Evolución de la Naturaleza Física e
Intelectual, y Retroceso Gradual de la
Espiritualidad
CICLO ASCENDENTE
Revolución o
Reversión de Espiritualidad y Decrecimiento gradual de la
Materialidad y de la mera Inteligencia cerebral
Calculando según se nos aconseja,
vemos que durante ese período de transición, esto es, en la segunda mitad de la
Primera Raza astral-etéreo-espiritual, la humanidad naciente carecía del
elemento de la inteligencia cerebral, por estar en su línea descendente. Y como nosotros estamos en
situación paralela con ella, en la ascendente,
carecemos, por lo tanto, del elemento espiritual, que está ahora reemplazado
por el intelectual. Pues téngase bien presente que, como estamos en el período
Mánasa de nuestro Ciclo de Razas, o en la Quinta, hemos cruzado, por
consiguiente, el punto meridiano del ajustamiento perfecto del Espíritu y la
Materia, o el equilibrio entre la inteligencia cerebral y la percepción
espiritual. Sin embargo, no hay que olvidar un punto importante.
Estamos
solamente en la Cuarta Ronda, y en la Quinta es cuando se alcanzará finalmente
el completo desarrollo del Manas, como rayo directo del MAHAT Universal; rayo
sin impedimentos de Materia. Sin embargo, como cada subraza y nación tienen sus
ciclos y gradaciones de desenvolvimiento evolucionario repetidos en menor
escala, mucho más tiene que ser así en el caso de una Raza Raíz. Nuestra Raza,
pues, como Raza Raíz, ha cruzado la línea ecuatorial y sigue su curso cíclico
en el lado espiritual; pero algunas de nuestras subrazas se encuentran aún en
el sombrío arco descendente de sus respectivos ciclos nacionales; mientras que
otras, las más antiguas, habiendo cruzado el punto medio, que es el que decide
si una raza, una nación o una tribu perecerá o vivirá, se hallan en el apogeo
del desenvolvimiento espiritual como subrazas.
Ahora
se comprenderá por qué el Tercer Ojo se transformó gradualmente en una simple
glándula, después de la Caída física de aquellos que hemos convenido en llamar
Lemures.
Es
un hecho curioso el que en los seres humanos, los hemisferios cerebrales y los
ventrículos laterales se hayan desarrollado especialmente, mientras que en los
cerebros de otros mamíferos, son los tálamos ópticos, los cuerpos cuadrigéminos
y los cuerpos estriados las partes que más desarrollo han adquirido. Además, se
asegura que la inteligencia del hombre puede medirse hasta cierto punto por el
desarrollo de las circunvoluciones centrales, y de la parte anterior de los
hemisferios cerebrales. Parece un corolario natural de esto que si el
desarrollo de la glándula pineal puede considerarse como indicador de las
capacidades astrales y propensiones espirituales de un hombre, debe haber un
desenvolvimiento correspondiente de esta parte del cráneo, o un aumento en el
tamaño de la glándula pineal, a expensas de la parte posterior de los
hemisferios cerebrales. Ésta es una especulación curiosa, que sería confirmada
en el caso presente. Vemos debajo y detrás el cerebelo, que se cree asiento de
todas las propensiones animales del ser humano, y que la Ciencia admite que es
el gran centro de todos los movimientos fisiológicos coordinados del cuerpo,
tales como andar, comer, etc.; enfrente, la parte anterior del cerebro, los
hemisferios cerebrales, la parte especialmente relacionada con el desarrollo de
los poderes intelectuales del hombre; y en medio, dominando a ambos, y sobre
todo a las funciones animales, la glándula pineal desarrollada, en relación con
el hombre altamente evolucionado, o espiritual.
Debe tenerse presente que éstas no son más que
correspondencias físicas; del mismo modo que el cerebro ordinario humano es el
órgano registrador de la memoria, pero no la memoria misma.
