Si
existe en la tierra algo parecido al progreso, la Ciencia tendrá que renunciar
algún día, nolens volens, a ideas tan
monstruosas como las de sus leyes físicas gobernadas por sí mismas, vacías de
Alma y Espíritu, y tendrá entonces que volverse hacia las Doctrinas Ocultas. Ya
lo ha hecho así, sean las que sean las alteraciones de los títulos y ediciones
corregidas del catecismo científico. Hace ahora más de medio siglo que,
comparando el pensamiento moderno con el antiguo, se vio que, por diferente que
pueda aparecer nuestra filosofía de la de nuestros antecesores, está, sin
embargo, compuesta sólo de sumas y restas tomadas de la antigua filosofía, y
transmitidas gota a gota a través del filtro de los antecedentes.
Este hecho era bien conocido por
Faraday y por otros hombres de ciencia eminentes. Los Átomos, el Éter, la
Evolución misma, todos estos conceptos vienen a la ciencia moderna procedentes
de las antiguas nociones; todos están basados en las ideas de las nociones
arcaicas. “Esos conceptos”, que para el profano se presentan bajo la forma de
alegoría, eran claras verdades enseñadas al Elegido, durante las Iniciaciones;
verdades que han sido parcialmente divulgadas por medio de los escritores
griegos, y que han llegado hasta nosotros. Esto no significa que el Ocultismo
haya tenido jamás, respecto de la Materia, los Átomos y el Éter, las mismas
opiniones que pueden encontrarse en el exoterismo de los escritores clásicos
griegos. Además, si hemos de creer a Mr. Tyndall, Faraday mismo era
aristotélico, y más agnóstico que materialista. En su Faraday as a Discoverer, el autor nos hace ver al gran físico
usando “antiguas reflexiones de Aristóteles” que “se encuentran de una manera
concisa en algunas de sus obras”. Sin embargo, Faraday, Boscovitch y todos los
demás que ven en los Átomos y moléculas “centros de fuerza”, y en el elemento
correspondiente a la Fuerza una Entidad por sí misma, se aproximan quizás mucho
más a la verdad que aquellos que, atacándolos, atacan al mismo tiempo la
“antigua teoría corpuscular de Pitágoras” -teoría que, dicho sea de paso, jamás
llegó a la posteridad según la enseñó en realidad el gran filósofo- a causa de
su “ilusión de que los elementos fundamentales de la materia pueden ser tomados
como entidades separadas y reales”.
El error y falsedad más importante y
fatal que la Ciencia ha cometido, en opinión de los ocultistas, radica en la
idea de la posibilidad de que exista en la Naturaleza algo que sea materia
muerta o inorgánica. El Ocultismo pregunta: ¿Hay algo muerto o inorgánico que
sea capaz de transformación o cambio? Y ¿acaso existe bajo el Sol cosa alguna
que permanezca inmutable o constante?
El que una cosa esté muerta, implica que en algún tiempo
estuvo viva. ¿Cuándo, en qué período
de la cosmogonía? El Ocultismo dice que en todos los casos en que la Materia
parece inerte, es precisamente cuando es más activa. Un bloque de madera o de
piedra está inmóvil y es impenetrable para todos los objetos y propósitos. No
obstante, y defacto, sus partículas se hallan en eterna vibración incesante,
que es tan rápida que para el ojo físico el cuerpo parece carecer en absoluto
de movimiento; y la distancia entre aquellas partículas en su movimiento
vibratorio es -considerada desde otro plano de existencia y percepción- tan
grande como la que separa copos de nieve o gotas de lluvia. Pero, para la
ciencia física, esto será un absurdo.
En ninguna parte se revela tan bien
ese error como en la obra científica de un savant
alemán, el profesor Philip Spiller. En ese tratado cosmológico intenta el
autor demostrar que:
Ningún constituyente material de un
cuerpo, ningún átomo, está dotado originalmente por sí mismo de fuerza; sino
que cada uno de esos átomos está absolutamente muerto y sin poder inherente
alguno para obrar a distancia.
Esta declaración no priva, sin
embargo, a Spiller de enunciar una doctrina y principio ocultos. Afirma él la substancialidad independiente de la
Fuerza, y la muestra como una “materia incorpórea” (unkörperlicher Stoff), o substancia. Ahora bien; en metafísica, Substancia no es Materia, y en gracia al argumento puede asegurarse que es emplear
una expresión errónea. Mas esto es debido a la pobreza de los idiomas europeos,
y especialmente al pauperismo de los términos científicos. Después Spiller
identifica y relaciona esa “materia” con el AEther. Expresado en lenguaje
oculto, podría decirse más correctamente que esa “Substancia-Fuerza” es el Éter
positivo fenomenal siempre activo, Prakriti; mientras que el AEther
omnipresente que todo lo penetra es el Nóumeno del primero, la base de todo, o
Âkâsha. Stallo, sin embargo, queda por debajo de Spiller, así como de los
materialistas. Se le acusa de “desatender por completo la correlación
fundamental de Fuerza y Materia”, acerca de las cuales nada de cierto sabe la
Ciencia. Pues este “semiconcepto hipostatizado” es, en opinión de todos los
demás físicos, no sólo imponderable,
sino destituido de fuerzas cohesivas, químicas, térmicas, eléctricas y
magnéticas, de todas las cuales es el “AEther” la Fuente y Causa, según el
Ocultismo.
Por
consiguiente, a pesar de todos sus errores, revela Spiller más intuición que
ningún otro hombre de ciencia moderno, a excepción, quizás, del Dr. Richardson,
el teórico de la “Fuerza del Nervio” o Éter Nervioso, y también de la “Fuerza
Solar y la Fuerza Terrestre”. Porque el AEther, en Esoterismo, es la
quintaesencia misma de toda energía posible; y es ciertamente a ese Agente
Universal (compuesto de muchos agentes) al que son debidas todas las
manifestaciones de la energía en los mundos material, psíquico y espiritual.
