martes, 6 de octubre de 2015

Ruinas Ciclópeas y Piedras colosales como testimonio de los Gigantes



De Mirville, en sus voluminosas obras Mémoires Adressés aux Académies, tratando de llevar a cabo la tarea de probar la realidad del demonio y de mostrar una mansión suya en todo ídolo antiguo y moderno, ha reunido algunos cientos de páginas de “pruebas históricas” de que en los días de los “milagros” había piedras, tanto paganas como bíblicas, que andaban, hablaban, pronunciaban oráculos y hasta cantaban. Y que por último, la “Piedra de Cristo” o “Roca de Cristo”, “la Roca espiritual” que seguía a Israel, “se convirtió en Júpiter-lapis” devorado por su padre Saturno, “bajo la forma de una piedra”. No nos detendremos a discutir el abuso y la materialización evidentes de las metáforas bíblicas sólo con objeto de tratar de probar el “Satanismo” de los ídolos, aunque mucho es lo que pudiera decirse  sobre este punto. Pero sin pretender semejante peripatetismo y facultades psíquicas innatas para nuestras piedras, podemos, a nuestra vez, reunir toda clase de pruebas útiles, que tenemos a mano para mostrar: 

(a) que si no hubiera habido gigantes que moviesen rocas tan colosales, jamás hubieran podido existir un Stonehenge, un Carnac (Bretaña), y otras semejantes construcciones ciclópeas;  

(b) que si no hubiera existido lo que se llama Magia, nunca hubiera habido tantos testimonios de piedras, “oraculares” y “parlantes”.
            
En el Achaica vemos a Pausanias confesando que al principiar su obra, había considerado a los griegos como grandemente estúpidos “por adorar piedras”. Pero habiendo llegado a la Arcadia, añade: “He cambiado de manera de pensar”. Por tanto, sin necesidad de adorar piedras, o ídolos y estatuas de piedra, que es lo mismo, crimen que los católicos romanos reprochan imprudentemente a los paganos, es permitido creer en lo que tantos grandes filósofos y hombres santos han creído, sin merecer ser llamados “idiotas” por los Pausanias modernos.
            
El lector puede dirigirse a la Académie des Inscriptions si quiere estudiar las diversas propiedades de pedernales y guijarros desde el punto de vista de los poderes mágicos y psíquicos. En un poema sobre las “Piedras” atribuido a Orfeo, estas piedras son divididas en Ophitês y Sideritês, la “Piedra-Serpiente” y la “Piedra-Estrella”.
             
La Ophitês es áspera, dura, pesada, negra, y tiene el don del habla; cuando uno va a tirarla, produce un sonido semejante al grito de un niño. Por medio de esta piedra fue como Heleno predijo la ruina de Troya, su patria.
            
Sanchoniathon y Filón de Biblos, refiriéndose a estos “betilos”, los llaman “piedras animadas”. Fotio repite lo que Damascio, Asclepiades, Isidoro y el médico Eusebio, aseguraron antes que él. Eusebio, especialmente, nunca se separaba de sus Ophitês, que llevaba en su seno, y recibía oráculos de ellas, proferidos por una vocecita que se parecía a un tenue silbido. Arnobio, un santo hombre, que “de pagano se convirtió en una lumbrera de la Iglesia” , según cuentan los cristianos a sus lectores, confiesa que siempre que encontraba una piedra de éstas no dejaba de dirigirle alguna pregunta, “que a veces ella contestaba con una vocecita clara y aguda¿En dónde está, pues, la diferencia entre el Ophitês cristiano y el pagano? - preguntamos.
            
La famosa piedra de Westminster era llamada liafail, “la piedra parlante” y sólo elevaba su voz para nombrar al rey que debía ser elegido. Cambry, en su Monuments Celtiques, dice que la vio cuando tenía todavía la inscripción:
                         
Ni fallat fatum, Scoti quocumque locatum                            
invenient lapidem, regnasse tenentur ibidem.
             
Finalmente, Suidas habla de un cierto Heraescus, que podía distinguir de una ojeada las piedras inanimadas de las que estaban dotadas de movimiento; y Plinio menciona piedras que “se apartaban cuando una mano se aproximaba a ellas”.
            
