lunes, 27 de junio de 2016

Dioses, Mónadas y Átomos


            
Hace algunos años hicimos observar que:
            
La Doctrina Esotérica puede muy bien llamarse... la “Doctrina Hilo”, puesto que, como el Sûtrâtmâ (en la Filosofía Vedanta), ella pasa al través y engarza todos los antiguos sistemas filosófico-religiosos... y los reconcilia y explica.
                     
Ahora diremos que hace aún más. No sólo reconcilia los distintos sistemas aparentemente contradictorios, sino que coteja los descubrimientos de la ciencia exacta moderna, mostrando que algunos de ellos son necesariamente correctos, puesto que se hallan corroborados por los Anales Antiguos. Indudablemente, esto será considerado como el colmo de la impertinencia y falta de respeto, un verdadero crimen de lesa ciencia; sin embargo, es un hecho.
             
La Ciencia es innegablemente ultramaterialista, en nuestros días; pero, en cierto sentido, tiene su justificación. Como la Naturaleza se conduce siempre esotéricamente in actu, y está, como dicen los kabalistas, in abscondito, sólo puede ser juzgada a través de su apariencia, por el profano, y esa apariencia es siempre engañosa en el plano físico. Por otra parte, los naturalistas se niegan a mezclar la física con la metafísica, al Cuerpo con su Alma y Espíritu animador. Prefieren no saber nada de estos últimos. Para algunos esto es cuestión de gusto, al paso que la minoría de un modo señalado se esfuerza en ampliar el dominio de la Ciencia física, penetrando en el terreno prohibido de la Metafísica, tan desagradable para algunos materialistas. Estos hombres de ciencia son sabios en su generación. Pero todos sus maravillosos descubrimientos no significan nada, y serán para siempre cuerpos sin cabeza, a menos que ellos levanten el velo de la Materia y afinen su vista para ver más allá. Ahora que han estudiado la Naturaleza en la longitud, anchura y espesor de su contextura física, tiempo es ya de relegar el esqueleto al segundo plano, y buscar en las profundidades desconocidas la entidad viviente y real, la substancia -el nóumeno de la Materia que se desvanece.
            
Sólo siguiendo tal senda podrán descubrir que algunas verdades llamadas hoy “supersticiones desacreditadas” son hechos, y las reliquias del antiguo conocimiento y sabiduría.
            
Una de tales creencias “degradantes” -degradantes en opinión del escéptico que todo lo niega- se encuentra en la idea de que el Kosmos, además de sus habitantes planetarios objetivos, sus humanidades de otros mundos habitados, esté lleno de Existencias insensibles e inteligentes. Los llamados en Occidente Arcángeles, Ángeles y Espíritus, copias de sus prototipos de los Dhyân Choans, los Devas y Pitris del Oriente, no son Seres reales, sino ficciones. En este punto es inexorable la ciencia materialista. Para sostener su posición, echa abajo su propia ley axiomática de uniformidad y de continuidad en las leyes de la Naturaleza, y toda la serie lógica sucesiva de analogías en la evolución del Ser. Se pide a la masa profana que crea, y se la hace creer, que el testimonio acumulado de la Historia -que muestra hasta a los “Ateos” de la antigüedad, hombres tales como Epicuro y Demócrito, creyendo en los Dioses- es falso; y que filósofos como Sócrates y Platón, que aseguraban tales existencias, eran descarriados entusiastas y locos. Aun cuando nuestras opiniones sólo estuviesen basadas en fundamentos históricos, en la autoridad de las legiones de Sabios eminentes, neoplatónicos y místicos de todas las edades, desde Pitágoras hasta los profesores y científicos eminentes de nuestro presente siglo, que si bien rechazan a los “Dioses” creen en los “Espíritus”, ¿deberíamos considerar a tales autoridades tan pobres de inteligencia y tan necias como cualquier aldeano católico romano que crea y rece a sus santos humanos, o al Arcángel San Miguel? Pero, ¿es que no hay diferencia entre la creencia del aldeano y la de los herederos occidentales de los Rosacruces y alquimistas de la Edad Media? ¿Es que los Van Helmonts, los Khunraths, los Paracelsos y Agrippas, desde Roger Bacon hasta St. Germain, fueron todos ciegos entusiastas, histéricos e impostores; o es el puñado de escépticos modernos -los “directores del pensamiento”- quienes se hallan atacados de la ceguera de la negación? Opinamos que lo último es lo cierto. ¡Sería en efecto un milagro, un hecho por completo anormal en el reino de las probabilidades y de la lógica, que un puñado de negadores fuesen los únicos custodios de la verdad, mientras que en los millones de creyentes en los Dioses, Ángeles y Espíritus -sólo en Europa y América-, a saber: los cristianos griegos y latinos, teósofos, espiritistas, místicos, etc., no fuesen otra cosa que gente fanática engañada, médiums alucinados, y a menudo no más que las víctimas de charlatanes e impostores! Sin embargo, aun cuando varíen las presentaciones externas y los dogmas, las creencias en las Huestes de Inteligencias invisibles de varios grados tienen todas el mismo fundamento. La verdad y el error se hallan mezclados en todas. 

La extensión exacta -profundidad, anchura y longitud- de los misterios de la Naturaleza sólo se encuentra en la Ciencia Esotérica Oriental. Tan vastos y profundos son, que escasamente unos pocos, muy pocos de los Iniciados más elevados -aquellos cuya existencia misma sólo es conocida de un pequeño número de Adeptos- son capaces de asimilarse el conocimiento. Sin embargo, todo está allí, y uno por uno los hechos y procedimientos de los talleres de la Naturaleza pueden abrirse paso en la ciencia exacta, cuando presta ayuda misteriosa a unos pocos individuos para el descubrimiento de sus arcanos. A la terminación de los grandes Ciclos, relacionados con el desarrollo de las razas, tienen lugar generalmente tales acontecimientos. Nos hallamos precisamente al final mismo del ciclo de 5.000 años del presente Kali Yuga Ario; y de aquí a 1897 se hará un gran rasgón en el Velo de la Naturaleza, y la ciencia materialista recibirá un golpe mortal.
            
Sin desacreditar en modo alguno creencias sancionadas por el tiempo, nos vemos obligados a trazar una línea divisoria entre la fe ciega, desarrollada por las teologías, y los conocimientos debidos a las investigaciones independientes de largas generaciones de Adeptos; en una palabra, entre la filosofía y la fe. Es innegable que en todas las edades ha habido hombres sabios y buenos que, habiendo sido educados en creencias sectarias, han muerto en sus convicciones cristalizadas. Para los protestantes, el jardín del Edén es el primitivo punto de partida en el drama de la Humanidad, y la solemne tragedia en la cumbre del calvario es el preludio del esperado milenio. Para los católico-romanos, Satán está en la base del Kosmos, Cristo en su centro, y el Anticristo en su ápice. Para ambos, la Jerarquía del Ser principia y acaba en los estrechos límites de sus respectivas teologías: un Dios personal creado por sí mismo, y un empíreo en que resuenan las aleluyas de Ángeles creados; el resto, Dioses falsos, Satán y demonios.
            
La Teo-filosofía se mueve en un campo mucho más amplio. Desde el principio mismo de los eones -en  el tiempo y en el espacio en nuestra Ronda y Globo- los misterios de la Naturaleza (por lo menos los que nuestras Razas pueden legalmente conocer), fueron registrados por los discípulos de aquellos mismos “Hombres Celestes”, ahora invisibles, en figuras geométricas y símbolos. Las claves de los mismos pasaron de una generación de “Hombres Sabios” a otra. Algunos de los símbolos pasaron de Oriente a Occidente, traídos del Oriente por Pitágoras, que no fue el inventor de su famoso “Triángulo”. Esta figura, juntamente con el cuadrado y el círculo, son descripciones más elocuentes y científicas del orden de la evolución del Universo, espiritual y psíquico, así como físico, que volúmenes de cosmogonías descriptivas y de “génesis” revelados. Los diez Puntos inscritos en ese “Triángulo Pitagórico” valen por todas las teologías y angelologías emanadas jamás del cerebro teológico. Porque el que interprete estos diecisiete puntos (los siete Puntos Matemáticos ocultos) -en su misma superficie y en el orden dado- encontrará en ellos la serie no interrumpida de genealogías desde el primer Hombre Celeste al terrestre. Y, así como ellos dan el orden de los Seres, asimismo revelan el orden en que fueron desarrollados el Kosmos, nuestra Tierra y los Elementos primordiales por los que ésta fue originada. Engendrada en los “Abismos” invisibles y en la Matriz de la misma “Madre”, como sus globos compañeros, el que domine los misterios de nuestra Tierra habrá dominado los de todos los demás.
            