¿Qué son, en realidad, la
electricidad y la luz? ¿Cómo puede saber la Ciencia que la una es un fluido, y un “modo de
movimiento” la otra? ¿Por qué no se da alguna razón acerca de por qué se ha de
establecer una diferencia entre ellas, ya que ambas son consideradas como
correlaciones de la fuerza? La electricidad es, según nos dicen, un fluido
inmaterial y no molecular -si bien Helmboltz piensa de distinta manera-, y como
prueba de ello podemos embotellarla, acumularla y conservarla. Luego, debe de
ser simplemente materia, y no un “fluido” peculiar. Tampoco es tan sólo un
“modo de movimiento”, pues difícilmente podría almacenarse el movimiento en una
botella de Leiden. En cuanto a la luz, es un “modo de movimiento” aún más
extraordinario, puesto que, por “maravilloso que esto parezca, la luz puede
(también) almacenarse realmente para ser
utilizada”, como lo demostró Grove hace cerca de medio siglo.
Tómese un grabado que haya sido
conservado en la oscuridad durante unos días; expóngasele a la plena luz del
sol, esto es, aíslesele durante quince minutos; colóquesele luego sobre papel
sensible en un lugar oscuro, y al cabo de veinticuatro horas habrá dejado una
impresión suya sobre el papel; los blancos manifestándose como negros... No
parece que exista límite para la reproducción de grabados.
¿Qué es lo que queda fijado,
clavado, por decirlo así, en el papel? Seguramente lo que fijó la cosa es una
Fuerza; pero ¿qué es esa cosa cuyo
residuo queda sobre el papel?
Nuestros hombres de ciencia saldrán
del paso por medio de algún tecnicismo científico; mas ¿qué es lo que es
interceptado de ese modo para dejar aprisionada cierta cantidad de sí sobre
cristal, papel o madera? ¿Es “movimiento” o es “Fuerza? ¿O nos dirán que lo que
queda es tan sólo el efecto de la Fuerza o Movimiento? Luego, ¿qué es esa
Fuerza? La Fuerza o Energía es una cualidad; pero toda cualidad debe pertenecer
a algo o a alguien. La Fuerza es definida en Física como lo “que cambia o
tiende a cambiar toda relación física entre los cuerpos, sea mecánica, térmica,
química, eléctrica, magnética, etcétera.
Pero no es esa Fuerza o ese
movimiento lo que queda sobre el papel cuando ha cesado de obrar la Fuerza o
Movimiento; y sin embargo, algo, que nuestros sentidos físicos no pueden
percibir, ha quedado allí para convertirse a su vez en causa y producir
efectos. ¿Qué es? No es la Materia, tal como la define la Ciencia, esto es, la
Materia en alguno de sus estados conocidos. Un alquimista diría que era una
secreción espiritual, y se reirían de él. Pero, sin embargo, cuando el físico
decía que la electricidad, almacenada, es un fluido, o que la luz fijada sobre
el papel es todavía luz del sol, esto era ciencia.
Las autoridades más modernas han rechazado, a la verdad, esas explicaciones
como “teorías desacreditadas”, y han deificado ahora al “Movimiento” como su
único ídolo. ¡Mas, seguramente, aquéllas y su ídolo participarán algún día de
la misma suerte que sus predecesores! Un ocultista experimentado que haya
comprobado toda la serie de Nidânas, de causas y efectos, que finalmente
proyectan su último efecto sobre este nuestro plano de manifestaciones; uno que
haya investigado la Materia hasta su Nóumeno, opina que la explicación del
físico, es lo mismo que llamar a la ira o sus efectos -la exclamación provocada
por ella- una secreción o fluido; y al hombre, que es la causa de aquélla, su
conductor material. Pero, según
observó proféticamente Grove, aproxímase con rapidez el día en que se confesará
que las Fuerzas que nosotros conocemos no son sino las manifestaciones fenomenales
de Realidades de las cuales nada sabemos, pero que eran conocidas de los
antiguos, y por ellos veneradas.
Él hizo una observación todavía más
significativa, que debiera haberse convertido en el lema de la Ciencia, pero no
ha sido así. Sir William Grove dijo que: La
Ciencia no debiera tener deseos ni prejuicios. La Verdad debiera ser su único
objeto”.
Mientras esto llega, en nuestros
días, los hombres de ciencia son más obstinados y fanáticos que el mismo clero.
Porque si bien no adoran en realidad a la “Fuerza-Materia”, que es su Dios Ignoto, ofician en su altar. Y cuán
desconocida ella es, puede inferirse de las muchas confesiones de los físicos y
biólogos más eminentes, con Faraday al frente. No sólo dijo él que nunca se
atrevería a declarar si la Fuerza era una propiedad o función de la Materia,
sino que en realidad no sabía qué se entendía por la palabra Materia.
Hubo un tiempo, añadió, en que él
creía saber algo acerca de la Materia. Pero cuanto más vivía, y cuanto más
cuidadosamente la estudiaba, más se convencía de su completa ignorancia sobre
la naturaleza de la Materia (5).
Esta confesión de mal augurio fue
hecha, según creemos, en un Congreso científico, en Swansea. Faraday, por otra
parte, tenía una opinión semejante, como lo declara Tyndall:
¿Qué sabemos del átomo aparte de su
fuerza? Imagináis un núcleo que puede llamarse a y lo rodeáis de fuerzas que pueden llamarse m; para mi mente, la a o
núcleo se desvanece, y la substancia consiste en los poderes m. Y en verdad, ¿qué noción podemos
formarnos del núcleo independiente de sus poderes? ¿Qué pensamiento queda sobre
el cual fijar la imaginación de una a
independiente de las fuerzas admitidas?
Los ocultistas son a menudo mal
comprendidos porque, a falta de mejores términos, aplican a la Esencia de la
Fuerza, bajo ciertos aspectos, el
epíteto descriptivo de Substancia.
Ahora bien; los nombres de las variedades de la Substancia en diferentes planos
de percepción y existencia, son legión. El Ocultismo oriental posee una
denominación especial para cada clase; pero la Ciencia (lo mismo que
Inglaterra, que, según un francés ingenioso, se ve favorecida con treinta y
seis religiones y sólo posee una salsa para el pescado) no tiene más que un
nombre para todas ellas, a saber “Substancia”.
Además, ni los físicos ortodoxos ni sus críticos parecen estar muy seguros de
sus premisas, y confunden tan fácilmente los efectos como las causas. Es
inexacto decir, como lo hace Stallo, por ejemplo, que “no puede comprenderse ni
concebirse mejor la Materia como presencia positiva del espacio especial que
como una concreción de fuerzas”, o que “la Fuerza no es nada sin la masa, y la
masa nada sin la Fuerza”, porque la una es el Nóumeno y la otra el fenómeno.
