Remontándonos desde nuestra edad a
la cuarta Raza raíz, pueden señalarse siempre iniciados que poseyeron
trascendentales facultades y conocimientos. Como la multiplicidad de asuntos
que hemos de tratar impide la introducción de un capítulo histórico que sin
embargo de su veracidad y exactitud repudiarían de antemano por blasfemo y
quimérico la Iglesia y la Ciencia, esbozaremos tan sólo la cuestión. La Ciencia
excluye a su capricho y talante docenas de nombres de héroes de la antigüedad,
tan sólo porque en su historia hay rasgos míticos demasiado vigorosos; al par
que la Iglesia insiste en que los patriarcas bíblicos son personajes
históricos, y llama “históricos canales y agentes del Creador” a sus siete
“Ángeles de las estrellas”. Ambas tienen razón, puesto que cada cual cuenta con
numerosos partidarios. La humanidad es, a lo sumo, un triste rebaño panúrgico
que ciegamente sigue el pastor que la conduce en determinado momento. La
humanidad, al menos en mayoría, no gusta de pensar por sí misma; y toma por
insulto la menor invitación a salir, ni un instante siquiera, de los caminos
trillados, para entrar por su pie en nuevos senderos de distinto rumbo. Dadle a
resolver un problema grave, y si sus matemáticos no gustan de estudiarlo, el
vulgo familiarizado con las Matemáticas quedará con la vista fija en la
cantidad desconocida, y al enmarañarse entre las x y las y volverá la
espalda, tratando de hacer pedazos al importuno perturbador de su nirvana
mental. Esto no entra por mucho en el fácil éxito que la Iglesia romana logra
en la conversión de los numerosos protestantes y librepensadores nominales que
jamás se tomaron la molestia de pensar por sí mismos acerca de los más
importantes y pavorosos problemas concernientes a la interna naturaleza del
hombre.
Débiles en verdad serían nuestros
esfuerzos si desdeñáramos la evidencia de los hechos, el testimonio de la
historia y los continuos anatemas de la Iglesia contra la “magia negra” y los
magos de la maldita raza de Caín. Cuando por tiempo de dos milenios una
institución humana no ha cesado de levantar su voz contra la magia negra, no puede caber duda alguna de su
existencia; pero forzoso es admitir también la magia blanca en oposición y antítesis, de la misma manera que la moneda
falsa supone necesariamente la legítima.
La naturaleza es dual en todas sus
obras, y la eclesiástica persecución contra la magia negra debiera haber
abierto los ojos de las gentes hace muchos años. Aunque muchos viajeros se han
apresurado a falsear los hechos relativos a las extraordinarias facultades de que
están dotados ciertos hombres de países “paganos”, y a pesar del afán de
inferir erróneas consecuencias de semejantes hechos, llamando –usando un viejo
proverbio- “al cisne blanco ganso negro”, tenemos el testimonio de los
misioneros católicos que los atestiguan, aunque los atribuyan colectivamente a
ciertos motivos; y no porque ellos prefieran ver obra satánica en las
manifestaciones de cierta clase, la evidencia y existencia de esos poderes
puede ser desechada. Así los misioneros que han residido largos años en China,
y estudiaron atentamente cuantos hechos y creencias disputaban por impedimento
a la acción de su apostolado, y que se familiarizaron no tan sólo con la
religión oficial, sino también con las diversas sectas del país, admiten
unánimemente la existencia de hombres extraordinarios con quienes nadie puede
tratar, excepto el Emperador y ciertos magnates de la corte. Hace algunos años,
antes de la guerra tonkinesa, el arzobispo de Pekín [Peiping], en nombre de
algunos centenares de misioneros y fieles, comunicó a Roma el mismo informe que
sus antecesores dieran veinticinco años antes y que circuló profusamente por la
prensa clerical. A su entender habían sondeado el misterioso motivo de ciertas
diputaciones oficiales, que al arreciar el peligro envió el Emperador a sus Sheu y Kiuay, como los llama el vulgo.
Según el informe arzobispal, los Sheu y
Kiuay eran los genios de las montañas, dotados de los más milagrosos
poderes, a quienes el vulgo “ignorante” consideraba como protectores de China,
y los santos y “sabios” misioneros, como encarnación del poder satánico.
Los Sheu y Kiuay son hombres que se hallaron en un estado de existencia
distinto del de los hombres ordinarios, y del que tuvieron en sus cuerpos. Son
espíritus desencarnados, espectros y larvas que, sin embargo, viven con
objetiva forma en la tierra, y habitan en las asperezas de montañas,
inaccesibles a todo aquel que de ellos no obtiene permiso para visitarlos.
En el Tíbet ciertos ascetas son
llamados también Lha (espíritu) por
aquellos que no disfrutan de su trato. Los Sheu
y Kiuay que tanta consideración merecen al Emperador y filósofos, así como
a los confucianos que no creen en espíritus,
son sencillamente Lohanes o adeptos
que viven en solitarios retiros.
