Hay
un período de unos cuantos millones de años que cubrir entre la primera raza
“sin mente” y los últimos Lemures, altamente inteligentes e intelectuales; hay
otro entre la primera civilización de los Atlantes y el período histórico.
Como
testigos de los Lemures, sólo quedan unos cuantos anales silenciosos en forma
de media docena de colosos rotos y de antiguas ruinas ciclópeas. A éstas no se
les presta atención por ser “producto de fuerzas naturales ciegas”, según
algunos aseguran; o “enteramente modernas”, según otros. La tradición se pasa
por alto, con desdén, por el escéptico y el materialista, mientras que los
hombres de Iglesia, demasiado celosos, la hacen en todos los casos servidora de
la Biblia. Sin embargo, en cuanto una
leyenda se niega a armonizarse con la teoría del Diluvio de Noé, es declarada
por el clero cristiano “voz delirante y loca de viejas supersticiones”. Niégase
la Atlántida, cuando no se la confunde con la Lemuria y otros continentes
desaparecidos, porque la Lemuria es quizás, a medias, creación de la Ciencia
Moderna, y por tanto, hay que creer en ella; mientras que la Atlántida de
Platón es considerada como un sueño, por la mayoría de los científicos.
Los
creyentes en Platón describen generalmente la Atlántida como una prolongación
del África. Sospéchase también que existió un viejo continente en la costa
oriental. Pero el África, como continente, nunca formó parte de la Lemuria ni
de la Atlántida, como hemos convenido en llamar al Tercero y Cuarto
continentes. Sus nombres arcaicos jamás han sido mencionados en los Purânas ni en ninguna otra parte. Pero
sólo con que se posea una de las claves Esotéricas, es tarea fácil identificar
esas tierras desaparecidas con el sinnúmero de “Tierras de los Dioses”, Devas y
Munis, descritas en los Purânas, en sus Varshas, Dvipas y Zonas.
Su Shvetadvipa, durante los primeros días de la Lemuria, se erigía como un
pico-gigante surgiendo del fondo del mar; y el área entre el Atlas y Madagascar
estuvo ocupada por las aguas hasta el primer período de la Atlántida, después
de la desaparición de la Lemuria, cuando el África surgió del fondo del Océano
y el Atlas se sumergió a medias.
Es,
por supuesto, imposible intentar, ni aun en la cabida de varios volúmenes, una
relación consecutiva y detallada de la evolución y progreso de las primeras
tres Razas; y nos limitaremos, por tanto, a exponer ahora una idea general del
asunto. La Raza Primera no tuvo historia propia. De la Raza Segunda puede decirse
lo mismo. Por tanto tenemos que conceder cuidadosa atención solamente a los
Lemures y Atlantes, antes de intentar la historia de nuestra propia Raza: la
Quinta.
¿Qué
es lo que se conoce de otros continentes, además del nuestro, y qué es lo que
la historia conoce o acepta de las primeras Razas? Todo lo que se encuentra
fuera de las repulsivas especulaciones de la Ciencia Materialista se moteja con
el término desdeñoso de “superstición”. Los sabios de hoy día no quieren creer
en nada. ¡Las razas “aladas” y hermafroditas
de Platón, y su Edad de Oro, bajo el reino de Saturno y los Dioses, son
tranquilamente retrotraídas por Haeckel a su nuevo lugar en la Naturaleza; nuestras Razas Divinas se muestran
como descendientes de los monos catarrinos, y nuestro antecesor como un poco de
“lodo del mar”!
Sin
embargo, según se expresa Faber:
Las ficciones de la antigua poesía... se
verá un día que encierran una parte de verdad histórica.
A
pesar de los esfuerzos parciales del erudito autor de A Dissertation on the Mysteries of the Cabiri -esfuerzos dirigidos
en sus dos volúmenes a obligar a los mitos y símbolos clásicos del antiguo
Paganismo “a que apoyen la verdad de la Escritura”-, el tiempo y las
investigaciones posteriores han vengado, al menos en parte, la “verdad”,
presentándola desnuda. Así ha
sucedido que las hábiles componendas de la Escritura son las que han venido a
evidenciar, por el contrario, la gran sabiduría del Paganismo Arcaico. Y esto a
pesar de la inextricable confusión en que fue puesta la verdad acerca de los
Kabiri, los Dioses más misteriosos de la antigüedad, por las extrañas y
contradictorias especulaciones del Obispo de Cumberland, del doctor Shuckford,
de Cudworth, de Vallancey, etc..., etc., y finalmente, de Faber. Sin embargo,
todos estos sabios, desde el primero al último, llegaron a cierta conclusión,
formulada por el último del modo siguiente:
No
tenemos fundamento para creer que la idolatría del mundo de los Gentiles fue
una mera invención arbitraria; por el contrario, parece haber sido construida,
casi universalmente, sobre recuerdos
tradicionales de ciertos sucesos reales. Estos sucesos entiendo que son la
destrucción de la primera (la Cuarta, en la Enseñanza Esotérica) raza de la humanidad, por las aguas del
Diluvio.
