Según predijo el gran Hermes en su
diálogo con Esculapio, había llegado el tiempo en que imíos extranjeros acusaran
a Egipto de adorar monstruos, y que únicamente perdurarán las inscripciones
grabadas en las piedras de sus monumentos (enigmas ininteligibles para la
posteridad), dispersándose sus escribas y hierofantes. Los que quedaron en
Egipto, para evitar la profanación de los sagrados misterios, se refugiaron en
desiertos y montañas, donde establecieron sociedades y congregaciones secretas
como la de los esenios. Los que emigraron a la India y aun al continente
llamado ahora Nuevo Mundo, se comprometieron con solemnes juramentos a guardar
silencio, y a mantener secreta su sabiduría, que de este modo quedó como nunca
oculta a la vista de las gentes. En el Asia Central y en las fronteras
septentrionales de la India, la victoriosa espada del discípulo de Aristóteles
barrió en el camino de sus conquistas todo vestigio de la religión primitiva; y
sus adeptos tuvieron que ocultarse en los recónditos rincones de la tierra.
Terminado el ciclo de ****, a los golpes del conquistador macedonio, sonó en el
reloj de las razas la primera campanada de las horas de la desaparición de los
misterios. Las últimas campanadas empezaron a sonar el año 47 antes de J. C.
Alesia, la Tebas de los celatas,
tan famosa por sus ritos de iniciación y por sus misterios, fue, según la
describe Ragon:
La antigua metrópoli, tumba de la
iniciación druídica y de la libertad de las Galias.
En
el primer siglo de nuestra era sonó, pues, la última hora de los misterios. La
historia nos muestra las Galias centrales sublevadas contra el yugo de Roma. El
país quedó sujeto a César, y fue aplastada la revuelta, cuyo resultado fue el
degüello y exterminio de los habitantes de Alesia, incluso el colegio
sacerdotal de los druidas con todos sus neófitos; después de lo cual toda la
ciudad fue saqueada y arrasada.
Algunos años más tarde pereció la no
menos famosa ciudad de Bibractis, cuyo fin describe Ragon en estos términos:
Bibractis, madre de las ciencias,
émula de Tebas, Menfis y Roma, alma de las primitivas naciones de Europa, era
ciudad famosa por su colegio sagrado de druidas, su cultura y sus escuelas en
donde 40.000 alumnos aprendían filosofía, literatura, gramática,
jurisprudencia, medicina, astrología, arquitectura y ciencias ocultas. Tenía un
anfiteatro circuído de colosales estatuas, capaz para cien mil espectadores, un
capitolio, templos de Jano, Plutón, Proserpina, Júpiter, Apolo, Minerva,
Cibeles, Venus y Anubis. En el centro de la ciudad estaba la naumaquia con su
gran estanque de construcción increíble, a propósito para simulacros navales.
También poseía un Campo de Marte,
acueducto, fuentes, baños públicos, y murallas levantadas en los tiempos
heroicos .
Tal era la ciudad de la Galia en
donde murieron para Europa los secretos de las iniciaciones en los grandes
misterios de la Naturaleza, y en sus olvidadas verdades. César quemó los
volúmenes de la famosa biblioteca de Alejandría (4); pero la Historia, que
vitupera la vandálica fechoría del general áraba Amrús, que completó la
siniestra obra del gran conquistador, no tiene para éste ni una frase de
oprobio, a pesar de que fue el incendiario de Alejandría y el destructor de
casi la misma cantidad de preciosos documentos en Alesia y Bibractis. El
caudillo galo Sacrovir se sublevó contra el despotismo de Roma en el reinado de
Tiberio; pero completamente vencido por Silio, el año 21 de nuestra era, fue
quemado vivo con sus principales secuaces ante las puertas de Bibractis que los
vencedores entregaron después a las llamas, sin perdonar todos sus tesoros de literatura
y de ciencias ocultas. De esta majestuosa antigua ciudad, hoy Autun, quedan
algunos monumentos, como los templos de Jano y Cibeles.
Prosigue diciendo Ragon:
Arlés, fundada 2.000 años antes de
J. C., fue saqueada en 270. Esta ciudad de las Galias, reconstruida 40 años
después por Constantino, ha conservado como restos de su antiguo esplendor el
anfiteatro, el capitolio, un obelisco de granito de 17 metros de altura, un
arco de triunfo y las catacumbas. Así acabó la civilización celto-gálica. César,
como un bárbaro digno de Roma, había ya cumplido la destrucción de los antiguos
misterios con el saqueo de los templos y colegios de iniciación y la matanza de
los iniciados y druidas. Subsistió Roma; pero sólo tuvo los misterios menores,
sombras de las ciencias ocultas. La gran iniciación se había extinguido.