También cuando dijo Shelling que:
Es una mera ilusión de la fantasía
el que quede algo, no sabemos qué, después de privar a un objeto de todos sus
atributos.
nunca
hubiera podido aplicar la observación al reino de la metafísica trascendental.
Cierto es que la Fuerza pura no es nada en el mundo de la física; ella es todo
en los dominios del Espíritu. Dice Stallo que:
Si reducimos la masa sobre la cual
obra una fuerza dada, por pequeña que sea, a su límite cero -o expresándolo en
términos matemáticos, hasta que se convierta en infinitamente pequeña-, la
consecuencia es que la velocidad del movimiento resultante es infinitamente
grande, y que la “cosa” ... no se halla en cualquier momento dado ni aquí ni
allá, sino en todas partes; que no hay presencia real; por tanto, es imposible
construir materia por medio de una síntesis de fuerzas.
Esto puede resultar cierto en el
mundo fenomenal siempre que el reflejo ilusorio de la Realidad Una del mundo
suprasensible aparezca real a los conceptos mezquinos del materialista. Es
absolutamente inexacto cuando se aplica el argumento a cosas pertenecientes a
lo que los kabalistas llaman las esferas supramundanas. La llamada Inercia es
una Fuerza, según Newton, y para el estudiante de las ciencias esotéricas
es la mayor de las fuerzas ocultas. Sólo en este plano de ilusión puede
concebirse un cuerpo divorciado de sus relaciones con otros cuerpos; las que,
según las ciencias físicas y mecánicas, dan lugar a sus atributos. De hecho,
jamás puede ser así aislado, siendo incapaz la muerte misma de separarle de su
relación con las Fuerzas Universales, de las que la Fuerza Única, la Vida, es
la síntesis; la relación recíproca continúa sencillamente en otro plano. Mas,
si Stallo tiene razón, ¿qué puede querer decir el Dr. James Croll cuando, al
hablar “Sobre la Transformación de la Gravedad”, expone las opiniones
defendidas por Faraday, Waterston y otros? Pues dice él muy claramente que la
gravedad:
Es una fuerza que penetra del
espacio exterior a los cuerpos, y que a la aproximación mutua de los cuerpos no
se aumenta la fuerza, según se supone generalmente, sino tan sólo que los
cuerpos pasan a un lugar donde existe la fuerza con mayor intensidad.
Nadie negará que una Fuerza, ya sea
la de la gravedad, la electricidad o cualquier otra que exista fuera de los cuerpos y en el Espacio
libre -sea el Éter o un vacío- debe ser algo,
y no un puro nada, cuando se concibe
aparte de una masa. De otro modo, difícilmente podría existir con “intensidad”
mayor en un lugar, y con una reducida en otro. Lo mismo declara G. A. Him en su
Théorie Mécanique de l’Univers. Trata
de demostrar:
Que el átomo de los químicos no es
una entidad de pura convención, o simplemente un recurso explicativo, sino que
existe realmente; que su volumen es inalterable, y que, por consiguiente, no es elástico (!!). La Fuerza, por lo
tanto, no está en el átomo; está en el espacio
que separa entre sí a los átomos.
Las opiniones arriba citadas,
expuestas por dos hombres de ciencia muy eminentes en sus respectivos países,
revelan que de ningún modo es anticientífico
hablar de la sustancialidad de las llamadas Fuerzas. Sujeta a algún nombre
específico futuro, esta Fuerza es una Substancia de alguna clase, no puede ser
otra cosa; y quizás algún día la Ciencia será la primera en volver a adoptar el
nombre ridiculizado de flogística. Sea cual fuese el nombre futuro que se le
dé, el sostener que la Fuerza no reside en los Átomos, sino únicamente en el
“espacio entre ellos”, podrá ser muy científico; sin embargo, no es verdad.
Para la mente del ocultista es lo mismo que decir que el agua no reside en las
gotas que componen el Océano, sino solamente en el espacio entre aquellas
gotas.
La objeción de que existen dos
escuelas distintas de físicos, una de las cuales
Supone que esa fuerza es una entidad
substancial independiente, que no es una propiedad de la materia, ni está
esencialmente relacionada con la misma, con
dificultad ayudará al profano a ver más claro. Ella, por el contrario, parece
calculada para aumentar su confusión más que nunca. Pues la Fuerza no es
entonces ni una cosa ni la otra. Considerándola como “una entidad substancial
independiente”, la teoría se aproxima al ocultismo, mientras que la idea
contradictoria extraña, de que no está “relacionada con la materia más que por
su poder de actuar sobre ella”, conduce la ciencia física a las hipótesis
contradictorias más absurdas. Ya sea “Fuerza” o “Movimiento” (el Ocultismo, no
viendo diferencia alguna entre los dos términos, jamás intenta separarlos),
ello no puede obrar en un sentido para los partidarios de la teoría
atómico-mecánica, y en otro para los de la escuela rival. Ni pueden ser los
Átomos absolutamente uniformes en tamaño y pesantez, en un caso, y diferir en
otro en su pesantez (ley de Avogadro). Porque, según las palabras del mismo hábil
crítico:
A la vez que la igualdad absoluta de
las unidades primordiales de masa es de este modo una parte esencial de las
bases mismas de la teoría mecánica, toda la ciencia química moderna está
fundada en un principio completamente contrario; principio del cual se ha dicho
recientemente “que ocupa en química el mismo lugar que la ley de gravitación en
astronomía”. Este principio es conocido con el nombre de ley de Avogrado o
Ampère.
Esto muestra que tanto la Química
como la Física modernas yerran por completo en sus principios fundamentales
respectivos. Porque si se considera absurda la suposición de átomos de
gravedades específicas diferentes, basándose en la teoría atómica de la física;
y si a pesar de ello la química, fundándose en esa misma suposición encuentra
una “comprobación experimental infalible” en la formación y transformación de
los compuestos químicos, es evidente entonces que la teoría atómico-mecánica es
insostenible. La explicación de la última, de que las “diferencias de pesantez
son tan sólo diferencias de densidad, y que las diferencias de densidad son
diferencias de distancia entre las partículas contenidas en un espacio dado”,
no es realmente válida, porque antes de que pueda un físico argüir en su
defensa que “como en el átomo no hay multiplicidad de partículas ni espacio
vacío, son, por consiguiente, imposibles las diferencias de densidad, o
pesantez en el caso de los átomos”, ha de saber, en primer lugar, lo que es un
átomo en realidad, y esto es precisamente lo que no puede conocer.
