lunes, 30 de mayo de 2016

ATAQUE DE UN HOMBRE DE CIENCIA A LA TEORÍA CIENTÍFICA DE LA FUERZA

            


Hemos de citar ahora en favor nuestro las prudentes palabras de varios hombres de ciencia ingleses. Condenadas por unos pocos, “como cuestión de principio”, son tácitamente aprobadas por la mayoría. Que uno de ellos casi predica doctrinas ocultas -en algunas cosas y con frecuencia equivalentes a un reconocimiento público de nuestro “Fohat y sus siete Hijos”, el Gandharva oculto de los Vedas- será reconocido por todo ocultista y hasta por algunos lectores profanos.
            
Si quieren esos lectores abrir el volumen V de la Popular Science Review, hallarán en él un artículo sobre “Fuerza Solar y Fuerza Terrestre”, escrito por el Dr. B. W. Richardson, F. R. S., que dice lo siguiente:

            
En este momento en que la teoría del movimiento como origen de todas las variedades de la fuerza empieza a ser de nuevo el pensamiento predominante, sería casi una herejía volver a suscitar un debate, que desde hace algún tiempo parece haber terminado por acuerdo general; pero acepto el riesgo y declararé, por lo tanto, cuáles eran las opiniones exactas sobre la Fuerza Solar, del inmortal hereje, cuyo nombre he murmurado al oído de los lectores (Samuel Metcalfe). Partiendo del argumento, sobre el cual se hallan de acuerdo casi todos los físicos, de que existen en la Naturaleza dos agentes -la materia que es ponderable, visible y tangible, y un algo que es imponderable, invisible y sólo apreciable por su influencia sobre la materia-, sostiene Metcalfe que el agente imponderable y activo que él llama “calórico” no es una mera forma de movimiento, no es una vibración entre las partículas de la materia ponderable, sino por sí mismo una substancia material que emana del Sol, a través del espacio, que llena los vacíos entre las partículas de los cuerpos sólidos, y que comunica por sensación la propiedad llamada calor. La naturaleza del calórico o Fuerza Solar es discutida por él por las razones siguientes:
            
I. Puede ser añadido y extraído de otros cuerpos y medido con precisión matemática.
           
II. Aumenta el volumen de los cuerpos, que vuelven a reducirse de nuevo en tamaño por su extracción.
          
III. Modifica las formas, propiedades y condiciones de todos los otros cuerpos.
          
IV. Pasa por radiación a través del vacío más perfecto que sea posible formar, en el cual produce los mismos efectos sobre el termómetro que en la atmósfera.
       
V. Muestra fuerzas mecánicas y químicas que nada es capaz de contener, como en los volcanes, en la explosión de la pólvora y otros compuestos fulminantes.
          
VI. Obra de un modo sensible sobre el sistema nervioso, produciendo dolor intenso; y cuando es excesivo, la desorganización de los tejidos.
            
Metcalfe arguye, además, contra la teoría vibratoria, que si fuese el calórico una mera propiedad o cualidad, no podría aumentar el volumen de otros cuerpos; pues para producir este efecto debe tener volumen, debe ocupar espacio y debe, por consiguiente, ser un agente material. Si el calórico fuese  únicamente el efecto del movimiento vibratorio entre las partículas de la materia ponderable, no podría radiar de los cuerpos calientes sin la transición simultánea de las partículas vibratorias; pero es el hecho que puede radiar el calor de la substancia material ponderable sin pérdida de peso de tal substancia... Abrigando esta opinión sobre la naturaleza material del calórico o fuerza solar; con la impresión bien grabada en su mente de que “cada cosa en la Naturaleza está compuesta de dos especies de materia, la una esencialmente activa y etérea, la otra pasiva e inmóvil”, estableció Metcalfe la hipótesis de que la fuerza solar, o calórico, es un principio activo por sí. Considera él que para sus propias partículas tiene repulsión; tiene afinidad para las partículas de toda materia ponderable; y atrae las partículas de la materia ponderable con fuerzas que varían inversamente a los cuadrados de la distancia. Actúa así a través de la materia ponderable. Si el espacio universal estuviese lleno sólo de calórico, energía solar (sin materia ponderable), también permanecería inactivo el calórico, y constituiría un limitado océano de éter impotente o en reposo, porque no tendría entonces cosa alguna sobre que obrar; mientras que la materia ponderable, a pesar de ser inactiva de por sí, posee “ciertas propiedades por medio de las cuales modifica y reprime las acciones del calórico, siendo regidas ambas por leyes inmutables que tienen su origen en las mutuas relaciones y propiedades específicas de cada una de ellas”.

