En The Theosophist de Marzo de 1886, pág. 411, un miembro de la “Rama
Londres” de la Sociedad Teosófica, decía lo siguiente en respuesta a la
“Esfinge Solar”:
Creemos y sostenemos que el
reavivamiento actual del conocimiento oculto, demostrará algún día que el
sistema occidental expone conceptos de un orden que (al menos como se expresa
en las páginas de The Theosophist),
ha de alcanzar aún el sistema oriental.
No es dicho articulista la única
persona dominada por esta errónea creencia, pues en los Estados Unidos,
cabalistas mucho más notables afirmaron lo mismo. Esto sólo prueba la
superficialidad de conocimientos de la verdadera filosofía poseídos por el
ocultismo occidental y su “orden de conceptos”, según podremos demostrar
comparando las dos interpretaciones, oriental y occidental, de la doctrina
hemética común a todos los pueblos. Esta comparación es tanto más necesaria,
por cuanto resultaría nuestra obra incompleta si no la estableciéramos.
Podemos tomar para ello el criterio
de Eliphas Levi, quizá el mejor y más erudito expositor de la Kabalah caldea, a quien Kenneth
Mackenzie califica con razón de “insigne representante de la moderna filosofía
ocultista” (2), y comparar sus enseñanzas con las de los ocultistas orientales.
En las cartas y manuscritos inéditos de Eliphas Levi, que nos proporcionó un
teósofo discípulo suyo durante quince años, esperábamos hallar lo que el autor
no había querido publicar. Tuvimos, sin embargo un gran desengaño; si bien no
hay más remedio que considerar en sus enseñanzas la esencia del ocultismo
occidental o cabalístico, y compararlas con las interpretaciones orientales.
Eliphas Levi enseña acertadamente,
aunque en lenguaje demasiado retórico para los principiantes, que:
La vida imperecedera es el
movimiento equilibrado por las alternativas manifestaciones de la fuerza.
Pero ¿por qué no añade que este
movimiento perpetuo es independiente de las manifestadas Fuerzas operantes?
Dice Levi:
El caos es el Tohu-vah-bohu del
movimiento perpetuo y la suma total de la materia primaria.
Sin embargo,
le falta añadir que la materia es “primaria” tan sólo en los comienzos de cada
nueva reconstrucción del Universo. La materia in abscóndito, como la llamaron los alquimistas, es eterna,
indestructible, sin principio ni fin. Los ocultistas orientales la consideran
como la eterna raíz de todo lo existente, la Mûlaprakriti de los vedantinos, el
Svabhâvat de los buddhistas; la divina Esencia o Sustancia, en suma, cuyas
radiaciones se agregan periódicamente en formas graduales, desde el puro
Espíritu hasta la más densa materia. La Raíz, o Espacio, es en su abstracta
presencia, la Divinidad misma, la Causa única, inefable y desconocida.
Según Levi, también Ain-Soph es,
como Parabrahman, la ilimitada, infinita y única Unidad sin segundo y sin
causa. Ain-Soph es el punto indivisible, y por estar “en todas partes y en
ninguna” es lo Absoluto Todo. Asimismo es la “Oscuridad” por ser la luz
absoluta, la raíz de los siete principios fundamentales del Cosmos. Sin
embargo, al decir Eliphas Levi que “las tinieblas” cubrían el haz de la Tierra
no llega a indicar: a) Que las “tinieblas”, en este sentido, son la Divinidad
misma; y por no decirlo así, se aparta de la única solución filosófica que la
mente humana puede dar a tal problema. b) Induce al estudiante incauto a creer
que la palabra “Tierra” se refiere a nuestro diminuto globo, que es un átomo
del Universo. En resumen, estas enseñanzas no abarcan la Cosmogonía oculta, sino
que se relacionan tan sólo con la Geología oculta y la formación de nuestro
mínimo planeta. Así lo apunta al resumir el Árbol Sephirothal diciendo:
Dios es la armonía; la astronomía de
las Fuerzas y Unidad externas al mundo.