Él necesita
traerlo bajo la observación de uno de sus sentidos físicos por lo menos, y esto
no puede hacerlo por la sencilla razón de que jamás nadie ha visto, olido,
oído, tocado o gustado un átomo. El átomo pertenece por completo al dominio de
la Metafísica. Es una abstracción convertida en entidad (al menos para la
ciencia física); y nada tiene que ver con la Física estrictamente hablando,
puesto que nunca se le podrá someter a prueba de retorta o de balanza. El
concepto mecánico, por lo tanto, se convierte en un embrollo de las teorías y
dilemas más opuestos, para las mentes de los muchos hombres de ciencia que
están en desacuerdo, tanto en esta cuestión como en otras; y su evolución es
contemplada con la mayor desorientación por el ocultista oriental que asiste a
esa lucha científica.
Concluyamos con la cuestión de la
gravedad: ¿Cómo puede la Ciencia presumir que sabe algo cierto de ella? ¿Cómo
puede sostener su posición y sus hipótesis contra las de los ocultistas, que
sólo ven en la gravedad simpatía y antipatía, o atracción y repulsión, causadas
por la polaridad física en nuestro plano terrestre, y por causas espirituales
fuera de su influencia? ¿Cómo pueden estar en desacuerdo con los ocultistas,
antes de ponerse de acuerdo entre ellos mismos? En efecto; se oye hablar de la
Conservación de la Energía, y a renglón seguido de la perfecta dureza y falta
de elasticidad de los Átomos; de la teoría kinética de los gases como idéntica
a la llamada “energía potencial”, y al mismo tiempo, de las unidades
elementales de masa, como absolutamente duras y faltas de elasticidad. Abre un
ocultista un libro científico, y lee lo que sigue:
El atomismo físico deriva todas las
propiedades cualitativas de la materia, de las formas del movimiento atómico. Los átomos mismos permanecen como elementos
completamente privados de cualidad.
Y más abajo:
La química debe ser en su forma
última, mecánico-atómica.
Y un momento después le dicen que:
Los gases consisten en átomos que se
conducen como esferas sólidas, perfectamente
elásticas.
Finalmente, para coronar del todo,
vemos a Sir. W. Thomson declarando que:
La teoría moderna de la conservación
de la energía nos prohíbe admitir la falta de elasticidad o cualquier cosa que
no sea la elasticidad perfecta de las moléculas últimas, bien sea de la materia
ultramundana o de la mundana.
Pero ¿qué dicen a todo esto los
hombres de verdadera ciencia? Por los “hombres de verdadera ciencia” entendemos
a aquellos que se toman demasiado interés por la verdad y muy poco por la
vanidad personal para dogmatizar acerca de algo, como hace la mayoría. Existen
varios entre ellos -mas quizás que no se atreven a publicar abiertamente sus
secretas conclusiones por temor al grito: “¡Apedreadlo hasta que muera!”- cuyas
intuiciones les han hecho cruzar el abismo que existe entre el aspecto
terrestre de la Materia y la para nosotros, en nuestro plano de ilusión,
Substancia subjetiva, esto es, trascendentalmente objetiva, y esto les ha
conducido a proclamar la existencia de la última. Preciso es tener presente que
la Materia es, para el ocultista, aquella totalidad de existencia en el Kosmos
que entra en alguno de los planos de percepción posible.
De sobra sabemos que
las teorías ortodoxas acerca del sonido, del calor y de la luz están en contra
de las doctrinas ocultas. Mas no basta que los hombres de ciencia, o sus
defensores, digan que no niegan poder dinámico a la luz y al calor, y presenten
como prueba el hecho de que el radiómetro de Mr. Crookes no ha modificado las
opiniones. Si quieren profundizar la naturaleza última de esas Fuerzas, tienen
que admitir primeramente su naturaleza substancial,
por suprasensible que esa naturaleza
pueda ser. Tampoco niegan los ocultistas la exactitud de la teoría de las vibraciones
(18). Sólo que limitan sus funciones a nuestra Tierra, declarando su nulidad en
otros planos que los nuestros; pues los Maestros en las ciencias ocultas
perciben las Causas que producen vibraciones etéreas. Si fuesen sólo ficciones
de los alquimistas o sueños de los místicos, entonces hombres como Paracelso,
Filaletes, Van Helmont y tantos otros, tendrían que ser considerados peor que
visionarios; ellos serían impostores y mistificadores deliberados.
Atácase a los ocultistas por llamar
a la Causa de la luz, del calor, del sonido, de la cohesión, del magnetismo,
etc., etc., una Substancia. Mr. Clerk Maxwell declaró que la presión de la
luz fuerte del Sol en una milla cuadrada es de 3 1/4 libras aproximadamente. Se
les dice que es “la energía de la miríada de ondas etéreas”; y cuando ellos la
llaman una substancia que pesa sobre aquella área, proclámase su explicación
anticientífica.
No existe justificación alguna para
una acusación semejante. De ninguna manera -como ya se ha declarado más de una
vez- discuten los ocultistas que las explicaciones de la Ciencia ofrecen una
solución de las acciones objetivas inmediatas en obra. Sólo yerra la Ciencia
cuando cree que, porque ha descubierto en
las ondas vibratorias la causa inmediata
de esos fenómenos, ha revelado, por consiguiente, todo lo que se halla más allá del umbral de los sentidos. Ella
sigue simplemente la serie de fenómenos en un plano de efectos, proyecciones
ilusorias de la región en que ha penetrado el Ocultismo hace largo tiempo. Y el
último sostiene que aquellos estremecimientos etéricos no son puestos en
acción, como afirma la Ciencia, por las vibraciones de las moléculas de los
cuerpos conocidos, la Materia de nuestra conciencia objetiva terrestre, sino
que debemos buscar las Causas últimas de la luz, del calor, etcétera, en la
Materia existente en estados suprasensibles, pero tan completamente objetivos,
sin embargo, para la vida espiritual del hombre, como lo es un caballo o un
árbol para el mortal común. La luz y el calor son el fantasma o sombra de la
Materia en movimiento. Tales estados pueden ser percibidos por el Vidente o el
Adepto durante las horas de éxtasis, bajo el Rayo Sushumnâ (el primero de los
Siete Rayos Místicos del Sol).
