sábado, 30 de julio de 2016

Examen Preliminar

          

Remontándonos desde nuestra edad a la cuarta Raza raíz, pueden señalarse siempre iniciados que poseyeron trascendentales facultades y conocimientos. Como la multiplicidad de asuntos que hemos de tratar impide la introducción de un capítulo histórico que sin embargo de su veracidad y exactitud repudiarían de antemano por blasfemo y quimérico la Iglesia y la Ciencia, esbozaremos tan sólo la cuestión. La Ciencia excluye a su capricho y talante docenas de nombres de héroes de la antigüedad, tan sólo porque en su historia hay rasgos míticos demasiado vigorosos; al par que la Iglesia insiste en que los patriarcas bíblicos son personajes históricos, y llama “históricos canales y agentes del Creador” a sus siete “Ángeles de las estrellas”. Ambas tienen razón, puesto que cada cual cuenta con numerosos partidarios. La humanidad es, a lo sumo, un triste rebaño panúrgico que ciegamente sigue el pastor que la conduce en determinado momento. La humanidad, al menos en mayoría, no gusta de pensar por sí misma; y toma por insulto la menor invitación a salir, ni un instante siquiera, de los caminos trillados, para entrar por su pie en nuevos senderos de distinto rumbo. Dadle a resolver un problema grave, y si sus matemáticos no gustan de estudiarlo, el vulgo familiarizado con las Matemáticas quedará con la vista fija en la cantidad desconocida, y al enmarañarse entre las x y las y volverá la espalda, tratando de hacer pedazos al importuno perturbador de su nirvana mental. Esto no entra por mucho en el fácil éxito que la Iglesia romana logra en la conversión de los numerosos protestantes y librepensadores nominales que jamás se tomaron la molestia de pensar por sí mismos acerca de los más importantes y pavorosos problemas concernientes a la interna naturaleza del hombre.
            
Débiles en verdad serían nuestros esfuerzos si desdeñáramos la evidencia de los hechos, el testimonio de la historia y los continuos anatemas de la Iglesia contra la “magia negra” y los magos de la maldita raza de Caín. Cuando por tiempo de dos milenios una institución humana no ha cesado de levantar su voz contra la magia negra, no puede caber duda alguna de su existencia; pero forzoso es admitir también la magia blanca en oposición y antítesis, de la misma manera que la moneda falsa supone necesariamente la legítima. 
La naturaleza es dual en todas sus obras, y la eclesiástica persecución contra la magia negra debiera haber abierto los ojos de las gentes hace muchos años. Aunque muchos viajeros se han apresurado a falsear los hechos relativos a las extraordinarias facultades de que están dotados ciertos hombres de países “paganos”, y a pesar del afán de inferir erróneas consecuencias de semejantes hechos, llamando –usando un viejo proverbio- “al cisne blanco ganso negro”, tenemos el testimonio de los misioneros católicos que los atestiguan, aunque los atribuyan colectivamente a ciertos motivos; y no porque ellos prefieran ver obra satánica en las manifestaciones de cierta clase, la evidencia y existencia de esos poderes puede ser desechada. Así los misioneros que han residido largos años en China, y estudiaron atentamente cuantos hechos y creencias disputaban por impedimento a la acción de su apostolado, y que se familiarizaron no tan sólo con la religión oficial, sino también con las diversas sectas del país, admiten unánimemente la existencia de hombres extraordinarios con quienes nadie puede tratar, excepto el Emperador y ciertos magnates de la corte. Hace algunos años, antes de la guerra tonkinesa, el arzobispo de Pekín [Peiping], en nombre de algunos centenares de misioneros y fieles, comunicó a Roma el mismo informe que sus antecesores dieran veinticinco años antes y que circuló profusamente por la prensa clerical. A su entender habían sondeado el misterioso motivo de ciertas diputaciones oficiales, que al arreciar el peligro envió el Emperador a sus Sheu y Kiuay, como los llama el vulgo. Según el informe arzobispal, los Sheu y Kiuay eran los genios de las montañas, dotados de los más milagrosos poderes, a quienes el vulgo “ignorante” consideraba como protectores de China, y los santos y “sabios” misioneros, como encarnación del poder satánico.
            
Los Sheu y Kiuay son hombres que se hallaron en un estado de existencia distinto del de los hombres ordinarios, y del que tuvieron en sus cuerpos. Son espíritus desencarnados, espectros y larvas que, sin embargo, viven con objetiva forma en la tierra, y habitan en las asperezas de montañas, inaccesibles a todo aquel que de ellos no obtiene permiso para visitarlos.
            
En el Tíbet ciertos ascetas son llamados también Lha (espíritu) por aquellos que no disfrutan de su trato. Los Sheu y Kiuay que tanta consideración merecen al Emperador y filósofos, así como a los confucianos que no creen en espíritus, son sencillamente Lohanes o adeptos que viven en solitarios retiros.
            
