domingo, 12 de junio de 2016

SOBRE LOS ELEMENTOS Y LOS ÁTOMOS




Cuando el ocultista habla de los Elementos, y de los Seres humanos que vivieron durante esas edades geológicas cuya duración ha sido tan imposible de fijar -según la opinión de uno de los mejores geólogos ingleses-, así como de la naturaleza de la Materia, sabe de qué habla. Cuando él dice Hombre y Elementos no quiere significar al hombre en su forma fisiológica y antropológica presente, ni a los Átomos elementales, esos conceptos hipotéticos existentes hoy en las mentes científicas, abstracciones singularizadas de la materia en su estado superior atenuado; ni tampoco quiere indicar los Elementos compuestos de la antigüedad. En Ocultismo, la palabra Elemento significa siempre Rudimento. Cuando decimos “Hombre Elementario” significamos o el esbozo primitivo, incipiente, del hombre en su estado incompleto y sin desarrollar, y por tanto, en esa forma que se halla ahora latente en el hombre físico durante su vida, y que sólo se manifiesta eventualmente y bajo ciertas condiciones; o bien aquella forma que sobrevive al cuerpo material por cierto tiempo, y que se conoce mejor por el nombre de Elementario. En cuanto a Elemento, cuando el término se emplea en sentido metafísico, significa el Hombre Divino incipiente, distinto del mortal; en su uso físico quiere decir Materia incoada, en su condición primera indiferenciada, o en el estado de Laya, la condición eterna y normal de la Substancia, que sólo se diferencia periódicamente; durante esa diferenciación, la Substancia está realmente en estado anormal -en otras palabras-, no es sino una ilusión transitoria de los sentidos.
            
En cuanto a los llamados Átomos Elementales, los ocultistas los mencionan por ese nombre, con un significado análogo al que le dan los indos a Brahmâ cuando le llaman Anu, el Átomo. Cada Átomo Elemental, tras el cual más de un químico ha seguido la senda trazada por los alquimistas, es, según su firme creencia, un Alma, ya que no conocimiento; no necesariamente un alma desencarnada, sino un Jîva, como lo llaman los indos, un centro de Vitalidad Potencial, con inteligencia latente en sí; y en el caso de Almas compuestas, una Existencia inteligente activa, desde el orden más elevado al más inferior; una forma compuesta de más o menos diferenciaciones. Se requiere ser un metafísico -y un metafísico oriental- para comprender nuestro significado. Todos esos Átomos-almas son diferenciaciones de lo Uno, y están en la misma relación con ello como lo está el Alma Divina, Buddhi, con su Espíritu animador e inseparable, Âtmâ.
            
Los físicos modernos, al tomar de los antiguos su Teoría Atómica, olvidaron un punto, el más importante de la doctrina; y por tanto, sólo consiguieron la cáscara, y no podrán nunca obtener la almendra. Al adoptar los átomos físicos, omitieron el hecho significativo de que, desde Anaxágoras a Epicuro, al romano Lucrecio, y por último, hasta el mismo Galileo, todos estos filósofos creían más o menos en Átomos animados, no en partículas invisibles de la llamada materia “bruta”. Según ellos, el movimiento rotatorio fue generado por Átomos mayores (léase más puros y divinos), que impelían a otros arriba. El significado esotérico de esto es la curva siempre cíclica de Elementos diferenciados hacia abajo y hacia arriba, a través de fases intercíclicas de existencia, hasta que cada uno alcanza su punto de partida u origen. La idea era metafísica tanto como física, abarcando su interpretación oculta a Dioses o Almas, en forma de Átomos, como causas de todos los efectos producidos sobre la Tierra por las secreciones de los cuerpos divinos. Ningún filósofo antiguo, ni siquiera los kabalistas judíos, disoció nunca el Espíritu de la Materia, o la Materia del Espíritu. Todas las cosas tenían su origen en el Uno, y, procediendo del Uno, deben finalmente volver al mismo.

            
La luz se convierte en calor, y se consolida en partículas ígneas; las cuales, desde su ignición, se convierten en partículas frías, duras, redondas y lisas. Y a esto se llama el Alma, aprisionada en su envoltura de materia.

            
Átomos y Almas eran sinónimos en el lenguaje de los Iniciados. La doctrina de “las Almas vortiginosas”, Gilgoolem, en que han creído tantos sabios judíos, no tiene otro significado esotérico. Los sabios Iniciados judíos nunca significaban sólo la Palestina en la Tierra Prometida, sino que indicaban el mismo Nirvâna de los sabios buddhistas y brahmanes - el seno del UNO Eterno, simbolizado por el de Abraham, y por la Palestina como su substituto en la Tierra.
            