Sea lo que fuese lo que la ignorancia, el orgullo y el fanatismo puedan argüir en contra, puede mostrarse que la Cosmología Esotérica está inseparablemente relacionada tanto con la filosofía como con la ciencia moderna. Los Dioses y las Mónadas de los antiguos -desde Pitágoras hasta Leibnitz- y los Átomos de las escuelas materialistas actuales (según los han tomado de las teorías de los antiguos atomistas griegos), son tan sólo unidades compuestas, o una unidad graduada como la estructura humana, que principia con el cuerpo y termina con el Espíritu. En las Ciencias Ocultas pueden estudiarse separadamente; pero nunca pueden ser profundizadas a menos que se las considere en sus mutuas correlaciones durante su ciclo de vida, y como una Unidad Universal durante los Pralayas.
            
La Pluche demuestra sinceridad, pero da una pobre idea de sus capacidades filosóficas, en la exposición de sus opiniones personales sobre la Mónada o el Punto Matemático. Dice así:

            
Basta un punto para poner en combustión a todas las escuelas del mundo. Pero ¿qué necesidad tiene el hombre de conocer este punto, puesto que la creación de tan pequeño ser está fuera de su poder? A fortiori, la filosofía obra contra la probabilidad cuando trata de pasar desde este punto, que absorbe y desconcierta todas sus meditaciones, a la generación del mundo.

            
La Filosofía, sin embargo, no hubiera podido nunca formar su concepto de una Deidad lógica, universal y absoluta, si no hubiera tenido ningún Punto Matemático en el interior del Círculo, sobre el cual basar sus especulaciones. Únicamente el Punto manifestado, perdido para nuestros sentidos tras su aparición pregenérica en la infinidad y en lo incognoscible del Círculo, puede hacer posible la reconciliación de la Filosofía con la Teología, a condición de que esta última abandone sus groseros dogmas materialistas. Y precisamente por haber la teología cristiana rechazado tan imprudentemente la Mónada Pitagórica y las figuras geométricas, es por lo que ha desenvuelto su Dios personal y humano creado por sí mismo, la Cabeza monstruosa de que fluyen en dos corrientes los dogmas de la Salvación y de la Condenación. Esto es tan cierto, que hasta los sacerdotes que son masones y que quisieran ser filósofos, en sus interpretaciones arbitrarias, han atribuido a los sabios antiguos la singular idea de que:

            
La Mónada representaba (para ellos) el trono de la Deidad Omnipotente, colocada en el centro del empíreo para indicar T. G. A. O. T. U. (léase “The Great Architect of the Universe”) (El Gran Arquitecto del Universo).

            
Curiosa explicación es ésta, más masónica que estrictamente pitagórica. Tampoco el “Hierograma en un Círculo, o Triángulo equilátero”, significó nunca “el símbolo de la unidad de la Esencia divina”, puesto que ésta estaba simbolizada por el plano del Círculo limitado. Lo que ello verdaderamente significaba era la Naturaleza trina coigual de la primera Substancia diferenciada, o la consubstancialidad del Espíritu (manifestado), la Materia y el Universo -”Hijo” de los dos- que procede del Punto, el Logos esotérico real, o Mónada Pitágorica. Pues el Monas griego significa “Unidad” en su sentido primario. Los que no pueden asir la diferencia entre la Mónada -la Unidad Universal- y las Mónadas o la Unidad manifestada, así como también entre el Logos siempre oculto y el revelado, o Verbo, no debieran ocuparse nunca de filosofía, y mucho menos de ciencias esotéricas. No es necesario recordar al lector ilustrado la tesis de Kant para demostrar su segunda Antinomia ). Los que la han leído y comprendido, verán claramente la línea divisoria que trazamos entre el Universo absolutamente ideal y el Kosmos invisible, pero manifestado. Nuestros Dioses Mónadas no son los elementos de la extensión misma, sino sólo los de la Realidad invisible que es la base del Kosmos manifestado. Ni la Filosofía Esotérica ni Kant, para no decir nada de Leibnitz, admitirían jamás que la extensión pueda componerse de partes simples o inextensas. Pero los filósofos teólogos no quieren comprender esto. El Círculo y el Punto -este último retirándose dentro del primero y fundiéndose con él después de haber emanado los tres primeros Puntos y haberlos unido con líneas, formando así la primera base noumenal del Segundo Triángulo en el Mundo Manifestado- han sido siempre un obstáculo insuperable para los vuelos teológicos hacia empíreos dogmáticos. Sobre la autoridad de este símbolo arcaico, un Dios masculino, personal, Creador y Padre de todo, se convierte en una emanación de tercer orden; el Sephira que se presenta en cuarto lugar en el descenso, y a la izquierda de Ain Soph, en el Árbol de Vida kabalístico. Por tanto, queda degradada la Mónada en Vehículo - ¡un “Trono”!
           
La Mónada -emanación y reflexión tan sólo del Punto, o Logos, en el Mundo fenomenal- se convierte, como ápice del Triángulo equilátero manifestado, en el “Padre”. La línea o lazo izquierdo es la Dúada, la “Madre”, considerada como el principio malo, de oposición. El lado derecho representa al “Hijo”, “Esposo de su Madre”, en todas las cosmogonías, como siendo uno con el ápice; la línea de la base es el plano universal de la Naturaleza productora, unificado en el plano fenomenal Padre-Madre-Hijo, como estos estaban unificados en el ápice, en el Mundo suprasensible. Por transmutación mística se convirtieron en el Cuaternario: el Triángulo se convirtió en la Tetraktis.
            
Esta aplicación trascendental de la geometría a la teogonía cósmica y divina -el Alfa y la Omega del concepto místico- fue empequeñecida, después de Pitágoras, por Aristóteles. Omitiendo el Punto y el Círculo, y no teniendo en cuenta el ápice, redujo el valor metafísico de la idea, y limitó así la doctrina de la magnitud a una Tríada simple: la línea, la superficie y el cuerpo. Sus herederos modernos, que juegan al Idealismo, han interpretado estas tres figuras geométricas, como Espacio, Fuerza y Materia; “las potencias de una Unidad que actúa entre todo”.
            
La ciencia materialista que sólo percibe la línea base del Triángulo manifestado -el plano de Materia- lo interpreta prácticamente como (Padre)-Materia, (Madre)-Materia e (Hijo)-Materia, y teóricamente como Materia, Fuerza y Correlación.
            
Pero para la generalidad de los físicos, según ha observado un kabalista:

            
El Espacio, la Fuerza y la Materia son lo que los signos en álgebra para el matemático, meramente símbolos convencionales, (o) la Fuerza como Fuerza y la Materia como Materia, son tan absolutamente incognoscibles como lo es el supuesto vacío en que se considera que actúan.

            
Los símbolos representan abstracciones, y sobre éstas

            
Basa el físico hipótesis razonadas acerca del origen de las cosas... él ve tres necesidades en lo que llama creación: Un lugar en donde crear. Un medio por el cual crear. Un material con el cual crear. Y dando una expresión lógica a esta hipótesis, con los términos espacio, fuerza, materia, cree que ha probado la existencia de lo que cada uno de estos representa, según él lo concibe.

            
El físico que considera el Espacio meramente como una representación de nuestra mente, o como extensión sin relación con las cosas en él, que define Locke como incapaz de resistencia ni movimiento; el materialista paradójico que quiera tener un vacío en donde no percibe materia, rechazaría con el mayor desprecio la proposición de que el Espacio sea

            
Una Entidad substancial, aunque (aparente y absolutamente) incognoscible y viviente.

            
Tal es, sin embargo,  la enseñanza kabalística, y es la de la Filosofía Arcaica. El Espacio es el mundo real, al paso que el nuestro es un mundo artificial. Es la Unidad Única a través de su infinitud; en sus profundidades sin fondo, así como en su superficie ilusoria, superfice tachonada de incontables Universos fenomenales, de Sistemas y de Mundos, a modo de espejismos. Sin embargo, para el ocultista oriental, que en el fondo es un idealista objetivo, en el Mundo real, que es una Unidad de Fuerzas, existe “una conexión de toda la Materia en el Plenum”, como diría Leibnitz. Esto está simbolizado en el Triángulo Pitagórico.
            
