Dice
la Real Enciclopedia Masónica en su
artículo sobre “el Sol”:
Siempre ha desempeñado el Sol
importante papel como símbolo, especialmente en la masonería. El V . . M . .
representa el Sol levante; el S . . V . . el Sol en el meridiano y el P . . V .
. el Sol poniente.. En los ritos druídicos, el archidruída representaba al Sol
y le asistían en las ceremonias dos oficiales representativos de la Luna en
occidente, uno, y del Sol en el meridiano, el otro. Es completamente inútil
entrar en prolijas discusiones acerca de este símbolo.
En verdad es “inútil”, puesto que
Ragon lo ha discutido ya ampliamente, según puede verse en las citas hechas al
fin de la Sección XXIX. La masonería derivó su ritual de Oriente, conforme
dejamos expuesto. Y si de los modernos rosacruces puede afirmarse con verdad
que “sus conocimientos caóticos no son quizás una adquisición apetecible”, con
mayor verdad puede afirmarse lo mismo respecto a las demás ramas de la
masonería, puesto que nada
absolutamente saben sus miembros sobre el significado de sus símbolos. Muchas
hipótesis a cual más inadecuada se han establecido, como por ejemplo en lo
referente a las “torres redondas” según la
Real Enciclopedia Masónica, la idea de que estén relacionadas con la
Iniciación Masónica puede ser desde luego descartada, como indigna de ocuparse
de ella. Las “torres” que se encuentran en el oriente de Asia, estuvieron
relacionadas con los misterios de la iniciación, a saber, con los ritos de
Vishvakarman y Vikartana. A los candidatos a la iniciación se les colocaba en
ellas durante tres días con sus noches, si por acaso no había a mano un templo
con cripta subterránea. Con no otro objeto se edificaron estas torres redondas.
Aunque desacreditados estos monumentos de origen pagano por el clero católico,
que de esta suerte “tapa su propio nido”, todavía permanecen como
indestructibles reliquias de la Antigua Sabiduría. Nada hay en este nuestro
objetivo e ilusorio mundo, que no pueda servir al mismo tiempo para buen y mal
fin. Así fue que, en las últimas épocas, los antropomorfistas y los iniciados
del sendero siniestro se apoderaron
de la mayor parte de estas veneradas ruinas silenciosas, abandonadas por sus
primitivos sabios moradores, y las convirtieron en monumentos fálicos; pero
esto fue deliberada y viciosa interpretación de su verdadero significado, y un
desvío de su primitivo uso. Aunque el Sol fue siempre, aun para las multitudes,
..... “el solo y único rey y dios de los cielos”, y el ..... el “dios del Buen
Consejo” de Orfeo, tuvo en todas las religiones exotéricas un aspecto dual que
antropomorfizaron los profanos. Así el Sol era Osiris-Tifón, Ormuzd-Ahriman,
Bel-Júpiter y Baal, esto es, el
luminar dador de vida y muerte. Y así
el mismo monolito, la misma columna, pirámide, torre o templo, edificados
originalmente para glorificar el aspecto superior, pudo degenerar con el tiempo
en templo idolátrico; o lo que es peor, en un emblema fálico en su cruda y
brutal forma. El lingam de los indos
tiene un significado altamente espiritual y filosófico; pero los misioneros
sólo ven en él un “emblema obsceno”, que empero significa precisamente lo mismo
que los pilares de piedra sin tallar de que nos habla la Biblia, erigidos en
honor del masculino Jehovah. Pero esto no obsta para que los pureia de los
griegos, los nur-hags de Cerdeña, los teocalli de Méjico, etc., tuviesen en su
origen el mismo carácter que las “torres redondas” de Irlanda. Eran lugares
sagrados de iniciación.
