Cuando
el ocultista habla de los Elementos, y de los Seres humanos que vivieron
durante esas edades geológicas cuya duración ha sido tan imposible de fijar
-según la opinión de uno de los mejores geólogos ingleses-, así como de la
naturaleza de la Materia, sabe de qué habla. Cuando él dice Hombre y Elementos
no quiere significar al hombre en su forma fisiológica y antropológica
presente, ni a los Átomos elementales, esos conceptos hipotéticos existentes
hoy en las mentes científicas, abstracciones singularizadas de la materia en su
estado superior atenuado; ni tampoco quiere indicar los Elementos compuestos de
la antigüedad. En Ocultismo, la palabra Elemento significa siempre Rudimento. Cuando decimos “Hombre
Elementario” significamos o el esbozo primitivo, incipiente, del hombre en su
estado incompleto y sin desarrollar, y por tanto, en esa forma que se halla
ahora latente en el hombre físico durante su vida, y que sólo se manifiesta
eventualmente y bajo ciertas condiciones; o bien aquella forma que sobrevive al
cuerpo material por cierto tiempo, y que se conoce mejor por el nombre de
Elementario. En cuanto a Elemento, cuando el término se emplea en sentido
metafísico, significa el Hombre Divino incipiente, distinto del mortal; en su
uso físico quiere decir Materia incoada, en su condición primera
indiferenciada, o en el estado de Laya, la condición eterna y normal de la
Substancia, que sólo se diferencia periódicamente; durante esa diferenciación,
la Substancia está realmente en estado anormal -en otras palabras-, no es sino
una ilusión transitoria de los sentidos.
En cuanto a los llamados Átomos
Elementales, los ocultistas los mencionan por ese nombre, con un significado
análogo al que le dan los indos a Brahmâ cuando le llaman Anu, el Átomo. Cada
Átomo Elemental, tras el cual más de un químico ha seguido la senda trazada por
los alquimistas, es, según su firme creencia, un Alma, ya que no conocimiento; no necesariamente un alma
desencarnada, sino un Jîva, como lo llaman los indos, un centro de Vitalidad
Potencial, con inteligencia latente en sí; y en el caso de Almas compuestas,
una Existencia inteligente activa, desde el orden más elevado al más inferior;
una forma compuesta de más o menos diferenciaciones. Se requiere ser un
metafísico -y un metafísico oriental- para comprender nuestro significado.
Todos esos Átomos-almas son diferenciaciones de lo Uno, y están en la misma
relación con ello como lo está el Alma Divina, Buddhi, con su Espíritu animador
e inseparable, Âtmâ.
Los físicos modernos, al tomar de
los antiguos su Teoría Atómica, olvidaron un punto, el más importante de la
doctrina; y por tanto, sólo consiguieron la cáscara, y no podrán nunca obtener
la almendra. Al adoptar los átomos físicos, omitieron el hecho significativo de
que, desde Anaxágoras a Epicuro, al romano Lucrecio, y por último, hasta el
mismo Galileo, todos estos filósofos creían más o menos en Átomos animados, no en partículas invisibles de
la llamada materia “bruta”. Según ellos, el movimiento rotatorio fue generado
por Átomos mayores (léase más puros y divinos), que impelían a otros arriba. El
significado esotérico de esto es la curva siempre cíclica de Elementos diferenciados
hacia abajo y hacia arriba, a través de fases intercíclicas de existencia,
hasta que cada uno alcanza su punto de partida u origen. La idea era metafísica
tanto como física, abarcando su interpretación oculta a Dioses o Almas, en
forma de Átomos, como causas de todos
los efectos producidos sobre la
Tierra por las secreciones de los
cuerpos divinos. Ningún filósofo antiguo, ni siquiera los kabalistas
judíos, disoció nunca el Espíritu de la Materia, o la Materia del Espíritu.
Todas las cosas tenían su origen en el Uno, y, procediendo del Uno, deben
finalmente volver al mismo.
La luz se convierte en calor, y se
consolida en partículas ígneas; las cuales, desde su ignición, se convierten en
partículas frías, duras, redondas y lisas. Y a esto se llama el Alma,
aprisionada en su envoltura de materia.
Átomos y Almas eran sinónimos en el
lenguaje de los Iniciados. La doctrina de “las Almas vortiginosas”, Gilgoolem,
en que han creído tantos sabios judíos, no tiene otro significado esotérico.
Los sabios Iniciados judíos nunca significaban sólo la Palestina en la Tierra
Prometida, sino que indicaban el mismo Nirvâna de los sabios buddhistas y
brahmanes - el seno del UNO Eterno, simbolizado por el de Abraham, y por la
Palestina como su substituto en la Tierra.