Ciertamente que ningún judío ilustrado  ha tomado nunca en su sentido literal la alegoría de que los cuerpos de los judíos contienen un principio de Alma que no puede obtener el reposo si los cuerpos se depositan en tierra extranjera, hasta que, por medio de un procedimiento llamado el “torbellino del Alma”, las partículas inmortales alcanzan de nuevo el suelo sagrado de la “Tierra prometida”. El significado de esto es evidente para un ocultista. Se suponía que el procedimiento tenía lugar por una especie de metempsicosis, pasando la chispa psíquica a través del pájaro, la bestia y el insecto más diminuto. La alegoría se refiere a los Átomos del cuerpo, cada uno de los cuales tiene que pasar a través de las formas antes de alcanzar el estado final, que es el primer punto de partida de cada átomo, su estado Laya primitivo. Pero el significado primitivo de Gilgoolem, o la “Revolución de las Almas”, era la idea de los Egos o Almas reencarnantes. “Todas las Almas van al Gilgoolah”, procedimiento cíclico o de revolución; esto es, todas pasan por el sendero cíclico de renacimientos. Algunos kabalistas interpretan esta doctrina sólo como una especie de purgatorio para las almas de los malvados. Pero esto no es así.
            
El paso del Alma-Átomo “a través de las siete Cámaras Planetarias” tenía el mismo significado físico y metafísico. Tenía el primero cuando se decía que se disolvía en el Éter. Hasta Epicuro, el ateo y materialista modelo, conocía y creía tanto en la antigua Sabiduría, que enseñaba que el Alma -en todo distinta del Espíritu inmortal, cuando la primera se halla encerrada de un modo latente en ella, como lo está en cada partícula atómica- estaba compuesta de una esencia tenue y delicada, formado de los átomos más tensos, más redondos y más finos.
            
Y esto muestra que los antiguos Iniciados, a quienes seguía más o menos de cerca toda la antigüedad profana, significaban por la palabra Átomo un Alma, un Genio o un Ángel, el primogénito de la Causa por siempre oculta de todas las causas; y en este sentido sus enseñanzas se hacen comprensibles. Ellos sostenían, como lo hacen sus sucesores, la existencia de Dioses y Genios, Ángeles o Demonios, no fuera, ni independientes del Plenum Universal, sino dentro del mismo. Admitían y enseñaban gran parte de lo que ahora enseña la ciencia moderna, a saber: la existencia de una Materia o Substancia Cósmica primordial del Mundo, eternamente homogénea excepto durante su existencia periódica; entonces, universalmente difundida en el espacio infinito, se diferencia y forma gradualmente de sí misma cuerpos siderales. Enseñaban la revolución de los Cielos, la rotación de la Tierra, el sistema heliocéntrico y los vórtices atómicos; siendo los Átomos en realidad Almas e Inteligencias. Estos “atomistas” eran panteístas filosóficos y espirituales, de los más trascendentes. No se les hubiese ocurrido jamás a ellos, ni siquiera en sueño, esa progenie opuesta, monstruosa, la pesadilla de nuestra raza civilizada moderna: por una parte, Átomos materiales inanimados que se dirigen a sí propios, y por la otra, un Dios extracósmico.
            
Puede ser útil mostrar lo que era la Mónada, y cuál su origen, en las enseñanzas de los antiguos Iniciados.
            
La ciencia exacta moderna, así que empezó a salir de su edad primera, percibió el gran axioma, hasta entonces esotérico para ella, de que ninguna cosa, sea del reino espiritual, psíquico, o físico del Ser, podía venir a la existencia de la Nada. No hay causa en el Universo manifestado que no tenga sus efectos adecuados, sea en el Espacio o en el Tiempo; ni puede haber efecto alguno sin su causa anterior, la cual debe, a su vez, su existencia a otra aún más elevada, teniendo que permanecer la Causa absoluta final, como Causa sin Causa, por siempre incomprensible para el hombre. Pero ni esto siquiera es una solución; y si ha de considerarse de algún modo, tiene que ser desde los puntos de vista filosófico y metafísico más elevados; no siendo así, es mejor no tocar el problema. Es una abstracción, a cuya orilla la razón humana tiembla y amenaza con desvanecer, por más educada que se halle en las sutilidades metafísicas. Esto puede demostrarse a cualquier europeo que quisiera esforzarse en resolver el problema de la existencia, por los artículos de fe de los verdaderos vedantinos, por ejemplo. Lea y estudie las enseñanzas sublimes de Shankarâchârya acerca del Alma y del Espíritu, y se hará cargo el lector de lo que decimos.
            
