SUS POSIBILIDADES E IMPOSIBILIDADES
¿Diremos que la Fuerza es “Materia
agitada” o “Materia en movimiento” y una manifestación de la Energía; o que la
Materia y la Fuerza son los aspectos fenomenales diferenciados de la Substancia
Cósmica primaria y no diferenciada?
Esta
cuestión se presenta en relación con la Estancia que trata de FOHAT y sus
“Siete Hermanos o Hijos”; en otras palabras, de la causa y los efectos de la
Electricidad Cósmica. En lenguaje Oculto, los Hermanos o Hijos son las siete
fuerzas primarias de la Electricidad, cuyos efectos puramente fenomenales, y
por tanto los más groseros, son los únicos que conocen los físicos en el plano
cósmico, y especialmente en el terrestre. Estos comprenden, entre otras cosas,
el Sonido, la Luz, el Color, etc. Ahora bien; ¿qué nos dice de estas “Fuerzas”
la Ciencia Física? El SONIDO, dice, es una sensación producida por el contacto
de las moléculas atmosféricas con el tímpano, el cual, produciendo tenues
estremecimientos en el aparato auditivo, comunica así las vibraciones de
aquéllas al cerebro. La LUZ es la sensación causada por el contacto con la
retina, de vibraciones del éter inconcebiblemente minúsculas.
También nosotros decimos lo mismo.
Pero estos son simplemente los efectos producidos en nuestra atmósfera y en sus
medios inmediatos; en realidad, todo lo que cae dentro de los límites de
nuestra conciencia terrestre. Júpiter Pluvio dio su símbolo en gotas de lluvia,
en gotas de agua, compuesta según se cree de dos “cuerpos simples”, que la
Química separa y vuelve a combinar. Las moléculas compuestas están en su poder,
pero los átomos se le escapan todavía. El Ocultismo ve en todas estas Fuerzas y
manifestaciones una escala, cuyos peldaños inferiores pertenecen a la Física
exotérica, y los superiores se remontan a un Poder vivo, inteligente e
invisible, que es, por regla general, la causa indiferente, aunque excepcionalmente
consciente, de los fenómenos que afectan a los sentidos y que se designan como
ley de la Naturaleza.
Nosotros decimos y sostenemos que el
SONIDO, por ejemplo, es un poder oculto tremendo; una fuerza estupenda, cuya potencialidad más pequeña,
cuando se dirige con conocimiento de lo Oculto, no podría ser contrarrestada
por la que engendrasen un millón de Niágaras. Podría producirse un sonido de
tal naturaleza que elevase en el aire la pirámide de Cheops, o que hiciese
revivir y comunicase nuevo vigor y energía a un moribundo, y hasta a un hombre
que hubiese exhalado su último aliento.
Porque el sonido engendra, o más bien,
congrega a los elementos que producen un ozono,
cuya fabricación traspasa las facultades de la Química, si bien está dentro de
la esfera de la Alquimia. Puede él hasta resucitar
a un hombre o un animal cuyo “cuerpo vital” astral no haya sido separado de
modo irreparable de su cuerpo físico, por la ruptura del cordón ódico o
magnético. Por haber sido salvada de la
muerte tres veces por virtud de este poder, a la escritora bien puede
concedérsele que conozca personalmente algo del mismo.
Y si todo esto parece demasiado anticientífico, hasta para reparar en
ello, que explique la Ciencia a qué leyes mecánicas y físicas de las por ella
conocidas se deben los recientes fenómenos producidos por el llamado motor
Keely. ¿Qué es lo que actúa como formidable generador de fuerza invisible, pero
tremenda, de esa potencia, no sólo capaz de arrastrar una máquina de 25
caballos, sino que hasta ha sido utilizada para levantar en alto el conjunto de
la maquinaria? Y, sin embargo, todo esto se ha verificado con sólo pasar un
arco de violín por un diapasón, según se ha probado repetidas veces. Porque la
Fuerza Etérea descubierta por John Worrell Keely, de Filadelfia, bien conocido
en América y en Europa, no es una alucinación. No obstante haber fracasado en
sus esfuerzos para utilizarla -fracaso pronosticado y sostenido desde un
principio por algunos ocultistas-, los fenómenos presentados por el descubridor
durante estos últimos años han sido maravillosos, casi milagrosos, no en el
sentido de lo sobrenatural, sino
en el de lo sobrehumano. Si se
hubiese permitido a Keely salir airoso, él habría podido reducir a átomos todo
un ejército en el espacio de algunos segundos, tan fácilmente como redujo un
buey muerto a aquel estado.
Ruego ahora al lector que preste
seria atención a esta fuerza acabada de descubrir, a la que su inventor ha dado
el nombre de Fuerza o Fuerzas Interetéricas.
