LA CIVILIZACIÓN Y LA DESTRUCCIÓN DE LAS RAZAS
CUARTA Y QUINTA
43.Los Lemuro-Atlantes construyeron
ciudades y extendieron la civililización. El estado incipiente del
antropomorfismo.44.Estatuas, testigos del tamaño de los Lemuro-Atlantes.
45.La Lemuria destruida por el fuego,
la Atlántida por el agua. La inundación.46.Destrucción de la Cuarta Raza y de los últimos animales monstruo antediluvianos.
43 ELLOS CONSTRUYERON ENORMES CIUDADES. CON
TIERRAS Y METALES RAROS ELLOS CONSTRUÍAN. DE LOS FUEGOS VOMITADOS, DE LA PIEDRA BLANCA DE LAS MONTAÑAS Y DE LA PIEDRA NEGRA , TALLABAN SUS PROPIAS IMÁGENES A SU TAMAÑO Y SEMEJANZA, Y LAS
ADORABAN.
En
este punto, a medida que prosigue la historia de las dos primeras razas humanas -la última de los Lemures y la
primera de los futuros Atlantes-, tenemos que mezclar las dos, y hablar de
ellas colectivamente por algún tiempo.
También
se refiere esto a las Dinastías divinas,
que los egipcios, caldeos, griegos, etc., han pretendido que precedieron a sus
Reyes humanos. En ellos creen todavía
los indos modernos, y están enumeradas en sus libros sagrados. Pero de esto
trataremos en su debido lugar. Lo que queda por indicar es que nuestros
geólogos modernos se inclinan hoy a admitir la existencia demostrable de
continentes sumergidos. Pero confesar la existencia de los continentes es una
cosa muy diferente a admitir que hubiera hombres en ellos durante los primeros
períodos geológicos (más aún, hombres y naciones civilizados, no sólo
salvajes Paleolíticos), los cuales, bajo la dirección de sus divinos Regentes, construyeron grandes
ciudades, cultivaron artes y ciencias, y conocieron la Astronomía, la
Arquitectura y las Matemáticas a la perfección. La civilización primitiva de
los Lemures no siguió inmediatamente, como pudiera creerse, a su transformación
fisiológica. Entre la evolución fisiológica final y la primera ciudad
construida, pasaron muchos cientos de miles de años. Sin embargo, encontramos a
los Lemures en su sexta subraza, construyendo sus primeras ciudades de rocas,
con piedras y lava. Una de estas grandes ciudades de estructura primitiva
fue construida completamente de lava, a unas treinta millas al Oeste de donde
la Isla de Pascua extiende ahora su estrecha tira de suelo estéril, y fue por
completo destruida por una serie de erupciones volcánicas. Los restos más
antiguos de las construcciones Ciclópeas fueron todas obra de las últimas
subrazas de los Lemures; y un Ocultista, por tanto, no se sorprende al saber
que las reliquias de piedra encontradas en el pequeño trozo de tierra llamado
Isla de Pascua por el capitán Cook, son:
muy
parecidas a las paredes del templo de Pachacamac, o a las ruinas de Tiahuanaco,
en el Perú.
y también que ellas son de estilo Ciclópeo. Las primeras grandes
ciudades, sin embargo, fueron construidas en
esa región del Continente conocida ahora por la isla de Madagascar. En
aquellos tiempos, lo mismo que hoy, había gentes civilizadas y salvajes. La evolución
llevó a cabo su obra de perfección en las primeras, y Karma su obra de
destrucción en los últimos. Los australianos y sus semejantes son descendientes
de aquellos que, en lugar de vivificar la Chispa proyectada en ellos por las
“Llamas”, la extinguieron por largas generaciones de bestialidad. En
cambio, las naciones arias pueden trazar su descendencia a través de los
Atlantes, desde las razas más espirituales de los Lemures, en quienes los
“Hijos de la Sabiduría” encarnaron personalmente.
Con
el advenimiento de las Dinastías divinas principiaron las primeras civilizaciones.
Y mientras, en algunas regiones de la Tierra, una parte de la humanidad
prefería llevar una vida nómada y patriarcal, y en otras el hombre salvaje
apenas iba aprendiendo a hacer fuego y a protegerse contra los Elementos, sus
hermanos, más favorecidos por él por su Karma, y ayudados por la inteligencia
divina que les animaba, construyeron ciudades y cultivaron las artes y las
Ciencias. Sin embargo, a pesar de la
civilización, al paso que sus pastoriles hermanos gozaban de poderes asombrosos
por derecho de nacimiento, los “constructores” sólo podían ahora adquirir sus
poderes gradualmente; y hasta los que llegaban a obtener, los empleaban
generalmente para conquistas sobre la naturaleza física, y en objetos egoístas
y malos. La civilización ha desarrollado siempre lo físico y lo intelectual, a
expensas de lo psíquico y espiritual. El dominio sobre la propia naturaleza
psíquica, y su dirección, que los necios asocian ahora con lo sobrenatural,
eran facultades innatas y congénitas que venían al hombre, en la primitiva
Humanidad, tan naturalmente como el
andar y el pensar. “No hay tal magia” -dice filosóficamente “She”,- olvidando
el autor que la “magia”, en los tiempos antiguos, significaba todavía la gran
CIENCIA DE LA SABIDURÍA, y que Ayesha no era posible que supiera nada de la
perversión moderna del pensamiento, “aunque -añade- existe lo que se llama conocimiento de los
Secretos de la Naturaleza”. Pero ellos se han convertido en “Secretos”
solamente para nuestra Raza, y eran propiedad pública en la Tercera.
Gradualmente,
la especie humana disminuyó en estatura, pues, aun antes del advenimiento real
de la Cuarta Raza Atlante, la mayoría de la humanidad había caído en el pecado
y la iniquidad, excepto solamente la Jerarquía de los “Elegidos”, los
partidarios y discípulos de los “Hijos de la Voluntad y del Yoga” (llamados más
tarde los “Hijos de la Niebla de Fuego”).
Luego
vinieron los Atlantes; los gigantes cuya hermosura y fuerzas físicas alcanzaron
su apogeo, con arreglo a la ley evolucionaria, hacia el período medio de su
Cuarta subraza. Pero, según dice el Comentario:
Los últimos supervivientes del hermoso hijo
de la Isla Blanca (la primitiva Shveta-dvipa), habían perecido edades antes.
Sus Elegidos (de la Lemuria) se habían refugiado en la Isla Sagrada
(actualmente la Shamballah “fabulosa”, en el desierto de Gobi), al paso que
algunas de sus razas malditas, separándose del tronco principal, vivían
entonces en las selvas y bajo tierra (los “hombres de las cavernas”), cuando la
Raza amarilla dorada (la Cuarta) se convirtió a su vez en “negra por el
pecado”. De polo a polo la Tierra había cambiado su faz por tercera vez, y no
estaba ya habitada por los Hijos de Shveta-dvipa, la bendita, y de Adbhitanya
(?) (esta palabra puede significar “aquello que es creado fuera del agua”) al Este y al Oeste, el primero, el uno y el
puro, se habían corrompido... Los Semidioses de la Tercera habían cedido el
sitio a los Semidemonios de la Cuarta Raza. Shveta-dvipa, la Isla Blanca,
había velado su faz. Sus hijos vivían ahora en la Tierra Negra, en donde, más
adelante, los Daityas del séptimo Dvipa (Pushkara) y los Râkshasas del séptimo
clima, reemplazaron a los Sâdhus y Ascetas de la Tercera Edad, que habían
descendido a ellos de otras regiones más elevadas....
En su letra
muerta, los Purânas, en general, no
muestran más que un tejido absurdo de cuentos de hadas. Y si se leyeran los
primeros tres capítulos del libro II del Vishnu
Purâna (Véase Wilson, vol. II, págs. 99 y sig.), y se aceptara al pie de la
letra la geografía, geodesia y etnología en el relato de los siete hijos de
Priyavrata, entre quienes su padre divide las siete Dvipas (Islas o
Continentes); y se prosiguiera luego con el estudio de cómo su hijo mayor,
Agnîdhra, el Rey de Jambu-dvipa, dividió Jambudvipa entre sus nueve hijos; y
después, cómo Nâbhi, su hijo, tuvo
cien hijos y dividió tierras a su vez entre todos ellos, es casi seguro que se
tiraría el libro clasificándolo como un fárrago de necedades. Pero el
estudiante de esoterismo comprenderá que, cuando los Purânas se escribieron, se hizo esto intencionalmente, de modo que
su verdadero significado sólo fuese claro para los brahmanes Iniciados; y por
eso los compiladores escribieron estas
obras alegóricamente y no quisieron dar toda
la verdad a las masas. Y además él explicará a los orientalistas, que
principiando con el Coronel Wilford y acabando con el profesor Weber, han hecho
y están haciendo aún con ello un enredo, que en los primeros capítulos están
confundidos con toda intención los siguientes asuntos y sucesos:
I. Las series de Kalpas o Edades, y también de
Razas, no se toman nunca en cuenta; y los sucesos que han tenido lugar en una
se dejan unidos a los que ocurrieron en otra. El orden cronológico se pasa
enteramente por alto. Esto lo señalan varios comentadores sanscritistas, que
explican la incompatibilidad de los sucesos y cálculos, diciendo que:
Siempre
que se observan contradicciones en Purânas diferentes, se atribuyen... a
diferencias de Kalpas y otras por el estilo.