Ciertamente que ningún judío
ilustrado ha tomado nunca en su sentido
literal la alegoría de que los cuerpos de los judíos contienen un principio de
Alma que no puede obtener el reposo si los cuerpos se depositan en tierra
extranjera, hasta que, por medio de un procedimiento llamado el “torbellino del
Alma”, las partículas inmortales alcanzan de nuevo el suelo sagrado de la
“Tierra prometida”. El significado de esto es evidente para un ocultista.
Se suponía que el procedimiento tenía lugar por una especie de metempsicosis,
pasando la chispa psíquica a través del pájaro, la bestia y el insecto más
diminuto. La alegoría se refiere a los Átomos
del cuerpo, cada uno de los cuales tiene que pasar a través de las formas
antes de alcanzar el estado final, que es el primer punto de partida de cada
átomo, su estado Laya primitivo. Pero el significado primitivo de Gilgoolem, o
la “Revolución de las Almas”, era la idea de los Egos o Almas reencarnantes.
“Todas las Almas van al Gilgoolah”, procedimiento cíclico o de revolución; esto
es, todas pasan por el sendero cíclico de renacimientos. Algunos kabalistas
interpretan esta doctrina sólo como una especie de purgatorio para las almas de
los malvados. Pero esto no es así.
El paso del Alma-Átomo “a través de
las siete Cámaras Planetarias” tenía el mismo significado físico y metafísico.
Tenía el primero cuando se decía que se disolvía en el Éter. Hasta Epicuro, el
ateo y materialista modelo, conocía y creía tanto en la antigua Sabiduría, que
enseñaba que el Alma -en todo distinta del Espíritu inmortal, cuando la primera
se halla encerrada de un modo latente
en ella, como lo está en cada partícula atómica- estaba compuesta de una
esencia tenue y delicada, formado de los átomos
más tensos, más redondos y más finos.
Y esto muestra que los antiguos
Iniciados, a quienes seguía más o menos de cerca toda la antigüedad profana,
significaban por la palabra Átomo un Alma, un Genio o un Ángel, el primogénito
de la Causa por siempre oculta de todas las causas; y en este sentido sus
enseñanzas se hacen comprensibles. Ellos sostenían, como lo hacen sus
sucesores, la existencia de Dioses y Genios, Ángeles o Demonios, no fuera, ni
independientes del Plenum Universal, sino dentro del mismo. Admitían y
enseñaban gran parte de lo que ahora enseña la ciencia moderna, a saber: la
existencia de una Materia o Substancia Cósmica primordial del Mundo,
eternamente homogénea excepto durante su existencia periódica; entonces,
universalmente difundida en el espacio infinito, se diferencia y forma
gradualmente de sí misma cuerpos siderales. Enseñaban la revolución de los
Cielos, la rotación de la Tierra, el sistema heliocéntrico y los vórtices
atómicos; siendo los Átomos en realidad Almas e Inteligencias. Estos
“atomistas” eran panteístas filosóficos y espirituales, de los más
trascendentes. No se les hubiese ocurrido jamás a ellos, ni siquiera en sueño,
esa progenie opuesta, monstruosa, la pesadilla de nuestra raza civilizada
moderna: por una parte, Átomos materiales inanimados que se dirigen a sí
propios, y por la otra, un Dios extracósmico.
Puede ser útil mostrar lo que era la
Mónada, y cuál su origen, en las enseñanzas de los antiguos Iniciados.
La ciencia exacta moderna, así que
empezó a salir de su edad primera, percibió el gran axioma, hasta entonces
esotérico para ella, de que ninguna cosa, sea del reino espiritual, psíquico, o
físico del Ser, podía venir a la existencia de la Nada. No hay causa en el
Universo manifestado que no tenga sus efectos adecuados, sea en el Espacio o en
el Tiempo; ni puede haber efecto alguno sin su causa anterior, la cual debe, a
su vez, su existencia a otra aún más elevada, teniendo que permanecer la Causa
absoluta final, como Causa sin Causa, por siempre incomprensible para el
hombre. Pero ni esto siquiera es una solución; y si ha de considerarse de algún
modo, tiene que ser desde los puntos de vista filosófico y metafísico más
elevados; no siendo así, es mejor no tocar el problema. Es una abstracción, a
cuya orilla la razón humana tiembla y amenaza con desvanecer, por más educada
que se halle en las sutilidades metafísicas. Esto puede demostrarse a cualquier
europeo que quisiera esforzarse en resolver el problema de la existencia, por
los artículos de fe de los verdaderos vedantinos, por ejemplo. Lea y estudie
las enseñanzas sublimes de Shankarâchârya acerca del Alma y del Espíritu, y se
hará cargo el lector de lo que decimos.