Mas parece como si (según se cree en el Tíbet) la naturaleza se hubiera confabulado con la tradicional reserva de los chinos, contra la profana curiosidad de los europeos. El famoso viajero Marco Polo, ha sido tal vez el que más se internó en estos países. Repetiremos ahora lo que de él dijimos en 1876.
            
El desierto de Gobi, y, de hecho, el área total de la Tartaria independiente y el Tíbet está cuidadosamente resguardado de extrañas incursiones. Aquellos a quienes se les consiente atravesarlo, están bajo el especial cuidado y guía de ciertos agentes de la suprema autoridad del país, comprometiéndose a no decir nada referente a los sitios y personas al mundo exterior. A no ser por esa restricción, muchos podrían aportar a estas páginas, interesantes relatos de exploraciones, aventuras y descubrimientos. Tarde o temprano llegará el día en que, para mortificación de nuestra moderna vanidad, la telárgica arena del desierto revele los secretos durante tanto tiempo soterrados.
            
Dice Marco Polo el intrépido viajero del siglo XIII: “Los naturales de Pashai  son muy dados a la hechicería y artes diabólicas”. Y su erudito editor, añade: “Este Pashai o Udyana, era la comarca nativa de Padma Sambhava, uno de los principales apóstoles del lamaísmo, o se el budismo tibetano, peritísimo en el arte de encantamiento. Las doctrinas de Sakya, que en tiempos antiguos prevalecieron en Udyana, se entreveraron vigorosamente de magia siváitica, y los tibetanos consideran todavía aquella población como la tierra clásica de la brujería y el hechizo”.
            
Los “tiempos antiguos” son exactamente iguales a los “tiempos modernos”. Nada ha cambiado en lo tocante a magia, sino que hoy es todavía más esotérica y está más oculta, pues las precauciones de los adeptos crecen en directa proporción a la curiosidad de los viajeros. Hiouen-Thsang dice que los habitantes del país: “Los hombres... son aficionados al estudio, aunque no lo prosigan con ardor. La ciencia de las fórmulas mágicas ha llegado a ser para ellos una profesión. No contradeciremos en este punto al venerable peregrino chino, y aun queremos admitir que en el siglo VII,, en ciertos pueblos, fuese la magia una “profesión” como también puede serlo hoy día; pero seguramente que no lo fue, ni lo es, entre los verdaderos adeptos. Además, en aquel siglo, apenas había penetrado el buddhismo en el Tíbet, y sus gentes habían caído en las hechicerías del Bhon, o sea la religión anterior al lamaísmo. El piadoso y valiente Hiouen-Thsang, que cien veces arriesgó la vida para tener la dicha de percibir la sombra de Buddha en la gruta de Peshawar, no podía acusar de “profesionales de la magia” a los lamas y monjes taumaturgos que se la hacían ver a los viajeros. Siempre debió acordarse Hiouen-Thsang del mandato implícito en la respuesta que Gautama dio a su protector el rey Prasenajit, quien le conjuraba a obrar milagros. “Gran rey”, -respondió Gautama-, “yo no enseño la Ley a mis discípulos diciéndoles: sed santos a la vista de los brahmanes y ciudadanos y con vuestros sobrenaturales poderes obrad prodigios que hombre alguno pueda obrar; sino que cuando les enseño la Ley, les digo: vivid santamente, ocultad vuestras buenas obras, y mostrad vuestros pecados”.
            
Fascinado el coronel Yule por los relatos de fenómenos mágicos que hicieran los viajeros que los habían presenciado en la Tartaria y el Tíbet, dedujo que los naturales del país debían haber dispuesto de “toda la moderna enciclopedia espiritista”. Duhalde menciona entre estas hechicerías el arte de producir en el aire, mediante invocaciones, la figura del filósofo chino Lao-Tse, y las de las divinidades, así como hacer que un lápiz escribiera las respuestas a ciertas preguntas sin que nadie lo tocara.
            
Dichas invocaciones, corresponden a los misterios religiosos de los templos, y estaban rigurosamente prohibidas, considerándose como nigromancia y hechicería cuando se profanaban con propósito de lucro. El arte de hacer que un lápiz escriba sin manejo visible, se conocía ya en China antes de la era cristiana, y es el abecé de la magia de aquellos países.
            