En 1877, la autora de esta obra,
apoyada en la autoridad y opiniones de algunos muy eminentes eruditos, se
atrevió a afirmar que hay gran diferencia entre las palabras Chrestos y Christos, cuya diferencia tiene profundo significado esotérico;
pues mientras Christos significa
“vivir” y “nacido a nueva vida”, Chrestos
significa en el lenguaje de la “iniciación” , la muerte de la naturaleza íntima,
inferior o personal del hombre. Por esto se les da a los brahmanes el título de
dos veces nacidos; y “mucho tiempo antes de la era cristiana, había crestianos, y taler eran los esenios”. Por esta afirmación cayeron sobre la autora epítetos de insuperable
dureza; pero no se hubiera nunca atrevido a hacerla sin apoyarse en la
autoridad de tantos eminentes sabios como pueden consultarse.
Así decía en la página siguiente:
Hace notar Lepsius que la palabra Nofre significa Chresto (bueno), y que
“Onnofre”, uno de los nombres de Osiris, debe traducirse por “la bondad de Dios
manifestada”. Según Mackenzie, “la adoración de Christo no fue universal en los
tiempos primitivos”, es decir, “que no se había introducido aún la
Christolatría; pero la adoración de Chrestos,
o el principio del bien, precedió de algunos siglos al cristianismo y aun
subsistió después del general establecimiento de esta religión, según
demuestran muchos monumentos todavía en pie... Además, hay una lápida epitáfica
correspondiente a la época pre-cristiana, que dice:
..... ..... .....
En su obra Roma subterránea nos da Rossi otro ejemplo en una inscripción
de las catacumbas que dice: Elia Chreste,
in Pace.
La autora puede hoy añadir a todos
estos testimonios el de un erudito escritor, que apoya su opinión en
demostraciones geométricas. En El Origen
de las Medidas, cuyo autor acaso no haya oído hablar del “misterioso dios”
Vishvakarman de los primitivos arios, hay pasajes muy curiosos por sus
explicaciones y notas. Al tratar de la diferencia entre los términos Chrestos y Christos, concluye diciendo:
Hubo dos Mesías. Uno que descendió
al abismo para salvar al mundo. Éste era el Sol desposeído de sus áureos rayos,
y coronado de espinas como símbolo de dicha pérdida. El otro era el triunfante
Mesías que subió a la cima del arco celeste y tuvo por personificación el león de la tribu de Judá. En ambos casos
cargó con la cruz: en uno por humillación y en otro para regular la ley de la
creación, siendo él Jehová.
Y luego el autor trata de darnos “la
prueba” de que “hubo dos Mesías”, como se dice antes. Y dejando el divino y
místico carácter de Jesús enteramente independiente de este suceso de su vida
mortal, el pasaje transcrito lo presenta sin duda alguna como iniciado en los misterios
egipcios, entre cuyos ritos se contaba el mismo de la muerte y espiritual
resurrección del neófito, o sea el Chrestos sufriente en sus pruebas y nuevo
nacimiento por regeneración; pues éste era un rito universalmente adoptado.
El “abismo” a que descendía el
iniciado oriental, según se ha dicho, era Pâtâla, una de las siete regiones del
mundo inferior, gobernada por Vâsuki, el gran “Dios serpiente”. El Pâtâla tiene
en el simbolismo oriental precisamente la misma significación múltiple que
Skinner ha descubierto en la palabra hebrea shiac
aplicada al caso de que tratamos. Era sinónimo del signo zodiacal de Escorpión;
porque las profundidades del Pâtâla estaban “impregnadas de la brillantez del
nuevo Sol”,representado por el “nuevamente nacido” a la gloria; y Pâtâla era y
es en cierto sentido “un abismo, una tumba, el lugar de la muerte y la puerta
del hades o sheol”; por lo que, en las parciales y exotéricas iniciaciones de
la India, el candidato había de pasar por la matriz de la ternera, antes de proseguir
al Pâtâla. En sentido profano, Pâtâla es la región de los antípodas; y así se
llaman los indos Pâtâla, al continente americano. Pero, simbólicamente,
significa esto y mucho más, y lo relaciona directamente con la iniciación la
circunstancia de que a Vâsuki, la divinidad gobernadora del Pâtâla, se la
represente en el panteón indo en figura de la misma gran sierpe o Nâga, que los
dioses y los asuras emplearon como una cuerda alrededor de la montaña de
Mandara para mazar las aguas del océano y sacar de ellas el amrita o agua de la
inmortalidad.