Mientras a los cristianos se les
enseña que el Alma humana es un soplo de Dios, creada por Él para la existencia
sempiterna, teniendo un principio, pero no fin -y por lo tanto, no pudiendo
llamársela eterna-, la Enseñanza Oculta dice: Nada es creado, sino sólo
transformado. No puede manifestarse nada en este Universo -desde un globo hasta
un vago y fugaz pensamiento- que no estuviera ya en el Universo; todo en el
plano subjetivo es un eterno es, así
como todas las cosas en el plano objetivo están siempre viniendo a ser, porque todas son transitorias.
La Mónada -que según la definió Good
es “una cosa verdaderamente indivisible”, bien que no le diera el sentido que
le damos nosotros ahora- significa aquí Âtmâ en conjunción con Buddhi y el
Manas Superior. Esta trinidad es una y eterna; y a la terminación de la vida
condicionada e ilusoria, los dos últimos principios son absorbidos en el
primero. A la Mónada, pues, puede seguírsela en el curso de su peregrinación y
en sus cambios de vehículos transitorios, tan sólo desde el estado incipiente
del Universo manifestado. En el Pralaya, el período intermedio entre dos
Manvántaras, pierde ella su nombre, como igualmente lo pierde cuando el Yo
Único real del hombre se sumerge en Brahman en los casos de Samâdhi elevado (el
estado Turîya), o Nirvâna final. Según las palabras de Shankara:
Cuando el discípulo alcanza aquella
conciencia primitiva, la dicha absoluta, cuya naturaleza es la verdad, que no
tiene forma ni acción, abandona este cuerpo ilusorio que ha sido tomado por el Âtmâ, lo mismo que un actor (abandona)
el vestido (que se ha puesto).
Porque Buddhi, la Envoltura
Anandamaya, no es sino el espejo que refleja la dicha absoluta; y además, esa
reflexión misma no está aún libre de la ignorancia, y no es el Espíritu Supremo, puesto que está sujeto a condiciones; es
una modificación espiritual de Prakriti y un efecto; sólo Âtmâ es el fundamento
único, real y eterno de todo, la Esencia y el Conocimiento Absoluto, el
Kshetrajna. Ahora que se ha publicado la Versión Revisada de los Evangelios,
que se han corregido los errores más salientes de las antiguas versiones,
pueden comprenderse mejor las palabras de I, Juan, ver 6: “El Espíritu da testimonio, porque el espíritu es la
Verdad”. Las palabras que siguen en la errónea interpretación sobre “los tres
testigos” que hasta aquí se había supuesto que representaban “el Padre, el
Verbo y el Espíritu Santo”, muestran el verdadero significado del escritor de
un modo muy claro, identificando así todavía más forzosamente su enseñanza en
este punto con la de Shankârachârya. Pues la frase “hay tres testigos... el
Espíritu, el Agua y la Sangre” no tendría sentido si no tuviese relación ni
conexión alguna con la declaración más filosófica del gran maestro vedantino,
quien, al hablar de las Envolturas, los principios del hombre, Jîva,
Vijnânamaya, etc., que en su manifestación física son “Agua y Sangre” o Vida,
añade que sólo Âtmâ, el Espíritu, es lo que permanece después de la sustracción
de las envolturas, y que es el Único Testigo, o unidad sintetizada. La otra
escuela, menos espiritual y filosófica, fijándose tan sólo en la Trinidad, hizo
tres testigos de “uno”, relacionándolo así más con la Tierra que con el Cielo.
En la Filosofía Esotérica se le llama el “Testigo Único”; y mientras reposa en
Devachan, se le menciona como los “Tres Testigos ante Karma”.
Siendo Âtmâ, nuestro séptimo
principio, idéntico al Espíritu Universal, y siendo el hombre con él en su esencia, ¿qué es, pues, la Mónada
propiamente? Es esa chispa homogénea que irradia en millones de rayos
procedentes de los Siete primordiales -de los cuales Siete se dirá algo más
adelante. Es la CHISPA QUE EMANA DEL RAYO INCREADO: un misterio. En el Buddhismo esotérico del Norte, y hasta en
el exotérico, Âdi-Buddha (Chogi Dangpoi Sangye), el Uno Desconocido, sin
principio ni fin, idéntico a Parabrahman y a Ain Soph, emite un Rayo brillante
desde sus Tinieblas.
