domingo, 29 de mayo de 2016

LOS DISFRACES DE LA CIENCIA ¿FÍSICA O METAFÍSICA?




Si existe en la tierra algo parecido al progreso, la Ciencia tendrá que renunciar algún día, nolens volens, a ideas tan monstruosas como las de sus leyes físicas gobernadas por sí mismas, vacías de Alma y Espíritu, y tendrá entonces que volverse hacia las Doctrinas Ocultas. Ya lo ha hecho así, sean las que sean las alteraciones de los títulos y ediciones corregidas del catecismo científico. Hace ahora más de medio siglo que, comparando el pensamiento moderno con el antiguo, se vio que, por diferente que pueda aparecer nuestra filosofía de la de nuestros antecesores, está, sin embargo, compuesta sólo de sumas y restas tomadas de la antigua filosofía, y transmitidas gota a gota a través del filtro de los antecedentes.
            
Este hecho era bien conocido por Faraday y por otros hombres de ciencia eminentes. Los Átomos, el Éter, la Evolución misma, todos estos conceptos vienen a la ciencia moderna procedentes de las antiguas nociones; todos están basados en las ideas de las nociones arcaicas. “Esos conceptos”, que para el profano se presentan bajo la forma de alegoría, eran claras verdades enseñadas al Elegido, durante las Iniciaciones; verdades que han sido parcialmente divulgadas por medio de los escritores griegos, y que han llegado hasta nosotros. Esto no significa que el Ocultismo haya tenido jamás, respecto de la Materia, los Átomos y el Éter, las mismas opiniones que pueden encontrarse en el exoterismo de los escritores clásicos griegos. Además, si hemos de creer a Mr. Tyndall, Faraday mismo era aristotélico, y más agnóstico que materialista. En su Faraday as a Discoverer, el autor nos hace ver al gran físico usando “antiguas reflexiones de Aristóteles” que “se encuentran de una manera concisa en algunas de sus obras”. Sin embargo, Faraday, Boscovitch y todos los demás que ven en los Átomos y moléculas “centros de fuerza”, y en el elemento correspondiente a la Fuerza una Entidad por sí misma, se aproximan quizás mucho más a la verdad que aquellos que, atacándolos, atacan al mismo tiempo la “antigua teoría corpuscular de Pitágoras” -teoría que, dicho sea de paso, jamás llegó a la posteridad según la enseñó en realidad el gran filósofo- a causa de su “ilusión de que los elementos fundamentales de la materia pueden ser tomados como entidades separadas y reales”.
            
El error y falsedad más importante y fatal que la Ciencia ha cometido, en opinión de los ocultistas, radica en la idea de la posibilidad de que exista en la Naturaleza algo que sea materia muerta o inorgánica. El Ocultismo pregunta: ¿Hay algo muerto o inorgánico que sea capaz de transformación o cambio? Y ¿acaso existe bajo el Sol cosa alguna que permanezca inmutable o constante?
            
El que una cosa esté muerta, implica que en algún tiempo estuvo viva. ¿Cuándo, en qué período de la cosmogonía? El Ocultismo dice que en todos los casos en que la Materia parece inerte, es precisamente cuando es más activa. Un bloque de madera o de piedra está inmóvil y es impenetrable para todos los objetos y propósitos. No obstante, y defacto, sus partículas se hallan en eterna vibración incesante, que es tan rápida que para el ojo físico el cuerpo parece carecer en absoluto de movimiento; y la distancia entre aquellas partículas en su movimiento vibratorio es -considerada desde otro plano de existencia y percepción- tan grande como la que separa copos de nieve o gotas de lluvia. Pero, para la ciencia física, esto será un absurdo.
            
En ninguna parte se revela tan bien ese error como en la obra científica de un savant alemán, el profesor Philip Spiller. En ese tratado cosmológico intenta el autor demostrar que:

            
Ningún constituyente material de un cuerpo, ningún átomo, está dotado originalmente por sí mismo de fuerza; sino que cada uno de esos átomos está absolutamente muerto y sin poder inherente alguno para obrar a distancia.

            
Esta declaración no priva, sin embargo, a Spiller de enunciar una doctrina y principio ocultos. Afirma él la substancialidad independiente de la Fuerza, y la muestra como una “materia incorpórea” (unkörperlicher Stoff), o substancia. Ahora bien; en metafísica, Substancia no es Materia, y en gracia al argumento puede asegurarse que es emplear una expresión errónea. Mas esto es debido a la pobreza de los idiomas europeos, y especialmente al pauperismo de los términos científicos. Después Spiller identifica y relaciona esa “materia” con el AEther. Expresado en lenguaje oculto, podría decirse más correctamente que esa “Substancia-Fuerza” es el Éter positivo fenomenal siempre activo, Prakriti; mientras que el AEther omnipresente que todo lo penetra es el Nóumeno del primero, la base de todo, o Âkâsha. Stallo, sin embargo, queda por debajo de Spiller, así como de los materialistas. Se le acusa de “desatender por completo la correlación fundamental de Fuerza y Materia”, acerca de las cuales nada de cierto sabe la Ciencia. Pues este “semiconcepto hipostatizado” es, en opinión de todos los demás físicos, no sólo imponderable, sino destituido de fuerzas cohesivas, químicas, térmicas, eléctricas y magnéticas, de todas las cuales es el “AEther” la Fuente y Causa, según el Ocultismo.
            
Por consiguiente, a pesar de todos sus errores, revela Spiller más intuición que ningún otro hombre de ciencia moderno, a excepción, quizás, del Dr. Richardson, el teórico de la “Fuerza del Nervio” o Éter Nervioso, y también de la “Fuerza Solar y la Fuerza Terrestre”. Porque el AEther, en Esoterismo, es la quintaesencia misma de toda energía posible; y es ciertamente a ese Agente Universal (compuesto de muchos agentes) al que son debidas todas las manifestaciones de la energía en los mundos material, psíquico y espiritual.
            