Porque es ella también la serpiente
Shesha que sirve de asiento a Vishnu, y sostiene los siete mundos. Asimismo es
Ananta “el infinito”, el símbolo de la eternidad; y de aquí se deriva “el dios
de la Secreta Sabiduría” degradado por la Iglesia al papel de la serpiente tentadora, de Satanás. Todo esto puede
evidenciarse por los mismos relatos exotéricos de los atributos de varios
dioses y sabios, de los panteones indo y buddhista. Dos ejemplos bastarán para
demostrar que el mejor y más erudito orientalista será incapaz de interpretar
acertadamente el simbolismo de las naciones orientales, mientras ignore los
puntos de correspondencia que sólo puede proporcionar el ocultismo y la
Doctrina Secreta. He aquí los ejemplos:
1º
El erudito orientalista Emilio Schlagintweit, que ha viajado por el
Tíbet, cita una leyenda en una de sus obras sobre este país, y dice:
Nâgârjuna [personaje mitológico “sin
existencia real”, según cree el autor] recibió de los nâgas el libro Paramârtha o, según otros, el Avatamsaka. Los nâgas eran fabulosas
criaturas del linaje de las serpientes, que pertenecían a la categoría de seres
superiores al hombre, y se consideran como protectores de la ley de Buddha.
Dícese que Shâkyamuni enseñó a estos espirituales seres un sistema religioso
mucho más filosófico que el enseñado a los hombres, quienes no estaban por
entonces bastante adelantados para recibirlos.
Ni tampoco lo están ahora; porque el
“sistema religioso más filosófico” es la Doctrina Secreta, la oculta filosofía
oriental, la piedra angular de todas las ciencias, desdeñada aún hoy acaso más
que ayer, por los imprudentes constructores, con la presunción propia de esta
época. La alegoría significa sencillamente que habiendo las “serpiente” (los
adeptos) “los sabios”, iniciado a Nâgârjuna, los brahmanes lo expulsaron de la
India temerosos de ver divulgados los misterios de su ciencia sacerdotal (que
fue la verdadera causa de su odio al buddhismo); y entonces pasó a la China y
al Tíbet, en donde inició a muchos en las verdades de los ocultos misterios
enseñados por Gautama el Buddha.
2º
No se ha comprendido todavía el oculto simbolismo de Nârada, el gran
Rishi, autor de algunos himnos del Rig
Veda, que reencarnó más tarde en los tiempos de Krishna. Sin embargo, en
conexión con las ciencias ocultas, Nârada, el hijo de Brahmâ, es uno de los más
eminentes caracteres; pues, en su primera encarnación, estuvo directamente
relacionado con los “Constructores”, y por lo tanto con los siete “Rectores” que,
según la Iglesia cristiana, “ayudaron a Dios en la obra de la creación”. Los
orientalistas apenas tienen noticia de esta gran personificación, de quien sólo
saben que dijo que Pâtâla “es un lugar de goces sensuales y sexuales”. Este
concepto se piensa que es divertido, y ha sugerido la idea de que Nârada
“hallaría sin duda deleitoso dicho lugar”. Con todo, la referida frase nos lo
presenta simplemente como un iniciado, en relación directa con los misterios,
“en el abismo entre los abrojos”, en la condición de “Chrestos sacrificial” y como sufriente víctima que desciende allí;
¡un misterio en verdad!