Así pues, presentamos la doctrina
Oculta que mantiene la realidad de una esencia suprasubstancial y suprasensible
de aquel Âkâsha -no del Éter, que es sólo un aspecto del último-, cuya
naturaleza no puede inferirse de sus remotas manifestaciones, su falange
meramente fenomenal de efectos, en este plano terrestre. La Ciencia, por el
contrario, nos informa que jamás puede considerarse el calor como Materia en
estado concebible alguno. Para recordar a los dogmatizadores occidentales que
la cuestión no puede en ningún modo considerarse como zanjada, citaremos a un
crítico sumamente imparcial, a un hombre cuya autoridad nadie puede poner en
duda:
No existe diferencia fundamental
entre la luz y el calor... cada uno es sólo la metamorfosis del otro. Calor es
luz en reposo completo. Luz es calor en movimiento rápido. Tan pronto se
combina la luz con un cuerpo, conviértese en calor; pero cuando es arrojado
fuera de aquel cuerpo se convierte de nuevo en luz.
No podemos decir si esto es cierto o
falso, y muchos años, muchas generaciones quizás habrán de transcurrir antes de
que seamos capaces de asegurarlo. También se nos dice que los dos grandes
obstáculos para la teoría del fluido (?) del calor son indudablemente:
1º
La producción del calor por fricción, excitación del movimiento
molecular.
2º
La conversión del calor en movimiento mecánico.
La contestación dada es: hay fluidos
de varias clases. Llámase a la electricidad un fluido, y así sucedía muy
recientemente con el calor; pero era en la suposición de que el calor era
alguna substancia imponderable. Esto pasaba durante el reinado supremo y
autocrático de la Materia. Cuando se destronó a la Materia y fue proclamado el
movimiento único rey y señor del Universo, convirtióse el calor en un “modo de
movimiento”. Por lo tanto, no hay que desesperar; puede él convertirse el día
de mañana en otra cosa cualquiera. Como el Universo mismo, la Ciencia está
siempre evolucionando, y nunca puede decir: “Yo soy lo que soy”. Por otra
parte, la Ciencia Oculta tiene sus tradiciones inmutables, que datan de los
tiempos prehistóricos. Puede errar en detalles, pero nunca será culpable de una
equivocación en cuestiones de Ley Universal, sencillamente porque esa Ciencia,
con justicia llamada Divina por la Filosofía, nació en planos superiores y fue
traída a la Tierra por Seres que eran más sabios que lo será el hombre, aun en
la Séptima Raza de su séptima Ronda. Y esa Ciencia sostiene que las Fuerzas no
son lo que la ciencia moderna quisiera que fuesen, como por ejemplo: el
magnetismo no es un “modo de movimiento”; y en este caso particular al menos,
la ciencia exacta moderna tendrá, seguramente, algún día un disgusto. A primera
vista, nada puede parecer más ridículo, más atrozmente absurdo que decir, por
ejemplo: El Yogui indo iniciado sabe en realidad de la naturaleza y
constitución últimas de la luz, tanto solar como lunar, diez veces más que el
físico europeo más eminente. ¿Por qué cree, sin embargo, que el Rayo Sushumnâ
es aquel rayo que proporciona a la Luna su prestada luz? ¿Por qué es “el Rayo
querido del Yogui iniciado”? ¿Por qué consideran esos Yoguis a la Luna como la
deidad de la Mente? Nosotros contestamos: porque la luz, o más bien todas sus
propiedades ocultas, todas sus combinaciones y correlaciones con otras fuerzas
mentales, psíquicas y espirituales, eran perfectamente conocidas por los
antiguos Adeptos.
Por consiguiente, aunque la Ciencia
Oculta pueda estar menos bien informada que la Química moderna en cuanto al
comportamiento de elementos compuestos en varios casos de correlación física,
es, sin embargo inconmensurablemente superior, en su conocimiento de los
estados ocultos últimos de la materia y de la verdadera naturaleza de la misma,
a todos los físicos y químicos juntos de nuestra época presente.
Ahora bien; si declaramos franca y
sinceramente la verdad, es decir, que los antiguos Iniciados tenían un
conocimiento de la física como ciencia de la Naturaleza, mucho más amplio que
el que poseen nuestras Academias de Ciencias todas juntas, esta declaración
será tachada de impertinente y absurda; porque se considera que las ciencias
físicas han alcanzado en nuestra época el máximum de la perfección. De aquí la
pregunta desdeñosa: ¿Pueden los ocultistas conciliar satisfactoriamente los dos
puntos siguientes, a saber:
a) La producción del calor por el roce, excitación
del movimiento molecular;
b) La conversión del calor en fuerza mecánica, si
mantienen la antigua y desacreditada teoría de que el calor es una substancia o
un fluido?
Para contestar a la pregunta debe
observarse en primer lugar que las ciencias ocultas no consideran la
electricidad, o cualquier otra de las Fuerzas que se supone originadas por
ésta, como Materia en ninguno de los estados conocidos por la ciencia física;
más claro: ninguna de esas llamadas Fuerzas es un sólido, un gas o un fluido.
Si no pareciese pedantería, hasta se opondría un ocultista a que se llamase a
la electricidad fluido, puesto que es un efecto y no una causa. Pero él diría
que su Nóumeno es una Causa Consciente. Lo mismo en los casos de la “Fuerza” y
el “Átomo”. Veamos lo que un eminente académico, el químico Butlerof, dijo
acerca de esas dos abstracciones. Este notable hombre de ciencia arguye del
modo siguiente:
¿Qué es la Fuerza? ¿Qué es, desde un
punto de vista estrictamente científico, y según está confirmada por la ley de
conservación de la energía? Los conceptos respecto a la Fuerza están resumidos
por nuestros conceptos de tal o cual modo de movimiento. La Fuerza es, pues,
simplemente el paso de un estado de movimiento a otro; de la electricidad al
calor y a la luz, del calor al sonido o a alguna función mecánica, y así
sucesivamente. La primera vez que fue producido el fluido eléctrico por el
hombre en la tierra, debió de haber sido por fricción; por consiguiente, como
es bien sabido, el calor es lo que lo produce alterando su estado cero, y
la electricidad no existe más per se,
en la tierra, que el calor o la luz o cualquier otra fuerza. Como dice la
Ciencia, todas ellas son correlaciones. Cuando una cantidad de calor dada por
medio de una máquina de vapor es transformada en trabajo mecánico, hablamos del
poder del vapor (o fuerza). Cuando un cuerpo en su caída tropieza con un
obstáculo en su camino, originando con ello el calor y el sonido, llamamos a
esto fuerza de choque. Cuando la electricidad descompone el agua o calienta un
hilo de platino, hablamos de la fuerza de fluido eléctrico. Cuando son
interceptados los rayos del sol por el termómetro y su mercurio se dilata,
hablamos de la energía calorífica del sol. En una palabra: cuando cesa el estado
de una cantidad de movimiento determinada, otro estado de movimiento
equivalente al anterior lo reemplaza, y el resultado de semejante
transformación o correlación es la Fuerza. En todos los casos en que no existe
tal transformación o paso de un estado de movimiento a otro, no es posible
fuerza alguna. Admitamos por un momento un estado del Universo absolutamente
homogéneo, y nuestra concepción de la Fuerza cae por tierra.
