martes, 10 de mayo de 2016

LA LUNA; DEUS LUNUS, PHCEBE

            



Este símbolo arcaico es el más poético de todos los símbolos, así como también el más filosófico. Los antiguos griegos lo hicieron notorio, y los poetas modernos lo han usado hasta la saciedad. La Reina de la Noche, cabalgando en la majestad de su luz sin par en el Cielo, dejando a todo, hasta a Héspero, en la sombra, y extendiendo su plateado manto sobre el Mundo Sideral desde Milton y Shakespeare, hasta el último de los versificadores. Pero la refulgente lámpara de la noche, con su séquito de estrellas innumerables, ha hablado tan sólo a la imaginación del profano. Hasta últimamente, la Religión y la Ciencia no han intervenido en este hermoso mito. Sin embargo, la fría y casta Luna, aquella que según las palabras de Shelley:

                        ...hace hermoso todo aquello sobre lo que sonríe,
                        Aquel santuario vagabundo de llama suave y helada
                        Que siempre se transforma, mas es siempre la misma,
                        Y no calienta, pero ilumina...

está en relaciones más estrechas con la Tierra que ningún otro globo sideral. El Sol es la Fuente de Vida de todo el Sistema Planetario; la Luna es el Dador de Vida a nuestro Globo; y las primeras razas lo comprendían y sabían, aun en su infancia. Ella es la Reina y es el Rey. Era el Rey Soma antes de transformarse en Febo y en la casta Diana. Es, en modo preeminente, la Deidad de los cristianos por conducto de los judíos mosaicos y kabalísticos; y aun cuando el mundo civilizado haya permanecido por largas edades ignorante del hecho, es en realidad así, desde que murió el último Padre de la Iglesia iniciado, llevando consigo a la tumba los secretos de los Templos paganos. Para Padres tales como Orígenes y Clemente de Alejandría, la Luna era símbolo viviente de Jehovah; el Dador de la Vida y el Dador de la Muerte, el que dispone de la Existencia (en nuestro Mundo). Pues si Artemisa fue la Luna en el Cielo, y para los griegos, Diana en la Tierra, que presidía sobre el nacimiento y vida del niño; entre los egipcios fue Hekat (Hécate) en el Infierno, la Diosa de la Muerte, que mandaba sobre la magia y los encantamientos. Más aún: lo mismo que la Luna, cuyos fenómenos son triples, Diana-Hécate-Luna, es el tres en uno. Pues es Diva triformis, tergemina, triceps, tres cabezas en un cuello, como Brahmâ-Vishnu-Shiva. Por tanto, es el prototipo de nuestra Trinidad, la cual no ha sido siempre completamente masculina. El número siete, tan notorio en la Biblia y tan sagrado en el séptimo día o Sábado, vino a los judíos de la antigüedad, derivándose su origen del cuádruple número 7 contenido en los 28 días del mes lunar, cada uno de cuyos septenarios está representado por un cuarto de  Luna.
            

Vale la pena presentar en esta obra una relación a vista de pájaro del origen y desarrollo del mito y culto lunar, en la antigüedad histórica de nuestro lado del globo. Su origen primitivo no puede la Ciencia exacta averiguarlo, puesto que rechaza la tradición; a la vez que su historia arcaica es un libro cerrado para la Teología, que, bajo la dirección de los Papas astutos, ha impreso un estigma sobre  todo fragmento de literatura que no lleve el imprimatur de la Iglesia de Roma. Poca importancia tiene en este particular que sea la filosofía religiosa egipcia o la inda aria, la más antigua -la Doctrina Secreta dice que es la última-, toda vez que los “cultos” Lunar y Solar son los más antiguos del mundo. Ambos han sobrevivido y prevalecen hasta el presente en toda la tierra; para algunos, abiertamente; para otros de un modo secreto, como por ejemplo, en la simbología cristiana. El gato, símbolo lunar, estaba consagrado a Isis, que en cierto sentido era la Luna, lo mismo que Osiris era el Sol, como se ve frecuentemente en la parte superior del Sistro que tiene la Diosa en la mano. Aquel animal era muy venerado en la ciudad de Bubaste, que vestía luto a la muerte de los gatos sagrados; pues a Isis, lo mismo que a la Luna, se le rendía culto especial en aquella ciudad de los misterios. Del simbolismo astronómico que con él se relaciona, ya se ha hablado en la Sección I, y nadie lo ha descrito mejor que Mr. Gerald Massey en sus Lectures y en The Natural Genesis. Se dice que los ojos del gato parecen seguir las fases lunares en su desarrollo y decrecimiento, y que sus órbitas brillan como dos estrellas en la oscuridad de la noche. De aquí se origina la alegoría mitológica que muestra a Diana ocultándose en la Luna, bajo la forma de gato, cuando trataba de escapar, en compañía de otras Deidades, a la persecución de Tifón, según se refiere en la Metamorfosis de Ovidio. En Egipto, la Luna era a la vez el “Ojo de Horus” y el “Ojo de Osiris”, el Sol.
            

Lo mismo sucedía con el Cinocéfalo. El mono de cabeza de perro era un signo que simnbolizaba, por turno, el Sol y la Luna, aun cuando el Cinocéfalo es, en realidad, un símbolo hermético más que religioso. Éste es el jeroglífico del planeta Mercurio, y del Mercurio de los filósofos alquimistas, quienes decían que:

            
Mercurio tiene que estar siempre cerca de Isis, como su ministro; pues sin Mercurio, ni Isis ni Osiris pueden llevar a cabo cosa alguna en la Gran Obra.

            
El Cinocéfalo, siempre que está representado con el caduceo, con el creciente o con el loto, es un signo del Mercurio “filosófico”; pero cuando se le ve con una caña, o con un rollo de pergamino, representa a Hermes, el secretario y consejero de Isis, lo mismo que Hanumâna ejercía igual cargo acerca de Râma.
            
Aun cuando los verdaderos adoradores del Sol, los parsis, son pocos, sin embargo, no sólo está la mayor parte de la mitología e historia inda basada en aquellos dos cultos y entrelazada con ellos, sino que hasta en la religión cristiana pasa lo mismo. Desde su origen hasta nuestros días, ellos han matizado las teologías de las Iglesias Católica Romana y Protestante. Ciertamente, la diferencia entre las creencias indo aria y la aria europea es muy pequeña, si sólo se tienen en cuenta las ideas fundamentales de ambas. Los indos se enorgullecen de llamarse Sûryavanshas y Chandravanshas, de las Dinastías Solar y Lunar. Los cristianos pretenden considerar esto como idolatría, y sin embargo, su religión está por completo basada en el culto Solar y Lunar. Inútil es que los protestantes clamen contra los católicos romanos por su “Mariolatría”, basada en el antiguo culto de las Diosas lunares, puesto que ellos mismos adoran a Jehovah, que es sobre todo un Dios lunar; y cuando ambas Iglesias han aceptado en sus teologías el Cristo Solar y la Trinidad Lunar.
           