Esto parece sugerir:
a) Que Levi enseña la
existencia de un Dios extracósmico, limitando y condicionando a la vez el
Kosmos y la divina Omnipresencia infinita, que no puede estar fuera ni de un
simple átomo.
b) Que al prescindir del período precósmico
entero, verdadero fundamento de las enseñanzas ocultas, expone únicamente el
significado cabalístico de la letra muerta del Génesis, sin penetrar en su
esencia y espíritu. Seguramente que el “orden de conceptos” de la mente
occidental, no ganará gran cosa con tan restrictas enseñanzas.
Después de decir algo sobre el
Tohu-vah-bohu (cuyo significado gráfico es, según Wordsworth, “confusión o
revoltijo”), y de haber explicado que este término significa Cosmos, dice
Eliphas Levi:
Sobre el tenebroso abismo [el Caos]
estaban las Aguas... la Tierra (!) estaba en confusión (Tohu-vah-bohu), la
oscuridad cubría la faz del Profundo, y el vehemente Aliento se movía sobre las
Aguas, cuando el Espíritu exclamó [?]: “Sea la luz” y la luz fue. Así la Tierra
[nuestro globo, desde luego] estaba en estado de cataclismo. Densos vapores
velaban la inmensidad del firmamento, las aguas cubrían la Tierra, y un viento
impetuoso agitaba este tenebroso océano, cuando a un momento dado se reveló el
equilibrio y reapareció la luz. Las letras componentes de la palabra hebrea
“Bereshith” (la primera palabra del Génesis) son “Beth”, el binario, el Verbo
manifestado en acto, letra femenina;
después, “Resch”, el Verbo y la Vida, el número 20, el disco multiplicado por
2; y “Aleph”, el principio espiritual, la Unidad, letra masculina.
Si colocamos estas letras en un
triángulo, tendremos la Unidad absoluta, que sin estar incluida entre los
números, engendra la primera manifestación o número 2; y estas dos unidades,
por la armonía resultante de la analogía de los opuestos, forman una sola
unidad. Por esto se le da a Dios el nombre (plural) de Elohim.
Todo esto es muy ingenioso, aunque
muy enigmático, además de inexacto. Porque con la primera frase: “Sobre el
tenebroso abismo estaban las Aguas”, el cabalista francés extravía al
estudiante, segúnechará de ver en seguida cualquier discípulo oriental y aun
pueden verlo los mismos profanos. Si el Tohu-vah-bohu está “debajo” y las aguas
“encima”, resulta que hay distinción entre ambos, y no es tal el caso. Conviene
tener esto muy en cuenta, pues cambia por completo la naturaleza de la
Cosmogonía y la coloca al nivel del Génesis
exotérico. El Tohu-vah-bohu es el “Gran Profundo” y equivale a las “Aguas del
caos” o a las tinieblas primitivas; pero al exponer Levi el concepto de otro
modo, limita en espacio y condiciona en naturaleza el “Gran Profundo” y las
“Aguas” que sólo pueden estar separados en el mundo fenoménico. Así es que,
deseoso Levi de ocultar la última palabra de la filosofía esotérica, no llega a
indicar (sea intencionadamente o de otro modo, no hace al caso), el principio
fundamental de la verdadera filosofía oculta; o sea la unidad y homogeneidad
absolutas del divino y eterno Elemento; haciendo de la Divinidad un Dios
masculino. Y después dice:
Sobre las Aguas estaba el poderoso
Aliento de los Elohim [los creadores Dhyân Chohans]. Sobre el Aliento apareció
la Luz; y sobre la Luz la Palabra... que la creó.
Ahora bien; ocurre precisamente lo
contrario; pues de la Luz primaria procede la Palabra o Logos, de que a su vez
procede la luz física. En prueba y aclaración de su acerto, da Levi la
siguiente figura:
Todo ocultista oriental que vea esta
figura la considerará sin vacilar como “siniestra” y de magia negra, porque
está completamente invertida y representa la tercera fase del pensamiento
religioso, la dominante en el Dvâpara Yuga, en que el Principio único está ya
desdoblado en masculino y femenino, y la humanidad se acerca a su caída en la
materialidad con que empieza el Kali Yuga. Un estudiante de ocultismo oriental
la dibujaría como sigue:
Porque la Doctrina Secreta nos
enseña que el Universo se reconstruye como en esta forma: En los períodos de
nueva generación, el movimiento perpetuo se convierte en Aliento, del que
procede la Luz primordial en cuyas radiaciones se manifiesta el Pensamiento
eterno, oculto en las tinieblas, manifiesto en la Palabra o Mantra.