Cuando Hiouen-Thsang quiso adorar la sombra de Buddha, no recurrió a “magos de profesión”, sino al poder invocativo de su propia alma; al poder de la plegaria, de la fe y de la contemplación. Tdo estaba lúgubremente oscuro en los alrededores de la cueva en donde varias veces se había operado ya el prodigio. Hiouen-Thsang entró, empezó sus devociones, y como llevara ya recitados cien laudes sin ver ni oír cosa alguna, creyóse demasiado pecador y se desesperó con amargos lamentos. Pero cuando ya estaba a punto de abandonar toda esperanza, percibió en la pared oriental de la cueva una débil luz que se desvaneció muy luego. Renovó entonces sus plegarias henchido ya de esperanza, y otra vez vio brillar y desaparecer la luz, por lo que hizo voto solemne de no salir de la gruta hasta ver la sombre del “Venerable de la Edad”. Algún tiempo hubo de esperar para ello, porque sólo al cabo de doscientas preces quedó la gruta repentinamente “inundada de luz, y la refulgente sombra de Buddha apareció majestuosamente, como cuando se desgarran de súbito las nubes, dejando ver la maravillosa imagen de la “Montaña de Luz”. Rutilante y esplendorosa claridad iluminaba el divino semblante. Hiouen-Thsang, arrobado de admiración, no apartaba la vista de aquel espectáculo incomparablemente sublime”. Hiouen-Thsang añade en su diario See-yu-kee: que sólo cuando el hombre ora con fe sincera y recibe de lo alto indefinible emoción, es capaz de ver claramente la sombra, aunque no pueda disfrutar por mucho rato de la visión (Max Müller, Buddhist Pilgrims).
            
De uno a otro extremo está el país lleno de místicos, filósofos, religiosos, santos, buddhistas y magos. Es unánime la creencia en un mundo espiritual, poblado de seres invisible, que en determinadas ocasiones se aparecen objetivamente a los mortales. Dice J:J: Schmidt: “Según creencia de las naciones del Asia Central, la tierra y su interior, así como la circundante atmósfera, están llenas de seres espirituales que ejercen ya benéfica, ya maléfica influencia, en el conjunto de la naturaleza orgánica e inorgánica... Especialmente hay desiertos, y otros parajes agrestes y deshabitados, en que las influencias de la naturaleza se despliegan con terrible y gigantesca escala, pues son residencia predilecta o lugar de cita de espíritus malignos; y por ello las estepas del Turán, y en particular el gran desierto de Gobi, fueron tenido desde tiempo inmemorial por morada de seres maléficos”.
            
Los tesoros descubiertos por el doctor Schliemann en Micena, han despertado la codicia pública y muchos especuladores aventureros se sintieron atraídos hacia los lugares donde en criptas o grutas, debajo de la arena o en yacimientos de aluvión, suponían enterradas las riquezas de pueblos antiguos. De ningún otro país, ni aun del Perú, hay tantas tradiciones como respecto del desierto de Gobi. En la Tartaria Independiente, hoy árido mar de movediza arena, asentóse, si no engañan los informes, uno de los más poderosos Imperios que haya conocido el mundo. Dícese que bajo la superficie yace tal riqueza de oro, joyas, estatuas, armas, utensilios y cuanto supone civilización, lujo y arte exquisito, que ninguna ciudad del occidente cristiano podría igualarla. Las arenas del Gobi se trasladan regularmente de Este a Oeste, impelidas por las impetuosas galernas que soplan sin cesar. De cuando en cuando queda al descubierto algún tesoro; mas ningún indígena osa tocarlo, porque la religión entera está bajo el dominio de un potente hechizo. Pena de muerte tendría quien tal osara. Los Bahti, horribles pero fidelísimos gnomos, celan los ocultos tesoros de aquel pueblo prehistórico, en espera del día en que la revolución cíclica de los tiempos resucite su memoria para enseñanza de la humanidad.
            
Adrede hemos citado los anteriores párrafos de Isis sin Velo para avivar los recuerdos del lector. Precisamente acaba de transcurrir uno de los períodos cíclicos; y no hemos de esperar el término del Mahâ Kalpa para que se nos revele parte de la historia del misterioso desierto, a despecho de los Bahti, y de los no menos “horribles” Râkshasas de la India. En lo cuatro tomos anteriores de esta obra no hemos explicado cuentos ni ficciones, a pesar del desorden de exposición que la autora no tiene reparo en confesar, libre como está de toda vanidad.
            
Es opinión generalmente admitida hoy día, que desde tiempo inmemorial fue el lejano Oriente, y sobre todo la India, tierra clásica de la erudición y la sabiduría. No obstante, se negó por mucho tiempo que las artes y ciencias hubieran nacido en la tierra de los arios. Desde la Arquitectura hasta el Zodíaco, toda ciencia digna de este nombre se supuso inventada por los misteriosos yavanas griegos, según opinan aún algunos orientalistas. Por lo tanto, lógico es que también se le haya negado a la India hasta el conocimiento de las ciencias ocultas, fundándose en que en éste, se conoce menos que en cualquier otro pueblo antiguo, su práctica general. Esto es así, sencillamente porque:
            