Éste es el Logos, el Primero, o
Vajradhara, el Buddha Supremo, llamado también Dorjechang. Como el Señor de
todos los Misterios no puede manifestarse, sino que envía al mundo de la
manifestación su corazón, “el Corazón Diamante”. Vajrasattva o Dorjesempa, éste
es el Segundo Logos de la Creación, del cual emanan los siete Dhyâni-Buddhas
-cinco exotéricamente- llamados los Anupâdaka, los “Sin Padres”. Estos Buddhas
son las Mónadas primordiales del Mundo del Ser Incorpóreo, el Mundo Arûpa, en donde
las Inteligencias (sólo en aquel plano) no tienen ni forma ni nombre, en el sistema exotérico, pero tienen en la
Filosofía Esotérica sus siete nombres distintos. Estos Dhyâni-Buddhas emanan o
crean de sí mismos, por virtud de Dhyâna, Egos celestiales - los Bodhisattvas
superhumanos. Estos, encarnando al principio de cada ciclo humano sobre la
Tierra, como hombres mortales, se convierten a veces, debido a su mérito
personal, en Bodhisattvas entre los Hijos de la Humanidad, después de lo cual
pueden reaparecer como Mânushi o Buddhas humanos.
Los Anupâdaka, o Dhyâni-Buddhas,
son, pues, idénticos a los Mânasaputra brahmánicos -Hijos nacidos de la Mente-,
ya sea de Brahmâ o de cualquiera de las otras dos Hipóstasis Trimúrticas; ellos
son también idénticos a los Rishis y Prajâpatis. Así, en el Anugîtâ se encuentra un pasaje que,
leído esotéricamente, muestra de un modo claro, bien que con otras imágenes, la
misma idea y sistema. Dice él:
Cualesquiera que sean las entidades
en este mundo, movibles e inmovibles, son las primeras en disolverse (en el
Pralaya); siguiendo a éstas los desarrollos producidos de los elementos (de los
que está formado el universo visible); y (después) de estos desarrollos
(entidades evolucionadas), todos los elementos. Tal es la graduación ascendente
entre las entidades. Dioses, Hombres, Gandharvas, Pishâchas, Asuras, Râkshasas,
todos han sido creados por la Naturaleza (Svabhâva, o Prakriti, Naturaleza
plástica), no por las acciones ni por una causa (no por causa física alguna). Estos
Brâhmanas (¿los Rishi Prajâpati?), los creadores del mundo, nacen aquí (en la
tierra) una y otra vez. Y lo que quiera que de ellos se produce, se disuelve a
su debido tiempo en esos mismos cinco grandes elementos (los cinco, o más bien
siete Dhyâni-Buddhas, llamados también “Elementos” de la Humanidad), lo mismo
que las olas en el Océano. Estos grandes elementos se hallan en todos conceptos
(más allá de) los elementos que constituyen el mundo (los elementos groseros).
Y aquél que se liberta de estos cinco elementos (los Tanmâtras) alcanza la
meta más elevada. El Señor Prajâpati (Brahmâ) creó todo esto con sólo la mente
(por medio, de Dhyâna o meditación abstracta y poderes místicos, lo mismo que
los Dhyâni Buddhas).
Es,
pues, evidente que estos Brâhmanas son idénticos a los Bodhisattvas terrestres
de los Dhyâni-Buddhas celestes. Ambos, como “Elementos” primordiales,
inteligentes, se convierten en los Creadores o Emanadores de las Mónadas
destinadas a ser humanas en este ciclo; después de lo cual ellos mismos se
desenvuelven, o por decirlo así, se abren en sus Yoes propios como Bodhisattvas
o Brâhmanas, en el cielo y en la tierra, para convertirse por último en simples
hombres. “Los Creadores del mundo nacen aquí, en la tierra una y otra vez” -
verdaderamente. En el sistema buddhista del Norte, o religión popular
exotérica, se enseña que cada Buddha, a la par que predica la Buena Ley en la
Tierra, se manifiesta simultáneamente en tres Mundos: en el Mundo sin Forma
como un Dhyâni-Buddha; en el Mundo de las Formas como un Bodhisattva, y en el
Mundo del Deseo, el más inferior o sea el nuestro, como un hombre.