II. Los diversos significados de las palabras
“Manvántara” y “Kalpa” o Edad son reservados, no dándose sino el significado
general.
III. En la genealogía de los Reyes y geografía de
sus dominios, los Varshas (países) y los Dvipas son todos considerados como
regiones terrestres.
Ahora
bien; la verdad es que, sin entrar en detalles minuciosos, es razonable y fácil
mostrar que:
a) Los Siete Dvipas, divididos entre la progenie
septenaria de Priyavrata, se refieren a varias localidades; y en primer
término, a nuestra Cadena Planetaria. En ésta solamente Jambu-dvipa representa
a nuestro Globo, mientras que los otros seis son los Globos compañeros invisibles (para nosotros)
de la Cadena. Esto se prueba por la naturaleza misma de las descripciones
simbólicas y alegóricas. Jambu-dvipa “está en
el centro de todos ellos” -los llamados “Continentes Insulares”- y está
rodeado por un mar de agua salada
(Lavana), mientras que Plaksha, Shâlmala, Kusha, Krauncha, Shâka y Pushkara
están rodeados, respectivamente, “por grandes
mares... de jugo de caña dulce, de vino, de manteca clarificada, de cuajos, de
leche”, etc., y otros nombres metafóricos por el estilo.
b) Bhâska Âchârya, que emplea expresiones de los
libros de la Doctrina Secreta en su descripción de la posición sideral de todos
estos Dvipas, habla del: “mar de leche y el mar de cuajos”, etc., como
significando la Vía Láctea y las varias agrupaciones de Nebulosas; tanto más
cuanto que llama “al país al Sur del Ecuador”, Bhûr Loka; al del Norte, Bhuva,
Svar, Mahar, Jana, Tapo y Stya Lokas; y añade:
“Estos Lokas se alcanzan gradualmente aumentando los méritos
religiosos”, esto es, son varios “Paraísos”.
c) Que
esta distribución geográfica e siete continentes alegóricos, islas, montañas,
mares y países, no pertenece solamente a nuestra
Ronda, ni aun a nuestras Razas -a
pesar del nombre de Bhârata-varsha (India)- se explica en los textos mismos por
el narrador del Vishnu Purâna, que
dice que:
Bhârata
(el hijo de Nâbhi, que dio su nombre a
Bhârata-varsha o India)... dejó el reino a su hijo Sumati... y abandonó la vida
en... Shâlagrâma. Después volvió a nacer, como Brahmán, en una familia
distinguida de ascetas... Bajo estos príncipes (los descendientes de Bhârata)
Bhârata-varsha, fue dividida en nueve partes; y sus descendientes siguieron en
posesión del país durante setenta y un períodos del agregado de las cuatro
edades (o durante el reino de un Manu) (representando un Mahâyuga de 4.320.000
años) (14).
Pero
después de decir esto, Parâshara explica repentinamente que:
Ésta
fue la creación de Svâyambhuva (Manu), por medio de la cual fue poblada la
tierra, cuando él presidió sobre el primer
Manvántara, en el Kalpa de Varâha (esto es, la encarnación o Avatâra del Verraco).
Ahora
bien; todos los brahmanes saben que nuestra
humanidad principió en esta Tierra (o Ronda) sólo con el Manu Vaivasvata. Y si el lector occidental dirige su
atención a la subsección de “Los Manus Primitivos de la Humanidad”, verá
que Vaivasvata es el séptimo de los
catorce Manus que presiden sobre nuestra Cadena Planetaria durante su Ciclo de
Vida; pues como cada Ronda tiene dos Manus (un Manu Raíz y un Manu Simiente),
él es el Manu Raíz de la Cuarta Ronda, y por tanto, el séptimo. Wilson
encuentra en esto sólo incongruencias, y presupone que:
Las
genealogías patriarcales son más antiguas que el sistema cronológico de
Manvántaras y Kalpas, y (así) han sido torpemente distribuidas entre los
diferentes períodos.
No
hay tal cosa; pero como los orientalistas no saben nada de la Enseñanza
Secreta, persisten en tomarlo todo literalmente,
y luego se vuelven e insultan a los escritores por aquello que ellos no han
podido comprender.
Estas
Genealogías abarcan un período de tres y
media Rondas; hablan ellas de períodos prehumanos,
y explican el descenso en la generación de todos los Manus -las primeras
chispas manifestadas de la Unidad Única-, y además muestran a cada una de estas
Chispas humanas dividiéndose, y multiplicándose, primero en y por los Pitris o
Antecesores humanos, luego por las Razas humanas. Ningún Ser puede convertirse
en Dios o en Deva a menos de pasar por los Ciclos humanos. Por esto dice la
Sloka:
Dichosos
aquellos que nacen, aunque sea de la condición (latente) de dioses, como hombres, en Bhârata-varsha; pues
tal es el camino hacia... la liberación final.
En
Jambu-dvipa, Bhârata es considerada la
mejor de sus divisiones, porque es la
tierra de las obras. Solamente en ella:
Tiene
lugar la sucesión de cuatro Yugas, o edades, el Krita, el Tretâ, el Dvâpara y el
Kali.
Por
tanto, cuando Maitreya dice a Parâshara que “le haga la descripción de la
Tierra”, aquél vuelve a enumerar los mismos Dvipas con los mismos mares, etc.,
que había descrito en el Manvántara Svâyambhuva, lo cual es un “velo”; sin
embargo, el que puede leer entre líneas encuentra allí las cuatro grandes Razas
y la Quinta; más aún, con sus subdivisiones, islas y continentes, algunos de
los cuales eran llamados por los nombres de Lokas celestiales, y por los de
otros Globos. De aquí la confusión.
Todas
estas islas y tierras son llamadas por los orientalistas “míticas” y
“fabulosas”. Es mucha verdad que algunas no son de esta Tierra, pero, sin embargo, existen. La Isla Blanca y
Atala, en todo caso, no son mitos, puesto que Atala fue el nombre que los
primeros de entre las avanzadas de la Quinta Raza aplicaron desdeñosamente a la
Tierra del Pecado: la Atlántida en general, y no solamente a la isla de Platón;
y puesto que la Isla Blanca era:
a) el Shveta-dvipa de la Teogonía, y b)
Shâka-dvipa o la Atlántida (sus porciones primeras más bien), en sus
principios.
Esto ocurría cuando tenía aún sus “siete ríos santos que lavaban
todo pecado”, y sus “siete distritos en donde no se abandonaba la virtud, ni
existían contiendas, ni desviaciones de la buena senda”, pues estaba entonces
habitada por la casta de los Magas; casta que hasta los mismos brahmanes
reconocen que no es inferior a la suya, y de la cual procedió el primer
Zarathushtra. A los brahmanes se les muestra consultando con Gauramukha el consejo
de Nârada, que les dijo que invitasen a los Magas como sacerdotes del Sol, al
templo construido por Sâmba, el presunto
hijo de Krishna, pues en realidad éste no tuvo ninguno. En este punto los Purânas son históricos, a pesar de la alegoría, y el Oultismo establece
hechos.
Toda
la historia es referida en el Bhavishya
Purâna. Se dice que habiendo sido Sâmba curado de la lepra por Sûrya (el
Sol), construyó un templo y lo dedicó a la Deidad. Pero cuando trató de buscar
brahmanes piadosos para ejecutar en él las ceremonias determinadas, y recibir
los donativos que se hacían al Dios, Nârada -el Asceta virgen que se encuentra
en todas las edades en los Purânas-
le aconsejó que no lo hiciera, pues Manu prohibía a los brahmanes recibir
emolumentos por la ejecución de los ritos religiosos. Por tanto, dijo a Sâmba
que se dirigiera a Gauramukha (Cara-blanca), el Purohita, o sacedote de la
familia de Ugrasena, Rey de Mathurâ, quien le diría a quién debería emplear
mejor. El sacerdote indicó a Sâmba que invitase a los Magas, los adoradores de
Sûrya, a cumplir este deber. Pero como ignoraba el lugar donde vivían, Sûrya,
el Sol mismo, dirigió a Sâmba a Shâka-dvipa,
más allá del agua salada. Entonces Sâmba verifica el viaje, usando a
Garuda, la Grande Ave, vehículo de Vishnu y de Krishna, que lo transporta a
donde se hallaban los Magas, etc.