Mientras a los cristianos se les enseña que el Alma humana es un soplo de Dios, creada por Él para la existencia sempiterna, teniendo un principio, pero no fin -y por lo tanto, no pudiendo llamársela eterna-, la Enseñanza Oculta dice: Nada es creado, sino sólo transformado. No puede manifestarse nada en este Universo -desde un globo hasta un vago y fugaz pensamiento- que no estuviera ya en el Universo; todo en el plano subjetivo es un eterno es, así como todas las cosas en el plano objetivo están siempre viniendo a ser, porque todas son transitorias.
            
La Mónada -que según la definió Good es “una cosa verdaderamente indivisible”, bien que no le diera el sentido que le damos nosotros ahora- significa aquí Âtmâ en conjunción con Buddhi y el Manas Superior. Esta trinidad es una y eterna; y a la terminación de la vida condicionada e ilusoria, los dos últimos principios son absorbidos en el primero. A la Mónada, pues, puede seguírsela en el curso de su peregrinación y en sus cambios de vehículos transitorios, tan sólo desde el estado incipiente del Universo manifestado. En el Pralaya, el período intermedio entre dos Manvántaras, pierde ella su nombre, como igualmente lo pierde cuando el Yo Único real del hombre se sumerge en Brahman en los casos de Samâdhi elevado (el estado Turîya), o Nirvâna final. Según las palabras de Shankara:

            
Cuando el discípulo alcanza aquella conciencia primitiva, la dicha absoluta, cuya naturaleza es la verdad, que no tiene forma ni acción, abandona este cuerpo ilusorio que ha sido tomado por el Âtmâ, lo mismo que un actor (abandona) el vestido (que se ha puesto).

            
Porque Buddhi, la Envoltura Anandamaya, no es sino el espejo que refleja la dicha absoluta; y además, esa reflexión misma no está aún libre de la ignorancia, y no es el Espíritu Supremo, puesto que está sujeto a condiciones; es una modificación espiritual de Prakriti y un efecto; sólo Âtmâ es el fundamento único, real y eterno de todo, la Esencia y el Conocimiento Absoluto, el Kshetrajna. Ahora que se ha publicado la Versión Revisada de los Evangelios, que se han corregido los errores más salientes de las antiguas versiones, pueden comprenderse mejor las palabras de I, Juan, ver 6: “El Espíritu da testimonio, porque el espíritu es la Verdad”. Las palabras que siguen en la errónea interpretación sobre “los tres testigos” que hasta aquí se había supuesto que representaban “el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo”, muestran el verdadero significado del escritor de un modo muy claro, identificando así todavía más forzosamente su enseñanza en este punto con la de Shankârachârya. Pues la frase “hay tres testigos... el Espíritu, el Agua y la Sangre” no tendría sentido si no tuviese relación ni conexión alguna con la declaración más filosófica del gran maestro vedantino, quien, al hablar de las Envolturas, los principios del hombre, Jîva, Vijnânamaya, etc., que en su manifestación física son “Agua y Sangre” o Vida, añade que sólo Âtmâ, el Espíritu, es lo que permanece después de la sustracción de las envolturas, y que es el Único Testigo, o unidad sintetizada. La otra escuela, menos espiritual y filosófica, fijándose tan sólo en la Trinidad, hizo tres testigos de “uno”, relacionándolo así más con la Tierra que con el Cielo. En la Filosofía Esotérica se le llama el “Testigo Único”; y mientras reposa en Devachan, se le menciona como los “Tres Testigos ante Karma”.
            
Siendo Âtmâ, nuestro séptimo principio, idéntico al Espíritu Universal, y siendo el hombre con él en  su esencia, ¿qué es, pues, la Mónada propiamente? Es esa chispa homogénea que irradia en millones de rayos procedentes de los Siete primordiales -de los cuales Siete se dirá algo más adelante. Es la CHISPA QUE EMANA DEL RAYO INCREADO: un misterio. En  el Buddhismo esotérico del Norte, y hasta en el exotérico, Âdi-Buddha (Chogi Dangpoi Sangye), el Uno Desconocido, sin principio ni fin, idéntico a Parabrahman y a Ain Soph, emite un Rayo brillante desde sus Tinieblas.
            
