martes, 11 de septiembre de 2018

LOS ÍDOLOS Y LOS TERAPHIM




Fácilmente se comprende el significado del “cuento de hadas” del caldeo Qû-tâmy. Su manera de actuar con el “ídolo de la luna” era igual a la de todos los semitas, antes de que Terah, padre de Abraham, construyese imágenes que de su nombre tomaron el de Terphim. Eran estos terphim tan “ídolos”, como cualquiera imagen o estatua pagtana. 

El mandamiento: “No adorarás imágenes talladas” 
(o terphim) debe corresponder a fecha posterior, 
o no fue obedecido por el pueblo, pues el culto a los teraphim y la adivinación por su medio, parecen haber sido tan generalmente ortodoxos, que el mismo “Señor”, por boca de Oseas, amenaza a los israelitas con desposeerles de sus teraphim, diciendo:

             
Porque los hijos de Israel estarán muchos días sin rey... sin un sacrificio y sin una imagen.

             
La Biblia dice que matzebah, estatua, o pilar, significa “sin ephod y sin terphim”.

             
El Padre Kircher afirma categóricamente que la estatua del Serapis egipcio era idéntica a las de los serafines o teraphim del templo de Salomón.

             
Dice Luis de Dieu:

             
Eran tal vez imágenes de ángeles, o estatuas dedicadas a los ángeles, a fin de atraer a ellas la presencia de uno de estos espíritus, de modo que respondiesen a las preguntas de los consultantes. En esta hipótesis, la palabra “terphim” equivaldría a la de “serafín”, con sólo cambiar la t en s como hacían los sirios.

            

 ¿Qué dice la versión de los Setenta? Traduce de una manera diversa la palabra teraphim por los siguientes términos griegos: ..... (forma a semejanza de alguien; ..... (lo esculpido); ..... (esculturas en el sentido de contener algo oculto, o de receptáculos); ..... (manifestaciones); ..... (realidades o verdades); ..... o .... (luminosa, brillante semejanza). Esta última expresión denota claramente lo que eran los teraphim: La Vulgata traduce la palabra por “annuntientes” o “mensajeros anunciadores”, demostrando con ello que los teraphim eran los oráculos. Eran las estatuas animadas, los dioses, que en los templos de Egipto, Caldea, Grecia y otros pueblos se comunicaban con las gentes por medio de los adeptos y sacerdotes iniciados.

             
Respecto al medio de adivinar o conocer el destino de una persona y de ser instruido por las declaraciones de los terphim , lo explican muy explícitamente Maimónides y Seldeno. El primero dice:

             
Los adoradores de los teraphim pretendían que la luz de los principales astros [planetas] penetraba en la esculpida estatua, de modo que las angélicas virtudes [de los regentes o espíritus planetarios] podían comunicarse por su medio y enseñar a los hombres las artes más útiles y las ciencias más provechosas.

             
Por otra parte dice Seldeno lo mismo; y añade que los teraphim  eran construidos y modelados según la posición de sus respectivos planetas, pues cada teraphim estaba consagrado a un especial “espíritu planetario”, de los que los griegos llamaban stoichoe, o a figuras celeste de las que se llamaron “dioses tutelares”.

             
Los que consultaban a los ..... eran llamados ..... o los ..... [elementos].

             
Amiano Marcelino afirma que las adivinaciones de los antiguos se realizaban siempre con ayuda de los “espíritus” elementales o como se les llama en griego ..... Pero estos no son los “espíritus” planetarios ni seres divinos, sino simplemente criaturas que moran en sus respectivos elementos, llamadas espíritus elementarios por los cabalistas, y elementales por los teósofos. El Padre Kircher, jesuita, dice:

            
 Cada dios tenía instrumentos de adivinación para manifestarse por su medio. Cada uno tenía su especialidad. Serapis enseñó la agricultura; Anubis, ciencias; Horus aconsejaba sobre asuntos de naturaleza psíquica y espiritual; Isis predecía las inundaciones del Nilo, y así de otros dioses.