Ahora
bien; Krishna, que vivió hace 5.000 años, y Nârada, que renace en cada Ciclo (o
Raza), además de Garuda -esotéricamente el símbolo del Gran Ciclo-, dan la
clave de la alegoría; en todo caso, los Magas son los Magos de la Caldea, y su
casta y culto tuvieron su origen en la Atlántida primitiva, en Shâka-dvipa, la
Sin pecado. Todos los orientalistas están de acuerdo en que los Magas de
Shâka-dvipa son los antecesores de los Parsis adoradores del fuego. Nuestra
diferencia con ellos se funda, como de costumbre, en que empequeñecen los
períodos de cientos de miles de años, y de esta vez a sólo unos cuantos siglos;
pues a pesar de Nârada y de Sâmba, no remontan el hecho más allá de los días de
la fuga de los Parsis a Gujerat. Esto es sencillamente absurdo, toda vez que
aquélla tuvo lugar sólo en el siglo VIII de nuestra Era. Cierto es que se
atribuye a los Magas en el Bhavishya
Purâna el haber vivido todavía en Shâka-dvipa, en los ´dias del “hijo” de
Krishna, a pesar de que la última parte de aquel Continente -la “Atlántida” de
Platón- había perecido 6.000 años antes. Pero estos Magas eran los “últimos de”
Shâka-dvipa, y en aquel tiempo vivían en la Caldea. Esto es, también, una
confusión intencional.
Los
primeros de entre las avanzadas de la Cuarta Raza no eran Atlantes, ni tampoco
eran todavía los Asuras humanos y Râkshasas en que después se convirtieron. En
aquellos tiempos, grandes porciones del futuro Continente de la Atlántida
formaban todavía parte de los suelos del Océano. La Lemuria, como hemos llamado
al Continente de la Tercera Raza, era entonces una tierra gigantesca. Ella
cubría toda el área desde el pie de los Himalayas, que la separaban del mar
interior, que hacía rodar sus olas sobre lo que ahora es el Tibet, Mogolia, y
el Gran Desierto de Shamo (Gobi); desde Cittagong al Oeste hacia Hardwar, y al
Este hacia Assam (¿Annam?).
Desde este punto se extendía al Sur a través de lo
que conocemos como la India Meridional, Ceilán y Sumatra; y abarcando entonces
en su camino, según avanzamos hacia el Sur, a Madagascar a su derecha y la
Australia y Tasmania a su izquierda, avanzaba hasta algunos grados del Círculo
Antártico; y desde Australia, que en aquellos tiempos era una región interna
del Continente Padre, se extendía muy adentro en el Océano Pacífico, más allá
de Rapa-nui (Teapy, o la Isla de Pascua), que ahora se encuentra en la latitud
26º Sur, y en la longitud 110º Oeste. Lo que decimos parece estar
corroborado por la Ciencia, aunque sólo sea parcialmente. Cuando se habla de
orientaciones continentales, y se muestra a las masas infraárticas coincidiendo
generalmente con el meridiano, se mencionan varios continentes, aunque como
consecuencia. Entre ellos se habla del “continente Mascareño”, que incluía a
Madagascar, extendiéndose al Norte y al Sur, y otro antiguo continente que se
“extendía desde Spitzbergen al Estrecho de Dover, mientras que la mayor parte
del resto de Europa era fondo de los mares”. Esto corrobora la Enseñanza
Oculta, que dice que lo que ahora son regiones polares fueron antes la primera de las siete cunas de la
Humanidad, y la tumba de la masa de la especie humana de aquella región durante
la Tercera Raza, cuando el Continente gigantesco de la Lemuria principió a
dividirse en continentes más pequeños. Esto
fue debido, según la explicación del Comentario, a una disminución de
velocidad en la rotación de la Tierra:
Cuando la Rueda corre con la velocidad
ordinaria, sus extremidades (los polos) se acomodan con su Círculo medio (el
ecuador); cuando ella marcha más lentamente y oscila en todas direcciones,
prodúcese un gran desorden en la superficie de la Tierra. Las aguas fluyen
hacia los dos extremos, y nuevas tierras aparecen en el Cinturón de en medio
(las tierras ecuatoriales), mientras que las de los extremos quedan sujetas a
Pralayas por sumersión.
Y también:
De este modo la Rueda
(la Tierra) está sujeta al Espíritu de la Luna, y regulada por él, para el
movimiento de sus aguas (las mareas). Hacia el final de la Edad (Kalpa) de una
gran Raza (Raíz), los regentes de la Luna (los Padres, o Pitris) principian a ejercer
una atracción más fuerte, y aplanando así la Rueda en su Cinturón, se hunde en
algunos sitios y se hincha en otros; y corriéndose la hinchazón a las
extremidades (polos), aparecerán nuevas tierras, sumergiéndose las viejas.
Basta leer obras
astronómicas y geológicas para ver el sentido de lo anterior muy claramente.
Los hombres científicos -los especialistas modernos-
han comprobado la influencia de las mareas en
la distribución geológica de la tierra y del agua sobre el planeta, y
han notado la mudanza de los océanos con una correspondiente sumersión y
levantamiento de continentes y nuevas tierras. La Ciencia sabe, o cree saber,
que esto ocurre periódicamente. El profesor Todd cree que puede seguir el
curso pasado de las series de oscilaciones hasta los tiempos de la primera
incrustación de la Tierra. Por tanto, parece debe ser fácil para la
Ciencia el comprobar las afirmaciones esotéricas. En la Adenda nos proponemos
tratar este punto con más extensión.
Algunos
teósofos que han comprendido por unas cuantas palabras de El Buddhismo Esotérico
que los “antiguos continentes” que se han sumergido volverán a aparecer, han
hecho la siguiente pregunta: “¿Cómo será la Atlántida cuando reaparezca?” En
este punto también hay una ligera incomprensión. Si las tierras de la Atlántida
que se sumergieron se volvieran a levantar idénticamente las mismas, entonces, verdaderamente, serían estériles durante edades. Pero porque el fondo del mar Atlántico esté
cubierto actualmente por unos 5.000 pies de marga, y ésta se esté aumentando
-en una palabra, una nueva “formación cretácea” de estratos-, no es una razón
para que, cuando llegue el tiempo para la aparición de un nuevo Continente, una
convulsión geológica y un levantamiento del fondo del mar, no puedan disponer
de estos 5.000 pies de marga para la formación de algunas montañas, y 5.000 más
venir a la superficie. Los Cataclismos de Razas no son un Diluvio de Noé de
cuarenta días, una especie de monzón de Bombay.
Que
el hundimiento y reaparición periódicos de los poderosos Continentes, llamados
ahora Atlántida y Lemuria por los escritores modernos, no es una ficción, será
cosa que demostraremos en la Sección en que se confrontan todas las pruebas.
Las obras más arcaicas sánscritas y tamiles rebosan de referencias a ambos
Continentes. Las siete islas sagradas (Dvipas) se mencionan en el Sûrya Siddhânta, la obra astronómica más
antigua de todo el mundo, así como en las obras de Asura Maya, el Astrónomo
Atlante que el profesor Weber “reencarnó” en Ptolomeo. Sin embargo, es un error
llamar Atlantes a estas “Islas Sagradaas”, como lo hacemos nosotros, pues, como
sucede con todo lo que se halla en los Libros Sagrados indos, se refieren
a varias cosas.
La herencia que
Priyavrata, el Hijo del Manu Svâyambhuva legó a sus siete hijos, no fue la
Atlántida, aun cuando una o dos de estas islas sobrevivieron a la sumersión de
sus compañeras, y ofreció amparo, edades más tarde, a los Atlantes, cuyo
Continente había sido sumergido a su vez. Cuando se mencionan por primera vez
por Parâshara en el Vishnu Purâna,
las siete se refieren a una doctrina esotérica que se explicará más adelante.
Con relación a esto, de todas las siete Islas, Jambu-dvipa (nuestro Globo) es el único que es
terrestre. En los Purânas, todas las
referencias acerca del Norte del Meru están relacionadas con aquel Eldorado
Primitivo, ahora región del Polo Norte, que, cuando la magnolia florecía en
donde ahora vemos un desierto de hielo sin fin e inexplorado, era entonces un
Continente. La Ciencia habla de un “antiguo continente” que se extendía desde
Spitzbergen al estrecho de Dover.
