domingo, 9 de septiembre de 2018

OCULTISMO ORIENTAL Y OCCIDENTAL



      
     

En The Theosophist de Marzo de 1886, pág. 411, un miembro de la “Rama Londres” de la Sociedad Teosófica, decía lo siguiente en respuesta a la “Esfinge Solar”:
             
Creemos y sostenemos que el reavivamiento actual del conocimiento oculto, demostrará algún día que el sistema occidental expone conceptos de un orden que (al menos como se expresa en las páginas de The Theosophist), ha de alcanzar aún el sistema oriental.
            
No es dicho articulista la única persona dominada por esta errónea creencia, pues en los Estados Unidos, cabalistas mucho más notables afirmaron lo mismo. Esto sólo prueba la superficialidad de conocimientos de la verdadera filosofía poseídos por el ocultismo occidental y su “orden de conceptos”, según podremos demostrar comparando las dos interpretaciones, oriental y occidental, de la doctrina hemética común a todos los pueblos. Esta comparación es tanto más necesaria, por cuanto resultaría nuestra obra incompleta si no la estableciéramos.
             
Podemos tomar para ello el criterio de Eliphas Levi, quizá el mejor y más erudito expositor de la Kabalah caldea, a quien Kenneth Mackenzie califica con razón de “insigne representante de la moderna filosofía ocultista” (2), y comparar sus enseñanzas con las de los ocultistas orientales. En las cartas y manuscritos inéditos de Eliphas Levi, que nos proporcionó un teósofo discípulo suyo durante quince años, esperábamos hallar lo que el autor no había querido publicar. Tuvimos, sin embargo un gran desengaño; si bien no hay más remedio que considerar en sus enseñanzas la esencia del ocultismo occidental o cabalístico, y compararlas con las interpretaciones orientales.
             
Eliphas Levi enseña acertadamente, aunque en lenguaje demasiado retórico para los principiantes, que:
             
La vida imperecedera es el movimiento equilibrado por las alternativas manifestaciones de la fuerza.
             
Pero ¿por qué no añade que este movimiento perpetuo es independiente de las manifestadas Fuerzas operantes? Dice Levi:
             
El caos es el Tohu-vah-bohu del movimiento perpetuo y la suma total de la materia primaria.
Sin embargo, le falta añadir que la materia es “primaria” tan sólo en los comienzos de cada nueva reconstrucción del Universo. La materia in abscóndito, como la llamaron los alquimistas, es eterna, indestructible, sin principio ni fin. Los ocultistas orientales la consideran como la eterna raíz de todo lo existente, la Mûlaprakriti de los vedantinos, el Svabhâvat de los buddhistas; la divina Esencia o Sustancia, en suma, cuyas radiaciones se agregan periódicamente en formas graduales, desde el puro Espíritu hasta la más densa materia. La Raíz, o Espacio, es en su abstracta presencia, la Divinidad misma, la Causa única, inefable y desconocida.
             
Según Levi, también Ain-Soph es, como Parabrahman, la ilimitada, infinita y única Unidad sin segundo y sin causa. Ain-Soph es el punto indivisible, y por estar “en todas partes y en ninguna” es lo Absoluto Todo. Asimismo es la “Oscuridad” por ser la luz absoluta, la raíz de los siete principios fundamentales del Cosmos. Sin embargo, al decir Eliphas Levi que “las tinieblas” cubrían el haz de la Tierra no llega a indicar: a) Que las “tinieblas”, en este sentido, son la Divinidad misma; y por no decirlo así, se aparta de la única solución filosófica que la mente humana puede dar a tal problema. b) Induce al estudiante incauto a creer que la palabra “Tierra” se refiere a nuestro diminuto globo, que es un átomo del Universo. En resumen, estas enseñanzas no abarcan la Cosmogonía oculta, sino que se relacionan tan sólo con la Geología oculta y la formación de nuestro mínimo planeta. Así lo apunta al resumir el Árbol Sephirothal diciendo:
           
 Dios es la armonía; la astronomía de las Fuerzas y Unidad externas al mundo.
             
