miércoles, 25 de mayo de 2016

LOS FÍSICOS MODERNOS ESTÁN JUGANDO A LA GALLINA CIEGA



            
Y ahora dirige el Ocultismo a la Ciencia la pregunta siguiente: ¿Es la luz un cuerpo, o no? Sea cual fuese la respuesta, dispuesto está el primero a demostrar que hasta la fecha, los físicos más eminentes no poseen verdadero conocimiento respecto a este asunto. Para saber lo que es la luz, y si es una substancia real o bien una mera ondulación del “medio etéreo”, la Ciencia tiene que aprender primero lo que en realidad son la Materia, el Átomo, el Éter y la Fuerza. Ahora bien; la verdad es que nada sabe acerca de ninguna de estas cosas, y que admite su ignorancia. Ni siquiera ha convenido en lo que ha de creer; pues hay docenas de hipótesis acerca del mismo asunto, hijas todas de sabios eminentes, antagónicas entre sí y que a menudo se contradicen a sí mismas. Así es que sus doctas especulaciones pueden, con un esfuerzo de buena voluntad, aceptarse como “hipótesis en vigor” en una acepción secundaria, como lo declara Stallo. Mas siendo radicalmente incompatibles unas con otras, deben concluir al fin por destruirse mutuamente. Según declara el autor de Concepts of Modern Physics:

            
No debe olvidarse que los diversos ramos de la ciencia son simplemente divisiones arbitrarias de la ciencia en conjunto. En esos diversos ramos, el mismo objeto físico puede considerarse bajo diferentes aspectos. Puede el físico estudiar sus relaciones moleculares, mientras el químico determina su constitución atómica. Pero cuando ambos se ocupan del mismo elemento o agente, no puede tener éste una serie de propiedades en física, y otra serie en contradicción con aquéllas en química. Si el físico y el químico a la vez presuponen la existencia de átomos últimos absolutamente invariables en volumen y peso, no puede el átomo ser un cubo o un esferoide aplastado para objetos físicos, y una esfera para fines químicos. Un grupo de átomos constantes no puede ser un agregado de masas continuas absolutamente inertes e impenetrables en un crisol o retorta, y un sistema de meros centros de fuerzas como parte de un imán o de una batería Clamond. El éter universal no puede ser blando y móvil para agradar al químico, y rígido y elástico para satisfacer al físico; no puede ser continuo por orden de Sir William Thomson, y discontinuo por virtud de las ideas de Cauchy o de Fresnel.

            
De igual modo puede citarse al eminente físico G. A. Hirn, que dice lo mismo en el volumen 43 de las Mémoires de l’Académie Royale de Belgique, que traducimos del francés, como sigue:

            
Cuando se ve la seguridad con que hoy se afirman doctrinas que atribuyen la colectividad, la universalidad de los fenómenos tan sólo a los movimientos del átomo, se tiene derecho a esperar ver la misma unanimidad en las cualidades asignadas a ese ser único, fundamento de todo cuanto existe. Ahora bien; desde el primer examen de los sistemas particulares propuestos, se tropieza con la más extraña decepción; se da uno cuenta de que el átomo del químico, el del físico, el del metafísico y el del matemático... ¡nada tienen absolutamente de común, fuera del nombre! El resultado inevitable es la subdivisión existente en nuestras ciencias, cada una de las cuales construye en su estrecha casilla un átomo que satisface las exigencias de los fenómenos que estudia, sin preocuparse en lo mínimo de las exigencias propias de los fenómenos de la casilla vecina. El metafísico repudia los principios de la atracción y repulsión, que considera como sueños, el matemático, que analiza las leyes de la elasticidad y las de la propagación de la luz, los acepta implícitamente, sin nombrarlos siquiera... El químico no puede explicar la agrupación de los átomos, en sus moléculas con frecuencia complicadas, sin atribuirles cualidades específicas distintivas; para el físico y para el metafísico, partidarios de las doctrinas modernas, el átomo es, por el contrario, siempre y en todas partes el mismo. ¿Qué digo? Ni siquiera existe conformidad en una misma ciencia en cuanto a las propiedades del átomo. Cada cual fabrica el átomo que conviene a su fantasía, para explicar algún fenómeno que le preocupa particularmente.

            
Lo que antecede es la imagen  fotográfica exacta de la ciencia y física modernas. El “requisito previo de esa labor incesante de la <imaginación científica>”, que tan a menudo se encuentra en los elocuentes discursos del profesor Tyndall, es por cierto vívido, como lo muestra Stallo; y respecto a la variedad contradictoria, deja muy atrás a todas las “fantasías” del Ocultismo. Sea como fuese, si según se confiesa las teorías físicas son “meros artificios explicatorios, didácticos”, y si según las palabras de un crítico de Stallo, “el átomo mismo es sólo un sistema gráfico simbólico”; en este caso, difícilmente podrá considerarse que el Ocultismo va demasiado lejos al colocar frente a esos “artificios” y “sistemas simbólicos” de la ciencia moderna, los símbolos y artificios de las enseñanzas arcaicas.

                            
“AN LUMEN SIT CORPUS, NEC-NON?”
                                  