A
esto añade Faber:
Estoy
convencido de que la tradición del hundimiento de la isla Flegia es la misma
que la del hundimiento de la isla Atlántida. Ambas me parece que aluden a un
gran suceso: al hundimiento del mundo entero bajo las aguas del diluvio, o al
alzamiento del agua central, si suponemos que la bóveda de la tierra permaneció
en su posición original. En efecto, M. Bailly, en su obra sobre los Atlantes de
Platón, cuyo objeto es evidentemente depreciar la autoridad de la cronología
bíblica, trata de probar que los Atlantes eran una nación del Norte, muy
antigua y muy anterior a los Indos, a los Fenicios y a los Egipcios.
En esto está Faber de acuerdo con Bailly,
quien se muestra más instruido y con más intuición que los que aceptan la
cronología bíblica. Tampoco se equivocaba Bailly al decir que los Atlantes eran
lo mismo que los Titanes y Gigantes . Faber adopta tanto más gustoso la
opinión de su cofrade francés cuanto que Bailly menciona a Cosme Indicoplesta,
que conservaba una antigua tradición acerca de Noé, de que había “habitado en
otro tiempo la isla Atlántida”. Que
esta isla sea la “Poseidonis” mencionada en el Esoteric Buddhism (8ª edic., págs. 67, 73) o el Continente de la Atlántida, importa
poco. La tradición existe, registrada por un cristiano.
Ningún
Ocultista pensaría janás en privar a Noé de sus prerrogativa, si se pretendiese
que era un Atlante; pues esto demostraría sencillamente que los israelitas han
repetido la historia del Manu Vaivasvata, de Xisuthros y tantos otros, y que sólo
han cambiado el nombre, lo cual podían hecer con el mismo derecho que
cualquiera otra nación o tribu. A lo que nosotros nos oponemos es a la
aceptación literal de la cronología bíblica, por ser absurda y estar en
desacuerdo tanto con los antecedentes geológicos como con la razón. Por otra
parte, si Noé era un Atlante, entonces era un Titán, un Gigante, como lo indica
Faber; y si era un Gigante, ¿entonces por qué no lo presentan como tal en el Génesis?.
El
error de Bailly fue el rechazar la sumersión de la Atlántida, y llamar a los
Atlantes, sencillamente, nación del Norte y postdiluviana;
la cual, sin embargo, floreció ciertamente, como él dice, antes de la fundación
de los imperios Indo, Egipcio y Fenicio. Si él hubiese conocido la existencia
de lo que hemos convenido en llamar la Lemuria, hubiera tenido también razón en
esto. Porque los Atlantes eran postdiluvianos respecto de los Lemures, y la
Lemuria no fue sumergida como la Atlántida, sino que se hundió bajo las olas, debido a temblores de tierra y a fuegos
subterráneos, como sucederá un día con la Gran Bretaña y Europa. La ignorancia
de nuestros hombres de ciencia es la que no quiere aceptar la tradición de que
varios Continentes se han hundido ya, ni la ley periódica que obra durante el
Ciclo Manvantárico; esta ignorancia es la causa principal de toda la confusión.
Tampoco se equivoca Bailly cuando nos asegura que los indos, egipcios y
fenicios vinieron después que los Atlantes, pues estos pertenecían a la Cuarta
Raza, mientras que los Arios y su Rama Semítica son de la Quinta. Platón, al
paso que repite la historia según los sacerdotes de Egipto la refirieron a
Solón, confunde intencionalmente (como lo hacía todo Iniciado) los dos
continentes, y aplica a la pequeña isla que se hundió la última todos los
sucesos pertenecientes a los dos enormes continentes: el prehistórico y el
tradicional. Por tanto, describe la
primera pareja, que pobló toda la isla, como habiendo sido formada de la
Tierra. Al decir esto, no quiere significar a Adán y Eva, ni tampoco a los
antepasados helénicos. Su lenguaje es sencillamente alegórico, y al mencionar
la “Tierra” quiere significar la Materia, pues los Atlantes fueron realmente la
primera Raza puramente humana y terrestre,
toda vez que las que la precedieron eran más divinas y etéreas que humanas y
sólidas.