Lo que se conoce del culto lunar caldeo, del Dios Babilónico, Sin, llamado Deus Lunus por los griegos, es muy poco; y este poco se presta a extraviar al estudiante profano que no puede asir el significado esotérico de los símbolos. Entre los filósofos y escritores profanos antiguos era popularmente conocido -pues los que estaban iniciados habían jurado guardar silencio- que los caldeos rendían culto a la Luna bajo sus diferentes nombres femeninos y masculinos, habiendo hecho lo mismo los judíos, que vinieron después de ellos.
            
En los manuscritos no publicados del Lenguaje artificial de que ya se ha hecho mención, que dan una clave sobre la formación de la antigua lengua simbólica, se da una razón para este doble culto. Está escrito por un docto, místico profundamente versado en el particular, que lo describe en la forma comprensible de una hipótesis. Ésta, sin embargo, se convierte necesariamente en un hecho probado de la historia de la evolución religiosa del pensamiento humano, para cualquiera que haya vislumbrado algo del secreto de la antigua simbología. Dice así:


            
Una de las primeras ocupaciones de los hombres, relacionadas con las de verdadera necesidad, debería ser la observación de los períodos de tiempo  marcados en la bóveda celeste, al surgir y levantarse sobre la llanura del horizonte o sobre la superficie del agua tranquila. Estos vendrían a determinarse como los del día y de la noche, las fases de la Luna, sus revoluciones estelares o sinódicas, los períodos del año solar con la vuelta de las estaciones, y con la aplicación a tales períodos de la medida natural del día o de la noche, o sea del día dividido en luz y sombra. También se descubriría que había un día solar más largo y otro más corto y dos días solares de igual duración el día que la noche, dentro del período del año solar; pudiéndose señalar con la mayor precisión sus puntos dentro del año en los estrellados grupos de los cielos, o en las constelaciones sujetas a ese movimiento retrógrado, que con el tiempo necesitaría una corrección por intercalación, como sucedió en la descripción del Diluvio, en donde se hizo una corrección de 150 días en un período de 600 años, durante el cual había aumentado la confusión de las señales... Esto llegaría naturalmente a suceder con todas las razas en todos los tiempos; y semejante conocimiento debe creerse que ha sido inherente en la especie humana, antes de lo que llamamos el período histórico y durante el mismo.

            
Sobre esta base, busca el autor alguna función física natural, poseída en común por la especie humana, y relacionada con las manifestaciones periódicas, de tal modo, que “la relación entre las dos clases de fenómenos... se llegue a determinar en el uso popular”. Esta función la encuentra en:

            
(a)  El fenómeno fisiológico, cada mes lunar de 28 días, o 4 semanas de 7 días, de manera que tuviesen lugar 13 ocurrencias del período en 364 días, que es el año semanal del Sol de 52 semanas de 7 días. 

(b) La gestación del feto está marcada por un período de 126 días o 18 semanas de 7 días. (

c) El período llamado “el período de viabilidad”, es de 200 días o 30 semanas de 7 días. 

(d) El período del parto se cumple en 280 días, o 40 semanas de 7 días, o 10 meses lunares de 28 días, o 9 meses del calendario de 31 días, contando sobre el arco real de los cielos la medida del período del paso desde la oscuridad de la matriz a la luz y gloria de la existencia consciente, ese misterio y milagro constante e inescrutable... De este modo, los períodos de tiempo observados, que marcan  los trabajos de la obra del nacimiento, vendrían a ser naturalmente una base para cálculos astronómicos... Casi podemos asegurar... que ésta era la manera de contar en todas las naciones, ya sea de modo independiente o por medición e indirectamente, por la enseñanza. Éste era el método entre los hebreos, pues hasta hoy calculan el calendario por medio de los 354 y 355 del año lunar, y poseemos una prueba especial de que era el mismo método de los antiguos egipcios; cuya prueba es la siguiente:
            

La idea fundamental que estaba en la raíz de la filosofía religiosa de los hebreos, era que Dios contenía todas las cosas en sí mismo, y que el hombre era su imagen; el hombre incluyendo a la mujer... El lugar del hombre y de la mujer entre los hebreos era ocupado entre los egipcios por el toro y la vaca, consagrados a Osiris e Isis, que estaban representados respectivamente por un hombre con cabeza de toro, y por una mujer con cabeza de vaca, a cuyos símbolos rendían culto. Osiris era de un modo notorio el Sol y el río Nilo, el año tropical de 365 días, cuyo número es el valor de la palabra Neilos y el toro, así como también era el principio del fuego y de la fuerza productora de la vida; mientras que Isis era la Luna, el lecho del río Nilo, o la Madre Tierra, para cuyas energías parturientas era el agua una necesidad; el año lunar, de 354-364 días, era el determinante del tiempo de los períodos de gestación, así como la vaca designada por, o con, la creciente luna nueva...
            
Pero el uso de la vaca de los egipcios, en lugar de la mujer de los hebreos, no determinaba una diferencia radical de significación, sino una concurrencia en la enseñanza que tenía por objeto tan sólo la substitución de un símbolo de importancia común, que era el siguiente: el período de preñez en la vaca y en la mujer, se creía ser el mismo, o sea 280 días ó 10 meses lunares de 4 semanas. Y en este período consistía el valor esencial de este símbolo animal, cuyo signo era el de la luna creciente.... Estos períodos parturientos y naturales, se ha visto que son objeto de simbolismos en todo el mundo. Así eran usados por los indos, y se ha visto que fueron claramente expuestos por los antiguos americanos en las planchas de Richardson y de Gest, en la Cruz de Palenque y en otras partes, hallándose de un modo manifiesto en la base de la construcción de las formas del calendario de los Mayas del Yucatán, en las de los indos, en las de los asirios y en las de los antiguos babilonios, lo mismo que en las de los egipcios y antiguos hebreos. Los símbolos naturales... eran siempre el falo o el falo y el yoni... lo masculino y femenino. En efecto, las palabras traducidas por los términos generales varón y hembra, en el versículo 27 del primer capítulo del Génesis, son... sacr y n’cabvah, o, literalmente, falo y yoni. La representación de los emblemas fálicos, por sí sola, únicamente indicaría los miembros genitales del cuerpo humano, mientras que si se tienen en cuenta sus funciones y el desarrollo de las semillas que aquéllos producen, se llegaría a la determinación de un método de medidas de tiempo lunar, y, por medio de éstas, se tendrían las de tiempo solar.