Entre los indos era y aún es la magia más esotérica, si cabe, que entre los sacerdotes egipcios. Tan por sagrada la tenían, que sólo la practicaban en casos de necesidad pública, y por ello las gentes no estaban muy seguras de que existiese. Era mucho más que una materia de religión; pues se la consideraba (y todavía se la considera) divina. Los hierofantes egipcios, a pesar de su pura y severa moralidad, no podían compararse con los ascéticos gimnósofos, en cuanto a santidad de vida y taumatúrgicas facultades en ellos desarrolladas por su sobrenatural renuncia a todo lo terreno. Quienes cercanamente los conocían, los reverenciaban en mucho mayor grado que a los magos de Caldea. “Se negaban la más mínima comodidad de vida y moraban en la eremítica soledad de las selvas”, mientras que sus hermanos egipcios al menos vivían en comunidad. No obstante el estigma con que se señala a magos y adivinos, la historia ha reconocido que poseían muy valiosos secretos de medicina y eran insuperablemente hábiles en su ejercicio. Se conservan numerosos libros de mahatmas indos, que dan prueba de su saber. A los eruditos escrupulosos, les parecerá simple especulación afirmar que los gimnósofos fueron los verdaderos fundadores de la magia en India, o que recibieron sus prácticas, en herencia, de los primitivos Rishis  (los siete sabios primievales).

            
Sin embargo, hemos de intentarlo. Todo cuanto acerca de Magia se dijo en Isis sin Velo, fue expuesto a modo de indicación; y como la materia tuvo que diluirse sin ordenamiento en dos grandes volúmenes, perdió para el lector mucha parte de su importancia. Pero aquellas indicaciones tendrán ahora mayor amplitud. Nunca será ocioso repetir que la Magia es tan antigua como el hombre. Ya no es posible llamarlo por más tiempo charlatanería o alucinación, desde que a sus ramas menores, tales como el mesmerismo, ahora llamado “hipnotismo”, la “sugestión”, “lectura del pensamiento”, y demás nombres usados para evitar el verdadero, son seriamente estudiadas por los más famosos físicos y biólogos de Europa y América. La magia está indisolublemente ligada con la religión de cada país y es inseparable de su origen. La Historia no puede citar tiempo alguno en que fuese desconocida la magia, ni fijar la época en que empezó a conocerse, a menos de recurrir a las doctrinas preservadas por los iniciados. Tampoco la ciencia resolverá el problema del origen del hombre, mientras rechace la evidencia de los antiquísimos archivos del mundo, y repugne recibir de los legítimos guardianes de los misterios de la Naturaleza, la clave del simbolismo universal. Siempre que un autor trató de relacionar el origen de la magia con determinado país o tal o cual suceso histórico, vinieron nuevas indagaciones a destruir el fundamento de sus hipótesis. Sobre este punto, se contradicen lastimosamente los mitólogos. Algunos atribuyen al sacerdote y rey escandinavo Odín, el origen de la magia hacia el año 70 antes de J. C., sin tener en cuenta que de ella habla repetidamente la Biblia. Probado que los misteriosos ritos de las sacerdotisas Valas precedieron de mucho a la época de Odín , volviéronse los mitólogos hacia Zoroastro, considerándole como el fundador de los ritos mágicos; pero Amiano Marcelino, Plinio y Arnobio, con otros historiadores antiguos, han indicado que Zoroastro fue tan sólo un reformador .
            
Así pues, los que nada quieren saber de ocultismo ni de espiritismo, tachándolos de absurdos e indignos de examen científico, no tienen derecho a decir que han estudiado a los antiguos o que los hayan entendido por completo, si acaso los estudiaron. Tan sólo quienes se creen más sabios que sus contemporáneos, los que presumen conocer cuanto conocieron los antiguos, y saber hoy mucho más, se arrogan autoridad para burlarse de lo que llaman necias supersticiones de otros tiempos. Estos son los que se engríen de haber descubierto un gran secreto al afirmar que el vacío sarcófago real, ahora vacío de su monarca iniciado, fue una medida de capacidad, y la pirámide que lo encierra un granero, ¡tal vez una bodega!. La sociedad moderna llama charlatanería a la magia, por la simple afirmación de algunos científicos; pero hay actualmente ochocientos millones de personas que creen en ella; y más de veinte millones de hombres y mujeres, de sano juicio y no vulgar entendimiento, que creen en la magia con el nombre de espiritismo. En ella creyeron los sabios, filósofos y profetas del mundo antiguo. ¿Dónde está el país en que no fuera practicada? ¿En qué época ha desaparecido, en nuestra propia nación? Tanto en el viejo como en el nuevo continente (el primero mucho más joven que el segundo) la ciencia de las ciencias fue conocida y practicada, desde tiempos remotísimos. Los mejicanos tenían sus iniciados, magos, sacerdotes, hierofantes y criptas de iniciación. Se han exhumado en Méjico dos estatuas precolombianas, una de las cuales representa a un adepto mejicano en la postura ritualística de los ascetas indos, y la otra a una sacerdotisa azteca con la cabeza adornada exactamente como las diosas de la India. Por otra parte, las "medallas guatemaltecas" ostentan el "Árbol del Conocimiento” (con sus centenares de ojos y orejas, simbólicos de la vista y oído) rodeados por la “Serpiente de la Sabiduría” en actitud de susurrar al oído del ave sagrada. Bernardo Díaz de Castilla, oficial de Hernán Cortés, da alguna idea del exquisito refinamiento, de la viva inteligencia y potente civilización, así como de las artes mágicas, del pueblo que los españoles sometieron. Sus pirámides son como las egipcias, construidas según las mismas secretas reglas de proporción, denotando que la civilización y sistema religioso de los aztecas se deriva, en más de un aspecto, de la misma fuente que el de los egipcios y de sus antecesores los indos. En los tres pueblos se cultivaron en sumo grado los arcanos de la magia, o filosofía natural. Porque natural, y no sobrenatural, era todo lo concerniente a ella; y así lo consideraron muy acertadamente los an6tiguos, según demuestra lo que Luciano afirma de Demócrito, el “filósofo burlón”, diciendo:
            