En la humilde opinión de los
ocultistas, así como en la de sus amigos íntimos, Keely estaba y está aún en el
umbral de uno de los mayores secretos del Universo, principalmente de aquel en
que está fundado todo el misterio de las Fuerzas físicas y el significado esotérico
del simbolismo del “Huevo del Mundo”. La Filosofía Oculta, considerando al
Kosmos manifestado y no manifestado, como una UNIDAD, simboliza el concepto
ideal del primero en un “Huevo de Oro”, con dos polos. El polo positivo es el
que actúa en el Mundo manifestado de la Materia, mientras que el negativo se
pierde en el incognoscible Absoluto de SAT - la Seidad. No podemos decir si esto está conforme con la filosofía
de Mr. Keely, ni a la verdad importa ello mucho. Sin embargo, sus ideas sobre
la construcción etéro-materia del Universo se parecen de un modo extraño a las
nuestras, siendo en este particular
casi idénticas. He aquí lo que se lee en un folleto hábilmente escrito por Mrs.
Bloomfield-Moore, señora americana con fortuna y posición, cuyos esfuerzaos
incesantes en pro de la verdad no se apreciarán nunca lo bastante:
Mr. Keely explica la manera de
funcionar de su máquina diciendo: “No se ha encontrado nunca el medio de
producir un centro neutral, al proyectar las máquinas hasta hoy construidas. Si
se hubiese conseguido, habrían tenido término las dificultades de los
investigadores del movimiento continuo, y este problema habría llegado a ser un
hecho establecido. Sólo se necesitaría el impulso inicial de unas cuantas
libras, sobre tal mecanismo, para hacerlo funcionar durante siglos. En el
proyecto de mi máquina vibratoria, no he tratado de conseguir el movimiento
continuo; pero se forma un circuito que tiene realmente un centro neutral, el cual está en condiciones de ser vivificado por
mi éter vibratorio, y mientras se halla bajo la acción de dicha substancia, es
en realidad una máquina que es virtualmente independiente de la masa (o globo), lo que tiene lugar a causa de la velocidad asombrosa del circuito
vibratorio. Sin embargo, con toda su perfección, necesita que se le suministre
éter vibratorio para constituir un motor independiente... Todas las
construcciones requieren cimientos de una resistencia proporcionada al peso de
la masa que deben soportar; pero los cimientos del Universo se asientan en un
punto vacío mucho más diminuto que una molécula; en una palabra, y para
expresar con exactitud esta verdad, en un punto
interetérico, para cuya comprensión se necesita una mente infinita. El
investigar las profundidades de un centro etérico es exactamente lo mismo que
buscar los confines del vasto espacio del éter de los cielos, con la diferencia
de que uno es el campo positivo, mientras que el otro es el negativo”.
Ésta es precisamente, como puede
verse, la Doctrina Oriental. El punto interetérico de Mr. Keely es el punto
laya de los ocultistas; esto, sin embargo, no rquiere “una mente infinita para
comprenderlo”, sino tan sólo una intuición y una habilidad especiales para
encontrar el sitio en que se oculta dentro de este Mundo de Materia. Por de
contado, no puede producirse un centro
laya, pero sí un vacío interetérico,
como se ha probado por la producción de
sonidos de campana en el espacio. Mr. Keely habla, sin embargo, como un
ocultista inconsciente cuando, al exponer su teoría de la suspensión
planetaria, dice:
Por lo que respecta al volumen de los
planetas, preguntaríamos desde un punto de vista científico: ¿cómo puede
existir la inmensa diferencia de volumen de los planetas, sin descomponer la
acción armónica que los caracteriza? Sólo puedo contestar a esta pregunta con
propiedad entrando en un análisis progresivo a partir de los centros etéricos
rotatorios que fueron fijados por el Creador con su poder de atracción o
acumulación. Si se me pregunta qué poder da a cada átomo etérico su
inconcebible velocidad de rotación (o inicial), contestaré que ninguna mente
finita podrá jamás concebirlo. La filosofía de la acumulación es la única
prueba de que semejante poder ha sido dado. El área, si así puede decirse, de
tal átomo presenta a la fuerza atractiva o magnética, electiva o propulsora,
toda la fuerza receptiva y toda la fuerza antagónica que caracterizan a un
planeta del mayor tamaño; por consiguiente, continuando la acumulación,
permanece la ecuación perfecta. Una vez fijado este centro diminuto, el poder
que se necesitaría para arrancarlo de su posición tendría que ser tan grande
como el que se necesitase para hacer cambiar de sitio al mayor planeta
existente. Cuando este centro atómico neutral varía de lugar, el planeta tiene
que seguirle. El centro neutral lleva consigo todo el peso de una acumulación
cualquiera desde el punto de partida, y permanece el mismo, por siempre en
equilibrio en el espacio eterno.