            
Ésta es la clave fisiológica o antropológica del símbolo de la Luna. La clave que descubre el misterio de la Teogonía o evolución de los Dioses manvantáricos es más complicada y no tiene nada de fálico. En ella todo es místico y divino. Pero los judíos, aparte de haber relacionado a Jehovah directamente con la Luna, como Dios generador, han preferido ignorar las Jerarquías superiores, y han convertido en sus Patriarcas a algunas constelaciones zodiacales y a Dioses planetarios, euhemerizando de este modo la idea puramente teosófica y rebajándola al nivel de la humanidad pecadora. El manuscrito de que se ha extractado lo anterior, explica de un modo muy evidente a qué Jerarquía de Dioses pertenecía Jehovah, y quién era este Dios judío; pues demuestra en claro lenguaje lo que la Escritura ha sostenido siempre, a saber: que el Dios con que los cristianos han cargado no era más que el símbolo lunar de la facultad reproductiva o generadora de la Naturaleza. Han ignorado siempre hasta el Dios secreto hebreo de los kabalistas, Ain-Soph, un concepto tan elevado como el de Parabrahman en las ideas primitivas místicas de los kabalistas. Pero no es la Kabalah de Rosenroth la que pueda dar nunca las enseñanzas originales verdaderas de Simeón Ben Yochaï, que eran tan metafísicas y filosóficas como cualesquiera. ¿Y cuántos son los estudiantes de la Kabalah que sepan algo de aquéllas excepto por medio de sus desnaturalizadas traducciones latinas? Echemos una mirada a la idea que indujo a los antiguos judíos a adoptar un sustituto del Siempre Incognoscible, y que extravió a los cristianos haciéndoles tomar el substituto por la realidad:

            
Si a estos órganos (falo y yoni), considerados como símbolos de agencias creadoras cósmicas, se les puede atribuir la idea de... períodos de tiempo, entonces, verdaderamente, en la construcción de los templos, como Moradas de la Deidad, o de Jehovah, aquella parte designada como Sanctasantórum, o el Lugar Más Santo, debería tomar su título de la reconocida santidad de los órganos generadores considerados como símbolos de medidas lo mismo que de la causa creadora.
            
Entre los Sabios antiguos no existía un nombre, ni una idea, ni un símbolo de una Causa Primera. Entre los hebreos, el concepto directo de tal se apoyaba en un término negativo de comprensión, esto es, Ain-Soph o el Sin Límites. Pero el símbolo de su primera manifestación comprensible era el concepto de un círculo con su línea diametral, para representar a la vez una idea geométrica, fálica y astronómica...; pues el uno nace del 0, o círculo, sin el cual no podría existir; y del 1, o unidad primordial, surgen los 9 dígitos, y, geométricamente, todas las formas planas. Así en la Kabalah este círculo, con su línea diametral, es la figura de los 10 Sephiroth, o emanaciones, que componen el Adam Kadmon, u Hombre Arquetipo, el origen creador de todas las cosas... Esta idea de relacionar la figura del círculo y su línea diametral, esto es, el número 10, con la significación de los órganos reproductivos, y con el Lugar Más Sagrado... fue llevada a cabo, como construcción, en la Cámara del Rey, o Sanctasantórum de la gran Pirámide, en el Tabernáculo de Moisés, y en el Sanctasantórum del Templo de Salomón... Es la figura de una matriz doble, pues en hebreo la letra He (...) es, al mismo tiempo, el número 5 y el símbolo de la matriz; y dos veces 5 son 10, o el número fálico.

            
Esta “matriz doble” muestra también la dualidad de la idea llevada desde lo superior o espiritual, hasta lo inferior o terrestre; y limitada a este último por los judíos. Entre estos, sin embargo, el número siete ha adquirido el lugar más preeminente en su religión exotérica, culto de formas externas y de rituales sin sentido; como por ejemplo, su Sábado, el séptimo día consagrado a su Deidad, la Luna, símbolo del Jehovah generador. Pues, para otras naciones, el número siete era símbolo de la evolución teogónica, de los Cielos, de los Planos Cósmicos, y de las Siete Fuerzas y Poderes Ocultos del Kosmos, como un Todo Ilimitado, cuyo Triángulo superior era inalcanzable para el entendimiento finito del hombre. Por tanto, mientras otras naciones se ocupaban, en su forzosa limitación del Kosmos en el Espacio y el Tiempo, sólo del plano septenario manifestado, los judíos reconcentraron este número únicamente en la Luna, y basaron sobre ésta todos sus cálculos sagrados. Por eso vemos que el pensador autor del manuscrito citado observa lo siguiente respecto de la metrología de los judíos:

            
Si se multiplica 20.612 por 4/3 el producto dará una base para la determinación de la revolución media de la Luna; y si este producto es multiplicado de nuevo por 4/3 el resultado proporcionará una base para encontrar el período exacto del año solar medio, esta fórmula... siendo de grandísima utilidad para hallar los períodos astronómicos del tiempo.

            Este número doble -macho y hembra- está también simbolizado por algunos ídolos muy conocidos; por ejemplo:

            
Ardhanârï-Îshvara, la Isis de los indos, Eridanus o Ardan, o el Jordán hebreo o fuente de descendimiento. La presentan sobre una hoja de loto flotando en el agua. Pero la significación es, que es andrógina o hermafrodita, que es el falo y el yoni combinados, el número 10, la letra hebrea Yod (...) el contenido de Jehovah. Ella, o más bien ella-él, da los minutos del mismo círculo de 360 grados.

            
“Jehovah”, en el mejor de sus aspectos, es Binah, “la Madre mediadora Superior, el Gran Mar o Espíritu Santo”, y por tanto, es más bien un sinónimo de María, la Madre de Jesús, que de su Padre; siendo esta “Madre, la Mare latina”, el Mar, significa también aquí Venus, la Stella del Mare o “Estrella del Mar”.
            
