miércoles, 2 de septiembre de 2015

CONCLUSIÓN


            Nos hemos ocupado de los antiguos anales de las naciones, de la doctrina de los ciclos cronológicos y psíquicos, de los cuales son prueba tangible estos anales; y de muchos otros asuntos que, a primera vista, pueden parecer fuera de lugar en este libro. 

Pero son necesarios a la verdad. Al ocuparnos de los anales secretos y tradiciones de tantos países, cuyos orígenes mismos no han sido nunca comprobados con fundamentos más seguros que suposiciones deducidas al exponer las creencias y filosofía de razas más que prehistóricas, no es tan fácil tratar de asuntos tan complejos, como lo sería si sólo nos ocupáramos de la filosofía y evolución de una raza especial. La Doctrina Secreta fue propiedad común de los innumerables millones de hombres nacidos bajo diversos climas, en tiempos de que la Historia no quiere ocuparse, y a los cuales las Enseñanzas Esotéricas asignan fechas incompatibles con las teorías de la Geología y Antropología. El nacimiento y la evolución de la Ciencia Sagrada del Pasado piérdense en la noche misma del tiempo; y aun aquello que es histórico -o sea lo que se encuentra esparcido aquí y acullá en la literatura clásica antigua- se atribuye, en casi todos los casos, por la crítica moderna, a falta de observación en los escritores antiguos, o a la superstición hija de la ignorancia de la antigüedad. Es, por tanto, imposible tratar este asunto como se trataría la evolución ordinaria de un arte o de una ciencia en alguna nación histórica bien conocida. 

Sólo presentando al lector pruebas abundantes, tendiendo todas a demostrar que en las diferentes edades, bajo todas las condiciones de civilización y conocimiento, las clases ilustradas de cada nación se han hecho eco, más o menos fiel, de un sistema idéntico y de sus tradiciones fundamentales, es como puede hacérsele ver que tantas corrientes de una misma agua deben de haber tenido una fuente común de la cual partieron. ¿Qué era esta fuente? Si se dice que los sucesos futuros proyectan previamente su sombra, los sucesos pasados no pueden por menos de dejar su impresión tras de sí. Esas sombras del remoto Pasado y sus fantásticas siluetas sobre el lienzo externo de todas las Religiones y Filosofías, son, pues, las que nos permiten, comprobándolas y comparándolas a medida que avanzamos, encontrar finalmente el cuerpo que las produjo. Tienen que existir la verdad y el hecho en aquello que todos los pueblos de la antigüedad aceptaron y constituyó el fundamento de sus religiones y creencias. Además, como dijo Haliburton:

            Oíd sólo a una parte y permaneceréis en la oscuridad; oíd a las dos partes, y todo se aclarará.

            El público sólo ha conocido y ha oído a una parte, o mejor dicho, las opiniones parciales de dos clases de hombres diametralmente opuestos, cuyas proposiciones prima facie o premisas respectivas difieren grandemente, pero cuyas conclusiones finales son las mismas: los hombres de ciencia y la teología. Y ahora nuestros lectores tienen la ocasión de oír a la otra, y de conocer así la justificación de los acusados y la naturaleza de nuestros argumentos.
           
  Si se han de dejar al público sus antiguas opiniones, a saber: de una parte, que el Ocultismo, la Magia, las leyendas de antaño, etc., son todas producto de la ignorancia y superstición; y de la otra, que todo lo que se encuentra fuera de la esfera ortodoxa es obra del demonio, ¿cuál será el resultado? En otras palabras: si la literatura teosófica y mística no hubiese sido oída en estos últimos años, la obra presente hubiera tenido escasísimas    probabilidades de obtener una consideración imparcial. Hubiera sido proclamada, y lo será aún por muchos, un cuento de hadas tejido con problemas abstrusos, y equilibrado y basado en el aire; construido con burbujas de jabón y deshaciéndose al menor toque de la reflexión seria, sin fundamento en que apoyarse. Ni aun los escritores clásicos antiguos supersticiosos y crédulos dicen una palabra de ello en términos claros e inequívocos, y los símbolos mismos no presentan indicación alguna de la existencia de semejante sistema. Tal sería el fallo de todos. Pero cuando se pruebe de un modo innegable que la pretensión de las naciones asiáticas modernas de que poseen una Ciencia Secreta y una Historia Esotérica del mundo está basada en hechos; que aun cuando hasta ahora desconocidos de las masas, y siendo un misterio velado hasta para los ilustrados -porque nunca han poseído la clave para una comprensión exacta de las abundantes indicaciones lanzadas por los antiguos clásicos-, no son, sin embago, un cuento de hadas, sino una realidad; entonces la obra presente será tan sólo la precursora de otras muchas de la misma clase. 

