jueves, 9 de junio de 2016

LA FUERZA FUTURA


SUS POSIBILIDADES E IMPOSIBILIDADES

            
¿Diremos que la Fuerza es “Materia agitada” o “Materia en movimiento” y una manifestación de la Energía; o que la Materia y la Fuerza son los aspectos fenomenales diferenciados de la Substancia Cósmica primaria y no diferenciada?
            
Esta cuestión se presenta en relación con la Estancia que trata de FOHAT y sus “Siete Hermanos o Hijos”; en otras palabras, de la causa y los efectos de la Electricidad Cósmica. En lenguaje Oculto, los Hermanos o Hijos son las siete fuerzas primarias de la Electricidad, cuyos efectos puramente fenomenales, y por tanto los más groseros, son los únicos que conocen los físicos en el plano cósmico, y especialmente en el terrestre. Estos comprenden, entre otras cosas, el Sonido, la Luz, el Color, etc. Ahora bien; ¿qué nos dice de estas “Fuerzas” la Ciencia Física? El SONIDO, dice, es una sensación producida por el contacto de las moléculas atmosféricas con el tímpano, el cual, produciendo tenues estremecimientos en el aparato auditivo, comunica así las vibraciones de aquéllas al cerebro. La LUZ es la sensación causada por el contacto con la retina, de vibraciones del éter inconcebiblemente minúsculas.
            
También nosotros decimos lo mismo. Pero estos son simplemente los efectos producidos en nuestra atmósfera y en sus medios inmediatos; en realidad, todo lo que cae dentro de los límites de nuestra conciencia terrestre. Júpiter Pluvio dio su símbolo en gotas de lluvia, en gotas de agua, compuesta según se cree de dos “cuerpos simples”, que la Química separa y vuelve a combinar. Las moléculas compuestas están en su poder, pero los átomos se le escapan todavía. El Ocultismo ve en todas estas Fuerzas y manifestaciones una escala, cuyos peldaños inferiores pertenecen a la Física exotérica, y los superiores se remontan a un Poder vivo, inteligente e invisible, que es, por regla general, la causa indiferente, aunque excepcionalmente consciente, de los fenómenos que afectan a los sentidos y que se designan como ley de la Naturaleza.
           
Nosotros decimos y sostenemos que el SONIDO, por ejemplo, es un poder oculto tremendo; una fuerza  estupenda, cuya potencialidad más pequeña, cuando se dirige con conocimiento de lo Oculto, no podría ser contrarrestada por la que engendrasen un millón de Niágaras. Podría producirse un sonido de tal naturaleza que elevase en el aire la pirámide de Cheops, o que hiciese revivir y comunicase nuevo vigor y energía a un moribundo, y hasta a un hombre que hubiese exhalado su último aliento.
             
Porque el sonido engendra, o más bien, congrega a los elementos que producen un ozono, cuya fabricación traspasa las facultades de la Química, si bien está dentro de la esfera de la Alquimia. Puede él hasta resucitar a un hombre o un animal cuyo “cuerpo vital” astral no haya sido separado de modo irreparable de su cuerpo físico, por la ruptura del cordón ódico o magnético. Por haber sido salvada de la muerte tres veces por virtud de este poder, a la escritora bien puede concedérsele que conozca personalmente algo del mismo.      
            
Y si todo esto parece demasiado anticientífico, hasta para reparar en ello, que explique la Ciencia a qué leyes mecánicas y físicas de las por ella conocidas se deben los recientes fenómenos producidos por el llamado motor Keely. ¿Qué es lo que actúa como formidable generador de fuerza invisible, pero tremenda, de esa potencia, no sólo capaz de arrastrar una máquina de 25 caballos, sino que hasta ha sido utilizada para levantar en alto el conjunto de la maquinaria? Y, sin embargo, todo esto se ha verificado con sólo pasar un arco de violín por un diapasón, según se ha probado repetidas veces. Porque la Fuerza Etérea descubierta por John Worrell Keely, de Filadelfia, bien conocido en América y en Europa, no es una alucinación. No obstante haber fracasado en sus esfuerzos para utilizarla -fracaso pronosticado y sostenido desde un principio por algunos ocultistas-, los fenómenos presentados por el descubridor durante estos últimos años han sido maravillosos, casi milagrosos, no en el sentido de lo sobrenatural, sino en el de lo sobrehumano. Si se hubiese permitido a Keely salir airoso, él habría podido reducir a átomos todo un ejército en el espacio de algunos segundos, tan fácilmente como redujo un buey muerto a aquel estado.
            
Ruego ahora al lector que preste seria atención a esta fuerza acabada de descubrir, a la que su inventor ha dado el nombre de Fuerza o Fuerzas Interetéricas.
            
