Hace algunos años hicimos observar
que:
La Doctrina Esotérica puede muy bien
llamarse... la “Doctrina Hilo”, puesto que, como el Sûtrâtmâ (en la Filosofía
Vedanta), ella pasa al través y engarza todos los antiguos sistemas
filosófico-religiosos... y los reconcilia y explica.
Ahora diremos que hace aún más. No
sólo reconcilia los distintos sistemas aparentemente contradictorios, sino que
coteja los descubrimientos de la ciencia exacta moderna, mostrando que algunos
de ellos son necesariamente correctos, puesto que se hallan corroborados por
los Anales Antiguos. Indudablemente, esto será considerado como el colmo de la
impertinencia y falta de respeto, un verdadero crimen de lesa ciencia; sin embargo, es un hecho.
La Ciencia es innegablemente
ultramaterialista, en nuestros días; pero, en cierto sentido, tiene su
justificación. Como la Naturaleza se conduce siempre esotéricamente in actu,
y está, como dicen los kabalistas, in
abscondito, sólo puede ser juzgada a través de su apariencia, por el
profano, y esa apariencia es siempre engañosa en el plano físico. Por otra
parte, los naturalistas se niegan a mezclar la física con la metafísica, al
Cuerpo con su Alma y Espíritu animador. Prefieren no saber nada de estos
últimos. Para algunos esto es cuestión de gusto, al paso que la minoría de un
modo señalado se esfuerza en ampliar el dominio de la Ciencia física,
penetrando en el terreno prohibido de la Metafísica, tan desagradable para
algunos materialistas. Estos hombres de ciencia son sabios en su generación.
Pero todos sus maravillosos descubrimientos no significan nada, y serán para
siempre cuerpos sin cabeza, a menos
que ellos levanten el velo de la Materia y afinen su vista para ver más allá. Ahora que han estudiado la
Naturaleza en la longitud, anchura y espesor de su contextura física, tiempo es
ya de relegar el esqueleto al segundo plano, y buscar en las profundidades
desconocidas la entidad viviente y real, la substancia
-el nóumeno de la Materia que se desvanece.
Sólo siguiendo tal senda podrán
descubrir que algunas verdades llamadas hoy “supersticiones desacreditadas” son
hechos, y las reliquias del antiguo conocimiento y sabiduría.
Una de tales creencias “degradantes”
-degradantes en opinión del escéptico que todo lo niega- se encuentra en la
idea de que el Kosmos, además de sus habitantes planetarios objetivos, sus
humanidades de otros mundos habitados, esté lleno de Existencias insensibles e inteligentes. Los llamados en
Occidente Arcángeles, Ángeles y Espíritus, copias de sus prototipos de los
Dhyân Choans, los Devas y Pitris del Oriente, no son Seres reales, sino
ficciones. En este punto es inexorable la ciencia materialista. Para sostener
su posición, echa abajo su propia ley axiomática de uniformidad y de
continuidad en las leyes de la Naturaleza, y toda la serie lógica sucesiva de
analogías en la evolución del Ser. Se pide a la masa profana que crea, y se la
hace creer, que el testimonio acumulado de la Historia -que muestra hasta a los
“Ateos” de la antigüedad, hombres tales como Epicuro y Demócrito, creyendo en los
Dioses- es falso; y que filósofos
como Sócrates y Platón, que aseguraban tales existencias, eran descarriados
entusiastas y locos. Aun cuando nuestras opiniones sólo estuviesen basadas en
fundamentos históricos, en la autoridad de las legiones de Sabios eminentes,
neoplatónicos y místicos de todas las edades, desde Pitágoras hasta los
profesores y científicos eminentes de nuestro presente siglo, que si bien
rechazan a los “Dioses” creen en los “Espíritus”, ¿deberíamos considerar a
tales autoridades tan pobres de inteligencia y tan necias como cualquier
aldeano católico romano que crea y rece a sus santos humanos, o al Arcángel San
Miguel? Pero, ¿es que no hay diferencia entre la creencia del aldeano y la de
los herederos occidentales de los Rosacruces y alquimistas de la Edad Media?
¿Es que los Van Helmonts, los Khunraths, los Paracelsos y Agrippas, desde Roger
Bacon hasta St. Germain, fueron todos ciegos entusiastas, histéricos e
impostores; o es el puñado de escépticos modernos -los “directores del pensamiento”-
quienes se hallan atacados de la ceguera de la negación? Opinamos que lo último
es lo cierto. ¡Sería en efecto un milagro,
un hecho por completo anormal en el reino de las probabilidades y de la lógica,
que un puñado de negadores fuesen los únicos custodios de la verdad, mientras que en los millones de
creyentes en los Dioses, Ángeles y Espíritus -sólo en Europa y América-, a
saber: los cristianos griegos y latinos, teósofos, espiritistas, místicos,
etc., no fuesen otra cosa que gente fanática engañada, médiums alucinados, y a
menudo no más que las víctimas de charlatanes e impostores! Sin embargo, aun
cuando varíen las presentaciones externas y los dogmas, las creencias en las
Huestes de Inteligencias invisibles de varios grados tienen todas el mismo
fundamento. La verdad y el error se hallan mezclados en todas.
La extensión
exacta -profundidad, anchura y longitud- de los misterios de la Naturaleza sólo
se encuentra en la Ciencia Esotérica Oriental. Tan vastos y profundos son, que
escasamente unos pocos, muy pocos de los Iniciados más elevados -aquellos cuya existencia misma sólo es conocida de un
pequeño número de Adeptos- son capaces de asimilarse el conocimiento. Sin
embargo, todo está allí, y uno por uno los hechos y procedimientos de los
talleres de la Naturaleza pueden abrirse paso en la ciencia exacta, cuando
presta ayuda misteriosa a unos pocos individuos para el descubrimiento de sus
arcanos. A la terminación de los grandes Ciclos, relacionados con el desarrollo
de las razas, tienen lugar generalmente tales acontecimientos. Nos hallamos
precisamente al final mismo del ciclo de 5.000 años del presente Kali Yuga
Ario; y de aquí a 1897 se hará un gran rasgón en el Velo de la Naturaleza, y la
ciencia materialista recibirá un golpe mortal.
Sin desacreditar en modo alguno
creencias sancionadas por el tiempo, nos vemos obligados a trazar una línea
divisoria entre la fe ciega, desarrollada por las teologías, y los
conocimientos debidos a las investigaciones independientes de largas
generaciones de Adeptos; en una palabra, entre la filosofía y la fe. Es
innegable que en todas las edades ha habido hombres sabios y buenos que,
habiendo sido educados en creencias sectarias, han muerto en sus convicciones
cristalizadas. Para los protestantes, el jardín del Edén es el primitivo punto
de partida en el drama de la Humanidad, y la solemne tragedia en la cumbre del
calvario es el preludio del esperado milenio. Para los católico-romanos, Satán
está en la base del Kosmos, Cristo en su centro, y el Anticristo en su ápice.
Para ambos, la Jerarquía del Ser principia y acaba en los estrechos límites de
sus respectivas teologías: un Dios personal
creado por sí mismo, y un empíreo en que resuenan las aleluyas de Ángeles creados; el resto, Dioses falsos, Satán y demonios.
La Teo-filosofía se mueve en un
campo mucho más amplio. Desde el principio mismo de los eones -en el tiempo y en el espacio en nuestra Ronda y
Globo- los misterios de la Naturaleza (por lo menos los que nuestras Razas
pueden legalmente conocer), fueron registrados por los discípulos de aquellos
mismos “Hombres Celestes”, ahora invisibles, en figuras geométricas y símbolos.
Las claves de los mismos pasaron de una generación de “Hombres Sabios” a otra.
Algunos de los símbolos pasaron de Oriente a Occidente, traídos del Oriente por
Pitágoras, que no fue el inventor de su famoso “Triángulo”. Esta figura,
juntamente con el cuadrado y el círculo, son descripciones más elocuentes y
científicas del orden de la evolución del Universo, espiritual y psíquico, así
como físico, que volúmenes de cosmogonías descriptivas y de “génesis”
revelados. Los diez Puntos inscritos en ese “Triángulo Pitagórico” valen por
todas las teologías y angelologías emanadas jamás del cerebro teológico. Porque
el que interprete estos diecisiete puntos (los siete Puntos Matemáticos
ocultos) -en su misma superficie y en el orden dado- encontrará en ellos la
serie no interrumpida de genealogías desde el primer Hombre Celeste al
terrestre. Y, así como ellos dan el orden de los Seres, asimismo revelan el
orden en que fueron desarrollados el Kosmos, nuestra Tierra y los Elementos
primordiales por los que ésta fue originada. Engendrada en los “Abismos”
invisibles y en la Matriz de la misma “Madre”, como sus globos compañeros, el
que domine los misterios de nuestra Tierra habrá dominado los de todos los
demás.