Mr. Keely esclarece su idea de “un
centro neutral” con el siguiente ejemplo:
Imaginemos que, después de la
acumulación de un planeta de un diámetro cualquiera, de 20.000 millas, v. gr.,
aproximadamente, pues el tamaño no afecta en nada la cuestión, se desaloje todo
el material a excepción de una corteza de 5.000 millas de espesor, dejando un
vacío entre ella y un centro del tamaño de una bola de billar ordinaria. Se
necesitaría para mover esta pequeña masa central un poder tan grande como el
que fuese preciso para mover la corteza de 5.000 millas de espesor. Además, esta
pequeña masa central arrastraría siempre consigo el peso de la corteza,
manteniéndola equidistante, y no habría ningún poder contrario, por grande que
fuese, que las pudiese juntar. La imaginación se turba al contemplar la inmensa
carga que soporta este punto central en donde el peso cesa... Esto es lo que
entendemos por un centro neutral.
Y esto es también lo que los ocultistas entienden por un centro
laya.
Lo anterior es declarado
“anticientífico” por muchos. Pero así sucede con todo lo que no está sancionado
y sostenido por los principios estrictamente ortodoxos de la Ciencia física. A
menos que la explicación dada por el mismo inventor sea aceptada, ¿qué puede la
Ciencia contestar a hechos ya vistos, y que no es posible a nadie negar? En
cuanto a nosotros, como sus explicaciones son completamente ortodoxas, desde el punto de vista
Espiritual y Oculto, aun cuando no suceda lo mismo desde el punto de vista de
la Ciencia materialista especulativa, llamada exacta, son, por lo tanto, nuestras por lo que hace a este
particular. La Filosofía Oculta divulga muy pocos de sus misterios vitales más
importantes. Los deja caer como perlas preciosas, uno a uno, y a gran distancia
los unos de los otros; y esto, sólo cuando se ve obligada a ello por la
corriente evolutiva que lleva al género humano lenta y silenciosa pero
firmemente hacia la aurora de la humanidad de la Sexta Raza. Pues una vez fuera
de la fiel custodia de sus legítimos herederos y guardianes, estos misterios
dejan de ser ocultos; caen bajo el dominio público y corren el riesgo de
convertirse en maldiciones más bien que en bendiciones, una vez en las manos de
los egoístas, de los Caínes de la raza humana. Sin embargo, cuando nacen
individuos tales como el descubridor de la Fuerza Etérica, hombres con facultades
peculiares, psíquicas y mentales, son generalmente y con frecuencia
ayudados, no consintiéndoles que sigan a tientas su camino; si se les
abandonase a sus propios recursos, pronto pararían en el martirio o serían
presa de especuladores sin escrúpulo. Pero sólo se les ayuda a condición de que
no se conviertan, consciente o inconscientemente, en un peligro más para su
época: un peligro para los pobres,
ofrecidos en diario holocausto por los menos ricos a los más ricos. Esto
requiere una corta digresión y una explicación.
Hace
unos doce años, cuando tenía lugar la Exposición Centenario de Filadelfia, la
escritora de este libro, en contestación a las ansiosas preguntas de un
teósofo, que era uno de los primeros admiradores de Mr. Keely, repitió lo que
había oído en fuentes de cuyos informes ella no dudaría nunca.
Se había declarado que el inventor
del “Automotor” era lo que en lenguaje kabalístico se llama “un mago de nacimiento”. Que él ignoraba
y continuaría ignorando todo el alcance de sus poderes, y sólo operaría con
aquellos que había encontrado educidos y afirmados en su propia naturaleza -en
primer lugar, porque atribuyéndolos a un origen erróneo, no podría nunca
desarrollarlos por completo; y en segundo
término, porque estaba fuera de sus facultades el comunicar a otros lo que sólo
era una capacidad inherente a su propia
naturaleza especial. Por tanto, no podría transferir a nadie el secreto de
un modo permanente, para usos prácticos.
No son muy raros los individuos
nacidos con tales capacidades. El que no se oiga hablar de ellos con más
frecuencia, depende de que, en casi todos los casos, viven ellos y mueren en la
completa ignorancia de que están en posesión de poderes anormales. Mr. Keely
posee poderes que se llaman anormales, precisamente porque son tan poco
conocidos en nuestros días, como lo era la circulación de la sangre antes del
tiempo de Harvey. La sangre existía y se conducía del mismo modo que hoy lo
hace, en el primer hombre nacido de mujer; y de la misma manera existe y ha
existido en el hombre ese principio
que puede dominar y guiar a la Fuerza etérica vibratoria. Existe, en todo caso,
en todos los mortales, cuyos Yoes
Internos se hallan relacionados desde
un principio, por razón de su descendencia directa, con ese Grupo de Dhyân
Chohâns llamados “los primeros nacidos del AEther”. La Especie humana,
considerada físicamente, está dividida en varios grupos, cada uno de los cuales
está relacionado con uno de los Grupos Dhyánicos que formaron primero al hombre
psíquico (véanse los párrafos 1, 2,
3, 4 y 5, en el Comentario de la Estancia VII). Mr. Keely (muy favorecido en
este concepto, y que además de su temperamento psíquico es intelectualmente
genial en mecánica) puede llevar a cabo los resultados más maravillosos. Ya ha
conseguido algunos, ciertamente, más de los que ha logrado en esta edad, hasta
hoy, mortal alguno no iniciado en los
Misterios finales. Lo que ha
hecho es suficiente, como con justicia dicen sus amigos, para “demoler con el
martillo de la Ciencia los ídolos científicos”, los ídolos de materia con pies
de barro. La que estas líneas escribe no piensa contradecir en lo mínimo a Mrs.