No creía [en milagros]... pero se aplicó a descubrir el procedimiento por el cual los taumaturgos los operan; en una palabra, su filosofía le llevó a deducir que la magia se limitaba a imitar y aplicar las leyes operantes en la naturaleza.
            
¿Quién podrá calificar, pues, de “superstición” a la magia de los antiguos?
            
[Sobre este particular] la opinión del [Demócrito] “filósofo burlón” tiene mucha importancia, pues fueron sus maestros los magos que Jerjes dejó en Abdera; y además durante largo tiempo habían aprendido magia de los sacerdotes egipcios . Por espacio de noventa años, de los ciento nueve de su vida, hizo experimentos este gran filósofo, anotando sus comprobaciones en un libro que según Petronio trataba de la naturaleza. Y aunque no creía y rechazaba los milagros, afirmaba que aquellos autenticados por testigos oculares, habían y podían haber tenido lugar, puesto que todos, aun los más portentosos, eran efecto de las “ocultas leyes de la naturaleza” ... Añádase a esto que Grecia, “última cuna de las ciencias y las artes”, y la India, semillero de religiones, fueron, y ésta lo es todavía, muy aficionadas al estudio y práctica de la magia: y ¿quién podrá aventurarse a considerarla indigna de estudio ni a negarle honores de ciencia?.
            
Ningún verdadero teósofo hará nunca tal, porque como miembro de nuestra gran corporación orientalista, sabe indudablemente que la Doctrina Secreta de Oriente contiene el alfa y el omega de la ciencia universal; que en sus enigmáticos textos, bajo el frondoso y a veces demasiado exuberante desarrollo del simbolismo alegórico, yacen ocultas la piedra angular y la clave de bóveda de toda antigua y moderna sabiduría. Esa Piedra, traída por el Divino Arquitecto, es la que hoy rechaza el en demasía humanizado operario; porque en su letal materialismo, ha perdido todo recuerdo no sólo de su santa infancia, sino también de su adolescencia, de cuando era él mismo uno de los constructores; y cuando “las estrellas matutinas cantaban a coro y los Hijos de Dios se henchían de júbilo” después de dar las medidas para los cimientos de la tierra, según dijo en poético lenguaje, de significación profunda, el patriarca Job, el iniciado árabe. Pero aquellos que todavía son capaces de dar sitio en su Yo interior al Divino Rayo, y que por lo tanto aceptan con humilde fe los datos de las ciencias ocultas, saben perfectamente que en esa Piedra está encerrado el absoluto filosófico, que es la clave de los oscuros problemas de la Vida y de la Muerte, algunos de los cuales se explican, hasta cierto punto, en esta obra.
            
La autora conoce de sobra las enormes dificultades que ofrece la exposición de tan abstrusas cuestiones, y los riesgos de la tarea. A pesar de que es un insulto a la naturaleza humana motejar de impostura a la verdad, vemos cómo tal se hace y acepta diariamente; pues toda verdad oculta ha de sufrir negación, y sus defensores martirio, antes de lograr el general asenso; y aun entonces suele ser
           
Corona de espinas, con apariencia de guirnalda de oro.