Esotéricamente la enseñanza difiere. La Mónada divina, puramente Âdi-Buddhica,
se manifesta como el Buddhi Universal, el Mâha-Buddhi o Mahat, de las
filosofías indas, la Raíz espiritual, omnisciente y omnipotente de la
Inteligencia divina, el Ánima Mundi más elevada o el Logos. Éste desciende
“como una llama, difundiéndose desde el eterno Fuego, inmóvil, sin aumento ni
disminución, siempre el mismo hasta el fin” del ciclo de existencia, y se
convierte en Vida Universal en el Plano del mundo. De este Plano de Vida
consciente brotan, como siete lenguas de fuego, los Hijos de la Luz, los Logos
de Vida; luego los Dhyâni-Buddhas de contemplación, las formas concretas de sus
Padres sin forma, los Siete Hijos de la Luz, aun ellos mismos, a quienes puede aplicarse la frase mística
brahmánica: “Tú eres AQUELLO” - Brahman. De estos Dhyâni-Buddhas emanan sus
Châyâs o Sombras, los Bodhisattvas de los reinos celestiales, los prototipos de
los Bodhisattvas superterrestres, y de los Buddhas terrestres; y finalmente de
los hombres. Los Siete Hijos de la Luz son llamados también estrellas.
La estrella bajo la que nace una
Entidad humana, dice la Enseñanza Oculta, permanece para siempre su estrella, a
través de todo el ciclo de sus encarnaciones en un Manvántara. Pero ésta no es su estrella astrológica.
La última concierne y se relaciona con la Personalidad;
la primera con la Individualidad. El
Ángel de esta Estrella, o el Dhyâni-Buddha relacionado con ella, será el Ángel
que guía, o sólo el que preside, por decirlo así, en cada nuevo renacimiento de
la Mónada, que es parte de su propia
esencia, cuando su vehículo, el hombre, pueda permanecer para siempre
ignorante de este hecho. Los Adeptos tienen cada uno su Dhyâni-Buddha, su
“Alma-Gemela” mayor, y la conocen, llamándola “Alma-Padre” y “Fuego-Padre”. Sin
embargo, sólo aprenden a reconocerla en la última y suprema Iniciación, cuando
se les coloca frente a frente de la brillante “Imagen”. ¿Qué conocía Bulwer
Lytton de este hecho místico, cuando describió, en uno de sus instantes de
inspiración más elevada a Zanoni frente de su Augoeides?
El Logos, o el Verbo a la vez
inmanifestado y manifestado, es llamado por los indos Îshvara, el Señor, aunque
los ocultistas le dan otro nombre. Îshvara, dicen los vedantinos, es la
conciencia más elevada en la Naturaleza. “Esta conciencia”, contestan los
ocultistas, “es sólo una unidad sintética en el Mundo del Logos manifestado -o
en el plano de la ilusión; pues es la suma total de la conciencia
Dhyân-Chohânica”. “¡Oh sabio!, desecha el concepto de que No-Espíritu es Espíritu” -dice Shankarâchârya-. Âtmâ es No-Espíritu
en un estado final Parabráhmico; Îshvara, el Logos, es Espíritu; o, como lo
explica el Ocultismo, es una unidad compuesta de Espíritus vivientes
manifestados, la fuente padre y el semillero de todas las Mónadas mundanas y
terrestres, más su Reflexión divina,
que emana del Logos y vuelve al mismo, cuando cada una llega al punto
culminante de su tiempo. Hay siete Grupos principales de tales Dhyân Chohans,
Grupos que pueden encontrarse y reconocerse en todas las regiones, pues son los
Siete Rayos primordiales. El Ocultismo enseña que la Humanidad está dividida en
siete distintos Grupos, con sus subdivisiones mentales, espirituales y físicas.
De aquí que haya siete planetas principales, las esferas de los siete Espíritus
residentes, bajo cada uno de los cuales nace uno de los Grupos humanos que es
guiado e influido por ese medio. Hay sólo siete planetas especialmente relacionados con la Tierra, y doce casas; pero las
combinaciones posibles de sus aspectos son innumerables. Como cada planeta
puede estar respecto de cada uno de los otros en doce aspectos distintos, sus
combinaciones deben ser casi infinitas; tan infinitas de hecho, como lo son las
capacidades espirituales, psíquicas, mentales y físicas en las variedades
innumerables del genus homo, cada una
de cuyas variedades nace bajo uno de los siete planetas y una de las mencionadas
e innumerables combinaciones planetarias.
La Mónada, pues, considerada como
Una, está por encima del séptimo principio en el Kosmos y en el hombre; y como
Tríada, es la progenie directa radiante de la mencionada Unidad compuesta, no
el Soplo de “Dios”, como se llama a esta Unidad, ni emanada de nihil; pues semejante idea es por
completo antifilosófica, y degrada a la Deidad, rebajándola a una condición
finita y con atributos. Como lo expresa muy bien el traductor de la Crest-Jewel of Wisdom -aunque Îshvara es
“Dios”.