Bloomfield-Moore cuando en su escrito sobre “La Fuerza Psíquica y la Fuerza
Etérica” declara que Mr. Keely, como filósofo:
Tiene un alma bastante grande, una
mente bastante sabia y un ánimo bastante elevado para vencer todas las
dificultades y aparecer al fin ante el mundo como el mayor descubridor e
inventor.
Y también dice:
Keely alcanzaría fama inmortal aun
cuando no hiciera más que guiar a los hombres de ciencia desde las desoladas
regiones en que marchan a tientas, hacia el campo abierto de la fuerza
elemental, donde la gravedad y la cohesión son sorprendidas en sus guaridas y
derivadas para el uso; en donde, de la unidad de origen, emana la energía
infinita en formas variadas. Si él demostrase, para destrucción del
materialismo, que el Universo está formado por un principio misterioso, al cual
la materia, por perfectamente organizada que esté, se halla supeditada en absoluto,
sería un bienhechor espiritual de nuestra raza, mayor de lo que lo ha sido en
nuestro mundo moderno otro hombre alguno. Si él llegase a conseguir que en el
tratamiento de las enfermedades se substituyan las fuerzas más refinadas de la
Naturaleza a los agentes materiales y groseros que han enviado a la tumba más
seres humanos que la guerra, la peste y el hambre combinadas, sería acreedor a
la gratitud de la humanidad entera. Todo esto y más llegará a hacer, si él y
los que han seguido sus progresos, día por día durante años, no son demasiado
optimistas en sus esperanzas.
La misma señora, en su folleto Keely’s Secrets, copia el siguiente
párrafo de un artículo escrito en The
Theosophist hace algunos años por la escritora de la presente obra:
El autor del folleto núm. 5, de los
dados a luz por la Sociedad de Publicaciones Teosóficas, What is Matter and What is Force, dice en el mismo: “Los hombres de
ciencia acaban de encontrar “un cuarto estado de materia”, mientras que los
ocultistas han penetrado años ha más allá del sexto, y, por tanto, no deducen,
sino que conocen, la existencia del séptimo, el último”. Este conocimiento
comprende uno de los secretos del llamado “secreto compuesto” de Keely. Muchas
personas saben ya que este secreto encierra “el aumento de la energía”, el
aislamiento del éter y la adaptación de la fuerza dinaesférica a las máquinas.
Precisamente porque el
descubrimiento de Keely conduciría al conocimiento de uno de los secretos más
ocultos, secreto que jamás se permitirá pueda caer en poder de las masas, es
por lo que los ocultistas creen seguro su fracaso al llevar su descubrimiento
hasta su fin lógico. Pero sobre esto ya hablaremos. Aun dentro de sus
limitaciones, este descubrimiento puede ser de grandísima utilidad, pues:
Paso a paso, con paciente
perseverancia, a la que el mundo hará honor algún día, este hombre de genio ha
realizado sus investigaciones, dominando las dificultades colosales que una y
otra vez levantaban en su camino las que parecían ser (para todos menos para
él) barreras infranqueables para ulterior progreso; pero jamás se ha señalado
en el mundo de modo tal la hora propicia para el advenimiento de la nueva
fuerza que la humanidad espera. La Naturaleza, siempre refractaria a entregar
sus secretos, presta oído a las demandas que le hace su dueño, la necesidad.
Las minas de carbón no pueden satisfacer
por mucho tiempo el creciente pedido que se les hace. El vapor ha alcanzado su
último límite de potencia y no llena las exigencias de la época. Sabe que sus
días están contados. La electricidad se mantiene sin avanzar, abatido su
impulso, pendiente de la aproximación de su colega. Los buques aéreos están
anclados, por decirlo así, a la expectativa de la fuerza que ha de convertir a
la navegación aérea en algo más que un sueño. Con la misma facilidad con que se
comunican los hombres desde sus respectivas oficinas con sus casas por medio
del teléfono, han de hablar unos con otros los habitantes de los diversos
continentes a través del Océano. La imaginación se suspende cuando trata de
prever los grandes resultados de este maravilloso descubrimiento, una vez que
se aplique a las artes y a la mecánica. Al ocupar el trono que el vapor ha de
verse obligado a abandonar, la fuerza dinaesférica dominará al mundo con un
poder tan fuerte en pro de la civilización, que no hay mente finita capaz de
conjeturar las consecuencias. Laurence Oliphant, en su prefacio a la Scientific Religion, dice: “Una nueva
moral está alboreando sobre la raza humana, que por cierto la necesita bastante”.