Consta él de Diez Puntos inscritos en forma de pirámide (desde uno a cuatro), en sus tres lados, y simboliza al Universo en la famosa Década Pitagórica. El punto aislado superior es una Mónada, y representa un Punto-Unidad, que es la Unidad de donde todo procede. Todo es de la misma esencia que él. Al paso que los diez puntos dentro del Triángulo equilátero representan el mundo fenomenal, los tres lados que encierran la pirámide de puntos son las barreras de la materia noumenal, o Substancia, que la separan del mundo del Pensamiento.    

            
Pitágoras consideraba que un punto corresponde en proporción a la unidad; una línea al 2; una superficie al 3; un sólido al 4; y definía un punto como una mónada que tiene posición, y el principio de todas las cosas; una línea se consideraba que correspondía a la dualidad, porque era producida por el primer movimiento de la naturaleza indivisible, y formaba la unión de dos puntos. Se comparaba una superficie al número tres, porque es la primera de todas las causas que se encuentran en las formas; pues un círculo, que es la principal de todas las figuras redondas, comprende una tríada, en el centro -espacio- circunferencia. Pero el triángulo, que es la primera de todas las figuras rectilíneas, está incluido en el ternario y recibe su forma con arreglo a este número, siendo considerado por los pitagóricos como el producto de todas las cosas sublunares. Los cuatro puntos de la base del triángulo pitagórico corresponden a un sólido o cubo, que combina los principios de longitud, anchura y espesor, pues ningún sólido puede tener menos de cuatro puntos límites extremos.

            
Se arguye “que la inteligencia humana no puede concebir una unidad indivisible a menos de la aniquilación de la idea con su sujeto”. Esto es un error, como lo han probado los pitagóricos, y antes que ellos cierto número de Videntes, aun cuando se necesite una educación especial para llegar al concepto, y aun cuando la mente profana pueda difícilmente hacerse cargo del mismo. Pero existe lo que llamaremos las “Meta-matemáticas” y la “Meta-geometría”. Hasta las matemáticas puras y simples proceden de lo universal a lo particular, desde el punto matemático indivisible, a las figuras sólidas. La doctrina se originó en la India, y fue enseñada en Europa por Pitágoras, quien, echando un velo sobre el Círculo y el Punto -que ningún mortal puede definir más que como abstracciones incomprensibles- emplazó el origen de la Materia cósmica diferenciada en la base del Triángulo. De este modo se convirtió este último en la primitiva de las figuras geométricas. El autor de New Aspects of Life, tratando de los Misterios kabalísticos, se opone a la objetivación, por decirlo así, del concepto pitagórico y al uso del triángulo equilátero, y lo llama “un error”. Su argumento de que un cuerpo sólido equilátero

            
Cuya base, así como cada uno de sus lados forman triángulos iguales, debe tener cuatro caras o superficies coiguales, al paso que un plano triangular poseerá tan necesariamente cinco.

demuestra, por el contrario, la grandeza del concepto en toda su aplicación esotérica a la idea de la pregénesis, y génesis del Kosmos. Concedido que un Triángulo ideal, representado por líneas matemáticas, imaginarias,

            
No puede tener lado alguno, siendo sólo un fantasma de la mente, al cual, si se le imputan lados, estos deben ser los del objeto que representa constructivamente.

             
Pero en tal caso la mayor parte de las hipótesis científicas no son más que fantasmas de la mente; ellas no pueden comprobarse sino por inferencia, y han sido adoptadas meramente para responder a necesidades científicas. Además, el Triángulo ideal -”como idea abstracta de un cuerpo triangular, y por tanto, como tipo de una idea abstracta”- realizó y expresó a la perfección el doble simbolismo que se pretendía. Como un emblema aplicable a la idea objetiva, el triángulo simple se convirtió en sólido. Cuando reproducido en la piedra, dando frente a los cuatro puntos cardinales, asumió la forma de la pirámide -el símbolo del Universo fenomenal sumiéndose en el Universo noumenal del pensamiento, en el vértice de los cuatro triángulos; y, como “figura imaginaria construida con tres líneas matemáticas”, simbolizó las esferas subjetivas, “encerrando estas líneas un espacio matemático- que es igual a nada incluyendo nada”. Y esto es porque para los sentidos y la conciencia no educada del profano y del hombre científico, todo lo que está fuera de la línea de la materia diferenciada -esto es, fuera y más allá del reino mismo de la substancia más espiritual- tiene que permanecer para siempre igual a nada. Es el Ain Soph, el No Cosa.
             
Sin embargo, estos “fantasmas de la mente” no son en verdad abstracciones mayores que las ideas abstractas en general en cuanto a evolución y desenvolvimiento físicos, como la Gravedad, la Materia, la Fuerza, etc., en que se basan las ciencias exactas. Nuestros más eminentes químicos y físicos están persiguiendo con ardor la no descabellada empresa de seguir finalmente la pista del Protilo, hasta su escondrijo, o la línea básica del Triángulo Pitagórico. Este último es, como hemos dicho, el concepto más grandioso imaginable, pues simboliza a la vez los universos ideal y visible. Porque si:

            
La unidad posible es sólo una posibilidad como realidad de la naturaleza, como un individuo de cualquier especie, (y como) todo objeto natural individual, es capaz de división y por la división pierde su unidad o cesa de ser una unidad.

esto es verdad sólo en el reino de la ciencia exacta, en un mundo tan engañoso como ilusorio. En el reino de la Ciencia Esotérica, la Unidad dividida ad infinitum, en lugar de perder su unidad, se aproxima con cada división a los planos de la REALIDAD única eterna. El ojo del Vidente puede seguirla y contemplarla en toda su gloria pregenética. Esta misma idea de la realidad del Universo subjetivo, y de la no realidad del objetivo, se encuentra en el fondo de las doctrinas de Pitágoras y de Platón -pero sólo para los Elegidos-; pues Porfirio, hablando de la Mónada y de la Dúada, dice que sólo la primera era considerada substancial y real, “el más sencillo Ser, la causa de toda unidad y la medida de todas las cosas”.
            
Pero la Dúada, aun cuando origen del Mal, o la Materia -por tanto irreal en Filosofía-, es también Substancia durante el Manvántara, y se la llama a menudo en Ocultismo la Tercera Mónada, y la línea de unión entre dos Puntos, o Números, que proceden de AQUELLO “que era antes de todos los Números”, como lo expresó Rabbí Barahiel. Y de esta Dúada procedieron todas las Chispas de los tres Mundos o Planos superiores y los cuatro Inferiores -que están en constante interacción y correspondencia. Ésta es una enseñanza que la Kábala tiene en común con el Ocultismo Oriental. Porque en la Filosofía Oculta existe la “Causa UNA” y la “Causa Primaria”; de modo que esta última se convierte paradójicamente en la Segunda, como lo expresa con claridad el autor de la Qabbalah from the Philosophical Writings of Ibn Gebirol, que dice:

            
Al tratar de la Causa Primaria, tienen que considerarse dos cosas: la Causa Primaria per se, y su relación y conexión con el Universo visible e invisible.

            
De este modo él muestra a los hebreos primitivos, así como a los árabes posteriores, siguiendo los pasos de la Filosofía oriental, tal como la caldea, la persa, la india, etc. La Causa Primaria de ellos era designada en un principio

            
Por el ... Shaddaï triádico, el (triunfo) Todopoderoso, luego por el Tetragrammaton ..., YHVH, símbolo del Pasado, Presente y Futuro; y, permítasenos añadir, símbolo del eterno ES, o YO SOY. Además, en la Kabalah el nombre YHVH ( Jehovah) expresa un Él y una Ella macho y hembra; dos en uno o Chokmah y Binah, y el Shekinah de él, o más bien el Shekinah o Espíritu sintetizador (o gracia) de ellos, que de nuevo hace de la Dúada una Tríada. Esto se demuestra en la liturgia judía de Pentecostés, y en la oración:

            
“En el nombre de la Unidad, del Santo y Bendito Hû (Él) y del She’kinah de Él, el Oculto y Escondido Hû, bendito sea YHVH (el Cuaternario) por siempre”, Hû se dice que es masculino, y YaH femenino; juntos hacen el ...  ..., esto es, un YHVH. Uno, pero de una naturaleza masculino-femenina. El She’kinah es considerado siempre en la Qabbalah como femenino.

            
Y así se le considera en los Purânas exotéricos; pues Shekinah no es más que Shakti -el doble femenino de cualquier Dios- en tal caso. Y lo mismo era también para los cristianos primitivos, cuyo Espíritu Santo era femenino, como Sophía lo era para los gnósticos. Pero en la Kabalah trascendental caldea, o Libro de los Números, Shekinah es asexual, y la abstracción más pura, un estado, como el Nirvâna, ni sujeto ni objeto, ni nada excepto la PRESENCIA absoluta.
            
