LosTeraphim de Terah , el “hacedor de imágenes”, padre de Abram, y los dioses
Kabiris, están directamente relacionados con el antiguo sabeísmo o astrolatría.
El dios Kiyun o Kivan, adorado por los judíos en el desierto, es Saturno y
Shiva, al que posteriormente llamaron Jehovah. La astrología precedió a la
astronomía, y al jefe de los hierofantes egipcios se le daba el título de astrónomus. El sobrenombre de
“Sabaoth” con que los hebreos designaban a Jehovah, significa “Señor de las
huestes” y la palabra tsabaoth
(hueste) pertenece a los caldeos sabeos (o Tsabeos), teninedo por raíz el verbo
tsâb, que quiere decir “carro”,
“buque” y “ejército”. Por lo tanto, sabaoth significa literalmente armada de buques, tripulación o hueste naval, pues para los judíos era
el cielo el “océano superior”, metafóricamente.
En su interesante obra El Dios de Moisés, dice Lacour:
Los ejércitos celestes o huestes
celestiales, no sólo significan el conjunto de las celestes constelaciones,
sino también los Aleim de que dependen. Los aleitzbaout,
son las fuerzas o almas de las constelaciones, las potestades que mantienen y
guían a los planetas en su ordenado movimiento... Jae-va-Tzbaout significa el
jefe supremo de los cuerpos celestes.
Conviene advertir por nuestra parte
que Jae-va-Tzbaout o Jehovah Sabaoth era un nombre colectivo y representaba el
principal “orden de espíritus”, no un espíritu principal.
Los sabeos
adoraban en sus imágenes esculpidas
únicamente a las huestes celestiales, es decir, a los ángeles y dioses cuya
morada eran los planetas; y en consecuencia no puede afirmarse con verdad que
adorasen a los astros. Porque apoyándonos en la autoridad de Platón, sabemos
que entre las estrellas y constelaciones, tan sólo a los planetas se les
llamaba theoi (dioses); pues ese
nombre era derivado del verbo ..., correr o circular.
Según
Seldeno, se le denominaba asimismo ... ... (dioses consejeros) y ...
(lictores), porque estaban presentes en el consistorio del Sol, “Solis consistoris adstantes”.
Dice el erudito Kircher:
Por los cetros que empuñan los siete
ángeles presidentes, se les dio el nombre de rabdóforos y lictores.
En su más sencilla expresión y en su
significado popular, esto es desde luego culto fetichista; sin embargo, la
astrología esotérica no consistió en modo alguno en la adoración de ídolos,
puesto que los “consejeros” o “lictores” asistentes al “consistorio del Sol” no
eran los planetas físicos o materiales, sino regentes o “almas” planetarias. Si
la invocación “Padre nuestro que estás en los cielos”, o “San tal o cual que
estás en el cielo”, no es idolátrica, tampoco deben serlo las de: “Padre
nuestro que estás en Mercurio”, “Señora nuestra que estás en Venus” o “Reina
del cielo”, etc., porque precisamente es la misma idea, ya que el nombre no
altera la esencia del hecho. La palabra “en los cielos” o “en el cielo”, que se
emplea en las oraciones cristianas, no puede tener significado abstracto. Una
morada, sea de dioses ángeles o santos (considerados como seres
antropomórficos), debe significar necesariamente un lugar, algún determinado
paraje de ese “cielo”; de aquí que resulte completamente indistinto para los
objetos de adoración el considerar dicho paraje como el “cielo” en general, sin
limitación particular, o fijarlo en el Sol, la Luna o Júpiter.
Argumento fútil es que tanto en el
mundo antiguo como en nuestros tiempos, hubiese “dos divinidades y dos
distintas jerarquías o tsabas en el
cielo... una del Dios vivo con su hueste angélica, y la otra Satán o Lucifer,
con sus consejeros y lictores, o ángeles caídos”.
Nuestros adversarios dicen que
Platón y toda la antigüedad adoraba al demonio, como continúa adorándolo en nuestros
días las dos terceras partes de la humanidad. “Toda la cuestión está en saber
distinguir a Dios de Satanás”.
Los protestantes no hallan mención
alguna de ángeles en el Pentateuco, y
por lo tanto podemos prescindir de ellos. Los católicos y cabalistas encuentran
tal mención; los primeros por haber aceptado la angelología de los judíos, sin
sospechar que el concepto de las “huestes tsabeas” era una colonia que se había
establecido en territorio judío y que procedía de países gentiles; los segundos
por haber aceptado el fruto de la Doctrina Secreta, reservándose para sí la
pulpa y dejando el hueso para los incautos.