Sin
embargo Platón debía conocer, como cualquier otro Adepto iniciado, la historia
de la Tercera Raza después de su “Caída”, aunque, obligado al silencio y al
secreto, nunca demostró su conocimiento. Sin embargo, ahora sería más fácil
hacerse cargo, después de conocer aunque no sea más que la cronología
aproximada de las naciones orientales -la cual se fundaba toda en los cálculos
arios, por los cuales se guiaba-, para
comprender los inmensos períodos de tiempo que han debido transcurrir
después de la separación de los sexos, sin mencionar la Primera Raza Raíz, ni
aun siquiera la Segunda. Como éstas tienen que quedar fuera de la comprensión
inútil hablar detalladamente de la Primera y Segunda Razas, y hasta del primer
período de la Tercera. Principiaremos, pues, por el período en que esta
última alcanzó por completo el estado humano, para evitar así que el lector no
iniciado se confunda y extravíe irremisiblemente.
La
TERCERA RAZA CAYÓ y no creó más; ella engendró su progenie. Como en la época
de la separación estaba aún sin mente, engendró además una descendencia
anómala, hasta que su naturaleza fisiológica ajustó sus instintos en la
dirección debida. Lo mismo que los “Señores-Dioses” de la Biblia, los “Hijos de la Sabiduría”, los Dhyân Chohans, la habían
prevenido de no tocar el fruto prohibido por la Naturaleza; pero el aviso
resultó inútil. Los hombres comprendieron lo impropio -no es preciso decir el
pecado- de lo que habían hecho, sólo cuando era demasiado tarde; después que
las Mónadas Angélicas de Esferas superiores hubieron encarnado en ellos,
dotándoles de entendimiento. Hasta aquel día habían permanecido sencillamente
físicos, lo mismo que los animales generados por ellos. Porque ¿cuál es la distinción?
La Doctrina enseña que la única diferencia entre los objetos animados e
inanimados en la Tierra, entre la estructura animal y la humana, es que en unos
están latentes los diversos “Fuegos”, y en otros son activos. Los Fuegos vitales están en todas las cosas,
y ni un átomo está privado de ellos. Pero ningún animal posee manifestados los
tres “principios” superiores; sólo se hallan sencillamente en estado potencial,
latente, y por tanto, no existente. Y
así estarían hoy día las formas animales de los hombres si hubiesen sido
dejadas tales como salieron de los cuerpos de sus Progenitores, cuyas Sombras
eran para desenvolverse, desarrolladas únicamente por los poderes y fuerzas
inmanentes en la Materia. Pero, según se dice en el Pymander:
Éste
es un Misterio que hasta hoy estaba sellado y oculto. La Naturaleza,
mezclada con el Hombre, produjo un milagro portentoso; la mezcla armónica
de las esencia de los Siete (Pitris,
o Gobernadores) y la suya propia; el Fuego,
y el Espíritu y la Naturaleza (el Nóumeno de la Materia);
los cuales (mezclándose) produjeron siete hombres de sexos opuestos (negativo y
positivo) con arreglo a las esencias de los siete Gobernadores.
Así
dice Hermes, el tres veces gran Iniciado, el “Poder del Pensamiento
Divino”. San Pablo, otro Iniciado, llamó a nuestro Mundo “el espejo enigmático
de la verdad pura”, y San Gregorio de Nacianceno corroboró a Hermes declarando
que:
Las
cosas visibles no son sino la sombra y delineación de cosas que no podemos ver.
Es
ésta una eterna combinación, y las imágenes se repiten desde el peldaño
superior de la Escala del Ser hasta el inferior. La “Caída de los Ángeles” y la
“Guerra en los Cielos” son repetidas en todos los planos; el “espejo” inferior
desfigura la imagen del “espejo” superior, y cada uno lo repite a su modo. Así,
los dogmas cristianos no son sino las reminiscencias de los paradigmas de
Platón, quien hablaba de estas cosas con prudencia, como lo haría todo
Iniciado. Pero todo esto se halla expresado en estas pocas sentencias del Desatir:
Todo lo que hay en
la tierra -dice el Señor (Ormuzd)- es la sombra
de algo que existe en las esferas superiores. Este objeto luminoso (luz,
fuego, etc.) es la sombra de lo que es más luminoso aún que él, y así
sucesivamente hasta que llega a mí, que soy la luz de las luces.