Las verdades subyacentes en los misterios ocultos serán imposturas para mil lectores, y uno tan sólo podrá estimarlas en su valor. Esto es muy natural, y el único medio de evitarlo, sería que todo ocultista se comprometiese a observar el “voto de silencio” de los pitagóricos, y renovarlo cada cinco años; pues de otro modo la sociedad llamada culta (cuyos dos tercios se consideran obligados a creer que, desde la aparición del primer adepto, medio mundo engaña al otro medio) afirmaría su hereditario y tradicional derecho de apedrear al intruso. Aquellos críticos benévolos, que con mayor viveza promulgan el ya famoso axioma de Carlyle cuando dijo de sus compatriotas que “en su mayoría estaban locos”, pero que toman la precaución de incluirse en las afortunadas excepciones de esta regla, derivarán de la presente obra un más firme convencimiento del triste hecho de que la raza humana está compuesta de bribones e idiotas de nacimiento. Pero esto poco importa. La reivindicación de los ocultistas y de su ciencia Arcaica se está preparando lenta y firmemente en el corazón de la sociedad, hora por hora, día por día, año por año, en forma de dos ramas monstruosas, dos brotes descarriados del tronco de la Magia: el espiritismo y la iglesia romana. Los hechos se abren camino a menudo entre las ficciones. Las varias modalidades del error, constriñen cual enorme boa al género humano, intentando ahogar con sus terribles anillos toda aspiración a la verdad y toda ansia de luz. Pero el error sólo tiene superficial potencia; porque la Naturaleza oculta circuye el globo entero en todos sentidos, sin excepción de un solo punto. Y sea por fenómenos o por milagros, por cebo de espíritu o por báculo episcopal, el ocultismo triunfará antes de que nuestra era alcance el “triple septenario de Shani (Saturno)” del ciclo occidental, en Europa; o sea antes de terminar el siglo XXI.
            
Verdaderamente, el barbecho del remoto pasado no está muerto; tan sólo reposa. El esqueleto de los sagrados robles druídicos aun puede retoñar de sus secas ramas y renacer a nueva vida, como brotó “hermosa cosecha” del puñado de trigo hallado en el sarcófago de una momia cuatrimilenaria. ¿Y por qué no? La verdad es mucho más extraordinaria que la ficción. Cualquier día puede vindicarse inopinadamente y humillar la arrogante presunción de nuestra época, probando que la Fraternidad Secreta no se extinguió con los filaleteos de la última escuela ecléctica; que todavía florece la Gnosis en la tierra, y que son muchos sus discípulos, aunque permanezcan ignorados. Todo esto puede llevarlo a cabo uno, o varios de los grandes Maestros que visitan a Europa, poniendo en evidencia a su vez a los presuntuosos difamadores y detractores de la Magia. Varios autores de nota han mencionado tales Fraternidades Secretas y de ellas se habla en la Real Enciclopedia Masónica, de Mackenzie. Así pues, ante los millones de gentes que niegan, la autora no puede por menos de repetir lo que ya dijo en Isis sin Velo:
           
Los “adeptos” han podido ocultarse con mucha mayor facilidad, por cuanto la opinión general los mira [a los iniciados] como ficciones de novela...
            
Los Saint-Germain y Cagliostros de este siglo siguen otra táctica, aleccionados por los sarcasmos y persecuciones de pasadas épocas.
           
Estas proféticas palabras se escribieron en 1876 y se comprobaron en 1886. Aún podemos añadir sin embargo:
            
Hay muchas de estas místicas Fraternidades que nada tienen que ver con los países “civilizados”. En sus ignoradas comunidades se ocultan las reliquias del pasado. Estos “adeptos” podrían, si quisieran, reivindicar una maravillosa serie de antepasados y presentar documentos justificativos que aclararían muchas páginas oscuras tanto de la historia sagrada como de la profana. Si los Padres de la Iglesia hubiesen tenido la llave de los escritos hieráticos y conocido el secreto de los simbolismos egipcios e indos, no hubieran dejado sin mutilar ni un solo monumento de la antigüedad.
            