De ninguna manera podría la moral futura principiar de modo tan amplio y
universal como utilizando la fuerza dinaesférica para fines útiles de la vida.
Los ocultistas están dispuestos a
admitir todo esto, con la elocuente escritora. La vibración molecular es, sin
duda, “el legítimo campo de investigaciones de Keely”, y los descubrimientos
hechos por él resultarán maravillosos, aunque
en sus manos solamente y por su solo medio. El mundo no obtendrá más que
aquello que se le pueda confiar sin peligro. La verdad de esta aseveración no
ha sido quizás vislumbrada ni aun por el mismo descubridor, puesto que él
escribe que tiene la seguridad absoluta de que cumplirá todo lo que ha
ofrecido, y que lo comunicará entonces al mundo; pero ya verá claro, y sin que pase
mucho tiempo. Lo que dice respecto de su obra es una buena prueba de ello:
El
que examine mi máquina, si quiere hacerse cargo del procedimiento que se emplea
y formar un concepto aproximado de su modus
operandi, tiene que desechar la idea
de las máquinas que funcionan por el principio de la presión y agotamiento, por
la expansión del vapor u otro gas análogo que choca contra una resistencia, tal
como el pistón de una máquina de vapor. Mi máquina no tiene pistón, ni
excéntricas, ni existe la mínima presión ejercida en el mecanismo, cualquiera
que pueda ser su tamaño o capacidad. Mi sistema, en todas sus partes y
detalles, así en el desarrollo de la potencia como en sus diversas
aplicaciones, está fundado en la
vibración simpática. De ninguna otra manera sería posible despertar o
desarrollar la fuerza, e igualmente imposible sería que mi máquina funcionase
con arreglo a algún otro principio... Éste, sin embargo, es el verdadero
sistema, y de aquí que todas mis operaciones se encaminen en esta dirección; es
decir, que mi fuerza se engendrará, mi máquina marchará y mi cañón funcionará, por medio de un alambre conductor. Sólo
después de años de labor incesante y de experimentos casi innumerables, que me
obligaron a construir muchos y muy raros aparatos mecánicos; sólo después de
investigar y estudiar minuciosamente las propiedades fenomenales de la
substancia “etérea”, producida per se,
he llegado a poder prescindir de mecanismos complicados, y a obtener, como
pretendo, dominio sobre la fuerza sutil y
extraña que estoy manejando.
Los pasajes subrayados por nosotros
son los que se relacionan de un modo directo con el lado oculto de la
aplicación de la Fuerza vibratoria, que Mr. Keely llama “vibración simpática”.
El “alambre conductor” es ya un paso hacia abajo, o desde el plano puramente
Etérico al Terrestre. El descubridor ha hecho maravillas (la palabra “milagro”
no es bastante expresiva) cuando actuaba sólo por medio de la Fuerza
interetérica, el quinto y sexto principio del Âkâsha. Habiendo comenzado con un
generador de seis pies de largo, ha venido a parar a uno “del tamaño de los
relojes antiguos de plata”; y esto es, por sí solo, un milagro para un genio mecánico, pero no para un genio
espiritual. Como dijo muy bien su gran defensora y patrona Mrs. Bloomfield-Moore:
Las dos formas de fuerza con que ha
estado efectuando sus experimentos y los fenómenos que han resultado, son la
antítesis misma la una de la otra.
Una era engendrada por él mismo, y
funcionaba a través de él. Ningún otro que hubiese repetido lo que él hacía, hubiera producido los mismos resultados.
Lo que funcionaba era verdaderamente el Éter de Keely, mientras que el Éter de
Smith o de Brown no hubieran dado resultado alguno. Porque la dificultad de
Keely hasta el día ha consistido en hacer una máquina que desarrolle y regule
la fuerza sin la intervención de ningún “poder de la voluntad” o influencia
personal del operador, sea consciente o inconscientemente. En esto ha
fracasado, cuando se ha tratado de que otros hagan la aplicación; pues nadie sino él ha podido operar con
sus “máquinas”. Ocultamente considerado, esto fue un éxito mucho mayor que el
que él esperaba de su alambre conductor; mas los resultados obtenidos,
procedentes de los planos quinto y sexto de la Fuerza Etérica o Astral, no se permitirá jamás que sirvan para fines
mercantiles. La siguiente declaración de una persona que conoce íntimamente
a Keely prueba que el organismo de éste se halla directamente relacionado con
sus maravillosos resultados.