De esta
Palabra surge el Universo a la existencia. Más adelante dice Eliphas Levi:
Esto [la oculta Divinidad] irradió
en la eterna Esencia [las aguas del espacio], un rayo a cuya acción fructifica
el germen primordial, y la esencia se expansionó y engendró al Hombre
celeste en cuya mente se originaron todas las formas.
La Kabalah dice poco más o menos lo mismo; mas para saber lo que
realmente enseña, es preciso invertir el orden en que Levi lo expone, y
sustituir la palabra “sobre” por la de “en”, pues no cabe “encima” ni “debajo”
al referirse a lo Absoluto. Esto es lo que Levi dice:
Sobre las aguas, el poderoso aliento
de Elohim; sobre el Aliento, la Luz; sobre la Luz, la Palabra que la creó. Aquí
advertimos las esferas de evolución. Las almas [?] van desde el centro
tenebroso hacia la luminosa circunferencia. En el fondo del círculo ínfimo está
el Thou-vah-bohu o caos que precede a la manifestación (naissances:
generación). Sucesivamente aparecen las Aguas, el Aliento, la Luz y por último
la Palabra.
Estos pasajes muestran que el
erudito abate propendía resueltamente a antropomorfosear la creación, sin
advertir que ésta se modeló en la preexistente materia, como indica claramente
el Zohar.
Pero el “gran” cabalista occidental
esquiva la dificultad prescindiendo de la primera etapa de la evolución e
imaginando un segundo Caos. Así dice:
El Tohu-vah-bohu es el limbo de los
latinos o crepúsculo matutino y vespertino de la vida.
Está en perpetuo
movimiento, se descompone incesantemente, y la descomposición se
acelera a medida que el mundo se aproxima a su regeneración. El
Tohu-vah-bohu de los hebreos no es precisamente la confusión de cosas a que los
griegos llamaron caos, según lo describe Ovidio en las Metamorfosis. Es algo de mayor y más profundo significado; es el
fundamento de la religión; la afirmación filosófica de la inmaterialidad de
Dios.
Dígase más bien la afirmación de la
materialidad de un dios personal. Si el hombre hubiese de buscar a su Dios en
el hades de los antiguos (puesto que según Levi, el Tohu-vah-bohu o limbo de
los griegos, es el vestíbulo del hades) no cabría maravillarse por más tiempo
de las acusaciones levantadas por la Iglesia contra las “brujas” y hechiceros
versados en cabalismo occidental, de que adoraban al macho cabrío Mendes, o al
diablo personificado por ciertos elementales y larvas. Pero nada más pudo hacer
Eliphas Levi en la tarea que se impuso de conciliar la magia judía con el
clericalismo romano.
Después examina la primera frase del
Génesis diciendo:
Prescindamos de la vulgar traducción
del texto sagrado y veamos lo que encubre el primer capítulo del Génesis.
A continuación transcribe
correctamente el texto hebreo, pero transliterado como sigue:
Bereschith Bara Eloim uth aschamam
ouatti aares ouares ayete Tohu-vah-bohu... Ouimas Eloim rai avur ouiai aour.
Y lo explica diciendo:
La primera palabra, “Bereschith”
significa “génesis”, sinónimo de “naturaleza". Por lo tanto, es incorrecta
la traducción del texto bíblico, que no debiera decir “en el principio”, porque
significa el estado de la fuerza
generadora con exclusión de la idea de ex–nihilo... ya que de la nada no puede surgir algo. La palabra “Eloim” o “Elohim” significa las Potestades
generadoras; y tal es el oculto sentido del primer versículo... “Bereschith”
(“naturaleza” o “génesis”); “Bara” (“crearon”); “Eloim” (“las potestades”);
“athatashamaim” (“los cielos”); “ouath” y “oaris” (“la Tierra”). O sea: “Las
Potestades generadoras crearon indefinidamente (eternamente) las fuerzas
equilibradamente opuestas que llamamos cielo y tierra, y significan el espacio
y los cuerpos, lo volátil y lo fijo, el movimiento y la pesantez.