¿Es la Luz un Cuerpo, o no?”

            
Se nos dice formalmente que la luz no es un cuerpo. Las ciencias físicas aseguran que la luz es una fuerza, una vibración, la ondulación del Éter. Es propiedad o cualidad de la materia, o hasta una afección de la misma, ¡jamás un cuerpo!
            
Así es. De este descubrimiento, el conocimiento, sea cual fuese su valor, de que la luz o el calórico no es un movimiento de partículas materiales, la Ciencia es deudora principalmente, si no por completo, a Sir William Grove. Él fue el primero en mostrar, en una conferencia en el Instituto de Londres en 1842, que “el calor y la luz  pueden considerarse como afecciones de la materia misma, y no de un fluido distinto etéreo, “imponderable” (ahora estado de la materia), que la penetra. Sin embargo, quizás para algunos físicos -como para Oersted, hmbre de ciencia muy eminente- la Fuerza y las Fuerzas fueran tácitamente “el Espíritu (y por lo tanto Espíritus) en la Naturaleza”. Lo que varios sabios algo místicos enseñaron era que la luz, el calor, el magnetismo la electricidad y la gravedad, etc., no eran las Causas finales de los fenómenos visibles, incluyendo el movimiento planetario, sino los efectos secundarios de otras Causas, de que la Ciencia de nuestros días se cuida muy poco, pero en las que cree el Ocultismo; pues los ocultistas han exhibido pruebas de la validez de sus títulos en todas las épocas. Y ¿en qué época no ha habido ocultistas y Adeptos?
            
Sir Isaac Newton sostenía la teoría corpuscular pitagórica, y también se inclinaba a admitir sus consecuencias; lo cual hizo una vez esperar al Conde de Maistre que Newton conduciría últimamente la Ciencia al reconocimiento del hecho de que las fuerzas y los Cuerpos Celestes eran impulsados y guiados por Inteligencias. Pero de Maistre no contaba con la huéspeda. Las ideas y pensamientos más íntimos de Newton fueron desnaturalizados, y de su profunda ciencia matemática sólo se ha tenido en cuenta la corteza física.
            
Según un idealista ateo, el Dr. Lewins:

            
Cuando en 1687, Sir Isaac... mostró que sobre la masa y el átomo actuaba... la actividad innata... dispuso de un modo efectivo del Espíritu, Ánima o Divinidad, como de cosas que sobran.

            
Si el pobre Sir Isaac hubiese previsto a qué uso sus sucesores y discípulos aplicaban su “gravedad”, aquel hombre piadoso y religioso de seguro se hubiera comido tranquilamente su manzana, y jamás hubiese dicho una palabra acerca de las ideas mecánicas relacionadas con su caída.
           
Demuestran los hombres de ciencia un gran desdén por la metafísica en general, y especialmente por la metafísica ontológica. Mas siempre que los ocultistas son bastante audaces para alzar su despreciada voz, vemos que la ciencia física materialista se rellena con la Metafísica, que sus más fundamentales principios, aunque inseparablemente ligados al trascendentalismo, son, no obstante, torturados y a menudo ignorados en el laberinto de las teorías e hipótesis contradictorias, con el fin de presentar a la Ciencia Moderna como divorciada de semejantes “sueños”. Una buena confirmación de este cargo se encuentra en el hecho de que la Ciencia se ve absolutamente obligada a aceptar el “hipotético” Éter, y a tratar de explicarlo en el terreno materialista de las leyes átomo-mecánicas. Esta tentativa ha conducido directamente a las más fatales discrepancias e inconsecuencias radicales entre la supuesta naturaleza del Éter y su comportamiento físico. Una segunda prueba hállase en las múltiples afirmaciones contradictorias referentes al Átomo, el objeto más metafísico de la creación.
           
Ahora bien; ¿qué sabe la ciencia moderna de la Física acerca del Éter, el primer concepto del cual pertenece innegablemente a los filósofos antiguos, habiéndolo tomado los griegos de los arios, y encontrándose el origen del Éter moderno en el Âkâsha desfigurado? Esta desfiguración se pretende que es una modificación y refinamiento de la idea de Lucrecio. Examinemos, pues, el concepto moderno, sacado de varios volúmenes científicos que encierran las concesiones de los físicos mismos.
            
Como lo muestra Stallo, la existencia del Éter se acepta en astronomía física, en la física común y en química.

            
Ese éter era considerado al principio por los astrónomos como un fluido de tenuidad y movilidad extremas, que no ofrecía resistencia sensible a los movimientos de los cuerpos celestes, y la cuestión de su continuidad o discontinuidad no se discutía seriamente. Su principal función en la astronomía moderna ha sido la de servir de base a las teorías hidrodinámicas de la gravitación. En física apareció este fluido por algún tiempo representando varios papeles en relación con los “imponderables” (tan cruelmente ejecutados por Sir William Grove), llegando algunos físicos hasta el punto de identificarlo con uno o varios de aquéllos.