De Mirville (que trata de justificar a la Biblia) pregunta muy pertinentemente por qué las piedras monstruosas de Stonehenge eran llamadas antiguamente chior-gaur o el “baile de los gigantes” (de côr “baile”, de donde viene chorea, y de gaur “gigante”). Y luego envía al lector a que reciba la contestación del obispo San Gildas. Pero los autores de obras como Voyage dans le Comte de Cornouailles, sur les Traces des Géants, y de varias obras eruditas sobre las ruinas de Stonehenge, Carnac y West Hoadley, dan informes más completos y de más confianza sobre este asunto especial. En esas regiones -verdaderos bosques de rocas- se encuentran inmensos monolitos, “pesando algunos sobre 500.000 kilogramos”. Estas “piedras suspendidas” de Salisbury Plain se cree que son los restos de un templo druídico. Pero los druidas eran hombres históricos, y no cíclopes ni gigantes. ¿Quiénes pues, a no ser gigantes, pudieron un día levantar esas moles, especialmente las de Carnac y de West Hoadley, colocarlas en orden tan simétrico que pudiesen representar el planisferio, y asentarlas en tal maravilloso equilibrio que parece que apenas tocan el suelo, y que aun cuando el contacto más ligero de un dedo las pone en movimiento, resistirían, sin embargo, la fuerza de veinte hombres que intentasen desplazarlas?
           
  Ahora bien; si dijésemos que la mayor parte de estas piedras son reliquias de los últimos Atlantes, se nos contestaría que todos los geólogos pretenden que tienen un origen natural; que una roca cuando se “orea”, esto es, al perder capa tras capa de su substancia bajo las influencias atmosféricas, toma esta forma; que los “tors” en el Oeste de Inglaterra exhiben formas curiosas producidas también por esta causa. Y así, dado que todos los hombres de ciencia consideran las “piedras oscilantes como de origen puramente natural, puesto que el viento, las lluvias, etc., causan la desintegración de las rocas por capas”, nuestro aserto será negado con razón, sobre todo porque “vemos a nuestro alrededor, en progreso hoy día, este proceso de modificación de las rocas”. Examinemos, pues, el caso.
            
Primeramente leamos lo que la Geología tiene que decirnos, y sabremos entonces que muchas veces estas moles gigantescas son completamente extrañas a los países en donde hoy se encuentran fijas; que sus semejantes geológicos pertenecen muchas veces a estratos desconocidos en aquellos países, y que sólo se encuentran muy lejos, más allá de los mares. Mr. William Tooke, especulando sobre los bloques enormes de granito esparcidos sobre la Rusia Meridional y la Siberia, refiere al lector que donde ahora se encuentran no hay rocas ni montañas, y que han debido de ser traídos “desde distancias inmensas y por esfuerzos prodigiosos”. Charton habla de un ejemplar de tales rocas en Irlanda, que había sido sometido al análisis de un eminente geólogo inglés, quien lo había atribuido a origen extranjero, “quizás africano”.
            
Ésta es una coincidencia extraña, pues la tradición irlandesa atribuye el origen de sus piedras circulares a un brujo que las trajo de África. De Mirville ve en este brujo a un “Camita maldito” (62). Nosotros vemos en él a un oscuro Atlante, o aun quizás a algún Lemur anterior, que hubiese sobrevivido hasta el nacimiento de las Islas Británicas; y, en todo caso, a un gigante . Cambry dice, ingenuamente:
            
Los hombres no tienen nada que ver con ello... pues ningún poder ni industria humanos ha podido verificar cosa semejante. Sólo la Naturaleza lo ha llevado a cabo todo (!!) y la Ciencia lo demostrará algún día (!!).
            
Sin embargo, fue un poder humano, aunque gigantesco, el que lo llevó a efecto, y ni la “Naturaleza” sola, ni ningún Dios ni Demonio.
            