Esto parece sugerir:

a) Que Levi enseña la existencia de un Dios extracósmico, limitando y condicionando a la vez el Kosmos y la divina Omnipresencia infinita, que no puede estar fuera ni de un simple átomo.

b)  Que al prescindir del período precósmico entero, verdadero fundamento de las enseñanzas ocultas, expone únicamente el significado cabalístico de la letra muerta del Génesis, sin penetrar en su esencia y espíritu. Seguramente que el “orden de conceptos” de la mente occidental, no ganará gran cosa con tan restrictas enseñanzas.
            
 Después de decir algo sobre el Tohu-vah-bohu (cuyo significado gráfico es, según Wordsworth, “confusión o revoltijo”), y de haber explicado que este término significa Cosmos, dice Eliphas Levi:
             
Sobre el tenebroso abismo [el Caos] estaban las Aguas... la Tierra (!) estaba en confusión (Tohu-vah-bohu), la oscuridad cubría la faz del Profundo, y el vehemente Aliento se movía sobre las Aguas, cuando el Espíritu exclamó [?]: “Sea la luz” y la luz fue. Así la Tierra [nuestro globo, desde luego] estaba en estado de cataclismo. Densos vapores velaban la inmensidad del firmamento, las aguas cubrían la Tierra, y un viento impetuoso agitaba este tenebroso océano, cuando a un momento dado se reveló el equilibrio y reapareció la luz. Las letras componentes de la palabra hebrea “Bereshith” (la primera palabra del Génesis) son “Beth”, el binario, el Verbo manifestado en acto, letra femenina; después, “Resch”, el Verbo y la Vida, el número 20, el disco multiplicado por 2; y “Aleph”, el principio espiritual, la Unidad, letra masculina.
             
Si colocamos estas letras en un triángulo, tendremos la Unidad absoluta, que sin estar incluida entre los números, engendra la primera manifestación o número 2; y estas dos unidades, por la armonía resultante de la analogía de los opuestos, forman una sola unidad. Por esto se le da a Dios el nombre (plural) de Elohim.
             
Todo esto es muy ingenioso, aunque muy enigmático, además de inexacto. Porque con la primera frase: “Sobre el tenebroso abismo estaban las Aguas”, el cabalista francés extravía al estudiante, segúnechará de ver en seguida cualquier discípulo oriental y aun pueden verlo los mismos profanos. Si el Tohu-vah-bohu está “debajo” y las aguas “encima”, resulta que hay distinción entre ambos, y no es tal el caso. Conviene tener esto muy en cuenta, pues cambia por completo la naturaleza de la Cosmogonía y la coloca al nivel del Génesis exotérico. El Tohu-vah-bohu es el “Gran Profundo” y equivale a las “Aguas del caos” o a las tinieblas primitivas; pero al exponer Levi el concepto de otro modo, limita en espacio y condiciona en naturaleza el “Gran Profundo” y las “Aguas” que sólo pueden estar separados en el mundo fenoménico. Así es que, deseoso Levi de ocultar la última palabra de la filosofía esotérica, no llega a indicar (sea intencionadamente o de otro modo, no hace al caso), el principio fundamental de la verdadera filosofía oculta; o sea la unidad y homogeneidad absolutas del divino y eterno Elemento; haciendo de la Divinidad un Dios masculino. Y después dice:
             
Sobre las Aguas estaba el poderoso Aliento de los Elohim [los creadores Dhyân Chohans]. Sobre el Aliento apareció la Luz; y sobre la Luz la Palabra... que la creó.
             