Sea lo que fuese lo que la
ignorancia, el orgullo y el fanatismo puedan argüir en contra, puede mostrarse
que la Cosmología Esotérica está inseparablemente relacionada tanto con la
filosofía como con la ciencia moderna. Los Dioses y las Mónadas de los antiguos
-desde Pitágoras hasta Leibnitz- y los Átomos de las escuelas materialistas
actuales (según los han tomado de las teorías de los antiguos atomistas
griegos), son tan sólo unidades compuestas, o una unidad graduada como la
estructura humana, que principia con el cuerpo y termina con el Espíritu. En
las Ciencias Ocultas pueden estudiarse separadamente; pero nunca pueden ser
profundizadas a menos que se las considere en sus mutuas correlaciones durante
su ciclo de vida, y como una Unidad Universal durante los Pralayas.
La Pluche demuestra sinceridad, pero
da una pobre idea de sus capacidades filosóficas, en la exposición de sus
opiniones personales sobre la Mónada o el Punto Matemático. Dice así:
Basta un punto para poner en
combustión a todas las escuelas del mundo. Pero ¿qué necesidad tiene el hombre
de conocer este punto, puesto que la creación de tan pequeño ser está fuera de
su poder? A fortiori, la filosofía obra contra la probabilidad cuando trata de
pasar desde este punto, que absorbe y desconcierta todas sus meditaciones, a la
generación del mundo.
La Filosofía, sin embargo, no
hubiera podido nunca formar su concepto de una Deidad lógica, universal y
absoluta, si no hubiera tenido ningún Punto Matemático en el interior del
Círculo, sobre el cual basar sus especulaciones. Únicamente el Punto
manifestado, perdido para nuestros sentidos tras su aparición pregenérica en la
infinidad y en lo incognoscible del Círculo, puede hacer posible la reconciliación
de la Filosofía con la Teología, a condición de que esta última abandone sus
groseros dogmas materialistas. Y precisamente por haber la teología cristiana
rechazado tan imprudentemente la Mónada Pitagórica y las figuras geométricas,
es por lo que ha desenvuelto su Dios personal y humano creado por sí mismo, la
Cabeza monstruosa de que fluyen en dos corrientes los dogmas de la Salvación y
de la Condenación. Esto es tan cierto, que hasta los sacerdotes que son masones
y que quisieran ser filósofos, en sus interpretaciones arbitrarias, han
atribuido a los sabios antiguos la singular idea de que:
La Mónada representaba (para ellos)
el trono de la Deidad Omnipotente, colocada en el centro del empíreo para
indicar T. G. A. O. T. U. (léase “The Great Architect of the Universe”) (El
Gran Arquitecto del Universo).
Curiosa explicación es ésta, más
masónica que estrictamente pitagórica. Tampoco el “Hierograma en un Círculo, o
Triángulo equilátero”, significó nunca “el símbolo de la unidad de la Esencia
divina”, puesto que ésta estaba simbolizada por el plano del Círculo limitado.
Lo que ello verdaderamente significaba era la Naturaleza trina coigual de la
primera Substancia diferenciada, o la consubstancialidad del Espíritu
(manifestado), la Materia y el Universo -”Hijo” de los dos- que procede del
Punto, el Logos esotérico real, o Mónada Pitágorica. Pues el Monas griego
significa “Unidad” en su sentido primario. Los que no pueden asir la diferencia
entre la Mónada -la Unidad Universal- y las Mónadas o la Unidad manifestada,
así como también entre el Logos siempre oculto y el revelado, o Verbo, no
debieran ocuparse nunca de filosofía, y mucho menos de ciencias esotéricas. No
es necesario recordar al lector ilustrado la tesis de Kant para demostrar su segunda
Antinomia ). Los que la han leído y comprendido, verán claramente la línea
divisoria que trazamos entre el Universo absolutamente
ideal y el Kosmos invisible, pero manifestado. Nuestros Dioses Mónadas no
son los elementos de la extensión misma, sino sólo los de la Realidad invisible
que es la base del Kosmos manifestado. Ni la Filosofía Esotérica ni Kant, para
no decir nada de Leibnitz, admitirían jamás que la extensión pueda componerse
de partes simples o inextensas. Pero los filósofos teólogos no quieren
comprender esto. El Círculo y el Punto -este último retirándose dentro del
primero y fundiéndose con él después de haber emanado los tres primeros Puntos
y haberlos unido con líneas, formando así la primera base noumenal del Segundo
Triángulo en el Mundo Manifestado- han sido siempre un obstáculo insuperable
para los vuelos teológicos hacia empíreos dogmáticos. Sobre la autoridad de
este símbolo arcaico, un Dios masculino, personal, Creador y Padre de todo, se
convierte en una emanación de tercer orden; el Sephira que se presenta en
cuarto lugar en el descenso, y a la izquierda de Ain Soph, en el Árbol de Vida
kabalístico. Por tanto, queda degradada la Mónada en Vehículo - ¡un “Trono”!
La Mónada -emanación y reflexión tan
sólo del Punto, o Logos, en el Mundo fenomenal- se convierte, como ápice del
Triángulo equilátero manifestado, en el “Padre”. La línea o lazo izquierdo es
la Dúada, la “Madre”, considerada como el principio malo, de oposición. El
lado derecho representa al “Hijo”, “Esposo de su Madre”, en todas las cosmogonías, como siendo uno
con el ápice; la línea de la base es el plano universal de la Naturaleza
productora, unificado en el plano fenomenal Padre-Madre-Hijo, como estos
estaban unificados en el ápice, en el Mundo suprasensible. Por
transmutación mística se convirtieron en el Cuaternario: el Triángulo se
convirtió en la Tetraktis.
Esta aplicación trascendental de la
geometría a la teogonía cósmica y divina -el Alfa y la Omega del concepto
místico- fue empequeñecida, después de Pitágoras, por Aristóteles. Omitiendo el
Punto y el Círculo, y no teniendo en cuenta el ápice, redujo el valor
metafísico de la idea, y limitó así la doctrina de la magnitud a una Tríada
simple: la línea, la superficie y el cuerpo. Sus herederos modernos, que
juegan al Idealismo, han interpretado estas tres figuras geométricas, como
Espacio, Fuerza y Materia; “las potencias de una Unidad que actúa entre todo”.
La ciencia materialista que sólo
percibe la línea base del Triángulo manifestado -el plano de Materia- lo
interpreta prácticamente como (Padre)-Materia,
(Madre)-Materia e (Hijo)-Materia, y teóricamente como Materia,
Fuerza y Correlación.
Pero para la generalidad de los
físicos, según ha observado un kabalista:
El Espacio, la Fuerza y la Materia son
lo que los signos en álgebra para el matemático, meramente símbolos
convencionales, (o) la Fuerza como Fuerza y la Materia como Materia, son tan
absolutamente incognoscibles como lo es el supuesto vacío en que se considera
que actúan.
Los símbolos representan
abstracciones, y sobre éstas
Basa el físico hipótesis razonadas
acerca del origen de las cosas... él ve tres necesidades en lo que llama
creación: Un lugar en donde crear. Un medio por el cual crear. Un material con
el cual crear. Y dando una expresión lógica a esta hipótesis, con los términos
espacio, fuerza, materia, cree que ha probado la existencia de lo que cada uno
de estos representa, según él lo concibe.
El físico que considera el Espacio
meramente como una representación de nuestra mente, o como extensión sin
relación con las cosas en él, que define Locke como incapaz de resistencia ni
movimiento; el materialista paradójico que quiera tener un vacío en donde no percibe materia, rechazaría con el mayor
desprecio la proposición de que el Espacio sea
Una Entidad substancial, aunque
(aparente y absolutamente) incognoscible y viviente.
Tal es, sin embargo, la enseñanza kabalística, y es la de la
Filosofía Arcaica. El Espacio es el mundo real,
al paso que el nuestro es un mundo artificial. Es la Unidad Única a través de
su infinitud; en sus profundidades sin fondo, así como en su superficie
ilusoria, superfice tachonada de incontables Universos fenomenales, de Sistemas
y de Mundos, a modo de espejismos. Sin embargo, para el ocultista oriental, que
en el fondo es un idealista objetivo, en el Mundo real, que es una Unidad de Fuerzas, existe “una conexión de toda
la Materia en el Plenum”, como diría Leibnitz. Esto está simbolizado en el
Triángulo Pitagórico.