            
Después señala Stallo el cambio causado por las teorías kinéticas; y cómo, desde la fecha de la teoría dinámica del calor, el Éter fue elegido en óptica como base de las ondulaciones luminosas. Luego, a fin de explicar la dispersión y polarización de la luz, tuvieron los físicos que recurrir de nuevo a su “imaginación científica”, y en lo sucesivo dotaron al Éter de: 

a) Una estructura atómica o molecular; 

b) Una elasticidad enorme, “de modo que su resistencia a la deformación excediera con mucho a la de los cuerpos elásticos más rígidos”. Esto hizo necesaria la teoría de la discontinuidad esencial de la Materia, y por consiguiente, del Éter. 

Después de haber aceptado esta discontinuidad para poder explicar la dispersión y polarización, descubriéronse imposibilidades teóricas relativas a tal dispersión. La “imaginación científica” de Cauchy vio en los Átomos “puntos materiales sin extensión” y propuso, para obviar los más formidables obstáculos de la teoría ondulatoria (principalmente algunos teoremas mecánicos bien conocidos con que se tropezaba), admitir que el medio etéreo de propagación, en vez de ser continuo, consistiese en partículas separadas por distancias sensibles. Fresnel prestó el mismo servicio a los fenómenos de polarización. E. B. Hunt echa por tierra las teorías de ambos. Hay ahora hombres de ciencia que las proclaman “materialmente ilusorias”, mientras otros -los mecánico-atomistas- se agarran a ellas con desesperada tenacidad. La suposición de una constitución atómica o molecular del Éter queda destruida, además, por la termodinámica, pues Clerk Maxwell mostró que semejante medio sería simplemente un gas . Quedó probado de este modo que la hipótesis de los “intervalos finitos” no sirve como suplemento a la teoría ondulatoria. Además, los eclipses no revelan ninguna variación de color como la supuesta por Cauchy, en la presunción de que los rayos cromáticos se propagan con diversas velocidades. La Astronomía ha revelado más de un fenómeno en completo desacuerdo con esta doctrina.
            
Así pues, mientras en un ramo de la física se admite la constitución atómico-molecular del Éter, con el fin de poder explicar una serie especial de fenómenos, encuéntrase en otro que semejante constitución destruye por completo un número de hechos bien comprobados; y de este modo hallan justificación los cargos dirigidos por Hirn. La Química consideró

            
Imposible conceder la elasticidad enorme del éter sin privarle de aquellas propiedades de que dependía, principalmente su utilidad en la construcción de las teorías químicas.

            
Esto concluyó con una transformación final del Éter.

            
Las exigencias de la teoría atómico-mecánica han conducido a matemáticos y físicos distinguidos a intentar substituir los átomos tradicionales de materia por modos peculiares de movimiento vortiginoso en un medio material universal, homogéneo, incomprensible y continuo (Éter).

            
La presente escritora -que no pretende poseer una educación científica muy grande, sino un conocimiento mediano de las teorías modernas, y uno mejor de las ciencias ocultas- coge sus armas contra los detractores de la Doctrina Esotérica en el arsenal mismo de la Ciencia Moderna. Las contradicciones manifiestas, las hipótesis que se destruyen mutuamente de sabios que gozan de fama universal, sus disputas, sus acusaciones y denuncias mutuas, demuestran claramente que las teorías ocultas, bien se acepten o no, tienen tanto derecho a ser examinadas y estudiadas como cualquiera de las llamadas hipótesis científicas y académicas. Así pues, que los discípulos de la Sociedad Real admitan al Éter como un fluido continuo o discontinuo importa poco, y es indiferente para el presente objeto. Pero ello pone de manifiesto un hecho cierto: la creencia oficial nada sabe hasta la fecha sobre la constitución del Éter. Llámele la Ciencia materia, si le place; pero ni como Âkâsha, ni como el AEther sagrado de los griegos, puede encontrarse en ninguno de los estados de la Materia conocidos por la física moderna. Es Materia en un plano completamente distinto de percepción y de ser, y no puede ser analizado por aparato científico alguno, ni apreciado o concebido siquiera por la “imaginación científica”, a menos que sus poseedores estudien las ciencias ocultas. Lo que sigue prueba esta afirmación.
            
Está claramente demostrado por Stallo, respecto de los intrincados problemas de la física moderna, como también lo fue por De Quatrefages y varios otros acerca de los problemas de Antropología, Biología, etcétera, que, en sus esfuerzos por defender sus hipótesis y sistemas individuales, la mayor parte de los eminentes y sabios materialistas proclaman muy a menudo crasos errores. Tomemos el caso siguiente: La mayoría de ellos rechaza la actio in distans -uno de los principios fundamentales en la cuestión del AEther o Âkâsha en el Ocultismo-, mientras que, según justamente observa Stallo, no existe acción física “que, examinada atentamente, no se resuelva en actio in distans”, y él lo prueba.
            
Ahora bien; los argumentos metafísicos son, según el profesor Lodge, “llamadas inconscientes a la experiencia”. Y agrega él que si tal experiencia no es concebible, entonces no existe. Según sus propias palabras:

            
Si una inteligencia o grupo de inteligencias altamente desarrolladas encuentra absolutamente inconcebible una doctrina acerca de alguna materia comparativamente sencilla y fundamental, es una prueba... de que ese estado de cosas inconcebible no existe.