Los antecesores de los misteriosos accadianos -los Chandravanshas o Indovanshas, los Reyes Lunares que la tradición muestra reinando en Prayâga (Allahabad) edades antes de nuestra Era- habían venido de la India y llevado consigo el culto de sus antepasados (de Soma y de su hijo Budha), que después fue el mismo de los caldeos. Sin embargo, semejante culto, aparte de la Astrolatría y Heliolatría populares, no era en modo alguno idolatría. En todo caso, no lo era más que el simbolismo católico romano moderno, que relaciona a la Virgen María, la Magna Mater de los sirios y griegos, con la Luna.
            
Los católicos romanos más piadosos se sienten en extremo orgullosos de este culto, y lo confiesan clamorosamente. En un Mémoire a la Academia francesa, dice el Marqués de Mirville lo siguiente:
            
Es natural que, como profecía inconsciente, Ammon-Ra sea el esposo de su madre, puesto que la Magna Mater de los cristianos es precisamente la esposa de aquel hijo que ella concibe... Nosotros (los cristianos) podemos comprender ahora por qué Neïth lanza resplandor sobre el Sol, mientras permanece siendo la Luna, puesto que la Virgen, que es la Reina de los Cielos, como lo era Neïth, viste al Cristo-Sol, como lo hace Neïth, y es vestida por él; “Tu vestis solem et te sol vestit” (como cantan los católicos romanos durante sus ceremonias).
            
Nosotros (los cristianos) comprendemos también cómo es que la famosa inscripción en Saïs declaraba que “ninguno ha levantado nunca mi velo (peplum)”, considerando que esta frase, traducida literalmente, es el resumen de lo que se canta en la Iglesia en el Día de la Inmaculada Concepción.

            ¡Seguramente nada puede haber más sincero que esto! Ello justifica por completo lo que ha dicho Mr. Gerald Massey en su conferencia sobre el “Culto de la Luna, Antiguo y Moderno”:

            
El hombre en la Luna (Osiris-Sut, Jehovah-Satán, Cristo-Judas y otros Gemelos Lunares), es acusado a menudo de mala conducta. En los fenómenos lunares, la Luna era una, como la Luna de doble sexo, y de carácter triple, como madre, hijo y varón adulto. ¡De este modo el hijo de la Luna fue el consorte de su propia madre! No se podía evitar, si es que había de haber alguna reproducción. ¡Se vio obligado a ser su propio padre! Estos parentescos fueron repudiados por la sociología posterior, y el hombre primitivo de la Luna fue suprimido. Sin embargo, en su última y más incomprensiva fase, se ha convertido en la doctrina fundamental de la superstición más grosera que se ha visto en el mundo, pues estos fenómenos lunares y sus parentescos humanos, inclusive el incestuoso, son las bases mismas de la Trinidad en la Unidad de los cristianos. Por causa de la ignorancia del simbolismo, la representación sencilla del tiempo primitivo se ha convertido en el misterio religioso más profundo del moderno culto lunar. La Iglesia Romana, sin avergonzarse ni poco ni mucho de lo que demuestra, pinta a la Virgen María adornada con el sol y teniendo a los pies la Luna con cuernos, y con el niño lunar en los brazos, como hijo y consorte de la madre Luna! La madre, el hijo, y el varón adulto, son fundamentales.
            De este modo puede probarse que nuestra Cristología es mitología momificada, y enseñanza legendaria, que de un modo engañoso se nos ha impuesto en el Antiguo y Nuevo Testamento, como revelación divina pronunciada por la voz misma de Dios.

            Hay en el Zohar una preciosa alegoría que revela perfectamente el carácter verdadero de Jehovah o YHVH en el concepto primitivo de los kabalistas hebreos. Puede verse en la Filosofía de la Kabalah de Ibn Gebirol, traducida por Isaac Myer:

            
En la introducción escrita por R. ‘Hiz’qee-yah, que es muy antigua y forma parte de nuestra edición Brody del Zohar (I, 5b y sig.), hay una relación de un viaje hecho por R. El’azar, hijo de R. Shim-on b. Yo’haï, y R. Abbah... Encontraron a un hombre que llevaba una carga pesada... Hablaron con él... y las explicaciones que el hombre de la carga hizo del Thorah, eran tan maravillosas, que le preguntaron su nombre; y el hombre contestó: “No me preguntéis quién soy; pero continuemos con la explicación de la (Ley) Thorah”. Y ellos le preguntaron: “¿Quién te ha obligado a caminar de ese modo, llevando una carga tan pesada?” A lo cual contestó: “La letra (...) (Yod, que es = 10 y es la letra simbólica de Kether y la esencia y germen del Santo Nombre (.... YHVH) hizo la guerra, etc...”  Ellos le dijeron: “Si nos quieres decir el nombre de tu padre, besaremos el polvo de tus pies”. Él contestó: “...Mi padre tenía su morada en el Gran Mar, y era allí un pez (lo mismo que Vishnu y Dagón u Oannes) que (primeramente) destruyó el Gran Mar... y era grande y poderoso y “Anciano de Días”, hasta que se tragó a todos los demás peces del (Gran) Mar...” R. El’azar escuchó sus palabras, y le dijo: “Tú eres el Hijo de la Santa Llama, eres el Hijo de Rab’Ham-nun-ah Sabah (el antiguo) (paz en aramaico o caldeo es nun), tú eres el Hijo de la luz del Thorah (Dharma), etc.

            Luego explica el autor que el Sephira femenino, Binah, es llamado el Gran Mar por los kabalistas; por lo tanto, Binah, cuyos nombres divinos son Jehovah, Yan y Elohim, es sencillamente el Tiamat caldeo, el Poder Femenino, el Thalatth de Beroso que preside sobre el Caos, y que la teología cristiana descubrió más tarde que era la Serpiente y el Diablo. Ella-Él (Yav-hovah) es el Hé celeste, y Eva. Este Yah-hovah o Jehovah es, pues, idéntico a nuestro Caos -Padre, Madre, Hijo- en el plano material, y en el Mundo puramente físico; Deus y Demon a la vez; el Sol y la Luna, el Bien y el Mal, Dios y Demonio.
            
El magnetismo Lunar genera vida, la conserva y la destruye, tanto psíquica como físicamente. Y si se la considera astronómicamente, la Luna es uno de los siete planetas del Mundo Antiguo; en la Teogonía es uno de los Regentes de la misma, lo mismo entre los cristianos hoy día, que entre los Paganos; los primeros la mencionan con el nombre de uno de sus Arcángeles, y los últimos con el de uno de sus Dioses.
            
