BREVE ANÁLISIS DE LOS ELEMENTOS COMPUESTOS Y SIMPLES DE LA
CIENCIA EN OPOSICIÓN A LAS DOCTRINAS OCULTAS. HASTA QUÉ PUNTO ESTA TEORÍA,
SEGÚN SE ACEPTA GENERALMENTE, ES CIENTÍFICA.
En la contestación del profesor
Beale, el gran fisiólogo, al ataque dirigido por el Dr. Gull contra la teoría
de la Vitalidad, que está inseparablemente ligada a los elementos de los
antiguos en la Filosofía Oculta, hallamos algunas palabras tan significativas
como hermosas:
Existe un misterio en la vida, misterio que jamás ha sido sondeado y que se
agranda a medida que se estudian y se observan más a fondo los fenómenos de la
vida. En los centros vivientes -mucho más centrales que los centros, observados
con los instrumentos más poderosos de la ampliación-, en los centros de la
materia viviente donde no puede el ojo penetrar, pero hacia los cuales puede
tender la inteligencia, se producen cambios sobre cuya naturaleza los físicos y
químicos más adelantados no pueden ofrecernos un concepto; ni existe tampoco la
más ligera razón para pensar que la naturaleza de esos cambios pueda fijarse
nunca por la investigación física, tanto más, cuanto que ellos son ciertamente
de un orden o naturaleza totalmente distintos de los que puedan corresponder a
cualquier otro fenómeno que conozcamos.
El Ocultismo coloca ese “misterio”,
o el origen de la Esencia de Vida, en el mismo centro que el núcleo de la materia prima de nuestro Sistema Solar,
pues ellos son uno.
Como dice el Comentario:
El
Sol es el corazón del Mundo Solar (Sistema), y su cerebro está oculto detrás
del Sol (visible). De allí, la sensación es irradiada hacia cada centro
nervioso del gran cuerpo, y las ondas de la esencia de vida, fluyen hacia
dentro de cada arteria y vena... Los planetas son sus miembros y pulsaciones.
Se ha declarado en otro lugar que la Filosofía Oculta niega que el Sol sea un globo en combustión, sino que
lo define simplemente como un mundo, una esfera resplandeciente, estando oculto
el verdadero Sol detrás, y siendo el Sol visible sólo un reflejo, su concha.
Las hojas de sauce de Nasmyth que Sir John Herschel tomó por “habitantes
solares”, son los depósitos de la energía vital solar; “la electricidad vital
que alimenta a todo el sistema; el sol in
abscondito siendo así el depósito de nuestro pequeño Cosmos, generando él
mismo su fluido vital y recibiendo siempre tanto como da”, y el Sol visible
sólo una ventana abierta en el verdadero palacio y presencia solares, que sin
embargo revela sin alteración la labor interna.
De esta manera, durante el período
solar manvantárico, o vida, hay una circulación regular del fluido vital de un
extremo al otro de nuestro Sistema, del cual el Sol es el corazón, como la
circulación de la sangre en el cuerpo humano; contrayéndose el Sol tan
rítmicamente como lo hace el corazón humano después de cada vuelta de ella.
Sólo que en vez de ejecutar su curso en un segundo, aproximadamente, emplea la
sangre solar diez de sus años para circular, y un año entero para pasar por su
aurícula y ventrículo antes de que ella bañe los pulmones y vuelva a las
grandes arterias y venas del Sistema.
Esto no lo negará la Ciencia, puesto
que la Astronomía conoce el ciclo fijo de once años en que aumenta el número de
las manchas solares, siendo debido el aumento a la contracción del Corazón
Solar. El Universo, en este caso nuestro Mundo, respira, como lo hace sobre la
Tierra el hombre y toda criatura viviente, la planta y hasta el mineral; y como
nuestro globo mismo respira cada veinticuatro horas. La región oscura no es
debida a la “absorción ejercida por los vapores emitidos del seno del Sol, e
interpuestos entre el observador y la fotosfera” como lo quisiera el Padre
Secchi, ni están formadas las manchas “por la materia misma (materia
ardiente gaseosa) que la irrupción proyecta sobre el disco solar”. El fenómeno
es semejante a la pulsación regular y sana del corazón, al pasar el líquido de
la vida por los orificios de sus
músculos. Si se pudiese hacer luminoso el corazón humano y hacerse visible el
órgano viviente y palpitante, de modo que se obtuviera su reflejo sobre un lienzo,
como acostumbran hacer los profesores de Astronomía para mostrar la Luna, por
ejemplo, entonces todo el mundo vería el fenómeno de las manchas solares
repetirse cada segundo, y que son debidas a la contracción e ímpetu de la
sangre.
Leemos en una obra sobre geología
que el sueño de la ciencia es que:
Todos los cuerpos simples admitidos,
se descubrirá algún día que son tan sólo modificaciones de un solo elemento
material.