Inmutable en las más grandes
profundidades de los Pralayas y en la más intensa actividad de los Manvántaras
(también), además (de él) está ÂTMÂ, alrededor de cuyo pabellón existe la
obscuridad del eterno MÂYÂ.
Las “Tríadas” nacidas bajo el mismo
Planeta-Padre, o más bien, las Radiaciones de un mismo espíritu Planetario o
Dhyâni-Buddha, son en todas sus vidas y renacimientos posteriores, almas
hermanas o “gemelas”, en esta tierra. La idea es la misma que la de la Trinidad
Cristiana, los “Tres en Uno”, sólo que es más metafísica: el “Superespíritu”,
Universal, manifestándose en los dos planos superiores, los de Buddhi y Mahat.
Éstas son las tres Hipóstasis metafísicas, pero nunca personales.
Esto fue conocido por todos los Iniciados
elevados de todas las edades y países: “Yo y mi Padre somos uno” -decía Jesús-. Cuando se le hace decir en otra parte: “Yo asciendo hacia mi Padre y nuestro Padre”, ello significa lo que acaba de exponerse. La
identidad, a la vez que la diferenciación ilusoria de la Mónada-Angélica y la Mónada-Humana, se muestra en las sentencias
siguientes: “Mi Padre es más grande
que yo”. “Glorificad a vuestro
Padre que está en el Cielo”.
“Entonces brillarán los justos como el sol en el reino de su Padre” (no de nuestro
Padre). Así también pregunta Pablo: “¿No sabéis vosotros que sois el templo de Dios, y que el Espíritu de Dios
mora en vosotros?”. Todo lo cual era simplemente para indicar que el
grupo de discípulos y partidarios atraídos por él pertenecían al mismo
Dhyâni-Buddha, Estrella, o Padre, y que éste pertenecía también a su vez al
mismo reino y división planetarios que él. El conocimiento de esta Doctrina Oculta es lo que encontró expresión
en la revista de The Idyll of the White
Lotus, cuando T. Subba Row escribió lo siguiente:
Cada Buddha encuentra en su última
Iniciación a todos los grandes Adeptos que han alcanzado el estado Búddhico
durante las edades precedentes... cada clase de Adeptos tiene su lazo
espiritual propio de comunión, que los une a todos entre sí... El único medio
eficaz posible de entrar en semejante hermandad... es llegar a colocarse bajo
la influencia de la luz Espiritual que radia del propio Logos de uno. Puedo
además decir... que semejante comunión es sólo posible entre personas cuyas
almas derivan su vida y sostenimiento del mismo rayo divino; y que, así como
del “Sol Central Espiritual” irradian siete Rayos distintos, asimismo todos los
Adeptos y Dhyân Chohans son divisibles en siete clases, cada una de las cuales
es guiada, gobernada y cobijada por una de las siete formas o manifestaciones
de la Sabiduría Divina.
Son, pues, los Siete Hijos de la Luz
-llamados por el nombre de sus planetas y a menudo identificados con ellos por
la masa ignorante, a saber: Saturno, Júpiter, Mercurio, Marte, Venus, y presumiblemente el Sol y la Luna para el
crítico moderno, que no profundiza más allá de la superficie de las antiguas
religiones- los que son, según las Enseñanzas Ocultas, nuestros Padres
celestiales, o sintéticamente, nuestro “Padre”. Por esto, como ya se ha
observado, el Politeísmo es realmente más filosófico y exacto que el Monoteísmo
antropomórfico. Saturno, Júpiter, Mercurio y Venus, los cuatro planetas
exotéricos, y los otros tres que no deben nombrarse, eran los cuerpos celestes
en comunicación directa astral y psíquica, moral y físicamente, con la Tierra,
sus Guías, y Vigilantes; proporcionando los orbes visibles a nuestra humanidad
sus características externas e internas, y sus Regentes o rectores nuestras
Mónadas y facultades espirituales. A fin de evitar nuevas interpretaciones
erróneas, diremos que entre los tres Orbes Secretos o Ángeles Estelares no
están incluidos Urano ni Neptuno; no sólo porque eran desconocidos bajo estos
nombres para los sabios antiguos, sino porque, lo mismo que todos los otros
planetas, por muchos que pueda haber, son los Dioses y Guardianes de otras
Cadenas o Globos septenarios dentro de nuestro sistema.