En la humilde opinión de los ocultistas, así como en la de sus amigos íntimos, Keely estaba y está aún en el umbral de uno de los mayores secretos del Universo, principalmente de aquel en que está fundado todo el misterio de las Fuerzas físicas y el significado esotérico del simbolismo del “Huevo del Mundo”. La Filosofía Oculta, considerando al Kosmos manifestado y no manifestado, como una UNIDAD, simboliza el concepto ideal del primero en un “Huevo de Oro”, con dos polos. El polo positivo es el que actúa en el Mundo manifestado de la Materia, mientras que el negativo se pierde en el incognoscible Absoluto de SAT - la Seidad. No podemos decir si esto está conforme con la filosofía de Mr. Keely, ni a la verdad importa ello mucho. Sin embargo, sus ideas sobre la construcción etéro-materia del Universo se parecen de un modo extraño a las nuestras, siendo en este particular casi idénticas. He aquí lo que se lee en un folleto hábilmente escrito por Mrs. Bloomfield-Moore, señora americana con fortuna y posición, cuyos esfuerzaos incesantes en pro de la verdad no se apreciarán nunca lo bastante:

            
Mr. Keely explica la manera de funcionar de su máquina diciendo: “No se ha encontrado nunca el medio de producir un centro neutral, al proyectar las máquinas hasta hoy construidas. Si se hubiese conseguido, habrían tenido término las dificultades de los investigadores del movimiento continuo, y este problema habría llegado a ser un hecho establecido. Sólo se necesitaría el impulso inicial de unas cuantas libras, sobre tal mecanismo, para hacerlo funcionar durante siglos. En el proyecto de mi máquina vibratoria, no he tratado de conseguir el movimiento continuo; pero se forma un circuito que tiene realmente un centro neutral, el cual está en condiciones de ser vivificado por mi éter vibratorio, y mientras se halla bajo la acción de dicha substancia, es en realidad una máquina que es virtualmente independiente de la masa (o globo), lo que tiene lugar a causa de la velocidad asombrosa del circuito vibratorio. Sin embargo, con toda su perfección, necesita que se le suministre éter vibratorio para constituir un motor independiente... Todas las construcciones requieren cimientos de una resistencia proporcionada al peso de la masa que deben soportar; pero los cimientos del Universo se asientan en un punto vacío mucho más diminuto que una molécula; en una palabra, y para expresar con exactitud esta verdad, en un punto interetérico, para cuya comprensión se necesita una mente infinita. El investigar las profundidades de un centro etérico es exactamente lo mismo que buscar los confines del vasto espacio del éter de los cielos, con la diferencia de que uno es el campo positivo, mientras que el otro es el negativo”.

            
Ésta es precisamente, como puede verse, la Doctrina Oriental. El punto interetérico de Mr. Keely es el punto laya de los ocultistas; esto, sin embargo, no rquiere “una mente infinita para comprenderlo”, sino tan sólo una intuición y una habilidad especiales para encontrar el sitio en que se oculta dentro de este Mundo de Materia. Por de contado, no puede producirse un centro laya, pero sí un vacío interetérico, como se ha probado  por la producción de sonidos de campana en el espacio. Mr. Keely habla, sin embargo, como un ocultista inconsciente cuando, al exponer su teoría de la suspensión planetaria, dice:  

             
Por lo que respecta al volumen de los planetas, preguntaríamos desde un punto de vista científico: ¿cómo puede existir la inmensa diferencia de volumen de los planetas, sin descomponer la acción armónica que los caracteriza? Sólo puedo contestar a esta pregunta con propiedad entrando en un análisis progresivo a partir de los centros etéricos rotatorios que fueron fijados por el Creador  con su poder de atracción o acumulación. Si se me pregunta qué poder da a cada átomo etérico su inconcebible velocidad de rotación (o inicial), contestaré que ninguna mente finita podrá jamás concebirlo. La filosofía de la acumulación es la única prueba de que semejante poder ha sido dado. El área, si así puede decirse, de tal átomo presenta a la fuerza atractiva o magnética, electiva o propulsora, toda la fuerza receptiva y toda la fuerza antagónica que caracterizan a un planeta del mayor tamaño; por consiguiente, continuando la acumulación, permanece la ecuación perfecta. Una vez fijado este centro diminuto, el poder que se necesitaría para arrancarlo de su posición tendría que ser tan grande como el que se necesitase para hacer cambiar de sitio al mayor planeta existente. Cuando este centro atómico neutral varía de lugar, el planeta tiene que seguirle. El centro neutral lleva consigo todo el peso de una acumulación cualquiera desde el punto de partida, y permanece el mismo, por siempre en equilibrio en el espacio eterno.