Así pues, sólo en los sistemas antropomorfizados -tal como la Kabalah se ha convertido ahora en su mayor parte- es Shekinah-Shakti femenino. Como tal se convierte en la Dúada de Pitágoras, las dos líneas rectas que no pueden formar ninguna figura geométrica y son el símbolo de la Materia. De esta Dúada, cuando se une en la línea base del Triángulo sobre el plano inferior (el Triángulo superior del Árbol Sephirotal), surgen los Elohim, o la Deidad en la Naturaleza Cósmica; la designación inferior para los verdaderos kabalistas, traducida en la Biblia por “Dios” (18). De estos (los Elohim) salen las Chispas.
            
Las Chispas son las “Almas”, y estas Almas aparecen en la forma triple de las Mónadas (Unidades), los Átomos y los Dioses, según nuestra enseñanza. Como dice el Esoteric Catechism (Catecismo Esotérico):

            
Cada átomo se convierte en una unidad compleja visible (una molécula), y una vez atraído a la esfera de la actividad terrestre, la esencia Monádica, pasando a través de los reinos mineral, vegetal y animal, se convierte en hombre.
            
Además:

            
Dios, la Mónada y el Átomo son las correspondencias del Espíritu, la Mente y el Cuerpo (Âtmâ, Manas y Sthûla Sharîra) en el hombre.
            
En su agregación septenaria son el “Hombre Celeste” en el sentido kabalístico; de modo que el hombre terrestre es el reflejo provisional del Celeste. Por otra parte

            
 Las Mónadas (Jîvas) son las Almas de los Átomos; ambos son la estructura con que se revisten los Chohans (Dhyânîs, Dioses), cuando se necesita una forma.

            
Esto se refiere a las Mónadas cósmicas y subplanetarias; no al Monas supracósmico, la Mónada Pitagórica, según se la llama, en su carácter sintético, por lo peripatéticos panteístas. En la presente disertación se considera a las Mónadas desde el punto de vista de su individualidad, como Almas Atómicas, antes de que estos Átomos desciendan a la forma terrestre pura. Porque este descenso a la Materia concreta marca el punto medio de su propia peregrinación individual. Aquí, perdiendo su individualidad en el reino mineral, principian a ascender a través de los siete estados de la evolución terrestre hacia ese punto en que se establece firmemente una correspondencia entre la conciencia humana y la Deva (divina). Ahora, sin embargo, no nos ocupamos de sus metamorfosis y tribulaciones terrestres, sino de su vida y modo de ser en el Espacio; en planos en donde la mirada del químico y físico más intuitivo no puede alcanzarlas; a menos que, verdaderamente, él desarrolle en sí mismo facultades altamente clarividentes.
             
Es bien sabido que Leibnitz se aproximó mucho a la verdad varias veces, pero definió erróneamente la Evolución Monádica, cosa que no debe sorprender, puesto que no era un Iniciado, ni tan siquiera un místico, sino sólo un filósofo muy intuitivo. Sin embargo, ningún psicofísico se ha aproximado nunca más que él al bosquejo general esotérico de la evolución. Esta evolución (considerada desde sus varios puntos de vista, esto es, como la Mónada Universal y la Individualizada, y los aspectos principales de la Energía que se desarrolla después de la diferenciación, lo puramente Espiritual, lo Intelectual, lo Psíquico y lo Físico) puede formularse, como ley invariable, de este modo: un descenso del Espíritu a la Materia, equivalente a un ascenso en la evolución física; una reascensión desde las profundidades de la materialidad hacia su status quo ante, con una disipación correspondiente de la forma concreta y de la substancia, hasta el estado Laya, o lo que la Ciencia llama el “punto cero”, y más allá.
            
Estos estados (una vez que se ha asido el espíritu de la Filosofía Esotérica) se hacen absolutamente necesarios por simples consideraciones lógicas y analógicas. La ciencia física ha afirmado ahora, por medio de su rama de la química, la ley invariable de esta evolución de los Átomos (desde su estado “de protilo” descendiendo hasta el de partícula física y luego química, o molécula), y no puede, por tanto, rechazar estos estados como ley general. Y una vez obligada por sus enemigos -la Metafísica y la Psicología  a salirse de sus supuestas inexpugnables fortalezas, encontrará más difícil de lo que ahora aparece rehusar un lugar en los Espacios del ESPACIO a los Espíritus Planetarios (Dioses), a los Elementales y hasta a los mismos espectros o Fantasmas elementarios, y otros. Ya Figuier y Paul D’Assier, dos positivistas y materialistas, han sucumbido ante esta necesidad lógica. Otros hombres de ciencia aún más eminentes seguirán en esa “Caída” intelectual. Serán ellos arrojados de sus posiciones, no por ningún fenómeno espiritista o teosófico, ni por otro cualquier físico ni aun mental, sino sencillamente por los enormes vacíos y abismos que se abren a diario y se seguirán abriendo ante ellos, a medida que se sucedan los descubrimientos, hasta que finalmente sean echados a tierra por la novena oleada del simple sentido común.
            
Podemos citar como ejemplo el último descubrimiento de Mr. W. Crookes, de lo que él llama Protilo. En las Notas sobre el Bhagavad Gîtâ por uno de los más eminentes metafísicos y eruditos vedantinos de la India, el conferenciante, refiriéndose con prudencia a las “cosas Ocultas” en aquella gran obra esotérica india, hace una observación tan significativa como estrictamente exacta. Dice así:

            
En los detalles de la evolución del sistema solar en sí, no tengo necesidad de entrar. Podéis obtener alguna idea del modo como los distintos cuerpos simples nacen a la existencia procedentes de estos tres principios en que se diferencia Mûlaprakriti (el Triángulo Pitagórico), examinando el discurso pronunciado por el profesor Crookes hace poco tiempo, sobre los llamados cuerpos simples de la química moderna. Este discurso os dará alguna idea del modo cómo estos llamados cuerpos simples surgen de Vishvânara, el más objetivo de estos tres principios, que parece ocupar el lugar del protilo mencionado en aquella conferencia. Exceptuando unos pocos particulares, este discurso parece dar el bosquejo de la teoría de la evolución física en el plano de Vishvânara, y es, que yo sepa, la mayor aproximación que han alcanzado los investigadores modernos de la verdadera teoría oculta sobre el asunto.

            
Estas palabras tendrán un eco y la aprobación de todos los ocultistas orientales. Gran parte de las conferencias de Mr. Crookes han sido citadas ya en la Sección XI. Una segunda y una tercera conferencia han sido dadas por él sobre la “Génesis de los Cuerpos Simples”, tan notables como la primera. Aquí tenemos casi una corroboración de las enseñanzas de la Filosofía Esotérica, respecto al modo de la evolución primaria. Es, en verdad, la mayor aproximación a la Doctrina Secreta que podía hacerse por un gran sabio y especialista en química, aparte de la aplicación de las Mónadas y los Átomos a los dogmas de la metafísica puramente trascendental, y su conexión y correlación con los “Dioses y Mónadas conscientes e inteligentes”. Pero la química se halla ahora en su plano ascendente, gracias a uno de sus más grandes representantes en Europa. Ya le sería imposible retroceder a los días en que el Materialismo consideraba a sus subelementos como cuerpos absolutamente simples y homogéneos, a los que había elevado, en su ceguera, al rango de elementos. La máscara ha sido arrancada por una mano demasiado hábil para que pueda haber el temor de un nuevo disfraz. Y después de años de falacia, de moléculas bastardas presentadas pomposamente con el título de Cuerpos Simples, detrás y más allá de los cuales no podía haber nada más que el vacío, un gran profesor de química pregunta una vez más:

            
¿Qué son esos Cuerpos Simples, de dónde vienen y cuál es su significación?... Estos cuerpos nos llenan de perplejidad en nuestras investigaciones, nos confunden en nuestras especulaciones y nos obsesionan en nuestros mismos sueños. Extiéndense como un mar desconocido ante nosotros, burlándose, mixtificándonos y murmurando extrañas revelaciones y posibilidades.