Además, no dependen por completo del
Sol los dos grandes planetas últimamente descubiertos, como sucede con los
demás planetas. de otro modo, ¿cómo podemos explicar el hecho de que Urano
reciba 1/390 parte de la luz recibida por nuestra Tierra, mientras Neptuno
recibe sólo 1/900; y que sus satélites muestren la particularidad de una
rotación inversa a la que se ha encontrado en los demás planetas del Sistema
Solar? En todo caso, lo que decimos se aplica a Urano, aunque el hecho ha sido
discutido de nuevo recientemente.
Este asunto será, por supuesto,
considerado como una mera fantasía por todos los que confunden al orden
universal del Ser con sus propios sistemas de clasificación. Aquí, sin embargo,
se exponen simples hechos de las Enseñanzas Ocultas, para que sean aceptados o
rechazados, según el caso. Hay detalles que, a causa de su gran abstracción
metafísica, no pueden tratarse. Por tanto, meramente afirmamos que sólo siete
de nuestros planetas están íntimamente relacionados con nuestro globo, como el
Sol lo está con todos los cuerpos sujetos a él en su Sistema. Pobre y miserable
es, en verdad, el número de los cuerpos que la Astronomía conoce entre planetas
de primero y segundo orden. Por lo tanto, se presenta a
la razón que hay un gran número de planetas pequeños y grandes que todavía no
han sido descubiertos, pero de cuya existencia debían ciertamente tener
conocimiento los antiguos astrónomos, todos ellos Adeptos Iniciados. Pero, como
la relación de estos con los Dioses era sagrada, tenía que seguir siendo un
arcano, como también los nombres de varios otros planetas y estrellas.
Además de esto, hasta la misma
teología Católica Romana habla de “setenta
planetas que presiden sobre los destinos de las naciones de este globo”; y,
salvo la aplicación errónea, hay más verdad en esta tradición que en la Astronomía
exacta moderna. Los setenta planetas están relacionados con los setenta
antepasados del pueblo de Israel, queriendo indicar los Regentes de estos
planetas y no los orbes mismos; la palabra setenta es una ficción y un velo puestos sobre el 7 x 7 de
las subdivisiones. Cada pueblo y nación, como hemos dicho, tiene su Vigilante directo; Custodio y Padre en el Cielo,
un Espíritu Planetario. Dispuestos estamos a dejar a los descendientes de
Israel, los adoradores de Sabaoth o Saturno, su propio Dios nacional, Jehovah;
pues, en efecto, las Mónadas del pueblo escogido por él son suyas propias, y la
Biblia nunca lo ha ocultado. Sólo que
la Biblia protestante inglesa está,
como de costumbre, en desacuerdo con la de los Setenta y la Vulgata.
Así, mientras en la primera leemos:
Cuando El Más Alto (no Jehovah)
dividió su herencia entre las naciones... dispuso los límites de los pueblos
con arreglo al número de los hijos de Israel.
En la versión de los Setenta, dice el texto: “con arreglo al número de Ángeles”, Ángeles
Planetarios, versión que concuerda más con la verdad y con los hechos. Además,
todos los textos convienen en que “la parte del Señor (la de Jehovah) es su
pueblo; Jacob es el lote de su herencia”, y esto resuelve la cuestión. El
“Señor” Jehovah tomó a Israel como su
parte; ¿qué tienen que ver, por tanto, otras naciones con aquella Deidad
nacional particular? Dejad, pues, que el “Ángel Gabriel” vele sobre el Irán, y
“Miguel-Jehovah” sobre los hebreos. Estos no son los Dioses de otras naciones,
y es difícil comprender por qué los cristianos han elegido un Dios contra cuyos
mandamientos fue Jesús el primero en rebelarse.