Nârada es uno de los siete Rishis o
“hijos de la mente” de Brahmâ. Su historia demuestra que durante su encarnación
fue un gran iniciado y que, como Orfeo, fundó los misterios. El Mahâbhârata dice que, habiendo Nârada
frustrado el plan formado para poblar el universo, deseoso de permanecer fiel
al voto de castidad, fue maldecido por Daksha y sentenciado a un nuevo
nacimiento. Además, cuando vivió un tiempo de Krishna, se le acusa de haber
llamado “falso maestro” a su padre Brahmâ, porque éste le aconsejó que se
casara y él no quiso seguir el consejo. Esto indica que fue un iniciado, pues
ello es contrario al culto y religión ortodoxos. Es curioso hallar a este Rishi
y caudillo entre los “Constructores” y la “Hueste celestial” con la misma
significación y dignidad que el arcángel San Miguel en la religión cristiana.
Ambos son los varones “vírgenes” y ambos los únicos de sus respectivas
“huestes” que rehusan crear. Dícese que Nârada disuadió de procrear a los
Hari-ashvas, los cinco mil hijos que había tenido Daksha con el propósito de
poblar la tierra. Desde entonces los Hari-ashvas se “dispersaron por todas las
regiones y ya no han vuelto”. ¿Serán acaso los iniciados encarnaciones de estos
Hari-ashvas?
Al séptimo día, que era el tercero
de la prueba final, resurgía el neófito como hombre regenerado que, después de
su segundo espiritual nacimiento, volvía a la tierra glorificado y vencedor de
la muerte. Ya era hierofante.
En la obra de Moor titulada Panteón Hindú (cuyo autor toma
equivocadamente por Krishna la figura de Vithoba, el Sol o Vishnu crucificado y
lo llama “Krishna crucificado en el espacio”), puede verse una lámina
representativa de un neófito oriental en su condición de Chrestos. La misma
lámina se da también en la Cristiandad
monumental de Lundy, quien ha reunido en su obra gran número de pruebas de
“los símbolos cristianos antes del
cristianismo”, como él dice. Así nos presenta a Krishna y Apolo como “buenos
pastores”; a Krishna sosteniendo la concha cruciforme y el chakra, y al mismo
Krishna “crucificado en el espacio”, según el autor lo llama. De esta figura
puede realmente decirse, como el autor:
Creo que esta representación es
anterior al cristianismo... Tiene mucha semejanza con un crucifijo cristiano...
El modelado, la actitud, las señales de los clavos en pies y manos, indican
origen cristiano, mientras que la corona partha de siete puntas, la carencia de
leño y de inri, y los rayos de gloria
encima, denotan origen distinto del cristiano. ¿Sería el hombre víctima, o el
sacerdote y víctima a la par, de la mitología inda, que a sí mismo se ofreció
en sacrificio antes de que existiesen los mundos?
Así es seguramente.
¿Sería acaso el segundo Dios de
Platón que se imprimía a sí mismo en el universo en la forma de la cruz? ¿O es
su hombre divino, que habrá de padecer azotes, tormentos y prisión para morir
por último... en la cruz.
Es todo esto y mucho más. La arcaica
filosofía religiosa era universal, y sus misterios son tan viejos como el
hombre. El símbolo eterno del Sol personificado (astronómicamente purificado),
en su mística significación regenerado, y simbolizado por todos los iniciados
en memoria de una humanidad inocente en que todos eran "“ijos de
Dios"” Ahora el género humano se ha convertido realmente en "“ijo del
mal"” Pero ¿deprime esto en algo la dignidad de Cristo como ideal, de
Jesús como hombre divino? De ninguna manera. Por el contrario. Si se le hace
aparecer solo, glorificado sobre todos los otros “hijos de Dios”, esto sólo
puede suscitar malos sentimientos en las naciones no cristianas, provocando su
odio y conduciendo a guerras y turbulencias inicuas. Si, por otra parte, lo
colocamos entre una larga serie de “hijos de Dios” e “hijos de la divina Luz”,
cada hombre podrá entonces escoger entre aquellos varios ideales, al Dios que
invoque en su auxilio y al que adore así en la tierra como en el cielo.