Mas parece como si (según se cree en
el Tíbet) la naturaleza se hubiera confabulado con la tradicional reserva de
los chinos, contra la profana curiosidad de los europeos. El famoso viajero
Marco Polo, ha sido tal vez el que más se internó en estos países. Repetiremos
ahora lo que de él dijimos en 1876.
El desierto de Gobi, y, de hecho, el
área total de la Tartaria independiente y el Tíbet está cuidadosamente
resguardado de extrañas incursiones. Aquellos a quienes se les consiente
atravesarlo, están bajo el especial cuidado y guía de ciertos agentes de la
suprema autoridad del país, comprometiéndose a no decir nada referente a los
sitios y personas al mundo exterior. A no ser por esa restricción, muchos
podrían aportar a estas páginas, interesantes relatos de exploraciones, aventuras
y descubrimientos. Tarde o temprano llegará el día en que, para mortificación
de nuestra moderna vanidad, la telárgica arena del desierto revele los secretos
durante tanto tiempo soterrados.
Dice Marco Polo el intrépido viajero
del siglo XIII: “Los naturales de Pashai son muy dados a la hechicería y
artes diabólicas”. Y su erudito editor, añade: “Este Pashai o Udyana, era la
comarca nativa de Padma Sambhava, uno de los principales apóstoles del
lamaísmo, o se el budismo tibetano, peritísimo en el arte de encantamiento. Las
doctrinas de Sakya, que en tiempos
antiguos prevalecieron en Udyana, se entreveraron vigorosamente de magia
siváitica, y los tibetanos consideran todavía aquella población como la tierra
clásica de la brujería y el hechizo”.
Los “tiempos antiguos” son
exactamente iguales a los “tiempos modernos”. Nada ha cambiado en lo tocante a
magia, sino que hoy es todavía más esotérica y está más oculta, pues las
precauciones de los adeptos crecen en directa proporción a la curiosidad de los
viajeros. Hiouen-Thsang dice que los habitantes del país: “Los hombres... son
aficionados al estudio, aunque no lo prosigan con ardor. La ciencia de las fórmulas mágicas ha llegado a ser para ellos una
profesión. No contradeciremos en este punto al venerable peregrino
chino, y aun queremos admitir que en el siglo VII,, en ciertos pueblos, fuese la magia una “profesión” como también puede
serlo hoy día; pero seguramente que no lo fue, ni lo es, entre los verdaderos
adeptos. Además, en aquel siglo, apenas había penetrado el buddhismo en el
Tíbet, y sus gentes habían caído en las hechicerías del Bhon, o sea la religión
anterior al lamaísmo. El piadoso y valiente Hiouen-Thsang, que cien veces
arriesgó la vida para tener la dicha de percibir la sombra de Buddha en la
gruta de Peshawar, no podía acusar de “profesionales de la magia” a los lamas y
monjes taumaturgos que se la hacían ver a los viajeros. Siempre debió acordarse
Hiouen-Thsang del mandato implícito en la respuesta que Gautama dio a su
protector el rey Prasenajit, quien le conjuraba a obrar milagros. “Gran rey”,
-respondió Gautama-, “yo no enseño la Ley a mis discípulos diciéndoles: sed
santos a la vista de los brahmanes y ciudadanos y con vuestros sobrenaturales
poderes obrad prodigios que hombre alguno pueda obrar; sino que cuando les
enseño la Ley, les digo: vivid santamente, ocultad
vuestras buenas obras, y mostrad vuestros pecados”.
Fascinado el coronel Yule por los
relatos de fenómenos mágicos que hicieran los viajeros que los habían
presenciado en la Tartaria y el Tíbet, dedujo que los naturales del país debían
haber dispuesto de “toda la moderna enciclopedia espiritista”. Duhalde menciona
entre estas hechicerías el arte de producir en
el aire, mediante invocaciones, la figura del filósofo chino Lao-Tse, y las
de las divinidades, así como hacer que un
lápiz escribiera las respuestas a ciertas preguntas sin que nadie lo tocara.
Dichas invocaciones, corresponden a
los misterios religiosos de los templos, y estaban rigurosamente prohibidas, considerándose
como nigromancia y hechicería cuando
se profanaban con propósito de lucro.
El arte de hacer que un lápiz escriba sin manejo visible, se conocía ya en
China antes de la era cristiana, y es el abecé de la magia de aquellos países.
Cuando Hiouen-Thsang quiso adorar la
sombra de Buddha, no recurrió a “magos de profesión”, sino al poder invocativo
de su propia alma; al poder de la plegaria, de la fe y de la contemplación. Tdo
estaba lúgubremente oscuro en los alrededores de la cueva en donde varias veces
se había operado ya el prodigio. Hiouen-Thsang entró, empezó sus devociones, y
como llevara ya recitados cien laudes sin ver ni oír cosa alguna, creyóse
demasiado pecador y se desesperó con amargos lamentos. Pero cuando ya estaba a
punto de abandonar toda esperanza, percibió en la pared oriental de la cueva
una débil luz que se desvaneció muy luego. Renovó entonces sus plegarias
henchido ya de esperanza, y otra vez vio brillar y desaparecer la luz, por lo
que hizo voto solemne de no salir de la gruta hasta ver la sombre del
“Venerable de la Edad”. Algún tiempo hubo de esperar para ello, porque sólo al
cabo de doscientas preces quedó la gruta repentinamente “inundada de luz, y la
refulgente sombra de Buddha apareció majestuosamente, como cuando se desgarran
de súbito las nubes, dejando ver la maravillosa imagen de la “Montaña de Luz”.