Éste
es, pues, el órgano que ha dado lugar a tantas leyendas y tradiciones, entre
otras, la de los hombres de una cabeza pero con dos caras. Leyendas tales
pueden verse en varias obras chinas, además de hacerse mención de ellas en los
fragmentos caldeos. Aparte de la obra ya citada, el Shan Hai King, compilado por Kung Chia de los grabados de nueve
urnas hechas por el emperador Yü (2255 años antes de Cristo), pueden
encontrarse en otra obra llamada los Bamboo
Books, y en una tercera, el Rh Ya,
cuyo autor fue “iniciado, según la tradición, por Chow Kung, tío de Wu Wang, el
primer emperador de la dinastía Chow, 1122 años antes de Cristo. Los Bamboo Books contienen los anales
antiguos de China encontrados 279 años después de Cristo, al abrir la tumba del
rey Seang de Wei, que murió en 295 años antes de Cristo”. Estas dos obras
mencionan a hombres con dos caras en una cabeza: una cara delante y otra
detrás.
Ahora
bien; lo que los estudiantes de Ocultismo deben saber es que el “Tercer Ojo” está
indisolublemente relacionado con el Karma. Esta doctrina es tan misteriosa,
que son muy pocos los que la conocen.
El
“Ojo de Shiva” no se atrofió por completo hasta la terminación de la Cuarta
Raza. Cuando la espiritualidad y todos los poderes y atributos divinos del
Hombre-Deva de la Tercera Raza se hicieron servidores de las pasiones
fisiológicas y psíquicas, que acababan de despertarse en el hombre físico, en
lugar de ser lo contrario, el Ojo perdió sus poderes. Pero tal era la ley de la
evolución, y en estricta verdad, no fue una CAÍDA. El pecado no consistió en
usar de los nuevos poderes desarrollados, sino en usarlos mal; en hacer del
tabernáculo, destinado a contener un Dios, el templo de todas las iniquidades espirituales. Y si decimos “pecado”, es
para que se comprenda nuestro sentido, pues el término más apropiado para este
caso sería el de Karma; por otra parte, el lector que se sienta perplejo
ante el empleo del término iniquidad “espiritual” en lugar de “física”, debe
tener presente que no puede haber iniquidad física. El cuerpo es simplemente el
órgano irresponsable, el instrumento, no del hombre psíquico, sino del
espiritual. Y en el caso de los Atlantes, el Ser Espiritual fue precisamente el
que pecó, porque el Elemento Espíritu era todavía, en aquellos tiempos, el
principio “Director” del hombre. Así, pues, en aquellos días fue cuando el Karma
más pesado de la Quinta Raza se generó por nuestras Mónadas.
Como
esta sentencia puede también parecer enigmática, es mejor que la expliquemos
para beneficio de los que ignoran las Enseñanzas Teosóficas.
Constantemente
se hacen preguntas respecto al Karma y a la Reencarnación, y parece ser que
reina gran confusión en el asunto. Los que han nacido y se han criado en la fe
cristiana, y se han educado en la idea
de que Dios crea una nueva alma para cada recién nacido, son los más perplejos.
Preguntan si el número de Mónadas que encarnan en la Tierra es limitado; a lo
cual se les contesta afirmativamente. Pues por más incontable que sea, para
nosotros, el número de Mónadas que encarnan, sin embargo tiene que haber un
límite. Esto es así, aun cuando tengamos
en cuenta el hecho de que desde el tiempo de la Segunda Raza, cuando sus siete
Grupos respectivos se revistieron de cuerpos, pueden calcularse varios
nacimientos y muertes por cada segundo de tiempo en los evos ya transcurridos.
Se ha declarado que Karma-Némesis, cuya sierva es la naturaleza, ajustó todas
las cosas de la manera más armoniosa; y que, por tanto, la llegada de nuevas
Mónadas cesó tan pronto como la
Humanidad hubo alcanzado su completo desarrollo físico. Ninguna Mónada nueva ha
encarnado desde el punto medio de los Atlantes. Tengamos presente que, excepto
en los casos de los niños pequeños y de los individuos cuyas vidas terminan
violentamente por algún accidente, ninguna Entidad Espiritual puede reencarnar
antes de que haya transcurrido un período de muchos siglos; y semejantes
intervalos bastan por sí solos para mostrar que el número de Mónadas es
necesariamente finito y limitado. Por otra parte, hay que conceder a otros
animales un tiempo razonable para su progreso evolucionario.
De
ahí el aserto de que muchos de nosotros estamos agotando los efectos de causas
kármicas malas, engendradas por nosotros en cuerpos Atlantes. La Ley de Karma
está intrincadamente entretejida con la de Reencarnación.