En los libros kabalísticos, principalmente en
el Zohar, está muy pronunciada la
idea de que todas las cosas objetivas de la Tierra o de este Universo son la
“Sombra” (Dyooknah) de la luz o Deidad eterna.
La
Tercera Raza fue en un principio, de modo preeminente, la “Sombra” brillante de
los Dioses, a quienes la tradición destierra sobre la Tierra después de la
alegórica Guerra en los Cielos. Ésta fue aún más alegórica en la Tierra, pues
fue la Guerra entre el Espíritu y la Materia. Esta guerra durará hasta que el
Hombre Interno y Divino adapte su yo externo terrestre a su propia naturaleza
espiritual. Hasta entonces las fieras y tenebrosas pasiones de ese yo estarán
en lucha constante con su Maestro, el Hombre Divino. Pero el animal será domado
un día, porque su naturaleza cambiará, y la armonía reinará una vez más entre
los dos como antes de la “Caída”, cuando el mismo hombre mortal era “creado”
por los Elementos en lugar de nacer.
Lo
anterior está claro en todas las grandes Teogonías, principalmente en la
griega, lo mismo que en la de Hesiodo. La mutilación
de Urano por su hijo Cronos, quien de este modo le condena a la impotencia, no
ha sido comprendida nunca por los mitólogos modernos. Sin embargo, es muy clara,
y como era universal, debe haber contenido una gran idea abstracta y
filosófica, perdida ahora para nuestros sabios modernos. Este castigo de la
alegoría, determina verdaderamente “un nuevo período, una segunda fase en el
desarrollo de la creación”, como justamente observó Decharme, quien, sin
embargo, no intenta explicarlo. Urano trató de poner un impedimento a ese
desarrollo o evolución natural, destruyendo todos sus hijos tan pronto nacían.
Urano, que personifica todos los poderes creadores del Caos y en el Caos -el
Espacio, o la Deidad No-manifestada-, tiene, pues, que pagar el castigo; pues
estos poderes son los que hacen que los Pitris desarrollen de sí mismos hombres primordiales, del mismo modo que
más adelante estos hombres desarrollan a su vez a su progenie, sin ningún
sentido ni deseo de procrear. La obra de la generación, suspendida por un
momento, pasa a manos de Cronos (Chronos),
el Tiempo, el cual se une a Rhea (la Tierra; y la Materia en general, en
el esoterismo), produciendo así Titanes celestes y terrestres. Todo este
simbolismo se relaciona con los misterios de la evolución.
Esta alegoría es
la versión exotérica de la Doctrina Secreta dada en esta parte de nuestra obra.
Pues en Cronos vemos la misma historia repetida de nuevo. Así como Urano
destruyó sus hijos con Goea (que en el mundo de la manifestación es una con
Aditi, o el Gran Océano Cósmico), confinándolos al seno de la Tierra, Titaea,
así también Cronos, en este segundo período de la creación, destruyó sus hijos con
Rhea, devorándolos. Ésta es una alusión a los esfuerzos infructuosos de la
Tierra o Naturaleza para crear, por sí sola, “hombres” realmente humanos. El tiempo devora su propia
obra inútil. Luego viene Zeus, Júpiter, que destrona a su vez a su padre.
Júpiter el Titán, es, en un sentido, Prometeo, y es distinto de Zeus, el
gran “Padre de los Dioses”. Él es el “hijo irrespetuoso” en Hesiodo. Hermes le
llama el “Hombre Celeste” en el Pymander;
y hasta en la Biblia se le ve también
bajo el nombre de Adán, y más adelante, por transmutación, bajo el de Ham. Sin
embargo, éstas son todas personificaciones de los “Hijos de la Sabiduría”. La
confirmación necesaria de que Júpiter pertenece al Ciclo Atlante puramente humano -caso de que Urano y Cronos que
le precedieron se crean insuficientes- puede leerse en Hesiodo, que nos dice
que:
Los Inmortales
hicieron la raza de la Edad de Oro y de Plata (Primera y Segunda Razas);
Júpiter hizo la generación de Bronce (una mezcla de dos elementos), la de los Héroes, y la de la Edad de Hierro.
Después
de esto envía su fatal presente, Pandora, a Epimeteo. Hesiodo llama a este
presente de la primera mujer, “un don
fatal”. Fue un castigo, explica, enviado al hombre “por el robo del fuego
(divino creador)”. La aparición de ella en la Tierra es la señal de toda clase
de males. Antes de que apareciese, las razas humanas vivían dichosas, libres de
enfermedades y sufrimientos; así como a las mismas razas se las hace vivir bajo
el gobierno de Yima, en el Vendidâd
mazdeísta.