En cierta ocasión los accionistas de
la Compañía “Keely Motor” pusieron en los talleres a un hombre con el objeto
expreso de descubrir su secreto. Después de seis meses de observación
inmediata, dijo un día éste a J. W. Keely: “Ahora ya sé cómo se hace”. Habían
estado los dos montando una máquina, y Keely estaba manipulando entonces la
llave reguladora que dirigía la fuerza. “Probad, pues”, fue la contestación. El
hombre dio vuelta la llave, y nada resultó. “Dejadme ver de nuevo cómo lo
hacéis”, dijo el hombre a Keely. Éste accedió, y la máquina funcionó
inmediatamente. Nuevamente lo intentó el otro, pero sin éxito. Entonces Keely
le puso la mano en el hombro y le dijo que probase otra vez. así lo hizo,
produciéndose inmediatamente la corriente.
Si este hecho es verdad, queda la
cuestión resuelta.
Se nos dice que Mr. Keely define la
electricidad “como una determinada forma de vibración atómica”. En esto está en
lo cierto; pero ésta es la electricidad en el plano terrestre y a través de
correlaciones terrestres. Keely estima las
Vibraciones moleculares en 100.000.000 por segundo
“ intermoleculares 300.000.000 “
“ atómicas 900.000.000 “
“ interatómicas 2.700.000.000 “
“ etéricas 8.100.000.000 “
“ interetéricas 24.300.000.000 "
Esto prueba nuestro aserto. No hay
vibraciones que puedan ser contadas ni siquiera estimadas aproximadamente, más allá “del reino del cuarto Hijo de Fohat”,
para usar una frase Oculta, o sea ese movimiento que corresponde a la formación
de la materia radiante de Mr. Crookes, llamada con ligereza hace algunos años
el “cuarto estado de materia” en este
nuestro plano.
Si se pregunta por qué no le fue permitido a
Mr. Keely pasar de cierto límite, la contestación es fácil: ello fue porque lo
que ha descubierto de un modo inconsciente es la terrible Fuerza sideral
conocida por los Atlantes, y por ellos llamada Mash-mak, a la cual designan los
Rishis arios en su Astra Vidyâ por un nombre que no queremos dar a conocer. Es
el Vril de la Raza Futura de Bulwer
Lytton, y de las futuras Razas de nuestra humanidad. El nombre Vril puede ser
una ficción; pero la fuerza misma es un hecho, del que se duda tan poco en la
India como de la existencia de los Rishis, puesto que se halla mencionada en
todos los libros secretos.
Esta Fuerza vibratoria es la que
dirigida contra un ejército desde un Agni-ratha, colocado en una nave voladora,
o globo, según las instrucciones encontradas en el Astra Vidyâ, reducirá a
cenizas a 100.000 hombres y sus elefantes con la misma facilidad que si se
tratase de una rata muerta. En el Vishnu
Purâna, en el Râmâyana y otras
obras se alegoriza esta fuerza en la fábula sobre el sabio Kapila, cuya “mirada
convirtió en una montaña de cenizas a los 60.000 hijos del Rey Sagara”; y está
explicada en las Obras Esotéricas, y se alude a ella con el nombre de
Kapilâksha, el Ojo de Kapila.
¿Y habría de permitirse que nuestras
generaciones añadiesen esta Fuerza Satánica al surtido de juguetes anarquistas
conocidos con los nombres de reloj mecánico de melinita o dinamita, naranjas
explosivas, “cestos de flores” y otros tales inocentes apelativos? ¿Y es este
agente destructor, que, una vez en manos de algún moderno Atila, un anarquista
sediento de sangre, reduciría a Europa en pocos días a su estado caótico
primitivo, sin que quedara hombre vivo para contarlo; es ésta la Fuerza que ha
de ser propiedad común de todos los hombres por igual?
Lo que Mr. Keely ha hecho ya, es
grande y maravilloso en extremo; tiene bastante materia ante sí con la
demostración de su nuevo sistema para “abatir el orgullo de aquellos hombres
científicos que son materialistas, revelando aquellos misterios que se hallan
tras el mundo de la materia” sin, nolens
volens, revelarlos todos. Porque seguramente los psíquicos y espiritistas,
de los cuales hay un buen número en los ejércitos europeos, serían los primeros
en experimentar personalmente los frutos de la revelación de tales misterios.
Millares de ellos se encontrarían bien pronto en el Éter azul, quizás con los
habitantes de comarcas enteras, para hacerles compañía, si semejante fuerza
fuera descubierta por completo, sólo con que fuese conocida públicamente.