            
Y en consecuencia, hacia el fin de su trabajo, indica el profesor que la explicación de la cohesión, así como de la gravedad, “ha de buscarse en la teoría del átomo-vórtice de Sir William Thomson”.
            
Es inútil detenernos aquí para preguntar si también será esta teoría del átomo-vórtice la que nos ha de sacar de apuro respecto al primer germen de vida que dejara caer sobre la tierra un meteoro o cometa de paso (hipótesis de Sir William Thomson). Pero podríamos recordar al profesor Lodge la juiciosa crítica sobre su conferencia en los Concepts of Modern Physics, de Stallo. Señalando la declaración arriba hecha por el profesor, pregunta el autor:

            
¿Es que... los elementos de la teoría del átomo-vórtice son hechos familiares o siquiera de experiencia posible? Porque, si no lo son, esa teoría está claramente sujeta a la misma crítica que pasa por invalidar la suposición de la “actio in distans”.
           
            
Y luego el hábil crítico muestra claramente lo que no es, ni puede ser jamás el Éter, a pesar de todas las afirmaciones científicas en sentido contrario. Y de este modo abre de par en par las puertas de entrada, si bien inconscientemente quizás, a nuestras enseñanzas ocultas. Pues, como él dice:

            
El medio en que nacen los movimiento-vórtice es, según la propia y expresa declaración del profesor Lodge (Nature, vol. XXVII, pág. 305), “un cuerpo perfectamente homogéneo, incomprensible, continuo, incapaz de ser resuelto en simples elementos o átomos; es, de hecho, continuo, no molecular”. Y después de esta declaración, el profesor Lodge añade: “No existe otro cuerpo del que podamos decir esto, y por lo tanto las propiedades del éter deben ser algo diferentes de las de la materia ordinaria”. Resulta, pues, que la teoría entera del átomo-vórtice, que nos ofrecen en substitución de la “teoría metafísica” de la actio in distans, descansa sobre la hipótesis de la existencia de un medio material, que es completamente desconocido a la experiencia, y que tiene propiedades algún tanto diferentes de las de la materia ordinaria. De aquí que esta teoría, en lugar de convertir, como se pretende, un hecho extraño a la experiencia, en un hecho familiar, convierte, por el contrario, un hecho perfectamente familiar en un hecho que no tan sólo no lo es, sino que es por completo desconocido, no observado y no observable. Además el pretendido movimiento vortiginoso del, o mejor dicho, en el supuesto medio etéreo, es... imposible, porque “el movimiento es un fluido perfectamente homogéneo, incomprensible, y por consiguiente, continuo, no es movimiento sensible”... Es por lo tanto evidente... que adondequiera que nos lleve la teoría del átomo-vórtice, no nos conduce seguramente a parte alguna en la región de la física o en el dominio del verae causae. Y puedo añadir que como el medio hipotético indiferenciado e indiferenciable es evidentemente una resurrección involuntaria del antiguo concepto ontológico del ser puro, la teoría en discusión tiene todos los atributos de un incomprensible fantasma metafísico.

           
Un “fantasma” en efecto, que sólo el Ocultismo puede hacer comprensible. De semejante metafísica científica al Ocultismo apenas hay un paso.             Y ahora dirige el Ocultismo a la Ciencia la pregunta siguiente: ¿Es la luz un cuerpo, o no? Sea cual fuese la respuesta, dispuesto está el primero a demostrar que hasta la fecha, los físicos más eminentes no poseen verdadero conocimiento respecto a este asunto. Para saber lo que es la luz, y si es una substancia real o bien una mera ondulación del “medio etéreo”, la Ciencia tiene que aprender primero lo que en realidad son la Materia, el Átomo, el Éter y la Fuerza. Ahora bien; la verdad es que nada sabe acerca de ninguna de estas cosas, y que admite su ignorancia. Ni siquiera ha convenido en lo que ha de creer; pues hay docenas de hipótesis acerca del mismo asunto, hijas todas de sabios eminentes, antagónicas entre sí y que a menudo se contradicen a sí mismas. Así es que sus doctas especulaciones pueden, con un esfuerzo de buena voluntad, aceptarse como “hipótesis en vigor” en una acepción secundaria, como lo declara Stallo. Mas siendo radicalmente incompatibles unas con otras, deben concluir al fin por destruirse mutuamente. Según declara el autor de Concepts of Modern Physics:

           
 No debe olvidarse que los diversos ramos de la ciencia son simplemente divisiones arbitrarias de la ciencia en conjunto. En esos diversos ramos, el mismo objeto físico puede considerarse bajo diferentes aspectos. Puede el físico estudiar sus relaciones moleculares, mientras el químico determina su constitución atómica. Pero cuando ambos se ocupan del mismo elemento o agente, no puede tener éste una serie de propiedades en física, y otra serie en contradicción con aquéllas en química. Si el físico y el químico a la vez presuponen la existencia de átomos últimos absolutamente invariables en volumen y peso, no puede el átomo ser un cubo o un esferoide aplastado para objetos físicos, y una esfera para fines químicos. Un grupo de átomos constantes no puede ser un agregado de masas continuas absolutamente inertes e impenetrables en un crisol o retorta, y un sistema de meros centros de fuerzas como parte de un imán o de una batería Clamond. El éter universal no puede ser blando y móvil para agradar al químico, y rígido y elástico para satisfacer al físico; no puede ser continuo por orden de Sir William Thomson, y discontinuo por virtud de las ideas de Cauchy o de Fresnel.