Consta él de Diez Puntos inscritos
en forma de pirámide (desde uno a cuatro), en sus tres lados, y simboliza al
Universo en la famosa Década Pitagórica. El punto aislado superior es una
Mónada, y representa un Punto-Unidad, que es la Unidad de donde todo procede. Todo es de la misma esencia que
él. Al paso que los diez puntos dentro del Triángulo equilátero representan el
mundo fenomenal, los tres lados que encierran la pirámide de puntos son las
barreras de la materia noumenal, o
Substancia, que la separan del mundo del Pensamiento.
Pitágoras consideraba que un punto corresponde en proporción a la
unidad; una línea al 2; una superficie al 3; un sólido al 4; y definía un punto como una mónada que tiene posición,
y el principio de todas las cosas; una línea se consideraba que correspondía a
la dualidad, porque era producida por el primer movimiento de la naturaleza
indivisible, y formaba la unión de dos puntos. Se comparaba una superficie al
número tres, porque es la primera de todas las causas que se encuentran en las
formas; pues un círculo, que es la principal de todas las figuras redondas,
comprende una tríada, en el centro -espacio- circunferencia. Pero el triángulo,
que es la primera de todas las figuras rectilíneas, está incluido en el
ternario y recibe su forma con arreglo a este número, siendo considerado por
los pitagóricos como el producto de todas las cosas sublunares. Los cuatro
puntos de la base del triángulo pitagórico corresponden a un sólido o cubo, que
combina los principios de longitud, anchura y espesor, pues ningún sólido puede
tener menos de cuatro puntos límites extremos.
Se arguye “que la inteligencia
humana no puede concebir una unidad indivisible a menos de la aniquilación de
la idea con su sujeto”. Esto es un error, como lo han probado los pitagóricos,
y antes que ellos cierto número de Videntes, aun cuando se necesite una
educación especial para llegar al concepto, y aun cuando la mente profana pueda
difícilmente hacerse cargo del mismo. Pero existe lo que llamaremos las “Meta-matemáticas” y la “Meta-geometría”. Hasta las matemáticas
puras y simples proceden de lo universal a lo particular, desde el punto
matemático indivisible, a las figuras sólidas. La doctrina se originó en la
India, y fue enseñada en Europa por Pitágoras, quien, echando un velo sobre el
Círculo y el Punto -que ningún mortal puede definir más que como abstracciones
incomprensibles- emplazó el origen de la Materia cósmica diferenciada en la
base del Triángulo. De este modo se convirtió este último en la primitiva de
las figuras geométricas. El autor de New
Aspects of Life, tratando de los Misterios kabalísticos, se opone a la
objetivación, por decirlo así, del concepto pitagórico y al uso del triángulo
equilátero, y lo llama “un error”. Su argumento de que un cuerpo sólido equilátero
Cuya base, así como cada uno de sus
lados forman triángulos iguales, debe tener cuatro caras o superficies
coiguales, al paso que un plano triangular poseerá tan necesariamente cinco.
demuestra,
por el contrario, la grandeza del concepto en toda su aplicación esotérica a la
idea de la pregénesis, y génesis del
Kosmos. Concedido que un Triángulo ideal, representado por líneas matemáticas,
imaginarias,
No puede tener lado alguno, siendo
sólo un fantasma de la mente, al cual, si se le imputan lados, estos deben ser
los del objeto que representa constructivamente.
Pero en tal caso la mayor parte de las
hipótesis científicas no son más que fantasmas de la mente; ellas no pueden
comprobarse sino por inferencia, y han sido adoptadas meramente para responder
a necesidades científicas. Además, el Triángulo ideal -”como idea abstracta de
un cuerpo triangular, y por tanto, como tipo de una idea abstracta”- realizó y
expresó a la perfección el doble simbolismo que se pretendía. Como un emblema
aplicable a la idea objetiva, el triángulo simple se convirtió en sólido.
Cuando reproducido en la piedra, dando frente a los cuatro puntos cardinales,
asumió la forma de la pirámide -el símbolo del Universo fenomenal sumiéndose en
el Universo noumenal del pensamiento, en el vértice de los cuatro triángulos;
y, como “figura imaginaria construida con tres líneas matemáticas”, simbolizó
las esferas subjetivas, “encerrando estas líneas un espacio matemático- que es
igual a nada incluyendo nada”. Y esto es porque para los sentidos y la
conciencia no educada del profano y del hombre científico, todo lo que está
fuera de la línea de la materia diferenciada -esto es, fuera y más allá del
reino mismo de la substancia más
espiritual- tiene que permanecer para siempre igual a nada. Es el Ain Soph, el No Cosa.
Sin embargo, estos “fantasmas de la mente” no
son en verdad abstracciones mayores que las ideas abstractas en general en
cuanto a evolución y desenvolvimiento físicos, como la Gravedad, la Materia, la
Fuerza, etc., en que se basan las ciencias exactas. Nuestros más eminentes
químicos y físicos están persiguiendo con ardor la no descabellada empresa de
seguir finalmente la pista del Protilo, hasta su escondrijo, o la línea básica
del Triángulo Pitagórico. Este último es, como hemos dicho, el concepto más
grandioso imaginable, pues simboliza a la vez los universos ideal y visible. Porque si:
La
unidad posible es sólo una posibilidad como realidad de la naturaleza, como un
individuo de cualquier especie, (y como) todo objeto natural individual, es
capaz de división y por la división pierde su unidad o cesa de ser una unidad.
esto
es verdad sólo en el reino de la ciencia exacta, en un mundo tan engañoso como
ilusorio. En el reino de la Ciencia Esotérica, la Unidad dividida ad infinitum, en lugar de perder su
unidad, se aproxima con cada división a los planos de la REALIDAD única eterna.
El ojo del Vidente puede seguirla y contemplarla en toda su gloria pregenética.
Esta misma idea de la realidad del Universo subjetivo, y de la no realidad del
objetivo, se encuentra en el fondo de las doctrinas de Pitágoras y de Platón
-pero sólo para los Elegidos-; pues Porfirio, hablando de la Mónada y de la
Dúada, dice que sólo la primera era considerada substancial y real, “el más
sencillo Ser, la causa de toda unidad y la medida de todas las cosas”.
Pero la Dúada, aun cuando origen del
Mal, o la Materia -por tanto irreal en Filosofía-, es también Substancia
durante el Manvántara, y se la llama a menudo en Ocultismo la Tercera Mónada, y
la línea de unión entre dos Puntos, o Números, que proceden de AQUELLO “que era
antes de todos los Números”, como lo expresó Rabbí Barahiel. Y de esta Dúada
procedieron todas las Chispas de los tres Mundos o Planos superiores y los
cuatro Inferiores -que están en constante interacción y correspondencia. Ésta
es una enseñanza que la Kábala tiene en común con el Ocultismo Oriental. Porque
en la Filosofía Oculta existe la “Causa UNA” y la “Causa Primaria”; de modo que
esta última se convierte paradójicamente en la Segunda, como lo expresa con
claridad el autor de la Qabbalah from the
Philosophical Writings of Ibn Gebirol, que dice:
Al tratar de la Causa Primaria,
tienen que considerarse dos cosas: la Causa Primaria per se, y su relación y conexión con el Universo visible e
invisible.
De este modo él muestra a los
hebreos primitivos, así como a los árabes posteriores, siguiendo los pasos de
la Filosofía oriental, tal como la caldea, la persa, la india, etc. La Causa
Primaria de ellos era designada en un principio
Por el ... Shaddaï triádico, el
(triunfo) Todopoderoso, luego por el Tetragrammaton ..., YHVH, símbolo del
Pasado, Presente y Futuro; y,
permítasenos añadir, símbolo del eterno ES, o YO SOY. Además, en la Kabalah el
nombre YHVH ( Jehovah) expresa un Él y una Ella macho y hembra; dos en uno o
Chokmah y Binah, y el Shekinah de él, o más bien el Shekinah o Espíritu
sintetizador (o gracia) de ellos, que de nuevo hace de la Dúada una Tríada.
Esto se demuestra en la liturgia judía de Pentecostés, y en la oración:
“En el nombre de la Unidad, del
Santo y Bendito Hû (Él) y del She’kinah de Él, el Oculto y Escondido Hû,
bendito sea YHVH (el Cuaternario) por siempre”, Hû se dice que es masculino, y
YaH femenino; juntos hacen el ... ...,
esto es, un YHVH. Uno, pero de una naturaleza masculino-femenina. El She’kinah
es considerado siempre en la Qabbalah como femenino.
Y así se le considera en los Purânas
exotéricos; pues Shekinah no es más que Shakti -el doble femenino de cualquier Dios-
en tal caso. Y lo mismo era también para los cristianos primitivos, cuyo
Espíritu Santo era femenino, como Sophía lo era para los gnósticos. Pero en la
Kabalah trascendental caldea, o Libro de
los Números, Shekinah es asexual, y la abstracción más pura, un estado,
como el Nirvâna, ni sujeto ni objeto, ni nada excepto la PRESENCIA absoluta.