Por lo tanto, la significación del “cuento de hadas”, traducido por Chwolsohn de la versión árabe de un antiguo manuscrito caldeo, de Qûtâmy instruido por el ídolo de la Luna, se comprende fácilmente. Seldenus nos dice el secreto, y lo mismo hace Maimónides en su Guide to the Perplexed  Los adoradores de los Teraphim, u Oráculos judíos, “grababan imágenes, y pretendían que la luz de las principales estrellas (planetas) las compenetraban totalmente, y las Virtudes angélicas ( o los Regentes de las estrellas y planetas) hablaban con ellos por su medio, enseñándoles artes y muchas cosas de la mayor utilidad”. Y Seldenus explica que los Teraphim fueron construidos y compuestos con arreglo a la posición de ciertos planetas, que los griegos llamaban ... y de acuerdo con las figuras que se hallaban en el firmamento, llamadas ... o los Dioses Tutelares. Aquellos que señalaban a los ... eran llamados ..., o adivinadores...
            
Estas sentencias del Nabathean Agriculture son, sin embargo, las que han asustado a los hombres de ciencia y les han hecho proclamar que la obra es “o bien apócrifa o un cuento de hadas, indigno de la atención de un académico”. Al mismo tiempo, como ya se ha mostrado, los católicos romanos y los protestantes celosos la hicieron pedazos metafóricamente; los primeros, porque “describía el culto de los demonios”, y los últimos, porque era “impía”. Todos se equivocan, nuevamente. No es un cuento de hadas, y en lo que se refiere a los piadosos sacerdotes, puede mostrárseles el mismos culto en sus escrituras, por más desfigurado que se halle en la traducción. El culto Solar y el Lunar, así como también el culto de las Estrellas y de los Elementos, figuran y pueden encontrarse en la Teología Cristiana. Ellos son defendidos por los papistas, y si los protestantes los niegan en redondo, es por su cuenta y riesgo. Pueden citarse dos ejemplos.
             
Amiano Marcelino enseña que las antiguas adivinaciones se llevaban a cabo con la ayuda de los Espíritus de los Elementos (Spiritus Elementorum) y en griego ....
            
Pero ahora se ha visto que los Planetas, los Elementos y el Zodíaco no sólo figuraban en el Heliópolis por las doce piedras llamadas “Misterios de los Elementos” (Elementorum Arcana), sino también en el Templo de Salomón; y, como varios escritores lo han señalado, en algunas iglesias italianas antiguas, y hasta en Notre Dame de París, en donde pueden verse actualmente.
            
Ningún símbolo, ni aun el del Sol, fue más complejo en sus múltiples significados que el símbolo lunar. El sexo, por supuesto, era doble. Para unos era varón, como por ejemplo, el “Rey Soma” indo y el Sin caldeo; para otras naciones era hembra, las hermosas Diosas Diana-Luna, Ilithyia, Lucina. Entre los tauri se sacrificaban víctimas humanas a Artemisa, una forma de la Diosa lunar; los cretenses la llamaban Dictynna, y los medos y los persas Ïtis, como muestra la inscripción de Coloe: ... ... Pero ahora nos referimos principalmente a la más casta y pura de las Diosas vírgenes, Luna-Artemisa, a quien Pamfos fue el primero en darle el sobrenombre de ..., y de quien Hipólito escribió ... ... .... Esta Artemisa-Lochia, la Diosa que presidía a la concepción y nacimiento de las criaturas, en sus funciones y como triple Hécate, la Deidad órfica, el predecesor del Dios de los rabinos y de los kabalistas precristianos, y su tipo lunar. La Diosa ... era el símbolo personificado de los diferentes y sucesivos aspectos presentados por la Luna en cada una de sus tres fases; y esta interpretación era ya la de los estoicos, mientras que los órficos explicaban el epíteto ... por los tres reinos de la Naturaleza sobre los que ella reinaba. Hécate-Luna, celosa, ávida de sangre, vengativa y exigente, es el digno duplicado del “Dios celoso” de los profetas judíos.
             
Todo el enigma del culto Solar y Lunar, tal como se señala ahora en las Iglesias, depende, a la verdad, de este antiguo misterio universal de los fenómenos lunares. Las fuerzas correlativas de la “Reina de la Noche”, que permanecen latentes para la Ciencia Moderna, pero que están en completa actividad para el conocimiento de los adeptos orientales, explican bien las mil y una imágenes bajo las cuales ha sido representada la Luna por los antiguos. También ello muestra cuánto más versados estaban los antiguos en los Misterios selenitas que nuestros modernos astrónomos. Todo el Panteón de las Diosas y Dioses lunares, Nephtys o Neïth, Proserpina, Melitta, Cibeles, Isis, Astarté, Venus y Hécate de un lado, y Apolo, Dionisio, Adonis, Baco, Osiris, Atys, Thammuz, etc. de otro, todos muestran en sus nombres y títulos -de “Hijos” y “Esposos” de sus “Madres”- su identidad con la Trinidad cristiana. En todos los sistemas religiosos se hacía a los Dioses fundir en una sus funciones de Padre, Hijo y Esposo; y las Diosas se fundían igualmente como Esposas, Madres y hermanas del Dios masculino; sintetizando los primeros los atributos humanos en el “Sol, el Dador de la Vida”, y fundiendo las últimas todos sus títulos en la gran síntesis conocida como Maia, Maya, María, etc., un nombre genérico Maia ha llegado a significar “madre” para los griegos, por derivación obligada de la raíz ma (nodriza), y hasta dio su nombre al mes de Mayo, que estaba consagrado a todas estas Diosas antes de serlo a María. Su origen primitivo, sin embargo, era Mâyâ, Durgâ, traducido por los orientalistas “inaccesible”, pero significando en verdad lo “inalcanzable”, en el sentido de ilusión y sin realidad, como siendo el origen y causa de los hechizos, la personificación de la ilusión.
            
