El mandamiento: “No
adorarás imágenes talladas”
(o terphim) debe corresponder a fecha posterior,
o
no fue obedecido por el pueblo, pues el culto a los teraphim y la adivinación
por su medio, parecen haber sido tan generalmente ortodoxos, que el mismo
“Señor”, por boca de Oseas, amenaza a los israelitas con desposeerles de sus
teraphim, diciendo:
Porque los hijos de Israel estarán
muchos días sin rey... sin un sacrificio y sin una imagen.
La Biblia dice que matzebah, estatua, o pilar, significa “sin ephod y
sin terphim”.
El Padre Kircher afirma
categóricamente que la estatua del Serapis egipcio era idéntica a las de los
serafines o teraphim del templo de Salomón.
Dice Luis de Dieu:
Eran tal vez imágenes de ángeles, o
estatuas dedicadas a los ángeles, a fin de atraer a ellas la presencia de uno
de estos espíritus, de modo que respondiesen a las preguntas de los
consultantes. En esta hipótesis, la palabra “terphim” equivaldría a la de
“serafín”, con sólo cambiar la t en s como hacían los sirios.
¿Qué dice la versión de los Setenta?
Traduce de una manera diversa la palabra teraphim por los siguientes términos
griegos: ..... (forma a semejanza de alguien; ..... (lo esculpido); .....
(esculturas en el sentido de contener algo oculto, o de receptáculos); .....
(manifestaciones); ..... (realidades o verdades); ..... o .... (luminosa,
brillante semejanza). Esta última expresión denota claramente lo que eran los
teraphim: La Vulgata traduce la
palabra por “annuntientes” o “mensajeros anunciadores”, demostrando con ello
que los teraphim eran los oráculos. Eran las estatuas animadas, los dioses, que
en los templos de Egipto, Caldea, Grecia y otros pueblos se comunicaban con las
gentes por medio de los adeptos y sacerdotes iniciados.
Respecto
al medio de adivinar o conocer el destino de una persona y de ser instruido por
las declaraciones de los terphim , lo explican muy explícitamente Maimónides
y Seldeno. El primero dice:
Los adoradores de los teraphim
pretendían que la luz de los principales astros [planetas] penetraba en la
esculpida estatua, de modo que las angélicas virtudes [de los regentes o
espíritus planetarios] podían comunicarse por su medio y enseñar a los hombres
las artes más útiles y las ciencias más provechosas.
Por otra parte dice Seldeno lo
mismo; y añade que los teraphim eran construidos y modelados según la
posición de sus respectivos planetas, pues cada teraphim estaba consagrado a un
especial “espíritu planetario”, de los que los griegos llamaban stoichoe, o a figuras celeste de las que
se llamaron “dioses tutelares”.
Los que consultaban a los ..... eran
llamados ..... o los ..... [elementos].
Amiano Marcelino afirma que las adivinaciones
de los antiguos se realizaban siempre con ayuda de los “espíritus” elementales
o como se les llama en griego ..... Pero estos no son los “espíritus”
planetarios ni seres divinos, sino simplemente criaturas que moran en sus
respectivos elementos, llamadas espíritus elementarios por los cabalistas, y
elementales por los teósofos. El Padre Kircher, jesuita, dice:
Cada dios tenía instrumentos de
adivinación para manifestarse por su medio. Cada uno tenía su especialidad.
Serapis enseñó la agricultura; Anubis, ciencias; Horus aconsejaba sobre asuntos
de naturaleza psíquica y espiritual; Isis predecía las inundaciones del Nilo, y
así de otros dioses.
Este hecho histórico suministrado
por el erudito y hábil jesuita, desprestigia al “Señor Dios de Israel” y le
quita todo derecho a la prioridad a ser el único
Dios vivo. El mismo Antiguo Testamento nos
dice que Jehovah se comunicaba con sus elegidos sólo por medio del teraphim; y
esto lo equipara con los demás dioses menores inferiores incluso del paganismo.
En el libro de los Jueces (13) vemos
que Micah consagró a Jehovah un efod y un teraphim fundido con los doscientos
siclos de plata que le había dado su madre. La edición de la Biblia llamada del rey Jacobo explica
este rasgo de idolatría, diciendo:
En aquel tiempo no había rey en
Israel; pues cada cual obraba según mejor le parecía. (Jueces XVII, 6).