Habiendo tratado la “Ciencia” de demostrar que hasta la Mente y el Espíritu del hombre son simplemente el producto de “fuerzas ciegas”, es muy capaz de aceptar la empresa, que podrá suceder que emprenda cualquier día, de probarnos que la Naturaleza sola ha puesto en orden las rocas gigantescas de Stonehenge, ha trazado su posición con precisión matemática, les dio la forma del planisferio de Dendera y de los signos del Zodíaco, y trajo piedras que pesan cerca de un millón de libras desde África y Asia a Inglaterra e Irlanda.
            
Verdad es que Cambry se retractó más tarde, cuando dijo:
            
Durante mucho tiempo creí que era la Naturaleza, pero rectifico... pues la casualidad no puede crear tan maravillosas combinaciones... y los que han colocado las mencionadas rocas en equilibrio son los mismos que han levantado las masas movientes del pantano de Huelgoat, cerca de Concarneau.

            
El Dr. John Watson, citado por el mismo autor, dice hablando de las rocas movientes o piedras oscilantes situadas en la pendiente de Golcar (el “En cantador”):

El asombroso movimiento de aquellas masas colocadas en equilibrio hizo que los Celtas las comparasen con Dioses.
             
En Stonehenge, por Flinders Petrie, se dice que:
            
Stonehenge está construido con piedras del distrito, una piedra arenisca roja o “porosa”, llamada en la localidad “carneros grises”. Pero algunas de las piedras, especialmente las que se dicen dedicadas a objetos astronómicos, han  sido traídas de lejos, probablemente del Norte de Irlanda.

            
Finalmente, las reflexiones de un hombre de ciencia en un artículo sobre el asunto, publicado en 1850 en la Revue Archéologique, son dignas de citarse:
             
Cada piedra es un bloque cuyo peso pondría a prueba las máquinas más poderosas. En una palabra: existen esparcidas por el globo moles ante las cuales la palabra materiales parece inexplicable, a cuya vista la imaginación se confunde y a las que deberían aplicarse un nombre tan colosal como ellas mismas. Además de esto, estas piedras oscilantes inmensas, llamadas algunas veces dispersadoras, erectas sobre uno de sus extremos como de punta, tienen su equilibrio tan perfecto, que el menor contacto es suficiente para ponerlas en movimiento... revelando un conocimiento de los más positivos de la estática. Contramovimiento recíproco, superficies planas, convexas y cóncavas, por turno... todo esto las relaciona con los monumentos ciclópeos, de los cuales puede decirse con mucha razón, repitiendo a De la Vega, que “más bien parece han trabajado en ellos los demonios que no los hombres”.
            
Por una vez estamos de acuerdo con nuestros amigos y contrarios, los católicos romanos, y preguntamos si semejantes prodigios de estática y de equilibrio con moles que pesan millones de libras pueden ser obra de salvajes paleolíticos u hombres de las cavernas, más altos que el término medio del hombre de nuestro siglo, pero sin embargo, mortales ordinarios como nosotros. No es nuestro propósito referir las diversas tradiciones relacionadas con las piedras oscilantes. Sin embargo, bueno será recordar al lector inglés, a Giraldus Cambrensis, que habla de una piedra semejante en la Isla de Mona, la cual volvía a su sitio a pesar de todos los esfuerzos que se hacían para mantenerla en otra parte. Cuando la conquista de Irlanda por Enrique II, un Conde Hugo Cestrensis, deseando convencerse de la realidad del hecho, ató la piedra Mona a una mucho mayor y luego las arrojó al mar. 

A la mañana siguiente se la encontró en su sitio acostumbrado. El sabio William de Salisbury garantiza el hecho, dando testimonio de su presencia en la pared de una iglesia en donde la vio en 1554. Y esto nos hace recordar lo que dijo Plinio de una piedra que los Argonautas dejaron en Cizico, la cual los cizicanos colocaron en el Pritaneo, “desde donde echó a correr varias veces, de modo que se vieron obligados a cargarla de plomo”. Tenemos, pues, aquí, piedras inmensas que toda la antigüedad afirma que “están vivas, que se mueven, que hablan y que caminan por sí solas”. También eran capaces, según parece, de hacer correr a la gente, puesto que eran llamadas dispersadoras, de la palabra “dispersar” o “poner en fuga”; y Des Mousseaux las presenta como siendo todas piedras proféticas, llamadas algunas veces “piedras locas”.
            