¿Qué son, en realidad, la electricidad y la luz? ¿Cómo puede saber la Ciencia  que la una es un fluido, y un “modo de movimiento” la otra? ¿Por qué no se da alguna razón acerca de por qué se ha de establecer una diferencia entre ellas, ya que ambas son consideradas como correlaciones de la fuerza? La electricidad es, según nos dicen, un fluido inmaterial y no molecular -si bien Helmboltz piensa de distinta manera-, y como prueba de ello podemos embotellarla, acumularla y conservarla. Luego, debe de ser simplemente materia, y no un “fluido” peculiar. Tampoco es tan sólo un “modo de movimiento”, pues difícilmente podría almacenarse el movimiento en una botella de Leiden. En cuanto a la luz, es un “modo de movimiento” aún más extraordinario, puesto que, por “maravilloso que esto parezca, la luz puede (también) almacenarse realmente para ser utilizada”, como lo demostró Grove hace cerca de medio siglo.

            
Tómese un grabado que haya sido conservado en la oscuridad durante unos días; expóngasele a la plena luz del sol, esto es, aíslesele durante quince minutos; colóquesele luego sobre papel sensible en un lugar oscuro, y al cabo de veinticuatro horas habrá dejado una impresión suya sobre el papel; los blancos manifestándose como negros... No parece que exista límite para la reproducción de grabados.
            
¿Qué es lo que queda fijado, clavado, por decirlo así, en el papel? Seguramente lo que fijó la cosa es una Fuerza; pero ¿qué es esa cosa cuyo residuo queda sobre el papel?
            
Nuestros hombres de ciencia saldrán del paso por medio de algún tecnicismo científico; mas ¿qué es lo que es interceptado de ese modo para dejar aprisionada cierta cantidad de sí sobre cristal, papel o madera? ¿Es “movimiento” o es “Fuerza? ¿O nos dirán que lo que queda es tan sólo el efecto de la Fuerza o Movimiento? Luego, ¿qué es esa Fuerza? La Fuerza o Energía es una cualidad; pero toda cualidad debe pertenecer a algo o a alguien. La Fuerza es definida en Física como lo “que cambia o tiende a cambiar toda relación física entre los cuerpos, sea mecánica, térmica, química, eléctrica, magnética, etcétera.
            
Pero no es esa Fuerza o ese movimiento lo que queda sobre el papel cuando ha cesado de obrar la Fuerza o Movimiento; y sin embargo, algo, que nuestros sentidos físicos no pueden percibir, ha quedado allí para convertirse a su vez en causa y producir efectos. ¿Qué es? No es la Materia, tal como la define la Ciencia, esto es, la Materia en alguno de sus estados conocidos. Un alquimista diría que era una secreción espiritual, y se reirían de él. Pero, sin embargo, cuando el físico decía que la electricidad, almacenada, es un fluido, o que la luz fijada sobre el papel es todavía luz del sol, esto era ciencia. Las autoridades más modernas han rechazado, a la verdad, esas explicaciones como “teorías desacreditadas”, y han deificado ahora al “Movimiento” como su único ídolo. ¡Mas, seguramente, aquéllas y su ídolo participarán algún día de la misma suerte que sus predecesores! Un ocultista experimentado que haya comprobado toda la serie de Nidânas, de causas y efectos, que finalmente proyectan su último efecto sobre este nuestro plano de manifestaciones; uno que haya investigado la Materia hasta su Nóumeno, opina que la explicación del físico, es lo mismo que llamar a la ira o sus efectos -la exclamación provocada por ella- una secreción o fluido; y al hombre, que es la causa de aquélla, su conductor material. Pero, según observó proféticamente Grove, aproxímase con rapidez el día en que se confesará que las Fuerzas que nosotros conocemos no son sino las manifestaciones fenomenales de Realidades de las cuales nada sabemos, pero que eran conocidas de los antiguos, y por ellos veneradas.
            
Él hizo una observación todavía más significativa, que debiera haberse convertido en el lema de la Ciencia, pero no ha sido así. Sir William Grove dijo que: La Ciencia no debiera tener deseos ni prejuicios. La Verdad debiera ser su único objeto”.
            
Mientras esto llega, en nuestros días, los hombres de ciencia son más obstinados y fanáticos que el mismo clero. Porque si bien no adoran en realidad a la “Fuerza-Materia”, que es su Dios Ignoto, ofician en su altar. Y cuán desconocida ella es, puede inferirse de las muchas confesiones de los físicos y biólogos más eminentes, con Faraday al frente. No sólo dijo él que nunca se atrevería a declarar si la Fuerza era una propiedad o función de la Materia, sino que en realidad no sabía qué se entendía por la palabra Materia.
            
Hubo un tiempo, añadió, en que él creía saber algo acerca de la Materia. Pero cuanto más vivía, y cuanto más cuidadosamente la estudiaba, más se convencía de su completa ignorancia sobre la naturaleza de la Materia (5).
            
Esta confesión de mal augurio fue hecha, según creemos, en un Congreso científico, en Swansea. Faraday, por otra parte, tenía una opinión semejante, como lo declara Tyndall:

           
¿Qué sabemos del átomo aparte de su fuerza? Imagináis un núcleo que puede llamarse a y lo rodeáis de fuerzas que pueden llamarse m; para mi mente, la a o núcleo se desvanece, y la substancia consiste en los poderes m. Y en verdad, ¿qué noción podemos formarnos del núcleo independiente de sus poderes? ¿Qué pensamiento queda sobre el cual fijar la imaginación de una a independiente de las fuerzas admitidas?

           
Los ocultistas son a menudo mal comprendidos porque, a falta de mejores términos, aplican a la Esencia de la Fuerza, bajo ciertos aspectos, el epíteto descriptivo de Substancia. Ahora bien; los nombres de las variedades de la Substancia en diferentes planos de percepción y existencia, son legión. El Ocultismo oriental posee una denominación especial para cada clase; pero la Ciencia (lo mismo que Inglaterra, que, según un francés ingenioso, se ve favorecida con treinta y seis religiones y sólo posee una salsa para el pescado) no tiene más que un nombre para todas ellas, a saber “Substancia”. Además, ni los físicos ortodoxos ni sus críticos parecen estar muy seguros de sus premisas, y confunden tan fácilmente los efectos como las causas. Es inexacto decir, como lo hace Stallo, por ejemplo, que “no puede comprenderse ni concebirse mejor la Materia como presencia positiva del espacio especial que como una concreción de fuerzas”, o que “la Fuerza no es nada sin la masa, y la masa nada sin la Fuerza”, porque la una es el Nóumeno y la otra el fenómeno.
            