Esto mismo ha enseñado la filosofía
oculta desde que existe el lenguaje humano,
añadiendo, sin embargo, fundándose en el principio de la ley inmutable
de analogía, “como es arriba, así es abajo”, otro de sus axiomas, que no existe
Espíritu ni Materia en realidad, sino sólo innumerables aspectos del
eternamente oculto Es, o Sat. El Elemento homogéneo primordial es simple y
solo, únicamente en el plano terrestre
de conciencia y sensación, puesto que, después de todo, la Materia no es otra
cosa que la serie de nuestros propios estados de conciencia, y el Espíritu una
idea de intuición psíquica. Aun en el próximo plano superior, ese elemento
simple que la ciencia corriente de nuestra Tierra define como el último
constituyente indescomponible de cualquier clase de Materia, en el mundo de una
percepción espiritual superior sería considerado como una cosa muy compleja por
cierto. Se descubriría que nuestra agua más pura, en vez de sus dos reconocidos
cuerpos simples, oxígeno e hidrógeno, presenta muchos otros constituyentes, no
soñados tan siquiera por nuestra química terrestre moderna. En el reino del
Espíritu sucede lo que en el de la Materia; la sombra de lo que es conocido en
el plano de objetividad existe en el de la subjetividad pura. El punto de la
substancia perfectamente homogénea, el sarco de la Mónera de Haeckel, es
considerado ahora como la archibiosis de la existencia terrestre (el
protoplasma de Mr. Huxley); y el Bathybius Haeckellii tiene que afiliarse a
su archibiosis preterrestre. Ésta es primero percibida por los astrónomos en su
tercer grado de evolución, y en la llamada “creación secundaria”. Mas los
estudiantes de Filosofía Esotérica comprenden bien el significado secreto de la
Estancia:
Brahma... tiene esencialmente el aspecto de Prakriti, tanto desarrollado
como no desenvuelto... El Espíritu, ¡oh! Dos Veces nacido (Iniciado), es el aspecto principal de Brahmâ. Lo
inmediato es un doble aspecto (de Prakriti y Purusha)... tanto desarrollado
como no desarrollado; y el Tiempo es lo último.
Anu es uno de los nombres de Brahmâ,
distinto de Brahman, y significa “átomo”; anîyamsâm anîyasâm, “lo más atómico
de lo atómico”, el inmutable e imperecedero (achyuta) Purushottama”.
Seguramente, pues, los elementos que
ahora conocemos -cualquiera que sea su número- según se entienden y definen
actualmente, no son, ni pueden ser, los
elementos primordiales. Estos fueron formados por “los coágulos de la fría y radiante Madre” y “la semilla ígnea del ardiente Padre”, que “son uno”, o expresándolo
en el lenguaje más claro de la ciencia moderna, aquellos cuerpos tuvieron su
génesis en las profundidades de la Niebla de fuego primordial, las masas de
vapor incandescente de las nebulosas irresolubles; pues, como enseña el
profesor Newcomb, las nebulosas resolubles no constituyen una clase de
nebulosas propiamente dichas. Según él cree, más de la mitad de aquellas que al
principio se tomaron equivocadamente por nebulosas, son lo que él llama
“racimos estelares”.
Los cuerpos simples conocidos ahora,
han llegado a su estado permanente en esta Cuarta Ronda y Quinta Raza. Tienen
ellos un corto período de reposo antes de ser nuevamente impulsados en su
evolución espiritual ascendente, cuando el “fuego viviente de Orcus” disociara
los más irresolubles y los volverá a dispersar en el Uno primordial.
Pero el ocultista va más lejos, como
se ha manifestado en los Comentarios sobre las Siete Estancias. De aquí que
difícilmente pueda esperar auxilio o conformidad alguna por parte de la
Ciencia, que rechazará tanto su “anîyâmsam anîyâsam”, el Átomo absolutamente
espiritual, como sus Mânasaputras u Hombres nacidos de la Mente. Al resolver el
“elemento material único” en un Elemento absoluto irresoluble, Espíritu, o
Materia-Raíz, colocándolo así desde luego fuera del alcance y campo de la
Filosofía Física -muy poco en común tiene él, por supuesto, con los hombres de
ciencia ortodoxos. Él sostiene que el Espíritu y la Materia son dos Facetas de
la Unidad incognoscible, dependiendo sus aspectos aparentemente opuestos: a) De
los varios grados de diferenciación de la materia; b) De los grados de conciencia
alcanzados por el hombre mismo. Esto, sin embargo, es Metafísica, y tiene poco
que ver con la Física- por grande que sea ahora esta Filosofía física en su
propia limitación terrestre.
No obstante, una vez que la Ciencia
admite la posibilidad al menos, ya que no la existencia real, de un Universo
con sus innumerables formas, condiciones y aspectos, formados de una “sola
Substancia”, tiene aquélla que ir más allá. A no ser que admita también la
posibilidad de Un Elemento, o la Vida Una de los ocultistas, tendrá que colgar
en el aire aquella “substancia sola”, especialmente si la limita a las
nebulosas solares, como el ataúd de Mahoma, sin el poderoso imán que sostenía
aquel féretro. Afortunadamente para los físicos especulativos, si bien somos incapaces
de precisar en algún modo lo que implica la teoría de las nebulosas, hemos
podido aprender, gracias al profesor Winchel y a varios astrónomos disidentes,
lo que no implica.
Desgraciadamente, esto dista mucho
de aclarar hasta los más sencillos de los problemas que han preocupado y
preocupan todavía, a los hombres de ciencia en su investigación de la verdad.