En los ritos religiosos, la Luna servía para un doble objeto. Era personificada como una Diosa femenina para fines exotéricos, o como un Dios varón en las alegorías y símbolos; y en la Filosofía Oculta nuestro satélite era considerado como una Potencia sin sexo que debía ser bien estudiada, porque había que temerla. Entre los Iniciados arios, caldeos, griegos y romanos, Soma, Sin, Artemisa, Soteita (el Apolo hermafrodita cuyo atributo es la lira, y la barbada Diana del arco y flecha), Deus Lunus, y especialmente Osiris-Lunus y Thot-Lunus , eran potencias ocultas en la Luna. Pero ya sea varón o hembra, Thot o Minerva, Soma o Astoreth, la Luna es el Misterio de los Misterios ocultos, y más un símbolo del mal que del bien. Sus siete fases, en la división original esotérica, están divididas en tres fenómenos astronómicos y cuatro fases puramente psíquicas. La Luna no ha sido siempre reverenciada, según se demuestra en los Misterios, en donde la muerte del Dios-Luna -las tres fases de desvanecimiento gradual y final desaparición- estaba alegorizada por la Luna en representación del Genio del Mal, que, por el momento, triunfa sobre el Dios productor de la Luz y de la Vida, el Sol; y era necesaria toda la habilidad y sabiduría de los antiguos Hierofantes en Magia para convertir en triunfo esta derrota.                          
            
En el culto más antiguo de todos, en el de la Tercera Raza de nuestra Ronda, los Hermafroditas, la Luna macho se hizo sagrada cuando, después de la llamada Caída, los sexos se separaron. Deus-Lunus se convirtió entonces en Andrógino, macho y hembra por turno, hasta que finalmente sirvió para fines de brujería, como poder Dual para la Cuarta Raza-Raíz, los atlantes. En la Quinta, nuestra propia Raza, el culto Lunar-solar dividió a las naciones en dos distintos campos antagónicos, y produjo los sucesos descritos,  aenes más tarde, en la guerra Mahâbhâratan, la lucha entre los Sûryavanshas y los Indovanshas que los europeos consideran fabulosa, y que es histórica para los indos y ocultistas. El culto a los principios macho y hembra se originó en el aspecto doble de la Luna, y terminó en los cultos distintos del Sol y de la Luna. Entre las razas semíticas, el Sol fue durante mucho tiempo femenino y la Luna masculina, procediendo esta última noción de las tradiciones atlantes. A la Luna la llamaron “el Señor del Sol”, Bel-Shemesh, antes del culto Shemesh. La ignorancia de las razones iniciales de semejante distinción condujo a las naciones al culto antropomórfico de los ídolos. Durante aquel período que no se encuentra en los libros Mosaicos, a saber, desde el destierro del Edén hasta el Diluvio alegórico, los judíos y los demás semitas adoraron a Dayanisi ..., el “Soberano de los Hombres”, el “Juez”, o el Sol. Aun cuando el Canon judío y el Cristianismo han convertido al Sol en el “Señor Dios” y en “Jehovah” en la Biblia, sin embargo la misma Biblia está llena de huellas indiscretas de la Deidad andrógina que era Jehovah, el Sol, y Astoreth, la Luna en su aspecto femenino, y libre enteramente del presente elemento metafórico que se le ha dado. Dios es un “fuego que consume”, aparece en el fuego y está circundado por él. No fue sólo en visión como Ezequiel vio a los judíos “adorando al Sol”. 

El Baal de los israelitas -el Shemesh de los moabitas y el Moloch de los amonitas- era el mismo “Sol-Jehovah”, y es hasta hoy el “Rey de la Hueste del Cielo”, el Sol, así como Astoreth era la “Reina del Cielo”, o la Luna. El “Sol de Justicia” sólo ahora se ha convertido en una expresión metafórica. Pero la religión de todas las naciones antiguas se basaba primitivamente en las manifestaciones ocultas de una Fuerza o Principio puramente abstracto, llamado actualmente “Dios”. El establecimiento mismo de tales cultos muestra en sus detalles y ritos que los filósofos que desarrollan semejantes sistemas de la Naturaleza, subjetiva y objetiva, poseían un conocimiento profundo, y conocían muchos hechos de naturaleza científica. Porque los ritos del culto Lunar, además de ser puramente ocultos, estaban basados, como se acaba de mostrar, en el conocimiento de la Fisiología --ciencia completamente moderna entre nosotros-, de la Psicología, las Matemáticas Sagradas, la Geometría y la Metrología en su verdadera aplicación a símbolos y figuras, que no son sino signos en donde se han registrado los hechos naturales y científicos observados. Como hemos dicho, el magnetismo lunar genera la vida, la preserva y la destruye; y Soma encarna el triple poder de la Trimûrti, aun cuando no sea reconocida para el profano hasta el presente.
            
La alegoría que presenta a Soma, la Luna, como producida por la acción del mazar del Océano de Vida (Espacio) por los Dioses en otro Manvántara, esto es, en el día pregenésico de nuestro Sistema Planetario, y el mito que representa a “los Rishis ordeñando a la Tierra cuyo ternero era Soma, la Luna”, tienen un significado profundamente cosmográfico; pues ni es nuestra Tierra la ordeñada, ni la Luna que conocemos el ternero. Si nuestros hombres de ciencia hubieran sabido de los misterios de la Naturaleza tanto como sabían los antiguos arios, seguramente no hubieran imaginado nunca que la Luna fue proyectada desde la Tierra. Repito nuevamente que para poder comprender el lenguaje simbólico de los antiguos hay que tener presente y tomar en consideración las más antiguas permutaciones de la Teogonía: al Sol convirtiéndose en su propio Padre, y a la Madre generada por el Hijo. De otro modo, la mitología parecería siempre a los orientalistas simplemente “la enfermedad que aparece en cierto estado peculiar de la cultura humana!”, como ha dicho gravemente Renouf.
             
Los antiguos enseñaban la autogeneración, por decirlo así, de los Dioses: la Esencia Divina Una, inmanifestada, concibiendo perpetuamente un Segundo-Yo manifestado, cuyo Segundo-Yo, andrógino en su naturaleza, da a luz, de modo inmaculado, a todo lo macrocósmico y microcósmico de este Universo. Esto ha sido mostrado algunas páginas antes, en el Círculo y el Diámetro, o el Diez (10) Sagrado.
            
Pero nuestros orientalistas, a pesar de su gran deseo de descubrir un Elemento homogéneo en la Naturaleza, no lo verán. Paralizados en sus investigaciones por tal ignorancia, los arianistas y los egiptólogos se extravían constantemente en sus especulaciones. Así es como de Rougé no puede comprender, en el texto que traduce, el significado de cuando Ammon-Ra dice al Rey Amenofes que se supone sea Memmon: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado”. Y encontrando lo mismo en muchos textos y bajo diferentes formas, este orientalista, muy cristiano, se ve, por último, obligado a decir:

            
Para que esta idea haya podido entrar en la mente de los hierográmatas, tiene que haber habido en su religión una doctrrina más o menos definida,  que indique como un hecho posible, una encarnación divina e inmaculada bajo una forma humana.