El origen planetario de la Mónada o
Alma y de sus facultades fue enseñado por los gnósticos. Tanto en su camino
hacia la Tierra como en el de la vuelta de la misma, cada alma, nacida de la
“Luz Ilimitada", tenía que pasar a través de las siete regiones
planetarias en ambas vías. Los Dhyâni y Devas puros de las más antiguas
religiones se convirtieron con el tiempo, entre los mazdeístas, en los Siete Devas, los ministros de Ahriman,
“cada uno encadenado a su planeta”; para los brahmanes, los Asuras y
algunos de los Rishis - buenos, malos e indiferentes; entre los gnósticos egipcios
Thoth o Hermes era el jefe de los Siete, cuyos nombres son dados por Orígenes
como Adonai, genio del Sol; Tao, de la Luna; Eloi, de Júpiter; Sabaoth, de
Marte; Orai, de Venus; Astaphai, de Mercurio, e Ildabaoth (Jehovah), de
Saturno. Finalmente, el Pistis-Sophia,
que la más grande autoridad moderna sobre creencias gnósticas exotéricas, el
difunto Mr. C. W,. King, menciona como “monumento precioso del Gnosticismo”;
este antiguo documento es eco de las creencias arcaicas de las edades, aunque
las desfigura para servir a fines sectarios. Los Regentes Astrales de las
Esferas, los planetas, crearon las Mónadas, o Almas, de su propia substancia,
con “las lágrimas de sus ojos y el sudor de sus tormentos”, dotando a las
Mónadas con una chispa de su substancia, que es la Luz Divina. En los volúmenes
III y IV se mostrará por qué estos “Señores del Zodíaco y de las Esferas” han
sido transformados por la teología sectaria de los Ángeles Rebeldes de los
cristianos, quienes los tomaron de los Siete Devas de los Magos, sin comprender
el significado de la alegoría .
Como de costumbre, aquello que es, y era desde su principio, divino, puro y espiritual en su unidad
primitiva, se convirtió -a causa de su diferenciación a través del prisma
desfigurado de los conceptos del hombre- en humano e impuro, reflejando la
naturaleza pecadora propia del hombre. De este modo, en el transcurso del
tiempo, fue degradado el planeta Saturno por los adoradores de otros Dioses.
Las naciones nacidas bajo Saturno -la judía, por ejemplo, para quien se
convirtió en Jehovah después de haber sido considerado como hijo de Saturno, o
Ilda-Baoth, por los ofitas, y en el Libro de Jasher- estaban en constante lucha
con las nacidas bajo Júpiter, Mercurio o cualquier otro planeta que no fuera
Saturno Jehovah; a pesar de las genealogías y profecías, Jesús el Iniciado (o Jehoshua) -el tipo de que
fue copiado el Jesús “histórico”- no era de pura sangre judía, y por tanto, no
reconocía a Jehovah; ni rendía culto a ningún Dios planetario fuera de su
propio “Padre”, a quien conocía y con quien se comunicaba, como lo hacen todos
los Iniciados elevados, “Espíritu con Espíritu y Alma con Alma”.
Esto puede apenas ponerse en duda, a
menos que el crítico explique a satisfacción de todos las extrañas frases
puestas en boca de Jesús, durante sus discusiones con los Fariseos, por el
autor del Cuarto Evangelio:
Sé que sois de la semilla de
Abraham...hablo de lo que he visto con mi Padre; y vosotros hacéis lo que
habéis visto con vuestro Padre... ejecutáis los hechos de vuestro Padre... Sois
de vuestro Padre, el Demonio... Él fue un homicida desde el principio, y no
moraba en la verdad, porque en él no la hay. Cuando dice una mentira habla de
sí mismo; pues es un mentiroso y el padre de ella .
Este “Padre” de los fariseos era
Jehovah, pues era idéntico a Caín, a Saturno, a Vulcano, etc.; el planeta bajo
el cual habían nacido y el Dios al que adoraban.
Es evidente que debe de haber en
estas palabras y amonestaciones un significado oculto, aunque estén mal
traducidas, puesto que son dichas por quien amenazó con el fuego del infierno a
cualquiera que llamase simplemente Raca, necio, a su hermano. También es
evidente que los planetas no son meras esferas brillando en el Espacio sin
objeto alguno, sino que son los dominios de varios Seres desconocidos hasta
ahora por los no iniciados, pero que, sin embargo, tienen una conexión
misteriosa potente, no interrumpida, con los hombres y los globos. Cada cuerpo
celeste es el templo de un Dios, y
estos Dioses mismos son los templos de Dios, el Desconocido “No Espíritu”. Nada hay profano en el
Universo. Toda la Naturaleza es un lugar consagrado, pues como dice Young:
Cada una de estas Estrellas es un
templo.
De este modo puede mostrarse que
todas las religiones exotéricas son copias falsificadas de la Enseñanza
Esotérica. El clero es responsable de la reacción de nuestros tiempos en favor
del Materialismo. Las últimas religiones exotéricas, adorando y obligando a las
masas a rendir culto a las conchas vacías de los ideales paganos
-personificados para fines alegóricos-, han convertido a los países
occidentales en un Pandemónium, en que las clases elevadas adoran el becerro de
oro, y a las masas inferiores e ignorantes se les hace rendir culto a un ídolo
con pies de barro.
H.P. Blavatsky D.S T II
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