Hemos de continuar nuestras indagaciones partiendo de las primeras hipótesis de
la ciencia moderna, si queremos descubrir dónde
y por qué ella yerra. Quizás veamos
que después de todo tiene razón Stallo, y que los errores, contradicciones e
ilusiones en que incurren los hombres de ciencia más eminentes son sólo debidos
a su actitud anormal. Son materialistas, y quieren seguir siéndolo quand même, aunque “los principios generales de la teoría
atómica-mecánica -la base de la física moderna- son substancialmente idénticos
a las doctrinas cardinales de la metafísica ontológica”. Por eso, “los errores
fundamentales de la ontología se hacen aparentes en proporción al progreso de
la ciencia física”. La Ciencia está llena de conceptos metafísicos, pero
los sabios se niegan a reconocerlo, y luchan desesperadamente para poner
máscaras atómico-mecánicas a las leyes incorpóreas y espirituales de la
Naturaleza en nuestro plano, no queriendo admitir su substancialidad ni aun en
otros planos, cuya sola existencia niegan a priori.
Fácil es el mostrar, sin embargo,
cómo los sabios, apegados a sus opiniones materialistas, han intentado desde
los mismos tiempos de Newton de enmascarar los hechos y la verdad. Pero su
labor va haciéndose cada vez más difícil; y cada año la Química, sobre todas
las demás ciencias, se aproxima más y más al reino de lo oculto en la
Naturaleza. Está ella asimilándose las mismas verdades enseñadas durante siglos
por la Ciencia oculta, y que hasta ahora se han tratado con el mayor desdén.
“La Materia es eterna”, dice la Doctrina Esotérica. Pero la materia en su
estado laya o cero, tal como la conciben los ocultistas, no es la materia de la
ciencia moderna, ni siquiera en su estado gaseoso más rarificado. La “materia
radiante” de Mr. Crookes aparecería como Materia de la clase más grosera en el
reino de los comienzos, puesto que ella se convierte en puro Espíritu antes de
que vuelva tan siquiera a su primer punto de diferenciación. Por lo tanto,
cuando el Adepto o el alquimista añade que, si bien la materia es eterna,
porque es Pradhâna, los Átomos nacen, sin embargo, en cada nuevo Manvántara o
reconstrucción del Universo, esto no es una contradicción como pudiera pensar
un materialista que no cree en cosa alguna fuera del átomo. Existe una
diferencia entre la materia manifestada
y la no manifestada; entre Pradhâna,
la causa sin principio ni fin, y Prakriti o el efecto manifestado. La sloka
dice:
Aquello que es la causa no
desarrollada es enfáticamente llamado por los más eminentes sabios Pradhâna,
base original, que es Prakriti sutil, es decir, aquello que es eterno y que a
la vez es y no es una pura serie.
Aquello a que se refiere la fraseología
moderna como espíritu y Materia es UNO en la eternidad como Causa Perpetua, y
no es Espíritu ni Materia, sino ELLO -traducido en sánscrito por TAD,
“aquello”-, todo lo que es, fue o será, todo lo que la imaginación del hombre
es capaz de concebir. Hasta el panteísmo exotérico del Hinduismo lo describe
como jamás lo hizo filosofía monoteísta alguna; pues con frase admirable
principia su Cosmogonía con las conocidas palabras:
No había día ni noche, ni cielo, ni
tierra, ni tinieblas ni luz. Y no había otra cosa alguna que fuese perceptible
por los sentidos o por las facultades mentales. Había sin embargo entonces un
Brahmâ, esencialmente Prakriti (Naturaleza) y Espíritu. Porque los dos aspectos
de Vishnu, distintos de su aspecto supremo esencial, son Prakriti y Espíritu,
oh Brâhman. Cuando esos dos otros aspectos suyos no subsisten por más
tiempo, sino que son disueltos, entonces
aquel aspecto de donde la forma y lo
demás, esto es, la creación procede de
nuevo, es denominado tiempo, oh dos veces nacido.
Es lo que es disuelto, o el aspecto dual ilusorio de Aquello cuya esencia es
eternamente Una, lo que llamamos Materia Eterna, o substancia, sin forma,
asexual, inconcebible, aun para nuestro sexto sentido o mente; en lo que
nos negamos por lo tanto a ver lo que los monoteístas llaman un Dios personal,
antropomórfico.
¿Cómo considera la ciencia exacta
moderna las dos proposiciones: que “la Materia es eterna”, y “el átomo es
periódico y no eterno? El físico materialista las criticará y ridiculizará
despreciativamente. Sin embargo, el hombre de ciencia liberal y progresivo, el
verdadero y celoso investigador científico de la verdad, como el eminente
químico Mr. Crookes, confirmará la probabilidad de las dos declaraciones. Pues
apenas se había apagado el eco de su discurso sobre “Génesis de los elementos”
-pronunciado por él ante la Sección de Química de la Asociación Británica, en
el mitin de Birmingham, en 1887, que tanto sorprendió a los evolucionistas que
lo oyeron o leyeron-, pronunció otro en marzo de 1888. Una vez más el
presidente de la Sociedad Química presentó ante el mundo de la ciencia y ante
el público los frutos de algunos nuevos descubrimientos en el reino de los
átomos, y esos descubrimientos justificaban en todos sentidos las doctrinas
ocultas. Son ellos aún más sorprendentes que las afirmaciones sentadas por él
en el primer discurso, y bien merecen la atención de todo ocultista, teosofista
y metafísico. He aquí lo que dice en sus “Elementos y Meta-Elementos”, justificando así los cargos y la previsión de
Stallo, con el valor de un espíritu científico que ama a la Ciencia por la
verdad misma, sin cuidarse de las consecuencias en cuanto a su propia gloria y
reputación. Citamos sus propias palabras:
Permitidme, señores, llamar ahora
vuestra atención por un momento sobre una cuestión que concierne a los
principios fundamentales de la química, asunto que puede llevarnos a admitir la
posible existencia de cuerpos que, si bien no son compuestos ni mezclas, no son
tampoco cuerpos simples en el sentido más estricto de la palabra; cuerpos que
me atrevo a llamar “metasimples”. Para explicar mi idea necesito volver al
concepto que tenemos formado de un cuerpo simple. ¿Cuál es el criterio acerca
del mismo? ¿Dónde hemos de trazar la línea entre la existencia distinta y la
identidad? Nadie duda de que el oxígeno, el sodio, el cloro y el azufre sean
cuerpos simples separados; y cuando tratamos de grupos como el cloro, el bromo,
el yodo, etc., tampoco tenemos duda alguna, y aunque fuesen admisibles los grados
de “simplicidad” -a lo cual puede que tengamos que venir a parar últimamente-,
podría admitirse que el cloro se aproxima mucho más al bromo que al oxígeno, y
que al sodio y al azufre. También el níquel y el cobalto se aproximan mucho,
aunque nadie pone en duda su derecho a figurar como cuerpos simples distintos.