Así pues, sólo en los sistemas
antropomorfizados -tal como la Kabalah se ha convertido ahora en su mayor
parte- es Shekinah-Shakti femenino. Como tal se convierte en la Dúada de
Pitágoras, las dos líneas rectas que no pueden formar ninguna figura geométrica
y son el símbolo de la Materia. De esta Dúada, cuando se une en la línea base
del Triángulo sobre el plano inferior (el Triángulo superior del Árbol
Sephirotal), surgen los Elohim, o la Deidad en la Naturaleza Cósmica; la
designación inferior para los verdaderos kabalistas, traducida en la Biblia por “Dios” (18). De estos (los
Elohim) salen las Chispas.
Las Chispas son las “Almas”, y estas
Almas aparecen en la forma triple de las Mónadas (Unidades), los Átomos y los
Dioses, según nuestra enseñanza. Como dice el Esoteric Catechism (Catecismo Esotérico):
Cada
átomo se convierte en una unidad compleja visible (una molécula), y una vez atraído a la esfera de la actividad
terrestre, la esencia Monádica, pasando a través de los reinos mineral, vegetal
y animal, se convierte en hombre.
Además:
Dios,
la Mónada y el Átomo son las correspondencias del Espíritu, la Mente y el
Cuerpo (Âtmâ, Manas y Sthûla Sharîra)
en el hombre.
En su agregación septenaria son el
“Hombre Celeste” en el sentido kabalístico; de modo que el hombre terrestre es
el reflejo provisional del Celeste. Por otra parte
Las Mónadas (Jîvas) son las Almas de los Átomos; ambos son la estructura con que se
revisten los Chohans (Dhyânîs, Dioses),
cuando se necesita una forma.
Esto se refiere a las Mónadas
cósmicas y subplanetarias; no al Monas supracósmico, la Mónada Pitagórica,
según se la llama, en su carácter sintético, por lo peripatéticos panteístas.
En la presente disertación se considera a las Mónadas desde el punto de vista
de su individualidad, como Almas Atómicas,
antes de que estos Átomos desciendan a la forma terrestre pura. Porque este
descenso a la Materia concreta marca
el punto medio de su propia peregrinación individual. Aquí, perdiendo su
individualidad en el reino mineral, principian a ascender a través de los siete
estados de la evolución terrestre hacia ese punto en que se establece
firmemente una correspondencia entre la conciencia humana y la Deva (divina).
Ahora, sin embargo, no nos ocupamos de sus metamorfosis y tribulaciones
terrestres, sino de su vida y modo de ser en el Espacio; en planos en donde la
mirada del químico y físico más intuitivo no puede alcanzarlas; a menos que, verdaderamente,
él desarrolle en sí mismo facultades altamente clarividentes.
Es bien sabido que Leibnitz se aproximó mucho
a la verdad varias veces, pero definió erróneamente la Evolución Monádica, cosa
que no debe sorprender, puesto que no era un Iniciado, ni tan siquiera un
místico, sino sólo un filósofo muy intuitivo. Sin embargo, ningún psicofísico
se ha aproximado nunca más que él al bosquejo general esotérico de la
evolución. Esta evolución (considerada desde sus varios puntos de vista, esto
es, como la Mónada Universal y la Individualizada, y los aspectos
principales de la Energía que se desarrolla después de la diferenciación, lo
puramente Espiritual, lo Intelectual, lo Psíquico y lo Físico) puede
formularse, como ley invariable, de este modo: un descenso del Espíritu a la
Materia, equivalente a un ascenso en la evolución física; una reascensión desde
las profundidades de la materialidad hacia su status quo ante, con una disipación correspondiente de la forma
concreta y de la substancia, hasta el estado Laya, o lo que la Ciencia llama el
“punto cero”, y más allá.
Estos estados (una vez que se ha
asido el espíritu de la Filosofía Esotérica) se hacen absolutamente necesarios
por simples consideraciones lógicas y analógicas. La ciencia física ha afirmado
ahora, por medio de su rama de la química, la ley invariable de esta evolución
de los Átomos (desde su estado “de protilo” descendiendo hasta el de partícula
física y luego química, o molécula), y no puede, por tanto, rechazar estos
estados como ley general. Y una vez obligada por sus enemigos -la Metafísica y
la Psicología a salirse de sus supuestas inexpugnables fortalezas,
encontrará más difícil de lo que ahora aparece rehusar un lugar en los Espacios
del ESPACIO a los Espíritus Planetarios (Dioses), a los Elementales y hasta a
los mismos espectros o Fantasmas elementarios, y otros. Ya Figuier y Paul
D’Assier, dos positivistas y materialistas, han sucumbido ante esta necesidad
lógica. Otros hombres de ciencia aún más eminentes seguirán en esa “Caída”
intelectual. Serán ellos arrojados de sus posiciones, no por ningún fenómeno
espiritista o teosófico, ni por otro cualquier físico ni aun mental, sino
sencillamente por los enormes vacíos y abismos que se abren a diario y se
seguirán abriendo ante ellos, a medida que se sucedan los descubrimientos,
hasta que finalmente sean echados a tierra por la novena oleada del simple
sentido común.
Podemos citar como ejemplo el último
descubrimiento de Mr. W. Crookes, de lo que él llama Protilo. En las Notas
sobre el Bhagavad Gîtâ por uno de los
más eminentes metafísicos y eruditos vedantinos de la India, el conferenciante,
refiriéndose con prudencia a las “cosas Ocultas” en aquella gran obra esotérica
india, hace una observación tan significativa como estrictamente exacta. Dice
así:
En los detalles de la evolución del sistema solar en sí, no tengo
necesidad de entrar. Podéis obtener alguna idea del modo como los distintos cuerpos simples nacen a la existencia
procedentes de estos tres principios en que se diferencia Mûlaprakriti (el
Triángulo Pitagórico), examinando el discurso pronunciado por el profesor
Crookes hace poco tiempo, sobre los llamados cuerpos simples de la química
moderna. Este discurso os dará alguna idea del modo cómo estos llamados cuerpos
simples surgen de Vishvânara, el más objetivo de estos tres principios,
que parece ocupar el lugar del protilo
mencionado en aquella conferencia. Exceptuando unos pocos particulares, este
discurso parece dar el bosquejo de la teoría de la evolución física en el plano
de Vishvânara, y es, que yo sepa, la mayor aproximación que han alcanzado los
investigadores modernos de la verdadera teoría oculta sobre el asunto.
Estas palabras tendrán un eco y la
aprobación de todos los ocultistas orientales. Gran parte de las conferencias
de Mr. Crookes han sido citadas ya en la Sección XI. Una segunda y una tercera
conferencia han sido dadas por él sobre la “Génesis de los Cuerpos Simples”, tan notables como la primera. Aquí tenemos casi una corroboración de las
enseñanzas de la Filosofía Esotérica, respecto al modo de la evolución
primaria. Es, en verdad, la mayor aproximación a la Doctrina Secreta que podía
hacerse por un gran sabio y especialista en química, aparte de la
aplicación de las Mónadas y los Átomos a los dogmas de la metafísica puramente
trascendental, y su conexión y correlación con los “Dioses y Mónadas
conscientes e inteligentes”. Pero la química se halla ahora en su plano
ascendente, gracias a uno de sus más grandes representantes en Europa. Ya le
sería imposible retroceder a los días en que el Materialismo consideraba a sus subelementos como cuerpos absolutamente
simples y homogéneos, a los que había elevado, en su ceguera, al rango de
elementos. La máscara ha sido arrancada por una mano demasiado hábil para que
pueda haber el temor de un nuevo disfraz. Y después de años de falacia, de
moléculas bastardas presentadas pomposamente con el título de Cuerpos Simples,
detrás y más allá de los cuales no podía haber nada más que el vacío, un gran profesor
de química pregunta una vez más:
¿Qué son esos Cuerpos Simples, de
dónde vienen y cuál es su significación?... Estos cuerpos nos llenan de
perplejidad en nuestras investigaciones, nos confunden en nuestras
especulaciones y nos obsesionan en nuestros mismos sueños. Extiéndense como un
mar desconocido ante nosotros, burlándose, mixtificándonos y murmurando
extrañas revelaciones y posibilidades.
Los herederos de las revelaciones
primitivas han enseñado estas “posibilidades” en todos los siglos, pero nunca
encontraron un oído propicio. Las verdades inspiradas a Kepler, Leibnitz,
Gassendi, Swedenborg, etc., se mezclaron siempre con sus propias especulaciones
en una o en otra dirección predeterminada; de aquí que se desnaturalizaron.