            
Mr. Keely esclarece su idea de “un centro neutral” con el siguiente ejemplo:

            
Imaginemos que, después de la acumulación de un planeta de un diámetro cualquiera, de 20.000 millas, v. gr., aproximadamente, pues el tamaño no afecta en nada la cuestión, se desaloje todo el material a excepción de una corteza de 5.000 millas de espesor, dejando un vacío entre ella y un centro del tamaño de una bola de billar ordinaria. Se necesitaría para mover esta pequeña masa central un poder tan grande como el que fuese preciso para mover la corteza de 5.000 millas de espesor. Además, esta pequeña masa central arrastraría siempre consigo el peso de la corteza, manteniéndola equidistante, y no habría ningún poder contrario, por grande que fuese, que las pudiese juntar. La imaginación se turba al contemplar la inmensa carga que soporta este punto central en donde el peso cesa... Esto es lo que entendemos por un centro neutral.

            
Y esto es también  lo que los ocultistas entienden por un centro laya.
            
Lo anterior es declarado “anticientífico” por muchos. Pero así sucede con todo lo que no está sancionado y sostenido por los principios estrictamente ortodoxos de la Ciencia física. A menos que la explicación dada por el mismo inventor sea aceptada, ¿qué puede la Ciencia contestar a hechos ya vistos, y que no es posible a nadie negar? En cuanto a nosotros, como sus explicaciones son completamente ortodoxas, desde el punto de vista Espiritual y Oculto, aun cuando no suceda lo mismo desde el punto de vista de la Ciencia materialista especulativa, llamada exacta, son, por lo tanto, nuestras por lo que hace a este particular. La Filosofía Oculta divulga muy pocos de sus misterios vitales más importantes. Los deja caer como perlas preciosas, uno a uno, y a gran distancia los unos de los otros; y esto, sólo cuando se ve obligada a ello por la corriente evolutiva que lleva al género humano lenta y silenciosa pero firmemente hacia la aurora de la humanidad de la Sexta Raza. Pues una vez fuera de la fiel custodia de sus legítimos herederos y guardianes, estos misterios dejan de ser ocultos; caen bajo el dominio público y corren el riesgo de convertirse en maldiciones más bien que en bendiciones, una vez en las manos de los egoístas, de los Caínes de la raza humana. Sin embargo, cuando nacen individuos tales como el descubridor de la Fuerza Etérica, hombres con facultades peculiares, psíquicas y mentales, son generalmente y con frecuencia ayudados, no consintiéndoles que sigan a tientas su camino; si se les abandonase a sus propios recursos, pronto pararían en el martirio o serían presa de especuladores sin escrúpulo. Pero sólo se les ayuda a condición de que no se conviertan, consciente o inconscientemente, en un peligro más para su época: un peligro para los pobres, ofrecidos en diario holocausto por los menos ricos a los más ricos. Esto requiere una corta digresión y una explicación.
            
Hace unos doce años, cuando tenía lugar la Exposición Centenario de Filadelfia, la escritora de este libro, en contestación a las ansiosas preguntas de un teósofo, que era uno de los primeros admiradores de Mr. Keely, repitió lo que había oído en fuentes de cuyos informes ella no dudaría nunca.
            
Se había declarado que el inventor del “Automotor” era lo que en lenguaje kabalístico se llama “un mago de nacimiento”. Que él ignoraba y continuaría ignorando todo el alcance de sus poderes, y sólo operaría con aquellos que había encontrado educidos y afirmados en su propia naturaleza -en primer lugar, porque atribuyéndolos a un origen erróneo, no podría nunca desarrollarlos por completo; y en segundo término, porque estaba fuera de sus facultades el comunicar a otros lo que sólo era una capacidad inherente a su propia naturaleza especial. Por tanto, no podría transferir a nadie el secreto de un modo permanente, para usos prácticos.
            
No son muy raros los individuos nacidos con tales capacidades. El que no se oiga hablar de ellos con más frecuencia, depende de que, en casi todos los casos, viven ellos y mueren en la completa ignorancia de que están en posesión de poderes anormales. Mr. Keely posee poderes que se llaman anormales, precisamente porque son tan poco conocidos en nuestros días, como lo era la circulación de la sangre antes del tiempo de Harvey. La sangre existía y se conducía del mismo modo que hoy lo hace, en el primer hombre nacido de mujer; y de la misma manera existe y ha existido en el hombre ese principio que puede dominar y guiar a la Fuerza etérica vibratoria. Existe, en todo caso, en todos los mortales, cuyos Yoes Internos se hallan relacionados desde un principio, por razón de su descendencia directa, con ese Grupo de Dhyân Chohâns llamados “los primeros nacidos del AEther”. La Especie humana, considerada físicamente, está dividida en varios grupos, cada uno de los cuales está relacionado con uno de los Grupos Dhyánicos que formaron primero al hombre psíquico (véanse los párrafos 1, 2, 3, 4 y 5, en el Comentario de la Estancia VII). Mr. Keely (muy favorecido en este concepto, y que además de su temperamento psíquico es intelectualmente genial en mecánica) puede llevar a cabo los resultados más maravillosos. Ya ha conseguido algunos, ciertamente, más de los que ha logrado en esta edad, hasta hoy, mortal alguno no iniciado en los Misterios finales. Lo que ha hecho es suficiente, como con justicia dicen sus amigos, para “demoler con el martillo de la Ciencia los ídolos científicos”, los ídolos de materia con pies de barro. La que estas líneas escribe no piensa contradecir en lo mínimo a Mrs. Bloomfield-Moore cuando en su escrito sobre “La Fuerza Psíquica y la Fuerza Etérica” declara que Mr. Keely, como filósofo:

            
Tiene un alma bastante grande, una mente bastante sabia y un ánimo bastante elevado para vencer todas las dificultades y aparecer al fin ante el mundo como el mayor descubridor e inventor.

            
Y también dice:

            
Keely alcanzaría fama inmortal aun cuando no hiciera más que guiar a los hombres de ciencia desde las desoladas regiones en que marchan a tientas, hacia el campo abierto de la fuerza elemental, donde la gravedad y la cohesión son sorprendidas en sus guaridas y derivadas para el uso; en donde, de la unidad de origen, emana la energía infinita en formas variadas. Si él demostrase, para destrucción del materialismo, que el Universo está formado por un principio misterioso, al cual la materia, por perfectamente organizada que esté, se halla supeditada en absoluto, sería un bienhechor espiritual de nuestra raza, mayor de lo que lo ha sido en nuestro mundo moderno otro hombre alguno. Si él llegase a conseguir que en el tratamiento de las enfermedades se substituyan las fuerzas más refinadas de la Naturaleza a los agentes materiales y groseros que han enviado a la tumba más seres humanos que la guerra, la peste y el hambre combinadas, sería acreedor a la gratitud de la humanidad entera. Todo esto y más llegará a hacer, si él y los que han seguido sus progresos, día por día durante años, no son demasiado optimistas en sus esperanzas.

            
La misma señora, en su folleto Keely’s Secrets, copia el siguiente párrafo de un artículo escrito en The Theosophist hace algunos años por la escritora de la presente obra:

            
El autor del folleto núm. 5, de los dados a luz por la Sociedad de Publicaciones Teosóficas, What is Matter and What is Force, dice en el mismo: “Los hombres de ciencia acaban de encontrar “un cuarto estado de materia”, mientras que los ocultistas han penetrado años ha más allá del sexto, y, por tanto, no deducen, sino que conocen, la existencia del séptimo, el último”. Este conocimiento comprende uno de los secretos del llamado “secreto compuesto” de Keely. Muchas personas saben ya que este secreto encierra “el aumento de la energía”, el aislamiento del éter y la adaptación de la fuerza dinaesférica a las máquinas.

            
Precisamente porque el descubrimiento de Keely conduciría al conocimiento de uno de los secretos más ocultos, secreto que jamás se permitirá pueda caer en poder de las masas, es por lo que los ocultistas creen seguro su fracaso al llevar su descubrimiento hasta su fin lógico. Pero sobre esto ya hablaremos. Aun dentro de sus limitaciones, este descubrimiento puede ser de grandísima utilidad, pues:

            
Paso a paso, con paciente perseverancia, a la que el mundo hará honor algún día, este hombre de genio ha realizado sus investigaciones, dominando las dificultades colosales que una y otra vez levantaban en su camino las que parecían ser (para todos menos para él) barreras infranqueables para ulterior progreso; pero jamás se ha señalado en el mundo de modo tal la hora propicia para el advenimiento de la nueva fuerza que la humanidad espera. La Naturaleza, siempre refractaria a entregar sus secretos, presta oído a las demandas que le hace su dueño, la necesidad. Las minas de carbón no pueden  satisfacer por mucho tiempo el creciente pedido que se les hace. El vapor ha alcanzado su último límite de potencia y no llena las exigencias de la época. Sabe que sus días están contados. La electricidad se mantiene sin avanzar, abatido su impulso, pendiente de la aproximación de su colega. Los buques aéreos están anclados, por decirlo así, a la expectativa de la fuerza que ha de convertir a la navegación aérea en algo más que un sueño. Con la misma facilidad con que se comunican los hombres desde sus respectivas oficinas con sus casas por medio del teléfono, han de hablar unos con otros los habitantes de los diversos continentes a través del Océano. La imaginación se suspende cuando trata de prever los grandes resultados de este maravilloso descubrimiento, una vez que se aplique a las artes y a la mecánica. Al ocupar el trono que el vapor ha de verse obligado a abandonar, la fuerza dinaesférica dominará al mundo con un poder tan fuerte en pro de la civilización, que no hay mente finita capaz de conjeturar las consecuencias. Laurence Oliphant, en su prefacio a la Scientific Religion, dice: “Una nueva moral está alboreando sobre la raza humana, que por cierto la necesita bastante”. De ninguna manera podría la moral futura principiar de modo tan amplio y universal como utilizando la fuerza dinaesférica para fines útiles de la vida.