Sólo
el conocimiento de los renacimientos constantes de una misma Individualidad a
través de todo el Ciclo de Vida; la seguridad de que las mismas Mónadas (entre
las cuales se hallan muchos Dhyân Chohans, o los “Dioses “mismos) tienen que
pasar a través del “Ciclo de Necesidad”, recompensadas o castigadas por medio
de tales renacimientos, de los sufrimientos soportados o de los crímenes
cometidos en las vidas anteriores; que esas mismas Mónadas que entraron en los
Cascarones vacíos, sin sentido, o Formas Astrales de la Primera Raza emanadas
por los Pitris, son las mismas que se hallan ahora entre nosotros (más aún,
nosotros mismos quizás); sólo esta doctrina, decimos, puede explicarnos el
problema misterioso del Bien y del Mal, y reconciliar al hombre con la aparente injusticia terrible de la vida.
Nada que no sea una certeza semejante puede aquietar nuestro sentimiento de
justicia en rebelión. Pues cuando el que desconoce la noble doctrina mira en
torno suyo y observa las desigualdades del nacimiento y de la fortuna, de la inteligencia y de las
facultades; cuando vemos que se rinden honores a gente necia y disipada, sobre
quien la fortuna ha acumulado sus favores por mero privilegio del nacimiento, y
su prójimo, con gran inteligencia y nobles virtudes, mucho más meritorio por
todos conceptos, perece de necesidad y por falta de simpatía; cuando se ve todo
esto y hay que retirarse ante la impotencia para socorrer el infortunio
inmerecido, vibrando los oídos y angustiado el corazón con los gritos de dolor
en torno de uno, sólo el bendito conocimiento de Karma impide maldecir de la
vida y de los hombres, así como de su supuesto Creador.
De todas las terribles blasfemias, que son
virtualmente acusaciones lanzadas contra su Dios por los monoteístas, ninguna
es más grande ni más imperdonable que esa (casi siempre) falsa humildad que
hace que el cristiano, aparentemente “piadoso”, asegure, frente a todos los
males y golpes inmerecidos, que “tal es
la voluntad de Dios”.
¡Estúpidos
e hipócritas! ¡Blasfemos e impíos fariseos, que hablan al mismo tiempo del
misericordioso amor y ternura infinitos de su Dios y Creador para el hombre
desdichado, y de ese Dios que azota a las
buenas, a las mejores de sus criaturas, desangrándolas hasta la muerte como un
Moloch insaciable! Se nos contestará a esto con las palabras de Congreve:
¿Pero quién se atreverá a acusar a la Justicia
Eterna?
La lógica y el simple sentido común,
contestamos. Si se nos exige que creamos en el “pecado original”, en sólo una vida en esta Tierra para cada
Alma, y en una Deidad antropomórfica que parece haber creado a algunos hombres
sólo por el placer de condenarlos al fuego eterno del infierno y esto ya sean
buenos o malos, dicen los partidarios de la Predestinación -, ¿por qué,
los que estamos dotados de facultades razonadoras, no hemos de condenar a
nuestra vez a semejante malvada Deidad? La vida se haría insoportable si
tuviese uno que creer en el Dios creado por la impura imaginación del hombre.
Afortunadamente, sólo existe en los dogmas humanos y en la imaginación
enfermiza de algunos poetas, que creen haber resuelto el problema dirigiéndose
a él de este modo:
¡Tú, gran Poder Misterioso, que has revuelto
El
orgullo de la humana sabiduría, para
confundir
El
examen osado y probar la fe
De
tus presuntuosas criaturas!
Verdaderamente,
se necesita una “fe” robusta para creer que es una “presunción” el poner en
tela de juicio la justicia del que crea al infeliz hombre pigmeo sólo para
“confundirlo” y poner a prueba una “fe”, que por otra parte ese “Poder” puede
haber olvidado, si no descuidado, de infundirle, como sucede a veces.