Ahora bien; ocurre precisamente lo contrario; pues de la Luz primaria procede la Palabra o Logos, de que a su vez procede la luz física. En prueba y aclaración de su acerto, da Levi la siguiente figura:


            
 Todo ocultista oriental que vea esta figura la considerará sin vacilar como “siniestra” y de magia negra, porque está completamente invertida y representa la tercera fase del pensamiento religioso, la dominante en el Dvâpara Yuga, en que el Principio único está ya desdoblado en masculino y femenino, y la humanidad se acerca a su caída en la materialidad con que empieza el Kali Yuga. Un estudiante de ocultismo oriental la dibujaría como sigue:
             
Porque la Doctrina Secreta nos enseña que el Universo se reconstruye como en esta forma: En los períodos de nueva generación, el movimiento perpetuo se convierte en Aliento, del que procede la Luz primordial en cuyas radiaciones se manifiesta el Pensamiento eterno, oculto en las tinieblas, manifiesto en la Palabra o Mantra. 
De esta Palabra surge el Universo a la existencia. Más adelante dice Eliphas Levi:
             
Esto [la oculta Divinidad] irradió en la eterna Esencia [las aguas del espacio], un rayo a cuya acción fructifica el germen primordial, y la esencia se expansionó y engendró al Hombre celeste en cuya mente se originaron todas las formas.
             
La Kabalah dice poco más o menos lo mismo; mas para saber lo que realmente enseña, es preciso invertir el orden en que Levi lo expone, y sustituir la palabra “sobre” por la de “en”, pues no cabe “encima” ni “debajo” al referirse a lo Absoluto. Esto es lo que Levi dice:
             
Sobre las aguas, el poderoso aliento de Elohim; sobre el Aliento, la Luz; sobre la Luz, la Palabra que la creó. Aquí advertimos las esferas de evolución. Las almas [?] van desde el centro tenebroso hacia la luminosa circunferencia. En el fondo del círculo ínfimo está el Thou-vah-bohu o caos que precede a la manifestación (naissances: generación). Sucesivamente aparecen las Aguas, el Aliento, la Luz y por último la Palabra.
             
Estos pasajes muestran que el erudito abate propendía resueltamente a antropomorfosear la creación, sin advertir que ésta se modeló en la preexistente materia, como indica claramente el Zohar.
             
Pero el “gran” cabalista occidental esquiva la dificultad prescindiendo de la primera etapa de la evolución e imaginando un segundo Caos. Así dice:
             
El Tohu-vah-bohu es el limbo de los latinos o crepúsculo matutino y vespertino de la vida. 
Está en perpetuo movimiento, se descompone incesantemente, y la descomposición se acelera a medida que el mundo se aproxima a su regeneración. El Tohu-vah-bohu de los hebreos no es precisamente la confusión de cosas a que los griegos llamaron caos, según lo describe Ovidio en las Metamorfosis. Es algo de mayor y más profundo significado; es el fundamento de la religión; la afirmación filosófica de la inmaterialidad de Dios.
             
Dígase más bien la afirmación de la materialidad de un dios personal. Si el hombre hubiese de buscar a su Dios en el hades de los antiguos (puesto que según Levi, el Tohu-vah-bohu o limbo de los griegos, es el vestíbulo del hades) no cabría maravillarse por más tiempo de las acusaciones levantadas por la Iglesia contra las “brujas” y hechiceros versados en cabalismo occidental, de que adoraban al macho cabrío Mendes, o al diablo personificado por ciertos elementales y larvas. Pero nada más pudo hacer Eliphas Levi en la tarea que se impuso de conciliar la magia judía con el clericalismo romano.
             
Después examina la primera frase del Génesis diciendo:
             
Prescindamos de la vulgar traducción del texto sagrado y veamos lo que encubre el primer capítulo del Génesis.
             
A continuación transcribe correctamente el texto hebreo, pero transliterado como sigue:
             
Bereschith Bara Eloim uth aschamam ouatti aares ouares ayete Tohu-vah-bohu... Ouimas Eloim rai avur ouiai aour.
             