            
Precisamente. Pero ¿por qué ha de atribuirse la explicación a una profecía imposible, cuando todo el secreto queda aclarado por la última religión copiando a la primera?
            
Esta doctrina era universal; no fue en la mente de ningún hierográmata donde se desarrolló; pues los Avatâras indos son una prueba de lo contrario. De Rougé, después de “comprender más claramente” (20) lo que significaba el “Padre Divino” y el “Hijo” entre los egipcios, no puede, sin embargo, percibir todavía cuáles eran las funciones que se atribuían al Principio femenino en aquella generación primordial. No lo encuentra en la Diosa Neïth, de Saïs. Sin embargo, cita la sentencia del Jefe a Cambises, cuando introdujo a este Rey en el templo saïtico: “Hago conocer a V. M. la dignidad de Saïs, que es la mansión de Neïth, el gran productor (femenino), generador del Sol, que es el primer nacido y que no es engendrado, sino sólo dado a luz” -y por lo tanto, fruto de una Madre Inmaculada.
           
¡Cuánto más grandioso, filosófico y poético -para cualquiera que lo pueda comprender y apreciar- es el verdadero concepto de los antiguos paganos sobre la Virgen Inmaculada, comparado con el concepto papal moderno! En el primero, la Madre Naturaleza siempre joven, el origen de sus prototipos, el Sol y la Luna, genera y da a luz a su Hijo “nacido de la mente”, el Universo. El Sol y la Luna, como deidades masculino-femeninas, fructifican la Tierra, la Madre microcósmica, y esta última concibe y da a  luz, a su vez. En cambio, según los cristianos, el “Primer  nacido” (primogenitus) es, en verdad, generado, esto es, engendrado (genitus, non factus), y positivamente concebido y dado a luz: “Virgo pariet” -explica la Iglesia latina-. De este modo arrastra a la tierra esta Iglesia el noble ideal espiritual de la Virgen María, y haciéndola “de barro terreno”, degrada el ideal que representa, rebajándola a la Diosa antropomórfica más inferior del populacho.
            
Ciertamente, Neïth, Isis, Diana, etc., sea el que quiera el nombre por el que fuese designada, era “una Diosa demiurga, visible e invisible a la vez, que tenía su lugar en el Cielo, y que ayudaba en la generación de las especies” -la Luna, en una palabra-. Sus aspectos y poderes ocultos son innumerables, y, en uno de ellos, la Luna era para los egipcios Hathor, otro aspecto de Isis; y a ambas Diosas se las representa amamantando a Horus. Véase en el Salón Egipcio del Museo Británico a Hathor adorada por el Faraón Thotmes, que está de pie entre ella y el Señor de los Cielos. El monolito fue traído de Karnac. La misma Diosa tiene la leyenda siguiente, inscrita en su trono: “La Divina Madre y Señora, o Reina del Cielo”; y también la “Estrella de la Mañana”, y la “Luz del Mar” -Stella Matutina y Lux Maris. Todas las Diosas Lunares tenían un aspecto doble: uno divino, el otro infernal. Todas eran las Vírgenes Madres de un Hijo nacido de modo inmaculado, el Sol. Raoul Rochette muestra a la Diosa Luna de los atenienses, Palas, o Cibeles, Minerva, o también Diana, invocada en sus fiestas como ... ..., “la Madre única de Dios”, teniendo a su hijo-niño en su regazo, sentada sobre un león y rodeada de doce personajes; en quienes los ocultistas reconocen a los doce grandes Dioses, y el piadoso orientalista cristiano a los Apóstoles, o más bien a la profecía griega pagana de los mismos.
            
Ambos tienen razón, pues la Diosa Inmaculada de la Iglesia latina es una copia fiel de la Diosa pagana más antigua; el número de los apóstoles es el de las doce Tribus, y éstas son la personificación de los doce grandes Dioses, y de los doce signos del Zodíaco. Casi todos los detalles del dogma cristiano están tomados de los paganos. Semele, la Esposa de Júpiter y Madre de Baco, el Sol, según Nonno es también  “llevada” o se la hace ascender al Cielo después de su muerte, en donde preside, entre Marte y Venus, bajo el nombre de “Reina del Mundo” o del Universo, ...; “a cuyo nombre”, lo mismo que a los nombres de Hathor, Hécate y otras Diosas infernales, “todos los demonios tiemblan”.
            “... ... ...”. Según cuenta De Mirville, esta inscripción griega de un pequeño templo, reproducida en una piedra que 

Berger encontró, y copiada por Montfaucon, nos informa del hecho estupendo de que la Magna Mater del mundo antiguo fue un “plagio” descarado de la Inmaculada Virgen María de la Iglesia Católica, perpetrado por el Demonio. Ya sea así, o viceversa, no tiene importancia. Lo que interesa observar es la perfecta identidad entre la copia arcaica y el original moderno.
            
Si el espacio de que disponemos nos lo permitiera, podríamos mostrar la inconcebible frialdad e indiferencia que han tenido algunos partidarios de la Iglesia Católica Romana al ser puestos frente a frente de las revelaciones del pasado. A la observación de Maury de que “la Virgen tomó posesión de todos los Santuarios de Ceres y Venus, y de que los ritos paganos, proclamados y practicados en honor de aquellas Diosas, fueron en gran parte transferidos a la Madre de Cristo”, el abogado de Roma contesta que tal es el caso, y que era justo y natural que así fuese.

            
Como el dogma, la liturgia y los ritos profesados por la Iglesia Apostólica Romana en 1862 se encuentran grabados en monumentos, inscritos en papiros y rollos apenas posteriores al Diluvio, es imposible negar la existencia de un primero y prehistórico Cataclismo (Romano), del cual es el nuestro una continuación fiel... (Pero mientras el primero era el colmo, el “summum de la desvergüenza de los demonios y de la nigromancia goética” ...el segundo es divino). Si en nuestra Revelación (cristiana ) (el Apocalipsis), María, revestida con el Sol, y teniendo a la Luna bajo sus pies, no tiene ya nada en común con la humilde servidora (servante) del Nazareno (sic), es porque se ha convertido ahora en el mayor de los poderes teológicos y cosmológicos de nuestro Universo.

            
Precisamente, puesto que Píndaro canta así sobre su asunción: “Se sienta a la derecha de su Padre (Júpiter)... y es más poderosa que todos los demás (Ángeles o) Dioses”  - himno que igualmente se ha aplicado a la Virgen. También  San Bernardo, citado por Cornelio a Lapide, se dirige a la Virgen María de este modo: “El Sol-Cristo vive en ti, y tú vives en él”.
            