            
Los herederos de las revelaciones primitivas han enseñado estas “posibilidades” en todos los siglos, pero nunca encontraron un oído propicio. Las verdades inspiradas a Kepler, Leibnitz, Gassendi, Swedenborg, etc., se mezclaron siempre con sus propias especulaciones en una o en otra dirección predeterminada; de aquí que se desnaturalizaron. Pero ahora una de las grandes verdades ha iluminado a un profesor eminente de la ciencia exacta moderna, y sin temor alguno él proclama como un axioma fundamental, que la Ciencia no ha conocido hasta el presente los cuerpos realmente simples. Pues dice Mr. Crookes a su auditorio:

            
Al aventurarme a declarar que nuestros cuerpos simples comúnmente aceptados no son simples y primordiales, que no han aparecido por casualidad, ni han sido creados de un modo mecánico e irregular, sino que han sido desenvueltos de materias más simples -o quizás, verdaderamente, de una sola especie de materia-, no hago más que emitir formalmente una idea que ha estado, por decirlo así, “en el aire” de la ciencia desde hace algún tiempo. Químicos, físicos, filósofos del más alto mérito, declaran explícitamente su creencia de que los setenta (o cosa así) cuerpos simples de nuestros libros de texto no son las columnas de Hércules que nunca podremos traspasar... Filósofos del presente, así como del pasado -hombres que, a la verdad, no han trabajado en el laboratorio-, han llegado a la misma opinión por otro lado. Así Mr. Herbert Spencer manifiesta su convicción de que “los átomos químicos son producidos por los átomos verdaderos o físicos, por procedimientos evolutivos, bajo condiciones que la química no ha podido aún producir...” Y el poeta se ha anticipado al filósofo. Milton (El Paraíso Perdido, libro V) hace que el Arcángel Rafael, empapado de la idea revolucionaria, diga a Adán, que el Todopoderoso había creado

                                   
“Una materia prima, toda                                   
Dotada de formas varias, de varios grados                                   
De substancia...”

            
Sin embargo, la idea hubiera permanecido cristalizada “en el aire de la Ciencia”, y no hubiera descendido a la densa atmósfera del Materialismo y de los mortales profanos, quizás en mucho tiempo, si míster Crookes, valiente y osado, no la hubiese reducido a su verdadera expresión, forzándola así a que públicamente llegase a noticia de la Ciencia. Dice Plutarco:

            
Una idea es un Ser incorpóreo, que no tiene subsistencia por sí mismo, pero da forma y figura a la materia informe, y se convierte en la causa de la manifestación.

            
La revolución producida en la antigua Química por Avogadro fue la primera página en el volumen de la “Nueva Química”. Mr. Crookes ha vuelto ahora la segunda página, y está indicando atrevidamente la que puede ser la última. Porque una vez el Protilo reconocido y aceptado -como lo fue el invisible Éter, siendo ambos necesidades lógicas y científicas-, la química habrá cesado virtualmente de existir, y reaparecerá en su reencarnación como “Neoalquimia” o “Metaquímica”. El descubridor de la materia radiante habrá vindicado con el tiempo las obras arias arcaicas sobre Ocultismo, y hasta los Vedas y Purânas. Porque, ¿qué son la “Madre” manifestada, el “Padre-Hijo-Esposo” (Aditi y Daksha, una forma de Brahmâ, como Creadores) y el “Hijo” -los tres “Primogénitos”-, sino simplemente el Hidrógeno, el Oxígeno, y lo que en su manifestación terrestre es llamado el Nitrógeno? Hasta las descripciones exotéricas de la Tríada “Primogénita” dan todas las características de estos tres “gases. ¡Y diremos que Priestley fue el “descubridor” del oxígeno, o que era conocido en la más remota antigüedad!
            
Además, todos los poetas y filósofos antiguos, medievales y modernos, han sido anticipados hasta en los libros exotéricos indos en cuanto a los Vórtices Elementales inaugurados por la Mente Universal: el “Plenum” de Materia diferenciada en partículas, de Descartes; el “fluido etéreo” de Leibnitz, y el “fluido  primitivo” de Kant disuelto en sus elementos; el vórtice solar y vórtices sistemáticos de Kepler; en resumen, desde Anaxágoras hasta Galileo, Torricelli y Swedenborg, y tras ellos hasta las últimas especulaciones de los místicos europeos, todo esto se halla en los himnos o Mantras indos a los “Dioses, Mónadas y Átomos”, en su plenitud, pues ellos son inseparables. En la Enseñanza Esotérica, se encuentran reconciliados los conceptos más trascendentales del Universo y sus misterios, así como también las especulaciones más aparentemente materialistas, porque estas ciencias abarcan todo el plan de la evolución, desde el Espíritu a la Materia. Según se ha declarado por un teósofo americano:

            
Las Mónadas (de Leibnitz) pueden desde un punto de vista ser llamadas fuerza, desde otro materia. Para la Ciencia Oculta, fuerza y materia son tan sólo dos aspectos de la misma substancia (26).

            
Recuerde el lector estas “Mónadas” de Leibnitz, cada una de las cuales es un espejo viviente del Universo, reflejando cada Mónada a todas las demás, y compare este concepto y definición con ciertas slokas sánscritas, traducidas por Sir William Jones, en que se dice que el manantial creativo de la Mente Divina,

            
Oculto tras un velo de densas tinieblas, formó espejos de los átomos del mundo, y lanzó el reflejo de su propia faz sobre cada átomo.

            
Por lo tanto, cuando Mr. Crookes declara que:

            
Si pudiéramos mostrar cómo han podido ser generados los llamados cuerpos simples químicos, podríamos llenar un vacío formidable en nuestro conocimiento del Universo.
           
la contestación está pronta. El conocimiento teórico se halla en el significado esotérico de todas las cosmogonías indas, en los Purânas; la demostración práctica del mismo está en manos de los que no serán reconocidos en este siglo, sino por los muy pocos. Las posibilidades científicas de varios descubrimientos, que inexorablemente deben conducir a la Ciencia exacta hacia la aceptación de las opiniones ocultistas orientales, que contienen todo el material requerido para llenar esos “vacíos” están, hasta este punto, a la disposición del materialismo moderno. Sólo trabajando en la dirección tomada por Mr. William Crookes es como puede haber alguna esperanza de que se lleguen a reconocer unas pocas verdades hasta ahora ocultas.
            
Mientras tanto, el que anhele alcanzar una vislumbre en un diagrama práctico de la evolución de la Materia primordial -que, separándose y diferenciándose bajo el impulso de la ley cíclica, se divide, hablando en términos generales, en una gradación septenaria de Substancia-, lo mejor que puede hacer es examinar los grabados que acompañan a la conferencia de Mr. Crookes, Genesis of the Elements, y pesar bien algunos de los pasajes del texto. En uno de ellos dice:

            
Nuestras nociones del cuerpo simple químico se han ampliado. Hasta ahora se ha considerado a la molécula como un agregado de dos o más átomos, y no se ha tenido en cuenta el plan arquitectónico a que ha obedecido la unión de estos átomos. Podemos conjeturar que la estructura de un cuerpo simple es más complicada de lo que hasta aquí se ha supuesto. Entre las moléculas que estamos acostumbrados a tratar en las reacciones químicas y los átomos últimos primero creados, vienen moléculas más pequeñas o agregados de átomos físicos; estas submoléculas difieren entre sí, con arreglo a la posición que ellas ocupan en el edificio itrio.
            
Quizás pueda simplificarse esta hipótesis si imaginamos al itrio representado por una moneda de cinco chelines. Por medio del fraccionamiento químico llego a dividirla en cinco chelines separados, y encuentro que estos chelines no son partes exactamente iguales, sino que, como los átomos de carbono en el anillo bencénico, tienen la huella de su posición, 1, 2, 3, 4, 5, estampada sobre ellos... Si arrojo los chelines en el crisol, o los disuelvo químicamente, el cuño desaparece y todos ellos se convierten en plata.