También cuando dijo Shelling que:

            
Es una mera ilusión de la fantasía el que quede algo, no sabemos qué, después de privar a un objeto de todos sus atributos.

nunca hubiera podido aplicar la observación al reino de la metafísica trascendental. Cierto es que la Fuerza pura no es nada en el mundo de la física; ella es todo en los dominios del Espíritu. Dice Stallo que:

            
Si reducimos la masa sobre la cual obra una fuerza dada, por pequeña que sea, a su límite cero -o expresándolo en términos matemáticos, hasta que se convierta en infinitamente pequeña-, la consecuencia es que la velocidad del movimiento resultante es infinitamente grande, y que la “cosa” ... no se halla en cualquier momento dado ni aquí ni allá, sino en todas partes; que no hay presencia real; por tanto, es imposible construir materia por medio de una síntesis de fuerzas.

            
Esto puede resultar cierto en el mundo fenomenal siempre que el reflejo ilusorio de la Realidad Una del mundo suprasensible aparezca real a los conceptos mezquinos del materialista. Es absolutamente inexacto cuando se aplica el argumento a cosas pertenecientes a lo que los kabalistas llaman las esferas supramundanas. La llamada Inercia es una Fuerza, según Newton, y para el estudiante de las ciencias esotéricas es la mayor de las fuerzas ocultas. Sólo en este plano de ilusión puede concebirse un cuerpo divorciado de sus relaciones con otros cuerpos; las que, según las ciencias físicas y mecánicas, dan lugar a sus atributos. De hecho, jamás puede ser así aislado, siendo incapaz la muerte misma de separarle de su relación con las Fuerzas Universales, de las que la Fuerza Única, la Vida, es la síntesis; la relación recíproca continúa sencillamente en otro plano. Mas, si Stallo tiene razón, ¿qué puede querer decir el Dr. James Croll cuando, al hablar “Sobre la Transformación de la Gravedad”, expone las opiniones defendidas por Faraday, Waterston y otros? Pues dice él muy claramente que la gravedad:

            
Es una fuerza que penetra del espacio exterior a los cuerpos, y que a la aproximación mutua de los cuerpos no se aumenta la fuerza, según se supone generalmente, sino tan sólo que los cuerpos pasan a un lugar donde existe la fuerza con mayor intensidad.

            
Nadie negará que una Fuerza, ya sea la de la gravedad, la electricidad o cualquier otra que exista fuera de los cuerpos y en el Espacio libre -sea el Éter o un vacío- debe ser algo, y no un puro nada, cuando se concibe aparte de una masa. De otro modo, difícilmente podría existir con “intensidad” mayor en un lugar, y con una reducida en otro. Lo mismo declara G. A. Him en su Théorie Mécanique de l’Univers. Trata de demostrar:

            
Que el átomo de los químicos no es una entidad de pura convención, o simplemente un recurso explicativo, sino que existe realmente; que su volumen es inalterable, y que, por consiguiente, no es elástico (!!). La Fuerza, por lo tanto, no está en el átomo; está en el espacio que separa entre sí a los átomos.

            
Las opiniones arriba citadas, expuestas por dos hombres de ciencia muy eminentes en sus respectivos países, revelan que de ningún modo es anticientífico hablar de la sustancialidad de las llamadas Fuerzas. Sujeta a algún nombre específico futuro, esta Fuerza es una Substancia de alguna clase, no puede ser otra cosa; y quizás algún día la Ciencia será la primera en volver a adoptar el nombre ridiculizado de flogística. Sea cual fuese el nombre futuro que se le dé, el sostener que la Fuerza no reside en los Átomos, sino únicamente en el “espacio entre ellos”, podrá ser muy científico; sin embargo, no es verdad. Para la mente del ocultista es lo mismo que decir que el agua no reside en las gotas que componen el Océano, sino solamente en el espacio entre aquellas gotas.
            
La objeción de que existen dos escuelas distintas de físicos, una de las cuales

            
Supone que esa fuerza es una entidad substancial independiente, que no es una propiedad de la materia, ni está esencialmente relacionada con la misma, con dificultad ayudará al profano a ver más claro. Ella, por el contrario, parece calculada para aumentar su confusión más que nunca. Pues la Fuerza no es entonces ni una cosa ni la otra. Considerándola como “una entidad substancial independiente”, la teoría se aproxima al ocultismo, mientras que la idea contradictoria extraña, de que no está “relacionada con la materia más que por su poder de actuar sobre ella”, conduce la ciencia física a las hipótesis contradictorias más absurdas. Ya sea “Fuerza” o “Movimiento” (el Ocultismo, no viendo diferencia alguna entre los dos términos, jamás intenta separarlos), ello no puede obrar en un sentido para los partidarios de la teoría atómico-mecánica, y en otro para los de la escuela rival. Ni pueden ser los Átomos absolutamente uniformes en tamaño y pesantez, en un caso, y diferir en otro en su pesantez (ley de Avogadro). Porque, según las palabras del mismo hábil crítico:

            
A la vez que la igualdad absoluta de las unidades primordiales de masa es de este modo una parte esencial de las bases mismas de la teoría mecánica, toda la ciencia química moderna está fundada en un principio completamente contrario; principio del cual se ha dicho recientemente “que ocupa en química el mismo lugar que la ley de gravitación en astronomía”. Este principio es conocido con el nombre de ley de Avogrado o Ampère.

            
Esto muestra que tanto la Química como la Física modernas yerran por completo en sus principios fundamentales respectivos. Porque si se considera absurda la suposición de átomos de gravedades específicas diferentes, basándose en la teoría atómica de la física; y si a pesar de ello la química, fundándose en esa misma suposición encuentra una “comprobación experimental infalible” en la formación y transformación de los compuestos químicos, es evidente entonces que la teoría atómico-mecánica es insostenible. La explicación de la última, de que las “diferencias de pesantez son tan sólo diferencias de densidad, y que las diferencias de densidad son diferencias de distancia entre las partículas contenidas en un espacio dado”, no es realmente válida, porque antes de que pueda un físico argüir en su defensa que “como en el átomo no hay multiplicidad de partículas ni espacio vacío, son, por consiguiente, imposibles las diferencias de densidad, o pesantez en el caso de los átomos”, ha de saber, en primer lugar, lo que es un átomo en realidad, y esto es precisamente lo que no puede conocer. 