Y lo explica diciendo:              
             
La primera palabra, “Bereschith” significa “génesis”, sinónimo de “naturaleza". Por lo tanto, es incorrecta la traducción del texto bíblico, que no debiera decir “en el principio”, porque significa el estado de la fuerza generadora con exclusión de la idea de ex–nihilo... ya que de la nada no puede surgir algo. La palabra “Eloim” o “Elohim” significa las Potestades generadoras; y tal es el oculto sentido del primer versículo... “Bereschith” (“naturaleza” o “génesis”); “Bara” (“crearon”); “Eloim” (“las potestades”); “athatashamaim” (“los cielos”); “ouath” y “oaris” (“la Tierra”). O sea: “Las Potestades generadoras crearon indefinidamente (eternamente) las fuerzas equilibradamente opuestas que llamamos cielo y tierra, y significan el espacio y los cuerpos, lo volátil y lo fijo, el movimiento y la pesantez.
             
Si este comentario es correcto, resulta vago en demasía para quien desconoce las enseñanzas cabalísticas. No solamente son sus explicaciones insuficientes y erróneas, sino también falsa su transliteración hebrea, hasta el punto de que el estudiante que quisiera compararla con los símbolos y números equivalentes del alfabeto hebreo, no podría hallar lo que hubiese encontrado si las palabras estuviesen correctamente formadas en la transliteración francesa.
             
Si se compara con la misma Cosmogonía inda exotérica, la filosofía que Eliphas Levi expone como cabalística, no es ni más ni menos que misticismo católico adaptado a la Kabalah cristiana. Su obra Historia de la Magia lo demuestra palmariamente; y denota asimismo su propósito, que por otra parte no disimula el autor. Mientras por una parte expone ortodoxamente que:
             
La religión cristiana impuso silencio a los mentirosos oráculos de los gentiles, y acabó con el prestigio de los falsos dioses.
Por otra parte, promete demostrar en su obra que el verdadero Reino santo, el gran arte de la Magia, está en esa estrella de Bethlehem que guió a los tres magos para que adorasen al Salvador del Mundo. Dice él así:
             
Demostraremos que el estudio del sagrado Pentagrama había de conducir a los magos al conocimiento del nuevo nombre que se levantaba entre todos los nombres, y ante el cual se postrarían de hinojos todos los seres capaces de adorar.
             
Esto demuestra que la Kabalah de Levi es mística y cristiana, y no ocultismo; porque éste es universal y no distingue entre los “Salvadores” (o grandes avataras) de las naciones del mundo. Eliphas Levi no es el único que ha disfrazado el cristianismo con ropaje cabalístico; pero fue indudablemente “el más grande representante de la moderna filosofía oculta”, según se estudia por lo general en los países católicos, donde se halla amoldada a los prejuicios de los estudiantes cristianos. Pero nunca enseñó Levi la verdadera Kabalah universal; y mucho menos el ocultismo de Oriente. Compare el estudiante las enseñanzas orientales con las occidentales, y diga si la filosofía de los Upanishads “ha de llegar aún a los órdenes de conceptos”, de este sistema occidental. Cada cual tiene derecho de defender su escuela preferida; pero no hay necesidad de denigrar el sistema del prójimo.
             
En vista de la gran semejanza entre muchas de las “verdades” fundamentales, del cristianismo y los “mitos” del brahmanismo, se han hecho últimamente decididos esfuerzos para probar que el Bhagavad Gitâ y la mayor parte de los Brâhmanas y Purânas son de fecha muy posterior a los libros de Moisés y aun a los mismos Evangelios. Pero aunque fuese posible que tales intentos se vieran coronados por el éxito, de nada serviría el argumento mientras quedara el Rig Veda, cuya fecha, por muy acá que se traiga, siempre será más antigua que la del Pentateuco.
             
Saben muy bien los orientalistas que no pueden arrancar los hitos colocados en esa “Biblia de la Humanidad”, llamada Rig Veda, para servir de guía a las sucesivas religiones. En la aurora de la intelectualidad humana se echaron allí los cimientos de todas las fes y todos los credos, de cuantas iglesias y templos se edificaron posteriormente. Las siete principales divinidades, con sus trescientos treinta millones de correlaciones, del Rig Veda, son los rayos de la Unidad sin par y sin límites, en donde pueden encontrarse los “mitos” universales, las personificaciones de las Potestades divinas y cósmicas, primarias y secundarias, y los personajes históricos de todas las religiones presentes y extinguidas.
             