Pero ahora una de las grandes verdades ha iluminado a un profesor eminente de
la ciencia exacta moderna, y sin temor alguno él proclama como un axioma
fundamental, que la Ciencia no ha conocido hasta el presente los cuerpos
realmente simples. Pues dice Mr. Crookes a su auditorio:
Al aventurarme a declarar que
nuestros cuerpos simples comúnmente aceptados no son simples y primordiales,
que no han aparecido por casualidad, ni han sido creados de un modo mecánico
e irregular, sino que han sido desenvueltos de materias más simples -o quizás,
verdaderamente, de una sola especie de materia-, no hago más que emitir
formalmente una idea que ha estado, por decirlo así, “en el aire” de la ciencia
desde hace algún tiempo. Químicos, físicos, filósofos del más alto mérito,
declaran explícitamente su creencia de que los setenta (o cosa así) cuerpos
simples de nuestros libros de texto no son las columnas de Hércules que nunca
podremos traspasar... Filósofos del presente, así como del pasado -hombres que,
a la verdad, no han trabajado en el laboratorio-, han llegado a la misma
opinión por otro lado. Así Mr. Herbert Spencer manifiesta su convicción de que
“los átomos químicos son producidos por los átomos verdaderos o físicos, por
procedimientos evolutivos, bajo condiciones que la química no ha podido aún
producir...” Y el poeta se ha anticipado al filósofo. Milton (El Paraíso Perdido, libro V) hace que el
Arcángel Rafael, empapado de la idea revolucionaria, diga a Adán, que el
Todopoderoso había creado
“Una materia
prima, toda
Dotada de
formas varias, de varios grados
De
substancia...”
Sin embargo, la idea hubiera
permanecido cristalizada “en el aire de la Ciencia”, y no hubiera descendido a
la densa atmósfera del Materialismo y de los mortales profanos, quizás en mucho
tiempo, si míster Crookes, valiente y osado, no la hubiese reducido a su
verdadera expresión, forzándola así a que públicamente llegase a noticia de la
Ciencia. Dice Plutarco:
Una idea es un Ser incorpóreo, que
no tiene subsistencia por sí mismo, pero da forma y figura a la materia
informe, y se convierte en la causa de la manifestación.
La revolución producida en la
antigua Química por Avogadro fue la primera página en el volumen de la “Nueva
Química”. Mr. Crookes ha vuelto ahora la segunda página, y está indicando
atrevidamente la que puede ser la última.
Porque una vez el Protilo reconocido y aceptado -como lo fue el invisible Éter,
siendo ambos necesidades lógicas y científicas-, la química habrá cesado
virtualmente de existir, y reaparecerá en su reencarnación como “Neoalquimia” o
“Metaquímica”. El descubridor de la materia radiante habrá vindicado con el
tiempo las obras arias arcaicas sobre Ocultismo, y hasta los Vedas y Purânas. Porque, ¿qué son la “Madre” manifestada, el
“Padre-Hijo-Esposo” (Aditi y Daksha, una forma de Brahmâ, como Creadores) y el
“Hijo” -los tres “Primogénitos”-, sino simplemente el Hidrógeno, el Oxígeno, y
lo que en su manifestación terrestre es llamado el Nitrógeno? Hasta las
descripciones exotéricas de la Tríada “Primogénita” dan todas las
características de estos tres “gases. ¡Y diremos que Priestley fue el
“descubridor” del oxígeno, o que era conocido en la más remota antigüedad!
Además, todos los poetas y filósofos
antiguos, medievales y modernos, han sido anticipados hasta en los libros
exotéricos indos en cuanto a los Vórtices Elementales inaugurados por la Mente
Universal: el “Plenum” de Materia diferenciada en partículas, de Descartes; el
“fluido etéreo” de Leibnitz, y el “fluido
primitivo” de Kant disuelto en sus elementos; el vórtice solar y
vórtices sistemáticos de Kepler; en resumen, desde Anaxágoras hasta Galileo,
Torricelli y Swedenborg, y tras ellos hasta las últimas especulaciones de los
místicos europeos, todo esto se halla en los himnos o Mantras indos a los
“Dioses, Mónadas y Átomos”, en su plenitud, pues ellos son inseparables. En la
Enseñanza Esotérica, se encuentran reconciliados los conceptos más
trascendentales del Universo y sus misterios, así como también las
especulaciones más aparentemente materialistas, porque estas ciencias abarcan
todo el plan de la evolución, desde el Espíritu a la Materia. Según se ha
declarado por un teósofo americano:
Las Mónadas (de Leibnitz) pueden
desde un punto de vista ser llamadas fuerza,
desde otro materia. Para la Ciencia
Oculta, fuerza y materia son tan sólo dos aspectos de la misma substancia (26).
Recuerde el lector estas “Mónadas”
de Leibnitz, cada una de las cuales es un espejo viviente del Universo,
reflejando cada Mónada a todas las demás, y compare este concepto y definición
con ciertas slokas sánscritas, traducidas por Sir William Jones, en que se dice
que el manantial creativo de la Mente Divina,
Oculto tras un velo de densas
tinieblas, formó espejos de los átomos del mundo, y lanzó el reflejo de su
propia faz sobre cada átomo.
Por lo tanto, cuando Mr. Crookes
declara que:
Si pudiéramos mostrar cómo han
podido ser generados los llamados cuerpos simples químicos, podríamos llenar un
vacío formidable en nuestro conocimiento del Universo.
la
contestación está pronta. El conocimiento teórico se halla en el significado
esotérico de todas las cosmogonías indas, en los Purânas; la demostración práctica del mismo está en manos de los
que no serán reconocidos en este
siglo, sino por los muy pocos. Las posibilidades científicas de varios
descubrimientos, que inexorablemente deben conducir a la Ciencia exacta hacia
la aceptación de las opiniones ocultistas orientales, que contienen todo el
material requerido para llenar esos “vacíos” están, hasta este punto, a la
disposición del materialismo moderno. Sólo trabajando en la dirección tomada
por Mr. William Crookes es como puede haber alguna esperanza de que se lleguen
a reconocer unas pocas verdades hasta ahora ocultas.
Mientras tanto, el que anhele
alcanzar una vislumbre en un diagrama práctico de la evolución de la Materia
primordial -que, separándose y diferenciándose bajo el impulso de la ley
cíclica, se divide, hablando en términos generales, en una gradación septenaria
de Substancia-, lo mejor que puede
hacer es examinar los grabados que acompañan a la conferencia de Mr. Crookes, Genesis of the Elements, y pesar bien
algunos de los pasajes del texto. En uno de ellos dice:
Nuestras nociones del cuerpo simple
químico se han ampliado. Hasta ahora se ha considerado a la molécula como un
agregado de dos o más átomos, y no se ha tenido en cuenta el plan
arquitectónico a que ha obedecido la unión de estos átomos. Podemos conjeturar
que la estructura de un cuerpo simple es más complicada de lo que hasta aquí se
ha supuesto. Entre las moléculas que estamos acostumbrados a tratar en las
reacciones químicas y los átomos últimos primero creados, vienen moléculas más
pequeñas o agregados de átomos físicos; estas submoléculas difieren entre sí,
con arreglo a la posición que ellas ocupan en el edificio itrio.
Quizás pueda simplificarse esta
hipótesis si imaginamos al itrio representado por una moneda de cinco chelines.
Por medio del fraccionamiento químico llego a dividirla en cinco chelines
separados, y encuentro que estos chelines no son partes exactamente iguales,
sino que, como los átomos de carbono en el anillo bencénico, tienen la huella
de su posición, 1, 2, 3, 4, 5, estampada sobre ellos... Si arrojo los chelines
en el crisol, o los disuelvo químicamente, el cuño desaparece y todos ellos se
convierten en plata.
Esto es lo que ocurrirá con todos
los Átomos y moléculas cuando se hayan separado de sus formas y cuerpos
compuestos, al comenzar el Pralaya. Inviértase el caso, e imagínese la aurora
de un nuevo Manvántara. La “plala” pura del material absorbido se dividirá de
nuevo en la SUBSTANCIA, la cual generará “Esencias Divinas”, cuyos “Principios”
(28) son los Elementos Primarios, los Subelementos, las Energías Físicas y la
Materia subjetiva y objetiva; o, en compendio: los DIOSES, las MÓNADAS y los ÁTOMOS. Si abandonando por
un momento el lado trascendental o metafísico de la cuestión -no teniendo en
cuenta a los Seres y Entidades suprasensibles e inteligentes en que creen los
kabalistas y cristianos-, nos concretamos a la teoría de la evolución atómica,
las Doctrinas Ocultas se hallan también corroboradas por la Ciencia exacta y
sus confesiones, a lo menos en lo que se refiere a los supuestos cuerpos
“simples”, rebajados repentinamente ahora a la categoría de pobres parientes
lejanos, ni siquiera primos segundos, de los que deben ostentar tal título.