            
De igual modo puede citarse al eminente físico G. A. Hirn, que dice lo mismo en el volumen 43 de las Mémoires de l’Académie Royale de Belgique, que traducimos del francés, como sigue:

            
Cuando se ve la seguridad con que hoy se afirman doctrinas que atribuyen la colectividad, la universalidad de los fenómenos tan sólo a los movimientos del átomo, se tiene derecho a esperar ver la misma unanimidad en las cualidades asignadas a ese ser único, fundamento de todo cuanto existe. Ahora bien; desde el primer examen de los sistemas particulares propuestos, se tropieza con la más extraña decepción; se da uno cuenta de que el átomo del químico, el del físico, el del metafísico y el del matemático... ¡nada tienen absolutamente de común, fuera del nombre! El resultado inevitable es la subdivisión existente en nuestras ciencias, cada una de las cuales construye en su estrecha casilla un átomo que satisface las exigencias de los fenómenos que estudia, sin preocuparse en lo mínimo de las exigencias propias de los fenómenos de la casilla vecina. El metafísico repudia los principios de la atracción y repulsión, que considera como sueños, el matemático, que analiza las leyes de la elasticidad y las de la propagación de la luz, los acepta implícitamente, sin nombrarlos siquiera... El químico no puede explicar la agrupación de los átomos, en sus moléculas con frecuencia complicadas, sin atribuirles cualidades específicas distintivas; para el físico y para el metafísico, partidarios de las doctrinas modernas, el átomo es, por el contrario, siempre y en todas partes el mismo. ¿Qué digo? Ni siquiera existe conformidad en una misma ciencia en cuanto a las propiedades del átomo. Cada cual fabrica el átomo que conviene a su fantasía, para explicar algún fenómeno que le preocupa particularmente.

            
Lo que antecede es la imagen  fotográfica exacta de la ciencia y física modernas. El “requisito previo de esa labor incesante de la <imaginación científica>”, que tan a menudo se encuentra en los elocuentes discursos del profesor Tyndall, es por cierto vívido, como lo muestra Stallo; y respecto a la variedad contradictoria, deja muy atrás a todas las “fantasías” del Ocultismo. Sea como fuese, si según se confiesa las teorías físicas son “meros artificios explicatorios, didácticos”, y si según las palabras de un crítico de Stallo, “el átomo mismo es sólo un sistema gráfico simbólico” ; en este caso, difícilmente podrá considerarse que el Ocultismo va demasiado lejos al colocar frente a esos “artificios” y “sistemas simbólicos” de la ciencia moderna, los símbolos y artificios de las enseñanzas arcaicas.

                           
“AN LUMEN SIT CORPUS, NEC-NON?”
                                   
“¿Es la Luz un Cuerpo, o no?”

            
Se nos dice formalmente que la luz no es un cuerpo. Las ciencias físicas aseguran que la luz es una fuerza, una vibración, la ondulación del Éter. Es propiedad o cualidad de la materia, o hasta una afección de la misma, ¡jamás un cuerpo!
            
Así es. De este descubrimiento, el conocimiento, sea cual fuese su valor, de que la luz o el calórico no es un movimiento de partículas materiales, la Ciencia es deudora principalmente, si no por completo, a Sir William Grove. Él fue el primero en mostrar, en una conferencia en el Instituto de Londres en 1842, que “el calor y la luz (4) pueden considerarse como afecciones de la materia misma, y no de un fluido distinto etéreo, “imponderable” (ahora estado de la materia), que la penetra. Sin embargo, quizás para algunos físicos -como para Oersted, hmbre de ciencia muy eminente- la Fuerza y las Fuerzas fueran tácitamente “el Espíritu (y por lo tanto Espíritus) en la Naturaleza”. Lo que varios sabios algo místicos enseñaron era que la luz, el calor, el magnetismo la electricidad y la gravedad, etc., no eran las Causas finales de los fenómenos visibles, incluyendo el movimiento planetario, sino los efectos secundarios de otras Causas, de que la Ciencia de nuestros días se cuida muy poco, pero en las que cree el Ocultismo; pues los ocultistas han exhibido pruebas de la validez de sus títulos en todas las épocas. Y ¿en qué época no ha habido ocultistas y Adeptos?
            
Sir Isaac Newton sostenía la teoría corpuscular pitagórica, y también se inclinaba a admitir sus consecuencias; lo cual hizo una vez esperar al Conde de Maistre que Newton conduciría últimamente la Ciencia al reconocimiento del hecho de que las fuerzas y los Cuerpos Celestes eran impulsados y guiados por Inteligencias (6). Pero de Maistre no contaba con la huéspeda. Las ideas y pensamientos más íntimos de Newton fueron desnaturalizados, y de su profunda ciencia matemática sólo se ha tenido en cuenta la corteza física.
            