Sin embargo, la conducta de Micah
debía de ser ortodoxa, puesto que después de consultar al terphim por boca de
un sacerdote declara: “Ahora sé que el Señor me hará bien”. (Jueces XVII, 13).
Además, si nos parece prejuicioso el
proceder de Micah, que tuvo una casa de dioses, fabricó un efod y un teraphim,
y dedicó a su servicio [y al de “la imagen grabada” dedicada “al Señor” por su
madre] a uno de sus hijos. (Jueces XVII, 5).
No
sucedía así en los tiempos de una sola religión y un solo idioma. De ninguna
manera puede la Iglesia latina vituperar el acto, desde el momento que el Padre
Kircher, uno de sus más ilustres representantes, califica los teraphim de
"“antos instrumentos de las revelaciones primitivas"” y por otra
parte, el Génesis nos dice que Rebeca "“onsultó con el Señor
"“seguramente por medio del teraphim), y el Señor le reveló varias
profecías. Si esto no bastara, vemos cómo Saúl deplora el silencio del efod, y cómo David consulta el thummim y recibe del Señor advertencias orales
acerca del mejor medio de aniquilar a sus enemigos.
Sin embargo, el thummim y el urim,
que en nuestros días son objeto de tantas conjeturas y especulaciones, no los
inventaron los judíos ni tuvieron origen entre ellos, no obstante las
minuciosas instrucciones que para su empleo dio Jehovah a Moisés; porque el
hierofante de los templos egipcios llevaba un pectoral de piedras preciosas, en
todos sentidos semejante al del sumo sacerdote de los israelitas.
Los sumos sacerdotes egipcios
llevaban colgante del cuello una imagen de zafiro a que llamaban la Verdad, porque en ella se manifestaba la
verdad.
No es Seldeno el único escritor
cristiano que asimila los teraphim hebreos a los paganos; y expresa la
convicción de que los primeros los tomaron de los egipcios, pues el eminente
escritor católico Döllinger dice que:
Los teraphim se empleaban y
conservaban en muchas familias hebreas hasta en tiempo de Josías.
Tanto el católico Döllinger como el
protestante Seldeno opinan que en el teraphim de los judíos se revelaba
Jehovah, y en el de los paganos los “espíritus malignos”. Tal es el criterio
parcial del odio teológico y del
sectarismo. Sin embargo, Seldeno es justo al decir que en la antigüedad estos
medios se establecieron al principio con propósitos de comunicación angélica y
divina. Pero “el Espíritu Santo (o más bien los buenos espíritus) [no] habló
tan sólo a los hijos de Israel” ni únicamente necesitaron los judíos un
tabernáculo para semejante comunicación teofánica o divina, según creyera el
Dr. Cruden; porque ninguna “hija de la divina Voz” (Bath-Kol) de las llamadas
thummim, hubieran podido oír los judíos, ni los paganos, ni los cristianos, si no
dispusieran de un tabernáculo a propósito para ello. El “tabernáculo” era
simplemente el arcaico teléfono de aquellos tiempos de magia, cuando los
poderes ocultos se adquirían por iniciación, según ocurre hoy día. El siglo XIX
ha sustituido por el teléfono eléctrico el “tabernáculo” de determinado metal y
madera y tiene médiums naturales, en
vez de sumos sacerdotes y hierofantes. ¿Por qué admirarse, pues, de que en vez
de llegar hasta los Espíritus planetarios y los Dioses, no se comuniquen los
creyentes de hoy de seres más elevados que elementales cascarones animados, o
sean los demonios de Porfirio? En su obra Sobre
los buenos y malos demonios, nos dice este autor quiénes eran los que:
Ambicionan que los tomen por dioses
y cuyo caudillo aspira a que se le reconozca por el supremo Dios.