Rutilante y esplendorosa claridad iluminaba el divino semblante. Hiouen-Thsang,
arrobado de admiración, no apartaba la vista de aquel espectáculo
incomparablemente sublime”. Hiouen-Thsang añade en su diario See-yu-kee: que sólo cuando el hombre
ora con fe sincera y recibe de lo alto indefinible emoción, es capaz de ver
claramente la sombra, aunque no pueda disfrutar por mucho rato de la visión
(Max Müller, Buddhist Pilgrims).
De uno a otro extremo está el país
lleno de místicos, filósofos, religiosos, santos, buddhistas y magos. Es
unánime la creencia en un mundo espiritual, poblado de seres invisible, que en
determinadas ocasiones se aparecen objetivamente a los mortales. Dice J:J:
Schmidt: “Según creencia de las naciones del Asia Central, la tierra y su
interior, así como la circundante atmósfera, están llenas de seres espirituales
que ejercen ya benéfica, ya maléfica influencia, en el conjunto de la
naturaleza orgánica e inorgánica... Especialmente hay desiertos, y otros
parajes agrestes y deshabitados, en que las influencias de la naturaleza se
despliegan con terrible y gigantesca escala, pues son residencia predilecta o
lugar de cita de espíritus malignos; y por ello las estepas del Turán, y en
particular el gran desierto de Gobi, fueron tenido desde tiempo inmemorial por
morada de seres maléficos”.
Los tesoros descubiertos por el
doctor Schliemann en Micena, han despertado la codicia pública y muchos
especuladores aventureros se sintieron atraídos hacia los lugares donde en
criptas o grutas, debajo de la arena o en yacimientos de aluvión, suponían
enterradas las riquezas de pueblos antiguos. De ningún otro país, ni aun del
Perú, hay tantas tradiciones como respecto del desierto de Gobi. En la Tartaria
Independiente, hoy árido mar de movediza arena, asentóse, si no engañan los
informes, uno de los más poderosos Imperios que haya conocido el mundo. Dícese
que bajo la superficie yace tal riqueza de oro, joyas, estatuas, armas,
utensilios y cuanto supone civilización, lujo y arte exquisito, que ninguna
ciudad del occidente cristiano podría igualarla. Las arenas del Gobi se
trasladan regularmente de Este a Oeste, impelidas por las impetuosas galernas
que soplan sin cesar. De cuando en cuando queda al descubierto algún tesoro;
mas ningún indígena osa tocarlo, porque la religión entera está bajo el dominio
de un potente hechizo. Pena de muerte tendría quien tal osara. Los Bahti,
horribles pero fidelísimos gnomos, celan los ocultos tesoros de aquel pueblo
prehistórico, en espera del día en que la revolución cíclica de los tiempos
resucite su memoria para enseñanza de la humanidad.
Adrede hemos citado los anteriores
párrafos de Isis sin Velo para avivar
los recuerdos del lector. Precisamente acaba de transcurrir uno de los períodos
cíclicos; y no hemos de esperar el término del Mahâ Kalpa para que se nos
revele parte de la historia del misterioso desierto, a despecho de los Bahti, y
de los no menos “horribles” Râkshasas de la India. En lo cuatro tomos
anteriores de esta obra no hemos explicado cuentos ni ficciones, a pesar del
desorden de exposición que la autora no tiene reparo en confesar, libre como
está de toda vanidad.
Es opinión generalmente admitida hoy
día, que desde tiempo inmemorial fue el lejano Oriente, y sobre todo la India,
tierra clásica de la erudición y la sabiduría. No obstante, se negó por mucho
tiempo que las artes y ciencias hubieran nacido en la tierra de los arios.
Desde la Arquitectura hasta el Zodíaco, toda ciencia digna de este nombre se
supuso inventada por los misteriosos yavanas griegos, según opinan aún algunos
orientalistas. Por lo tanto, lógico es que también se le haya negado a la India
hasta el conocimiento de las ciencias ocultas, fundándose en que en éste, se
conoce menos que en cualquier otro pueblo antiguo, su práctica general. Esto es
así, sencillamente porque:
Entre los indos era y aún es la
magia más esotérica, si cabe, que entre los sacerdotes egipcios. Tan por
sagrada la tenían, que sólo la practicaban en casos de necesidad pública, y por
ello las gentes no estaban muy seguras de que existiese. Era mucho más que una materia de religión; pues se la consideraba (y
todavía se la considera) divina. Los hierofantes egipcios, a pesar de su
pura y severa moralidad, no podían compararse con los ascéticos gimnósofos, en
cuanto a santidad de vida y taumatúrgicas facultades en ellos desarrolladas por
su sobrenatural renuncia a todo lo terreno. Quienes cercanamente los conocían,
los reverenciaban en mucho mayor grado que a los magos de Caldea. “Se negaban
la más mínima comodidad de vida y moraban en la eremítica soledad de las
selvas”, mientras que sus hermanos egipcios al menos vivían en comunidad.