Pueden
encontrarse también dos Diluvios en la tradición universal, comparando
atentamente a Hesiodo, el Rig Veda,
el Zend Avesta, etc.; pero ningún primer hombre se menciona en ninguna
Teogonía, salvo en la Biblia. En
todas partes el hombre de nuestra
Raza aparece después de un cataclismo de agua. Después de esto, la tradición
sólo menciona los diversos continentes o islas que se hundieron bajo las olas
del Océano a su debido tiempo. Los Dioses y los mortales tienen un origen
común, según Hesiodo; y Píndaro hace la misma declaración. Deucalión
y Pirra, que se escaparon del Diluvio construyendo un Arca como la de Noé, piden a Júpiter que reanime la raza humana que había hecho perecer bajo
las aguas de la inundación. En la mitología eslavona, todos los hombres se
ahogaron, y sólo quedaron dos ancianos, un hombre y su mujer. Entonces,
Pram’zimas, el “amo de todo”, les aconsejó que saltasen siete veces sobre las
rocas de la Tierra, y nacieron siete razas (parejas) nuevas, de las que
provienen las nueve tribus Lituanias. Como lo comprendió bien el autor de Mithologie de la Grèce Antique, las
Cuatro Edades significan períodos de tiempo, y son también una alusión
alegórica a las Razas. según él dice:
Las
razas sucesivas, destruidas y reemplazadas por otras, sin período de transición
alguno, son caracterizadas en Grecia por el nombre de los metales, para
expresar su valor siempre decreciente. El oro, el más brillante y precioso de
todos, símbolo de esplendor..., califica la primera raza... Los hombres de la
segunda raza, los de la Edad de Plata, son ya muy inferiores a los de la
primera. Criaturas inertes y débiles, toda su vida no es más que una infancia
larga y estúpida... Desaparecen... Los hombres de la Edad de Bronce son
robustos y violentos (la Tercera Raza)..., su fuerza es extremada. “Tenían
armas de bronce, habitaciones de bronce; no usaban más que el bronce. El
hierro, el metal negro, no era aún conocido”. La cuarta raza es, según
Hesiodo, la de los héroes que cayeron ante Tebas , o bajo las murallas de
Troya.
De
modo que, como se encuentran las cuatro Razas mencionadas por los poetas
griegos más antiguos, aunque de un modo muy confuso y anacrónico, nuestras
doctrinas se ven, una vez más, corroboradas en los clásicos. Pero todo esto es
“mitología” y poesía. ¿Qué puede la Ciencia Moderna decir, ante tales
euhemerizaciones de antiguas ficciones? El veredicto no es difícil de prever.
Por tanto, hay que tratar de contestar anticipadamente, y probar que en el
dominio de esta misma Ciencia hay tanta parte constituida por ficciones y
especulaciones empíricas, que ningún hombre de saber tiene el menor derecho,
con una viga tan pesada en su propio ojo, a señalar la paja en el ojo del
Ocultista, aun suponiendo que esta paja sea tal y no una invención de su propia
fantasía.
40 ENTONCES LA TERCERA Y CUARTA CRECIERON
EN ORGULLO. “SOMOS LOS REYES ; SOMOS LOS DIOSES”(a)
41TOMARON ESPOSAS DE HERMOSA APARIENCIA.
ESPOSAS PROCEDENTES DE LOS SIN
MENTE, LOS DE CABEZA ESTRECHA. ENGENDRARON MONSTRUOS,DEMONIOS PERVERSOS, MACHO Y HEMBRA, TAMBIÉN KHADO, CON MENTES LIMITADA b).
42 CONSTRUYERON ELLOS TEMPLOS PARA EL CUERPO
HUMANO, RENDÍAN CULTO A VARÓN Y HEMBRA (c). ENTONCES EL TERCER
OJO CESÓ DE FUNCIONAR (d).
a) Tales fueron los primeros hombres físicos
verdaderos, cuya primera cualidad característica fue el orgullo. El recuerdo de
esta Tercera Raza y de los gigantescos Atlantes es el que se ha transmitido de
unas razas y generaciones a otras hasta los días de Moisés, y que ha encontrado
forma objetiva en los gigantes antediluvianos, esos terribles hechiceros y
magos, de quienes la Iglesia Romana ha conservado unas leyendas tan vívidas y
al mismo tiempo tan desfiguradas. Cualquiera que haya leído y estudiado los
Comentarios de la Doctrina Arcaica reconocerá fácilmente en algunos de estos
Atlantes a los prototipos de los Minrods, de los Constructores de la Torre de
Babel, de los Hamitas y todos esos tutti quanti de “maldecida memoria”,
según se expresa la literatura teológica; en una palabra, de aquellos que han
proporcionado a la posteridad los tipos ortodoxos de Satán. Y esto nos conduce
naturalmente a inquirir la ética religiosa de estas Razas primeras, por mítica
que sea.