Pero hay en el mundo otra categoría de adeptos, pertenecientes asimismo a una fraternidad, y más poderosos que ninguno de los que conocen los profanos. Muchos de ellos son personalmente buenos y benévolos, y aun santos y puros en ocasiones; pero como colectivamente persiguen, sin descanso y con resuelto propósito, un fin particular y egoísta, deben ser clasificados entre los adeptos del negro arte. Estos son los monjes y clérigos católicos romanos, que, desde la Edad Media, descifraron la mayor parte de los escritos hieráticos y simbólicos. Son mucho más eruditos que jamás lo serán los orientalistas en simbología secreta y religiones antiguas; y como personificación de la astucia y de la maña, cada uno de tales adeptos retiene fuertemente la clave en sus cerradas manos, y cuida de que no se divulguen los secretos mientras puede impedirlo. Hay en Roma y por toda Europa y América, cabalistas mucho más profundos de lo que pudiera imaginarse. De modo que las públicas “hermandades” de adeptos “negros”, entrañan para los países protestantes mayor peligro, por su gran poder, que una hueste de ocultistas orientales. ¡Y las gentes se ríen de la magia! ¡Y los fisiólogos y biólogos escarnecen su poder, y aun la creencia en lo que el vulgo llama “hechicería” y “magia negra”! Los arqueólogos tienen en Inglaterra su Stonehenge con millares de secretos, y sus gemelos Karnac de Bretaña, y sin embargo, ninguno de ellos sospecha lo que ha sucedido en sus criptas, y en sus misteriosos rincones, durante el pasado siglo. Ni siquiera conocen las “salas mágicas” de Stonehenge, en donde ocurren curiosas escenas, cuando hay un nuevo converso en perspectiva. En la Salpêtrière se han hecho, y se están haciendo cada día, centenares de experimentos, sin contar los que privadamente realizan hábiles hipnotizadores. Está probado que al volver a su estado normal, los sujetos olvidan completamente cuanto hallándose ellos hipnotizados les ordenó ejecutar el hipnotizador, desde el acto sencillísimo de beberse un vaso de agua hasta el asesinato simulado, que es a lo que la ciencia llama ahora “actos sugeridos”. Sin embargo, el acto que se le ordenó, sea cual sea y cualquiera que fuese el período fijado por el hipnotizador a cuya voluntad está sometida la persona (que por ello se llama sujeto), como pájaro fascinado que al fin cae en las fauces de la serpiente que lo fascina; o peor aún, pues el pájaro conoce el peligro y lo resiste aunque sin poder vencerlo, mientras que el hipnotizado lejos de rebelarse parece seguir su propia y libérrima voluntad. ¿Qué sabio europeo de los que creen en semejantes experimentos científicos (y pocos son los que no estén ya convencidos de su realidad), dirá que son de magia negra? Sin embargo, en esto consistió la genuina e innegable hechicería y fascinación de los antiguos. No de otro modo proceden los Mûlukurumbas de Nîlgiri en sus hechizos cuando se proponen aniquilar a un enemigo; y los dugpas de Sikkim y Bhûtan no disponen de otro agente más poderoso que su voluntad. En ellos, esa voluntad no es de caprichosos tanteos y vagos impulsos, sino certero propósito y seguro resultado, independiente de la mayor o menor receptividad y emotividad nerviosa del “sujeto”. Escogida la víctima y puesto en relación con ella, el fluido del dugpa produce infalible efecto, porque su voluntad está inmensamente más vigorizada que la del hipnotizador europeo (brujo inconsciente con propósitos científicos), quien no tiene idea (ni cree por lo tanto) de la potente multiplicidad de métodos empleados en el mundo antiguo por los magos negros conscientes, de Oriente y Occidente, para desarrollar esta facultad.
            
Y ahora cabe preguntar abierta y escuetamente: ¿Por qué los fanáticos y celosos sacerdotes, ansiosos de convertir a gente rica e influyente, no habrían de emplear para ello los mismos procedimientos que con sus sujetos los hipnotizadores franceses? La conciencia del sacerdote católico queda probablemente tranquila con ello, porque no trabaja personalmente con fines egoístas, sino con el objeto de “salvar un alma” de la “eterna condenación”. A su parecer, si en ello hay magia, es santa, meritoria y divina. A tanto alcanza la fuerza de la fe ciega.
            
De aquí que cuando respetables personas de elevada posición social e irreprensible conducta y fidedigna veracidad, nos han asegurado que hay muy bien organizadas sociedades de sacerdotes católicos, que con pretexto de espiritismo y mediumnidad celebran sesiones con el fin de convertir a determinadas personas por sugestión, ya directa, ya a distancia, respondemos: Lo sabemos. Y cuando además se nos informa de que cuando los sacerdotes hipnotistas desean cobrar ascendiente sobre algún individuo cuya conversión les interesa, se retiran a un subterráneo, destinado especialmente a esto, es decir, a ceremonias mágicas, y puestos en círculo lanzan las combinadas fuerzas de su voluntad hacia la persona elegida, y repitiendo el procedimiento acaban por subyugar a su víctima; respondemos de nuevo muy probablemente: En efecto, sabemos que tales son las ceremonias de hechicería, ya se practiquen en Stonehenge, ya en otra parte. Lo sabemos por experiencia personal; y también porque varios de los mejores amigos queridos nuestros ingresaron en el “benigno” seno de la iglesia romana, atraídos por semejantes medios. Así es que podemos dejar de reírnos compasivamente de la ignorancia y terquedad de los ilusos experimentadores, que por una parte creen en el poder hipnótico de Charcot y sus discípulos para “hechizar”, y por otra sonríen desdeñosamente cuando se les habla de los poderes de la magia negra. El abate cabalista Eliphas Levi, fallecido antes de que la ciencia y la Facultad de Medicina de Francia aceptaran el hipnotismo y la influencia por sugestión entre sus experimentos científicos, decía lo siguiente, hace veinticinco años, acerca de “Los Hechizos y Sortilegios” en su Dogma y Ritual de la Magia Superior:
            
Lo que ante todo buscaban los hechiceros y nigromantes al evocar el espíritu del mal, era ese magnético poder, cualidad normal del verdadero adepto, que deseaban alcanzar para siniestros fines... Una de sus mayores ansias era el poder de hechizo, o sea el de ejercer las deletéreas influencias, que cabe comparar a verdaderas ponzoñas transmitidas por una corriente de luz astral. Mediante ciertas ceremonias exaltaban su voluntad hasta el punto de hacerla venenosa a distancia...
            
