran Continente.
La Doctrina Secreta no toma en cuenta islas y penínsulas, ni
sigue tampoco la distribución geográfica moderna de la tierra y el mar. Desde
el tiempo de sus primitivas enseñanzas y de la destrucción de la gran
Atlántida, la faz de la Tierra ha cambiado más de una vez. Hubo un tiempo en
que el delta de Egipto y el África del Norte pertenecían a Europa, antes de la
formación del Estrecho de Gibraltar, y de que un ulterior levantamiento del
Continente cambiase por completo la faz del mapa de Europa. El último cambio
notable se verificó hace unos 12.000 años (20), y fue seguido por la sumersión
de la pequeña isla Atlante de Platón, quee él llamó Atlántida como su
continente padre. La Geografía era, en la antigüedad, una parte de los Misterios.
El Zohar dice:
Estos
secretos (de la tierra y del mar) fueron comunicados a los hombres de la ciencia secreta, pero no a los geógrafos.
La
afirmación de que el hombre físico era originariamente un gigante colosal
pre-terciario, y de que existió hace 18.000.000 de años, tiene, por supuesto,
que parecer absurda a los admiradores y creyentes de la ciencia moderna. Todo
el posse comitatus de los biólogos se
apartará de la idea de este Titán de la Tercera Raza de la Edad Secundaria, un
ser apto para luchar con éxito con los entonces gigantescos monstruos del aire,
del mar y de la tierra; así como sus antepasados, los prototipos etéreos del
Atlante, poco temor podían tener a lo que no podía hacerles daño. El antropólgo
moderno puede reírse cuanto quiera de nuestros Titanes como se ríe del Adán
bíblico, y como el teólogo se ríe del antecesor pitecoide de aquél. Los
ocultistas y sus severos críticos pueden estar seguros de que en esta fecha ya
no se quedan nada a deber unos a otros. Las Ciencias Ocultas pretenden menos y
dan más en todo caso que la Antropología Darwiniana o la Teología Bíblica.
Tampoco
debe la Cronología Esotérica asustar a nadie, pues, respecto a cifras, las
mayores autoridades del día son tan volubles e inciertas como las olas del Mediterráneo.
Sólo respecto de la duración de los
períodos geológicos, los sabios de la Sociedad Real divagan sin esperanza, y
salían desde un millón a quinientos millones de años con la mayor facilidad,
como se verá más de una vez en el curso de este cotejo.
Tomemos
un ejemplo para nuestro presente objeto, los cálculos del Dr. James Croll, F.
R. S. Ya sea que, según esta autoridad, 2.500.000 años representan el tiempo
desde el principio de la Edad Terciaria o período Eoceno, como le hace decir un
geólogo americano, o bien que el Dr. Croll “conceda quince millones desde
el principio del período Eoceno”, como lo cita un geólogo inglés, ambas
cantidades se hallan dentro de las afirmaciones de la Doctrina Secreta.
Pues asignando, como hace esta última, de cuatro a cinco millones de años entre
la evolución incipiente y la final de la Cuarta Raza-Raíz en los Continentes
Lemuro-Atlánticos -1.000.000 de años para la Quinta o Raza Aria hasta la fecha,
y unos 850.000 desde la sumersión de la última extensa península de la gran
Atlántida-, todo esto puede haber tenido lugar fácilmente dentro de los
15.000.000 de años concedidos por el Dr. Croll a la Edad Terciaria. Pero,
cronológicamente hablando, la duración del período es de importancia
secundaria, puesto que después de todo tenemos ciertos hombres de ciencia
americanos en que apoyarnos. Estos señores, sin sentirse en lo más mínimo
afectados porque llamen a sus asertos no sólo dudosos, sino absurdos, siguen
sosteniendo que el hombre ha existido desde una edad tan remota como la
Secundaria. Han encontrado huellas humanas en rocas de aquella formación; y,
además, M. de Quatrefages no ve ninguna razón científica válida de por qué el
hombre no haya podido existir durante la Edad Secundaria.