Pero a la Unidad absoluta no se le puede tributar adoración profana; pues tan sólo puede ser “objeto de la más abstracta meditación que los indos practican para sumirse en ella”. Al comienzo de cada “aurora” de “creación”, la eterna Luz (que es oscuridad), asume el aspecto de lo que se llama caos (que sólo es caos para el humano intelecto); y que para la percepción espiritual o sobrehumana, es la Raíz eterna de todos los universos.
            
 “Osiris en un dios negro”. Estas palabras se pronunciaban “muy quedo” en las iniciaciones egipcias; porque el noumeno de Osiris es la oscuridad para el hombre. En este Caos se forman las “Aguas”, la madre Isis, Aditi, etc. Son las “Aguas de la Vida”, en que se producen (o más bien se vuelven a despertar los gérmenes primordiales, por la acción de la Luz primaria. Es el divino Espíritu, Purushottama, en su aspecto de Nârâyana o agitador de las Aguas del Espacio, que infunde el aliento de la vida y fructifica en el germen que llega a ser el “Mundial Huevo de Oro” del que surge el Brahmâ masculino (16); y de éste el primer Prajâpati, el señor de los seres, que se convierte en el progenitor del género humano. Y aunque lo Absoluto es lo que contiene en Sí al Universo y no Brahmâ; sin embargo éste tiene el papel de manifestarse en forma visible. De aquí que se le haya de relacionar con la reproducción de las especies; y, como a Jehovah y otros dioses masculinos igualmente antropomórficos, se les dé un símbolo fálico. A lo sumo, cada uno de estos Dioses masculinos, “Padre” de todo, se convierte en “el hombre arquetípico” entre el cual y la infinita Divinidad media un abismo. En las religiones de dioses personales, degeneran estos de Fuerzas abstractas en potestades físicas. 

El agua de la Vida (el “océano” de la madre naturaleza) es considerada en su aspecto terrestre por las religiones antropomórficas. El agua de la Vida ha sido santificada por la magia teológica; y casi todas las religiones, así antiguas como modernas, la consagraron. Si los cristianos la emplean como medio de purificación espiritual en el bautismo y en las oraciones; si los indos reverencian devotamente las aguas de sus sagrados arroyos, lagos y ríos; si los parsis y mahometanos creen en su eficacia; seguramente algún hondo significado oculto ha de tener este elemento. En ocultismo representa el quinto principio cósmico del septenario inferior; pues según los cabalistas que distinguen entre las “aguas de la vida” y las aguas de la salvación, el universo visible fue formado del agua.
             
El “Rey predicador” dice de sí mismo:
            
 Yo, el Predicador, fui rey sobre Israel en Jerusalén, y me propuse en mi corazón inquirir e investigar sabiamente sobre todas las cosas que se hacen debajo del sol.
            
 Al hablar de la grande y gloriosa obra de los Elohim unificados en el “Señor Dios” por los traductores de la Biblia, dice refiriéndose al constructor del universo:
             
Que asentó en las aguas las vigas de sus aposentos.
             
Esto significa que la Hueste Divina de los sephiroth construyó el Universo con el océano, las aguas del caos. Razón tuvieron Tales y Moisés al decir que únicamente la tierra y el agua pueden engendrar almas vivientes; pues el agua es en el plano físico el principio de todas las cosas. Moisés era un iniciado, y tales un filósofo, es decir, un hombre de ciencia porque en su tiempo tanto valía uno como otro de ambos calificativos.
             
El secreto significado de esta afirmación es que, en los libros mosaicos, el agua y la tierra representan la materia prima y el principio creador (femenino) de nuestro plano. En Egipto, Osiris era fuego, e Isis la tierra o su sinónimo el agua; precisamente los dos elementos opuestos, porque sus opuestas cualidades son necesarias a la procreación. La tierra requiere agua y sol para que las semillas germinen; pero estas cualidades procreativas del fuego y del agua, o el espíritu y la materia, son tan sólo símbolos de la generación física. Los cabalistas judíos simbolizaban estos elementos sólo en su aplicación a las cosas manifestadas, y la reverenciaban como emblemas de la producción de la vida física; pero la filosofía oriental los considera sólo como ilusoria emanación de sus prototipos espirituales, sin que ni un solo pensamiento impuro o profano contamine sus religiosos símbolos esotéricos.
            