Pues Mr. Crookes nos dice que:
Hasta el presente se ha considerado
que si el peso atómico de un metal, determinado por diferentes
experimentadores, partiendo de compuestos distintos, se encontrara siempre
constante... entonces este metal debía entrar en la categoría de los cuerpos
simples o elementales. Ahora sabemos... que no es así. Nuevamente nos
encontramos con ruedas dentro de ruedas. El gadolinium no es un cuerpo simple,
sino un compuesto... Hemos mostrado que el itrio es un compuesto de cinco o más
constituyentes. ¿Y quién se aventurará a afirmar que atacando cada uno de estos
constituyentes de algún modo distinto, y sometiendo el resultado a una prueba
más delicada y minuciosa que la de la materia radiante, no podrían ser aún más
divisibles? ¿En dónde está, pues, el verdadero cuerpo simple último? A medida
que avanzamos, él retrocede a modo de los espejismos de lagos y arboledas que
el sediento y cansado viajero ve en el desierto. ¿Debemos dejarnos chasquear y
engañar de ese modo en nuestra investigación de la verdad? La idea misma de un
cuerpo simple, como algo absolutamente primario y final, parece volverse cada
vez menos distinta.
En Isis sin Velo dijimos que:
Este misterio de la primera
creación, que siempre ha sido la desesperación de la Ciencia, es insondable a
menos que aceptemos la doctrina de Hermes. Si él (Darwin) transportase sus
investigaciones del Universo visible al invisible, se encontraría en la
verdadera senda. Pero entonces, seguiría las huellas de los hermetistas.
Nuestra profecía principia a
confirmarse.
Pero entre Hermes y Huxley hay un
punto y procedimiento medio. Que los hombres científicos tiendan un puente tan
sólo hasta la mitad de la distancia, y que piensen seriamente sobre las teorías
de Leibnitz. Hemos mostrado que nuestras
teorías acerca de la evolución de los Átomos -su última formación en moléculas
químicas compuestas teniendo efecto en nuestros talleres terrestres, en la
atmósfera de la Tierra y no en otro lugar- coinciden de un modo sorprendente
con la evolución de los átomos que presentan los grabados de Mr. Crookes. Se ha
declarado ya varias veces en este volumen que Mârtânda, el Sol, se había
desarrollado y formado, juntamente con sus siete Hermanos más pequeños,
procedente del seno de su Madre Aditi, siendo este seno Materia Prima, el protilo primordial del conferenciante. La
Doctrina Secreta enseña la existencia de
Una forma antecedente de energía que
tiene ciclos periódicos de flujo y reflujo, reposo y actividad (31).
¡Y he aquí un gran hombre de
ciencia pidiendo ahora al mundo que
acepte esto como uno de sus postulados! Hemos mostrado a la “Madre” ígnea y
cálida, haciéndose fría y radiante gradualmente; y este mismo sabio reclama
como segundo postulado - una necesidad
científica, a lo que parece.
Una acción interna, análoga al
enfriamiento, operando lentamente en el protilo.
La Ciencia Oculta enseña que la
“Madre” permanece difundida en la Infinitud, durante el Pralaya; como el gran
Océano las “Aguas secas del Espacio”,
según la extraña expresión del Catecismo,
y se convierte en húmeda únicamente
después de la separación y el movimiento sobre su faz de Nârâyana, el
Espíritu
que es Llama invisible, que nunca arde pero que inflama todo lo que toca, y le
da vida y generación.
Y ahora nos dice la Ciencia que el
“cuerpo simple primogénito... más cercano al protilo” debe ser el “hidrógeno... el cual debió, durante
algún tiempo, ser la única forma existente de materia” en el Universo. ¿Qué
dice la Antigua Ciencia? Contesta:
Eso es precisamente; pero nosotros quisiéramos significar el Hidrógeno (y el
Oxígeno), que -en las edades pregeológicas y hasta en las pregenéticas. infunde
el fuego de vida en la “Madre” por incubación, el espíritu, el nóumeno de
lo que se convierte, en su forma más grosera en nuestra Tierra, en Oxígeno e
Hidrógeno y Nitrógeno-, no siendo el Nitrógeno de origen divino, sino
únicamente un cemento terrestre para unir otros gases y fluidos, y sirviendo
como una esponja para llevar consigo el Aliento de Vida, el aire puro (33). Los
gases y fluidos, antes de convertirse en lo que son en nuestra atmósfera, han
sido Éter interestelar; anteriormente a esto, y en un plano más profundo, otra cosa; y así
sucesivamente in infinitum. El sabio
eminente debe perdonar a un ocultista el haberle citado con tanta extensión;
pero tal es el castigo de un Miembro de la Sociedad Real que se aproxima tanto
al recinto del Adytum Sagrado de los Misterios Ocultos, hasta el punto de
traspasar virtualmente los límites prohibidos.
Pero tiempo es ya de dejar a la
ciencia física moderna, y de volver al aspecto psicológico y metafísico de la
cuestión. Sólo quisiéramos observar que a los “dos postulados muy razonables”,
requeridos por el eminente conferenciante, “para alcanzar una vislumbre de
algunos de los secretos tan profundamente ocultos” tras “la puerta de lo
desconocido”, debiera añadirse un tercero -a fin de que ningún ataque
surta efecto-; el postulado de que Leibnitz estaba en un terreno firme de
verdad y de hecho en sus especulaciones. La sinopsis admirable y meditada de
estas especulaciones -tales como las presenta en su “Leibnitz” John Theodore
Mertz- muestra cuán de cerca rozó él los secretos ocultos de la Teogonía
Esotérica en su Monadología. Y, sin
embargo, este filósofo apenas se ha elevado en sus especulaciones sobre los
primeros planos, los principios inferiores del Gran Cuerpo Cósmico. Su teoría
no se remonta a mayores altura que a las de la vida manifestada, a las de la conciencia e inteligencia propias, dejando
sin tocar los misterios posgenéticos anteriores, puesto que su fluido etéreo es
posplanetario.
Pero este tercer postulado
difícilmente será aceptado por los hombres científicos modernos; y, como
Descartes, preferirán atenerse a las propiedades de las cosas externas, que,
cual la extensión, son incapaces de explicar los fenómenos del movimiento, más
bien que admitir a este último como Fuerza independiente. Jamás se convertirán
en anticartesianos en esta generación; ni tampoco admitirán que:
La propiedad de la inercia no es una
propiedad puramente geométrica; sino que señala la existencia en los cuerpos
externos de algo que no es extensión meramente.
Ésta es la idea de Leibnitz, tal
como es analizada por Mertz, quien añade que él llamaba a este “algo” Fuerza, y
sostenía que las cosas externas estaban dotadas de Fuerza, y que para ser los
portadores de la misma, tenían que tener una Substancia; pues ellas no son
masas sin vida ni inertes, sino centros y portadores de la Forma -afirmación
puramente esotérica, puesto que la Fuerza era para Leibnitz un principio activo-, desapareciendo la división
entre la Mente y la Materia, con esta conclusión:
Las investigaciones matemáticas y
dinámicas de Leibnitz no hubieran conducido al mismo resultado en la mente de
un investigador puramente científico. Pero Leibnitz no era un hombre científico
en el sentido moderno de la palabra. Si lo hubiese sido, hubiera desarrollado
el concepto de la energía; hubiera definido matemáticamente las ideas de fuerza
y trabajo mecánico, y hubiera llegado a la conclusión de que, hasta para
propósitos puramente científicos, conviene considerar a la fuerza, no como una
cantidad primaria, sino como una cantidad derivada de algún otro valor.
Pero, afortunadamente para la
verdad:
Leibnitz era un filósofo; y como tal
tenía ciertos principios fundamentales, que le inclinaban en favor de determinadas conclusiones; y su
descubrimiento de que las cosas externas eran substancias dotadas de fuerza,
fue desde luego empleado con el objeto de aplicar tales principios. Uno de
estos era la ley de continuidad, la convicción de que el mundo todo estaba
relacionado, de que no había vacíos ni huecos sobre los cuales no pudiese
echarse un puente. El contraste de las substancias pensantes externas le era
insoportable. La definición de las substancias extensas se había hecho ya
insostenible: era natural que una investigación semejante se hiciese en la
definición de la mente, la substancia pensante.