La piedra oscilante es aceptada por la Ciencia. Pero ¿por qué oscila? Es necesario estar ciego para no ver que este movimiento fue una vez un medio más de adivinación, y que por esta misma causa eran llamadas las “piedras de la verdad”.
            
Esto es historia, y el pasado de los tiempos prehistóricos garantiza lo mismo en edades posteriores. Las Draconcias consagradas a la Luna y a la Serpiente fueron las más arcaicas “rocas del destino” de las naciones antiguas; y su movimiento o balanceo era un sistema perfectamente claro para los  sacerdotes iniciados, que eran los únicos que tenían la clave de esta antigua lectura. Vormio y Olao Magno muestran que los reyes de Escandinavia eran elegidos con arreglo a las órdenes del oráculo, cuya voz hablaba por conducto de “estas inmensas rocas, levantadas por las fuerzas colosales de gigantes (antiguos)”. Plinio dice:

            
En la India y en Persia era a ella (la Otizoë persa) a quien los Magos consultaban para la elección de sus soberanos.

Y  luego continúa describiendo una roca que daba sombra a Harpasa, en Asia, colocada de tal manera que “un solo dedo puede moverla al paso que el peso de todo el cuerpo la hace resistir”. ¿Por qué, pues, no habrían podido servir las piedras oscilantes de Irlanda o las de Brimham, en Yorkshire, para el mismo sistema de adivinación o comunicación oraculares? Las más enormes de ellas son, evidentemente, reliquias de los Atlantes; las más pequeñas, como las Rocas de Brimham, con piedras giratorias en su cúspide, son copias de los lithoi más antiguos. Si los obispos de la Edad Media no hubiesen destruido todos los modelos de las Draconcias a que pudieron echar mano, la Ciencia sabría hoy mucho más acerca de las mismas. Así y todo, sabemos que fueron usadas universalmente durante largas edades prehistóricas, y todas con el mismo objeto de profecía y de MAGIA. E. Biot, miembro del Instituto de Francia, publicó en las Antiquités de France (vol. IX) un artículo mostrando que el Châttam-parambu (el “Campo de la Muerte”, o antiguo Cementerio en Malabar) está en idéntica situación que las antiguas tumbas de Carnac; esto es, “una prominencia y una tumba central”. En las tumbas se encuentran huesos, y Mr. Halliwell nos dice que algunos de ellos son enormes; los naturales del país llaman a estas tumbas las “moradas de los Râkshasas” o gigantes. Varios círculos de piedra, “considerados como obra de los Panch Pânava (cinco Pândus), como lo son todos estos monumentos en la India, en donde se hallan en tan gran número”, al ser abiertos por orden del Rajah Vasariddi “se encontró que contenían huesos humanos de grandísimo tamaño”.
            
También De Mirville tiene razón en su generalización, ya que no en sus conclusiones. Como la teoría, largo tiempo favorita, de que las Draconcias son en su mayor parte testigos de “grandes conmociones geológicas naturales” (Charton), y “obra de la Naturaleza” (Cambry), está ahora desacreditada, sus observaciones son muy justas:
             
Aconsejamos a la Ciencia que reflexione... y, sobre todo, que no siga clasificando a los Titanes y Gigantes entre las leyendas primitivas; pues sus obras están ahí, a nuestra vista, y esas masas oscilantes se balancearán sobre su base hasta el fin del mundo para que contribuyan a hacer comprender que uno no es un candidato para un manicomio por creer en las maravillas certificadas por toda la antigüedad.
            
Esto es precisamente lo que nunca podremos repetir demasiado, aunque es probable que las voces, tanto de los Ocultistas como las de los Católicos romanos, prediquen en el desierto. Sin embargo, nadie dejará de ver que la Ciencia es, cuando menos, tan variable en sus especulaciones modernas como lo era la Teología antigua y la medieval en sus interpretaciones del llamado Apocalipsis. La Ciencia quiere que los hombres desciendan del mono pitecoide, transformación que requeriría millones de años, y, sin embargo, teme hacer a la humanidad más vieja de 100.000 años. La Ciencia enseña la transformación gradual de las especies, la selección natural y la evolución, desde la forma inferior a la más elevada, del molusco al pescado, del reptil al pájaro y al mamífero, y sin embargo, niega al hombre, que fisiológicamente sólo es un mamífero y un animal superior, una transformación semejante de su forma externa. 