No obstante el estigma con que se señala a magos y adivinos, la historia ha
reconocido que poseían muy valiosos secretos de medicina y eran
insuperablemente hábiles en su ejercicio. Se conservan numerosos libros de
mahatmas indos, que dan prueba de su saber. A los eruditos escrupulosos, les
parecerá simple especulación afirmar que los gimnósofos fueron los verdaderos
fundadores de la magia en India, o que recibieron sus prácticas, en herencia,
de los primitivos Rishis (los siete sabios primievales).
Sin embargo, hemos de intentarlo.
Todo cuanto acerca de Magia se dijo en Isis
sin Velo, fue expuesto a modo de indicación; y como la materia tuvo que
diluirse sin ordenamiento en dos grandes volúmenes, perdió para el lector mucha
parte de su importancia. Pero aquellas indicaciones tendrán ahora mayor amplitud.
Nunca será ocioso repetir que la Magia es
tan antigua como el hombre. Ya no es posible llamarlo por más tiempo
charlatanería o alucinación, desde que a sus ramas menores, tales como el
mesmerismo, ahora llamado “hipnotismo”, la “sugestión”, “lectura del
pensamiento”, y demás nombres usados para evitar el verdadero, son seriamente
estudiadas por los más famosos físicos y biólogos de Europa y América. La magia
está indisolublemente ligada con la religión de cada país y es inseparable de
su origen. La Historia no puede citar tiempo alguno en que fuese desconocida la
magia, ni fijar la época en que empezó a conocerse, a menos de recurrir a las
doctrinas preservadas por los iniciados. Tampoco la ciencia resolverá el
problema del origen del hombre, mientras rechace la evidencia de los
antiquísimos archivos del mundo, y repugne recibir de los legítimos guardianes
de los misterios de la Naturaleza, la clave del simbolismo universal. Siempre
que un autor trató de relacionar el origen de la magia con determinado país o
tal o cual suceso histórico, vinieron nuevas indagaciones a destruir el
fundamento de sus hipótesis. Sobre este punto, se contradicen lastimosamente
los mitólogos. Algunos atribuyen al sacerdote y rey escandinavo Odín, el origen
de la magia hacia el año 70 antes de J. C., sin tener en cuenta que de ella
habla repetidamente la Biblia.
Probado que los misteriosos ritos de las sacerdotisas Valas precedieron de
mucho a la época de Odín , volviéronse los mitólogos hacia Zoroastro,
considerándole como el fundador de los ritos mágicos; pero Amiano Marcelino,
Plinio y Arnobio, con otros historiadores antiguos, han indicado que Zoroastro
fue tan sólo un reformador .
Así pues, los que nada quieren saber
de ocultismo ni de espiritismo, tachándolos de absurdos e indignos de examen
científico, no tienen derecho a decir que han estudiado a los antiguos o que
los hayan entendido por completo, si acaso los estudiaron. Tan sólo quienes se
creen más sabios que sus contemporáneos, los que presumen conocer cuanto
conocieron los antiguos, y saber hoy mucho más, se arrogan autoridad para
burlarse de lo que llaman necias supersticiones de otros tiempos. Estos son los
que se engríen de haber descubierto un gran secreto al afirmar que el vacío
sarcófago real, ahora vacío de su monarca iniciado, fue una medida de
capacidad, y la pirámide que lo encierra un granero, ¡tal vez una bodega!.
La sociedad moderna llama charlatanería a la magia, por la simple afirmación de
algunos científicos; pero hay actualmente ochocientos millones de personas que
creen en ella; y más de veinte millones de hombres y mujeres, de sano juicio y
no vulgar entendimiento, que creen en la magia con el nombre de espiritismo. En
ella creyeron los sabios, filósofos y profetas del mundo antiguo. ¿Dónde está
el país en que no fuera practicada? ¿En qué época ha desaparecido, en nuestra
propia nación? Tanto en el viejo como en el nuevo continente (el primero mucho
más joven que el segundo) la ciencia de las ciencias fue conocida y practicada,
desde tiempos remotísimos. Los mejicanos tenían sus iniciados, magos,
sacerdotes, hierofantes y criptas de iniciación. Se han exhumado en Méjico dos
estatuas precolombianas, una de las cuales representa a un adepto mejicano en
la postura ritualística de los ascetas indos, y la otra a una sacerdotisa
azteca con la cabeza adornada exactamente como las diosas de la India. Por otra
parte, las "medallas guatemaltecas" ostentan el "Árbol del
Conocimiento” (con sus centenares de ojos y orejas, simbólicos de la vista y
oído) rodeados por la “Serpiente de la Sabiduría” en actitud de susurrar al
oído del ave sagrada. Bernardo Díaz de Castilla, oficial de Hernán Cortés, da
alguna idea del exquisito refinamiento, de la viva inteligencia y potente
civilización, así como de las artes mágicas, del pueblo que los españoles
sometieron. Sus pirámides son como las egipcias, construidas según las mismas
secretas reglas de proporción, denotando que la civilización y sistema
religioso de los aztecas se deriva, en más de un aspecto, de la misma fuente
que el de los egipcios y de sus antecesores los indos. En los tres pueblos se
cultivaron en sumo grado los arcanos de la magia, o filosofía natural. Porque
natural, y no sobrenatural, era todo lo concerniente a ella; y así lo
consideraron muy acertadamente los an6tiguos, según demuestra lo que Luciano
afirma de Demócrito, el “filósofo burlón”, diciendo:
No creía [en milagros]... pero se
aplicó a descubrir el procedimiento por el cual los taumaturgos los operan; en
una palabra, su filosofía le llevó a deducir que la magia se limitaba a imitar
y aplicar las leyes operantes en la naturaleza.