Las
Edades y períodos en la Geología son en estricta verdad términos puramente
convencionales, puesto que están aún apenas delineados, y además no hay dos
geólogos o naturalistas que estén de acuerdo acerca de las cifras. Así, pues,
la sabia fraternidad presenta a los ocultistas ancho margen en que escorger.
¿Tomaremos como uno de nuestros sostenes a Mr. T. Mekllard Read? Este señor, en
un escrito sobre “La piedra caliza como Indicador del Tiempo Geológico”, que
leyó en 1878 ante la Sociedad Real, pretende que el mínimum requerido para la formación de las capas sedimentarias y la
eliminación de la materia calcárea es, en números redondos, 600 millones de
años . ¿O deberemos pedir ayuda para nuestra cronología a las obras de Mr.
Darwin, en donde, según su teoría, asigna a las transformaciones orgánicas de
300 a 500 millones de años? Sir Charles Lyell y el profesor Houghton se
contentaban con colocar el principio de la Edad Cambriana a 200 y 240 millones
de años, respectivamente, de nuestra época. Los geólogos y zoólogos sostienen
el máximum del tiempo, al par que Mr. Huxley colocó una vez el principio de la
incrustación de la Tierra hace 1.000.000.000 de años, sin querer descontar ni
un solo millar.
Pero
el punto principal para nosotros no está en el acuerdo o desacuerdo de los
naturalistas acerca de la duración de los períodos geológicos, sino más bien en
su acuerdo perfecto, por milagro, en un punto muy importante. Convienen todos
en que durante la Edad Miocena -ya haga uno o diez millones de años- la
Groenlandia y hasta el Spitzbergen, restos de nuestro segundo Continente, el
Hiperbóreo, “tenían casi un clima tropical”. Ahora bien; los griegos
prehoméricos habían conservado una tradición vívida de esta “Tierra del Sol
Eterno”, adonde su Apolo viajaba todos los años. La Ciencia nos dice que:
...durante
la Edad Miocena, Groenlandia (a 70º lat. N.) desarrolló gran abundancia de
árboles tales como el tejo, el árbol rojo, un sequoia aliado a las especies de
California, hayas, plátanos, sauces, encinas, álamos y nogales, así como
también una clase de magnolias y de zamias.
En
una palabra: Groenlandia tenía plantas del Sur desconocidas en la regiones del
Norte.
Y
ahora se presenta naturalmente esta pregunta: Si los griegos, en los días de
Homero, conocían una tierra Hiperbórea, esto es, una tierra bendita más allá
del alcance de Bóreas, el Dios del invierno y del huracán, una región ideal que
los últimos griegos y sus escritores han tratado en vano de colocar más allá de
la Escitia, un país donde las noches eran cortas y los días largos, y más allá
de éste una tierra donde el Sol nunca se ponía y donde la palma crecía
libremente; si conocían todo esto, ¿quién les habló de ello? En su tiempo, y
durante edades anteriores, Groenlandia debió ciertamente haber estado ya cubierta
de nieves y hielos perpetuos, lo mismo que ahora. Todo tiende a demostrar que
la tierra de las noches cortas y de los días largos era Noruega o Escandinavia,
más allá de la cual se hallaba la tierra bendita de la luz y del verano
eternos. Para que los griegos conocieran esto, la tradición debió haberles
llegado de un pueblo más antiguo que ellos, que conocía aquellos detalles de un
clima acerca del cual los griegos mismos nada podían saber. Aun en nuestros
días, la Ciencia sospecha que más allá de los mares polares, en el círculo
mismo del Polo Ártico, existe un mar que nunca se hiela y un continente siempre
verde. Las Enseñanzas Arcaicas y también los Purânas -para quien entiende sus alegorías- contienen las mismas
afirmaciones. Para nosotros nos basta la gran probabilidad de que durante el
período mioceno de la Ciencia Moderna, en un tiempo en que la Groenlandia era
casi una tierra tropical, existió allí un pueblo desconocido ahora de la
Historia.
H.P Blavatsky D.S T III
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