La Doctrina Secreta enseña que, en los
primeros períodos geológicos, estas regiones constituían un continente en forma
de herradura, uno de cuyos extremos, el Oriental, mucho más al Norte que el
Cornwall del Norte, incluía la Groenlandia, y el otro contenía el Estrecho de
Behring como un trozo de tierra interior, y descendía al Sur en su orientación
natural hasta las Islas Británicas, que deben de haber estado en aquellos días
precisamente debajo de la curva inferior del semicírculo. Este Continente se
elevó simultáneamente con la sumersión de la parte ecuatorial de la Lemuria.
Edades más tarde, reaparecieron algunos restos de la Lemuria sobre la faz de
los mares. Por tanto, aun cuando puede decirse, sin apartarse de la verdad, que
la Atlántida está incluida en los siete grandes Continentes Insulares, puesto
que la Cuarta Raza Atlante llegó a poseer algunos de los restos de la Lemuria,
y estableciéndose en las islas, las incluyeron entre sus tierras y continentes; sin embargo, debe hacerse una diferencia
y darse una explicación, toda vez que en la presente obra se intenta un relato
más exacto y completo. Algunos Atlantes tomaron también posesión, de esta
manera, de la Isla de Pascua; y ellos, habiendo escapado al Cataclismo de su
propio país, se establecieron en este resto de la Lemuria, pero sólo para
perecer en él al ser destruido, en un día, por
fuegos y lavas volcánicos. Esto puede que sea considerado como una
ficción por ciertos geógrafos y geólogos; pero para los Ocultistas, es historia. ¿Qué es lo que sabe la Ciencia
en contrario?
Hasta
la aparición de un mapa publicado en Basilea en 1522, en donde aparece por
primera vez el nombre de América, esta
última se creía que era parte de la India... La ciencia rehusa también
sancionar la extraña hipótesis de que hubo un tiempo en que la península India,
en un extremo de la línea, y Sud América en el otro, se enlazaban por medio de
un cinturón de islas y continentes. La India de las edades prehistóricas...
estaba doblemente unida con las dos Américas. Las tierras de los antecesores de
aquellos a quienes Amiano Marcelino llama los “brahmanes de la India Superior”,
se extendían desde Cachemira hasta muy adentro en los (ahora) desiertos de
Shamo. Así, pues, un hombre a pie partiendo desde el Norte podía llegar, sin
casi mojarse los pies, a la Península de Alaska, por la Manchuria, a través del
futuro Golfo de Tartaria, las Islas
Kuriles y Aleutianas; mientras que otro viajero, provisto de una canoa y
partiendo del Sur, podía haber ido desde Siam, cruzando las Islas Polinesias, y
penetrar caminando en cualquier parte del continente de Sud América.
Esto
fue escrito tomado de las palabras de un Maestro, autoridad más bien dudosa
para los materialistas y escépticos. Pero aquí tenemos a uno de su propio
rebaño y un pájaro del mismo plumaje, Ernesto Haeckel, quien, en su distribución de las razas, corrobora
esta declaración casi verbatim:
Parece que la región de la superficie de la tierra
en donde tuvo lugar la evolución de estos hombres primitivos, partiendo desde
la estrecha relación con los monos
catarrinos (!!), tiene que buscarse, sea en el Asia Meridional o el África
Oriental (que, dicho sea de paso, ni existía aún cuando florecía la Tercera
Raza) o en la Lemuria. La Lemuria es un antiguo continente sumergido hoy bajo
las aguas del Océano Índico, que, hallándose al Sur del Asia actual, se
extendía por una parte al Este hasta la India superior y las islas de la Sonda,
y de otra al Oeste, hasta Madagascar y África.
En
la época de que estamos tratando, el Continente de la Lemuria se había dividido
en muchos sitios, formando nuevos continentes separados. Sin embargo, ni el
África ni las Américas, y menos aún Europa, existían en aquellos días; pues
dormían todas ellas todavía en el fondo de los mares. Ni tampoco había mucho
del Asia actual; pues las regiones Cishimaláyicas estaban cubiertas por los
mares, y más allá de ellos se extendían las “hojas de loto” de Shveta-dvipa,
los países llamados ahora Groenlandia, Siberia Oriental y Occidental, etc. El
inmenso Continente que una vez reinó supremo sobre los Océanos Índico, Atlántico
y Pacífico consistía entonces en enormes islas que desaparecieron gradualmente
una tras otra, hasta que la última convulsión se tragó los restos. La Isla de
Pascua, por ejemplo, pertenece a la primera civilización de la Tercera Raza. Un
levantamiento volcánico repentino del fondo de los mares hizo reaparecer esta
pequeña reliquia de las Edades Arcaicas -después de haber estado sumergida con
lo demás- intacta, con su volcán y estatuas, durante la época Champlain de la
sumersión polar del Norte, como testigo presente de la existencia de la
Lemuria. Dícese que algunas de las tribus Australianas son los últimos restos
de los últimos descendientes de la Tercera Raza.
Esto
lo corrobora también en cierto grado la Ciencia Materialista. Haeckel, al
hablar de la raza de color oscuro o Malaya de Blumenbach, y de los australianos
y papúes, observa:
Hay
mucho parecido entre estos últimos y los aborígenes de Polinesia, aquella
inmensa isla australiana que parece haber
sido una vez un continente gigantesco y continuo.
Ciertamente
fue “un continente gigantesco y continuo”, pues, durante la Tercera Raza, se
extendía al Este y Oeste, hasta donde las dos Américas se encuentran ahora. La
Australia actual sólo era una parte de él, y además de esto, hay unas cuantas
islas supervivientes esparcidas aquí y allá sobre la faz del Pacífico, y una
larga tira de California que perteneció al mismo. Es bastante cómico que
Haeckel, en su fantástico Pedigree of Man,
considere que:
Los
australianos de hoy, como descendientes directos, casi inalterables (?) de esa segunda rama de la raza humana
primitiva... que se extendió hacia el Norte primeramente, sobre todo en Asia,
desde el hogar de la infancia del hombre, y parece haber sido la madre de todas
las demás razas de hombres de pelo lacio... La de pelo lanudo emigró en parte
hacia el Oeste (esto es, a África y al Este a Nueva Guinea, cuyos países no
existían todavía, como se ha dicho)... La otra, de pelo lacio, se desenvolvió
más lejos al Norte, en Asia y... pobló la Australia.
Según
un Maestro dice:
Contemplad
los restos de lo que fue en un tiempo una gran nación (la Lemuria de la Tercera
Raza) en algunos de los aborígenes de
cabeza achatada de vuestra Australia .
Pero
ellos pertenecen a los últimos restos de la séptima subraza de la Tercera. El
profesor Haeckel ha debido también soñar
un sueño y haber tenido, por una vez, una visión verdadera.
En este período es donde debemos buscar la
primera aparición de los antecesores de aquellos a quienes podemos denominar
los pueblos más antiguos del mundo, que se llaman hoy, respectivamente, los
arios indos, los egipcios y los persas más antiguos, por una parte, y los
caldeos y fenicios, por otra. Ellos fueron gobernados por las Dinastías
Divinas, esto es, por Reyes y Regentes que sólo tenían del hombre mortal la
apariencia física, según ésta era
entonces, pero que eran Seres de Esferas superiores, y más celestiales que
nuestra propia Esfera lo será de aquí a largos Manvántaras. Por supuesto, es
inútil intentar hacer creer a los escépticos la existencia de tales Seres. Su mayor orgullo consiste en probar su
denominación patronímica como Catarrinos, hecho que tratan de demostrar con la
supuesta autoridad del cóccix, anejo
a su hueso sacro, esa cola rudimentaria que si fuera bastante larga les haría
saltar de alegría y continuamente, en honor de su eminente descubridor. Estos
permanecerán tan fieles a sus antecesores simios como los cristianos a su Adán
sin cola. La Doctrina Secreta, sin embargo, da la razón en este punto a los
teósofos y a los estudiantes de las Ciencias Ocultas.
Si
consideramos a la segunda porción de la Tercera Raza como los primeros
representantes de la raza verdaderamente
humana con huesos sólidos, entonces la suposición de Haeckel de que “la
evolución de los hombres primitivos se verificó... ya sea en el Asia Meridional o en... la Lemuria” -no rezando con
esto el África ya sea Oriental u Occidental- es bastante exacta, si no lo es
por completo. Para ser exacto, sin embargo, hay que decir que así como la
evolución de la Primera Raza, de los cuerpos de los Pitris, tuvo lugar en siete
regiones separadamente distintas, en el Polo Ártico de la (entonces) única
tierra, así también se verificó la última transformación de la Tercera.