Cornelio Lápide, guiado
probablemente por eruditos cabalistas, expone y demuestra correctamente el
significado que en capítulo II del Génesis
tiene la palabra tsaba. Los
protestantes se equivocan ciertamente en su interpretación, porque en el Pentateuco están designados los ángeles
por la palabra tsaba, que significa
“cohorte” o “legión” angélica. En la Vulgata se ha traducido la palabra tsaba por ornatus o “ejército celeste”,
que en sentido cabalístico es el ornamento
de los cielos. Por lo tanto, incurrieron en grave error los intérpretes de la
Iglesia protestante y los materialistas científicos
que no encuentran a los “ángeles” mencionados por Moisés. Porque en el
versículo:
Así se crearon los cielos y la
tierra y todas las huestes de ellos.
La
palabra huestes significa “el ejército de estrellas y de ángeles”, siendo, a lo
que parece, permutables los últimos vocablos, en la fraseología eclesiástica.
Cornelio Lápide dice a este propósito:
Tsaba
no significa el uno o el otro, sino uno y otro, o sean las estrellas y los ángeles.
Si los católicos tienen razón en
este punto, también la tienen los ocultistas cuando dicen que los ángeles de la
Iglesia romana son sólo los siete
Espíritus planetarios, Dhyân Chohans del buddhismo esotérico, o los
Kumâras, los “Hijos de la Mente de Brahmâ”, conocidos con el nombre patronímico
de Vaidhâtra. Nos convenceremos de la identidad de los kumâras, Dhyân Chohans
cósmicos o constructores, y los siete espíritus planetarios, con sólo estudiar
sus biografías y especialmente las características de sus jefes Sanat-Kumâra
(Sanat Sujâta), y el arcángel San Miguel. Los caldeos llamaron Kabirim a los
espíritus planetarios, y como los buddhistas y los cabalistas los consideraron
“potestades divinas” (fuerzas). Dice
Fuerot que el nombre de Kabiri se empleó para designar los siete hijos de ....., y significaba Pater Sadic, Caín, Júpiter y
también Jehovah. Hay siete kumâras, (cuatro exotéricos y tres secretos), cuyos
nombres se mencionan en el Sânkhya
Bhâshya de Gaudapâdâcharya. Todos ellos son “dioses vírgenes” que
permanecen eternamente puros e inocentes, y rehusan procrear. En su primitivo
aspecto, estos arios siete “Hijos de la Mente divina”, no son los regentes de
los planetas, sino que moran mucho más allá de la región planetaria. Pero la
misma transferencia misteriosa de un carácter o dignidad a otro la hallamos
también en el concepto cristiano de los ángeles. Los “Siete Espíritus de la
Presencia” están perpetuamente ante el trono de Dios, y los encontramos también
como “regentes de las estrellas” conocidos con los nombres de Miguel, Gabriel,
Rafael, etc., o sean las divinidades animadoras de los siete planetas. Baste advertir
que al arcángel Miguel se le llama el “virgen e invencible combatiente”, porque
“rehusó crear”; lo cual lo relaciona con los kumâras Sanat Sujâta y el dios
de la guerra.
Citaremos algunos pasajes en
demostración de lo expuesto. Acerca del “candelabro de oro de siete brazos” de
que habla el evangelista San Juan, dice Cornelio Lápide:
Las siete luces corresponden a los
siete brazos del candelabro que en el tabernáculo de Moisés y en el templo de
Salomón figuraban los siete planetas o más bien los siete espíritus principales
a quienes estaba encomendada la salvación de los hombres y de las Iglesias.
Dice San Jerónimo:
En realidad, el candelabro de siete
brazos era símbolo del mundo y de sus planetas.
Santo Tomás de Aquino, el gran
doctor de la Iglesia católica, dice:
No recuerdo haber encontrado nunca
en las obras de los santos ni en la de los filósofos la negación de que los
planetas estén guiados por seres espirituales... Me parece posible demostrar
que los cuerpos celestes están regidos por una inteligencia, sea directamente
por Dios, sea por mediación de los ángeles. Pero creo esto último más acorde
con el orden de cosas en que, según San Dionisio, no hay excepción, es decir,
que para el gobierno de todas las cosas de la tierra se vale Dios de agentes
intermedios.