Él necesita traerlo bajo la observación de uno de sus sentidos físicos por lo menos, y esto no puede hacerlo por la sencilla razón de que jamás nadie ha visto, olido, oído, tocado o gustado un átomo. El átomo pertenece por completo al dominio de la Metafísica. Es una abstracción convertida en entidad (al menos para la ciencia física); y nada tiene que ver con la Física estrictamente hablando, puesto que nunca se le podrá someter a prueba de retorta o de balanza. El concepto mecánico, por lo tanto, se convierte en un embrollo de las teorías y dilemas más opuestos, para las mentes de los muchos hombres de ciencia que están en desacuerdo, tanto en esta cuestión como en otras; y su evolución es contemplada con la mayor desorientación por el ocultista oriental que asiste a esa lucha científica.
            
Concluyamos con la cuestión de la gravedad: ¿Cómo puede la Ciencia presumir que sabe algo cierto de ella? ¿Cómo puede sostener su posición y sus hipótesis contra las de los ocultistas, que sólo ven en la gravedad simpatía y antipatía, o atracción y repulsión, causadas por la polaridad física en nuestro plano terrestre, y por causas espirituales fuera de su influencia? ¿Cómo pueden estar en desacuerdo con los ocultistas, antes de ponerse de acuerdo entre ellos mismos? En efecto; se oye hablar de la Conservación de la Energía, y a renglón seguido de la perfecta dureza y falta de elasticidad de los Átomos; de la teoría kinética de los gases como idéntica a la llamada “energía potencial”, y al mismo tiempo, de las unidades elementales de masa, como absolutamente duras y faltas de elasticidad. Abre un ocultista un libro científico, y lee lo que sigue:

            
El atomismo físico deriva todas las propiedades cualitativas de la materia, de las formas del movimiento atómico. Los átomos mismos permanecen como elementos completamente privados de cualidad.

            
Y más abajo:

            
La química debe ser en su forma última, mecánico-atómica.

            
Y un momento después le dicen que:

            
Los gases consisten en átomos que se conducen como esferas sólidas, perfectamente elásticas.

            
Finalmente, para coronar del todo, vemos a Sir. W. Thomson declarando que:

            
La teoría moderna de la conservación de la energía nos prohíbe admitir la falta de elasticidad o cualquier cosa que no sea la elasticidad perfecta de las moléculas últimas, bien sea de la materia ultramundana o de la mundana.

            
Pero ¿qué dicen a todo esto los hombres de verdadera ciencia? Por los “hombres de verdadera ciencia” entendemos a aquellos que se toman demasiado interés por la verdad y muy poco por la vanidad personal para dogmatizar acerca de algo, como hace la mayoría. Existen varios entre ellos -mas quizás que no se atreven a publicar abiertamente sus secretas conclusiones por temor al grito: “¡Apedreadlo hasta que muera!”- cuyas intuiciones les han hecho cruzar el abismo que existe entre el aspecto terrestre de la Materia y la para nosotros, en nuestro plano de ilusión, Substancia subjetiva, esto es, trascendentalmente objetiva, y esto les ha conducido a proclamar la existencia de la última. Preciso es tener presente que la Materia es, para el ocultista, aquella totalidad de existencia en el Kosmos que entra en alguno de los planos de percepción posible. 

De sobra sabemos que las teorías ortodoxas acerca del sonido, del calor y de la luz están en contra de las doctrinas ocultas. Mas no basta que los hombres de ciencia, o sus defensores, digan que no niegan poder dinámico a la luz y al calor, y presenten como prueba el hecho de que el radiómetro de Mr. Crookes no ha modificado las opiniones. Si quieren profundizar la naturaleza última de esas Fuerzas, tienen que admitir primeramente su naturaleza substancial, por suprasensible que esa naturaleza pueda ser. Tampoco niegan los ocultistas la exactitud de la teoría de las vibraciones (18). Sólo que limitan sus funciones a nuestra Tierra, declarando su nulidad en otros planos que los nuestros; pues los Maestros en las ciencias ocultas perciben las Causas que producen vibraciones etéreas. Si fuesen sólo ficciones de los alquimistas o sueños de los místicos, entonces hombres como Paracelso, Filaletes, Van Helmont y tantos otros, tendrían que ser considerados peor que visionarios; ellos serían impostores y mistificadores deliberados.
            
Atácase a los ocultistas por llamar a la Causa de la luz, del calor, del sonido, de la cohesión, del magnetismo, etc., etc., una Substancia. Mr. Clerk Maxwell declaró que la presión de la luz fuerte del Sol en una milla cuadrada es de 3 1/4 libras aproximadamente. Se les dice que es “la energía de la miríada de ondas etéreas”; y cuando ellos la llaman una substancia que pesa sobre aquella área, proclámase su explicación anticientífica.
            
No existe justificación alguna para una acusación semejante. De ninguna manera -como ya se ha declarado más de una vez- discuten los ocultistas que las explicaciones de la Ciencia ofrecen una solución de las acciones objetivas inmediatas en obra. Sólo yerra la Ciencia cuando cree que, porque ha descubierto en las ondas vibratorias la causa inmediata de esos fenómenos, ha revelado, por consiguiente, todo lo que se halla más allá del umbral de los sentidos. Ella sigue simplemente la serie de fenómenos en un plano de efectos, proyecciones ilusorias de la región en que ha penetrado el Ocultismo hace largo tiempo. Y el último sostiene que aquellos estremecimientos etéricos no son puestos en acción, como afirma la Ciencia, por las vibraciones de las moléculas de los cuerpos conocidos, la Materia de nuestra conciencia objetiva terrestre, sino que debemos buscar las Causas últimas de la luz, del calor, etcétera, en la Materia existente en estados suprasensibles, pero tan completamente objetivos, sin embargo, para la vida espiritual del hombre, como lo es un caballo o un árbol para el mortal común. La luz y el calor son el fantasma o sombra de la Materia en movimiento. Tales estados pueden ser percibidos por el Vidente o el Adepto durante las horas de éxtasis, bajo el Rayo Sushumnâ (el primero de los Siete Rayos Místicos del Sol).
            