Las divisiones hechas por Leibnitz,
aunque incompletas y defectuosas desde el punto de vista del Ocultismo,
muestran un espíritu de intuición metafísica que ningún hombre científico, ni
Descartes, ni el mismo Kant, han alcanzado jamás. Para él existía por siempre
una gradación infinita de pensamiento. Sólo una pequeña parte de los contenidos
de nuestro pensamiento, decía, se eleva a la claridad de apercepción, de
conocimiento interno, “a la luz de la conciencia perfecta”. Muchos permanecen
en un estado confuso u obscuro, en el estado de “percepciones”; pero allí
están. Descartes negaba el alma a los animales; Leibnitz, como los ocultistas,
dotaba a “la creación entera con vida mental; siendo ésta, según él, capaz de
gradaciones infinitas”. Y esto, como Mertz observa acertadamente:
Amplió desde luego el reino de la
vida mental, destruyendo el contraste de la materia
animada e inanimada; hizo aún más:
reaccionó sobre el concepto de materia, de la substancia extensa. Porque se
hizo evidente que las cosas externas o materiales presentaban la propiedad de
la extensión solamente a nuestros sentidos, no a nuestras facultades pensantes.
El matemático, para poder calcular figuras geométricas, se había visto obligado
a dividirlas en un número infinito de partes infinitamente pequeñas, y el
físico no vio límites a la divisibilidad de la materia en átomos. El volumen
con que las cosas externas parecen llenar el espacio era una propiedad que
ellas adquirían sólo por lo grosero de nuestros sentidos... Leibnitz siguió hasta
cierto punto estos argumentos, pero no podía contentarse con suponer que la
materia estaba compuesta de un número finito de partes minúsculas. Su
inteligencia matemática le obligó a llevar este
argumento in infinitum. ¿Y qué
fue entonces de los átomos? Perdieron su extensión, y sólo retuvieron la
propiedad de resistencia; eran los centros de fuerza. Fueron reducidos a puntos
matemáticos... Pero si su extensión en el espacio no era nada, tanto más completa era su vida interna.
Suponiendo que la existencia interna, como la de la mente humana, sea una nueva
dimensión, no geométrica, sino metafísica... habiendo reducido a la nada la
extensión geométrica de los átomos, Leibnitz los dotó de una extensión infinita
en la dirección de su dimensión metafísica. Después de haberlos perdido de
vista en el mundo del espacio, la mente tiene, por decirlo así, que penetrar en
un mundo metafísico, para encontrar y asir la esencia verdadera de lo que
aparece en el espacio meramente como un punto matemático... Así como un cono se
genera sobre su vértice, o como una línea recta perpendicular corta un plano
horizontal sólo en un punto matemático, pero puede extenderse al infinito en
altura y profundidad, asimismo las esencias de las cosas reales tienen sólo una existencia puntual en este mundo
físico del espacio; pero tienen una infinita profundidad de vida interna en el
mundo metafísico del pensamiento.
Éste es el espíritu, la raíz misma
de la doctrina y pensamiento ocultos. El “Espíritu-Materia” y la
“Materia-Espíritu” se extienden infinitamente en profundidad; y como la “esencia de las cosas” de Leibnitz, nuestra
esencia de las cosas reales está en
la séptima profundidad; mientras que la materia grosera e irreal de la Ciencia y el mundo externo se encuentra en el extremo
más bajo de nuestros sentidos perceptivos. El ocultista conoce el valor o la
falta de valor de esta última.
Debemos ahora mostrar al estudiante
la diferencia fundamental entre el sistema de Leibnitz y el de la
Filosofía Oculta, en la cuestión de las Mónadas, lo que puede hacerse con su Monadología a la vista. Puede afirmarse
con verdad que si los sistemas de Leibnitz y de Spinoza fuesen conciliados,
aparecerían la esencia y el espíritu de la Filosofía Esotérica. Del choque de
los dos -opuestos al sistema cartesiano- surgen las verdades de la Doctrina
Arcaica. Ambos son contrarios a la metafísica de Descartes. La idea de este
contraste de dos Substancias -Extensión y Pensamiento- difiriendo radicalmente
la una de la otra, y siendo mutuamente irreducibles, es demasiado arbitraria y
poco filosófica para ellos. Así, Leibnitz hizo de las dos Substancias
cartesianas dos atributos de una Unidad universal, en que veía a Dios. Spinoza
sólo reconocía una Substancia universal indivisible, un TODO absoluto, como
Parabrahman. Leibnitz, por el contrario, percibía la existencia de una
pluralidad de Substancias. Para Spinoza no había más que UNO; para Leibnitz
había una infinidad de Seres procedentes
de y en el Uno. De ahí que aun cuando ambos no admitían más que Una Entidad Real, Spinoza la hacía
impersonal e invisible, mientras que Leibnitz dividía su Deidad personal en un
número de Seres divinos y semidivinos. Spinoza era un panteísta subjetivo; Leibnitz un panteísta objetivo, aunque ambos eran grandes
filósofos en sus percepciones intuitivas.
Ahora bien; si estas dos doctrinas
se fundiesen en una y se corrigiesen mutuamente -y sobre todo fuese la Realidad
Una libertada de su personalidad- quedaría en ellas como resultado un verdadero
espíritu de Filosofía Esotérica: la Esencia Divina absoluta, impersonal, sin
atributos, que ya no es “ser”, sino la raíz de todo Ser. Trazad en vuestro
pensamiento una divisoria profunda entre la siempre incognoscible Esencia y la
Presencia invisible, aunque comprensible, Mûlaprakriti o Shekinah, desde más allá y a través de la cual vibra el
Sonido del Verbo, y procedentes de la cual se desenvuelven las innumerables
Jerarquías de Egos inteligentes, de Seres así consciente como semiconscientes,
de “percepción interna” y de “percepción externa”, cuya Esencia es Fuerza
espiritual, cuya Substancia son los Elementos y cuyos Cuerpos (cuando se
necesitan) son los Átomos -y allí está nuestra Doctrina. Porque Leibnitz dice:
Siendo el elemento primitivo de todo
cuerpo material la fuerza, que no tiene ninguna de las características de la
materia (objetiva), puede, sí, concebirse, pero jamás ser objeto de una
representación imaginativa.
Lo que era para él elemento
primordial y último en todo cuerpo y objeto, no eran, pues, los átomos
materiales, o las moléculas, necesariamente más o menos extensos como los de
Epicuro y Gassendi; sino, como Mertz lo muestra, Átmos inmateriales y
metafísicos, “puntos matemáticos” o almas
verdaderas, según lo explica Henri Lachelier (Professeur Agrégé de
Philosophie), su biógrafo francés:
Aquello que existe fuera de nosotros
de una manera absoluta son Almas cuya esencia es la fuerza.
Así pues, la realidad en el mundo manifestado está compuesta de una unidad de unidades, por decirlo así,
inmaterial -desde nuestro punto de vista- e infinita. A éstas las llama
Leibnitz Mónadas; la Filosofía Oriental Jîvas, al paso que el Ocultismo, lo
mismo que los kabalistas y los cristianos, les da una variedad de nombres. Para
nosotros, como para Leibnitz, ellas son “la expresión del universo”, y
cada punto físico no es sino la expresión fenomenal del Punto metafísico
noumenal. Su distinción entre la “percepción externa” y la “percepción interna”
es la expresión filosófica, aunque obscurecida, de las Enseñanzas Esotéricas.
Sus “universos reducidos”, de los que “hay tantos como Mónadas”, es la
representación caótica de nuestro Sistema Septenario con sus divisiones y
subdivisiones.
En cuanto a la relación de sus
Mónadas con nuestros Dhyân Chohans, Espíritus Cósmicos, Devas y Elementales,
podemos reproducir brevemente la opinión de un sabio y pensador teósofo, Mr. C.
H. A. Bjerregaard, sobre el asunto. En un excelente escrito: “Sobre los
Elementos, los Espíritus Elementarios y la Relación entre Ellos y los Seres
Humanos”, que leyó ante la Sociedad Teosófica Aria de Nueva York, Mr.
Bjerregaard formula claramente su opinión:
Para Spinoza, la substancia es
muerta e inactiva; pero para los poderes penetrantes de la mente de Leibnitz,
todo es actividad viviente y energía activa. Al sustentar esta opinión, se
aproxima infinitamente más al Oriente que cualquier pensador de su tiempo, y
posterior a él. Su descubrimiento de que una
energía activa forma la esencia de la substancia es un principio que le
pone en relación directa con los Videntes del Oriente.