Éste es el Logos, el Primero, o Vajradhara, el Buddha Supremo, llamado también Dorjechang. Como el Señor de todos los Misterios no puede manifestarse, sino que envía al mundo de la manifestación su corazón, “el Corazón Diamante”. Vajrasattva o Dorjesempa, éste es el Segundo Logos de la Creación, del cual emanan los siete Dhyâni-Buddhas -cinco exotéricamente- llamados los Anupâdaka, los “Sin Padres”. Estos Buddhas son las Mónadas primordiales del Mundo del Ser Incorpóreo, el Mundo Arûpa, en donde las Inteligencias (sólo en aquel plano) no tienen ni forma ni nombre, en  el sistema exotérico, pero tienen en la Filosofía Esotérica sus siete nombres distintos. Estos Dhyâni-Buddhas emanan o crean de sí mismos, por virtud de Dhyâna, Egos celestiales - los Bodhisattvas superhumanos. Estos, encarnando al principio de cada ciclo humano sobre la Tierra, como hombres mortales, se convierten a veces, debido a su mérito personal, en Bodhisattvas entre los Hijos de la Humanidad, después de lo cual pueden reaparecer como Mânushi o Buddhas humanos.
            
Los Anupâdaka, o Dhyâni-Buddhas, son, pues, idénticos a los Mânasaputra brahmánicos -Hijos nacidos de la Mente-, ya sea de Brahmâ o de cualquiera de las otras dos Hipóstasis Trimúrticas; ellos son también idénticos a los Rishis y Prajâpatis. Así, en el Anugîtâ se encuentra un pasaje que, leído esotéricamente, muestra de un modo claro, bien que con otras imágenes, la misma idea y sistema. Dice él:

            
Cualesquiera que sean las entidades en este mundo, movibles e inmovibles, son las primeras en disolverse (en el Pralaya); siguiendo a éstas los desarrollos producidos de los elementos (de los que está formado el universo visible); y (después) de estos desarrollos (entidades evolucionadas), todos los elementos. Tal es la graduación ascendente entre las entidades. Dioses, Hombres, Gandharvas, Pishâchas, Asuras, Râkshasas, todos han sido creados por la Naturaleza (Svabhâva, o Prakriti, Naturaleza plástica), no por las acciones ni por una causa (no por causa física alguna). Estos Brâhmanas (¿los Rishi Prajâpati?), los creadores del mundo, nacen aquí (en la tierra) una y otra vez. Y lo que quiera que de ellos se produce, se disuelve a su debido tiempo en esos mismos cinco grandes elementos (los cinco, o más bien siete Dhyâni-Buddhas, llamados también “Elementos” de la Humanidad), lo mismo que las olas en el Océano. Estos grandes elementos se hallan en todos conceptos (más allá de) los elementos que constituyen el mundo (los elementos groseros). Y aquél que se liberta de estos cinco elementos (los Tanmâtras)  alcanza la meta más elevada. El Señor Prajâpati (Brahmâ) creó todo esto con sólo la mente (por medio, de Dhyâna o meditación abstracta y poderes místicos, lo mismo que los Dhyâni Buddhas).
           

            
Es, pues, evidente que estos Brâhmanas son idénticos a los Bodhisattvas terrestres de los Dhyâni-Buddhas celestes. Ambos, como “Elementos” primordiales, inteligentes, se convierten en los Creadores o Emanadores de las Mónadas destinadas a ser humanas en este ciclo; después de lo cual ellos mismos se desenvuelven, o por decirlo así, se abren en sus Yoes propios como Bodhisattvas o Brâhmanas, en el cielo y en la tierra, para convertirse por último en simples hombres. “Los Creadores del mundo nacen aquí, en la tierra una y otra vez” - verdaderamente. En el sistema buddhista del Norte, o religión popular exotérica, se enseña que cada Buddha, a la par que predica la Buena Ley en la Tierra, se manifiesta simultáneamente en tres Mundos: en el Mundo sin Forma como un Dhyâni-Buddha; en el Mundo de las Formas como un Bodhisattva, y en el Mundo del Deseo, el más inferior o sea el nuestro, como un hombre. Esotéricamente la enseñanza difiere. La Mónada divina, puramente Âdi-Buddhica, se manifesta como el Buddhi Universal, el Mâha-Buddhi o Mahat, de las filosofías indas, la Raíz espiritual, omnisciente y omnipotente de la Inteligencia divina, el Ánima Mundi más elevada o el Logos. Éste desciende “como una llama, difundiéndose desde el eterno Fuego, inmóvil, sin aumento ni disminución, siempre el mismo hasta el fin” del ciclo de existencia, y se convierte en Vida Universal en el Plano del mundo. De este Plano de Vida consciente brotan, como siete lenguas de fuego, los Hijos de la Luz, los Logos de Vida; luego los Dhyâni-Buddhas de contemplación, las formas concretas de sus Padres sin forma, los Siete Hijos de la Luz, aun ellos mismos, a quienes puede aplicarse la frase mística brahmánica: “Tú eres AQUELLO” - Brahman. De estos Dhyâni-Buddhas emanan sus Châyâs o Sombras, los Bodhisattvas de los reinos celestiales, los prototipos de los Bodhisattvas superterrestres, y de los Buddhas terrestres; y finalmente de los hombres. Los Siete Hijos de la Luz son llamados también estrellas.
            