Pero si el iguanodonte monstruoso de la formación wealdense puede haber sido el antecesor del diminuto iguana de hoy, ¿por qué no ha de haberse podido convertir el hombre monstruoso de la Doctrina Secreta en el hombre moderno; el eslabón entre el Animal y el Ángel? ¿Hay en esta “teoría” algo más de anticientífico que en la de negar al hombre un Ego espiritual inmortal, haciendo de él un autómata y clasificándolo al mismo tiempo como un género distinto en el sistema de la Naturaleza? Las Ciencias Ocultas podrán ser menos científicas que las Ciencias Exactas del día, pero son más lógicas y consistentes en sus enseñanzas. Las fuerzas físicas y las afinidades naturales de los átomos pueden ser factores suficiente para transformar una planta en un animal; pero se necesita más que el mero interfuncionamiento de ciertos agregados materiales y su medio ambiente para llamar a la vida a un hombre completamente consciente, aunque en verdad no fuera más que una ramificación entre dos “pobres primos hermanos” del orden de los cuadrúmanos. Las Ciencias Ocultas admiten, con Haeckel, que la Vida (objetiva) sobre nuestro Globo es un “postulado lógico de la historia científica natural”; pero añaden que el rechazar una involución semejante espiritual, desde adentro afuera, de la Vida del Espíritu subjetiva, invisible (Eterna y Principio de la Naturaleza), es más ilógico, a ser posible, que decir que el Universo, y todo en él, ha sido construido gradualmente por “fuerzas ciegas” inherentes a la Materia, sin ninguna ayuda externa.
            
Supongamos que un Ocultista sostuviese que el primer gran órgano de una catedral había venido originalmente a la existencia como sigue: primeramente, hubo en el espacio una elaboración gradual y progresiva de una materia organizable, que dio por resultado la producción de un estado de materia llamado PROTEIN orgánico; luego, bajo la influencia de fuerzas incidentales, estos estados, pasando a una fase de equilibrio inestable, se convirtieron, evolucionando lenta y majestuosamente, en nuevas combinaciones de madera labrada y pulida, de clavijas y chapas de bronce, de cuero, de marfil, de tubos acústicos y fuelles; después de lo cual, habiéndose adaptado todas las partes y formando una máquina armoniosa y simétrica, el órgano empezó repentinamente a tocar el “Requiem” de Mozart, el cual fue seguido de una Sonata de Beethoven, etcétera, ad infinitum, tocando sus teclas por sí mismas, y corriendo el aire en los tubos por su propia fuerza y voluntad inherentes. ¿Qué diría la Ciencia de semejante teoría? Y sin embargo, esto es precisamente lo que los savants materialistas nos dicen respecto del modo como se ha formado el Universo, con sus millones de seres y con el hombre, su corona espiritual.
            
Sea el que fuese el pensamiento íntimo de Mr. Herbert Spencer, cuando escribió sobre el asunto de la transformación gradual de las especies, sus palabras se aplican a nuestra doctrina.
             
Construido en términos de evolución, concíbese toda clase de ser como un producto de las modificaciones verificadas gradual e insensiblemente en una especie de ser preexistente.
            