Principió ella en aquellas regiones árticas que se acaban de describir y que
incluían el Estrecho de Behring, y lo que entonces existía de tierra seca en el
Asia Central, cuando el clima era semitropical hasta en las regiones árticas, y
excelentemente adaptado a las necesidades primitivas del naciente hombre
físico. Esa región, sin embargo, ha sido más de una vez helada y tropical, por
turno, desde la aparición del hombre. El Comentario nos dice que la Tercera
Raza se hallaba solamente en el punto medio de su desarrollo, cuando:
El eje de la Rueda se inclinó. El Sol y la
Luna no brillaron ya sobre las cabezas de aquella porción de los Nacidos del
Sudor; la gente conoció la nieve, el hielo y la helada; y los hombres, las
plantas y los animales se empequeñecieron en su desarrollo. Los que no
perecieron se quedaron como niños pequeños a medio crecer, en tamaño y en
inteligencia. Éste fue el tercer Pralaya de las Razas.
Esto significa
también que nuestro Globo está sujeto a siete cambios periódicos y completos, que marchan pari passu con las Razas. Pues la
Doctrina Secreta nos enseña que, durante esta Ronda, tiene que haber siete
Pralayas terrestres, ocasionados por el cambio en la inclinación del eje de la
Tierra. Es una Ley que actúa en el momento señalado, y de ningún modo ciegamente,
como la Ciencia pudiera creer, sino de acuerdo y en armonía estricta con la Ley
Kármica. En el Ocultismo se menciona esta Ley Inexorable como el “gran
AJUSTADOR”. La Ciencia confiesa su ignorancia acerca de la causa que produce
las vicisitudes climatéricas, así como los cambios en la dirección del eje, que
son siempre seguidos por estas vicisitudes.
De hecho, no parece segura de los
cambios del eje. No pudiendo explicárselos, hállase pronta a negar todos los
fenómenos axiales, antes que admitir la mano inteligente de la Ley Kármica,
única que puede explicar razonablemente estos cambios repentinos y los
resultados que los acompañan. Ha tratado ella de explicarlos por medio de
diversas especulaciones más o menos fantásticas; una de las cuales, como imaginó
Boucheporn, pudiera ser el choque repentino de nuestra Tierra con un Cometa,
ocasionándose así todas las revoluciones geológicas. Pero nosotros preferimos
atenernos a nuestras explicaciones esotéricas, toda vez que FOHAT es tan bueno
como cualquier Cometa, y, además, tiene la Inteligencia universal por guía.
De
este modo, desde que la Humanidad del Manu Vaivasvata apareció sobre esta
Tierra, ha habido ya cuatro disturbios semejantes del eje. Los antiguos
Continentes, excepto el primero, fueron absorbidos por los Océanos; otras
tierras aparecieron y cordilleras enormes se levantaron donde antes no había
montaña alguna. La faz del Globo ha cambiado por completo cada vez; la
“supervivencia” de las naciones y razas “más aptas”, que aseguró por oportuna
ayuda; y las ineptas -los fracasos- desaparecieron, barridas de la Tierra.
Tales selecciones y mudanzas no se verifican entre una salida y puesta de Sol,
como se pudiera pensar, sino que requieren varios miles de años antes de que la
nueva morada esté en condiciones.
Las
Subrazas están también sujetas al
mismo proceso de depuración, así como también las ramas laterales o razas de
familia. Que cualquiera que conozca bien la astronomía y las matemáticas, eche
una ojeada retrospectiva en el crepúsculo y sombras del Pasado. Que observe y
tome nota de lo que conoce de la historia de los pueblos y naciones, y coteje
sus respectivas elevaciones y caídas con lo que se sabe acerca de los ciclos
astronómicos, especialmente con el Año Sideral, que equivale a 25.868 de
nuestros años solares. Entonces, si el observador está dotado de la más
ligera intuición, verá cómo la prosperidad y decadencia de las naciones están
íntimamente relacionadas con el principio y el fin de este Ciclo Sideral. A la
verdad, los que no son ocultistas tienen la desventaja de no disponer de
tiempos tan remotos en que fundarse. No saben ellos nada, por medio de la
Ciencia exacta, de lo que aconteció hace 10.000 años; aunque pueden consolarse
con el conocimiento, o si lo prefieren, con la especulación, sobre el destino
de todas las naciones modernas que conocen, dentro de unos 16.000 años. El
sentido de lo que decimos es muy claro. Cada Año Sideral, los trópicos
retroceden del Polo cuatro grados en
cada revolución de los puntos del equinoccio, a medida que el ecuador da
vueltas por las constelaciones Zodiacales. Ahora bien; como todos los
astrónomos saben, en la actualidad el trópico se halla solamente a veintitrés
grados y una fracción de menos de medio grado del ecuador. Por tanto, tiene
todavía que recorrer dos grados y medio antes del fin del Año Sideral. Esto da
a la humanidad en general, y a nuestras razas civilizadas en particular, un
respiro de unos 16.000 años.
Después
de la Gran Inundación de la Tercera Raza (los Lemures), según nos dice el
Comentario treinta y tres:
Los hombres mermaron considerablemente de
estatura y disminuyó la duración de sus vidas. Habiendo decaído su piedad, se
mezclaron con razas animales y se aparearon gigantes y pigmeos (las razas
empequeñecidas de los Polos)... Muchos adquirieron conocimientos divinos, más
aún, conocimientos ilícitos, y siguieron voluntariamente el SENDERO DE LA
IZQUIERDA.
Así los Atlantes se aproximaron a su vez a la
destrucción. ¡Quién sabe los períodos geológicos que pasaron para verificarse
esta cuarta destrucción! Pero se nos dice que:
44 CONSTRUYERON GRANDES IMÁGENES DE NUEVE
YATIS DE ALTO: EL TA-MAÑO DE SUS CUERPOS (a). FUEGOS INTERNOS
HABÍAN DESTRUIDO LA TIERRA DE SUS PADRES. EL AGUA AMENAZABA A LA
CUARTA (b).
a) Vale la pena de observar que la mayor parte
de las estatuas gigantescas descubiertas en la Isla de Pascua, parte
innegablemente de un continente sumergido, así como las encontradas en las
fronteras del Gobi, región que había estado sumergida por edades sin cuento,
son todas de veinte a treinta pies de alto. Las estatuas encontradas por Cook
en la Isla de Pascua medían casi todas veintisiete pies de altura, y ocho pies
de hombro a hombro. La escritora sabe muy bien que los arqueólogos
modernos han decidido que “estas estatuas no son muy antiguas”, según ha
declarado un alto funcionario del Museo Británico, en donde están ahora algunas
de ellas. Pero ésta es una de esas decisiones arbitrarias de la Ciencia Moderna
que no tienen gran valor en sí.
Se
nos dice que después de la destrucción de la Lemuria por los fuegos
subterráneos, los hombres siguieron decreciendo constantemente en estatura
-proceso que había ya principiado desde su caída física- y que finalmente, algunos millones de años después,
disminuyeron hasta de seis a siete pies, y ahora se están reduciendo, como
sucede con las razas asiáticas más antiguas, que están más cerca de los cinco
pies que de seis. Según indica Pickering, hay en la raza Malaya (subraza de la
Cuarta Raza-Raíz) una diversidad singular de estatura; los miembros de la
familia polinesia, tales como los isleños de las islas de Tahití, Samoa y
Tonga, son de estatura más elevada que el
resto de la especie humana; pero las tribus indias y los habitantes de los
países indo-chinos son positivamente más pequeños que el término medio general.
Esto se explica fácilmente. Los polinesios pertenecen a las primeras de las
subrazas supervivientes; los otros al tronco último y menos fijo. Así como los
tasmanios se han extinguido por completo, y los australianos desaparecen
rápidamente, lo mismo sucederá pronto con las otras razas antiguas.
b) ¿Cómo se han conservado estos anales? -podrá
preguntársenos-. Hasta el conocimiento del Zodíaco por los hindúes es negado
por nuestros amables y sabios orientalistas, los cuales han llegado a la
conclusión de que los indos arios no sabían nada de él antes de que los griegos
lo llevaran a su país. Esta calumnia innecesaria ha sido tan bien refutada por
Bailly, y lo que es más, por la clara evidencia
de los hechos, que no necesita muchas más demostraciones de su falsedad. Al
paso que los Zodíacos egipcios conservan pruebas irrefutables, de anales
que abarcan más de tres y medio años Siderales, o cerca de 87.000 años; los
cálculos indos abrazan cerca de treinta y tres de tales años, u 850.000 años.