La estrella bajo la que nace una Entidad humana, dice la Enseñanza Oculta, permanece para siempre su estrella, a través de todo el ciclo de sus encarnaciones en un Manvántara. Pero ésta no es su estrella astrológica. La última concierne y se relaciona con la Personalidad; la primera con la Individualidad. El Ángel de esta Estrella, o el Dhyâni-Buddha relacionado con ella, será el Ángel que guía, o sólo el que preside, por decirlo así, en cada nuevo renacimiento de la Mónada, que es parte de su propia esencia, cuando su vehículo, el hombre, pueda permanecer para siempre ignorante de este hecho. Los Adeptos tienen cada uno su Dhyâni-Buddha, su “Alma-Gemela” mayor, y la conocen, llamándola “Alma-Padre” y “Fuego-Padre”. Sin embargo, sólo aprenden a reconocerla en la última y suprema Iniciación, cuando se les coloca frente a frente de la brillante “Imagen”. ¿Qué conocía Bulwer Lytton de este hecho místico, cuando describió, en uno de sus instantes de inspiración más elevada a Zanoni frente de su Augoeides?
            

El Logos, o el Verbo a la vez inmanifestado y manifestado, es llamado por los indos Îshvara, el Señor, aunque los ocultistas le dan otro nombre. Îshvara, dicen los vedantinos, es la conciencia más elevada en la Naturaleza. “Esta conciencia”, contestan los ocultistas, “es sólo una unidad sintética en el Mundo del Logos manifestado -o en el plano de la ilusión; pues es la suma total de la conciencia Dhyân-Chohânica”. “¡Oh sabio!, desecha el concepto de que No-Espíritu es Espíritu” -dice Shankarâchârya-. Âtmâ es No-Espíritu en un estado final Parabráhmico; Îshvara, el Logos, es Espíritu; o, como lo explica el Ocultismo, es una unidad compuesta de Espíritus vivientes manifestados, la fuente padre y el semillero de todas las Mónadas mundanas y terrestres, más su Reflexión divina, que emana del Logos y vuelve al mismo, cuando cada una llega al punto culminante de su tiempo. Hay siete Grupos principales de tales Dhyân Chohans, Grupos que pueden encontrarse y reconocerse en todas las regiones, pues son los Siete Rayos primordiales. El Ocultismo enseña que la Humanidad está dividida en siete distintos Grupos, con sus subdivisiones mentales, espirituales y físicas. De aquí que haya siete planetas principales, las esferas de los siete Espíritus residentes, bajo cada uno de los cuales nace uno de los Grupos humanos que es guiado e influido por ese medio. Hay sólo siete planetas especialmente relacionados con la Tierra, y doce casas; pero las combinaciones posibles de sus aspectos son innumerables. Como cada planeta puede estar respecto de cada uno de los otros en doce aspectos distintos, sus combinaciones deben ser casi infinitas; tan infinitas de hecho, como lo son las capacidades espirituales, psíquicas, mentales y físicas en las variedades innumerables del genus homo, cada una de cuyas variedades nace bajo uno de los siete planetas y una de las mencionadas e innumerables combinaciones planetarias.
            