Muchos de estos llamados
“salvadores”, fueron “buenos pastores”, como lo fue, por ejemplo, Krishna, y de
todos ellos se dijo que “quebrantaron la cabeza de la serpiente”, es decir, que
vencieron su naturaleza sensual y dominaron la divina y oculta Sabiduría. Apolo
mató a la serpiente Pitón, un hecho que lo releva del cargo de ser él mismo el
gran Dragón, Satanás; Krishna a la negra serpiente Kâlinâga; y el Thot de los
escandinavos aplastó la cabeza del simbólico reptil con su maza cruciforme.
En Egipto, las ciudades más
importantes estaban sepradas del cementerio por un lago sagrado. La misma
ceremonia del juicio, que, según describe el Libro de los Muertos (“ese preciado y misterioso libro”, como dice
Buensen) se efectuaba en el mundo espiritual, se cumplía también en la tierra
durante el entierro de la momia. Cuarenta y dos jueces reunidos en la orilla
juzgaban al “alma” del difunto por los actos de su vida terrena. Después
volvían los sacerdotes al recinto sagrado, e informaban a los neófitos sobre el
probable destino de aquella alma y del solemne drama que a la sazón tenía
efecto en el invisible reino en donde el alma había entrado. El Al-om-jah o supremo hierofante egipcio
infundía vigorosamente en los neófitos la idea de la inmortalidad del alma. He
aquí un sucinto relato de cuatro de los siete grados de iniciación, en los
misterios de crata Nepoa celebrado por los sacerdotes egipcios.
Después de pasar en Tebas por las
“doce torturas” preliminares, se le exigía al neófito que para salir triunfante
dominase sus pasiones y no perdiera ni por un momento la idea de su Dios
interno o séptimo principio. Luego, como símbolo de la errante situación del
alma impura, había de subir por varias escaleras y vagar por una oscura cueva
con muchas puertas cerradas. Terminadas victoriosamente estas pruebas, recibía
el grado de Pastophoris, al que sucedían los de Neocoric y Melanphoris.
Entonces lo llevaban a una espaciosa cámara subterránea, con gran número de
momias yacentes, y quedaba en presencia del ataúd que contenía el mutilado
cuerpo de Osiris. Ésta era la Cámara llamada Portal de la Muerte, y a ella alude el versículo del libro de Job:
“¿Se ha abierto para ti el portal de la muerte, y has visto las puertas de la
sombra de los muertos? “.
Así pregunta el “Señor”, es decir,
el hierofante, el Al-om-jah, el
iniciador de Job, aludiendo al tercer grado de la iniciación. Porque el Libro de Job es por excelencia el poema de la iniciación.
Cuando el neófito había vencido los
terrores de esta prueba, lo conducían a la Cámara
de los espíritus para que ellos lo juzgasen. Entre otras reglas de
conducta, se le daban las siguientes:
No alimentar jamás deseos de
venganza. Estar siempre dispuesto al auxilio de un hermano, aun a riesgo de la
propia vida. Enterrar a los muertos. Honrar padre y madre sobre todo. Respetar
a los mayores, y proteger a los débiles. Acordarse siempre de la hora de la
muerte, y de la resurrección en un nuevo e imperecedero cuerpo.
Se recomendaban sobremanera la
pureza y la castidad, y el adulterio se amenazaba con la muerte. El neófito
obtenía así el grado de Kristophoros. Entonces se le comunicaba el misterioso
nombre de IAO.
Compare el lector los sublimes
preceptos antes citados con los de Buddha, y con las “reglas de vida” de los
ascetas indos, y comprenderá la universal unidad de la Doctrina Secreta.