            
Los ocultistas están dispuestos a admitir todo esto, con la elocuente escritora. La vibración molecular es, sin duda, “el legítimo campo de investigaciones de Keely”, y los descubrimientos hechos por él resultarán maravillosos, aunque en sus manos solamente y por su solo medio. El mundo no obtendrá más que aquello que se le pueda confiar sin peligro. La verdad de esta aseveración no ha sido quizás vislumbrada ni aun por el mismo descubridor, puesto que él escribe que tiene la seguridad absoluta de que cumplirá todo lo que ha ofrecido, y que lo comunicará entonces al mundo; pero ya verá claro, y sin que pase mucho tiempo. Lo que dice respecto de su obra es una buena prueba de ello:

            
El que examine mi máquina, si quiere hacerse cargo del procedimiento que se emplea y formar un concepto aproximado de su modus operandi, tiene que desechar la idea de las máquinas que funcionan por el principio de la presión y agotamiento, por la expansión del vapor u otro gas análogo que choca contra una resistencia, tal como el pistón de una máquina de vapor. Mi máquina no tiene pistón, ni excéntricas, ni existe la mínima presión ejercida en el mecanismo, cualquiera que pueda ser su tamaño o capacidad. Mi sistema, en todas sus partes y detalles, así en el desarrollo de la potencia como en sus diversas aplicaciones, está fundado en la vibración simpática. De ninguna otra manera sería posible despertar o desarrollar la fuerza, e igualmente imposible sería que mi máquina funcionase con arreglo a algún otro principio... Éste, sin embargo, es el verdadero sistema, y de aquí que todas mis operaciones se encaminen en esta dirección; es decir, que mi fuerza se engendrará, mi máquina marchará y mi cañón funcionará, por medio de un alambre conductor. Sólo después de años de labor incesante y de experimentos casi innumerables, que me obligaron a construir muchos y muy raros aparatos mecánicos; sólo después de investigar y estudiar minuciosamente las propiedades fenomenales de la substancia “etérea”, producida per se, he llegado a poder prescindir de mecanismos complicados, y a obtener, como pretendo, dominio sobre la fuerza sutil y extraña que estoy manejando.

            
Los pasajes subrayados por nosotros son los que se relacionan de un modo directo con el lado oculto de la aplicación de la Fuerza vibratoria, que Mr. Keely llama “vibración simpática”. El “alambre conductor” es ya un paso hacia abajo, o desde el plano puramente Etérico al Terrestre. El descubridor ha hecho maravillas (la palabra “milagro” no es bastante expresiva) cuando actuaba sólo por medio de la Fuerza interetérica, el quinto y sexto principio del Âkâsha. Habiendo comenzado con un generador de seis pies de largo, ha venido a parar a uno “del tamaño de los relojes antiguos de plata”; y esto es, por sí solo, un milagro para un genio mecánico, pero no para un genio espiritual. Como dijo muy bien su gran defensora y patrona Mrs. Bloomfield-Moore:

            
Las dos formas de fuerza con que ha estado efectuando sus experimentos y los fenómenos que han resultado, son la antítesis misma la una de la otra.

            
Una era engendrada por él mismo, y funcionaba a través de él. Ningún otro que hubiese repetido lo que él hacía, hubiera producido los mismos resultados. Lo que funcionaba era verdaderamente el Éter de Keely, mientras que el Éter de Smith o de Brown no hubieran dado resultado alguno. Porque la dificultad de Keely hasta el día ha consistido en hacer una máquina que desarrolle y regule la fuerza sin la intervención de ningún “poder de la voluntad” o influencia personal del operador, sea consciente o inconscientemente. En esto ha fracasado, cuando se ha tratado de que otros hagan la aplicación; pues nadie sino él ha podido operar con sus “máquinas”. Ocultamente considerado, esto fue un éxito mucho mayor que el que él esperaba de su alambre conductor; mas los resultados obtenidos, procedentes de los planos quinto y sexto de la Fuerza Etérica o Astral, no se permitirá jamás que sirvan para fines mercantiles. La siguiente declaración de una persona que conoce íntimamente a Keely prueba que el organismo de éste se halla directamente relacionado con sus maravillosos resultados.