Veamos ahora lo que, acerca de esto,
dicen los paganos. Todos los autores y filósofos clásicos que han tratado el
asunto, repiten con Hermes Trismegisto, que los siete regentes (los planetas,
incluso el Sol) eran los asociados o cooperadores del desconocido Todo,
representado por el Demiurgo, y tenían a su cargo retener el Cosmos (nuestro
sistema planetario) dentro de siete círculos. Plutarco nos los muestra como
representación del “círculo de los mundos celestes”. Dionisio de Tracia y el
docto San Clemente de Alejandría, dicen también que en los templos egipcios
estaban representados los regentes en figura de ruedas o esferas misteriosas
siempre en movimiento, por lo cual afirmaban los iniciados que en la iniciación
adyta habían resuelto las ruedas celestes el problema del movimiento
perpetuo. Esta doctrina de Hermes la expusieron antes que él Pitágoras y Orfeo.
Proclo la llama “la doctrina enseñada por Dios”; y Jámblico habla de ella con
suma veneración. Filostrato dice que la corte sidérea del cielo babilónico
estaba representada en los templos por medio de globos de zafiros que servían
de peana a las imágenes de oro de sus respectivos dioses.
Los templos de Persia eran
especialmente famosos por estas representaciones. Si hemos de creer a Cedreno:
Al entrar el emperador Heraclio en
la ciudad de Bazacum quedó suspenso a la vista de la grandiosa máquina
construida por el rey Cosroes, la cual representaba la bóveda estrellada con
los planetas en movimiento y los ángeles que los presidían.
Con ayuda de estas “esferas”
armilares estudió Pitágoras astronomía en los adyta arcana de los templos donde tuvo acceso; y la perpetua
rotación de aquellas esferas (las “misteriosas ruedas”, como las llaman San
Dionisio y San Clemente de Alejandría, o las “ruedas del mundo”, según Plutarco
le demostraron en su iniciación la verdad que se le había enseñado, es decir,
el sistema heliocéntrico que constituía el gran secreto del adyta. Todos los
descubrimientos de la astronomía moderna, así como cuantos secretos se le
puedan revelar en venideros tiempos, estaban contenidos en los ocultos
observatorios y cámaras de iniciación de los antiguos templos de la antigua
India y Egipto. Allí hacían los caldeos sus cálculos, revelando al vulgo
profano únicamente lo que era capaz de comprender.
Se nos dirá que los antiguos
desconocían el planeta Urano y que consideraban al Sol también como planeta,
aunque jefe de todos ellos; pero, ¿lo sabe alguien? Urano es un nombre moderno; y se sabe con seguridad
que los antiguos conocían un planeta
misterioso del que sólo podía ocuparse el más elevado astronomus, el
hierofante. El séptimo planeta no era el Sol, sino el oculto hierofante divino
que decíase con corona, y que abarcaba dentro de la rueda otras “setenta y
siete ruedas menores”. En el arcaico sistema de los indos, el Sol o “Sûrya” es
el Logos visible; pero sobre él existe el Hombre divibno o celeste, quien,
después de establecer el sistema del mundo de materia en el arquetipo del
Universo invisible, o Macrocosmos, conducía durante los misterios la Celeste
Râsa Mandala; por lo que se dijo de él:
Al dar con el pie derecho el impulso
a Tyam o Bhûmi [la Tierra], la hace
girar en una doble revolución.
Asimismo, al explicar la cosmología
egipcia, dice Hermes:
Escucha ¡oh hijo mío!... La Potestad
ha formado también siete agentes, que contienen dentro de sus círculos el mundo
material, y cuya acción se llama destino... Cuando todo estuvo bajo el dominio
del hombre, los Siete le comunicaron sus poderes, deseosos de favorecer la
inteligencia humana. Pero tan luego como el hombre conoció su verdadera esencia
y su propia naturaleza, quiso penetrar dentro y más allá de los círculos y
quebró su circunferencia usurpando el poder de quien tiene dominio sobre el
Fuego (el Sol) mismo. Después de robar una de las Ruedas del Sol, del fuego
sagrado, cayó en esclavitud.
Aquí no se trata de representar a Prometeo; pues Prometeo es un símbolo
y personificación de todo el género humano en lo relativo a un suceso ocurrido
durante su infancia: a saber, el “bautismo de fuego” que es uno de los
misterios correspondientes al gran misterio Prometeico, cuya revelación sólo
puede hacerse por ahora en líneas generales. A causa del extraordinario
incremento de la inteligencia humana, o sea
del quinto principio, se han paralizado las percepciones espirituales.
El intelecto vive generalmente a expensas de la sabiduría; y la especie humana
no está en modo alguno preparada para comprender el terrible drama de la
desobediencia del hombre a las leyes de la Naturaleza, y su consiguiente caída.
Sólo es posible dar, hoy por hoy, tal o cual apunte sobre el particular.
D.S TV
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