El
descubrimiento en toda su extensión es por demás prematuro, no ya por miles de
años, sino por cientos de miles. Sólo estará en su punto y tiempo propios
cuando la grande y rugiente oleada de hambre, miseria y trabajo mal retribuido
se recoja, como sucederá cuando las justas exigencias de las muchedumbres sean
felizmente satisfechas; cuando el proletariado no exista más que de nombre y se
haya extinguido el lastimero grito en demanda de pan, que hoy resuena
desatendido en todo el mundo. Esto pudiera apresurarse por la difusión del
saber y por nuevas facilidades para el trabajo y la emigración, con mejores
perspectivas que las que hoy existen, y
en algún nuevo continente que puede aparecer. Entonces solamente tendrán
una gran demanda la fuerza y el motor de Keely, tal como él y sus amigos lo
concibieron al principio, porque entonces serán más necesarios para el pobre
que para el rico.
Mientras tanto, la fuerza que ha descubierto
funcionará por medio de alambres, y, si así lo consigue, esto sólo será
suficiente para hacer de él el inventor más grande de la época presente.
Lo que dice Mr. Keely del Sonido y del Color es también exacto desde el punto de vista Oculto. Oídle
hablar como si fuera un hijo de los “Dioses Reveladores” y como si hubiese
mirado toda su vida en las profundidades del Padre-Madre AEther.
Comparando la tenuidad de la
atmósfera con la de las olas etéreas obtenidas por su invento para romper las
moléculas de aire por medio de la vibración, se expresa Keely de este modo:
Es como el platino para el gas hidrógeno. La
separación molecular del aire nos lleva tan sólo a la primera subdivisión; la
intermolecular, a la segunda; la atómica, a la tercera; la interatómica, a la
cuarta; la etérica, a la quinta, y la interetérica, a la sexta subdivisión o
asociación positiva con el éter luminoso. En mi primer argumento he
sostenido que ésta es la envoltura vibratoria de todos los átomos. En mi
definición del átomo no me limito a la sexta subdivisión, donde este éter
luminoso se desarrolla en su forma imperfecta, según lo prueban mis
investigaciones. Creo que esta idea se considerará por los físicos de hoy
como una extraña fantasía. Es posible que con el tiempo se haga luz sobre esta
teoría, que pondrá de manifiesto su sencillez ante la investigación científica.
Ahora sólo puedo compararla a un planeta en la oscuridad de un espacio, al que
no ha llegado aún la luz del sol de la ciencia... Yo afirmo que el sonido, lo
mismo que el olor, es una substancia real de tenuidad maravillosa desconocida,
la cual emana de un cuerpo, producida por percusión y lanzando al exterior
corpúsculos absolutos de materia, partículas interatómicas dotadas de una
velocidad de 1.120 pies por segundo; en el vacío, 20.000. La substancia que es
así diseminada es una parte de la masa agitada, y si se mantiene en esta
agitación continuamente, sería en el transcurso de cierto ciclo de tiempo
completamente absorbida por la atmósfera; o, más bien, pasaría a través de la
atmósfera a un punto elevado de tenuidad correspondiente a la clase de
subdivisión que preside su desprendimiento del cuerpo que le dio origen... Los
sonidos de los diapasones vibratorios, producidos de modo que originen acordes
etéricos, mientras que por una parte difunden sus tonos (compuestos),
compenetran por otra a todas las substancias que se hallan dentro del límite de
su bombardeo atómico.
Al tocar una campana en el vacío se pone en libertad a
estos átomos con la misma velocidad y volumen que al aire libre; si la
agitación de la campana se sostuviese de un modo continuo durante algunos
millones de siglos, la materia de que estuviese compuesta volvería por completo
a su ser primitivo; y si la habitación estuviese herméticamente cerrada, y
fuese suficientemente resistente, el espacio vacío que rodea a la campana
quedaría sometido a una presión de muchos miles de libras por pulgada cuadrada,
por virtud de la substancia sutil desprendida. A mi entender, la definición
exacta del sonido es la perturbación del equilibrio atómico que rompe
verdaderos corpúsculos atómicos; y la substancia que de este modo se desprende
debe ser seguramente un orden determinado de flujo etérico. Dadas estas
condiciones, ¿sería irracional suponer que, si este flujo continuase robando
sus elementos al cuerpo en cuestión, éste llegase a desaparecer por completo en
el transcurso del tiempo? Todos los cuerpos, así animales como vegetales y
minerales, están originalmente formados de este éter tan tenue, y sólo vuelven
a su condición gaseosa superior cuando se les pone en un estado de equilibrio
diferencial... Por lo que hace al olor, sólo podemos formarnos una idea
aproximada de su extremada y maravillosa tenuidad teniendo en cuenta que puede
impregnarse una gran extensión de la atmósfera por espacio de muchos años con
un solo grano de almizcle; el cual, pesado después de tan largo intervalo, no
presentará ninguna disminución apreciable. La gran paradoja relativa al flujo
de partículas odoríferas es que pueden mantenerse aprisionadas en un recipiente
de cristal (!). Se trata de una substancia mucho más sutil que el cristal que
la contiene, y sin embargo no puede escaparse.