¿Quién podrá calificar, pues, de
“superstición” a la magia de los antiguos?
[Sobre este particular] la opinión
del [Demócrito] “filósofo burlón” tiene mucha importancia, pues fueron sus
maestros los magos que Jerjes dejó en Abdera; y además durante largo tiempo
habían aprendido magia de los sacerdotes egipcios . Por espacio de noventa
años, de los ciento nueve de su vida, hizo experimentos este gran filósofo,
anotando sus comprobaciones en un libro que según Petronio trataba de la naturaleza. Y aunque no creía y rechazaba los
milagros, afirmaba que aquellos autenticados por testigos oculares, habían y
podían haber tenido lugar, puesto que todos, aun los más portentosos, eran efecto de las “ocultas leyes de la naturaleza” ... Añádase a esto que Grecia,
“última cuna de las ciencias y las artes”, y la India, semillero de religiones,
fueron, y ésta lo es todavía, muy aficionadas al estudio y práctica de la
magia: y ¿quién podrá aventurarse a considerarla indigna de estudio ni a
negarle honores de ciencia?.
Ningún verdadero teósofo hará nunca
tal, porque como miembro de nuestra gran corporación orientalista, sabe
indudablemente que la Doctrina Secreta de Oriente contiene el alfa y el omega
de la ciencia universal; que en sus enigmáticos textos, bajo el frondoso y a
veces demasiado exuberante desarrollo del simbolismo alegórico, yacen ocultas
la piedra angular y la clave de bóveda de toda antigua y moderna sabiduría. Esa
Piedra, traída por el Divino Arquitecto, es la que hoy rechaza el en demasía
humanizado operario; porque en su letal materialismo, ha perdido todo recuerdo
no sólo de su santa infancia, sino también de su adolescencia, de cuando era él
mismo uno de los constructores; y cuando “las estrellas matutinas cantaban a
coro y los Hijos de Dios se henchían de júbilo” después de dar las medidas para
los cimientos de la tierra, según dijo en poético lenguaje, de significación
profunda, el patriarca Job, el iniciado árabe. Pero aquellos que todavía son
capaces de dar sitio en su Yo interior al Divino Rayo, y que por lo tanto
aceptan con humilde fe los datos de las ciencias ocultas, saben perfectamente
que en esa Piedra está encerrado el absoluto filosófico, que es la clave de los
oscuros problemas de la Vida y de la Muerte, algunos de los cuales se explican,
hasta cierto punto, en esta obra.
La autora conoce de sobra las
enormes dificultades que ofrece la exposición de tan abstrusas cuestiones, y los
riesgos de la tarea. A pesar de que es un insulto a la naturaleza humana
motejar de impostura a la verdad, vemos cómo tal se hace y acepta diariamente;
pues toda verdad oculta ha de sufrir negación, y sus defensores martirio, antes
de lograr el general asenso; y aun entonces suele ser
Corona de espinas, con apariencia de
guirnalda de oro.
Las verdades subyacentes en los misterios ocultos
serán imposturas para mil lectores, y uno tan sólo podrá estimarlas en su
valor. Esto es muy natural, y el único medio de evitarlo, sería que todo
ocultista se comprometiese a observar el “voto de silencio” de los pitagóricos,
y renovarlo cada cinco años; pues de otro modo la sociedad llamada culta (cuyos
dos tercios se consideran obligados a creer que, desde la aparición del primer
adepto, medio mundo engaña al otro medio) afirmaría su hereditario y
tradicional derecho de apedrear al intruso. Aquellos críticos benévolos, que
con mayor viveza promulgan el ya famoso axioma de Carlyle cuando dijo de sus
compatriotas que “en su mayoría estaban locos”, pero que toman la precaución de
incluirse en las afortunadas excepciones de esta regla, derivarán de la
presente obra un más firme convencimiento del triste hecho de que la raza
humana está compuesta de bribones e idiotas de nacimiento. Pero esto poco
importa. La reivindicación de los ocultistas y de su ciencia Arcaica se está
preparando lenta y firmemente en el corazón de la sociedad, hora por hora, día
por día, año por año, en forma de dos ramas monstruosas, dos brotes descarriados
del tronco de la Magia: el espiritismo y la iglesia romana. Los hechos se abren
camino a menudo entre las ficciones. Las varias modalidades del error,
constriñen cual enorme boa al género humano, intentando ahogar con sus
terribles anillos toda aspiración a la verdad y toda ansia de luz. Pero el
error sólo tiene superficial potencia; porque la Naturaleza oculta circuye el
globo entero en todos sentidos, sin excepción de un solo punto. Y sea por
fenómenos o por milagros, por cebo de espíritu o por báculo episcopal, el
ocultismo triunfará antes de que nuestra era alcance el “triple septenario de
Shani (Saturno)” del ciclo occidental, en Europa; o sea antes de terminar el
siglo XXI.