¿Cuál
fue la religión de la Tercera y Cuarta Razas? En el sentido ordinario del
término, ni los Lemures ni tampoco su progenie los Lemuro-Atlantes, tenían
ninguna; pues no conocían los dogmas, ni tenían que creer por la fe. Tan pronto como se abrió al entendimiento el ojo mental
del hombre, la Tercer Raza se sintió una con el siempre presente, así como
siempre desconocido e invisible. Todo, la Deidad Universal Única. Dotado de
poderes divinos y sintiendo en sí mismo a su Dios interno, cada uno sentía que era un Dios-Hombre en su naturaleza,
aunque un animal en su ser físico. La lucha entre los dos principió el mismo
día que probaron el fruto del Árbol de la Sabiduría; lucha por la vida entre lo
espiritual y lo psíquico, lo psíquico y lo físico. Los que dominaron los
“principios” inferiores, obteniendo la subyugación del cuerpo, se unieron a los
“Hijos de la Luz”. Los que cayeron víctima de sus naturalezas inferiores, se
convirtieron en esclavos de la Materia. De “Hijos de la Luz y de la Sabiduría”,
concluyeron por ser “Hijos de las Tinieblas”. Cayeron en la batalla de la vida
mortal con la Vida Inmortal, y todos los que cayeron así, fueron la semilla de
las futuras generaciones de Atlantes.
Así,
pues, en el amanecer de su conciencia, el hombre de la Tercera Raza-Raíz no
tenía creencias que pudieran llamarse religión.
Esto es; no sólo ignoraba las “brillantes religiones llenas de pompa y oro”,
sino hasta todo sistema de fe o de culto externo. Pero si el término se define
como la unión de las masas en una forma de reverencia hacia los que sentimos
superiores a nosotros, y de respeto (como el sentimiento que expresa el niño
hacia el padre amado), entonces hasta los primeros Lemures, desde el principio
mismo de su vida intelectual, tuvieron una religión, y una de las más hermosas.
¿No tenían a los brillantes Dioses de los Elementos a su alrededor, y hasta
dentro de ellos mismos?. ¿No pasaban su infancia, no eran criados y
atendidos por aquellos que les habían dado el ser y los habían traído a la vida
consciente inteligente? Se nos asegura que así fue, y lo creemos. Pues la
evolución del Espíritu en la Materia no hubiera podido tener nunca lugar, ni
hubiese recibido su primer impulso, si los brillantes Espíritus no hubiesen
sacrificado sus esencias supra
etéreas respectivas para animar al hombre de barro, dotando a cada uno de sus
“principios” internos, con una parte, o más bien con un reflejo, de esta
esencia. Los Dhyânis de los Siete Cielos -los siete planos del Ser- son los
Nóumenos de los Elementos actuales y futuros, lo mismo que los Ángeles de los
Siete Poderes de la Naturaleza -cuyos efectos groseros percibimos en lo que la
Ciencia ha tenido a bien llamar “modos de movimiento”, fuerzas imponderables, y
qué sé yo qué más- son los Nóumenos aún más superiores de Jerarquías aún más
elevadas.
Aquellos
remotísimos tiempos eran la “Edad de Oro”; la Edad en que los “Dioses andaban
por la tierra, y se mezclaban libremente con los mortales”. Cuando concluyó,
los Dioses se fueron, esto es, se hicieron invisibles, y las generaciones
posteriores terminaron por adorar sus reinos: los Elementos.
Los
Atlantes, primera progenie del hombre semidivino después de su separación en
sexos, y por tanto, los primeros engendrados y los mortales que primeramente
nacieron al modo humano, fueron los primeros “sacrificadores” al Dios de la Materia. Son ellos, en el
oscuro y remoto pasado, en edades más que prehistóricas, el prototipo sobre el
cual se construyó el gran símbolo de Caín, los primeros antropomorfistas
que adoraron la Forma y la Materia, culto que pronto degeneró en personal, y que luego condujo al
falicismo que reina supremo hasta hoy día en el simbolismo de todas las
religiones exotéricas de rituales, dogmas y formas, Adán y Eva se convirtieron en materia, o
proporcionaron el terreno, o sea Caín y Abel: este último, como suelo portador
de vida; el primero, como “agricultor de este terreno o campo”.