            
 Este hecho histórico suministrado por el erudito y hábil jesuita, desprestigia al “Señor Dios de Israel” y le quita todo derecho a la prioridad a ser el único Dios vivo. El mismo Antiguo Testamento nos dice que Jehovah se comunicaba con sus elegidos sólo por medio del teraphim; y esto lo equipara con los demás dioses menores inferiores incluso del paganismo. En el libro de los Jueces (13) vemos que Micah consagró a Jehovah un efod y un teraphim fundido con los doscientos siclos de plata que le había dado su madre. La edición de la Biblia llamada del rey Jacobo explica este rasgo de idolatría, diciendo:

             
En aquel tiempo no había rey en Israel; pues cada cual obraba según mejor le parecía. (Jueces XVII, 6).

            
 Sin embargo, la conducta de Micah debía de ser ortodoxa, puesto que después de consultar al terphim por boca de un sacerdote declara: “Ahora sé que el Señor me hará bien”. (Jueces XVII, 13).

             
Además, si nos parece prejuicioso el proceder de Micah, que tuvo una casa de dioses, fabricó un efod y un teraphim, y dedicó a su servicio [y al de “la imagen grabada” dedicada “al Señor” por su madre] a uno de sus hijos. (Jueces XVII, 5).


No sucedía así en los tiempos de una sola religión y un solo idioma. De ninguna manera puede la Iglesia latina vituperar el acto, desde el momento que el Padre Kircher, uno de sus más ilustres representantes, califica los teraphim de "“antos instrumentos de las revelaciones primitivas"” y por otra parte, el Génesis nos dice que Rebeca "“onsultó con el Señor "“seguramente por medio del teraphim), y el Señor le reveló varias profecías. Si esto no bastara, vemos cómo Saúl deplora el silencio del efod, y cómo David consulta el thummim y recibe del Señor advertencias orales acerca del mejor medio de aniquilar a sus enemigos.

             
Sin embargo, el thummim y el urim, que en nuestros días son objeto de tantas conjeturas y especulaciones, no los inventaron los judíos ni tuvieron origen entre ellos, no obstante las minuciosas instrucciones que para su empleo dio Jehovah a Moisés; porque el hierofante de los templos egipcios llevaba un pectoral de piedras preciosas, en todos sentidos semejante al del sumo sacerdote de los israelitas.

             
Los sumos sacerdotes egipcios llevaban colgante del cuello una imagen de zafiro a que llamaban la Verdad, porque en ella se manifestaba la verdad.

             
No es Seldeno el único escritor cristiano que asimila los teraphim hebreos a los paganos; y expresa la convicción de que los primeros los tomaron de los egipcios, pues el eminente escritor católico Döllinger dice que:

             
Los teraphim se empleaban y conservaban en muchas familias hebreas hasta en tiempo de Josías.

             
Tanto el católico Döllinger como el protestante Seldeno opinan que en el teraphim de los judíos se revelaba Jehovah, y en el de los paganos los “espíritus malignos”. Tal es el criterio parcial del odio teológico y del sectarismo. Sin embargo, Seldeno es justo al decir que en la antigüedad estos medios se establecieron al principio con propósitos de comunicación angélica y divina. Pero “el Espíritu Santo (o más bien los buenos espíritus) [no] habló tan sólo a los hijos de Israel” ni únicamente necesitaron los judíos un tabernáculo para semejante comunicación teofánica o divina, según creyera el Dr. Cruden; porque ninguna “hija de la divina Voz” (Bath-Kol) de las llamadas thummim, hubieran podido oír los judíos, ni los paganos, ni los cristianos, si no dispusieran de un tabernáculo a propósito para ello. El “tabernáculo” era simplemente el arcaico teléfono de aquellos tiempos de magia, cuando los poderes ocultos se adquirían por iniciación, según ocurre hoy día. El siglo XIX ha sustituido por el teléfono eléctrico el “tabernáculo” de determinado metal y madera y tiene médiums naturales, en vez de sumos sacerdotes y hierofantes. ¿Por qué admirarse, pues, de que en vez de llegar hasta los Espíritus planetarios y los Dioses, no se comuniquen los creyentes de hoy de seres más elevados que elementales cascarones animados, o sean los demonios de Porfirio? En su obra Sobre los buenos y malos demonios, nos dice este autor quiénes eran los que:

             
Ambicionan que los tomen por dioses y cuyo caudillo aspira a que se le reconozca por el supremo Dios.