Entonces, ¿por qué en este caso no ha de ser el hombre histórico producto de la modificación de una especie de hombre prehistórico preexistente, aun suponiendo, en gracia del argumento, que nada haya en él, que dure más tiempo que su estructura física, ni que sea independiente de la misma? ¡Pero esto no es así! Pues cuando se nos dice que “las materias orgánicas son producidas en el laboratorio por lo que pudiéramos llamar literalmente evolución artificial”, contestamos al distinguido filósofo inglés que los Alquimistas y grandes Adeptos han hecho otro tanto, y, verdaderamente, mucho más, antes de que los químicos intentasen “hacer combinaciones complejas con elementos disociados”. Los Homunculi de Paracelso son un hecho en Alquimia, y probablemente llegarán a serlo también en la Química; y entonces el monstruo de Frankenstein de Mrs. Shelley, tendrá que considerarse como una profecía. Pero ningún químico, ni alquimista, podrá dotar a ese monstruo de algo más que con instinto animal, a menos que haga lo que se atribuye a los “Progenitores”, esto es, deje su cuerpo Físico y encarne en la “Forma Vacía”. Pero aun esto sería un hombre artificial y no natural, pues nuestros “Progenitores” tuvieron, en el curso de la eterna evolución, que convertirse en Dioses antes de convertirse en hombres.
            
La anterior digresión, si como tal se considera, es un intento para tratar de justificarnos ante los pocos hombres pensadores del próximo siglo que puedan leer esto.
            
También da ella la razón por la cual los hombres mejores y más espirituales de nuestra época no pueden ya estar satisfechos con la Ciencia ni con la Teología, y por qué prefieren cualquier “locura psíquica” a las afirmaciones dogmáticas de ambas, pues ninguna de las dos tiene, en su infalibilidad, otra cosa mejor que ofrecerles, que la fe ciega. La tradición universal es, con mucho, el mejor guía en la vida. Y la tradición universal muestra al Hombre Primitivo viviendo durante edades, juntamente con sus Creadores y primeros Instructores -los Elohim- en el “Jardín del Edén” o de las “Delicias”, del Mundo.

45 LAS PRIMERAS GRANDES AGUAS VINIERON. ELLAS SUMERGIERON LAS SIETE GRANDES ISLAS (a).

46 LOS JUSTOS TODOS SALVADOS, LOS IMPÍOS DESTRUIDOS. CON ELLOS PERECIERON LA MAYOR PARTE DE LOS ENORMES ANIMALES PRODUCIDOS DEL SUDOR DE LA
TIERRA (b).

a) Como de este asunto (el cuarto gran Diluvio de nuestro globo en esta Ronda) nos ocupamos extensamente en las Secciones que siguen a la última Estancia, decir ahora algo sería una mera anticipación. Las siete Grandes Islas (Dvipas) pertenecían al Continente de los Atlantes. Las Enseñanzas Secretas indican que el Diluvio alcanzó a la Cuarta Raza Gigante, no a causa de su perversidad, ni porque se hubiera “convertido en negra por el pecado”, sino simplemente porque tal es el destino de cada Continente, que (como todo lo demás bajo el Sol) nace, vive, se hace decrépito y muere. Esto sucedió cuando la Quinta Raza estaba en su infancia.
            
b) Así perecieron los Gigantes -los Magos y los Brujos, añade la fantasía de la tradición popular-. Pero “todos los justos” fueron “salvados y sólo los “impíos destruidos”. Esto fue debido, sin embargo, tanto a la previsión de los “justos” que no habían perdido el uso de su Tercer Ojo, como al Karma y a la Ley Natural. Hablando de la Raza subsiguiente, nuestra Quinta Humanidad, dice el Comentario:

            
Solamente aquel puñado de Elegidos, cuyos Instructores Divinos habían ido a habitar esa Isla Sagrada -”de donde vendrá el último Salvador”-, impidió entonces que la mitad de la humanidad se convirtiese en la exterminadora de la otra mitad (como la humanidad lo es ahora -H.P.B.). La especie humana se dividió. Las dos terceras partes estaban gobernadas por Dinastías de Espíritus materiales, inferiores, de la Tierra, que tomaban posesión de los cuerpos fácilmente asequibles; una tercera parte permaneció fiel, y se unió a la naciente Quinta Raza, los Encarnados Divinos. Cuando los Polos se movieron (por cuarta vez), esto no afectó a los que estaban protegidos, y que se habían separado de la Cuarta Raza. Lo mismo que los Lemures, sólo los Atlantes perversos perecieron, y no se les volvió a ver”...

H.P. BLAVATSKY D.S T III

No hay comentarios:

Publicar un comentario