No puedo, sin embargo, dejar de preguntar cuál habría sido la opinión dominante
entre los químicos si las respectivas soluciones de esos cuerpos y sus
compuestos presentasen colores idénticos, en vez de colores que, hablando
aproximadamente, son mutuamente complementarios. ¿Acaso se hubiese aun
reconocido su naturaleza distinta? Cuando seguimos adelante y llegamos a las
llamadas tierras raras, nos encontramos en terreno menos firme. Podemos quizás
admitir el escandio, el iterbio y otros de la misma clase, como simples; pero
¿qué podemos decir en el caso del neodimio y praseodimio, entre los que puede
decirse que no existe diferencia química bien marcada, siendo su derecho a la
individualidad separada, ligeras diferencias como bases y facultades
cristalizadoras, aunque sus diferencias físicas, como lo demuestran las
observaciones hechas con espectro, son muy marcadas? Aun aquí podemos pensar
que el ánimo de la mayoría de los químicos se inclinaría del lado de la
indulgencia, admitiendo a esos dos cuerpos dentro del círculo encantado. En
cuanto a saber si obrando así podrían apelar a cualquier principio fundamental,
es cuestión dudosa. Si admitimos a esos candidatos, ¿cómo podremos excluir con
justicia las series de cuerpos simples o metasimples que Krüss y Wilson nos
dieron a conocer?
Aquí las diferencias espectrales son bien marcadas, mientras
que mis propias investigaciones sobre el didimio muestra también una ligera
diferencia básica, al menos entre algunos de esos cuerpos dudosos. En la misma
categoría deben incluirse los numerosos cuerpos separados, en los cuales es probable que el itrio, el
erbio, el samario y otros “elementos” -según se llaman comúnmente- han sido y
son agrupados. ¿Dónde, pues, hemos de trazar la línea? Las distintas
agrupaciones se esfuman tan imperceptiblemente unas en otras, que es imposible
establecer una división definida entre dos cuerpos adyacentes cualesquiera, y
decir que el cuerpo de este lado de la línea es simple, mientras que aquel que
se encuentra en el otro no es simple o es tan sólo algo que lo simula o se
aproxima a ello.
Dondequiera que puede trazarse una línea con aparente razón,
será sin duda fácil asignar de una vez a la mayoría de los cuerpos el puesto que
les corresponde, puesto que en todos los casos de clasificación la verdadera
dificultad empieza cuando nos acercamos a la línea divisoria. Admítense, por
supuesto, ligeras diferencias químicas y, hasta cierto punto, hácese lo mismo
con bien marcadas diferencias físicas. ¿Qué diremos, sin embargo, cuando la
única diferencia química es una tendencia casi imperceptible en un cuerpo -de
un par o de un grupo- a precipitarse antes que el otro? Además, hay casos en
que las diferencias químicas alcanzan el punto en que se desvanecen, aun cuando
todavía quedan diferencias físicas bien determinadas. Aquí tropezamos con una
nueva dificultad: en tales oscuridades, ¿cómo distinguir entre lo químico y lo
físico? ¿Acaso no estamos autorizados a llamar a una ligera tendencia de un
precipitado amorfo naciente a formarse antes que otro, “una diferencia física”?
Y ¿no podríamos llamar a las reacciones coloreadas dependientes de la solución
y de acuerdo con el solvente empleado, “diferencias químicas”? No veo la
posibilidad de negar el carácter de simple a un cuerpo que difiere de otro por
un color bien determinado o por reacciones espectrales, mientras lo concedemos
a otro cuerpo cuyo único derecho es una diferencia muy insignificante en
poderes básicos. Habiendo abierto una vez la puerta lo bastante para admitir
algunas diferencias espectrales, hemos de preguntar: ¿cuál es la diferencia
mínima que autoriza el candidato para pasar? Presentaré algunos ejemplos,
sacados de mi propia experiencia, de algunos de esos candidatos dudosos.