...Dijimos en nuestro “Dogma” lo que opinábamos acerca de los hechizos mágicos, y cómo este poder era indudablemente real y de sumo peligro. El verdadero mago hechiza sin ceremonia alguna, por su sola desaprobación, a aquellos cuya conducta no le satisface o a quienes cree merecedores de castigo. Aun al perdonar a los que le han injuriado, los hechiza, y los enemigos de los adeptos no quedan por mucho tiempo impunes. Ejemplos hemos visto de los infalibles efectos de esta ley. Siempre perecieron miserablemente los verdugos de los mártires; y los adeptos son mártires de la inteligencia. La providencia [Karma], parece despreciar a quienes los desprecian, y sentencia a muerte a los que intentan quitarles la vida. La leyenda del Judío errante, es la poetización popular de este arcano. Un pueblo crucificó a un sabio, y este pueblo oye la voz de ¡anda! Como imperativo mandato, cada vez que intenta reposar un momento. Este pueblo queda sujeto desde entonces a tal condena; queda enteramente proscrito y escucha siglo tras siglo el grito de ¡anda!, ¡anda!, sin jamás hallar piedad ni descanso.
            
Tal vez se replique diciendo que todo esto son “fábulas supersticiosas”. Sea así. Ante el letal aliento de indiferencia y egoísmo que planea sobre la tierra, todo hecho molesto se convierte en ficción insignificante, y las ramas del en otro tiempo verdeciente Árbol de la Verdad se marchitan y pierden la espiritual lozanía de su primitivo concepto. Los simbologistas modernos sólo son agudos al ver emblemas sexuales de adoración fálica aun en lo que nunca tuvo tal significado; mas para el verdadero estudiante de ciencias ocultas, la magia blanca o divina no puede existir en la Naturaleza sin el contrapeso de la negra, como no hay días sin noches, ya sean de doce horas o de seis meses de duración. Para él todo en la Naturaleza tiene algo oculto, un aspecto luciente y otro tenebroso. Las pirámides egipcias y los robles druídicos, los dólmenes y los árboles sagrados, plantas y minerales, todo entrañaba significación profunda y sacras verdades de sabiduría, cuando el archidruida practicaba sus curas y hechizos mágicos, cuando el hierofante egipcio evocaba el “amable espectro” de Cehmnu, la femenina y fantástica creación de los antiguos, presentados para poner a prueba mediante la angustia la fortaleza de ánimo del candidato a la iniciación simultáneamente con el último y angustiosos grito de su terrenal naturaleza humana. Verdaderamente la magia ha perdido su nombre y con él su derecho a que se la reconozca; pero subsiste en la práctica, según prueban de su progenie las conocidas frases de “influencia magnética”, “,magia de la palabra”, “fascinación irresistible”, “auditorios subyugados como por un hechizo”, y otras de la misma estirpe que todos emplean, aunque ignorante de su verdadero significado. Sin embargo, los efectos de la magia están más determinados y definidos en las congregaciones religiosas, tales como los reformadores, los metodistas negros y los salvacionistas, quienes la apellidan “acción y gracias del Espíritu Santo”. 

Lo cierto es que la magia vibra plenamente todavía en el género humano, por más que la ciega multitud no se percate de su silente acción y de su sigilosa influencia en los individuos; por más que la ignorante masa general de la sociedad, no advierta los maléficos y benéficos efectos que produce día tras día, y hora por hora. Lleno está el mundo de magos inconscientes, así en la vida ordinaria como en la política, en el clero y aun en las fortalezas del libre pensamiento. La mayor parte de estos magos son “hechiceros” desgraciadamente, no en metáfora, sino en escueta realidad, a causa de su peculiar egoísmo, su carácter vengativo, envidiosos y maléfico. El verdadero estudiante de magia, que sabe la verdad, los mira compasivamente; y si tiene prudencia, calla; porque cada esfuerzo que haga para curar la universal ceguera, tendrá por única recompensa la ingratitud, la calumnia y maledicencia que, incapaces de alcanzarle, reaccionarán contra quienes mal le deseen. La mentira y la calumnia, que es una mentira dentellada por el odio y la falsedad, son su suerte, y muy luego le destrozan en premio de haber deseado difundir la luz.

            
Bastante hemos dicho a nuestro entender para demostrar que no es novelesca ficción la existencia universal de una Doctrina Secreta en paridad con los métodos prácticos de la magia. Todo el mundo antiguo conoció este hecho, que ha subsistido en Oriente y con particularidad en la India. Si la magia es ciencia, naturalmente ha de tener sus profesores o adeptos. Poco importa que los guardianes del Saber Sagrado vivan todavía en carne humana, o se les considere como mitos. Su filosofía ha de triunfar por sí misma, independientemente de cualesquiera adepto. Porque según las palabras que el sabio Gamaliel dirigió al Sanhedrín: “Si esta doctrina es falsa, perecerá por sí misma; pero si es verdadera perdurará sin que nada pueda destruirla”.

H.P. Blavatsky  D.S TV

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