Los sacerdotes egipcios aseguraron a Herodoto que el Polo de la Tierra y el
Polo de la Eclíptica habían coincidido anteriormente. Pero, según ha observado
el autor de Sphinxiad:
Estos
pobres indos oscurecidos tienen
registrados conocimientos astronómicos que comprenden diez veces 25.000 años
desde la Inundación (local última en Asia), o edad del Horror.
Y
poseen observaciones registradas desde el tiempo de la primera Gran Inundación
que se conserva en la memoria histórica
Aria, la Inundación que sumergió las últimas partes de la Atlántida hace
850.000 años. Las inundaciones precedentes son, por supuesto, más tradicionales
que históricas.
El
hundimiento y transformación de la Lemuria principió cerca del Círculo Ártico
(Noruega), y la Tercera Raza terminó su carrera en Lankâ, o más bien en lo que
se convirtió en Lankâ entre los Atlantes. El pequeño resto conocido ahora por
Ceilán es la tierra montañosa Septentrional de la antigua Lankâ, mientras que
la enorme isla de ese nombre era, en el período Lemuro, el gigantesco
continente ya descrito. Según dice un Maestro:
¿Por qué no han de tener presente vuestros
geólogos que bajo los continentes explorados y sondeados por ellos... pueden
existir ocultos, en lo profundo de los insondables, o más bien no sondeados
lechos de los mares, otros continentes mucho más antiguos, cuyas capas jamás
han sido exploradas geológicamente; y que pudieran algún día echar
completamente por tierra sus presentes teorías? ¿Por qué no se ha de admitir
que nuestros continentes actuales han sido ya, como la Lemuria y la Atlántida,
sumergidos varias veces, y han tenido el tiempo de reaparecer otra vez y
sostener sus nuevos grupos de humanidad y civilizaciones; y que al primer gran
levantamiento geológico en el próximo cataclismo, de la serie que ocurre desde
el principio al fin de cada Ronda, nuestros continentes que ya han sufrido la
autopsia, se sumergirán, reapareciendo las Lemurias y Atlántidas otra vez?.
No exactamente los
mismos continentes, por supuesto.
Pero en este punto hace falta una
explicación. No hay que crearse confusiones acerca del postulado de una Lemuria
Septentrional. La prolongación de aquel gran continente en el Océano Atlántico
del Norte no destruye, en modo alguno, las opiniones tan extendidas acerca del
sitio de la perdida Atlántida, y lo uno corrobora a lo otro. Hay que observar
que la Lemuria, que sirvió de cuna a la Tercera Raza-Raíz, no sólo abarcaba una
vasta área en el Océano Pacífico e Índico, sino que se extendía en forma de
herradura más allá de Madagascar, por toda el “África Meridional” (entonces
mero fragmento en proceso de formación), a través del Atlántico hasta Noruega.
El gran depósito de agua dulce inglés, llamado el
Wealden -que todos los geólogos consideran como desembocadura de un anterior
gran río- es el lecho de la corriente principal que desaguaba a la Lemuria
Septentrional en la edad Secundaria. La existencia real de este río en otro
tiempo es un hecho científico; ¿reconocerán sus partidarios la necesidad de
aceptar la Lemuria Septentrional de la edad Secundaria, exigida por sus datos?
El profesor Berthold Seemann no sólo admitió la realidad de tan enorme
continente, sino que consideraba a Australia
y Europa como partes, en otro tiempo, de un continente, corroborando así
toda la doctrina de la “herradura”, ya enunciada. No puede darse una
confirmación más sorprendente de nuestros asertos que el hecho de que la elevada cordillera sumergida en la
cuenca del Atlántico, de 9.000 pies de altura, que se extiende por unas dos o
tres millas al Sur desde un punto próximo a las Islas Británicas, tuerce
primeramente hacia la América del Sur, y luego cambia casi en ángulo recto para continuar en una dirección Sudeste hacia la costa africana, desde
donde se lanza hacia el Sur, a Tristán de Acuña. Esta cordillera es resto de un
continente Atlántico, y si se pudiese seguir más su dirección establecería la
realidad de la unión de una herradura submarina con un continente de tiempos
pasados en el Océano Índico.
La
parte Atlántica de la Lemuria fue la
base geológica de lo que se conoce generalmente por Atlántida, pero que debe
más bien considerarse como un desarrollo de la prolongación Atlántica de la
Lemuria, que como una masa de tierra completamente nueva, levantada para
atender a las exigencias especiales de la Cuarta Raza-Raíz. Lo mismo que sucede
en la evolución de una Raza, ocurre en los cambios sucesivos y arreglos de las
masas continentales, sin que se pueda trazar una línea bien determinada en
donde un orden termina y otro principia. La continuidad en los procesos
naturales no se interrumpe nunca. Así, la Raza Cuarta Atlante se desarrolló de
un núcleo de hombres de la Raza Tercera de la Lemuria Septentrional,
concentrado, por decirlo así, hacia un punto de lo que ahora es el Océano
Atlántico medio. Su continente se formó por la unión de muchas islas y
penínsulas que se levantaron en el transcurso ordinario del tiempo, y últimamente se convirtió en la verdadera
morada de la gran Raza conocida por Atlante. Después que se consumó esto,
según manifiesta la autoridad Oulta más elevada:
La Lemuria... no debe confundirse más con el
Continente Atlántico, como Europa no se confunde con América.
Como
lo anterior viene de una procedencia tan desacreditada por la Ciencia ortodoxa,
se considerará, por supuesto, como una ficción más o menos afortunada. Hasta la
hábil obra de Donnelly antes citada se desecha, a pesar de que sus
declaraciones se hallan todas dentro de un marco de pruebas científicas
estrictas. Pero nosotros escribimos para el futuro. Nuevos descubrimientos en
esta dirección vindicarán las pretensiones de los filósofos asiáticos, de que
las ciencias (la geología, la etnología e incluso la historia) eran seguidas
por las naciones antediluvianas que vivieron hace edades sin cuento. Futuros
“hallazgos” justificarán la exactitud de las observaciones presentes, de
inteligencias tan penetrantes como las de H. A. Taine y Renán. El primero
indica que las civilizaciones de las naciones arcaicas, tales como los
egipcios, los arios de la India, los caldeos, chinos y asirios, son el
resultado de civilizaciones anteriores que duraron “miríadas de siglos”; y el último señala el hecho de que:
Egipto,
desde un principio, aparece maduro, viejo y sin edades míticas y heroicas, como
si el país jamás hubiese conocido la juventud. Su civilización no tiene
infancia, y sus artes ningún período arcaico. La civilización de la Vieja
Monarquía no principió con la infancia. Estaba ya madura.
A
esto añade el profesor R. Owen que:
Según
los anales, Egipto ha sido una comunidad civilizada y gobernada antes del tiempo de Menes.
Y
Winchell declara que:
En
la época de Menes, los egipcios eran ya un pueblo numeroso y civilizado.
Manethon nos dice que Athotis, hijo del primer rey Menes, construyó el palacio
de Menfis; que era médico y que dejó libros
de anatomía.
Esto
es perfectamente natural si hemos de creer los relatos de Herodoto, que afirma
en Euterpe (CXLII), que la historia
escrita de los sacerdotes egipcios databa de unos 12.000 años antes de su
tiempo. Pero, ¿qué son 12.000, ni aún 120.000 años, comparados con los millones
de años que han transcurrido desde los tiempos de la Lemuria? Esta última, sin
embargo, no ha quedado sin testimonios, a pesar de su tremenda antigüedad. En
los Anales Secretos se conserva la historia completa del crecimiento,
desarrollo, y de la vida social y hasta política de los Lemures.
Desgraciadamente, pocos son los que pueden leerlos; y los que pudieran, serían
incapaces además de comprender el lenguaje, a menos de conocer las siete claves
de su simbolismo. Porque la comprensión de la Doctrina Oculta está basada en la
de las Siete Ciencias; y estas Ciencias tienen su expresión en las siete
diferentes aplicaciones de los Anales Secretos a los textos exotéricos. Así,
pues, tenemos que tratar con modos de pensamiento en siete planos de Idealidad
completamente distintos. Cada texto se relaciona con uno de los siguientes
puntos de vista, desde el cual tiene que interpretarse:
I.
Plano del Pensamiento Realista.
II.
Idealista.
III. Puramente Divino o Espiritual.
Los
otros planos trascienden demasiado la conciencia en general, especialmente la
de la mente materialista, para que puedan ser ni tan siquiera simbolizados en
términos de fraseología ordinaria. En ninguno de los antiguos textos religiosos
existe elemento alguno puramente mítico;
pero la modalidad de pensamiento con que fueron escritos originalmente hay que
encontrarla y no perderla un momento de vista durante la interpretación. Pues
el modo arcaico de pensamiento es simbólico; otra forma posterior del
pensamiento, aunque muy antigua, es la emblemática; otra la parabólica o
alegórica; otra la jeroglífica, y también la logográmica, el método más difícil
de todos, pues representa cada letra toda una palabra, como en el idioma chino.