Según un idealista ateo, el Dr. Lewins:

            
Cuando en 1687, Sir Isaac... mostró que sobre la masa y el átomo actuaba... la actividad innata... dispuso de un modo efectivo del Espíritu, Ánima o Divinidad, como de cosas que sobran.

            
Si el pobre Sir Isaac hubiese previsto a qué uso sus sucesores y discípulos aplicaban su “gravedad”, aquel hombre piadoso y religioso de seguro se hubiera comido tranquilamente su manzana, y jamás hubiese dicho una palabra acerca de las ideas mecánicas relacionadas con su caída.
            
Demuestran los hombres de ciencia un gran desdén por la metafísica en general, y especialmente por la metafísica ontológica. Mas siempre que los ocultistas son bastante audaces para alzar su despreciada voz, vemos que la ciencia física materialista se rellena con la Metafísica, que sus más fundamentales principios, aunque inseparablemente ligados al trascendentalismo, son, no obstante, torturados y a menudo ignorados en el laberinto de las teorías e hipótesis contradictorias, con el fin de presentar a la Ciencia Moderna como divorciada de semejantes “sueños”. Una buena confirmación de este cargo se encuentra en el hecho de que la Ciencia se ve absolutamente obligada a aceptar el “hipotético” Éter, y a tratar de explicarlo en el terreno materialista de las leyes átomo-mecánicas. Esta tentativa ha conducido directamente a las más fatales discrepancias e inconsecuencias radicales entre la supuesta naturaleza del Éter y su comportamiento físico. Una segunda prueba hállase en las múltiples afirmaciones contradictorias referentes al Átomo, el objeto más metafísico de la creación.
            
Ahora bien; ¿qué sabe la ciencia moderna de la Física acerca del Éter, el primer concepto del cual pertenece innegablemente a los filósofos antiguos, habiéndolo tomado los griegos de los arios, y encontrándose el origen del Éter moderno en el Âkâsha desfigurado? Esta desfiguración se pretende que es una modificación y refinamiento de la idea de Lucrecio. Examinemos, pues, el concepto moderno, sacado de varios volúmenes científicos que encierran las concesiones de los físicos mismos.
            
Como lo muestra Stallo, la existencia del Éter se acepta en astronomía física, en la física común y en química.

            
Ese éter era considerado al principio por los astrónomos como un fluido de tenuidad y movilidad extremas, que no ofrecía resistencia sensible a los movimientos de los cuerpos celestes, y la cuestión de su continuidad o discontinuidad no se discutía seriamente. Su principal función en la astronomía moderna ha sido la de servir de base a las teorías hidrodinámicas de la gravitación. En física apareció este fluido por algún tiempo representando varios papeles en relación con los “imponderables” (tan cruelmente ejecutados por Sir William Grove), llegando algunos físicos hasta el punto de identificarlo con uno o varios de aquéllos.

            
Después señala Stallo el cambio causado por las teorías kinéticas; y cómo, desde la fecha de la teoría dinámica del calor, el Éter fue elegido en óptica como base de las ondulaciones luminosas. Luego, a fin de explicar la dispersión y polarización de la luz, tuvieron los físicos que recurrir de nuevo a su “imaginación científica”, y en lo sucesivo dotaron al Éter de: a) Una estructura atómica o molecular; b) Una elasticidad enorme, “de modo que su resistencia a la deformación excediera con mucho a la de los cuerpos elásticos más rígidos”. Esto hizo necesaria la teoría de la discontinuidad esencial de la Materia, y por consiguiente, del Éter. Después de haber aceptado esta discontinuidad para poder explicar la dispersión y polarización, descubriéronse imposibilidades teóricas relativas a tal dispersión. La “imaginación científica” de Cauchy vio en los Átomos “puntos materiales sin extensión” y propuso, para obviar los más formidables obstáculos de la teoría ondulatoria (principalmente algunos teoremas mecánicos bien conocidos con que se tropezaba), admitir que el medio etéreo de propagación, en vez de ser continuo, consistiese en partículas separadas por distancias sensibles. Fresnel prestó el mismo servicio a los fenómenos de polarización. E. B. Hunt echa por tierra las teorías de ambos. Hay ahora hombres de ciencia que las proclaman “materialmente ilusorias”, mientras otros -los mecánico-atomistas- se agarran a ellas con desesperada tenacidad. La suposición de una constitución atómica o molecular del Éter queda destruida, además, por la termodinámica, pues Clerk Maxwell mostró que semejante medio sería simplemente un gas. Quedó probado de este modo que la hipótesis de los “intervalos finitos” no sirve como suplemento a la teoría ondulatoria. Además, los eclipses no revelan ninguna variación de color como la supuesta por Cauchy, en la presunción de que los rayos cromáticos se propagan con diversas velocidades. La Astronomía ha revelado más de un fenómeno en completo desacuerdo con esta doctrina.
            