Si este comentario es correcto,
resulta vago en demasía para quien desconoce las enseñanzas cabalísticas. No
solamente son sus explicaciones insuficientes y erróneas, sino también
falsa su transliteración hebrea, hasta el punto de que el estudiante que quisiera
compararla con los símbolos y números equivalentes del alfabeto hebreo, no
podría hallar lo que hubiese encontrado si las palabras estuviesen
correctamente formadas en la transliteración francesa.
Si se compara con la misma
Cosmogonía inda exotérica, la filosofía que Eliphas Levi expone como
cabalística, no es ni más ni menos que misticismo católico adaptado a la Kabalah cristiana. Su obra Historia de la Magia lo demuestra
palmariamente; y denota asimismo su propósito, que por otra parte no disimula
el autor. Mientras por una parte expone ortodoxamente que:
La
religión cristiana impuso silencio a los mentirosos oráculos de los gentiles, y
acabó con el prestigio de los falsos dioses.
Por
otra parte, promete demostrar en su obra que el verdadero Reino santo, el gran
arte de la Magia, está en esa estrella de Bethlehem que guió a los tres magos
para que adorasen al Salvador del Mundo. Dice él así:
Demostraremos que el estudio del
sagrado Pentagrama había de conducir a los magos al conocimiento del nuevo
nombre que se levantaba entre todos los nombres, y ante el cual se postrarían
de hinojos todos los seres capaces de adorar.
Esto demuestra que la Kabalah de Levi es mística y cristiana,
y no ocultismo; porque éste es universal y no distingue entre los “Salvadores”
(o grandes avataras) de las naciones del mundo. Eliphas Levi no es el único que
ha disfrazado el cristianismo con ropaje cabalístico; pero fue indudablemente
“el más grande representante de la moderna filosofía oculta”, según se estudia
por lo general en los países católicos, donde se halla amoldada a los
prejuicios de los estudiantes cristianos. Pero nunca enseñó Levi la verdadera Kabalah universal; y mucho menos el
ocultismo de Oriente. Compare el estudiante las enseñanzas orientales con las
occidentales, y diga si la filosofía de los Upanishads
“ha de llegar aún a los órdenes de conceptos”, de este sistema occidental. Cada
cual tiene derecho de defender su escuela preferida; pero no hay necesidad de
denigrar el sistema del prójimo.
En vista de la gran semejanza entre
muchas de las “verdades” fundamentales, del cristianismo y los “mitos” del
brahmanismo, se han hecho últimamente decididos esfuerzos para probar que el Bhagavad Gitâ y la mayor parte de los Brâhmanas y Purânas son de fecha muy
posterior a los libros de Moisés y aun a los mismos Evangelios. Pero aunque fuese posible que tales intentos se vieran
coronados por el éxito, de nada serviría el argumento mientras quedara el Rig Veda, cuya fecha, por muy acá que se
traiga, siempre será más antigua que la del Pentateuco.
Saben muy bien los orientalistas que
no pueden arrancar los hitos colocados en esa “Biblia de la Humanidad”, llamada
Rig Veda, para servir de guía a las
sucesivas religiones. En la aurora de la intelectualidad humana se echaron allí
los cimientos de todas las fes y todos los credos, de cuantas iglesias y
templos se edificaron posteriormente. Las siete principales divinidades, con
sus trescientos treinta millones de correlaciones, del Rig Veda, son los rayos de la Unidad sin par y sin límites, en
donde pueden encontrarse los “mitos” universales, las personificaciones de las
Potestades divinas y cósmicas, primarias y secundarias, y los personajes
históricos de todas las religiones presentes y extinguidas.