            
En cierta ocasión los accionistas de la Compañía “Keely Motor” pusieron en los talleres a un hombre con el objeto expreso de descubrir su secreto. Después de seis meses de observación inmediata, dijo un día éste a J. W. Keely: “Ahora ya sé cómo se hace”. Habían estado los dos montando una máquina, y Keely estaba manipulando entonces la llave reguladora que dirigía la fuerza. “Probad, pues”, fue la contestación. El hombre dio vuelta la llave, y nada resultó. “Dejadme ver de nuevo cómo lo hacéis”, dijo el hombre a Keely. Éste accedió, y la máquina funcionó inmediatamente. Nuevamente lo intentó el otro, pero sin éxito. Entonces Keely le puso la mano en el hombro y le dijo que probase otra vez. así lo hizo, produciéndose inmediatamente la corriente.

            
Si este hecho es verdad, queda la cuestión resuelta.
            
Se nos dice que Mr. Keely define la electricidad “como una determinada forma de vibración atómica”. En esto está en lo cierto; pero ésta es la electricidad en el plano terrestre y a través de correlaciones terrestres. Keely estima las

Vibraciones moleculares               en              100.000.000       por segundo
 “      intermoleculares                                      300.000.000          “      
“       atómicas                                                     900.000.000          “
       interatómicas                                             2.700.000.000       
       etéricas                                                       8.100.000.000      
“       interetéricas                                               24.300.000.000     "            

            
Esto prueba nuestro aserto. No hay vibraciones que puedan ser contadas ni siquiera estimadas aproximadamente, más allá “del reino del cuarto Hijo de Fohat”, para usar una frase Oculta, o sea ese movimiento que corresponde a la formación de la materia radiante de Mr. Crookes, llamada con ligereza hace algunos años el “cuarto estado de materia” en este nuestro plano.
             
Si se pregunta por qué no le fue permitido a Mr. Keely pasar de cierto límite, la contestación es fácil: ello fue porque lo que ha descubierto de un modo inconsciente es la terrible Fuerza sideral conocida por los Atlantes, y por ellos llamada Mash-mak, a la cual designan los Rishis arios en su Astra Vidyâ por un nombre que no queremos dar a conocer. Es el Vril de la Raza Futura de Bulwer Lytton, y de las futuras Razas de nuestra humanidad. El nombre Vril puede ser una ficción; pero la fuerza misma es un hecho, del que se duda tan poco en la India como de la existencia de los Rishis, puesto que se halla mencionada en todos los libros secretos.
            
Esta Fuerza vibratoria es la que dirigida contra un ejército desde un Agni-ratha, colocado en una nave voladora, o globo, según las instrucciones encontradas en el Astra Vidyâ, reducirá a cenizas a 100.000 hombres y sus elefantes con la misma facilidad que si se tratase de una rata muerta. En el Vishnu Purâna, en el Râmâyana y otras obras se alegoriza esta fuerza en la fábula sobre el sabio Kapila, cuya “mirada convirtió en una montaña de cenizas a los 60.000 hijos del Rey Sagara”; y está explicada en las Obras Esotéricas, y se alude a ella con el nombre de Kapilâksha, el Ojo de Kapila.
           
¿Y habría de permitirse que nuestras generaciones añadiesen esta Fuerza Satánica al surtido de juguetes anarquistas conocidos con los nombres de reloj mecánico de melinita o dinamita, naranjas explosivas, “cestos de flores” y otros tales inocentes apelativos? ¿Y es este agente destructor, que, una vez en manos de algún moderno Atila, un anarquista sediento de sangre, reduciría a Europa en pocos días a su estado caótico primitivo, sin que quedara hombre vivo para contarlo; es ésta la Fuerza que ha de ser propiedad común de todos los hombres por igual?
            
Lo que Mr. Keely ha hecho ya, es grande y maravilloso en extremo; tiene bastante materia ante sí con la demostración de su nuevo sistema para “abatir el orgullo de aquellos hombres científicos que son materialistas, revelando aquellos misterios que se hallan tras el mundo de la materia” sin, nolens volens, revelarlos todos. Porque seguramente los psíquicos y espiritistas, de los cuales hay un buen número en los ejércitos europeos, serían los primeros en experimentar personalmente los frutos de la revelación de tales misterios. Millares de ellos se encontrarían bien pronto en el Éter azul, quizás con los habitantes de comarcas enteras, para hacerles compañía, si semejante fuerza fuera descubierta por completo, sólo con que fuese conocida públicamente. 