Es como si se tratase de una
criba con agujeros bastante grandes para cerner piedrecillas, y que, sin
embargo, pudiese contener arena fina; en una palabra, un recipiente molecular
encerrando una substancia atómica. Es éste un problema que confundiría a los
que se detengan a meditarlo. Pero por infinitamente tenue que sea el olor,
resulta muy grosero comparado con la substancia correspondiente a la
subdivisión a que pertenece un flujo magnético (corriente de simpatía si se la
quiere llamar así). Esta subdivisión es inmediata al sonido, pero superior a
él. La acción del flujo de un imán coincide en cierto modo con la parte
receptora y distributiva del cerebro humano, que siempre da menos en proporción
de la cantidad que recibe. Es un gran ejemplo del dominio de la mente sobre la
materia, que gradualmente se aminora en lo físico, hasta que tiene lugar la
disolución. En la misma proporción el imán pierde gradualmente su poder y llega
a ser inerte. Si las relaciones que existen entre la mente y la materia
pudieran igualarse y sostenerse así viviríamos eternamente en nuestro estado
físico, pues no habría depreciación física. Pero esta depreciación física, en
su término, conduce al origen de un desarrollo mucho más elevado; a saber, la
liberación del éter puro de lo molecular grosero, lo que, a mi parecer, es muy
de desear.
Es de notar que, salvo pequeñas
diferencias, ningún Adepto ni ningún alquimista hubiera podido explicar mejor
estas teorías, a la luz de la ciencia moderna, por más que esta última pueda
protestar contra tan nuevas opiniones. Esto, en todos sus principios
fundamentales, ya que no en sus detalles, es Ocultismo puro y simple; y además,
es también Filosofía Natural moderna.
¿Qué es esta nueva fuerza, o como
quiera que la Ciencia guste llamarla, cuyos efectos son innegables, según lo
han admitido naturalistas y físicos que han visitado el laboratorio de Mr.
Keely y que han presenciado sus tremendos efectos? ¿Es también una “forma del
movimiento”, en el vacío, puesto que no hay materia que lo engendre, sino el
sonido - otra “forma del movimiento”, sin duda, una sensación causada por vibraciones a semejanza del color? Creyendo
por completo, como creemos, que estas vibraciones son la causa inmediata de
tales sensaciones, rechazamos en absoluto la teoría científica unilateral de
que fuera de las vibraciones etéricas o atmosféricas no exista factor alguno que pueda considerarse como exterior a
nosotros.
En este caso, los substancialistas
americanos no van descaminados, si bien son demasiado antropomorfistas y
materiales en sus opiniones para que éstas puedan aceptarlas los ocultistas,
cuando arguyen por boca de Mrs. M. S. Organ, M. D., que:
Debe de haber en los objetos
propiedades esenciales positivas que guarden con los nervios de las sensaciones
animales una relación constitutiva; pues de otro modo no habría percepción. No
podría hacerse impresión de ninguna especie en el cerebro, en los nervios o en
la mente; no podría producirse estímulo alguno para la acción, a menos que
exista una comunicación efectiva y directa de una fuerza substancial.
(“Substancial”, por supuesto, en la apariencia, en el sentido que se da a la
palabra en este universo de Ilusión y de Mâyâ; pero no en realidad). Esa fuerza
puede ser la Entidad inmaterial más refinada y sublime (?). Sin embargo, tiene
que existir; pues ningún sentido, elemento o facultad del ser humano puede
sentir una percepción o ser estimulado a obrar sin que alguna fuerza
substancial se ponga en contacto con él. Ésta es la ley fundamental que
compenetra todo el mundo orgánico y mental. En
el sentido verdaderamente filosófico no existe acción independiente;
pues toda fuerza o substancia es correlativa de alguna otra fuerza o
substancia. Ciertamente podemos con razón afirmar que ninguna substancia posee
propiedad alguna odorífera ni que se refiera al gusto que le sea inherente,
sino que el olor y el gusto son sólo fenómenos sensibles causados por
vibraciones; y por tanto, meras ilusiones de percepciones animales.
Hay
una serie trascendental de causas puestas en movimiento, por decirlo así,
en la realización de estos fenómenos, que, no
estando en relación con los estrechos límites de nuestra facultad de conocer,
sólo pueden ser comprendidas y referidas a su origen y naturaleza, por las
facultades espirituales del Adepto. Son, como dice Asclepios al Rey, “cuerpos
incorpóreos”, tales como “aparecen en el espejo”, y “formas abstractas” las que
vemos, oímos y olemos en nuestros sueños y visiones. ¿Qué tienen que ver con
ellas los “modos de movimiento”, la luz y el éter? Sin embargo, las vemos,
oímos, olemos y tocamos, ergo son tan reales para nosotros en nuestros sueños
como cualquier otra cosa en este plano de Mâyâ.
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