 Como se ha dicho en otra parte, Caos es Tehos que se convierte en Kosmos. Es el espacio, en donde todas las cosas se contienen. Según afirman las enseñanzas ocultas, los egipcios, caldeos y otras naciones le llamaron Tohu-vah-bohu (caos, confusión); porque el espacio es el gran arsenal de la creación de donde proceden, no tan sólo formas, sino también ideas, que sólo pueden recibir expresión por medio del Logos, el Verbo, la Palabra o Sonido.
            
 Los números 1, 2, 3, 4 son las sucesivas emanaciones de la Madre, [El espacio], según va tejiendo en descenso su vestidura, y extendiéndola sobre las siete capas de la creación. El rodillo vuelve sobre sí mismo, pues se une un cabo al otro en el infinito; y aparecen los números 4, 3 y 2, el único lado del velo que podemos percibir, pues el número 1 se pierde en su inaccesible soledad.
             
...El Padre, que es el Tiempo sin límites, engendra en la eternidad a la Madre, que es el infinito Espacio; y la Madre engendra al Padre en Manvántaras (que son divisiones de duraciones) el día en que el mundo se convierte en un océano. Entonces la Madre se convierte en Nârâ [las aguas, el gran mar]; porque Nârâ [el Supremo espíritu] reposa (o se mueve) sobre las aguas cuando se dice que el 1, 2, 3, 4 descienden y moran en el mundo invisible; mientras que el 4, 3, 2 se convierten en los límites del mundo visible y material, para intervenir en las manifestaciones del Padre [el Tiempo].
             
Esto se refiere a los mahâyugas, cuya representación numérica es 432, y con la adición de ceros 4.320.000.
             
Ahora bien; resulta muy sorprendente de ser mera coincidencia, que el valor numérico del Tohu-vah-bohu o “caos” de la Biblia (cuyo caos es, desde luego, el Piélago “Madre”, o Aguas del espacio), conste de las mismas cifras que lo anterior. Así leemos en un manuscrito cabalista:
             
Dice el segundo versículo del Génesis, que los cielos y la tierra estaban en “caos y confusión”, es decir, en “Tohu-vah-bohu”, y que “las tinieblas cubrían la faz del abismo”, o sea que “al perfecto material con el que había de construirse el mundo le faltaba organización”. Si substituimos por su valor numérico las letras de estas palabras, resultará igual a 6.526.654  y 2.386. Por arte de pronunciación éstas son las llaves maestras de los números sueltos y confusos, los gérmenes y claves de construcción, aunque para emplearlas debidamente es preciso reconocerlas una por una. Siguen ellas inmediatamente a la frase: “En Rash se desenvolvieron los dioses, los cielos y la tierra”.
             
Multiplicando consecutivamente en ambos sentidos los valores numéricos de las letras de la palabra “Tohu-vah-bohu”, y ordenando los productos parciales, tendremos las siguientes series:

            1ª ..................... ........................                                 30,       60,       360,      2160,    10800,  43200
Suprimiendo los ceros finales................                                    3          6          36        216        108       432
            2ª ..............................................                                20        120       720       1440       7200   43200
Suprimiendo ceros ................................                                 2           12        72        144          72       432

             
Cerrándose las series en 432, uno de los más famosos números de la antigüedad, que, aunque veladamente, aparece en la cronología anterior al diluvio.
             
Esto indica que a los judíos les debió llegar de la India el conocimiento del empleo de los números. Según hemos visto, en las series aparecen con otras combinaciones, los números 108 y 1008, números de los nombres de Vishnu (23); y el término final 432 entra en el ciclo de 4.320.000 años de los indos, y en el período de 432.000 años, asignado por los caldeos a sus divinas dinastías.

D.S TV

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