Aquí presenta el gran químico varios
casos del comportamiento singularísimo de moléculas y minerales, al parecer
iguales, pero que, sin embargo, examinados muy atentamente, ofrecieron
diferencias que, si bien pequeñas, no obstante demuestran que no son cuerpos simples, y que los 60 ó 70 como tales
aceptados en química no son ya suficientes a abarcarlo todo. Aparentemente sus
nombres son legión; mas como la llamada “teoría periódica” se opone a una
multiplicación ilimitada de cuerpos simples, vese obligado Mr. Crookes a buscar
algún medio de reconciliar el nuevo descubrimiento con la antigua teoría. “Esa
teoría”, dice él:
Se ha confirmado tan plenamente que
no podemos admitir a la ligera interpretación alguna respecto a los fenómenos
que deje de concordar con ella. Pero si suponemos a los cuerpos simples
reforzados por un gran número de cuerpos que difieren poco unos de otros en sus
propiedades, y formando agregaciones de nebulosas, si así puedo expresarme,
donde primeramente veíamos o creíamos ver estrellas separadas, la combinación
periódica ya no puede comprenderse claramente por más tiempo. Es decir, por más
tiempo, si seguimos conservando nuestro concepto habitual de un cuerpo simple.
Modifiquemos, pues, este concepto. En lugar de “cuerpo simple”, léase “grupo
simple” -esos grupos simples reemplazando a los antiguos cuerpos en la teoría
periódica-, y desaparece la dificultad. Al definir un cuerpo simple, no tomemos
un límite externo, sino un tipo interno. Digamos, por ejemplo, que la cantidad
más pequeña ponderable de itrio es un conjunto de átomos últimos casi
infinitamente más parecidos entre sí que a los átomos de cualquier otro
elemento aproximado. No quiere decir esto que los átomos deben ser todos
necesariamente en absoluto semejantes entre sí. El peso atómico que atribuimos
al itrio representa, por lo tanto, sólo un valor medio, alrededor del cual los
pesos reales de los átomos individuales del “cuerpo simple” figuran dentro de
ciertos límites. Mas si mi conjetura es admisible, si no fuese posible separar
un átomo de otro, los veríamos variar dentro de estrechos límites en ambos
sentidos del término medio. El proceso mismo del funcionamiento implica la
existencia en ciertos cuerpos de tales diferencias.
Así pues, los hechos y la verdad se
han impuesto una vez más a la ciencia “exacta”, y la han obligado a ensanchar
sus opiniones y a cambiar sus límites, que, ocultando a la multitud, la
reducían a un cuerpo- como los Elohim Septenarios y sus huestes, transformadas
por materializados fanáticos en un Jehovah. Reemplazad los términos químicos de
“molécula”, “átomo”, “partícula”, etc., por las palabras “Huestes”, “Mónadas”,
“Devas”, etc., y podría creerse que se trataba de la descripción del génesis de
los Dioses, de la evolución primordial de las Fuerzas manvantáricas inteligentes. Pero el sabio
conferenciante agrega a sus observaciones descriptivas algo más significativo
todavía; si es consciente o inconscientemente, ¿quién lo sabe? Pues dice:
Hasta últimamente pasaban revista
semejantes cuerpos como simples. Tenían propiedades químicas y físicas
definidas; tenían pesos atómicos reconocidos. Si tomamos una solución pura
diluida de uno de esos cuerpos, el itrio por ejemplo, y si le añadimos un
exceso de amoníaco fuerte, obtenemos un precipitado que parece perfectamente
homogéneo. Pero si en vez de esto añadimos amoníaco muy diluido, sólo en
cantidad suficiente para precipitar una mitad de la base presente, no obtenemos
precipitado inmediato. Si agitamos bien el todo, de modo que se obtenga una mezcla
uniforme de la solución y del amoníaco, y dejamos el vaso durante una hora,
evitando con cuidado el polvo, todavía podremos hallar el líquido claro y
transparente sin vestigio alguno de opacidad.
Después de tres o cuatro horas,
sin embargo, se producirá una opalescencia, y a la mañana siguiente habrá
aparecido un precipitado. Ahora bien, preguntémonos: ¿qué puede significar este
fenómeno? La cantidad del reactivo agregada era insuficiente para precipitar
más de la mitad del itrio presente; por tanto, ha estado operándose durante
algunas horas un procedimiento parecido al de la selección. La precipitación no se ha efectuado evidentemente al azar,
sino que se han descompuesto aquellas moléculas de la base que se ponían en
contacto con una molécula de amoníaco correspondiente; pues tuvimos cuidado de
que se mezclasen los líquidos de un modo uniforme, a fin de que no se hallase
más expuesta una molécula que otra de la sal original a la descomposición. Si
consideramos, además, el tiempo que transcurre antes de la aparición de un
precipitado, no podemos evitar la
conclusión de que la acción que se ha estado produciendo durante las primeras
horas es de un carácter selectivo. No consiste el problema en saber por qué
se produce un precipitado, sino qué es lo que determina o dirige ciertos átomos
a posarse y otros a permanecer en solución. Entre la multitud de átomos
presentes, ¿cuál es el poder que dirige a
cada átomo para elegir el camino debido? Podríamos representarnos alguna fuerza
directora pasando revista a los átomos uno a uno, escogiendo a éste para la
precipitación, y al otro para la solución, hasta que todos hubiesen sido
destinados.