            
Esto es lo que ocurrirá con todos los Átomos y moléculas cuando se hayan separado de sus formas y cuerpos compuestos, al comenzar el Pralaya. Inviértase el caso, e imagínese la aurora de un nuevo Manvántara. La “plala” pura del material absorbido se dividirá de nuevo en la SUBSTANCIA, la cual generará “Esencias Divinas”, cuyos “Principios” (28) son los Elementos Primarios, los Subelementos, las Energías Físicas y la Materia subjetiva y objetiva; o, en compendio: los DIOSES,  las MÓNADAS y los ÁTOMOS. Si abandonando por un momento el lado trascendental o metafísico de la cuestión -no teniendo en cuenta a los Seres y Entidades suprasensibles e inteligentes en que creen los kabalistas y cristianos-, nos concretamos a la teoría de la evolución atómica, las Doctrinas Ocultas se hallan también corroboradas por la Ciencia exacta y sus confesiones, a lo menos en lo que se refiere a los supuestos cuerpos “simples”, rebajados repentinamente ahora a la categoría de pobres parientes lejanos, ni siquiera primos segundos, de los que deben ostentar tal título. Pues Mr. Crookes nos dice que:

            
Hasta el presente se ha considerado que si el peso atómico de un metal, determinado por diferentes experimentadores, partiendo de compuestos distintos, se encontrara siempre constante... entonces este metal debía entrar en la categoría de los cuerpos simples o elementales. Ahora sabemos... que no es así. Nuevamente nos encontramos con ruedas dentro de ruedas. El gadolinium no es un cuerpo simple, sino un compuesto... Hemos mostrado que el itrio es un compuesto de cinco o más constituyentes. ¿Y quién se aventurará a afirmar que atacando cada uno de estos constituyentes de algún modo distinto, y sometiendo el resultado a una prueba más delicada y minuciosa que la de la materia radiante, no podrían ser aún más divisibles? ¿En dónde está, pues, el verdadero cuerpo simple último? A medida que avanzamos, él retrocede a modo de los espejismos de lagos y arboledas que el sediento y cansado viajero ve en el desierto. ¿Debemos dejarnos chasquear y engañar de ese modo en nuestra investigación de la verdad? La idea misma de un cuerpo simple, como algo absolutamente primario y final, parece volverse cada vez menos distinta.

            
En Isis sin Velo dijimos que:

            
Este misterio de la primera creación, que siempre ha sido la desesperación de la Ciencia, es insondable a menos que aceptemos la doctrina de Hermes. Si él (Darwin) transportase sus investigaciones del Universo visible al invisible, se encontraría en la verdadera senda. Pero entonces, seguiría las huellas de los hermetistas.

            
Nuestra profecía principia a confirmarse.
            
Pero entre Hermes y Huxley hay un punto y procedimiento medio. Que los hombres científicos tiendan un puente tan sólo hasta la mitad de la distancia, y que piensen seriamente sobre las teorías de Leibnitz. Hemos mostrado que nuestras teorías acerca de la evolución de los Átomos -su última formación en moléculas químicas compuestas teniendo efecto en nuestros talleres terrestres, en la atmósfera de la Tierra y no en otro lugar- coinciden de un modo sorprendente con la evolución de los átomos que presentan los grabados de Mr. Crookes. Se ha declarado ya varias veces en este volumen que Mârtânda, el Sol, se había desarrollado y formado, juntamente con sus siete Hermanos más pequeños, procedente del seno de su Madre Aditi, siendo este seno Materia Prima, el protilo primordial del conferenciante. La Doctrina Secreta enseña la existencia de

            
Una forma antecedente de energía que tiene ciclos periódicos de flujo y reflujo, reposo y actividad (31).

            
¡Y he aquí un gran hombre de ciencia  pidiendo ahora al mundo que acepte esto como uno de sus postulados! Hemos mostrado a la “Madre” ígnea y cálida, haciéndose fría y radiante gradualmente; y este mismo sabio reclama como segundo postulado - una necesidad científica, a lo que parece.

            
Una acción interna, análoga al enfriamiento, operando lentamente en el protilo.

           
La Ciencia Oculta enseña que la “Madre” permanece difundida en la Infinitud, durante el Pralaya; como el gran Océano las “Aguas secas del Espacio”, según la extraña expresión del Catecismo, y se convierte en húmeda únicamente después de la separación y el movimiento sobre su faz de Nârâyana, el
            
Espíritu que es Llama invisible, que nunca arde pero que inflama todo lo que toca, y le da vida y generación.
            
Y ahora nos dice la Ciencia que el “cuerpo simple primogénito... más cercano al protilo” debe ser el “hidrógeno... el cual debió, durante algún tiempo, ser la única forma existente de materia” en el Universo. ¿Qué dice la Antigua Ciencia? Contesta: Eso es precisamente; pero nosotros quisiéramos significar el Hidrógeno (y el Oxígeno), que -en las edades pregeológicas y hasta en las pregenéticas. infunde el fuego de vida en la “Madre” por incubación, el espíritu, el nóumeno de lo que se convierte, en su forma más grosera en nuestra Tierra, en Oxígeno e Hidrógeno y Nitrógeno-, no siendo el Nitrógeno de origen divino, sino únicamente un cemento terrestre para unir otros gases y fluidos, y sirviendo como una esponja para llevar consigo el Aliento de Vida, el aire puro (33). Los gases y fluidos, antes de convertirse en lo que son en nuestra atmósfera, han sido Éter interestelar; anteriormente a esto, y en un plano más profundo, otra cosa; y así sucesivamente in infinitum. El sabio eminente debe perdonar a un ocultista el haberle citado con tanta extensión; pero tal es el castigo de un Miembro de la Sociedad Real que se aproxima tanto al recinto del Adytum Sagrado de los Misterios Ocultos, hasta el punto de traspasar virtualmente los límites prohibidos.
            
Pero tiempo es ya de dejar a la ciencia física moderna, y de volver al aspecto psicológico y metafísico de la cuestión. Sólo quisiéramos observar que a los “dos postulados muy razonables”, requeridos por el eminente conferenciante, “para alcanzar una vislumbre de algunos de los secretos tan profundamente ocultos” tras “la puerta de lo desconocido”, debiera añadirse un tercero -a fin de que ningún ataque surta efecto-; el postulado de que Leibnitz estaba en un terreno firme de verdad y de hecho en sus especulaciones. La sinopsis admirable y meditada de estas especulaciones -tales como las presenta en su “Leibnitz” John Theodore Mertz- muestra cuán de cerca rozó él los secretos ocultos de la Teogonía Esotérica en su Monadología. Y, sin embargo, este filósofo apenas se ha elevado en sus especulaciones sobre los primeros planos, los principios inferiores del Gran Cuerpo Cósmico. Su teoría no se remonta a mayores altura que a las de la vida manifestada, a las de la conciencia e inteligencia propias, dejando sin tocar los misterios posgenéticos anteriores, puesto que su fluido etéreo es posplanetario.
            
Pero este tercer postulado difícilmente será aceptado por los hombres científicos modernos; y, como Descartes, preferirán atenerse a las propiedades de las cosas externas, que, cual la extensión, son incapaces de explicar los fenómenos del movimiento, más bien que admitir a este último como Fuerza independiente. Jamás se convertirán en anticartesianos en esta generación; ni tampoco admitirán que:

            
La propiedad de la inercia no es una propiedad puramente geométrica; sino que señala la existencia en los cuerpos externos de algo que no es extensión meramente.

            
Ésta es la idea de Leibnitz, tal como es analizada por Mertz, quien añade que él llamaba a este “algo” Fuerza, y sostenía que las cosas externas estaban dotadas de Fuerza, y que para ser los portadores de la misma, tenían que tener una Substancia; pues ellas no son masas sin vida ni inertes, sino centros y portadores de la Forma -afirmación puramente esotérica, puesto que la Fuerza era para Leibnitz un principio activo-, desapareciendo la división entre la Mente y la Materia, con esta conclusión:

            
Las investigaciones matemáticas y dinámicas de Leibnitz no hubieran conducido al mismo resultado en la mente de un investigador puramente científico. Pero Leibnitz no era un hombre científico en el sentido moderno de la palabra. Si lo hubiese sido, hubiera desarrollado el concepto de la energía; hubiera definido matemáticamente las ideas de fuerza y trabajo mecánico, y hubiera llegado a la conclusión de que, hasta para propósitos puramente científicos, conviene considerar a la fuerza, no como una cantidad primaria, sino como una cantidad derivada de algún otro valor.

            
Pero, afortunadamente para la verdad:

            
Leibnitz era un filósofo; y como tal tenía ciertos principios fundamentales, que le inclinaban  en favor de determinadas conclusiones; y su descubrimiento de que las cosas externas eran substancias dotadas de fuerza, fue desde luego empleado con el objeto de aplicar tales principios. Uno de estos era la ley de continuidad, la convicción de que el mundo todo estaba relacionado, de que no había vacíos ni huecos sobre los cuales no pudiese echarse un puente. El contraste de las substancias pensantes externas le era insoportable. La definición de las substancias extensas se había hecho ya insostenible: era natural que una investigación semejante se hiciese en la definición de la mente, la substancia pensante.