De
este modo fue cómo los primeros Atlantes, nacidos en el Continente Lemur, se
separaron desde sus primeras tribus en buenos y en malos; en los que adoraban
al Espíritu invisible de la Naturaleza, cuyo Rayo siente el hombre dentro de sí
mismo, o Panteístas, y en los que rendían un culto fanático a los Espíritus de
la Tierra, los Poderes antropomórficos, cósmicos y tenebrosos, con quienes se
aliaron. Estos fueron los primeros Gibborim, los “hombres poderosos... famosos”
en aquellos días, que en la Quinta Raza son los Kabirim, Kabiri, para los
egipcios y fenicios; Titanes, para los griegos, y Râkshasas y Daityas para las
razas indias.
Tal
fue el origen secreto y misterioso de todas las subsiguientes y modernas
religiones especialmente del culto de los hebreos ulteriores a su dios de
tribu. Al mismo tiempo, esta religión sexual estaba estrechamente relacionada
con los fenómenos astronómicos, sobre los cuales se basaba, y con los que, por
decirlo así, se confundía. Los Lemures gravitaron hacia el Polo Norte o el
Cielo de sus Progenitores: el Continente Hiperbóreo; los Atlantes hacia el Polo
Sur, el “Abismo”, cósmica y
terrestremente considerado, de donde soplan las pasiones ardientes convertidas
en huracanes por los Elementales Dragones y Serpientes, proviniendo de aquí los
Dragones y Serpientes buenos y malos, y también los nombres dados a los “Hijos
de Dios” -Hijos del Espíritu y de la Materia-, los Magos buenos y malos. Éste
es el origen de la naturaleza doble y triple del hombre. La leyenda de los
“Ángeles Caídos”, en su significado esotérico, contiene la clave de las
múltiples contradicciones del carácter humano; señala ella el secreto de la
conciencia de sí en el hombre; es el eje en que gira todo un Ciclo de vida; la
historia de su evolución y desarrollo.
La
comprensión exacta de la Antropogénesis Esotérica depende de que esta doctrina
sea bien entendida. Da ella la clave de la enojosa cuestión del Origen del Mal;
y muestra cómo el hombre mismo es el que ha dividido al Uno en varios aspectos
contrarios.
El lector no deberá, por tanto, sorprenderse
de que dediquemos tanto espacio para intentar dilucidar este difícil y oscuro
asunto cada vez que se presenta. Necesariamente hay que decir mucho sobre su
aspecto simbólico; pues haciéndolo así, se dan indicaciones al estudiante
pensador para el mejor éxito de sus investigaciones, y se da más luz de este
modo que la que se puede proporcionar con las frases técnicas de una exposición
filosófica más formal. Los llamados “Ángeles Caídos” son la Humanidad misma. El Demonio del Orgullo,
de la Lujuria, de la Rebelión y del Odio no existía antes de la aparición del hombre físico consciente. El hombre es
quien ha engendrado y criado al demonio, y le ha permitido desarrollarse en su
corazón; él es también quien ha contagiado al Dios que mora en él mismo,
enlazando al Espíritu puro con el Demonio impuro de la Materia. Y si el dicho
kabalístico “demon est Deus inversus”
encuentra su corroboración metafísica y teórica en la Naturaleza dual
manifestada, su aplicación práctica se encuentra solamente en la Humanidad.
Debe
haberse hecho ya evidente que nuestras enseñanzas tienen muy pocas
probabilidades de ser imparcialmente oídas, al presuponer, como lo hacemos:
a)
la aparición del Hombre primero que la de los otros mamíferos, y aun antes de
los períodos de los grandes reptiles;
b) que los Diluvios Periódicos y los
Períodos Glaciales se deben a la perturbación kármica del eje; y
principalmente,
c) el nacimiento del hombre de un Ser Superior, o lo que el
Materialismo llamaría un Ser sobrenatural,
aunque sólo es super-humano.