La Mónada, pues, considerada como Una, está por encima del séptimo principio en el Kosmos y en el hombre; y como Tríada, es la progenie directa radiante de la mencionada Unidad compuesta, no el Soplo de “Dios”, como se llama a esta Unidad, ni emanada de nihil; pues semejante idea es por completo antifilosófica, y degrada a la Deidad, rebajándola a una condición finita y con atributos. Como lo expresa muy bien el traductor de la Crest-Jewel of Wisdom -aunque Îshvara es “Dios”.

            
Inmutable en las más grandes profundidades de los Pralayas y en la más intensa actividad de los Manvántaras (también), además (de él) está ÂTMÂ, alrededor de cuyo pabellón existe la obscuridad del eterno MÂYÂ.

            
Las “Tríadas” nacidas bajo el mismo Planeta-Padre, o más bien, las Radiaciones de un mismo espíritu Planetario o Dhyâni-Buddha, son en todas sus vidas y renacimientos posteriores, almas hermanas o “gemelas”, en esta tierra. La idea es la misma que la de la Trinidad Cristiana, los “Tres en Uno”, sólo que es más metafísica: el “Superespíritu”, Universal, manifestándose en los dos planos superiores, los de Buddhi y Mahat. Éstas son las tres Hipóstasis metafísicas, pero nunca personales.
            
Esto fue conocido por todos los Iniciados elevados de todas las edades y países: “Yo y mi Padre somos uno” -decía Jesús-. Cuando se le hace decir en otra parte: “Yo asciendo hacia mi Padre y nuestro Padre”, ello significa lo que acaba de exponerse. La identidad, a la vez que la diferenciación ilusoria de la Mónada-Angélica y la Mónada-Humana, se muestra en las sentencias siguientes: “Mi Padre es más grande que yo”. “Glorificad a vuestro Padre que está en el Cielo”. “Entonces brillarán los justos como el sol en el reino de su Padre” (no de nuestro Padre). Así también pregunta Pablo: “¿No sabéis vosotros que sois el templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”. Todo lo cual era simplemente para indicar que el grupo de discípulos y partidarios atraídos por él pertenecían al mismo Dhyâni-Buddha, Estrella, o Padre, y que éste pertenecía también a su vez al mismo reino y división planetarios que él. El conocimiento de esta Doctrina Oculta es lo que encontró expresión en la revista de The Idyll of the White Lotus, cuando T. Subba Row escribió lo siguiente:

            
Cada Buddha encuentra en su última Iniciación a todos los grandes Adeptos que han alcanzado el estado Búddhico durante las edades precedentes... cada clase de Adeptos tiene su lazo espiritual propio de comunión, que los une a todos entre sí... El único medio eficaz posible de entrar en semejante hermandad... es llegar a colocarse bajo la influencia de la luz Espiritual que radia del propio Logos de uno. Puedo además decir... que semejante comunión es sólo posible entre personas cuyas almas derivan su vida y sostenimiento del mismo rayo divino; y que, así como del “Sol Central Espiritual” irradian siete Rayos distintos, asimismo todos los Adeptos y Dhyân Chohans son divisibles en siete clases, cada una de las cuales es guiada, gobernada y cobijada por una de las siete formas o manifestaciones de la Sabiduría Divina.

            
Son, pues, los Siete Hijos de la Luz -llamados por el nombre de sus planetas y a menudo identificados con ellos por la masa ignorante, a saber: Saturno, Júpiter, Mercurio, Marte, Venus, y presumiblemente el Sol y la Luna para el crítico moderno, que no profundiza más allá de la superficie de las antiguas religiones- los que son, según las Enseñanzas Ocultas, nuestros Padres celestiales, o sintéticamente, nuestro “Padre”. Por esto, como ya se ha observado, el Politeísmo es realmente más filosófico y exacto que el Monoteísmo antropomórfico. Saturno, Júpiter, Mercurio y Venus, los cuatro planetas exotéricos, y los otros tres que no deben nombrarse, eran los cuerpos celestes en comunicación directa astral y psíquica, moral y físicamente, con la Tierra, sus Guías, y Vigilantes; proporcionando los orbes visibles a nuestra humanidad sus características externas e internas, y sus Regentes o rectores nuestras Mónadas y facultades espirituales. A fin de evitar nuevas interpretaciones erróneas, diremos que entre los tres Orbes Secretos o Ángeles Estelares no están incluidos Urano ni Neptuno; no sólo porque eran desconocidos bajo estos nombres para los sabios antiguos, sino porque, lo mismo que todos los otros planetas, por muchos que pueda haber, son los Dioses y Guardianes de otras Cadenas o Globos septenarios dentro de nuestro sistema.
            