             
Y formula él una ley que cree absoluta, y que se expresa como sigue:

            
“Por la atracción del calórico por la materia ponderable, él une y mantiene juntas todas las cosas; por su propia energía repulsiva, separa y esparce todas las cosas”.

            
Ésta, desde luego, es casi la explicación oculta de la cohesión. El Dr. Richardson prosigue:

            
Como ya he dicho, la tendencia de la doctrina moderna es apoyarse en la hipótesis... de que el calor es movimiento, o mejor dicho quizás, una fuerza específica o forma de movimiento.
            
Mas esta hipótesis, por popular que sea, no debiera aceptarse con exclusión de las ideas más sencillas acerca de la naturaleza material de la fuerza solar, y de su influencia en la modificación de las condiciones de la materia. Aún no sabemos bastante para ser dogmáticos.
            
No sólo es la hipótesis de Metcalfe, respecto a la fuerza solar y la fuerza terrestre, muy sencilla, sino fascinadora... Hay dos elementos en el Universo: uno es la materia ponderable... El segundo elemento es el éter que todo lo penetra: el fuego solar . Carece de pesantez, de substancia, de forma y de color; es la materia infinitamente divisible, y sus partículas se repelen unas a otras; su sutileza es tal, que no tenemos otra palabra más que éter  para expresarla. Penetra el espacio y lo llena, pero sólo se hallaría también en estado de quietud, muerto. Juntemos los dos elementos: la materia inerte, el éter repulsivo para sí (?) y a consecuencia de esto, la materia muerta (?) ponderable se vivifica; (La materia ponderable puede estar inerte, pero jamás muerta; esto es Ley Oculta)... el éter  (el segundo principio del Éter) penetra a través de las partículas de la substancia ponderable, y al penetrar así, se combina con las partículas ponderables y las mantiene en masa, las mantiene juntas en lazo de unión; ellas están disueltas en el éter.
            
Esta distribución de la materia sólida ponderable a través del éter se extiende, según la teoría de que tratamos, a todo cuanto existe actualmente. El éter lo penetra todo. El cuerpo humano mismo está cargado de éter (mejor dicho, de Luz Astral); él mantiene unidas sus diminutas partículas; la planta se encuentra en la misma condición, y lo mismo sucede con la tierra más dura, la roca, el diamante, el cristal, los metales. Pero existen diferencias en las capacidades de las distintas clases de materia ponderable para recibir la energía solar, y de esto dependen las diversas condiciones cambiantes de la materia; la condición sólida, la líquida, la gaseosa. Los cuerpos sólidos han atraído más calórico que los cuerpos fluídicos, y de aquí su firme cohesión; cuando se echa una cantidad de cinc fundido sobre una plancha de cinc sólido, el primero adquiere la dureza del segundo, porque tiene lugar una afluencia de calórico del líquido al sólido, y, al igualarse, las partículas anteriormente sueltas o líquidas se juntan más estrechamente... El mismo Metcalfe, deteniéndose en los fenómenos arriba citados, y atribuyéndolos a la unidad del principio de acción, que ya se ha explicado, resume su argumento muy claramente en un comentario sobre las densidades de varios cuerpos. “La dureza y la blandura” -dice-, “lo sólido y lo líquido, no son condiciones esenciales de los cuerpos, sino que dependen de las  proporciones relativas de la materia etérea y ponderable de que están compuestos. El gas más elástico puede reducirse a líquido por la extracción de calórico, y luego convertirse en un sólido firme, cuyas partículas se adherirán unas a otras con una fuerza proporcionada a su aumentada afinidad por el calórico. Por otra parte, añadiendo una cantidad suficiente del mismo principio a los metales más densos, disminuye la atracción de estos hacia aquél, al dilatarse en el estado gaseoso, y queda destruida su cohesión”.