El descubrimiento en toda su extensión es por demás prematuro, no ya por miles de años, sino por cientos de miles. Sólo estará en su punto y tiempo propios cuando la grande y rugiente oleada de hambre, miseria y trabajo mal retribuido se recoja, como sucederá cuando las justas exigencias de las muchedumbres sean felizmente satisfechas; cuando el proletariado no exista más que de nombre y se haya extinguido el lastimero grito en demanda de pan, que hoy resuena desatendido en todo el mundo. Esto pudiera apresurarse por la difusión del saber y por nuevas facilidades para el trabajo y la emigración, con mejores perspectivas que las que hoy existen, y en algún nuevo continente que puede aparecer. Entonces solamente tendrán una gran demanda la fuerza y el motor de Keely, tal como él y sus amigos lo concibieron al principio, porque entonces serán más necesarios para el pobre que para el rico.
            
Mientras tanto, la fuerza que ha descubierto funcionará por medio de alambres, y, si así lo consigue, esto sólo será suficiente para hacer de él el inventor más grande de la época presente.
            
Lo que dice Mr. Keely del Sonido y del Color es también exacto desde el punto de vista Oculto. Oídle hablar como si fuera un hijo de los “Dioses Reveladores” y como si hubiese mirado toda su vida en las profundidades del Padre-Madre AEther.
            
Comparando la tenuidad de la atmósfera con la de las olas etéreas obtenidas por su invento para romper las moléculas de aire por medio de la vibración, se expresa Keely de este modo:

             
Es como el platino para el gas hidrógeno. La separación molecular del aire nos lleva tan sólo a la primera subdivisión; la intermolecular, a la segunda; la atómica, a la tercera; la interatómica, a la cuarta; la etérica, a la quinta, y la interetérica, a la sexta subdivisión o asociación positiva con el éter luminoso. En mi primer argumento he sostenido que ésta es la envoltura vibratoria de todos los átomos. En mi definición del átomo no me limito a la sexta subdivisión, donde este éter luminoso se desarrolla en su forma imperfecta, según lo prueban mis investigaciones. Creo que esta idea se considerará por los físicos de hoy como una extraña fantasía. Es posible que con el tiempo se haga luz sobre esta teoría, que pondrá de manifiesto su sencillez ante la investigación científica. Ahora sólo puedo compararla a un planeta en la oscuridad de un espacio, al que no ha llegado aún la luz del sol de la ciencia... Yo afirmo que el sonido, lo mismo que el olor, es una substancia real de tenuidad maravillosa desconocida, la cual emana de un cuerpo, producida por percusión y lanzando al exterior corpúsculos absolutos de materia, partículas interatómicas dotadas de una velocidad de 1.120 pies por segundo; en el vacío, 20.000. La substancia que es así diseminada es una parte de la masa agitada, y si se mantiene en esta agitación continuamente, sería en el transcurso de cierto ciclo de tiempo completamente absorbida por la atmósfera; o, más bien, pasaría a través de la atmósfera a un punto elevado de tenuidad correspondiente a la clase de subdivisión que preside su desprendimiento del cuerpo que le dio origen... Los sonidos de los diapasones vibratorios, producidos de modo que originen acordes etéricos, mientras que por una parte difunden sus tonos (compuestos), compenetran por otra a todas las substancias que se hallan dentro del límite de su bombardeo atómico. 

Al tocar una campana en el vacío se pone en libertad a estos átomos con la misma velocidad y volumen que al aire libre; si la agitación de la campana se sostuviese de un modo continuo durante algunos millones de siglos, la materia de que estuviese compuesta volvería por completo a su ser primitivo; y si la habitación estuviese herméticamente cerrada, y fuese suficientemente resistente, el espacio vacío que rodea a la campana quedaría sometido a una presión de muchos miles de libras por pulgada cuadrada, por virtud de la substancia sutil desprendida. A mi entender, la definición exacta del sonido es la perturbación del equilibrio atómico que rompe verdaderos corpúsculos atómicos; y la substancia que de este modo se desprende debe ser seguramente un orden determinado de flujo etérico. Dadas estas condiciones, ¿sería irracional suponer que, si este flujo continuase robando sus elementos al cuerpo en cuestión, éste llegase a desaparecer por completo en el transcurso del tiempo? Todos los cuerpos, así animales como vegetales y minerales, están originalmente formados de este éter tan tenue, y sólo vuelven a su condición gaseosa superior cuando se les pone en un estado de equilibrio diferencial... Por lo que hace al olor, sólo podemos formarnos una idea aproximada de su extremada y maravillosa tenuidad teniendo en cuenta que puede impregnarse una gran extensión de la atmósfera por espacio de muchos años con un solo grano de almizcle; el cual, pesado después de tan largo intervalo, no presentará ninguna disminución apreciable. La gran paradoja relativa al flujo de partículas odoríferas es que pueden mantenerse aprisionadas en un recipiente de cristal (!). Se trata de una substancia mucho más sutil que el cristal que la contiene, y sin embargo no puede escaparse. 