Así pues, mientras en un ramo de la física se admite la constitución atómico-molecular del Éter, con el fin de poder explicar una serie especial de fenómenos, encuéntrase en otro que semejante constitución destruye por completo un número de hechos bien comprobados; y de este modo hallan justificación los cargos dirigidos por Hirn. La Química consideró

            
Imposible conceder la elasticidad enorme del éter sin privarle de aquellas propiedades de que dependía, principalmente su utilidad en la construcción de las teorías químicas.

           
 Esto concluyó con una transformación final del Éter.

            
Las exigencias de la teoría atómico-mecánica han conducido a matemáticos y físicos distinguidos a intentar substituir los átomos tradicionales de materia por modos peculiares de movimiento vortiginoso en un medio material universal, homogéneo, incomprensible y continuo (Éter).

            
La presente escritora -que no pretende poseer una educación científica muy grande, sino un conocimiento mediano de las teorías modernas, y uno mejor de las ciencias ocultas- coge sus armas contra los detractores de la Doctrina Esotérica en el arsenal mismo de la Ciencia Moderna. Las contradicciones manifiestas, las hipótesis que se destruyen mutuamente de sabios que gozan de fama universal, sus disputas, sus acusaciones y denuncias mutuas, demuestran claramente que las teorías ocultas, bien se acepten o no, tienen tanto derecho a ser examinadas y estudiadas como cualquiera de las llamadas hipótesis científicas y académicas. Así pues, que los discípulos de la Sociedad Real admitan al Éter como un fluido continuo o discontinuo importa poco, y es indiferente para el presente objeto. Pero ello pone de manifiesto un hecho cierto: la creencia oficial nada sabe hasta la fecha sobre la constitución del Éter

Llámele la Ciencia materia, si le place; pero ni como Âkâsha, ni como el AEther sagrado de los griegos, puede encontrarse en ninguno de los estados de la Materia conocidos por la física moderna. Es Materia en un plano completamente distinto de percepción y de ser, y no puede ser analizado por aparato científico alguno, ni apreciado o concebido siquiera por la “imaginación científica”, a menos que sus poseedores estudien las ciencias ocultas. Lo que sigue prueba esta afirmación.
            
Está claramente demostrado por Stallo, respecto de los intrincados problemas de la física moderna, como también lo fue por De Quatrefages y varios otros acerca de los problemas de Antropología, Biología, etcétera, que, en sus esfuerzos por defender sus hipótesis y sistemas individuales, la mayor parte de los eminentes y sabios materialistas proclaman muy a menudo crasos errores. Tomemos el caso siguiente: La mayoría de ellos rechaza la actio in distans -uno de los principios fundamentales en la cuestión del AEther o Âkâsha en el Ocultismo-, mientras que, según justamente observa Stallo, no existe acción física “que, examinada atentamente, no se resuelva en actio in distans”, y él lo prueba.
            
Ahora bien; los argumentos metafísicos son, según el profesor Lodge, “llamadas inconscientes a la experiencia”. Y agrega él que si tal experiencia no es concebible, entonces no existe. Según sus propias palabras:

            
Si una inteligencia o grupo de inteligencias altamente desarrolladas encuentra absolutamente inconcebible una doctrina acerca de alguna materia comparativamente sencilla y fundamental, es una prueba... de que ese estado de cosas inconcebible no existe.

            
Y en consecuencia, hacia el fin de su trabajo, indica el profesor que la explicación de la cohesión, así como de la gravedad, “ha de buscarse en la teoría del átomo-vórtice de Sir William Thomson”.
            
Es inútil detenernos aquí para preguntar si también será esta teoría del átomo-vórtice la que nos ha de sacar de apuro respecto al primer germen de vida que dejara caer sobre la tierra un meteoro o cometa de paso (hipótesis de Sir William Thomson). Pero podríamos recordar al profesor Lodge la juiciosa crítica sobre su conferencia en los Concepts of Modern Physics, de Stallo. Señalando la declaración arriba hecha por el profesor, pregunta el autor:

            
¿Es que... los elementos de la teoría del átomo-vórtice son hechos familiares o siquiera de experiencia posible? Porque, si no lo son, esa teoría está claramente sujeta a la misma crítica que pasa por invalidar la suposición de la “actio in distans” .
           
            
Y luego el hábil crítico muestra claramente lo que no es, ni puede ser jamás el Éter, a pesar de todas las afirmaciones científicas en sentido contrario. Y de este modo abre de par en par las puertas de entrada, si bien inconscientemente quizás, a nuestras enseñanzas ocultas. Pues, como él dice:

           
 El medio en que nacen los movimiento-vórtice es, según la propia y expresa declaración del profesor Lodge (Nature, vol. XXVII, pág. 305), “un cuerpo perfectamente homogéneo, incomprensible, continuo, incapaz de ser resuelto en simples elementos o átomos; es, de hecho, continuo, no molecular”. Y después de esta declaración, el profesor Lodge añade: “No existe otro cuerpo del que podamos decir esto, y por lo tanto las propiedades del éter deben ser algo diferentes de las de la materia ordinaria”. Resulta, pues, que la teoría entera del átomo-vórtice, que nos ofrecen en substitución de la “teoría metafísica” de la actio in distans, descansa sobre la hipótesis de la existencia de un medio material, que es completamente desconocido a la experiencia, y que tiene propiedades algún tanto diferentes  de las de la materia ordinaria. De aquí que esta teoría, en lugar de convertir, como se pretende, un hecho extraño a la experiencia, en un hecho familiar, convierte, por el contrario, un hecho perfectamente familiar en un hecho que no tan sólo no lo es, sino que es por completo desconocido, no observado y no observable. 