Verdaderamente, el barbecho del
remoto pasado no está muerto; tan sólo reposa. El esqueleto de los sagrados
robles druídicos aun puede retoñar de sus secas ramas y renacer a nueva vida,
como brotó “hermosa cosecha” del puñado de trigo hallado en el sarcófago de una
momia cuatrimilenaria. ¿Y por qué no? La verdad es mucho más extraordinaria que
la ficción. Cualquier día puede vindicarse inopinadamente y humillar la
arrogante presunción de nuestra época, probando que la Fraternidad Secreta no
se extinguió con los filaleteos de la última escuela ecléctica; que todavía
florece la Gnosis en la tierra, y que son muchos sus discípulos, aunque
permanezcan ignorados. Todo esto puede llevarlo a cabo uno, o varios de los
grandes Maestros que visitan a Europa, poniendo en evidencia a su vez a los
presuntuosos difamadores y detractores de la Magia. Varios autores de nota han
mencionado tales Fraternidades Secretas y de ellas se habla en la Real Enciclopedia Masónica, de
Mackenzie. Así pues, ante los millones de gentes que niegan, la autora no puede
por menos de repetir lo que ya dijo en Isis
sin Velo:
Los
“adeptos” han podido ocultarse con mucha mayor facilidad, por cuanto la opinión
general los mira [a los iniciados] como ficciones de novela...
Los Saint-Germain y Cagliostros de
este siglo siguen otra táctica, aleccionados por los sarcasmos y persecuciones
de pasadas épocas.
Estas
proféticas palabras se escribieron en 1876 y se comprobaron en 1886. Aún
podemos añadir sin embargo:
Hay muchas de estas místicas
Fraternidades que nada tienen que ver con los países “civilizados”. En sus ignoradas
comunidades se ocultan las reliquias del pasado. Estos “adeptos” podrían, si
quisieran, reivindicar una maravillosa serie de antepasados y presentar
documentos justificativos que aclararían muchas páginas oscuras tanto de la
historia sagrada como de la profana. Si los Padres de la Iglesia hubiesen
tenido la llave de los escritos hieráticos y conocido el secreto de los
simbolismos egipcios e indos, no hubieran dejado sin mutilar ni un solo
monumento de la antigüedad.
Pero hay en el mundo otra categoría
de adeptos, pertenecientes asimismo a una fraternidad, y más poderosos que
ninguno de los que conocen los profanos. Muchos de ellos son personalmente
buenos y benévolos, y aun santos y puros en ocasiones; pero como colectivamente
persiguen, sin descanso y con resuelto propósito, un fin particular y egoísta,
deben ser clasificados entre los adeptos del negro arte. Estos son los monjes y
clérigos católicos romanos, que, desde la Edad Media, descifraron la mayor
parte de los escritos hieráticos y simbólicos. Son mucho más eruditos que jamás
lo serán los orientalistas en simbología secreta y religiones antiguas; y como
personificación de la astucia y de la maña, cada uno de tales adeptos retiene
fuertemente la clave en sus cerradas manos, y cuida de que no se divulguen los
secretos mientras puede impedirlo. Hay en Roma y por toda Europa y América,
cabalistas mucho más profundos de lo que pudiera imaginarse. De modo que las
públicas “hermandades” de adeptos “negros”, entrañan para los países protestantes
mayor peligro, por su gran poder, que una hueste de ocultistas orientales. ¡Y
las gentes se ríen de la magia! ¡Y los fisiólogos y biólogos escarnecen su
poder, y aun la creencia en lo que el vulgo llama “hechicería” y “magia negra”!