Así pues, presentamos la doctrina Oculta que mantiene la realidad de una esencia suprasubstancial y suprasensible de aquel Âkâsha -no del Éter, que es sólo un aspecto del último-, cuya naturaleza no puede inferirse de sus remotas manifestaciones, su falange meramente fenomenal de efectos, en este plano terrestre. La Ciencia, por el contrario, nos informa que jamás puede considerarse el calor como Materia en estado concebible alguno. Para recordar a los dogmatizadores occidentales que la cuestión no puede en ningún modo considerarse como zanjada, citaremos a un crítico sumamente imparcial, a un hombre cuya autoridad nadie puede poner en duda:

            
No existe diferencia fundamental entre la luz y el calor... cada uno es sólo la metamorfosis del otro. Calor es luz en reposo completo. Luz es calor en movimiento rápido. Tan pronto se combina la luz con un cuerpo, conviértese en calor; pero cuando es arrojado fuera de aquel cuerpo se convierte de nuevo en luz.

            
No podemos decir si esto es cierto o falso, y muchos años, muchas generaciones quizás habrán de transcurrir antes de que seamos capaces de asegurarlo. También se nos dice que los dos grandes obstáculos para la teoría del fluido (?) del calor son indudablemente:

            1º  La producción del calor por fricción, excitación del movimiento molecular.
            2º  La conversión del calor en movimiento mecánico.

            
La contestación dada es: hay fluidos de varias clases. Llámase a la electricidad un fluido, y así sucedía muy recientemente con el calor; pero era en la suposición de que el calor era alguna substancia imponderable. Esto pasaba durante el reinado supremo y autocrático de la Materia. Cuando se destronó a la Materia y fue proclamado el movimiento único rey y señor del Universo, convirtióse el calor en un “modo de movimiento”. Por lo tanto, no hay que desesperar; puede él convertirse el día de mañana en otra cosa cualquiera. Como el Universo mismo, la Ciencia está siempre evolucionando, y nunca puede decir: “Yo soy lo que soy”. Por otra parte, la Ciencia Oculta tiene sus tradiciones inmutables, que datan de los tiempos prehistóricos. Puede errar en detalles, pero nunca será culpable de una equivocación en cuestiones de Ley Universal, sencillamente porque esa Ciencia, con justicia llamada Divina por la Filosofía, nació en planos superiores y fue traída a la Tierra por Seres que eran más sabios que lo será el hombre, aun en la Séptima Raza de su séptima Ronda. Y esa Ciencia sostiene que las Fuerzas no son lo que la ciencia moderna quisiera que fuesen, como por ejemplo: el magnetismo no es un “modo de movimiento”; y en este caso particular al menos, la ciencia exacta moderna tendrá, seguramente, algún día un disgusto. A primera vista, nada puede parecer más ridículo, más atrozmente absurdo que decir, por ejemplo: El Yogui indo iniciado sabe en realidad de la naturaleza y constitución últimas de la luz, tanto solar como lunar, diez veces más que el físico europeo más eminente. ¿Por qué cree, sin embargo, que el Rayo Sushumnâ es aquel rayo que proporciona a la Luna su prestada luz? ¿Por qué es “el Rayo querido del Yogui iniciado”? ¿Por qué consideran esos Yoguis a la Luna como la deidad de la Mente? Nosotros contestamos: porque la luz, o más bien todas sus propiedades ocultas, todas sus combinaciones y correlaciones con otras fuerzas mentales, psíquicas y espirituales, eran perfectamente conocidas por los antiguos Adeptos.
            
Por consiguiente, aunque la Ciencia Oculta pueda estar menos bien informada que la Química moderna en cuanto al comportamiento de elementos compuestos en varios casos de correlación física, es, sin embargo inconmensurablemente superior, en su conocimiento de los estados ocultos últimos de la materia y de la verdadera naturaleza de la misma, a todos los físicos y químicos juntos de nuestra época presente.
            
Ahora bien; si declaramos franca y sinceramente la verdad, es decir, que los antiguos Iniciados tenían un conocimiento de la física como ciencia de la Naturaleza, mucho más amplio que el que poseen nuestras Academias de Ciencias todas juntas, esta declaración será tachada de impertinente y absurda; porque se considera que las ciencias físicas han alcanzado en nuestra época el máximum de la perfección. De aquí la pregunta desdeñosa: ¿Pueden los ocultistas conciliar satisfactoriamente los dos puntos siguientes, a saber: 

a) La producción del calor por el roce, excitación del movimiento molecular; 

b) La conversión del calor en fuerza mecánica, si mantienen la antigua y desacreditada teoría de que el calor es una substancia o un fluido?
            
Para contestar a la pregunta debe observarse en primer lugar que las ciencias ocultas no consideran la electricidad, o cualquier otra de las Fuerzas que se supone originadas por ésta, como Materia en ninguno de los estados conocidos por la ciencia física; más claro: ninguna de esas llamadas Fuerzas es un sólido, un gas o un fluido. Si no pareciese pedantería, hasta se opondría un ocultista a que se llamase a la electricidad fluido, puesto que es un efecto y no una causa. Pero él diría que su Nóumeno es una Causa Consciente. Lo mismo en los casos de la “Fuerza” y el “Átomo”. Veamos lo que un eminente académico, el químico Butlerof, dijo acerca de esas dos abstracciones. Este notable hombre de ciencia arguye del modo siguiente:

            
¿Qué es la Fuerza? ¿Qué es, desde un punto de vista estrictamente científico, y según está confirmada por la ley de conservación de la energía? Los conceptos respecto a la Fuerza están resumidos por nuestros conceptos de tal o cual modo de movimiento. La Fuerza es, pues, simplemente el paso de un estado de movimiento a otro; de la electricidad al calor y a la luz, del calor al sonido o a alguna función mecánica, y así sucesivamente. La primera vez que fue producido el fluido eléctrico por el hombre en la tierra, debió de haber sido por fricción; por consiguiente, como es bien sabido, el calor es lo que lo produce alterando su estado cero, y la electricidad no existe más per se, en la tierra, que el calor o la luz o cualquier otra fuerza. Como dice la Ciencia, todas ellas son correlaciones. Cuando una cantidad de calor dada por medio de una máquina de vapor es transformada en trabajo mecánico, hablamos del poder del vapor (o fuerza). Cuando un cuerpo en su caída tropieza con un obstáculo en su camino, originando con ello el calor y el sonido, llamamos a esto fuerza de choque. Cuando la electricidad descompone el agua o calienta un hilo de platino, hablamos de la fuerza de fluido eléctrico. Cuando son interceptados los rayos del sol por el termómetro y su mercurio se dilata, hablamos de la energía calorífica del sol. En una palabra: cuando cesa el estado de una cantidad de movimiento determinada, otro estado de movimiento equivalente al anterior lo reemplaza, y el resultado de semejante transformación o correlación es la Fuerza. En todos los casos en que no existe tal transformación o paso de un estado de movimiento a otro, no es posible fuerza alguna. Admitamos por un momento un estado del Universo absolutamente homogéneo, y nuestra concepción de la Fuerza cae por tierra.
            

Por lo tanto, resulta evidente que la fuerza, que el materialismo considera como la causa de la diversidad que nos rodea, es, en estricta realidad, sólo un efecto, un resultado de esa diversidad. Desde tal punto de vista la Fuerza no es la causa del movimiento, sino un resultado, mientras que la causa de esa Fuerza, o fuerzas, no es la Substancia o Materia, sino el movimiento mismo. Así pues, hay que descartar a la Materia, y con ella el principio fundamental del materialismo, que se ha hecho innecesario, puesto que la Fuerza traída a un estado de movimiento no puede dar idea alguna de la Substancia. Si la Fuerza es el resultado del movimiento, entonces no se comprende por qué ese movimiento habría de atestiguar la Materia y no el Espíritu, o una esencia Espiritual. Cierto es que no puede nuestra razón concebir un movimiento sin algo que se mueva (y nuestra razón está en lo cierto); pero la naturaleza o ser de ese algo moviente permanece completamente desconocida para la Ciencia; y en tal caso, tanto derecho tiene el espiritualista a atribuirlo a un “Espíritu”, como un materialista a la Materia creadora y omnipotencial. Un materialista no tiene en este caso privilegio especial, ni puede reclamar ninguno. La ley de la conservación de la energía, vista de tal modo, resulta ser ilegítima en este caso en sus pretensiones y reclamaciones. El “gran dogma” -no hay fuerza sin materia y no hay materia sin fuerza- se viene abajo, y pierde por completo el significado solemne con que el Materialismo ha tratado de investirlo. El concepto de Fuerza no da además idea de Materia, y de ningún modo nos obliga a ver en ésta el “origen de todos los orígenes”.

            
Nos aseguran que la Ciencia Moderna no es materialista; y nuestra convicción propia nos dice que no puede serlo, cuando su saber es real. Existe una buena razón para esto, bien definida por algunos de los mismos físicos y químicos. Las ciencias naturales no pueden marchar mano a mano con el Materialismo. Para estar a la altura de su misión, tienen los hombres de ciencia que rechazar la posibilidad misma de que tengan algo que ver las doctrinas Materialistas con la teoría atómica; y vemos que Lange, Butlerof, Du Bois Reymond -este último inconscientemente quizás- y otros varios lo han probado. Esto además está demostrado por el hecho de que Kanâda en la India, y Leucipo y Demócrito en Grecia, y después de estos Epicuro -los primitivos atomistas en Europa-, a la par que propagaban su doctrina de las proporciones definidas, creían al mismo tiempo en Dioses o Entidades suprasensibles. Sus ideas sobre la materia diferían por lo tanto de las que ahora prevalecen. Se nos permitirá aclarar nuestra afirmación por medio de una breve sinopsis de las opiniones antiguas y modernas de la Filosofía acerca de los átomos, y demostrar así que la Teoría Atómica mata al Materialismo.
            
Desde el punto de vista del Materialismo, que reduce los principios de todas las cosas a la Materia, el Universo en su plenitud se compone de átomos y vacío. Aun dejando aparte el axioma enseñado por los antiguos, y absolutamente demostrado en la actualidad por el telescopio y el microscopio, de que la Naturaleza aborrece el vacío, ¿qué es un átomo? El profesor Butlerof dice:

            
Es, nos contesta la Ciencia, la división limitada de la Substancia, la partícula indivisible de la Materia. El admitir la divisibilidad del átomo equivale a la admisión de una divisibilidad infinita de la Substancia; lo que es igual a reducir la Substancia a nihil, o la nada. El Materialismo, sólo por efecto de un sentimiento de propia conservación, no puede admitir la divisibilidad infinita; de otro modo tendría que despedirse para siempre de su principio fundamental y firmar así su propia sentencia de muerte.

            
Büchner, por ejemplo, cual verdadero dogmatizador en Materialismo, declara que:

            
El aceptar la divisibilidad infinita es un absurdo, y equivale a dudar de la existencia misma de la Materia.

            
El Átomo es, pues, indivisible, dice el Materialismo. - Perfectamente. He aquí ahora lo que Butlerof contesta:

            
Véase a qué curiosa contradicción este principio fundamental de los materialistas, les conduce. El átomo es indivisible, y sabemos al mismo tiempo que es elástico. No se puede pensar en intentar privarle de elasticidad; esto equivaldría a un absurdo. Átomos privados en absoluto de elasticidad, jamás podrían manifestar uno solo de aquellos numerosos fenómenos que se atribuyen a sus correlaciones. Sin alguna elasticidad no podrían los átomos manifestar su energía, y la Substancia de los materialistas quedaría desprovista de toda fuerza. Por consiguiente, si el Universo está compuesto de átomos, tienen estos que ser elásticos. 

Aquí es donde tropezamos con un obstáculo insuperable. Porque, ¿cuáles son las condiciones requeridas para la manifestación de la elasticidad? Una pelota elástica, al chocar con un obstáculo, se aplasta y contrae; lo cual no podría hacer si no consistiese esa pelota en partículas que experimentan en su posición relativa un cambio temporal en el momento del choque. Esto puede decirse de la elasticidad en general; no hay elasticidad posible sin cambio con respecto a la posición de las partículas compuestas de un cuerpo elástico. Esto quiere decir que el cuerpo elástico es variable, y se compone de partículas, o en otras palabras, que la elasticidad sólo puede pertenecer a aquellos cuerpos que son divisibles y el átomo es elástico.