Pero
a la Unidad absoluta no se le puede tributar adoración profana; pues tan sólo
puede ser “objeto de la más abstracta meditación que los indos practican para
sumirse en ella”. Al comienzo de cada “aurora” de “creación”, la eterna Luz
(que es oscuridad), asume el aspecto de lo que se llama caos (que sólo es caos
para el humano intelecto); y que para la percepción espiritual o sobrehumana,
es la Raíz eterna de todos los universos.
“Osiris en un dios negro”. Estas
palabras se pronunciaban “muy quedo” en las iniciaciones egipcias; porque el
noumeno de Osiris es la oscuridad para el hombre. En este Caos se forman las
“Aguas”, la madre Isis, Aditi, etc. Son las “Aguas de la Vida”, en que se
producen (o más bien se vuelven a despertar los gérmenes primordiales, por la
acción de la Luz primaria. Es el divino Espíritu, Purushottama, en su aspecto
de Nârâyana o agitador de las Aguas del Espacio, que infunde el aliento de la
vida y fructifica en el germen que llega a ser el “Mundial Huevo de Oro” del
que surge el Brahmâ masculino (16); y de éste el primer Prajâpati, el señor de
los seres, que se convierte en el progenitor del género humano. Y aunque lo
Absoluto es lo que contiene en Sí al Universo y no Brahmâ; sin embargo éste
tiene el papel de manifestarse en forma visible. De aquí que se le haya de
relacionar con la reproducción de las especies; y, como a Jehovah y otros
dioses masculinos igualmente antropomórficos, se les dé un símbolo fálico. A lo
sumo, cada uno de estos Dioses masculinos, “Padre” de todo, se convierte en “el
hombre arquetípico” entre el cual y la infinita Divinidad media un abismo. En
las religiones de dioses personales, degeneran estos de Fuerzas abstractas en
potestades físicas.
El agua de la Vida (el “océano” de la madre naturaleza) es
considerada en su aspecto terrestre por las religiones antropomórficas. El agua
de la Vida ha sido santificada por la magia teológica; y casi todas las
religiones, así antiguas como modernas, la consagraron. Si los cristianos la
emplean como medio de purificación espiritual en el bautismo y en las
oraciones; si los indos reverencian devotamente las aguas de sus sagrados
arroyos, lagos y ríos; si los parsis y mahometanos creen en su eficacia;
seguramente algún hondo significado oculto ha de tener este elemento. En
ocultismo representa el quinto principio cósmico del septenario inferior; pues
según los cabalistas que distinguen entre las “aguas de la vida” y las aguas de
la salvación, el universo visible fue formado del agua.
El “Rey predicador” dice de sí
mismo:
Yo, el Predicador, fui rey sobre
Israel en Jerusalén, y me propuse en mi corazón inquirir e investigar
sabiamente sobre todas las cosas que
se hacen debajo del sol.
Al hablar de la grande y gloriosa
obra de los Elohim unificados en el “Señor Dios” por los traductores de la
Biblia, dice refiriéndose al constructor del universo:
Que asentó en las aguas las vigas de
sus aposentos.
Esto
significa que la Hueste Divina de los sephiroth construyó el Universo con el
océano, las aguas del caos. Razón tuvieron Tales y Moisés al decir que
únicamente la tierra y el agua pueden engendrar almas vivientes; pues el agua
es en el plano físico el principio de todas las cosas. Moisés era un iniciado,
y tales un filósofo, es decir, un hombre de ciencia porque en su tiempo tanto
valía uno como otro de ambos calificativos.
El secreto significado de esta
afirmación es que, en los libros mosaicos, el agua y la tierra representan la
materia prima y el principio creador (femenino) de nuestro plano. En Egipto,
Osiris era fuego, e Isis la tierra o su sinónimo el agua; precisamente los dos
elementos opuestos, porque sus opuestas cualidades son necesarias a la
procreación. La tierra requiere agua y sol para que las semillas germinen; pero
estas cualidades procreativas del fuego y del agua, o el espíritu y la materia,
son tan sólo símbolos de la generación física. Los cabalistas judíos
simbolizaban estos elementos sólo en su aplicación a las cosas manifestadas, y
la reverenciaban como emblemas de la producción de la vida física; pero la
filosofía oriental los considera sólo como ilusoria emanación de sus prototipos
espirituales, sin que ni un solo pensamiento impuro o profano contamine sus
religiosos símbolos esotéricos.