            
Las divisiones hechas por Leibnitz, aunque incompletas y defectuosas desde el punto de vista del Ocultismo, muestran un espíritu de intuición metafísica que ningún hombre científico, ni Descartes, ni el mismo Kant, han alcanzado jamás. Para él existía por siempre una gradación infinita de pensamiento. Sólo una pequeña parte de los contenidos de nuestro pensamiento, decía, se eleva a la claridad de apercepción, de conocimiento interno, “a la luz de la conciencia perfecta”. Muchos permanecen en un estado confuso u obscuro, en el estado de “percepciones”; pero allí están. Descartes negaba el alma a los animales; Leibnitz, como los ocultistas, dotaba a “la creación entera con vida mental; siendo ésta, según él, capaz de gradaciones infinitas”. Y esto, como Mertz observa acertadamente:

            
Amplió desde luego el reino de la vida mental, destruyendo el contraste de la materia animada e inanimada;  hizo aún más: reaccionó sobre el concepto de materia, de la substancia extensa. Porque se hizo evidente que las cosas externas o materiales presentaban la propiedad de la extensión solamente a nuestros sentidos, no a nuestras facultades pensantes. El matemático, para poder calcular figuras geométricas, se había visto obligado a dividirlas en un número infinito de partes infinitamente pequeñas, y el físico no vio límites a la divisibilidad de la materia en átomos. El volumen con que las cosas externas parecen llenar el espacio era una propiedad que ellas adquirían sólo por lo grosero de nuestros sentidos... Leibnitz siguió hasta cierto punto estos argumentos, pero no podía contentarse con suponer que la materia estaba compuesta de un número finito de partes minúsculas. Su inteligencia matemática le obligó a llevar este argumento in infinitum. ¿Y qué fue entonces de los átomos? Perdieron su extensión, y sólo retuvieron la propiedad de resistencia; eran los centros de fuerza. Fueron reducidos a puntos matemáticos... Pero si su extensión en el espacio no era nada, tanto más completa era su vida interna. Suponiendo que la existencia interna, como la de la mente humana, sea una nueva dimensión, no geométrica, sino metafísica... habiendo reducido a la nada la extensión geométrica de los átomos, Leibnitz los dotó de una extensión infinita en la dirección de su dimensión metafísica. Después de haberlos perdido de vista en el mundo del espacio, la mente tiene, por decirlo así, que penetrar en un mundo metafísico, para encontrar y asir la esencia verdadera de lo que aparece en el espacio meramente como un punto matemático... Así como un cono se genera sobre su vértice, o como una línea recta perpendicular corta un plano horizontal sólo en un punto matemático, pero puede extenderse al infinito en altura y profundidad, asimismo las esencias de las cosas reales tienen sólo una existencia puntual en este mundo físico del espacio; pero tienen una infinita profundidad de vida interna en el mundo metafísico del pensamiento.

            
Éste es el espíritu, la raíz misma de la doctrina y pensamiento ocultos. El “Espíritu-Materia” y la “Materia-Espíritu” se extienden infinitamente en profundidad; y como la “esencia de las cosas” de Leibnitz, nuestra esencia de las cosas reales está en la séptima profundidad; mientras que la materia grosera e irreal de la Ciencia y el mundo externo se encuentra en el extremo más bajo de nuestros sentidos perceptivos. El ocultista conoce el valor o la falta de valor de esta última.
            
Debemos ahora mostrar al estudiante la diferencia fundamental entre el sistema de Leibnitz  y el de la Filosofía Oculta, en la cuestión de las Mónadas, lo que puede hacerse con su Monadología a la vista. Puede afirmarse con verdad que si los sistemas de Leibnitz y de Spinoza fuesen conciliados, aparecerían la esencia y el espíritu de la Filosofía Esotérica. Del choque de los dos -opuestos al sistema cartesiano- surgen las verdades de la Doctrina Arcaica. Ambos son contrarios a la metafísica de Descartes. La idea de este contraste de dos Substancias -Extensión y Pensamiento- difiriendo radicalmente la una de la otra, y siendo mutuamente irreducibles, es demasiado arbitraria y poco filosófica para ellos. Así, Leibnitz hizo de las dos Substancias cartesianas dos atributos de una Unidad universal, en que veía a Dios. Spinoza sólo reconocía una Substancia universal indivisible, un TODO absoluto, como Parabrahman. Leibnitz, por el contrario, percibía la existencia de una pluralidad de Substancias. Para Spinoza no había más que UNO; para Leibnitz había una infinidad de Seres procedentes de y en el Uno. De ahí que aun cuando ambos no admitían más que Una Entidad Real, Spinoza la hacía impersonal e invisible, mientras que Leibnitz dividía su Deidad personal en un número de Seres divinos y semidivinos. Spinoza era un panteísta subjetivo; Leibnitz un panteísta objetivo, aunque ambos eran grandes filósofos en sus percepciones intuitivas.
            
Ahora bien; si estas dos doctrinas se fundiesen en una y se corrigiesen mutuamente -y sobre todo fuese la Realidad Una libertada de su personalidad- quedaría en ellas como resultado un verdadero espíritu de Filosofía Esotérica: la Esencia Divina absoluta, impersonal, sin atributos, que ya no es “ser”, sino la raíz de todo Ser. Trazad en vuestro pensamiento una divisoria profunda entre la siempre incognoscible Esencia y la Presencia invisible, aunque comprensible, Mûlaprakriti o Shekinah, desde más allá y a través de la cual vibra el Sonido del Verbo, y procedentes de la cual se desenvuelven las innumerables Jerarquías de Egos inteligentes, de Seres así consciente como semiconscientes, de “percepción interna” y de “percepción externa”, cuya Esencia es Fuerza espiritual, cuya Substancia son los Elementos y cuyos Cuerpos (cuando se necesitan) son los Átomos -y allí está nuestra Doctrina. Porque Leibnitz dice:

            
Siendo el elemento primitivo de todo cuerpo material la fuerza, que no tiene ninguna de las características de la materia (objetiva), puede, sí, concebirse, pero jamás ser objeto de una representación imaginativa.

            
Lo que era para él elemento primordial y último en todo cuerpo y objeto, no eran, pues, los átomos materiales, o las moléculas, necesariamente más o menos extensos como los de Epicuro y Gassendi; sino, como Mertz lo muestra, Átmos inmateriales y metafísicos, “puntos matemáticos” o almas verdaderas, según lo explica Henri Lachelier (Professeur Agrégé de Philosophie), su biógrafo francés:

            
Aquello que existe fuera de nosotros de una manera absoluta son Almas cuya esencia es la fuerza.

            
Así pues, la realidad en el mundo manifestado está compuesta de una unidad de unidades, por decirlo así, inmaterial -desde nuestro punto de vista- e infinita. A éstas las llama Leibnitz Mónadas; la Filosofía Oriental Jîvas, al paso que el Ocultismo, lo mismo que los kabalistas y los cristianos, les da una variedad de nombres. Para nosotros, como para Leibnitz, ellas son “la expresión del universo”, y cada punto físico no es sino la expresión fenomenal del Punto metafísico noumenal. Su distinción entre la “percepción externa” y la “percepción interna” es la expresión filosófica, aunque obscurecida, de las Enseñanzas Esotéricas. Sus “universos reducidos”, de los que “hay tantos como Mónadas”, es la representación caótica de nuestro Sistema Septenario con sus divisiones y subdivisiones.
            
En cuanto a la relación de sus Mónadas con nuestros Dhyân Chohans, Espíritus Cósmicos, Devas y Elementales, podemos reproducir brevemente la opinión de un sabio y pensador teósofo, Mr. C. H. A. Bjerregaard, sobre el asunto. En un excelente escrito: “Sobre los Elementos, los Espíritus Elementarios y la Relación entre Ellos y los Seres Humanos”, que leyó ante la Sociedad Teosófica Aria de Nueva York, Mr. Bjerregaard formula claramente su opinión:

            
Para Spinoza, la substancia es muerta e inactiva; pero para los poderes penetrantes de la mente de Leibnitz, todo es actividad viviente y energía activa. Al sustentar esta opinión, se aproxima infinitamente más al Oriente que cualquier pensador de su tiempo, y posterior a él. Su descubrimiento de que una energía activa forma la esencia de la substancia es un principio que le pone en relación directa con los Videntes del Oriente.