            
Basta esto para mostrar cuán absurdas son las admisiones simultáneas de la no divisibilidad y de la elasticidad del átomo. El átomo es elástico, ergo el átomo es divisible, y debe estar compuesto de partículas o de subátomos. ¿Y estos subátomos? O no son elásticos, y en tal caso no presentan importancia dinámica alguna, o son elásticos también, en cuyo caso están igualmente sujetos a la divisibilidad. Y así ad infinitum. Pero la divisibilidad infinita de los átomos resuelve a la Materia en simples centros de Fuerza, esto es, excluye la posibilidad de concebir a la Materia como una substancia objetiva.
            
Este círculo vicioso es fatal al Materialismo. Encuéntrase cogido en sus propias redes, y no hay posibilidad de huir del dilema. Si él dice que el átomo es indivisible, tendrá entonces a la Mecánica dirigiéndole la embarazosa pregunta siguiente:

            
¿Cómo se mueve en este caso el Universo y cómo se relacionan entre sí sus fuerzas? Un mundo edificado sobre átomos no elásticos en absoluto, es semejante a una máquina sin vapor; está condenado a la inercia eterna.

            
Admítanse las explicaciones y enseñanzas del Ocultismo, y -la inercia ciega de la ciencia física, siendo reemplazada por los Poderes activos inteligentes tras el velo de la materia- el movimiento y la inercia se convierten en subordinados de aquellos Poderes. La ciencia entera del Ocultismo está basada sobre la doctrina de la naturaleza ilusoria de la materia, y la divisibilidad infinita del átomo. Ella abre horizontes ilimitados a la Substancia, animada por el soplo divino de su Alma en todo estado posible de tenuidad, estados no soñados aún por los químicos y físicos más espiritualmente predispuestos.
            
Las ideas que preceden fueron enunciadas por un académico, el químico más eminente de Rusia, autoridad reconocida hasta en Europa, el difunto profesor Butlerof. Cierto es que defendía los fenómenos de los espiritistas, las llamadas materializaciones, en que creía, como también los profesores Zöllner y Hare, y en los que creen aún abierta o secretamente Mr. A. Russel Wallace, Mr. W. Crookes y muchos otros Miembros de la Sociedad Real. Pero su argumento respecto a la naturaleza de la Esencia que opera tras los fenómenos físicos de la luz, del calor, de la electricidad, etc., no por esto es menos científico y autorizado, y se aplica admirablemente al caso en cuestión. No tiene la Ciencia derecho a negar a los Ocultistas su pretensión de un conocimiento más profundo de las llamadas Fuerzas, las que dicen ellos son únicamente los efectos de causas originadas por Poderes, substanciales, aunque suprasensibles, y más allá de toda clase de Materia conocida hasta ahora por los hombres de ciencia. Lo más que puede hacer la Ciencia es asumir y mantener la actitud del Agnosticismo. Puede decir entonces: Vuestro caso no está más probado que el nuestro; pero confesamos no saber nada en realidad respecto a la Fuerza o a la Materia, o al que  radica en el fondo de lo que se llama correlación de Fuerzas. Por consiguiente, sólo el tiempo puede probar quién tiene razón y quién no la tiene. Esperemos pacientemente, y mientras tanto, en vez de ridiculizarnos unos a otros, seamos mutuamente corteses.
            
Mas hacer esto requiere un amor ilimitado a la verdad y la renuncia a ese prestigio -sin embargo falso- de infalibilidad, que han adquirido los hombres de ciencia entre la masa de los profanos ignorantes y superficiales, aunque ilustrados. La fusión de las dos Ciencias, la arcaica y la moderna, exige ante todo el abandono de los derroteros materialistas actuales. Requiere una especie de misticismo religioso y hasta el estudio de la antigua Magia, que nuestros académicos jamás emprenderán. La necesidad de ello, fácilmente se explica. Así como en las antiguas obras  alquímicas, el significado verdadero de las Substancias y Elementos mencionados está oculto bajo la  forma de las más ridículas metáforas, de igual modo las naturalezas física, psíquica y espiritual de los Elementos (del fuego, por ejemplo), están ocultas en los Vedas, y especialmente en los Purânas, bajo alegorías únicamente comprensibles para los Iniciados. Si no tuviese significado alguno, entonces todas aquellas largas leyendas y alegorías acerca de la santidad de los tres tipos del Fuego y de los Cuarenta y Nueve Fuegos originales -personificados por los Hijos de las Hijas de Daksha y los Rishis, sus Esposos, quienes con el primer Hijo de Brahmâ y sus tres descendientes constituyen los Cuarenta y Nueve Fuegos- serían una charlatanería idiota y nada más. Pero no es así. Cada Fuego tiene una función y un significado distinto en los mundos de lo físico y de lo espiritual. Él tiene además, en su naturaleza esencial, una relación correspondiente a una de las facultades psíquicas humanas, aparte de sus virtualidades químicas y físicas bien determinadas, cuando entra en contacto con la Materia diferenciada terrestre. 

La Ciencia no tiene especulaciones que ofrecer respecto al Fuego per se; el Ocultismo y la antigua ciencia religiosa las tienen. Esto se ve hasta en la fraseología árida y de intento velada de los Purânas, donde, como en el Vâyu Purâna, muchas de las cualidades de los Fuegos personificados están explicadas. Así, Pâvaka es el Fuego Eléctrico o Vaidyuta; Pavamâna, el Fuego producido por Fricción o Nirmathya; y Shuchi, el Fuego Solar, o Saura, siendo todos estos tres los hijos de Abhimânin, el Agni (Fuego), hijo mayor de Brahmâ y de Svâhâ. Además Pâvaka aparece como emparentado a Kavyavâhana, el Fuego de los Pitris; Shuchi a Havyavâhana, el Fuego de los Dioses; y Pavamâna a Saharaksha, el Fuego de los Asuras. Ahora bien; todo esto muestra que los escritores de los Purânas estaban perfectamente familiarizados con las Fuerzas de la Ciencia y sus correlaciones, así como con las distintas cualidades de estas últimas en su relación con los fenómenos psíquicos y físicos, desconocidos hasta ahora por la ciencia física, que no les presta crédito. Naturalmente, cuando un orientalista, en particular si se trata de uno imbuido de tendencias materialistas, lee que aquéllas son únicamente denominaciones del Fuego usadas en las invocaciones y rituales, llama a esto “superstición y mistificación Tântrika”; y pone mayor cuidado en evitar errores de ortografía que en prestar atención al significado secreto dado a las personificaciones, o en buscar su explicación en las correlaciones físicas de las Fuerzas, en cuanto éstas son conocidas. Tan poco conocimiento en verdad se concede a los antiguos arios, que aun pasajes tan luminosos como el del Vishnu Purâna no se tienen en cuenta. Sin embargo, ¿qué puede significar este párrafo?