Es imposible negar la presencia de
un elemento sexual en muchos símbolos religiosos; pero esto de ningún modo
merece censura, pues sabido es que en las tradiciones religiosas de todos los
países, el hombre de la primera raza “humana” no nació de padre y madre. Tanto
los Rishis o “Hijos de la mente de Brahmâ”, como Adam Kadmon con sus
emanaciones, los Sephiroth y los Anupâdakas, o "“in padres"” los
Dhyâni-Buddhas, de quienes surgieron los Bodhisattvas y Mânushi-Buddhas, los
Iniciados terrestres (hombres): la primera raza o especie de hombres, se tenía
en todos los pueblos por nacida sin padre ni madre. El Hombre, el
"“ânushi-Buddha"” el Manu, el "Enosh” hijo de Seth, el “Hijo del
Hombre” como se le llama, nació por engendro, a causa de la inevitable
fatalidad de la ley natural de la evolución. Cuando el género humano llegó al
punto de conversión, en que su naturaleza espiritual había de dejar paso a la
organización puramente física, tuvo que “caer en la materia” y en la
generación. Pero la evolución e involución del hombre son cíclicas. Acabará él
como principió. Por supuesto, que a nuestras groseras mentes le sugiere ideas
de materialidad hasta el sublime símbolismo del Kosmos, concebido en la matriz
del espacio después que la divina Unidad hubo penetrado en aquélla y la hubo
fecundado con Su santo fiat; pero no
le parecía lo mismo al primitvo género humano.
El rito inicial de la víctima
que se sacrifica en los Misterios y muere espiritualmente para salvar al mundo
de ladestrucción (realmente de la despoblación), fue establecido durante la
cuarta raza para conmemorar un suceso que, fisiológicamente, es ahora misterio
de misterios entre los problemas del mundo. En las Escrituras hebreas, Caín (el
masculino) y Abel (el femenino) son la pareja que se sacrifica e inmola (como
permutaciones de Adán y Eva, o el dual Jehovah) y derrama su sangre de
“separación y unión”, con objeto de salvar al género humano e inaugurar una
nueva especie o raza fisiológica. Más tarde todavía, cuando, según ya se ha
dicho, para renacer una vez más en su perdido estado espiritual, tuvo que pasar
el neófito por la matriz de una ternera virgen
que se sacrificaba en la ceremonia, representa con ello otra vez un
gran misterio alusivo al proceso del nacimiento, o mejor dicho, a la primera
entrada del hombre en este mundo, a través del Vâch (la melodiosa vaca que
produce alimento y agua), el Logos femenino: También se refiere al
autosacrificio del “divino hermafrodita” de la tercera raza; o sea la
transformación en verdaderamente física, de la Humanidad tras la pérdida de la
potencia espiritual. A causa de saborear alternadamente el fruto del mal con el
fruto del bien, se fue atrofiando gradualmente la espiritualidad y
vigorizándose la materialidad en el hombre, por lo que fue sentenciado a nacer
desde entonces por el proceso actual de la generación. Éste es el misterio del
hermafrodita que los antiguos mantuvieron tan velado y secreto. Ni la carencia
de sentido moral ni el predominio de la grosera sensualidad les indujo a
considerar a sus dioses en aspecto dual; sino más bien el conocimiento de los
misterios y procedimientos de la primitiva Naturaleza. Conocían mejor que
nosotros la fisiología. Aquí está la oculta clave del simbolismo antiguo, el
verdadero foco del pensamiento nacional, y las extrañas imágenes hermafroditas
de casi todos los dioses y diosas de los panteones paganos y monoteístas, de
casi todos los dioses y diosas de los panteones paganos y monoteístas.
Dice Sir William Drummond en su obra
Edipo Judaico:
Las verdades científicas eran el
arcano de los sacerdotes; porque en ellas se basaba la religión.