Las itálicas del pasaje anterior son
nuestras. Bien puede un hombre de ciencia preguntar: ¿Qué poder es el que
dirige a cada Átomo, y cuál es el significado de su carácter selectivo? Los
deístas resolverán la cuestión contestando: “Dios”; y con esto nada habrían
resuelto filosóficamente. El Ocultismo contesta en su propio terreno panteísta,
y enseña al estudiante que son Dioses, Mónadas y Átomos. El sabio orador ve en
esto aquello que le interesa principalmente: las indicaciones y huellas de un
sendero que puede conducir al descubrimiento y a la demostración plena y
completa de un elemento homogéneo en la
Naturaleza. Él observa:
Para que semejante selección pueda
efectuarse, es evidente que debe haber algunas ligeras diferencias entre las
cuales sea posible elegir, siendo casi seguro que esa diferencia debe ser
básica, tan ligera que resulta imperceptible dentro de los medios de
experimentación hasta ahora conocidos, pero susceptible de ser nutrida y
estimulada hasta un punto en que pueda apreciarse la diferencia por los medios
ordinarios.
El Ocultismo, que conoce la
existencia y la presencia en la Naturaleza del Elemento Eterno Único, en cuya
primera diferenciación brotan periódicamente las raíces del Árbol de la Vida,
no necesita pruebas científicas. Él dice: La Antigua Sabiduría resolvió el
problema edades ha. Sí, serio o burlón lector, la Ciencia se aproxima lenta
pero seguramente a nuestros dominios de lo Oculto. Vese ella obligada por sus
propios descubrimientos a adoptar nolens
volens nuestra fraseología y nuestros símbolos. La Ciencia química se
encuentra compelida ahora, por la fuerza misma de las cosas, a aceptar hasta
nuestra explicación de la evolución de los Dioses y los Átomos, tan
significativa e innegablemente representada en el caduceo de Mercurio, el Dios
de la Sabiduría, y en el lenguaje alegórico de los Sabios Arcaicos. Un
Comentario de la Doctrina Esotérica dice:
El
tronco del ASVATTHA (el árbol de la Vida y del Ser, la VARA del Ca-duceo) nace y desciende a cada Comienzo (a cada
nuevo Manvántara) de las dos obscuras
alas del Cisne (HANSA) de la Vida.
Las dos Serpientes, lo eternamente vivo y su ilusión (Espíritu y Materia), cuyas dos cabezas provienen de la cabeza
entre las alas, descienden a lo largo del tronco entrelazadas en estrecho
abrazo. Las dos colas júntanse sobre la tierra (el Universo manifestado), formando una sola, y ésta es la gran
ilusión ¡oh Lanu!
Todo el mundo sabe lo que es el
Caduceo, considerablemente modificado por los griegos. El símbolo original -con
la triple cabeza de la Serpiente- sufrió una alteración, convirtiéndose en una
vara con un remate, y fueron separadas las dos cabezas inferiores, desfigurando
así algún tanto el significado original. No obstante, esa vara laya rodeada por
dos serpientes es buena ilustración para nuestro objeto. Verdaderamente, los
poderes maravillosos del Caduceo mágico fueron cantados por todos los antiguos
poetas, y con no poco fundamento para los que comprendían el significado
secreto.
Ahora bien; ¿qué dice el docto
presidente de la Sociedad Química de Gran Bretaña en aquel mismo discurso que
se refiera en algún modo a nuestra doctrina, arriba mencionada, o tenga algo
que ver con ella? Muy poca cosa; sólo lo que sigue, y nada más:
En el discurso de Biremingham, al que ya he
hecho referencia, pedía a mi auditorio que se imaginase la acción de dos
fuerzas sobre el protilo original, siendo una el tiempo, acompañado de una
disminución de temperatura; la otra, una oscilación semejante a la de un
poderoso péndulo, con ciclos periódicos de flujo y reflujo, reposo y actividad,
estando íntimamente relacionado con la materia imponderable, esencia, o fuente
de energía que llamamos electricidad. Ahora bien; un símil como éste llena su
objeto si fija en la mente el hecho particular que se propone poner de
manifiesto, pero no debe esperarse que responda necesariamente a todos los
hechos. Además del descenso de temperatura con el flujo y reflujo periódico de
la electricidad, positiva o negativa, necesarios para conferir a los elementos
nuevamente nacidos su atomicidad particular, es evidente que un tercer factor
ha de tenerse en cuenta. La Naturaleza no obra en un plano llano; requiere
espacio para sus operaciones cosmogénicas, y si introducimos el espacio como
tercer factor, todo aparece claro. En vez de un péndulo, el cual, aunque es
hasta cierto punto un buen ejemplo, es imposible como hecho, busquemos algún
medio más satisfactorio de representar lo que puede haber tenido lugar, según
yo lo concibo. Supongamos que el diagrama en zigzag no esté dibujado sobre un
plano, sino proyectado en el espacio de tres dimensiones. ¿Cuál será la mejor
figura que podamos elegir capaz de llenar todas las condiciones requeridas?
Muchos de los hechos pueden explicarse bien, suponiendo que la proyección en el
espacio de la curva en zigzag, del profesor Emerson Reynold, sea una espiral.
Esta figura es, sin embargo, inadmisible, tanto más cuanto que la curva tiene
que pasar dos veces en cada ciclo por un punto neutro en cuanto a la
electricidad y a la energía química. Por tanto, hemos de adoptar otra figura.
Una figura de ocho o lemniscata resumirá un zigzag así como una espiral, y
llena todas las condiciones del problema.
Una lemniscata para la evolución
hacia abajo, desde el Espíritu a la Materia; otra forma de espiral, quizás en
su camino evolutivo hacia arriba, desde la Materia al Espíritu; y la necesaria
reabsorción gradual y final en el estado laya,
el que la Ciencia llama, en su propio lenguaje, “el estado neutro respecto de
la electricidad”, o el punto cero.