            
Después de citar así en extenso las opiniones heterodoxas del gran “hereje” -opiniones que para ser correctas sólo necesitan una ligera alteración de términos aquí y allí-, el Dr. Richardson, que es innegablemente un pensador original y liberal, procede a hacer el resumen de aquéllas, y continúa:

            
No me extenderé muy largamente sobre esta unidad de la energía solar y la fuerza terrestre, que esta teoría implica. Pero puedo añadir que de ella, o de la hipótesis del mero movimiento como fuerza, y de la virtud sin substancia, podemos inferir como la mayor aproximación posible a la verdad respecto a este asunto, el más complejo y profundo de todos, las deducciones siguientes:
            
a) El Espacio, interestelar, interplanetario, intermaterial, interorgánico, no es un vacío, sino que está lleno de un fluido o gas sutil, que a falta de mejor término  podemos llamar todavía, a semejanza de los antiguos, Aith-ur -Fuego Solar-, AEther. Este fluido, invariable en composición, indestructible, invisible, penetra todas las cosas y toda la materia (ponderable); la guija del arroyo, el árbol que le presta su sombra, el hombre que lo contempla, están llenos de éter en varios grados; la guija menos que el árbol, el árbol menos que el hombre. ¡Todo cuanto existe en el planeta está cargado del mismo modo de éter! Un mundo está construido en fluido etéreo y se mueve en un mar de él.
            
b) El éter, cualquiera que sea su naturaleza, viene del Sol y de los Soles; los Soles lo generan, son los depósitos, los difundidores del mismo.
            
c) Sin el éter no podría haber movimiento; sin él no podrían las partículas de materia ponderable deslizarse unas sobre otras; sin él no habría impulso que excitase a la acción de aquellas partículas.
            
d) El éter determina la constitución de los cuerpos. Si no hubiese éter no habría cambio de constitución en la substancia; el agua, por ejemplo, sólo existiría como substancia compacta e insoluble hasta un punto inconcebible para nosotros. Jamás podría ser hielo tan siquiera, ni fluido, ni vapor, si no fuese por el éter.
            
e) El éter pone en relación al Sol con el planeta, al planeta con el planeta, al hombre con el planeta, al hombre con el hombre. No podría haber comunicación alguna en el Universo sin el éter; no habría luz, ni calor, ni fenómeno alguno de movimiento.

                
Así vemos que el éter y los átomos elásticos son, en el concepto mecánico declarado acerca del Universo, el espíritu y alma del Kosmos; y que la teoría (presentada de todas las maneras y bajo cualquier disfraz) siempre deja a los hombres de ciencia mayor campo abierto para especular fuera de los derroteros del Materialismo moderno que el que la mayoría aprovecha. Ya se trate de átomos, del Éter o de ambos, no puede la especulación moderna salirse del círculo del pensamiento antiguo; y este último estaba empapado de Ocultismo arcaico. La teoría ondulatoria o la corpuscular es lo mismo. Es la especulación derivada de los aspectos de los fenómenos, no del conocimiento de la naturaleza esencial de la causa y las causas. ¿Qué ha demostrado la ciencia moderna cuando ha explicado a su auditorio los últimos experimentos de Bunsen y Kirchoff; cuando ha mostrado los siete colores, los primarios de un rayo que se descompone en un orden determinado sobre una pantalla, y cuando ha descrito las longitudes respectivas de las ondas luminosas? Ha justificado su reputación de exactitud en el cálculo matemático, midiendo hasta la amplitud de una onda luminosa “variando aproximadamente desde las setecientas sesenta millonésimas de milímetro en el extremo rojo del espectro hasta las trescientas noventa y tres millonésimas de milímetro en el extremo violado”. Pero aunque la exactitud del cálculo referente al efecto sobre la onda luminosa resulte así confirmada, la Ciencia se ve obligada a admitir que la Fuerza, que es la causa supuesta, produce, según se cree, “ondulaciones inconcebiblemente diminutas” en algún medio-”generalmente considerado como idéntico al medio etéreo”-  y ese medio mismo es todavía tan sólo un “agente hipotético”.
            
El pesimismo de Augusto Comte con respecto a la posibilidad de conocer algún día la composición química del Sol no ha sido desmentido treinta años más tarde por Kirchoff, como ha sido afirmado. El espectroscopio nos ha ayudado a ver que los elementos con los que está familiarizado el químico moderno deben, según toda probabilidad, hallarse presentes en las “vestiduras” externas del Sol, no en el Sol mismo; y los físicos, tomando esas “vestiduras”, el velo solar cósmico, por el Sol mismo, han declarado que su luminosidad es debida a la combustión y a la llama; y confundiendo el principio vital de aquella luminaria con una cosa puramente material, la han llamado cromosfera. Tenemos sólo hipótesis y teorías hasta hoy, no una ley, en modo alguno.

H.P.Blavatsky  D.S TII


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