Además el pretendido movimiento vortiginoso del, o mejor dicho, en el supuesto medio etéreo, es... imposible, porque “el movimiento es un fluido perfectamente homogéneo, incomprensible, y por consiguiente, continuo, no es movimiento sensible”... Es por lo tanto evidente... que adondequiera que nos lleve la teoría del átomo-vórtice, no nos conduce seguramente a parte alguna en la región de la física o en el dominio del verae causae. Y puedo añadir que como el medio hipotético indiferenciado e indiferenciable es evidentemente una resurrección involuntaria del antiguo concepto ontológico del ser puro, la teoría en discusión tiene todos los atributos de un incomprensible fantasma metafísico.

           
 Un “fantasma” en efecto, que sólo el Ocultismo puede hacer comprensible. De semejante metafísica científica al Ocultismo apenas hay un paso. Los físicos que opinan que la constitución atómica de la Materia es compatible con su penetrabilidad no necesitan apartarse mucho de su camino para poder darse cuenta de los mayores fenómenos del Ocultismo, tan ridiculizado ahora por los sabios físicos y los materialistas. Los “puntos materiales sin extensión” de Cauchy son las mónadas de Leibnitz, y son al mismo tiempo los materiales con que los “Dioses” y otros Poderes invisibles se revisten en cuerpos. La desintegración y la reintegración de partículas “materiales” sin extensión, como factor principal en las manifestaciones de fenómenos, debieran presentarse muy fácilmente como una clara posibilidad, al menos a aquellas pocas inteligencias científicas que aceptan las opiniones de M. Cauchy. Pues, disponiendo de esa propiedad de la Materia que llaman impenetrabilidad, con sólo considerar a los Átomos como “puntos materiales ejerciendo uno sobre otro atracciones y repulsiones que varían con las distancias que los separan”, explica el teórico francés que:

           
 De esto se sigue que si el autor de la Naturaleza quisiese modificar tan sólo las leyes según las cuales los átomos se atraen o repelen unos a otros, veríamos en el acto a los cuerpos más duros penetrándose entre sí, a las más diminutas partículas de materia ocupando espacios inmensos, o las masas más grandes reduciéndose a los volúmenes más pequeños, al Universo entero concentrándose, por decirlo así, en un solo punto.

            
Y ese “punto”, invisible en nuestro plano de percepción y materia, es enteramente visible para el ojo del Adepto que puede seguirlo y verlo presente en otros planos. Para los ocultistas, que dicen que el autor de la Naturaleza es la Naturaleza misma, algo indistinto e inseparable de la Deidad, resulta que los que están versados en las leyes ocultas de la Naturaleza, y saben cómo cambiar y provocar nuevas condiciones en el Éter, pueden, no modificar las leyes, sino operar y hacer lo mismo, en armonía con esas leyes inmutables.

 Los “puntos materiales sin extensión” de Cauchy son las mónadas de Leibnitz, y son al mismo tiempo los materiales con que los “Dioses” y otros Poderes invisibles se revisten en cuerpos. La desintegración y la reintegración de partículas “materiales” sin extensión, como factor principal en las manifestaciones de fenómenos, debieran presentarse muy fácilmente como una clara posibilidad, al menos a aquellas pocas inteligencias científicas que aceptan las opiniones de M. Cauchy. Pues, disponiendo de esa propiedad de la Materia que llaman impenetrabilidad, con sólo considerar a los Átomos como “puntos materiales ejerciendo uno sobre otro atracciones y repulsiones que varían con las distancias que los separan”, explica el teórico francés que:

            
De esto se sigue que si el autor de la Naturaleza quisiese modificar tan sólo las leyes según las cuales los átomos se atraen o repelen unos a otros, veríamos en el acto a los cuerpos más duros penetrándose entre sí, a las más diminutas partículas de materia ocupando espacios inmensos, o las masas más grandes reduciéndose a los volúmenes más pequeños, al Universo entero concentrándose, por decirlo así, en un solo punto.

            
Y ese “punto”, invisible en nuestro plano de percepción y materia, es enteramente visible para el ojo del Adepto que puede seguirlo y verlo presente en otros planos. Para los ocultistas, que dicen que el autor de la Naturaleza es la Naturaleza misma, algo indistinto e inseparable de la Deidad, resulta que los que están versados en las leyes ocultas de la Naturaleza, y saben cómo cambiar y provocar nuevas condiciones en el Éter, pueden, no modificar las leyes, sino operar y hacer lo mismo, en armonía con esas leyes inmutables.

H.P.Blavatsky  D.S TII



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