Es como si se tratase de una criba con agujeros bastante grandes para cerner piedrecillas, y que, sin embargo, pudiese contener arena fina; en una palabra, un recipiente molecular encerrando una substancia atómica. Es éste un problema que confundiría a los que se detengan a meditarlo. Pero por infinitamente tenue que sea el olor, resulta muy grosero comparado con la substancia correspondiente a la subdivisión a que pertenece un flujo magnético (corriente de simpatía si se la quiere llamar así). Esta subdivisión es inmediata al sonido, pero superior a él. La acción del flujo de un imán coincide en cierto modo con la parte receptora y distributiva del cerebro humano, que siempre da menos en proporción de la cantidad que recibe. Es un gran ejemplo del dominio de la mente sobre la materia, que gradualmente se aminora en lo físico, hasta que tiene lugar la disolución. En la misma proporción el imán pierde gradualmente su poder y llega a ser inerte. Si las relaciones que existen entre la mente y la materia pudieran igualarse y sostenerse así viviríamos eternamente en nuestro estado físico, pues no habría depreciación física. Pero esta depreciación física, en su término, conduce al origen de un desarrollo mucho más elevado; a saber, la liberación del éter puro de lo molecular grosero, lo que, a mi parecer, es muy de desear.

            
Es de notar que, salvo pequeñas diferencias, ningún Adepto ni ningún alquimista hubiera podido explicar mejor estas teorías, a la luz de la ciencia moderna, por más que esta última pueda protestar contra tan nuevas opiniones. Esto, en todos sus principios fundamentales, ya que no en sus detalles, es Ocultismo puro y simple; y además, es también Filosofía Natural moderna.
            
¿Qué es esta nueva fuerza, o como quiera que la Ciencia guste llamarla, cuyos efectos son innegables, según lo han admitido naturalistas y físicos que han visitado el laboratorio de Mr. Keely y que han presenciado sus tremendos efectos? ¿Es también una “forma del movimiento”, en el vacío, puesto que no hay materia que lo engendre, sino el sonido - otra “forma del movimiento”, sin duda, una sensación causada por vibraciones a semejanza del color? Creyendo por completo, como creemos, que estas vibraciones son la causa inmediata de tales sensaciones, rechazamos en absoluto la teoría científica unilateral de que fuera de las vibraciones etéricas o atmosféricas no exista factor alguno que pueda considerarse como exterior a nosotros.
            
En este caso, los substancialistas americanos no van descaminados, si bien son demasiado antropomorfistas y materiales en sus opiniones para que éstas puedan aceptarlas los ocultistas, cuando arguyen por boca de Mrs. M. S. Organ, M. D., que:

            
Debe de haber en los objetos propiedades esenciales positivas que guarden con los nervios de las sensaciones animales una relación constitutiva; pues de otro modo no habría percepción. No podría hacerse impresión de ninguna especie en el cerebro, en los nervios o en la mente; no podría producirse estímulo alguno para la acción, a menos que exista una comunicación efectiva y directa de una fuerza substancial. (“Substancial”, por supuesto, en la apariencia, en el sentido que se da a la palabra en este universo de Ilusión y de Mâyâ; pero no en realidad). Esa fuerza puede ser la Entidad inmaterial más refinada y sublime (?). Sin embargo, tiene que existir; pues ningún sentido, elemento o facultad del ser humano puede sentir una percepción o ser estimulado a obrar sin que alguna fuerza substancial se ponga en contacto con él. Ésta es la ley fundamental que compenetra todo el mundo orgánico y mental. En  el sentido verdaderamente filosófico no existe acción independiente; pues toda fuerza o substancia es correlativa de alguna otra fuerza o substancia. Ciertamente podemos con razón afirmar que ninguna substancia posee propiedad alguna odorífera ni que se refiera al gusto que le sea inherente, sino que el olor y el gusto son sólo fenómenos sensibles causados por vibraciones; y por tanto, meras ilusiones de percepciones animales.

            
Hay una serie trascendental de causas puestas en movimiento, por decirlo así, en la realización de estos fenómenos, que, no estando en relación con los estrechos límites de nuestra facultad de conocer, sólo pueden ser comprendidas y referidas a su origen y naturaleza, por las facultades espirituales del Adepto. Son, como dice Asclepios al Rey, “cuerpos incorpóreos”, tales como “aparecen en el espejo”, y “formas abstractas” las que vemos, oímos y olemos en nuestros sueños y visiones. ¿Qué tienen que ver con ellas los “modos de movimiento”, la luz y el éter? Sin embargo, las vemos, oímos, olemos y tocamos, ergo son tan reales para nosotros en nuestros sueños como cualquier otra cosa en este plano de Mâyâ.


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