La declaración de que, hasta ahora, aun las claves descubiertas por algunos grandes eruditos han resultado demasiado obscuras, y que no son más que los testigos silenciosos de que existen efectivamente misterios detrás del velo, los cuales son inasequibles sin una nueva clave, se halla apoyada por demasiadas pruebas para que pueda rechazarse fácilmente. Como ilustración, podemos presentar un ejemplo sacado de la historia masónica.
            
Ragón, sabio e ilustre masón belga, en su Maconnerie Occulte, reprocha, con justicia o sin ella, a los masones ingleses el haber materializado y deshonrado la Masonería, basada en un tiempo en los Antiguos Misterios, por adoptar, debido a una noción errónea del origen del arte, el nombre de “Francmasonería” y “Francmasones”. El error es debido, dice a los que relacionan la Masonería con la construcción  del Templo de Salomón. Se burla de la idea, y dice.

                
El francés sabía bien, cuando adoptó el título de Francmasón, que no se trataba de la construcción de la más pequeña pared, sino que, iniciado en los Misterios velados bajo el nombre de Francmasonería, que sólo podían ser la continuación o renovación de los antiguos Misterios, tenía que convertirse en un “Masón” a la manera de Anfion o Apolo. ¿Y no sabemos nosotros que los poetas antiguos iniciados, al hablar de la fundación de una ciudad, significaban con ello el establecimiento de una doctrina? Así Neptuno, Dios del razonamiento, y Apolo, Dios de las cosas ocultas, se presentaron como masones ante Laomedón, padre de Priano, para ayudarle a construir la ciudad de Troya; esto es, a establecer la religión troyana.

            Tales veladas sentencias de doble sentido abundan en los antiguos escritores clásicos. Por tanto, si se hubiese intentado demostrar, por ejemplo, que Laomedón fue el fundador de una rama de Misterios Arcaicos, en la cual el alma material sujeta a la tierra, el Cuarto Principio, estaba personificada por la esposa infiel de Menelao, la hermosa Helena; y si Ragon no hubiese venido a corroborar nuestro aserto, se nos hubiera podido decir que ningún escritor clásico habla de ello, y que Homero muestra a Laomedón construyendo una ciudad, no fundando un Culto esotérico o MISTERIOS. ¿Cuáles son los que quedan, exceptuando unos pocos Iniciados, que ahora comprendan el lenguaje y significado exacto de tales términos simbólicos?
            
Pero aunque hemos señalado muchos símbolos  mal comprendidos que se refieren a nuestra tesis, queda todavía más de una dificultad que vencer. El más importante entre varios de estos obstáculos es el de la cronología. Pero esto no podía evitarse. Metida entre las cuñas de la cronología teológica por un lado, y la de los geólogos por otro; acosada por todos los antropólogos materialistas, que asignan fechas al hombre y a la naturaleza que sólo se amoldan a sus teorías, ¿qué podía hacer la escritora sino lo que ha hecho? Dado que la Teología coloca el Diluvio a 2.448 años antes de Cristo, y la Creación del Mundo a hace sólo 5.890; dado que investigaciones minuciosas por los métodos de la Ciencia “exacta” han inducido a los geólogos y físicos a asignar a la incrustación de la Tierra entre diez millones y mil millones de años  (diferencia insignificante en verdad!); y puesto que los antropólogos, para variar su diferencia de opinión acerca de la aparición del hombre, exigen entre 25.000 y 500.000 años, ¿qué puede hacer el que estudia la Doctrina Oculta, sino presentar valientemente ante el mundo los cálculos Esotéricos?
            