A pesar de ser tan docto y erudito,
no deja de incurrir Ragon en algunos grandes errores cronológicos. Damos
algunos pasajes de su obra Masonería
oculta, por referirse directamente a nuestro asunto:
Al
hombre divinizado (Hermes) sucedió el rey-sacerdote (hierofante) Menes, que fue
el primer legislador, y fundó a Tebas, la ciudad de los cien palacios,
colmándola de esplendor. Entonces comienza en Egipto la era sacerdota. Los
sacerdotes reinan y gobiernan. Dícese que se sucedieron 329 hierofantes, cuyos
nombres no han pasado a la historia.
Pero como llegaran a escasear los
genuinos adeptos, los sacerdotes, según afirma Ragon, escogieron otros falsos
de entre la turba de esclavos, y los presentaban a la adoración de las masas
ignorantes, coronándolos y deificándolos.
Cansados de la ominosa tutela a que
los sacerdotes les tenían sujetos, rebeláronse los reyes y conquistaron la
plenitud de su soberanía. Entonces advino al trono Sesostris, el fundador de
Menfis (1.613 años, se dice, antes de J. C.). A las dinastías de sacerdotes
sucedieron las de guerreros... Cheops, que reinó de 1178 a 1122, levantó la
gran pirámide que lleva su nombre. Se le acusa de haber perseguido a los
sacerdotes y cerrado los templos.
Esto es completamente inexacto, por
más que Ragon pretenda darle valor histórico. La gran pirámide llamada de
Cheops, data al menos, según el Barón de Bunsen, de 5.000 años antes de J. C. A
este propósito dice Bunsen en su obra Lugar
de Egipto en la Historia universal (6), que “los orígenes de Egipto se
remontan a 9.000 años antes de la era cristiana”. Y como la gran pirámide era
el lugar sagrado de los misterios e iniciaciones (pues se edificó a este
propósito), no concuerda con hechos históricos comprobados el suponer que
Cheops, si fue el fundador de la gran pirámide, persiguiese a los sacerdotes y
cerrase los templos. Además, la Doctrina Secreta enseña que Cheops pudo
construir cualquiera otra pirámide, pero no la que lleva su nombre.
Lo
ciertamente histórico es que “a causa de una invasión etíope y de la
confederación [formada en 570 antes de J. C.] por doce caudillos, el cetro
egipcio cayó en manos de Amasis, hombre de baja cuna”, quien derrocó el poder
sacerdotal, “pereciendo así la antigua teocracia que durante muchos siglos
había sostenido la corona de Egipto en las sienes de sus sacerdotes”.
Antes de la fundación de Alejandría
era Egipto centro de atracción para los estudiantes y filósofos del mundo
entero, y a este propósito dice Ennemoser:
¿Cómo es posible que sepamos tan
poco de los misterios, no obstante haber subsistido durante tanto tiempo, en
tan diversas épocas y en tan distintos países? La mejor respuesta es el
profundo y universal sigilo de los iniciados, al que podemos añadir la
destrucción y pérdida de los textos referentes a los conocimientos secretos de
la más remota antigüedad.
Los libros de Numa, descritos por
Tito Livio y hallados en la tumba de aquel rey, trataban de filosofía natural;
pero no se divulgaron en su época, a fin de que se mantuvieran en secreto los
misterios de la religión nacional... El senado y los trribunos del pueblo
acordaron quemar dichos libros, como así se hizo.
Cassain menciona un libro, muy
conocido durante los siglos IV y V, que, según tradición, se atribuía a Cam, el
hijo de Noé, que a su vez se decía haberlo recibido de Jared, de la cuarta
generación de Seth, hijo de Adam.
Los sacerdotes egipcios enseñaban
también alquimia; si bien esta ciencia es tan antigua como el hombre. Muchos
autores opinan que Adán fue el primer adepto, fijándose en el nombre que
significa “tierra roja”. La verdadera interpretación, bajo su velo alegórico,
nos la da el sexto capítulo del Génesis al
hablarnos de los hijos de Dios que tomaron por esposas a las hijas de los
hombres, a las que revelaron muchos misterios y secretos del mundo fenomenal.
Dice Olaus Borrichius que la cuna de la alquimia ha de buscarse en tiempos
remotísimos. Demócrito de Abdera era un alquimista y filósofo hermético.
Clemente de Alejandría escribió mucho sobre esta ciencia, y Moisés y Salomón
sobresalieron en ella, según se cree.
Dice
W. Godwin:
El primer documento auténtico
referente a la alquimia es un edicto de Diocleciano, de unos 300 años después
de J. C., ordenando que se hiciesen en Egipto diligentes investigaciones acerca
de todos los libros antiguos que tratasen del arte de hacer oro y plata, para
que sin distinción fuesen entregados a las llamas.
La
alquimia de los caldeos y de los antiguos chinos, no fue tan siquiera la
progenitora de aquella otra alquimia que floreció entre los árabes siglos más
tarde. Hay una alquimia espiritual y una transmutación física. El conocimiento
de ambas se comunicaba en las iniciaciones.
D.S TV
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