Así, casi todos los nombres propios, ya sea en los Vedas, el Libro de los
Muertos, y hasta cierto punto en la Biblia,
están compuestos de tales logogramas. Nadie que no esté iniciado en los
misterios de la logografía religiosa Oculta puede pretender que sabe lo que
significa un nombre en cualquier fragmento antiguo, antes de haber dominado el
sentido de cada letra de las que lo componen. ¿Cómo, pues, puede esperarse que
el mero pensador profano, por grande que sea su erudición en el simbolismo
ortodoxo, por decirlo así (esto es, ese simbolismo que no puede salir nunca de
los viejos moldes del mito solar y del culto sexual), cómo puede esperarse,
repetimos, que el docto profano pueda penetrar en el arcano que está detrás del
velo? El que se ocupa de la corteza o cáscara de la letra muerta, y se dedica a
transformaciones calidoscópicas de palabras simbólicas estériles, no puede
esperar nunca pasar más allá de las vaguedades de los mitólogos modernos.
Así,
pues, Vaivasvata, Xisuthros, Deucalion, Noé, etcétera, todas las figuras
principales de los Diluvios del Mundo, tanto universales como parciales,
astronómicos o geológicos, todos proporcionan en sus mismos nombres los anales
de las causas y efectos que condujeron al suceso, si se pueden leer por
completo. Todos esos Diluvios están basados en sucesos que ocurrieron en la
Naturaleza, están por tanto presentes, como anales históricos (ya fuesen siderales, geológicos o siquiera simplemente
alegóricos), de un suceso moral en otros planos superiores del ser. Esto
creemos ha sido ya lo suficientemente demostrado durante la larga explicación
requerida por las Estancias alegóricas.
Hablar
de una raza de nueve yatis o
veintisiete pies de alto, en una obra que pretenda un carácter más científico
que, por ejemplo, la historia de “Jack el Matador de Gigantes”, es un
procedimiento bastante raro. ¿Dónde
están las pruebas? -se preguntará a la escritora-. En la historia y en la
tradición, es la respuesta. Las tradiciones
de una raza de gigantes en los tiempos remotos, son universales; existen en
doctrinas orales y escritas.
La India ha tenido sus Dânavas y Daityas; Ceilán
sus Râkshasas; Grecia sus Titanes; Egipto sus Héroes colosales; Caldea sus
Izdubars (Nimrod); y los judíos sus Emims de la tierra de Moab, con los famosos
gigantes, Anakim. Moisés habla de Og, un rey cuyo “lecho” tenía nueve
codos de largo (15 pies 4 pulgadas) y cuatro de ancho; y Goliat tenía
“seis codos y un palmo de alto” (o 10 pies 7 pulgadas). La única diferencia que
se encuentra entre la “escritura revelada” y las pruebas que nos han
proporcionado Hesiodo, Diodoro de Sicilia, Homero, Plinio, Plutarco,
Filostrato, etc., es la siguiente: Al paso que los paganos mencionan solamente esqueletos de gigantes, muertos edades
sin cuento antes, reliquias que algunos de ellos habían visto personalmente, los intérpretes de la Biblia exigen sin rubor que la Geología
y la Arqueología deban creer que algunos países estaban habitados por tales gigantes
en los días de Moisés; gigantes ante los cuales los judíos eran como langostas,
y los cuales existían todavía en los días de Josué y David. Desgraciadamente,
su propia cronología se opone a ello. Hay que renunciar a esta última o a los
gigantes.
Aún
quedan en pie algunos testimonios de los Continentes sumergidos, y de los
hombres colosales que los habitaron. La Arqueología afirma la existencia de
varios en esta Tierra; aunque fuera de admirarse y preguntarse “lo que podrán
ser”, nunca ha intentado seriamente descubrir el misterio. Sin hablar de las
estatuas de la Isla de Pascua ya mencionada, ¿a qué época pertenecen las
estatuas colosales, todavía en pie e intactas descubiertas cerca de Bamián? La
Arqueología, como de costumbre, las atribuye a los primeros siglos del
Cristianismo, y yerra en esto como en otras muchas especulaciones. Una corta
descripción mostrará al lector lo que son las estatuas, tanto de la Isla de
Pascua como de Bamián. Primeramente examinaremos lo que la Ciencia ortodoxa
sabe acerca de ellas.
Teapi,
Rapa-nui, o Isla de Pascua, es un punto aislado a casi 2.000 millas de la costa
sudamericana... Tiene de largo unas doce millas y cuatro de ancho... y hay allí
un cráter extinguido de 1.050 pies de altura en su centro. La isla abunda en
cráteres, que hace tanto tiempo que se han extinguido, que no queda tradición
alguna de su actividad .
Pero
¿quién hizo las grandes imágenes de piedra que son ahora el atractivo
principal de la Isla para los visitantes? “Nadie
lo sabe -dice un escritor.
Es
más que probable que estaban allí cuando los actuales habitantes (un puñado de
salvajes polinesios) llegaron... Su construcción artística es de un orden superior... y se cree que la raza que las hizo se
comunicaba con los indígenas del Perú y otras partes de la América del Sur...
Aun en tiempo de la visita de Cook,
algunas de las estatuas, que median veintisiete pies de alto y ocho de hombro a
hombro, yacían derribadas por tierra, mientras que otras, aun en pie, parecían
mucho mayores. Una de estas últimas era tan alta, que su sombra ponía a
cubierto de los rayos del sol a una partida de treinta personas. Los pedestales
en que descansaban estas imágenes colosales, tenían, por término medio, de
treinta a cuarenta pies de largo y de doce a dieciséis de ancho... todos
construidos de piedras labradas al estilo ciclópeo, muy parecidos a las paredes
del templo de Pachacámac, o a las ruinas
de Tiahuanaco, en el Perú.
“No hay razón para creer que ninguna de las
estatuas haya sido construida, trozo a trozo, por medio de andamios levantados
a su alrededor”, añade muy sugestivamente el escritor, sin explicar de qué modo pudieron ser construidas de
otra manera, a menos que hayan sido hechas por gigantes de la misma altura que
las estatuas. Dos de las mejores entre estas estatuas colosales se hallan ahora
en el Museo Británico. Las estatuas de Ronororaca son cuatro: tres
profundamente enterradas en el suelo, y una descansando de espaldas como un
hombre dormido. Sus tipos, aunque todas de cabeza larga, son distintos; siendo
evidente que representan retratos, pues las narices, bocas y barbilla difieren
mucho en la forma; mientras que una
especie de gorro chato, con un aditamento para cubrir la parte posterior de la
cabeza, demuestra que los originales no eran salvajes de la edad de piedra. En
verdad que puede preguntarse quién las ha hecho; pero no es la Arqueología ni
tampoco la Geología la que contestará, aunque esta última reconoce la isla como
parte de un continente sumergido.
Pero,
¿quién talló las estatuas aún más colosales de Bamián, las más altas y
gigantescas del mundo entero? Porque la “Estatua de la Libertad” de Bartholdi,
ahora en Nueva York, es enana
comparada con la mayor de las cinco estatuas. Burnes y varios sabios jesuitas
que han visitado el lugar hablan de una montaña “toda acribillada a modo de
panal de celdas gigantescas”, con dos gigantes inmensos tallados en la roca. Se
refiere a los Miaotse modernos (vide
supra la cita de Shoo-King), los
últimos testigos supervivientes de los Miaotse que “turbaron la tierra”. Los
jesuitas tienen razón, y los arqueólogos que ven Buddhas en las más grandes de
estas estatuas se equivocan. Pues todas estas innumerables ruinas gigantescas
que se descubren unas tras otras en nuestros días, todas esas inmensas avenidas
de ruinas colosales que cruzan la América del Norte a lo largo y más allá de
las Montañas Rocosas, son obra de los Cíclopes, los Gigantes verdaderos y
efectivos de antaño. “Masa de huesos humanos enormes” se han encontrado “en
América, cerca de Munte (?)”, nos dice un célebre viajero moderno, precisamente
en el sitio señalado por la tradición local como el lugar donde desembarcaron
aquellos gigantes que invadieron América cuando apenas acababa de levantarse
sobre las aguas.