Pero para hacer esto ha sido necesaria la corroboración siquiera sea de unas pocas de las llamadas “pruebas históricas”. Pues, ya apareciese el hombre hace 18.000 ó 18.000.000 de años, importa poco a la historia profana, toda vez que sólo principia un par de mil años antes de nuestra Era, y dado que, aun así, se agita desamparada entre el ruido y atolondramiento de las opiniones contradictorias que mutuamente se destruyen a su alrededor. 

Sin embargo, a causa del respeto por la Ciencia exacta en que la generalidad de los lectores han sido educados, hasta ese corto Pasado permanecería sin sentido si las Enseñanzas Esotéricas no fuesen corroboradas y apoyadas en el acto, siempre que fue posible, por referencias a nombres históricos de un llamado período histórico. Éste es el único guía que puede darse al principiante antes de que le sea permitido lanzarse entre las para él desconocidas revueltas de ese obscuro laberinto llamado las edades prehistóricas. Esta necesidad ha sido atendida. Se espera tan sólo que el deseo de hacer esto, que ha inducido a la escritora a presentar constantemente pruebas antiguas y modernas como corroboraciones del Pasado arcaico y por completo no histórico, no le acarreará la acusación de haber mezclado lamentablemente, sin orden ni método, los diferentes y muy distanciados períodos de la historia y de la tradición. Pero la forma y métodos literarios tenían que sacrificarse a la mayor claridad de la exposición general.
            
Para llevar a efecto la tarea propuesta, la escritora ha tenido que recurrir al método poco usual de dividir cada volumen en tres partes; la primera de las cuales es tan sólo la historia consecutiva, aunque muy fragmentaria, de la Cosmogonía y de la Evolución del Hombre sobre este Globo. Pero estos dos volúmenes sirven como un PRÓLOGO para preparar la mente del lector para lo que luego seguirá.  

Al tratar de la Cosmogonía y después de la Antropogénesis de la humanidad, era necesario mostrar que ninguna religión, desde la más antigua, se ha fundado jamás por completo en la ficción; que ninguna ha sido objeto de revelación especial, y que sólo el dogma es lo que siempre ha matado la verdad primordial; finalmente, que ninguna doctrina de humano nacimiento, ninguna creencia, por más santificada que esté por la costumbre y por el tiempo, puede compararse en santidad con la religión de la Naturaleza. La llave de la Sabiduría, que abre las macizas puertas que conducen a los arcanos de los más recónditos santuarios, sólo en su seno puede encontrarse oculta, y este seno se halla en los países señalados por el gran vidente del siglo pasado: Emanuel Swedenborg. Allí se halla el Corazón de la Naturaleza, esa urna santa de donde salieron las primeras razas de la Humanidad primitiva, y que es la cuna del hombre físico.

           
  Hasta este punto se han indicado los toscos bosquejos de las creencias y doctrinas de las primeras Razas arcaicas, contenidas en sus hasta aquí escrituras secretas de los Anales. Pero nuestras explicaciones no son en modo alguno completas, ni tampoco pretenden presentar el texto todo, o haber sido leídas con la ayuda de más de tres o cuatro claves del manojo de siete de la interpretación Esotérica; y aun esto sólo se ha cumplido en parte. La tarea es demasiado gigantesca para emprenderla cualquier persona, y mucho más para llevarla a efecto. Nuestro principal objeto ha sido tan sólo preparar el terreno. Esto, esperamos haberlo conseguido. Estos dos volúmenes  sólo constituyen la obra de un explorador que se ha abierto violentamente camino en la maleza casi impenetrable de los bosques vírgenes de la Tierra de lo Oculto. 

Se ha principiado a derribar, arrancándolos de raíz, los upas, árboles mortíferos de la superstición, del prejuicio y de la vanidosa ignorancia, de modo que estos dos volúmenes formen para el estudiante un preludio a propósito para otras obras. Hasta que la broza de las edades no desaparezca de las mentes de los teósofos a quienes están dedicadas estas páginas, es imposible que sea comprendida la enseñanza más práctica contenida en el tercer volumen. Por consiguiente, de la acogida que entre los teósofos y místicos tengan los volúmenes I y II dependerá la publicación del último volumen.

H.P. BLAVATSKY 

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