No
se comprende que los misioneros recriminen tan cruelmente a los adoradores de
Vaishnavas y Krishna, por suponer significado obsceno en sus símbolos; puesto
que es indudable para cuantos autores no están cegados por prejuicios, que
Chrestos en el profundo (se quiere significar por esto el sepulcro o el
infierno), tenía de igual modo un elemento sexual en su símbolo.
Nadie lo niega hoy. Los “hermanos
rosacruces” de la Edad Media fueron tan buenos cristianos como el mejor; y sin
embargo, todos sus ritos se fundaban en símbolos de significado eminentemente
fálico y sexual. Hargrave Jennings, biógrafo de los rosacruces y autoridad de
peso en la materia, dice de esta Hermandad:
las torturas y el sacrificio del Calvario, la pasión de
la Cruz, eran en los rosacruces glorioso y bendito triunfo y magia, protesta y
llamamiento.
¿Protesta contra quién? La protesta
de la Rosa crucificada, el mayor y más secreto símbolo sexual, el yoni y el
lingam, la víctima y el matador, los principios femeninos y masculino de la
Naturaleza. En su obra póstuma Falicismo,
describe Jennigs, en brillantes palabras, el simbolismo sexual en lo más
sagrado para los cristianos:
La sangre manaba de la corona, del
círculo de las espinas del infierno. La Rosa es femenina. Sus aterciopelados y
carmíneos pétalos están resguardados por espinas. La Rosa es la flor más bella.
La Rosa es la reina del jardín de Dios (la virgen María). Pero no sólo la Rosa
es la idea mágica o la verdad; sino que la “rosa crucificada” o la “rosa
martirizada” (la gran figura mística y apocalíptica), es el talismán, el
prototipo, el objeto de adoración de todos los “Hijos de la Sabiduría” o
verdaderos rosacruces.
No de todos los “Hijos de la Sabiduría”, ni aun de los verdaderos rosacruces. Porque estos
nunca pusieron en tan grosero relieve, en el punto de vista puramente sensual y
terreno, por no decir animal, los más nobles símbolos de la Naturaleza. Para
los rosacruces era la “Rosa” el símbolo de la prolífica virgen tierra, de la
Naturaleza, madre y nodriza de los hombres, representada en la doncella Isis
por los iniciados egipcios. Como todas las demás personificaciones de la
Naturaleza y de la Tierra, es Isis hermana y esposa de Osiris, puesto que la
Tierra y el Sol proceden del mismo misterioso Padre, y el Sol fecunda a la
Tierra por divina insuflación, según el misticismo primitivo. En las “Vírgenes
del Mundo”, en las “Doncellas celestiales”, se personificó el puro ideal de la
mística Naturaleza, y más tarde en la humana Virgen María, la Madre del
Salvador del mundo cristiano. La teología adaptó al simbolismo antiguo el
carácter de la doncella judía; y no fue el símbolo pagano el fabricado para
esta ocasión.
Sabemos por Herodoto que Orfeo,
héroe muy anterior a Homero y Hesiodo, trajo los misterios de la India. Poco se
sabe de Orfeo, en verdad; y hasta los últimos tiempos, la literatura orfeica, y
hasta los mismos argonautas, fueron atribuidos a Onamácrito, contemporáneo de
Pisistrato, Solón y Pitágoras, de quien se decía que había compilado estas
tradiciones en la forma actual hacia fines del siglo VI antes de J. C., o sea
800 años después de la época de Orfeo. Pero ahora se nos dice que en tiempo de
Pausanias había una familia sacerdotal que, como los brahmanes con los Vedas,
aprendían de memoria los himnos orfeicos y oralmente los transmitían de
generación en generación. Al colocar la ciencia oficial a Orfeo 1.200 años
antes de J. C., admite que los misterios, o sea el ocultismo dramatizado,
pertenecen a una época anterior a los caldeos y egipcios.
Ahora podemos indicar la decadencia
y desaparición de los misterios en Europa.
D.S TV
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