Ciertamente (y no serán los teósofos
quienes lo nieguen), que en todo tiempo hubo y hay espíritus buenos y malos,
benéficos y maléficos; pero la dificultad estriba en distinguir entre unos y
otros; y esto es precisamente lo que la Iglesia cristiana desconoce tanto como
cualquier profano, según demuestran los innumerables errores teológicos
cometidos en este particular. No es sensato calificar de “demonios” a los
dioses del paganismo, y después remedar servilmente sus símbolos, sin otra
razón distintiva entre buenos y malos que el ser respectivamente cristianos o
paganos. Los elementos del Zodíaco no han figurado únicamente en las doce
piedras de Heliópolis, llamadas “misterios de los elementos”, sino que, según
muchos autores ortodoxos, se hallaban también en el templo de Salomón, y aun
hoy día pueden verse en varios templos de Italia y hasta en Nuestra Señora de
París.
Podría decirse que fue vana la
advertencia dada por San Clemente, aunque cite supuestas palabras de San Pedro,
diciendo:
No adoréis a Dios como hacen los
judíos, que piensan que ellos solos conocen a la Divinidad, y no se percatan de
que en vez de adorar a Dios adoran a los ángeles, a los meses lunares y a la
Luna.
Es
verdaderamente sorprendente que, no obstante las anteriores palabras delatoras
del equívoco judío, sigan los cristianos adorando al Jehovah de los judíos, al
Espíritu que se comunicaba por medio de su teraphim. Que Jehovah era tan sólo
el “genio tutelar” o Espíritu del pueblo de Israel, uno de los “espíritus
superiores de los elementos”, y ni siquiera un espíritu planetario, lo
demuestran San Pablo y San Clemente, si sus palabras tienen un sentido. Según
San Clemente, la palabra ..... no significa únicamente “elementos”, sino
también
Los principios cosmológicos
generadores, y especialmente los signos del Zodíaco, de los meses y días, del
Sol y de la Luna .
Aristóteles emplea la expresión en
la misma acepción, pues dice .....; mientras que Diógenes Laercio llama
....., a los doce signos del Zodíaco. Y tenemos la prueba positiva de
Amiano Marcelino que dice que:
La antigua adivinación siempre se
verificaba con ayuda de los espíritus de los elementos, o sean los mismos ....;
y como en la Biblia hay numerosos
pasajes probatorios de que Saúl y David recurrieron a la adivinación por los
mismos medios, y de que su “Señor”, es decir, Jehovah, respondía a las
consultas, resulta que debemos creer que Jehovah es forzosamente un “espíritu
de los elementos”.
No
se advierte, por lo tanto, gran diferencia entre el “ídolo de la Luna” o
teraphim caldeo que servía de medio de comunicación con Saturno, y el ídolo de
urim y tumín, órgano de Jehovah. Los ritos ocultos, que en sus comienzos
constituyeron la más solemne y sagrada ciencia, han ido cayendo, por
degeneración de la especie humana, en hechicería, llamada ahora “superstición”.
Como Diógenes dice en su Historia:
Gracias a sus detenidas
observaciones astronómicas, los sacerdotes caldeos conocían mejor que nadie el
significado de los movimientos e influencia de los planetas, y podían vaticinar
a las gentes los sucesos futuros. Daban muchísima importancia a la doctrina de
los cinco orbes máximos a que
llamaban intérpretes, y nosotros planetas. Y aunque decían que del Sol derivaban la mayor parte de las
predicciones de acontecimientos notables, adoraban más particularmente a
Saturno. Vaticinaron muchos sucesos a gran número de reyes, entre ellos a
Alejandro, Antígono, Seleuco y Nicanor, con tal exactitud que pasmó a las
gentes.
De esto se infiere que la
declaración del adepto caldeo Qû-tâmy, al decir que cuanto expone en su obra a
los profanos se lo enseñó Saturno a la Luna, la Luna a su ídolo o teraphim, a
él, no implica idolatría, so pena de acusar también de idólatra a David, que
empleó el mismo método. No es posible, por lo tanto, ver en la obra de Qû-tâmy
ni un relato apócrifo ni un “cuento de hadas”. El citado iniciado caldeo
floreció muchísimo antes que Moisés, en cuya época la ciencia sagrada del
santuario estaba todavía pujantísima. Empezó a decaer desde el punto en que
fueron admitidos a su conocimiento socarrones como Luciano, porque las perlas
de la ciencia se echaron muchas veces a los hambrientos perros de la
criticonería y de la ignorancia.
D.S TV
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