            
Entonces el éter, el aire, la luz, el agua y la tierra, unidos diversamente a las propiedades del sonido y demás, existían como distinguibles según sus cualidades... pero, poseyendo muchas y distintas energías y no estando relacionados, no podían, sin combinación, crear seres vivientes, por no haberse fundido unos en otros. Habiéndose combinado unos con otros, pues, asumieron, por medio de su mutua asociación, el carácter de una masa de completa unidad; y, con dirección del Espíritu, etcétera.

            
Esto significa, desde luego, que los escritores estaban perfectamente familiarizados con la correlación, y en terreno firme respecto al origen del Kosmos desde el “Principio Indiscreto”, Avyaktânugrahena, aplicado a Parabrahman y Mûlaprakriti mancomunadamente, y no a “Avaykta”, o sea la Causa Primera o la Materia”, como traduce Wilson. No reconocían los antiguos Iniciados ninguna “Creación milagrosa”, sino que enseñaban la evolución de los átomos en nuestro plano físico, y su primera diferenciación del Laya al Protilo, según Mr. Crookes ha llamado significativamente a la Materia, o substancia primordial, más allá de la línea cero -allí donde colocamos a Mûlaprakriti, el Principio-Raíz del Material del Mundo y de todo cuanto en el Mundo existe.
            
Esto puede demostrarse fácilmente. Tomad, por ejemplo, el catecismo de los vedantinos Vishishthâdvaita recientemente publicado, sistema, ortodoxo y exotérico, libremente enunciado y enseñado ya en el siglo XI, en una época en que la “ciencia” europea todavía creía en la cuadratura y aplastamiento de la Tierra de Cosme Indicopleustes, del siglo VI. Aquel sistema enseña que antes de que comenzase la Evolución, Prakriti, la Naturaleza, se encontraba en condición de Laya o de homogeneidad absoluta; pues la “Materia existe en dos condiciones: en la condición Sûkshma, o latente e indiferenciada, y en la de Sthûla, o diferenciada”. 

Luego convirtióse en Anu, atómica. Él habla de Suddasattva, “una substancia no sujeta a las cualidades de la Materia, de la cual difiere por completo”; y añade que de esa Substancia son formados los cuerpos de los Dioses, los moradores de Vaikunthaloka, el Cielo de Vishnu. Dice que cada partícula o átomo de Prakriti contiene a Jîva (la vida divina), y es el Sharîra (cuerpo) de ese Jîva que contiene; mientras que cada Jîva es a su vez el Sharîra del Espíritu Supremo, pues “Parabrahman impregna a todo Jîva así como a toda partícula de Matería”. Por dualística y antropomórfica que sea la filosofía de los vishishthâdvaita, cuando se la compara con la de los advaita -los no dualistas- es, no obstante, inmensamente superior en lógica a la cosmogonía aceptada por el Cristianismo o por su gran adversario, la Ciencia Moderna. Los discípulos de una de las más grandes inteligencias que jamás han aparecido en la Tierra, los vedantinos advaita, son llamados ateos porque consideran como una ilusión a todas las cosas, salvo a Parabrahmann, el Sin Par, o Realidad Absoluta. Sin embargo, los más sabios Iniciados, así como también los más grandes yoguis, salieron de sus filas. Los Upanishads muestran que indudablemente conocían no sólo lo que es la substancia causal en los efectos de la fricción, y que sus antecesores estaban familiarizados con la conversión del calor en fuerza mecánica, sino que también conocían el Nóumeno de todos los fenómenos tanto espirituales como cósmicos.

           

En verdad que al joven brahmán que se gradúa en las universidades y colegios de la India con las mejores notas; que entra en la vida como M. A. (32) y LL. B., con una serie de iniciales desde el alfa a la omega a continuación de su nombre, y con un desdén hacia sus Dioses nacionales proporcionado a las notas obtenidas durante su educación en las ciencias físicas; le basta en verdad leer a la luz de estas últimas, y sin perder de vista la correlación de las Fuerzas físicas, ciertos pasajes de sus Purânas, si quiere conocer cuánto más sabían sus antepasados de lo que él no sabrá jamás, a menos de convertirse en ocultista. Que estudie la alegoría de los Purûravas y del Gandharva celeste, que entregó a los primeros un vaso lleno de celeste fuego. El modo primitivo de obtener el fuego por el frotamiento tiene su explicación científica en los Vedas, y está lleno de significación para quien sepa leer entre líneas. 

La Tretâgni (tríada sagrada de fuegos, obtenida por el frotamiento de palos hechos con la madera del árbol Ashvattha, el árbol Bo de la Sabiduría y del Conocimiento, palos “con un largo del ancho de tantos dedos como sílabas hay en la Gâyatrî”, debe tener un  significado secreto, o de otro modo los escritores de los Vedas y Purânas no serían escritores sagrados, sino mistificadores. Que posee tal significado, lo prueban los ocultistas indos, únicos capaces de iluminar a la Ciencia respecto de por qué y cómo el Fuego, que era uno primitivamente, fue convertido en triple (tretâ) en nuestro Manvántara presente, por el Hijo de Ilâ (Vâch), la Mujer Primitiva después del Diluvio, esposa e hija del Vaivasvata Manu. La alegoría es significativa en cualquier Purâna que se lea y estudie.

H.P. Blavatsky  D.S  TII

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