Los arqueólogos tienen en Inglaterra su Stonehenge con millares de secretos, y
sus gemelos Karnac de Bretaña, y sin embargo, ninguno de ellos sospecha lo que
ha sucedido en sus criptas, y en sus misteriosos rincones, durante el pasado
siglo. Ni siquiera conocen las “salas mágicas” de Stonehenge, en donde ocurren
curiosas escenas, cuando hay un nuevo converso en perspectiva. En la
Salpêtrière se han hecho, y se están haciendo cada día, centenares de
experimentos, sin contar los que privadamente realizan hábiles hipnotizadores. Está
probado que al volver a su estado normal, los sujetos olvidan completamente
cuanto hallándose ellos hipnotizados les ordenó ejecutar el hipnotizador, desde
el acto sencillísimo de beberse un vaso de agua hasta el asesinato simulado,
que es a lo que la ciencia llama ahora “actos sugeridos”. Sin embargo, el acto
que se le ordenó, sea cual sea y cualquiera que fuese el período fijado por el
hipnotizador a cuya voluntad está sometida la persona (que por ello se llama
sujeto), como pájaro fascinado que al fin cae en las fauces de la serpiente que
lo fascina; o peor aún, pues el pájaro conoce el peligro y lo resiste aunque
sin poder vencerlo, mientras que el hipnotizado lejos de rebelarse parece
seguir su propia y libérrima voluntad. ¿Qué sabio europeo de los que creen en
semejantes experimentos científicos
(y pocos son los que no estén ya convencidos de su realidad), dirá que son de
magia negra? Sin embargo, en esto consistió la genuina e innegable hechicería
y fascinación de los antiguos. No de otro modo proceden los Mûlukurumbas de
Nîlgiri en sus hechizos cuando se proponen aniquilar a un enemigo; y los dugpas
de Sikkim y Bhûtan no disponen de otro agente más poderoso que su voluntad. En ellos, esa voluntad no es
de caprichosos tanteos y vagos impulsos, sino certero propósito y seguro
resultado, independiente de la mayor o menor receptividad y emotividad nerviosa
del “sujeto”. Escogida la víctima y puesto en
relación con ella, el fluido del dugpa produce infalible efecto, porque su
voluntad está inmensamente más vigorizada que la del hipnotizador europeo
(brujo inconsciente con propósitos
científicos), quien no tiene idea (ni cree por lo tanto) de la potente
multiplicidad de métodos empleados en el mundo antiguo por los magos negros conscientes, de Oriente y Occidente,
para desarrollar esta facultad.
Y ahora cabe preguntar abierta y
escuetamente: ¿Por qué los fanáticos y celosos sacerdotes, ansiosos de
convertir a gente rica e influyente, no habrían de emplear para ello los mismos
procedimientos que con sus sujetos los hipnotizadores franceses? La conciencia
del sacerdote católico queda probablemente tranquila con ello, porque no
trabaja personalmente con fines
egoístas, sino con el objeto de “salvar un alma” de la “eterna condenación”. A
su parecer, si en ello hay magia, es santa, meritoria y divina. A tanto alcanza
la fuerza de la fe ciega.
De aquí que cuando respetables
personas de elevada posición social e irreprensible conducta y fidedigna
veracidad, nos han asegurado que hay muy bien organizadas sociedades de
sacerdotes católicos, que con pretexto de espiritismo y mediumnidad celebran
sesiones con el fin de convertir a determinadas personas por sugestión, ya
directa, ya a distancia, respondemos: Lo sabemos. Y cuando además se nos
informa de que cuando los sacerdotes hipnotistas desean cobrar ascendiente
sobre algún individuo cuya conversión les interesa, se retiran a un
subterráneo, destinado especialmente a esto, es decir, a ceremonias mágicas, y
puestos en círculo lanzan las combinadas fuerzas de su voluntad hacia la
persona elegida, y repitiendo el procedimiento acaban por subyugar a su
víctima; respondemos de nuevo muy probablemente: En efecto, sabemos que tales
son las ceremonias de hechicería, ya se practiquen en Stonehenge, ya en otra
parte. Lo sabemos por experiencia personal; y también porque varios de los
mejores amigos queridos nuestros ingresaron en el “benigno” seno de la iglesia
romana, atraídos por semejantes medios. Así es que podemos dejar de reírnos
compasivamente de la ignorancia y terquedad de los ilusos experimentadores, que
por una parte creen en el poder hipnótico de Charcot y sus discípulos para
“hechizar”, y por otra sonríen desdeñosamente cuando se les habla de los
poderes de la magia negra. El abate cabalista Eliphas Levi, fallecido antes de
que la ciencia y la Facultad de Medicina de Francia aceptaran el hipnotismo y
la influencia por sugestión entre sus
experimentos científicos, decía lo siguiente, hace veinticinco años, acerca de
“Los Hechizos y Sortilegios” en su Dogma
y Ritual de la Magia Superior:
Lo que ante todo buscaban los
hechiceros y nigromantes al evocar el espíritu del mal, era ese magnético
poder, cualidad normal del verdadero adepto, que deseaban alcanzar para
siniestros fines... Una de sus mayores ansias era el poder de hechizo, o sea el
de ejercer las deletéreas influencias, que cabe comparar a verdaderas ponzoñas
transmitidas por una corriente de luz astral. Mediante ciertas ceremonias
exaltaban su voluntad hasta el punto de hacerla venenosa a distancia...