Por lo tanto, resulta evidente que
la fuerza, que el materialismo considera como la causa de la diversidad que nos
rodea, es, en estricta realidad, sólo un efecto, un resultado de esa
diversidad. Desde tal punto de vista la Fuerza no es la causa del movimiento,
sino un resultado, mientras que la causa de esa Fuerza, o fuerzas, no es la
Substancia o Materia, sino el movimiento mismo. Así pues, hay que descartar a
la Materia, y con ella el principio fundamental del materialismo, que se ha
hecho innecesario, puesto que la Fuerza traída a un estado de movimiento no
puede dar idea alguna de la Substancia. Si la Fuerza es el resultado del
movimiento, entonces no se comprende por qué ese movimiento habría de
atestiguar la Materia y no el Espíritu, o una esencia Espiritual. Cierto es que
no puede nuestra razón concebir un movimiento sin algo que se mueva (y nuestra
razón está en lo cierto); pero la naturaleza o ser de ese algo moviente
permanece completamente desconocida para la Ciencia; y en tal caso, tanto
derecho tiene el espiritualista a atribuirlo a un “Espíritu”, como un
materialista a la Materia creadora y omnipotencial. Un materialista no tiene en
este caso privilegio especial, ni puede reclamar ninguno. La ley de la
conservación de la energía, vista de tal modo, resulta ser ilegítima en este
caso en sus pretensiones y reclamaciones. El “gran dogma” -no hay fuerza sin materia y no hay materia sin fuerza- se viene
abajo, y pierde por completo el significado solemne con que el Materialismo ha
tratado de investirlo. El concepto de Fuerza no da además idea de Materia, y de
ningún modo nos obliga a ver en ésta el “origen de todos los orígenes”.
Nos aseguran que la Ciencia Moderna
no es materialista; y nuestra convicción propia nos dice que no puede serlo,
cuando su saber es real. Existe una buena razón para esto, bien definida por
algunos de los mismos físicos y químicos. Las ciencias naturales no pueden
marchar mano a mano con el Materialismo. Para estar a la altura de su misión,
tienen los hombres de ciencia que rechazar la posibilidad misma de que tengan
algo que ver las doctrinas Materialistas con la teoría atómica; y vemos que
Lange, Butlerof, Du Bois Reymond -este último inconscientemente quizás- y otros
varios lo han probado. Esto además está demostrado por el hecho de que Kanâda
en la India, y Leucipo y Demócrito en Grecia, y después de estos Epicuro -los
primitivos atomistas en Europa-, a la par que propagaban su doctrina de las
proporciones definidas, creían al mismo tiempo en Dioses o Entidades
suprasensibles. Sus ideas sobre la materia diferían por lo tanto de las que
ahora prevalecen. Se nos permitirá aclarar nuestra afirmación por medio de una
breve sinopsis de las opiniones antiguas y modernas de la Filosofía acerca de
los átomos, y demostrar así que la Teoría Atómica mata al Materialismo.
Desde el punto de vista del
Materialismo, que reduce los principios de todas las cosas a la Materia, el
Universo en su plenitud se compone de átomos y vacío. Aun dejando aparte el
axioma enseñado por los antiguos, y absolutamente demostrado en la actualidad
por el telescopio y el microscopio, de que la Naturaleza aborrece el vacío,
¿qué es un átomo? El profesor Butlerof dice:
Es, nos contesta la Ciencia, la
división limitada de la Substancia, la partícula indivisible de la Materia. El
admitir la divisibilidad del átomo equivale a la admisión de una divisibilidad
infinita de la Substancia; lo que es igual a reducir la Substancia a nihil, o la nada. El Materialismo, sólo
por efecto de un sentimiento de propia conservación, no puede admitir la
divisibilidad infinita; de otro modo tendría que despedirse para siempre de su
principio fundamental y firmar así su propia sentencia de muerte.
Büchner, por ejemplo, cual verdadero
dogmatizador en Materialismo, declara que:
El aceptar la divisibilidad infinita
es un absurdo, y equivale a dudar de la existencia misma de la Materia.
El Átomo es, pues, indivisible, dice
el Materialismo. - Perfectamente. He aquí ahora lo que Butlerof contesta:
Véase a qué curiosa contradicción
este principio fundamental de los materialistas, les conduce. El átomo es indivisible, y sabemos al mismo tiempo
que es elástico. No se puede pensar en intentar privarle de elasticidad; esto
equivaldría a un absurdo. Átomos privados en absoluto de elasticidad, jamás
podrían manifestar uno solo de aquellos numerosos fenómenos que se atribuyen a
sus correlaciones. Sin alguna elasticidad no podrían los átomos manifestar su
energía, y la Substancia de los materialistas quedaría desprovista de toda
fuerza. Por consiguiente, si el Universo está compuesto de átomos, tienen estos
que ser elásticos.
Aquí es donde tropezamos con un obstáculo insuperable.
Porque, ¿cuáles son las condiciones requeridas para la manifestación de la
elasticidad? Una pelota elástica, al chocar con un obstáculo, se aplasta y
contrae; lo cual no podría hacer si no consistiese esa pelota en partículas que
experimentan en su posición relativa un cambio temporal en el momento del
choque. Esto puede decirse de la elasticidad en general; no hay elasticidad
posible sin cambio con respecto a la posición de las partículas compuestas de
un cuerpo elástico. Esto quiere decir que el cuerpo elástico es variable, y se
compone de partículas, o en otras palabras, que la elasticidad sólo puede
pertenecer a aquellos cuerpos que son divisibles y el átomo es elástico.