             
Ciertamente (y no serán los teósofos quienes lo nieguen), que en todo tiempo hubo y hay espíritus buenos y malos, benéficos y maléficos; pero la dificultad estriba en distinguir entre unos y otros; y esto es precisamente lo que la Iglesia cristiana desconoce tanto como cualquier profano, según demuestran los innumerables errores teológicos cometidos en este particular. No es sensato calificar de “demonios” a los dioses del paganismo, y después remedar servilmente sus símbolos, sin otra razón distintiva entre buenos y malos que el ser respectivamente cristianos o paganos. Los elementos del Zodíaco no han figurado únicamente en las doce piedras de Heliópolis, llamadas “misterios de los elementos”, sino que, según muchos autores ortodoxos, se hallaban también en el templo de Salomón, y aun hoy día pueden verse en varios templos de Italia y hasta en Nuestra Señora de París.

             
Podría decirse que fue vana la advertencia dada por San Clemente, aunque cite supuestas palabras de San Pedro, diciendo:

             
No adoréis a Dios como hacen los judíos, que piensan que ellos solos conocen a la Divinidad, y no se percatan de que en vez de adorar a Dios adoran a los ángeles, a los meses lunares y a la Luna.

             
Es verdaderamente sorprendente que, no obstante las anteriores palabras delatoras del equívoco judío, sigan los cristianos adorando al Jehovah de los judíos, al Espíritu que se comunicaba por medio de su teraphim. Que Jehovah era tan sólo el “genio tutelar” o Espíritu del pueblo de Israel, uno de los “espíritus superiores de los elementos”, y ni siquiera un espíritu planetario, lo demuestran San Pablo y San Clemente, si sus palabras tienen un sentido. Según San Clemente, la palabra ..... no significa únicamente “elementos”, sino también

             
Los principios cosmológicos generadores, y especialmente los signos del Zodíaco, de los meses y días, del Sol y de la Luna .

             
Aristóteles emplea la expresión en la misma acepción, pues dice .....; mientras que Diógenes Laercio llama ....., a los doce signos del Zodíaco. Y tenemos la prueba positiva de Amiano Marcelino que dice que:

             
La antigua adivinación siempre se verificaba con ayuda de los espíritus de los elementos, o sean los mismos ....; y como en la Biblia hay numerosos pasajes probatorios de que Saúl y David recurrieron a la adivinación por los mismos medios, y de que su “Señor”, es decir, Jehovah, respondía a las consultas, resulta que debemos creer que Jehovah es forzosamente un “espíritu de los elementos”.

            
 No se advierte, por lo tanto, gran diferencia entre el “ídolo de la Luna” o teraphim caldeo que servía de medio de comunicación con Saturno, y el ídolo de urim y tumín, órgano de Jehovah. Los ritos ocultos, que en sus comienzos constituyeron la más solemne y sagrada ciencia, han ido cayendo, por degeneración de la especie humana, en hechicería, llamada ahora “superstición”.

             
Como Diógenes dice en su Historia:

             
Gracias a sus detenidas observaciones astronómicas, los sacerdotes caldeos conocían mejor que nadie el significado de los movimientos e influencia de los planetas, y podían vaticinar a las gentes los sucesos futuros. Daban muchísima importancia a la doctrina de los cinco orbes máximos a que llamaban intérpretes, y nosotros planetas. Y aunque decían que del Sol derivaban la mayor parte de las predicciones de acontecimientos notables, adoraban más particularmente a Saturno. Vaticinaron muchos sucesos a gran número de reyes, entre ellos a Alejandro, Antígono, Seleuco y Nicanor, con tal exactitud que pasmó a las gentes.

             
De esto se infiere que la declaración del adepto caldeo Qû-tâmy, al decir que cuanto expone en su obra a los profanos se lo enseñó Saturno a la Luna, la Luna a su ídolo o teraphim, a él, no implica idolatría, so pena de acusar también de idólatra a David, que empleó el mismo método. No es posible, por lo tanto, ver en la obra de Qû-tâmy ni un relato apócrifo ni un “cuento de hadas”. El citado iniciado caldeo floreció muchísimo antes que Moisés, en cuya época la ciencia sagrada del santuario estaba todavía pujantísima. Empezó a decaer desde el punto en que fueron admitidos a su conocimiento socarrones como Luciano, porque las perlas de la ciencia se echaron muchas veces a los hambrientos perros de la criticonería y de la ignorancia.

D.S TV




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