También este santo hombre, nada sofístico, admite que la Virgen es la Luna. Siendo la Lucina de la Iglesia, le aplican en el parto el verso de Virgilio, “Casta fave Lucina, tuus jam regnat Apollo”. Y añade aquel santo inocente: “Lo mismo que la Luna, la Virgen es la Reina del Cielo.
            
Esto termina la cuestión. Según los escritores tales como De Mirville, mientras más semejanza existe entre los conceptos paganos y los dogmas cristianos, más divina  aparece la religión cristiana, y más se ve que es la única verdaderamente inspirada, especialmente en su forma católico-romana. Los descreídos hombres de ciencia y académicos, que creen ver en la Iglesia latina precisamente todo lo contrario de la inspiración divina, y que no quieren admitir los maliciosos plagios anticipados de Satanás, son seriamente llamados a capítulo. Pero “no creen en nada y rechazan hasta el Nabathean Agriculture como una novela y una porción de absurdos supersticiosos”, gime el memorialista. - “Según su opinión pervertida, “el ídolo de la Luna” de “Qû-tâmy y la estatua de la Madona son una misma cosa”. Hace veinticinco años que un noble Marqués escribió seis enormes volúmenes, o como él los llama, “Memorias para la Academia Francesa”, con el solo objeto de probar que el Catolicismo Romano es una creencia inspirada y revelada. Como prueba de ello, cita hechos innumerables, tendiendo todos a mostrar que todo el mundo antiguo había estado, desde el Diluvio, con la ayuda del Demonio, plagiando sistemáticamente los ritos, ceremonias y dogmas de la futura Santa Iglesia, que debía nacer siglos más tarde. ¿Qué hubiese dicho este fiel hijo de Roma si hubiera oído a su correligionario M. Renouf, el distinguido egiptólogo del Museo Británico, declarar en una de sus sabias conferencias que ni “los hebreos ni los griegos tomaron ninguna de sus ideas de Egipto?”
            
¿Pero quizás quiso decir M. Renouf que los egipcios, los griegos y los arios fueron los que tomaron sus ideas de la Iglesia latina? Y si es así, ¿por qué, en nombre de la lógica, rechazan los papistas los nuevos datos que los ocultistas pueden proporcionarles sobre el culto de la Luna, puesto que todo tiende a mostrar que el culto de la Iglesia Católica Romana es tan antiguo como el mundo - del Sabeísmo y de la Astrolatría
            
La causa de la Astrolatría de los primitivos cristianos y más tarde de la católica romana, o el culto simbólico del Sol y de la Luna, culto idéntico al de los gnósticos, aunque menos filosófico y puro que el “culto del Sol” de los mazdeístas, es una consecuencia natural de su nacimiento y origen. La adopción por la Iglesia latina de símbolos como el Agua, el Fuego, el Sol, la Luna y las Estrellas, y muchos otros, es sencillamente la continuación por los primitivos cristianos del antiguo culto de las naciones paganas. Por ejemplo, Odín obtuvo su sabiduría, su poder y sus conocimientos sentándose a los pies de Mimir, el tres veces sabio Jotun, que pasó su vida en la fuente de la Sabiduría primordial, cuyas cristalinas Aguas aumentaban diariamente su conocimiento. “Mimir obtuvo el conocimiento superior, de la fuente, porque el Mundo había nacido del Agua; de aquí que la Sabiduría primordial se encontrase en aquel misterioso elemento”. El ojo que Odín tenía que comprometer para adquirir aquel conocimiento, puede ser “el Sol que ilumina y penetra todas las cosas; su otro ojo siendo la Luna, cuya reflexión mira desde el mar, y que por último, cuando se pone, se hunde en el Océano”. Pero es algo más que esto. Loki, el Dios del Fuego, se dice se ocultó en el Agua, como también en la Luna, la dadora de luz, cuya reflexión encontró en aquélla. Esta creencia de que el Fuego encuentra refugio en el Agua no se limitaba a los antiguos escandinavos. Participaban de ella todas las naciones, y fue por último adoptada por los primitivos cristianos que simbolizaron el Espíritu Santo bajo la figura del Fuego, “lenguas hendidas como de Fuego” -el hálito del Padre-Sol. Este Fuego desciende también dentro del Agua o el Mar- Mare, María. La Paloma era, entre algunas naciones, el símbolo del Alma; estaba consagrada a Venus, la Diosa nacida de la espuma del mar, y más tarde se convirtió en el símbolo del Ánima Mundi cristiano, o Espíritu Santo.
            

Uno de los capítulos más ocultos del Libro de los Muertos es el titulado “La transformación en el Dios que da Luz al Sendero de Tinieblas”, en donde la “Mujer-Luz de la Sombra” sirve a Thot en su retiro en la Luna. Thot-Hermes se dice que se ocultó allí, porque es el representante de la Sabiduría Secreta. Él es el Logos manifestado de su lado luminoso; y la Deidad oculta o “Sabiduría Obscura”, cuando supone que se retira al otro hemisferio. Hablando de su poder, la Luna se llama repetidamente a sí misma: “La Luz que brilla en la Obscuridad”, la “Mujer-Luz”. De aquí que se convirtiese en el símbolo aceptado de todas las Diosas Vírgenes-Madres. Del mismo modo que los perversos “malos” Espíritus hicieron la guerra a la Luna en los tiempos antiguos, asimismo se supone que la hacen ahora, sin poder, sin embargo, triunfar de la actual Reina del Cielo, María, la Luna. De ahí que también estaba la Luna íntimamente relacionada, en todas las teogonías paganas, con el Dragón, su eterno enemigo. La Virgen, o Madona, está representada sobre el Satán mítico así simbolizado, que yace vencido e impotente bajo sus pies. Esto es así porque la cabeza y la cola del Dragón, que en la astronomía oriental representan, hasta hoy, los nodos ascendente y descendente de la Luna, estaban simbolizados en la antigua Grecia por dos serpientes. Hércules las mata en el día de su nacimiento, y lo mismo hace el niño en los brazos de su Madre-Virgen. Como observa atinadamente Mr. Gerald Massey respecto de estas relaciones:

            Todos estos símbolos representaron sus propios hechos desde un principio y no presuponían otros de un orden completamente distinto. La iconografía (y también los dogmas) había sobrevivido en Roma desde un período remoto antes del cristianismo. No hubo ni falsedad ni interpolación de tipos; no hubo más que una continuidad de imágenes con un significado desnaturalizado.



No hay comentarios:

Publicar un comentario