Añádese
a esto la declaración de que una
parte de la Humanidad en la Tercera Raza -todas las Mónadas de hombres que
habían alcanzado el punto más alto del Mérito y del Karma en el Manvántara
precedente- debió sus naturalezas psíquicas y racionales a Seres divinos,
uniéndose hipostáticamente en sus
Quintos Principios; y la Doctrina Secreta tiene que perder su pleito, no sólo a
los ojos del Materialismo, sino también a los del Cristianismo dogmático. Pues
tan pronto como este último sepa que estos Ángeles son idénticos a sus
Espíritus “Caídos”, esta doctrina Esotérica será proclamada la más
terriblemente herética y perniciosa. El Hombre Divino moraba en el animal, y por lo tanto, cuando tuvo lugar la
separación fisiológica en el curso natural de la evolución -cuando también
“toda la creación animal fue desatada”,
y los machos fueron atraídos hacia las hembras-, aquella raza cayó, no porque hubiesen comido del Fruto del
Conocimiento y conociesen el Bien y el Mal, sino porque no sabían otra cosa.
Impulsados por el instinto creador sin sexo, las primeras subrazas habían
desarrollado una raza intermedia, en la que como se ha indicado en las
Estancias, los Dhyân Chohans superiores encarnaron. “Cuando hayamos
comprobado la extensión del universo (y sepamos todo lo que hay en él),
multiplicaremos nuestra raza” -contestaron los Hijos de la Voluntad y del Yoga
a sus hermanos de la misma raza, que les invitaban a hacer lo que ellos-. Esto
significa que los grandes Adeptos y Ascetas Iniciados se “multiplicarán”, esto
es, producirán otra vez hijos inmaculados “nacidos de la mente” en la Séptima
Raza-Raíz.
Así
se halla afirmado en los Vishnu y Brahma
Purânas, en el Mahâbhârata y en el Harivamsha. Además, en una
parte del Pushkara Mâhâtmya, la
separación de los sexos está alegorizada por Daksha, quien viendo que su progenie
nacida por la voluntad, los “Hijos de la Yoga pasiva”, no quieren crear
hombres, “convierte la mitad de sí mismo
en una mujer”, con quien tuvo hijas”, las hembras futuras de la Tercera
Raza que engendró los Gigantes de la Atlántida, llamados la Cuarta Raza. En el Vishnu Purâna se dice sencillamente que
Daksha, el padre de la humanidad, estableció la relación sexual como medio de
poblar el mundo.
Afortunadamente
para la Especie Humana, la “Raza Electa” se había ya convertido en el vehículo
de encarnación de los Dhyânis más elevados (intelectual y espiritualmente),
antes de que la humanidad se hubiese hecho completamente material. Cuando las
últimas subrazas -exceptuando algunas de las más inferiores- de la Tercera Raza
perecieron juntamente con el gran Continente Lemur, las “Semillas de la Trinidad de la Sabiduría”, habían
adquirido ya el secreto de la inmortalidad en la Tierra, el don que permite a
la misma Gran Personalidad pasar ad
libitum de un cuerpo gastado a otro.
b) La primera Guerra que se conoció en la
Tierra, el primer derramamiento de sangre humana, fue el resultado de abrirse
los ojos y los sentidos del hombre, lo cual le hizo ver que las hijas de sus
hermanos eran más hermosas que la suya, y también sus esposas. Se cometieron
raptos antes del de las Sabinas, y hubo Menelaos a quienes robaron sus Helenas
antes de que la Quinta Raza hubiese nacido. Los Titanes o Gigantes eran los más
fuertes; sus adversarios, los más sabios. Esto tuvo lugar durante la Cuarta
Raza, la de los Gigantes.
Porque
“había Gigantes”, en verdad, en los
antiguos tiempos. La serie de la evolución del mundo animal es una
garantía de que lo mismo se verificó en las razas humanas. Más bajo aún en el
orden de la creación, encontramos testimonios respecto del mismo tamaño relativo
en la flora que marcha pari passu con
la fauna. Los lindos helechos que recogemos y secamos entre las hojas de
nuestro libro favorito son los descendientes de los helechos gigantescos que
crecían durante el período Carbonífero.
Las
escrituras y fragmentos de obras científicas y filosóficas; en una palabra,
casi todos los anales que nos ha legado la antigüedad, contienen referencias a
los gigantes. Nadie puede dejar de reconocer a los Atlantes de la Doctrina
Secreta en los Râkshasas de Lankâ, los adversarios vencidos por Râma. ¿Es
posible que estos relatos no sean más que el producto de la mera fantasía?
Prestemos al asunto un momento de atención.
Continua...
H.P.Blavartsky D.S T III
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