Como se ha dicho en otra parte, Caos
es Tehos que se convierte en Kosmos. Es el espacio, en donde todas las cosas se
contienen. Según afirman las enseñanzas ocultas, los egipcios, caldeos y otras
naciones le llamaron Tohu-vah-bohu (caos, confusión); porque el espacio es el
gran arsenal de la creación de donde proceden, no tan sólo formas, sino también
ideas, que sólo pueden recibir expresión por medio del Logos, el Verbo, la
Palabra o Sonido.
Los
números 1, 2, 3, 4 son las sucesivas emanaciones de la Madre, [El espacio],
según va tejiendo en descenso su vestidura, y extendiéndola sobre las siete
capas de la creación. El rodillo vuelve sobre sí mismo, pues se une un
cabo al otro en el infinito; y aparecen los números 4, 3 y 2, el único lado del
velo que podemos percibir, pues el número 1 se pierde en su inaccesible soledad.
...El
Padre, que es el Tiempo sin límites, engendra en la eternidad a la Madre, que
es el infinito Espacio; y la Madre engendra al Padre en Manvántaras (que son
divisiones de duraciones) el día en que el mundo se convierte en un océano.
Entonces la Madre se convierte en Nârâ [las aguas, el gran mar]; porque Nârâ
[el Supremo espíritu] reposa (o se mueve) sobre las aguas cuando se dice que el
1, 2, 3, 4 descienden y moran en el mundo invisible; mientras que el 4, 3, 2 se
convierten en los límites del mundo visible y material, para intervenir en las
manifestaciones del Padre [el Tiempo].
Esto
se refiere a los mahâyugas, cuya representación numérica es 432, y con la
adición de ceros 4.320.000.
Ahora bien; resulta muy sorprendente
de ser mera coincidencia, que el valor numérico del Tohu-vah-bohu o “caos” de
la Biblia (cuyo caos es, desde luego, el Piélago “Madre”, o Aguas del espacio),
conste de las mismas cifras que lo anterior. Así leemos en un manuscrito
cabalista:
Dice el segundo versículo del Génesis, que los cielos y la tierra
estaban en “caos y confusión”, es decir, en “Tohu-vah-bohu”, y que “las tinieblas cubrían la faz del
abismo”, o sea que “al perfecto material con el que había de construirse el
mundo le faltaba organización”. Si substituimos por su valor numérico las
letras de estas palabras, resultará igual a 6.526.654 y 2.386. Por arte de
pronunciación éstas son las llaves maestras de los números sueltos y confusos,
los gérmenes y claves de construcción, aunque para emplearlas debidamente es
preciso reconocerlas una por una. Siguen ellas inmediatamente a la frase: “En
Rash se desenvolvieron los dioses, los cielos y la tierra”.
Multiplicando consecutivamente en
ambos sentidos los valores numéricos de las letras de la palabra “Tohu-vah-bohu”,
y ordenando los productos parciales, tendremos las siguientes series:
1ª .....................
........................ 30, 60, 360, 2160, 10800, 43200
Suprimiendo
los ceros finales................ 3 6 36
216 108 432
2ª .............................................. 20 120 720 1440 7200 43200
Suprimiendo
ceros ................................
2
12 72 144 72 432
Cerrándose las series en 432, uno de
los más famosos números de la antigüedad, que, aunque veladamente, aparece en
la cronología anterior al diluvio.
Esto indica que a los judíos les
debió llegar de la India el conocimiento del empleo de los números. Según hemos
visto, en las series aparecen con otras combinaciones, los números 108 y 1008,
números de los nombres de Vishnu (23); y el término final 432 entra en el ciclo
de 4.320.000 años de los indos, y en el período de 432.000 años, asignado por
los caldeos a sus divinas dinastías.
D.S TV
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