Tales son los hechos y la afirmación ocultos. Pueden dejarse con la mayor
seguridad y confianza a la Ciencia, para ser confirmados algún día. Oigamos
algo más, por otro lado, acerca de ese tipo genético primordial del Caduceo
simbólico:
Semejante figura resultará de tres
movimientos simultáneos muy sencillos. Primero, una simple oscilación hacia
atrás y hacia adelante (supongamos el Este y el Oeste); segundo, una simple
oscilación en ángulos rectos a la primera (supongamos el Norte y el Sur) de la
mitad del tiempo periódico, es decir, dos veces más de prisa; y tercero, un
movimiento en ángulos rectos a aquellos dos (supóngase hacia abajo), que en su
forma más sencilla tendría una velocidad uniforme. Si proyectamos esa figura en
el espacio, observamos, al examinarla, que las puntas de las curvas donde se
forman el cloro, el bromo y el yodo se aproximan una bajo la otra; lo mismo
sucede con el azufre, el selenio y el telurio; igualmente con el fósforo, el
arsénico y el antimonio, y del mismo modo con otras series de cuerpos análogos.
Se preguntará, quizás, si este sistema explica cómo y por qué aparecen los
elementos en este orden. Imaginemos una traslación cíclica en el espacio,
atestiguando cada evolución la génesis del grupo de elementos que presenté
anteriormente como producidos durante una vibración completa del péndulo.
Supongamos que se ha completado un ciclo de este modo, el centro de la fuerza
creadora desconocida, en su gran jornada por el espacio, habiendo esparcido en
sus huellas los átomos primitivos -las semillas, si puedo emplear esta
expresión-, que pronto han de juntarse y convertirse en los grupos conocidos
ahora como el litio, el berilio, el boro, el carbono, el nitrógeno, el oxígeno,
el flúor, el sodio, el magnesio, el aluminio, el silicio, el fósforo, el azufre
y el cloro. ¿Cuál es, según todas las probabilidades, la forma del camino
seguido ahora? Si se limitase estrictamente al mismo plano de temperatura y
tiempo, las agrupaciones elementales que seguidamente aparecerían volverían a
ser las del litio, y se repetiría eternamente el ciclo original, produciendo
una y otra vez los mismos 14 cuerpos simples. Las condiciones, sin embargo, no
son enteramente las mismas. El espacio y la electricidad persisten como al
principio; pero la temperatura se ha alterado, y así, en vez de ser suplidos
los átomos del litio por átomos análogos bajo todos conceptos, los grupos atómicos
que vienen a la existencia cuando principia el segundo ciclo no forman el
litio, sino su descendiente lineal, el potasio. Supongamos, por consiguiente, a
la vì generatrix marchando en vaivén
en ciclos, que siguen la senda lemniscata, como más arriba indicamos; mientras
que simultáneamente la temperatura baja y el tiempo pasa -variaciones que he
intentado representar por el descenso-, cada repliegue del camino de la
lemniscata va cruzando la misma línea vertical en puntos cada vez más bajos.
Proyectada la curva en el espacio, revela una línea central neutra en lo que
respecta a la electricidad, y neutra en propiedades químicas: electricidad
positiva al Norte, negativa al Sur. Las atomicidades dominantes son regidas por
la distancia al Oriente y Occidente de la línea central neutra, siendo los
elementos monatómicos el desplazamiento primero desde la misma, los diatómicos
el segundo y así sucesivamente. La misma ley rige en cada vuelta sucesiva.
Y, como para demostrar la afirmación
de la Ciencia Oculta y de la Filosofía inda, de que a la hora del Pralaya los
dos aspectos de la Incognoscible Deidad, “el Cisne en las tinieblas”, Prakriti
y Purusha, Naturaleza o Materia en todas sus formas y Espíritu, no subsisten
ya, sino que quedan absolutamente disueltos, hallamos la opinión científica
conclusiva del gran químico inglés, que corona sus pruebas diciendo:
Hemos indicado ahora la formación de
los elementos químicos procedentes de modos y vacíos con un fluido primitivo
informe. Hemos mostrado la posibilidad, y más aún, la probabilidad, de que los
átomos no sean eternos en existencia, sino que compartan, con todos los demás
seres creados, los atributos de la decadencia y muerte.