Basta esto para mostrar cuán
absurdas son las admisiones simultáneas de la no divisibilidad y de la
elasticidad del átomo. El átomo es elástico, ergo el átomo es divisible, y debe estar compuesto de partículas o
de subátomos. ¿Y estos subátomos? O no son elásticos, y en tal caso no
presentan importancia dinámica alguna, o son elásticos también, en cuyo caso
están igualmente sujetos a la divisibilidad. Y así ad infinitum. Pero la divisibilidad infinita de los átomos resuelve
a la Materia en simples centros de Fuerza, esto es, excluye la posibilidad de
concebir a la Materia como una substancia objetiva.
Este círculo vicioso es fatal al
Materialismo. Encuéntrase cogido en sus propias redes, y no hay posibilidad de
huir del dilema. Si él dice que el átomo es indivisible, tendrá entonces a la
Mecánica dirigiéndole la embarazosa pregunta siguiente:
¿Cómo se mueve en este caso el
Universo y cómo se relacionan entre sí sus fuerzas? Un mundo edificado sobre
átomos no elásticos en absoluto, es semejante a una máquina sin vapor; está
condenado a la inercia eterna.
Admítanse las explicaciones y
enseñanzas del Ocultismo, y -la inercia ciega de la ciencia física, siendo
reemplazada por los Poderes activos inteligentes tras el velo de la materia- el
movimiento y la inercia se convierten en subordinados de aquellos Poderes. La
ciencia entera del Ocultismo está basada sobre la doctrina de la naturaleza
ilusoria de la materia, y la divisibilidad infinita del átomo. Ella abre
horizontes ilimitados a la Substancia, animada por el soplo divino de su Alma
en todo estado posible de tenuidad, estados no soñados aún por los químicos y
físicos más espiritualmente predispuestos.
Las ideas que preceden fueron
enunciadas por un académico, el químico más eminente de Rusia, autoridad reconocida
hasta en Europa, el difunto profesor Butlerof. Cierto es que defendía los
fenómenos de los espiritistas, las llamadas materializaciones, en que creía,
como también los profesores Zöllner y Hare, y en los que creen aún abierta o
secretamente Mr. A. Russel Wallace, Mr. W. Crookes y muchos otros Miembros de
la Sociedad Real. Pero su argumento respecto a la naturaleza de la Esencia que
opera tras los fenómenos físicos de la luz, del calor, de la electricidad,
etc., no por esto es menos científico y autorizado, y se aplica admirablemente
al caso en cuestión. No tiene la Ciencia derecho a negar a los Ocultistas su
pretensión de un conocimiento más profundo de las llamadas Fuerzas, las que
dicen ellos son únicamente los efectos de causas originadas por Poderes,
substanciales, aunque suprasensibles, y más allá de toda clase de Materia
conocida hasta ahora por los hombres de ciencia. Lo más que puede hacer la
Ciencia es asumir y mantener la actitud del Agnosticismo. Puede decir entonces:
Vuestro caso no está más probado que el nuestro; pero confesamos no saber nada
en realidad respecto a la Fuerza o a la Materia, o al que radica en el fondo de lo que se llama
correlación de Fuerzas. Por consiguiente, sólo el tiempo puede probar quién
tiene razón y quién no la tiene. Esperemos pacientemente, y mientras tanto, en
vez de ridiculizarnos unos a otros, seamos mutuamente corteses.
Mas hacer esto requiere un amor
ilimitado a la verdad y la renuncia a ese prestigio -sin embargo falso- de
infalibilidad, que han adquirido los hombres de ciencia entre la masa de los
profanos ignorantes y superficiales, aunque ilustrados. La fusión de las dos
Ciencias, la arcaica y la moderna, exige ante todo el abandono de los
derroteros materialistas actuales. Requiere una especie de misticismo religioso
y hasta el estudio de la antigua Magia, que nuestros académicos jamás
emprenderán. La necesidad de ello, fácilmente se explica. Así como en las
antiguas obras alquímicas, el
significado verdadero de las Substancias y Elementos mencionados está oculto
bajo la forma de las más ridículas
metáforas, de igual modo las naturalezas física, psíquica y espiritual de los
Elementos (del fuego, por ejemplo), están ocultas en los Vedas, y especialmente en los Purânas,
bajo alegorías únicamente comprensibles para los Iniciados. Si no tuviese
significado alguno, entonces todas aquellas largas leyendas y alegorías acerca
de la santidad de los tres tipos del Fuego y de los Cuarenta y Nueve Fuegos originales -personificados por los Hijos de
las Hijas de Daksha y los Rishis, sus Esposos, quienes con el primer Hijo de
Brahmâ y sus tres descendientes constituyen los Cuarenta y Nueve Fuegos- serían
una charlatanería idiota y nada más. Pero no es así. Cada Fuego tiene una
función y un significado distinto en los mundos de lo físico y de lo
espiritual. Él tiene además, en su naturaleza esencial, una relación
correspondiente a una de las facultades psíquicas humanas, aparte de sus
virtualidades químicas y físicas bien determinadas, cuando entra en contacto
con la Materia diferenciada terrestre.
La Ciencia no tiene especulaciones que
ofrecer respecto al Fuego per se; el
Ocultismo y la antigua ciencia religiosa las tienen. Esto se ve hasta en la
fraseología árida y de intento velada de los Purânas, donde, como en el Vâyu
Purâna, muchas de las cualidades de los Fuegos personificados están
explicadas. Así, Pâvaka es el Fuego Eléctrico o Vaidyuta; Pavamâna, el Fuego
producido por Fricción o Nirmathya; y Shuchi, el Fuego Solar, o Saura,
siendo todos estos tres los hijos de Abhimânin, el Agni (Fuego), hijo mayor de
Brahmâ y de Svâhâ. Además Pâvaka aparece como emparentado a Kavyavâhana, el
Fuego de los Pitris; Shuchi a Havyavâhana, el Fuego de los Dioses; y Pavamâna a
Saharaksha, el Fuego de los Asuras. Ahora bien; todo esto muestra que los
escritores de los Purânas estaban
perfectamente familiarizados con las Fuerzas de la Ciencia y sus correlaciones,
así como con las distintas cualidades de estas últimas en su relación con los
fenómenos psíquicos y físicos, desconocidos hasta ahora por la ciencia física,
que no les presta crédito. Naturalmente, cuando un orientalista, en particular
si se trata de uno imbuido de tendencias materialistas, lee que aquéllas son
únicamente denominaciones del Fuego usadas en las invocaciones y rituales,
llama a esto “superstición y mistificación Tântrika”; y pone mayor cuidado en
evitar errores de ortografía que en prestar atención al significado secreto
dado a las personificaciones, o en buscar su explicación en las correlaciones
físicas de las Fuerzas, en cuanto éstas son conocidas. Tan poco conocimiento en
verdad se concede a los antiguos arios, que aun pasajes tan luminosos como el
del Vishnu Purâna no se tienen en cuenta. Sin embargo, ¿qué puede significar
este párrafo?