Además, no dependen por completo del Sol los dos grandes planetas últimamente descubiertos, como sucede con los demás planetas. de otro modo, ¿cómo podemos explicar el hecho de que Urano reciba 1/390 parte de la luz recibida por nuestra Tierra, mientras Neptuno recibe sólo 1/900; y que sus satélites muestren la particularidad de una rotación inversa a la que se ha encontrado en los demás planetas del Sistema Solar? En todo caso, lo que decimos se aplica a Urano, aunque el hecho ha sido discutido de nuevo recientemente.
            
Este asunto será, por supuesto, considerado como una mera fantasía por todos los que confunden al orden universal del Ser con sus propios sistemas de clasificación. Aquí, sin embargo, se exponen simples hechos de las Enseñanzas Ocultas, para que sean aceptados o rechazados, según el caso. Hay detalles que, a causa de su gran abstracción metafísica, no pueden tratarse. Por tanto, meramente afirmamos que sólo siete de nuestros planetas están íntimamente relacionados con nuestro globo, como el Sol lo está con todos los cuerpos sujetos a él en su Sistema. Pobre y miserable es, en verdad, el número de los cuerpos que la Astronomía conoce entre planetas de primero y segundo orden. Por lo tanto, se presenta a la razón que hay un gran número de planetas pequeños y grandes que todavía no han sido descubiertos, pero de cuya existencia debían ciertamente tener conocimiento los antiguos astrónomos, todos ellos Adeptos Iniciados. Pero, como la relación de estos con los Dioses era sagrada, tenía que seguir siendo un arcano, como también los nombres de varios otros planetas y estrellas.
            
Además de esto, hasta la misma teología Católica Romana habla de “setenta planetas que presiden sobre los destinos de las naciones de este globo”; y, salvo la aplicación errónea, hay más verdad en esta tradición que en la Astronomía exacta moderna. Los setenta planetas están relacionados con los setenta antepasados del pueblo de Israel, queriendo indicar los Regentes de estos planetas y no los orbes mismos; la palabra setenta es una  ficción y un velo puestos sobre el 7 x 7 de las subdivisiones. Cada pueblo y nación, como hemos dicho, tiene su Vigilante directo; Custodio y Padre en el Cielo, un Espíritu Planetario. Dispuestos estamos a dejar a los descendientes de Israel, los adoradores de Sabaoth o Saturno, su propio Dios nacional, Jehovah; pues, en efecto, las Mónadas del pueblo escogido por él son suyas propias, y la Biblia nunca lo ha ocultado. Sólo que la Biblia protestante inglesa está, como de costumbre, en desacuerdo con la de los Setenta y la Vulgata. Así, mientras en la primera leemos:

            
Cuando El Más Alto (no Jehovah) dividió su herencia entre las naciones... dispuso los límites de los pueblos con arreglo al número de los hijos de Israel.

             
En la versión de los Setenta, dice el texto: “con arreglo al número de Ángeles”, Ángeles Planetarios, versión que concuerda más con la verdad y con los hechos. Además, todos los textos convienen en que “la parte del Señor (la de Jehovah) es su pueblo; Jacob es el lote de su herencia”, y esto resuelve la cuestión. El “Señor” Jehovah tomó a Israel como su parte; ¿qué tienen que ver, por tanto, otras naciones con aquella Deidad nacional particular? Dejad, pues, que el “Ángel Gabriel” vele sobre el Irán, y “Miguel-Jehovah” sobre los hebreos. Estos no son los Dioses de otras naciones, y es difícil comprender por qué los cristianos han elegido un Dios contra cuyos mandamientos fue Jesús el primero en rebelarse.
            