A esto dice el Ocultismo amén, puesto que la “posibilidad” y la
“probabilidad” científicas son para él hechos demostrados sin necesidad de
prueba ulterior o por alguna evidencia física extraña. No obstante, él repite
con la misma seguridad de siempre: “LA MATERIA ES ETERNA, convirtiéndose en
atómica (su aspecto) sólo periódicamente”. Esto es tan cierto como es errónea
otra proposición, tal como la presentan los hombres de ciencia, y casi
unánimemente reconocida por los astrónomos y físicos, a saber, que el uso y
deterioro del cuerpo del Universo sigue su curso regular, y que conducirá finalmente
a la extinción de los fuegos solares y a la destrucción del Universo. Habrá,
como siempre ha habido, en el tiempo y la eternidad, disoluciones periódicas
del Universo manifestado; tales como un Pralaya parcial después de cada Día de
Brahmâ; y un Pralaya Universal -el Mahâ-Pralaya- sólo después del transcurso de
cada Edad de Brahmâ. Pero las causas científicas de semejante disolución, tales
como las ofrece la ciencia exacta, nada tienen que ver con las verdaderas
causas. Sea como fuere, el Ocultismo se encuentra una vez más confirmado por la
Ciencia; pues como dijo Mr. Crookes:
Hemos demostrado con argumentos
sacados del laboratorio químico que en la materia que ha respondido a cada
reactivo como cuerpo simple existen ligerísimos matices de diferencia que
pueden admitir la selección. Hemos visto que la distinción tradicional entre
los simples y compuestos ya no se aviene con los desarrollos de la ciencia
química, sino que debe modificarse de modo que comprenda un gran número de
cuerpos intermedios, “metasimples”. Hemos demostrado cómo las objeciones de
Clerk-Maxwell, por poderosas que sean, pueden contestarse; y finalmente, hemos
aducido razones para la creencia de que la materia primitiva fue formada por la
acción de una fuerza generadora lanzando a intervalos de tiempo átomos dotados
de cantidades variables de formas primitivas de energía. Si podemos aventurar
conjeturas respecto al origen de la energía encarnada en un átomo químico, creo
que podemos suponer que las radiaciones del calor propagadas al exterior a
través del éter desde la materia ponderable del Universo, por algún proceso de
la Naturaleza que aún desconocemos, se transforman en los confines del Universo
en los movimientos primarios -los esenciales- de los átomos químicos, que desde
el momento en que son formados gravitan hacia adentro y devuelven así al
Universo la energía que de otro modo se perdería para él, por efecto del calor
radiante. Si esta conjetura está bien fundada, la sorprendente predicción de
Sir William Thomson respecto a la decrepitud final del Universo a causa del
agotamiento de su energía, cae por tierra. De esta manera, señores, paréceme
que puede ser tratada provisionalmente la cuestión de los cuerpos simples.
Nuestro escaso conocimiento acerca de estos primeros misterios se va
extendiendo metódica aunque lentamente.
Por una extraña y curiosa
coincidencia, hasta nuestra doctrina septenaria parece imponerse a la Ciencia.
Si hemos comprendido bien, la Química habla de catorce grupos de átomos
primitivos - el litio, berilio, boro, carbono, nitrógeno, oxígeno, flúor,
sodio, magnesio, aluminio, silicio, fósforo, azufre y cloro; y hablando Mr.
Crookes de las “atomicidades dominantes” enumera siete grupos de éstas, pues
dice:
A medida que el poderoso foco de
energía creadora da la vuelta, le vemos sembrar en ciclos sucesivos, en una
región del espacio, semillas de litio, potasio, rubidio y cesio; en otra región
el cloro, el bromo y el yodo; en una tercera, el sodio, el cobre, la plata y el
oro; en la cuarta, el azufre, el selenio y el teluro; en la quinta, el berilio,
el calcio, el estroncio y el bario; en la sexta, el magnesio, el cinc, el
cadmio y el mercurio; en la séptima, el fósforo, el arsénico, el antimonio y el
bismuto (lo que constituye siete grupos por una parte. Y después mostrando)...
en otras regiones los demás elementos, a saber: el aluminio, el galio, el indio
y el talio; el silicio, el germanio y el estaño; el carbono, el titanio y el
circonio... (añade), una posición natural cerca del eje neutro se encuentra
para los tres grupos de cuerpos simples, relegados por el profesor Mendeleeff a
una especie de Hospital de Incurables, su octava familia.
Sería interesante, sin duda,
comparar a estos siete y la octava familia de “incurables” con las alegorías
concernientes a los siete hijos primitivos de la “Madre, el Espacio Infinito” o
Aditi, y el octavo hijo por ella rechazado. Muchas coincidencias extrañas
podrían encontrarse entre “esos eslabones intermediarios... llamados
metasimples o elementoides, y aquéllos a quienes llama la Ciencia Oculta sus
Nóumenos, las Mentes y Directores inteligentes de esos grupos de Mónadas y
Átomos. Mas esto nos llevaría demasiado lejos. Contentémonos con encontrar la
confesión del hecho de que:
Esta desviación de la homogeneidad
absoluta debiera marcar la constitución de estas moléculas o agrupaciones de
materia que llamamos cuerpos simples, y resultará quizás más clara si nos
volvemos mentalmente al primer albor de nuestro Universo material, y cara a
cara con el Gran Secreto, tratamos de considerar el proceso de la evolución
elemental.
Así pues, la Ciencia al fin, en la
persona de uno de sus más caracterizados representantes, adopta, para hacerse
más comprensible al profano, la fraseología de Adeptos tan antiguos como Roger
Bacon, y vuelve otra vez al “protilo”. Todo esto promete mucho y es muy
significativo como uno de los “signos de los tiempos”.
A la verdad, estos signos son
numerosos y se multiplican diariamente; pero ninguno es más importante que los
que acabamos de citar. Porque ahora se ha echado un puente sobre el abismo que
separaba las doctrinas ocultas, “supersticiosas y anticientíficas”, de las de
la ciencia “exacta”; y entre los pocos químicos eminentes del día, uno al menos
ha penetrado en los dominios de las infinitas posibilidades del Ocultismo. Cada
nuevo paso que dé se aproximará más y más a aquel centro misterioso del cual
irradian los innumerables senderos que conducen al Espíritu hacia la Materia, y
que transforman a los Dioses y a las Mónadas vivientes en el hombre y en la
Naturaleza senciente.
Pero
en la sección que sigue tenemos algo más que decir respecto de este punto.
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