Entonces el éter, el aire, la luz,
el agua y la tierra, unidos diversamente a las propiedades del sonido y demás,
existían como distinguibles según sus cualidades... pero, poseyendo muchas y
distintas energías y no estando relacionados, no podían, sin combinación, crear
seres vivientes, por no haberse fundido unos en otros. Habiéndose combinado
unos con otros, pues, asumieron, por medio de su mutua asociación, el carácter
de una masa de completa unidad; y, con dirección del Espíritu, etcétera.
Esto significa, desde luego, que los
escritores estaban perfectamente familiarizados con la correlación, y en
terreno firme respecto al origen del Kosmos desde el “Principio Indiscreto”,
Avyaktânugrahena, aplicado a Parabrahman y Mûlaprakriti mancomunadamente, y no
a “Avaykta”, o sea la Causa Primera o la Materia”, como traduce Wilson. No
reconocían los antiguos Iniciados ninguna “Creación milagrosa”, sino que
enseñaban la evolución de los átomos en nuestro plano físico, y su primera
diferenciación del Laya al Protilo, según Mr. Crookes ha llamado
significativamente a la Materia, o substancia primordial, más allá de la línea cero -allí donde colocamos a Mûlaprakriti, el
Principio-Raíz del Material del Mundo y de todo cuanto en el Mundo existe.
Esto puede demostrarse fácilmente.
Tomad, por ejemplo, el catecismo de los vedantinos Vishishthâdvaita
recientemente publicado, sistema, ortodoxo y exotérico, libremente enunciado y
enseñado ya en el siglo XI, en una época en que la “ciencia” europea
todavía creía en la cuadratura y aplastamiento de la Tierra de Cosme
Indicopleustes, del siglo VI. Aquel sistema enseña que antes de que comenzase
la Evolución, Prakriti, la Naturaleza, se encontraba en condición de Laya o de
homogeneidad absoluta; pues la “Materia existe en dos condiciones: en la
condición Sûkshma, o latente e indiferenciada, y en la de Sthûla, o
diferenciada”.
Luego convirtióse en Anu, atómica. Él habla de Suddasattva, “una
substancia no sujeta a las cualidades de la Materia, de la cual difiere por
completo”; y añade que de esa Substancia son formados los cuerpos de los
Dioses, los moradores de Vaikunthaloka, el Cielo de Vishnu. Dice que cada
partícula o átomo de Prakriti contiene a Jîva (la vida divina), y es el Sharîra
(cuerpo) de ese Jîva que contiene; mientras que cada Jîva es a su vez el
Sharîra del Espíritu Supremo, pues “Parabrahman impregna a todo Jîva así como a
toda partícula de Matería”. Por dualística y antropomórfica que sea la
filosofía de los vishishthâdvaita, cuando se la compara con la de los advaita
-los no dualistas- es, no obstante, inmensamente superior en lógica a la
cosmogonía aceptada por el Cristianismo o por su gran adversario, la Ciencia
Moderna. Los discípulos de una de las más grandes inteligencias que jamás han
aparecido en la Tierra, los vedantinos advaita, son llamados ateos porque
consideran como una ilusión a todas las cosas, salvo a Parabrahmann, el Sin
Par, o Realidad Absoluta. Sin embargo, los más sabios Iniciados, así como
también los más grandes yoguis, salieron de sus filas. Los Upanishads muestran que indudablemente conocían no sólo lo que es
la substancia causal en los efectos de la fricción, y que sus antecesores
estaban familiarizados con la conversión del calor en fuerza mecánica, sino que
también conocían el Nóumeno de todos los fenómenos tanto espirituales como
cósmicos.
En verdad que al joven brahmán que
se gradúa en las universidades y colegios de la India con las mejores notas;
que entra en la vida como M. A. (32) y LL. B., con una serie de iniciales
desde el alfa a la omega a continuación de su nombre, y con un desdén hacia sus
Dioses nacionales proporcionado a las notas obtenidas durante su educación en
las ciencias físicas; le basta en verdad leer a la luz de estas últimas, y sin
perder de vista la correlación de las Fuerzas físicas, ciertos pasajes de sus Purânas, si quiere conocer cuánto más
sabían sus antepasados de lo que él no sabrá jamás, a menos de convertirse en
ocultista. Que estudie la alegoría de los Purûravas y del Gandharva celeste, que entregó a los primeros un vaso lleno de celeste fuego. El modo
primitivo de obtener el fuego por el frotamiento tiene su explicación
científica en los Vedas, y está lleno
de significación para quien sepa leer entre líneas.
La Tretâgni (tríada sagrada
de fuegos, obtenida por el frotamiento de palos hechos con la madera del árbol
Ashvattha, el árbol Bo de la Sabiduría y del Conocimiento, palos “con un largo
del ancho de tantos dedos como sílabas hay en la Gâyatrî”, debe tener un significado secreto, o de otro modo los
escritores de los Vedas y Purânas no serían escritores sagrados,
sino mistificadores. Que posee tal significado, lo prueban los ocultistas
indos, únicos capaces de iluminar a la Ciencia respecto de por qué y cómo el
Fuego, que era uno primitivamente, fue convertido en triple (tretâ) en nuestro
Manvántara presente, por el Hijo de Ilâ (Vâch), la Mujer Primitiva después del
Diluvio, esposa e hija del Vaivasvata Manu. La alegoría es significativa en
cualquier Purâna que se lea y
estudie.
H.P. Blavatsky D.S TII
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