...Dijimos en nuestro “Dogma” lo que
opinábamos acerca de los hechizos mágicos, y cómo este poder era indudablemente
real y de sumo peligro. El verdadero mago hechiza sin ceremonia alguna, por su
sola desaprobación, a aquellos cuya conducta no le satisface o a quienes cree
merecedores de castigo. Aun al perdonar a los que le han injuriado, los
hechiza, y los enemigos de los adeptos no quedan por mucho tiempo impunes.
Ejemplos hemos visto de los infalibles efectos de esta ley. Siempre perecieron
miserablemente los verdugos de los mártires; y los adeptos son mártires de la
inteligencia. La providencia [Karma], parece despreciar a quienes los
desprecian, y sentencia a muerte a los que intentan quitarles la vida. La
leyenda del Judío errante, es la poetización popular de este arcano. Un pueblo
crucificó a un sabio, y este pueblo oye la voz de ¡anda! Como imperativo mandato, cada vez que intenta reposar un
momento. Este pueblo queda sujeto desde entonces a tal condena; queda
enteramente proscrito y escucha siglo tras siglo el grito de ¡anda!, ¡anda!,
sin jamás hallar piedad ni descanso.
Tal vez se replique diciendo que
todo esto son “fábulas supersticiosas”. Sea así. Ante el letal aliento de
indiferencia y egoísmo que planea sobre la tierra, todo hecho molesto se
convierte en ficción insignificante, y las ramas del en otro tiempo verdeciente
Árbol de la Verdad se marchitan y pierden la espiritual lozanía de su primitivo
concepto. Los simbologistas modernos sólo son agudos al ver emblemas sexuales
de adoración fálica aun en lo que nunca tuvo tal significado; mas para el
verdadero estudiante de ciencias ocultas, la magia blanca o divina no puede
existir en la Naturaleza sin el contrapeso de la negra, como no hay días sin
noches, ya sean de doce horas o de seis meses de duración. Para él todo en la
Naturaleza tiene algo oculto, un aspecto luciente y otro tenebroso. Las
pirámides egipcias y los robles druídicos, los dólmenes y los árboles sagrados,
plantas y minerales, todo entrañaba significación profunda y sacras verdades de
sabiduría, cuando el archidruida practicaba sus curas y hechizos mágicos,
cuando el hierofante egipcio evocaba el “amable espectro” de Cehmnu, la
femenina y fantástica creación de los antiguos, presentados para poner a prueba
mediante la angustia la fortaleza de ánimo del candidato a la iniciación
simultáneamente con el último y angustiosos grito de su terrenal naturaleza
humana. Verdaderamente la magia ha perdido su nombre y con él su derecho a que
se la reconozca; pero subsiste en la práctica, según prueban de su progenie las
conocidas frases de “influencia magnética”, “,magia de la palabra”,
“fascinación irresistible”, “auditorios subyugados como por un hechizo”, y
otras de la misma estirpe que todos emplean, aunque ignorante de su verdadero
significado. Sin embargo, los efectos de la magia están más determinados y
definidos en las congregaciones religiosas, tales como los reformadores, los
metodistas negros y los salvacionistas, quienes la apellidan “acción y gracias
del Espíritu Santo”.
Lo cierto es que la magia vibra plenamente todavía en el
género humano, por más que la ciega multitud no se percate de su silente acción
y de su sigilosa influencia en los individuos; por más que la ignorante masa
general de la sociedad, no advierta los maléficos y benéficos efectos que
produce día tras día, y hora por hora. Lleno está el mundo de magos
inconscientes, así en la vida ordinaria como en la política, en el clero y aun
en las fortalezas del libre pensamiento. La mayor parte de estos magos son
“hechiceros” desgraciadamente, no en metáfora, sino en escueta realidad, a
causa de su peculiar egoísmo, su carácter vengativo, envidiosos y maléfico. El
verdadero estudiante de magia, que sabe la verdad, los mira compasivamente; y
si tiene prudencia, calla; porque cada esfuerzo que haga para curar la
universal ceguera, tendrá por única recompensa la ingratitud, la calumnia y
maledicencia que, incapaces de alcanzarle, reaccionarán contra quienes mal le
deseen. La mentira y la calumnia, que es una mentira dentellada por el odio y
la falsedad, son su suerte, y muy luego le destrozan en premio de haber deseado
difundir la luz.
Bastante hemos dicho a nuestro
entender para demostrar que no es novelesca ficción la existencia universal de
una Doctrina Secreta en paridad con los métodos prácticos de la magia. Todo el
mundo antiguo conoció este hecho, que ha subsistido en Oriente y con
particularidad en la India. Si la magia es ciencia, naturalmente ha de tener
sus profesores o adeptos. Poco importa que los guardianes del Saber Sagrado
vivan todavía en carne humana, o se les considere como mitos. Su filosofía ha
de triunfar por sí misma, independientemente de cualesquiera adepto. Porque
según las palabras que el sabio Gamaliel dirigió al Sanhedrín: “Si esta
doctrina es falsa, perecerá por sí misma; pero si es verdadera perdurará sin
que nada pueda destruirla”.
H.P. Blavatsky D.S TV
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