Y el conferenciante continúa
demostrando que para Leibnitz, los Átomos y los Elementos son Centros de Fuerza, o más bien “seres
espirituales cuya naturaleza misma es la acción”, pues
las partículas elementales son
fuerzas vitales que no actúan mecánicamente, sino por un principio interno. Son
unidades incorpóreas, espirituales (sin embargo “substanciales”, pero no
“inmateriales” a nuestro juicio), inaccesibles a todo cambio externo... (e)
indestructibles por toda fuerza exterior. Las mónadas de Leibnitz difieren de
los átomos en los particulares que siguen, los cuales nos importa mucho tener
presente, pues de otro modo no podremos ver la diferencia entre los Elementos y
la mera materia. Los átomos no se distinguen unos de otros; son ellos
cualitativamente iguales; pero una mónada difiere de todas las demás mónadas
cualitativamente, y cada una es un mundo peculiar para sí misma. No sucede lo
mismo con los átomos; ellos son absolutamente iguales, cuantitativa y
cualitativamente, y no poseen individualidad propia. Además, los átomos
(moléculas, más bien) de la filosofía materialista pueden considerarse extensos
y divisibles, mientras que las mónadas son “meros puntos metafísicos” e
indivisibles. Finalmente, y éste es un punto en que las mónadas de Leibnitz se
parecen mucho a los Elementales de la filosofía mística, estas mónadas son
seres representativos. Cada mónada refleja a todas las demás. cada mónada es un
espejo viviente del Universo dentro de su propia esfera. Y notad bien esto,
pues de ello depende el poder que estas mónadas poseen y la labor que pueden
hacer por nosotros; al reflejar el mundo, las mónadas no son meros agentes
reflectores pasivos, sino espontáneamente
activas por sí mismas; ellas producen imágenes de un modo espontáneo, lo
mismo que el alma un sueño. Por lo tanto, en cada mónada puede el Adepto leerlo
todo, hasta el futuro. Cada mónada -o Elemental- es un espejo que puede hablar.
En este punto es donde decae la
filosofía de Leibnitz. No prevé él nada ni establece diferencia entre la Mónada
“Elemental” y la de un elevado Espíritu Planetario, ni siquiera la Mónada
Humana o Alma. A veces hasta va tan lejos, que duda de sí:
Dios haya hecho otra cosa que
Mónadas o substancias sin extensión.
Establece él una distinción entre
Mónadas y Átomos; pues como declara repetidamente:
Los cuerpos con todas sus cualidades
son sólo fenomenales, como el arco iris. Corpora
omnia cum omnibus qualitatibus suis non sunt aliud quam phenomena bene fundata,
ut Iris.
Pero poco después salva la
dificultad por medio de una correspondencia substancial, cierto lazo metafísico
entre las Mónadas - vinculum substanciale.
La Filosofía Esotérica, al enseñar un Idealismo objetivo (aun cuando considera al Universo objetivo y todo lo que
hay en él como Mâyâ, Ilusión temporal), traza una distinción práctica entre la
Ilusión Colectiva, Mâhâ mâyâ, desde el punto de vista puramente metafísico, y
las relaciones objetivas en ella entre varios Egos conscientes, mientras dura
esta Ilusión. El Adepto, por tanto, puede
leer el futuro en una Mónada Elemental; pero para este fin tiene que reunir un
gran número de ellas, pues cada Mónada representa sólo una porción del reino al
que pertenece.
Las mónadas no están limitadas al
objeto, sino a la modificación del conocimiento del objeto; todas tienden
(confusamente) a lo infinito, al todo, pero están limitadas y se diferencian
por los grados de claridad de su percepción.
Y como lo explica Leibnitz:
Todas las porciones del Universo
están distintamente representadas en las mónadas, pero algunas se reflejan en
una mónada, algunas en otra.
Una colección de mónadas podría representar simultáneamente los pensamientos de
los dos millones de habitantes de París.
¿Pero qué dicen sobre esto las
Ciencias Ocultas, y qué es lo que añaden?
Dicen ellas que lo que Leibnitz
llama Mónadas colectivamente, en términos generales, y dejando por de pronto
las subdivisiones fuera de cálculo, pueden separarse en tres Huestes distintas que, contadas desde los planos más elevados, son, en primer lugar,
“Dioses” o Egos espirituales conscientes, los Arquitectos inteligentes que
trabajan con arreglo al plan en la Mente Divina. Luego vienen los Elementales,
o “Mónadas”, que constituyen colectiva e inconscientemente los grandes Espejos
Universales de todo lo que se relaciona con sus reinos respectivos. Por último,
los “Átomos” o moléculas materiales, que a su vez son animados por sus Mónadas “perceptivas”, lo mismo que lo está cada
una de las células del cuerpo humano. Hay multitudes de tales Átomos animados que, a su vez, animan a las
moléculas; una infinidad de Mónadas, o mejor dicho Elementales, y fuerzas
espirituales innumerables, sin Mónada, pues son ellas puras incorporeidades , excepto bajo ciertas leyes, cuando toman una forma no necesariamente
humana. ¿De dónde viene la substancia que las reviste, el organismo aparente
que desenvuelven alrededor de sus centros?
Las Radiaciones Informes (Arûpa),
existentes en la armonía de la Voluntad Universal, y siendo lo que llamamos la
colectividad o agregado de la Voluntad Cósmica en el plano del Universo
subjetivo, unen entre sí a una infinidad de Mónadas -cada una espejo de su
propio Universo- e individualizan así en un momento dado una Mente independiente,
omnisciente y universal; y por el mismo procedimiento de agregación magnética,
crean para sí mismas cuerpos objetivos visibles, con los Átomos interestelares.
Pues Átomos y Mónadas, asociados o disociados, simples o complejos, no son,
desde el momento de la primera diferenciación, sino los “principios” corpóreos,
psíquicos y espirituales, de los “Dioses”, que a su vez son las Radiaciones de
la Naturaleza Primordial. De este modo los Poderes Planetarios superiores
aparecen, a los ojos del Vidente, bajo dos aspectos: el subjetivo como influencias, y el objetivo como formas místicas, que, bajo la ley
Kármica, se convierten en una Presencia,
el Espíritu y la Materia siendo Uno, como se ha dicho repetidamente. El
Espíritu es Materia en el séptimo plano;
la Materia es Espíritu en el punto más inferior de su actividad cíclica; y
ambos son, Mâyâ.
Los Átomos son llamados vibraciones
en Ocultismo, y también, colectivamente,
Sonido. Esto no tiene que ver con el descubrimiento científico de Mr. Tyndall.
Él señaló en el peldaño inferior de la escala del ser monádico todo el curso de
las Vibraciones atmosféricas - y esto
constituye la parte objetiva del
proceso de la Naturaleza. Él ha encontrado y registrado la rapidez de su
movimiento y de su transmisión; la fuerza de su choque; su acción vibratoria en
el tímpano, y la transmisión a los otolitos, etc., hasta que comienza la
vibración del nervio auditivo, y tiene lugar un nuevo fenómeno: el lado subjetivo del proceso de la sensación del sonido. ¿Lo percibe él o
lo ve? No; pues su especialidad es descubrir el modo de ser de la Materia. Pero
¿por qué no habría de verlo un Psíquico,
o un Vidente espiritual, cuyo Ojo interno estuviese abierto, uno que pudiera
ver a través del velo de la Materia? Las ondas y ondulaciones de la Ciencia son
todas producidas por Átomos que impulsan a sus moléculas a la actividad, desde adentro. Los Átomos llenan la
inmensidad del Espacio, y por su continua vibración, son aquel MOVIMIENTO que mantiene en perpetua marcha las ruedas de
la Vida. Es esa obra interna lo que produce el fenómeno natural llamado la
correlación de las fuerzas. Sólo que en el origen de cada una de estas
“Fuerzas” se halla el Nóumeno consciente director
de las mismas - Ángel o Dios, Espíritu o Demonio, poderes directores, aunque
los mismos.
Según los han descrito los Videntes
-aquellos que pueden ver el movimiento de las multitudes interestelares, y
seguirlas clarividentemente en su evolución-, son deslumbradores, como copos de
nieve virgen en la radiante luz del sol. Su velocidad es más rápida que el
pensamiento, más de lo que el ojo físico de ningún mortal pudiera seguir; y, a
lo que puede juzgarse dada la tremenda rapidez de su carrera, el movimiento es
circular. Hallándose uno en una llanura abierta, especialmente en la cúspide de
una montaña, y mirando a la vasta bóveda y a los espacios infinitos alrededor,
toda la atmósfera parece iluminada por ellos, hallándose el aire empapado con
estos deslumbradores relámpagos. A veces la intensidad de su movimiento produce
resplandores como las Luces del Norte en las Auroras Boreales. El espectáculo
es tan maravilloso que el Vidente, al mirar en este mundo interno, y sentir el
paso de esos centros centelleantes, se llena de temor respetuoso ante el
pensamiento de otros misterios aún mayores, que yacen más allá, y dentro, de
este radiante Océano.
Por incompleta e imperfecta que sea esta explicación sobre los “Dioses, las Mónadas y los Átomos”, se espera que, por lo menos, algunos estudiantes y teósofos vean que puede haber verdaderamente una estrecha relación entre la Ciencia Materialista y el Ocultismo, que es el complemento y el alma que a la primera le falta.
H.P. Blavatsky D.S TII
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