            
Y el conferenciante continúa demostrando que para Leibnitz, los Átomos y los Elementos son Centros de Fuerza, o más bien “seres espirituales cuya naturaleza misma es la acción”, pues

            
las partículas elementales son fuerzas vitales que no actúan mecánicamente, sino por un principio interno. Son unidades incorpóreas, espirituales (sin embargo “substanciales”, pero no “inmateriales” a nuestro juicio), inaccesibles a todo cambio externo... (e) indestructibles por toda fuerza exterior. Las mónadas de Leibnitz difieren de los átomos en los particulares que siguen, los cuales nos importa mucho tener presente, pues de otro modo no podremos ver la diferencia entre los Elementos y la mera materia. Los átomos no se distinguen unos de otros; son ellos cualitativamente iguales; pero una mónada difiere de todas las demás mónadas cualitativamente, y cada una es un mundo peculiar para sí misma. No sucede lo mismo con los átomos; ellos son absolutamente iguales, cuantitativa y cualitativamente, y no poseen individualidad propia. Además, los átomos (moléculas, más bien) de la filosofía materialista pueden considerarse extensos y divisibles, mientras que las mónadas son “meros puntos metafísicos” e indivisibles. Finalmente, y éste es un punto en que las mónadas de Leibnitz se parecen mucho a los Elementales de la filosofía mística, estas mónadas son seres representativos. Cada mónada refleja a todas las demás. cada mónada es un espejo viviente del Universo dentro de su propia esfera. Y notad bien esto, pues de ello depende el poder que estas mónadas poseen y la labor que pueden hacer por nosotros; al reflejar el mundo, las mónadas no son meros agentes reflectores pasivos, sino espontáneamente activas por sí mismas; ellas producen imágenes de un modo espontáneo, lo mismo que el alma un sueño. Por lo tanto, en cada mónada puede el Adepto leerlo todo, hasta el futuro. Cada mónada -o Elemental- es un espejo que puede hablar.

            
En este punto es donde decae la filosofía de Leibnitz. No prevé él nada ni establece diferencia entre la Mónada “Elemental” y la de un elevado Espíritu Planetario, ni siquiera la Mónada Humana o Alma. A veces hasta va tan lejos, que duda de sí:

            
Dios haya hecho otra cosa que Mónadas o substancias sin extensión.

            
Establece él una distinción entre Mónadas y Átomos; pues como declara repetidamente:

            
Los cuerpos con todas sus cualidades son sólo fenomenales, como el arco iris. Corpora omnia cum omnibus qualitatibus suis non sunt aliud quam phenomena bene fundata, ut Iris.

            
Pero poco después salva la dificultad por medio de una correspondencia substancial, cierto lazo metafísico entre las Mónadas - vinculum substanciale. La Filosofía Esotérica, al enseñar un Idealismo objetivo (aun cuando considera al Universo objetivo y todo lo que hay en él como Mâyâ, Ilusión temporal), traza una distinción práctica entre la Ilusión Colectiva, Mâhâ mâyâ, desde el punto de vista puramente metafísico, y las relaciones objetivas en ella entre varios Egos conscientes, mientras dura esta Ilusión. El Adepto, por tanto, puede leer el futuro en una Mónada Elemental; pero para este fin tiene que reunir un gran número de ellas, pues cada Mónada representa sólo una porción del reino al que pertenece.
           
Las mónadas no están limitadas al objeto, sino a la modificación del conocimiento del objeto; todas tienden (confusamente) a lo infinito, al todo, pero están limitadas y se diferencian por los grados de claridad de su percepción.

            
Y como lo explica Leibnitz:
             
Todas las porciones del Universo están distintamente representadas en las mónadas, pero algunas se reflejan en una mónada, algunas en otra.

            
Una colección   de mónadas podría representar simultáneamente los pensamientos de los dos millones de habitantes de París.
            
¿Pero qué dicen sobre esto las Ciencias Ocultas, y qué es lo que añaden?
            
Dicen ellas que lo que Leibnitz llama Mónadas colectivamente, en términos generales, y dejando por de pronto las subdivisiones fuera de cálculo, pueden separarse en tres Huestes distintas  que, contadas desde los planos más elevados, son, en primer lugar, “Dioses” o Egos espirituales conscientes, los Arquitectos inteligentes que trabajan con arreglo al plan en la Mente Divina. Luego vienen los Elementales, o “Mónadas”, que constituyen colectiva e inconscientemente los grandes Espejos Universales de todo lo que se relaciona con sus reinos respectivos. Por último, los “Átomos” o moléculas materiales, que a su vez son animados por sus Mónadas “perceptivas”, lo mismo que lo está cada una de las células del cuerpo humano. Hay multitudes de tales Átomos animados que, a su vez, animan a las moléculas; una infinidad de Mónadas, o mejor dicho Elementales, y fuerzas espirituales innumerables, sin Mónada, pues son ellas puras incorporeidades , excepto bajo ciertas leyes, cuando toman una forma no necesariamente humana. ¿De dónde viene la substancia que las reviste, el organismo aparente que desenvuelven alrededor de sus centros? 

Las Radiaciones Informes (Arûpa), existentes en la armonía de la Voluntad Universal, y siendo lo que llamamos la colectividad o agregado de la Voluntad Cósmica en el plano del Universo subjetivo, unen entre sí a una infinidad de Mónadas -cada una espejo de su propio Universo- e individualizan así en un momento dado una Mente independiente, omnisciente y universal; y por el mismo procedimiento de agregación magnética, crean para sí mismas cuerpos objetivos visibles, con los Átomos interestelares. Pues Átomos y Mónadas, asociados o disociados, simples o complejos, no son, desde el momento de la primera diferenciación, sino los “principios” corpóreos, psíquicos y espirituales, de los “Dioses”, que a su vez son las Radiaciones de la Naturaleza Primordial. De este modo los Poderes Planetarios superiores aparecen, a los ojos del Vidente, bajo dos aspectos: el subjetivo como influencias, y el objetivo como formas místicas, que, bajo la ley Kármica, se convierten en una Presencia, el Espíritu y la Materia siendo Uno, como se ha dicho repetidamente. El Espíritu es Materia en el séptimo plano; la Materia es Espíritu en el punto más inferior de su actividad cíclica; y ambos son, Mâyâ.
            
Los Átomos son llamados vibraciones en Ocultismo, y también,  colectivamente, Sonido. Esto no tiene que ver con el descubrimiento científico de Mr. Tyndall. Él señaló en el peldaño inferior de la escala del ser monádico todo el curso de las Vibraciones atmosféricas - y esto constituye la parte objetiva del proceso de la Naturaleza. Él ha encontrado y registrado la rapidez de su movimiento y de su transmisión; la fuerza de su choque; su acción vibratoria en el tímpano, y la transmisión a los otolitos, etc., hasta que comienza la vibración del nervio auditivo, y tiene lugar un nuevo fenómeno: el lado subjetivo del proceso de la sensación del sonido. ¿Lo percibe él o lo ve? No; pues su especialidad es descubrir el modo de ser de la Materia. Pero ¿por qué no habría de  verlo un Psíquico, o un Vidente espiritual, cuyo Ojo interno estuviese abierto, uno que pudiera ver a través del velo de la Materia? Las ondas y ondulaciones de la Ciencia son todas producidas por Átomos que impulsan a sus moléculas a la actividad, desde adentro. Los Átomos llenan la inmensidad del Espacio, y por su continua vibración, son aquel MOVIMIENTO que mantiene en perpetua marcha las ruedas de la Vida. Es esa obra interna lo que produce el fenómeno natural llamado la correlación de las fuerzas. Sólo que en el origen de cada una de estas “Fuerzas” se halla el Nóumeno consciente director de las mismas - Ángel o Dios, Espíritu o Demonio, poderes directores, aunque los mismos.
            
Según los han descrito los Videntes -aquellos que pueden ver el movimiento de las multitudes interestelares, y seguirlas clarividentemente en su evolución-, son deslumbradores, como copos de nieve virgen en la radiante luz del sol. Su velocidad es más rápida que el pensamiento, más de lo que el ojo físico de ningún mortal pudiera seguir; y, a lo que puede juzgarse dada la tremenda rapidez de su carrera, el movimiento es circular. Hallándose uno en una llanura abierta, especialmente en la cúspide de una montaña, y mirando a la vasta bóveda y a los espacios infinitos alrededor, toda la atmósfera parece iluminada por ellos, hallándose el aire empapado con estos deslumbradores relámpagos. A veces la intensidad de su movimiento produce resplandores como las Luces del Norte en las Auroras Boreales. El espectáculo es tan maravilloso que el Vidente, al mirar en este mundo interno, y sentir el paso de esos centros centelleantes, se llena de temor respetuoso ante el pensamiento de otros misterios aún mayores, que yacen más allá, y dentro, de este radiante Océano.
            
Por incompleta e imperfecta que sea esta explicación sobre los “Dioses, las Mónadas y los Átomos”, se espera que, por lo menos, algunos estudiantes y teósofos vean que puede haber verdaderamente una estrecha relación entre la Ciencia Materialista y el Ocultismo, que es el complemento y el alma que a la primera le falta.

H.P. Blavatsky  D.S  TII


No hay comentarios:

Publicar un comentario