Las
tradiciones del Asia Central dicen lo mismo de las estatuas de Bamián. ¿Qué son
ellas y qué es el sitio en donde han estado por edades incontables, desafiando
los cataclismos a su alrededor, y hasta la mano del hombre, como, por ejemplo,
las hordas de Timoor y los vándalos guerreros de Nadir Shah? Bamián es una
pequeña ciudad, miserable, medio arruinada, del Asia Central, a la mitad del
camino entre Cabul y Balkh, al pie del Koh-i-baba, montaña enorme del
Paropamiso, o Cordillera del Indo-Kush, a unos 8.500 pies sobre el nivel del
mar. En los viejos tiempos, Bamián era parte de la antigua ciudad de Djooljool,
arruinada y destruida, hasta la última piedra, por Gengis-Kan en el siglo XIII.
Todo el valle está cercado por rocas colosales, llenas de cuevas y grutas, en parte
naturales y en parte artificiales, que fueron una vez las moradas de monjes
buddhistas que habían establecido en ellas sus Vihâras (monasterios). Tales
Vihâras se encuentran en profusión, hasta hoy, en los templos cortados en la
roca de la India, y en los valles de Jelalabad. Frente a algunas de estas
cuevas se han descubierto cinco estatuas enormes -que se consideran como de
Buddha- o más bien han sido redescubiertas
en nuestro siglo; pues el famoso viajero chino Hiouen Thsang habla de haberlas
visto, cuando visitó Bamián en el siglo VII.
La
afirmación de que no existen estatuas mayores en todo el globo se prueba
fácilmente con el testimonio de todos los viajeros que las han examinado y
medido. Así resulta que la mayor tiene 173 pies de alto, o sea setenta pies más que la “Estatua de la
Libertad” de Nueva York; toda vez que esta última sólo mide 105 pies o 34
metros de altura. El mismo famoso coloso de Rodas, entre cuyas piernas pasaban
con facilidad los mayores barcos de entonces, sólo tenía de 120 a 130 pies de
alto. La segunda gran estatua, que como la primera está tallada en la roca,
tiene solamente 120 pies, o sean quince más que la mencionada de la “Libertad”. La tercera estatua sólo tiene 60 pies, y las otras dos son aún más
pequeñas, siendo la última un poco más alta que el término medio de los hombres
altos de nuestra Raza actual.
El primero y más grande de los colosos representa
a un hombre envuelto en una especie de “toga”; M. de Nadeylac cree que la
apariencia general de la figura, las líneas de la cabeza, el ropaje, y
especialmente las grandes orejas colgantes, son indicaciones innegables de que
se pretendía representar a Buddha. Pero realmente ellas no prueban nada. A
pesar del hecho de que la mayoría de las figuras que hoy existen de Buddha,
representado en la postura de Samâdhi, tienen grandes orejas colgantes, ésta es
una innovación y pensamiento posteriores. La idea primitiva era debida a una
alegoría esotérica. Las orejas grandes no naturales simbolizan la omnisciencia
de la sabiduría, y tenían por objeto hacer recordar el poder de Aquel que todo lo sabe y todo lo oye, y a cuyo
benévolo amor y atención por todas las criaturas nada puede escapar. Según dice
una Sloka:
El Señor misericordioso, nuestro Maestro,
oye el grito de agonía de los más pequeños de los pequeños, y corre en su
socorro.
Gautama
Buddha era un indo-ario, y sólo entre los birmanos y siameses mogoles, que,
como en Cochin, se desfiguran las orejas, es donde se ve algo que se parezca a
aquellas orejas. Los monjes buddhistas, que transformaron las grutas de los
Miaotse en celdas y Vihâras, entraron en el Asia Central en el primer siglo, o
cosa así, de la Era cristiana. Por esto Hiouen Thsang, hablando de la estatua
colosal, dice que “el brillo de los ornamentos de oro que cubrían a la estatua”
cuando él la vio, “deslumbraba la vista”; pero de tales dorados no se ven ni
vestigios en los tiempos modernos. El ropaje, en contraste con la figura misma,
que está labrada en la roca, está hecho de yeso y moldeado sobre la imagen de
piedra. Talbot, que hizo un examen de los más minuciosos, averiguó que este
ropaje pertenecía a una época muy posterior. Por consiguiente, hay que señalar
a la estatua misma un tiempo muy anterior al Buddhismo. En tal caso ocurre
preguntar: ¿A quién representa?
Otra
tradición, que se halla corroborada por anales escritos, contesta a la pregunta
y explica el misterio. Los Arhats y Ascetas buddhistas encontraron las cinco
estatuas, y muchas más que ahora están destruidas. Tres de ellas, que estaban
de pie en nichos colosales a la entrada de sus moradas futuras, fueron
cubiertas con yeso, y, sobre las estatuas antiguas, modelaron otras nuevas que
representaran al Señor Tathâgata. Las paredes interiores de los nichos están
cubiertas hasta hoy día con pinturas brillantes de figuras humanas, y la imagen
sagrada de Buddha está reproducida en todos los grupos. Estos frescos y
ornamentos, que hacen recordar el estilo de pintura bizantino, son todos
debidos a la piedad de los monjes ascetas, así como también otras figuras
menores y adornos labrados en la roca. Pero las cinco estatuas son obra de los
Iniciados de la Cuarta Raza, quienes, después de la sumersión de su continente,
se refugiaron en los desiertos y en las cumbres de las montañas del Asia
Central. Así, pues, las cinco estatuas son anales imperecederos de la Enseñanza
Esotérica, respecto de la evolución gradual de las razas.
La
más grande representa la Primera Raza de la especie humana, cuyo cuerpo etéreo
está así conmemorado en la piedra dura, imperecedera, para instrucción de las
generaciones futuras; pues de otro modo su recuerdo no hubiera nunca
sobrevivido al Diluvio Atlántico. La segunda, de 120 pies de alto, representa
al Nacido del Sudor; y la tercera, que mide 60 pies, inmortaliza a la Raza que
cayó, inaugurando así la primera Raza física,
nacida de padre y madre, cuyos últimos descendientes se hallan representados en
las estatuas encontradas en la Isla de Pascua. Estos descendientes sólo tenían
de 20 a 25 pies de estatura en la época en que la Lemuria fue sumergida,
después de haber sido casi destruida por
fuegos volcánicos. La Cuarta Raza fue aún más pequeña, aunque gigantesca
en comparación con nuestra Raza Quinta actual, y la serie termina finalmente en
esta última.
Estos
son, pues los “Gigantes” de la antigüedad, los Gibborim ante y postdiluvianos
de la Biblia. Vivieron y florecieron
ellos hace un millón de años, y no tres o cuatro mil solamente. Los Anakim de
Josué, cuyas huestes eran como “langostas” en comparación de los judíos son,
pues, una fantasía israelita, a menos que, verdaderamente, el pueblo de Israel
pretenda para Josué una antigüedad y un origen en el período Eoceno, o cuando
menos Mioceno, y cambien los milenios de su cronología en millones de años.
En
todo lo que se refiere a tiempos prehistóricos, el lector debe tener presente
las sabias palabras de Montaigne. He aquí lo que dice el gran filósofo francés:
Es
una necia presunción desdeñar y condenar por
falso lo que a nosotros nos parezca que no debe ser verdad; lo cual es
una falta común en aquellos que están persuadidos que valen más que el vulgo...
La
razón me ha enseñado que el condenar resueltamente una cosa por falsa e imposible es pretender apropiarse el
privilegio de poner coto y límites a la voluntad de Dios, y sujetar el poder de
nuestra madre común la Naturaleza a él unida; y no existe en el mundo una
necedad mayor que tratar de reducirlos a la medida de nuestra capacidad y a los
límites de nuestra suficiencia...
Si
llamamos monstruos o milagros a lo que nuestra razón no puede alcanzar,
¿cuántas cosas de este género no se presentan diariamente a nuestra vista?
Detengámonos a considerar a través de cuántas nebulosidades, y cuán ciegamente,
somos conducidos al conocimiento de la mayoría de lo que pasa por nuestras manos;
a la verdad, veríamos que la costumbre, más bien que la ciencia, es la que da
la rareza; y que si nos presentasen de nuevo esas cosas, las consideraríamos
tanto o más improbables e increíbles que otras cualesquiera.
El
sabio que sea justo, antes de negar la posibilidad de nuestra historia y
anales, debiera buscar en la historia actual, así como en las tradiciones
universales esparcidas en la literatura antigua y moderna, las huellas dejadas
por estas razas maravillosas primitivas. Pocos entre los incrédulos sospechan
los tesoros de evidencia corroboradora que se pueden encontrar, esparcidos y
enterrados, sólo en el mismo Museo Británico. Se ruega al lector que eche una
ojeada más al asunto de que estamos tratando, en la Sección que sigue.
H.P. Blavatsky D.S T III
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