El origen planetario de la Mónada o Alma y de sus facultades fue enseñado por los gnósticos. Tanto en su camino hacia la Tierra como en el de la vuelta de la misma, cada alma, nacida de la “Luz Ilimitada", tenía que pasar a través de las siete regiones planetarias en ambas vías. Los Dhyâni y Devas puros de las más antiguas religiones se convirtieron con el tiempo, entre los mazdeístas, en  los Siete Devas, los ministros de Ahriman, “cada uno encadenado a su planeta”; para los brahmanes, los Asuras y algunos de los Rishis - buenos, malos e indiferentes; entre los gnósticos egipcios Thoth o Hermes era el jefe de los Siete, cuyos nombres son dados por Orígenes como Adonai, genio del Sol; Tao, de la Luna; Eloi, de Júpiter; Sabaoth, de Marte; Orai, de Venus; Astaphai, de Mercurio, e Ildabaoth (Jehovah), de Saturno. Finalmente, el Pistis-Sophia, que la más grande autoridad moderna sobre creencias gnósticas exotéricas, el difunto Mr. C. W,. King, menciona como “monumento precioso del Gnosticismo”; este antiguo documento es eco de las creencias arcaicas de las edades, aunque las desfigura para servir a fines sectarios. Los Regentes Astrales de las Esferas, los planetas, crearon las Mónadas, o Almas, de su propia substancia, con “las lágrimas de sus ojos y el sudor de sus tormentos”, dotando a las Mónadas con una chispa de su substancia, que es la Luz Divina. En los volúmenes III y IV se mostrará por qué estos “Señores del Zodíaco y de las Esferas” han sido transformados por la teología sectaria de los Ángeles Rebeldes de los cristianos, quienes los tomaron de los Siete Devas de los Magos, sin comprender el significado de la alegoría .
            
Como de costumbre, aquello que es, y era desde su principio, divino, puro y espiritual en su unidad primitiva, se convirtió -a causa de su diferenciación a través del prisma desfigurado de los conceptos del hombre- en humano e impuro, reflejando la naturaleza pecadora propia del hombre. De este modo, en el transcurso del tiempo, fue degradado el planeta Saturno por los adoradores de otros Dioses. Las naciones nacidas bajo Saturno -la judía, por ejemplo, para quien se convirtió en Jehovah después de haber sido considerado como hijo de Saturno, o Ilda-Baoth, por los ofitas, y en el Libro de Jasher- estaban en constante lucha con las nacidas bajo Júpiter, Mercurio o cualquier otro planeta que no fuera Saturno Jehovah; a pesar de las genealogías y profecías, Jesús el Iniciado (o Jehoshua) -el tipo de que fue copiado el Jesús “histórico”- no era de pura sangre judía, y por tanto, no reconocía a Jehovah; ni rendía culto a ningún Dios planetario fuera de su propio “Padre”, a quien conocía y con quien se comunicaba, como lo hacen todos los Iniciados elevados, “Espíritu con Espíritu y Alma con Alma”.
            
Esto puede apenas ponerse en duda, a menos que el crítico explique a satisfacción de todos las extrañas frases puestas en boca de Jesús, durante sus discusiones con los Fariseos, por el autor del Cuarto Evangelio:

            
Sé que sois de la semilla de Abraham...hablo de lo que he visto con mi Padre; y vosotros hacéis lo que habéis visto con vuestro Padre... ejecutáis los hechos de vuestro Padre... Sois de vuestro Padre, el Demonio... Él fue un homicida desde el principio, y no moraba en la verdad, porque en él no la hay. Cuando dice una mentira habla de sí mismo; pues es un mentiroso y el padre de ella .

            
Este “Padre” de los fariseos era Jehovah, pues era idéntico a Caín, a Saturno, a Vulcano, etc.; el planeta bajo el cual habían nacido y el Dios al que adoraban.
            
Es evidente que debe de haber en estas palabras y amonestaciones un significado oculto, aunque estén mal traducidas, puesto que son dichas por quien amenazó con el fuego del infierno a cualquiera que llamase simplemente Raca, necio, a su hermano. También es evidente que los planetas no son meras esferas brillando en el Espacio sin objeto alguno, sino que son los dominios de varios Seres desconocidos hasta ahora por los no iniciados, pero que, sin embargo, tienen una conexión misteriosa potente, no interrumpida, con los hombres y los globos. Cada cuerpo celeste es el templo de un Dios, y estos Dioses mismos son los templos de Dios, el Desconocido “No Espíritu”. Nada hay profano en el Universo. Toda la Naturaleza es un lugar consagrado, pues como dice Young:

            
Cada una de estas Estrellas es un templo.


            
De este modo puede mostrarse que todas las religiones exotéricas son copias falsificadas de la Enseñanza Esotérica. El clero es responsable de la reacción de nuestros tiempos en favor del Materialismo. Las últimas religiones exotéricas, adorando y obligando a las masas a rendir culto a las conchas vacías de los ideales paganos -personificados para fines alegóricos-, han convertido a los países occidentales en un Pandemónium, en que las clases elevadas adoran el becerro de oro, y a las masas inferiores e ignorantes se les hace rendir culto a un ídolo con pies de barro.

H.P. Blavatsky  D.S T II

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