Compárese
esta fe ciega con la creencia filosófica, basada según toda clase de pruebas
razonables y la experiencia de la vida, en Karma-Némesis, o la Ley de
Retribución. Esta Ley, sea Consciente o Inconsciente, no predestina nada ni a
nadie. Existe desde la Eternidad y en ella, verdaderamente, pues es la
ETERNIDAD misma; y como tal, puesto que ningún acto puede ser coigual con la
Eternidad, no puede decirse que actúa, porque es la ACCIÓN misma. No es la ola que ahoga al hombre, sino la acción personal del náufrago voluntario que va
deliberadamente y se coloca bajo la acción impersonal
de las leyes que gobiernan el movimiento del Océano. El Karma no crea nada ni proyecta nada. El hombre es el que
imagina y crea las causas, y la Ley Kármica ajusta sus efectos, cuyo
ajustamiento no es un acto, sino la armonía universal que tiende siempre a
tomar su posición original, lo mismo que una rama que, doblada a la fuerza,
rebota con el vigor correspondiente. Si sucede que disloca el brazo que trató
de doblarla fuera de su posición natural, ¿debemos decir que la rama fue la que
rompió nuestro brazo, o que fue nuestra propia insensatez la que nos produjo
tal desgracia? Karma no ha tratado jamás de destruir la libertad intelectual
e individual, como el Dios inventado por
los monoteístas. No ha envuelto sus decretos en la oscuridad intencionalmente
para confundir al hombre; ni castiga al que ose investigar sus misterios. Antes
al contrario, aquel que por medio del estudio y la meditación descubre sus
intrincados senderos, y arroja luz en sus oscuros caminos, en cuyas revueltas
perecen tantos hombres a causa de su ignorancia del laberinto de la vida,
trabaja por el bien de sus semejantes. Karma es una Ley absoluta y Eterna en el
Mundo de la Manifestación; y como sólo puede haber un Absoluto, sólo una Causa
siempre presente, los creyentes en Karma no pueden ser considerados como ateos
o materialistas, y menos aún como fatalistas; pues Karma es uno con lo
Incognoscible, del cual es un aspecto, en sus efectos en el mundo fenomenal.
Así,
pues, íntimamente, o más bien indisolublemente unida a Karma, hállase la Ley de
Renacimiento o de la reencarnación de la misma Individualidad espiritual, en
una larga, casi interminable serie de Personalidades. Estas últimas son como
los diversos personajes que un mismo actor representa, con cada uno de los
cuales ese actor se identifica y es identificado por el público, por espacio de
algunas horas. El hombre interno, o
verdadero, que personifica tales caracteres, sabe durante todo aquel tiempo que
él es Hamlet, sólo por el breve plazo de unos cuantos actos, los cuales, sin
embargo, en el plano de la ilusión humana, representa toda la vida de Hamlet.
Sabe también que la noche antes fue el Rey
Lear, que a su vez es la transformación del Otelo de otra noche anterior a
aquélla. Y aun cuando se supone que el personaje exterior, visible, ignora esta
circunstancia -y en la vida real esta ignorancia es desgraciadamente demasiado
verdadera-, sin embargo la Individualidad permanente
lo sabe muy bien, siendo la atrofia del Ojo “espiritual” en el cuerpo físico lo
que impide que este conocimiento no se imprima en la conciencia de la falsa
Personalidad.
Se
nos dice que los hombres de la Tercera Raza-Raíz poseyeron un Tercer Ojo
físico, hasta cerca del período medio de la tercera subraza de la Cuarta
Raza-Raíz, cuando la consolidación y perfeccionamiento del organismo humano fue
causa de que desapareciera de la anatomía externa del hombre. Sin embargo, psíquica
y espiritualmente, su percepción mental y visual duró hasta cerca de la
terminación de la Cuarta Raza, cuando sus funciones, debido a la condición
material y depravada de la humanidad, se extinguieron totalmente. Esto fue
anterior a la sumersión de la masa del Continente Atlante. Y ahora podemos
volver a los Diluvios y a sus muchos “Noés”.
El
estudiante tiene que tener presente que ha habido varios Diluvios semejantes al
que menciona el Génesis, y tres mucho
más importantes, que se describirán en el tomo IV (Parte 3, Sección 6),
dedicada al asunto de los “Continentes Sumergidos” prehistóricos. Para evitar,
sin embargo, conjeturas erróneas respecto de la pretensión de que la Doctrina
Esotérica comparte en gran modo las leyendas que contienen las Escrituras
indas; que, además, la cronología de estas últimas es casi la de la primera,
sólo que explicada y esclarecida; y que, finalmente, la creencia de que el Manu
Vaivasvata -¡qué nombre genérico en verdad!- fue el Noé de los Arios y el
prototipo del patriarca bíblico; todo esto (que pertenece también a las
creencias de los Ocultistas) necesita una nueva explicación en la presente
oportunidad.
H.P Blavatsky D.S T III
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