sábado, 15 de junio de 2019

ISIS SIN VELO I - CAPÍTULO IV



Prefiero la noble conducta de Emerson cuando tras varios desengaños exclama:
“Anhelo la verdad”. Quien realmente es capaz de hablar así, siente en su corazón el gozo del verdadero heroísmo.

 TYNDALL.

 Para que un testimonio sea suficiente se requieren las siguientes condiciones:

 1ª Gran número de testigos muy perspicaces que convengan en haber visto bien lo que han visto.

 2ª Que los testigos estén sanos de cuerpo y mente.

 3ª Que sean imparciales y desinteresados.

 4ª Que haya entre ellos asentimiento unánime. 5ª Que solemnemente atestigüen el hecho.

 VOLTAIRE.
– Diccionario filosófico.

El fervoroso protestante Agenor de Gasparín ha sostenido larga y porfiada lucha con Des Mousseaux, 
De Mirville y otros fanáticos que atribuyen todos los fenómenos espiritistas a la influencia de Satanás. 
El resultado de esta contienda han sido dos volúmenes de más de mil quinientas páginas, en que se prueban los efectos y se niega la causa de los fenómenos, tras sobrehumanos esfuerzos para explicarlos.
            
Toda Europa leyó la severa réplica enviada por Gasparín al Journal des Débats  cuando este periódico motejó de locos rematados a cuantos después de leer el estudio sobre las “alucinaciones espiritistas” publicado por Faraday, persistiesen en dar crédito a los fenómenos que Gasparín había descrito minuciosamente como testtigo presencial. Dice Gasparín en su réplica: “Hay que andar con cuidado, porque los representantes de las ciencias de experimentación van en camino de convertirse en inquisidores modernos. Los hechos son más poderosos que las academias y no dejan de ser hechos, aunque se les menosprecie, niegue y ridiculice”.

FENÓMENOS  PSÍQUICOS


Además, en la misma obra da Gasparín la siguiente descripción de los fenómenos por él observados en compañía del profesor Thury. Dice así:
            
“Vimos con frecuencia que los pies de la mesa quedaban fuertemente pegados al suelo, sin que bastaran a levantarla los esfuerzos aunados de todos los circunstantes. En otras ocaciones presenciamos un fenómeno de vigorosa y perfectamente definida levitación, así como hemos oído golpes unas veces tan violentos que amenazaban romper la mesa en pedazos y otras tan tenues que era preciso escuchar con cuidado para percibirlos... Respecto a las levitaciones sin contacto hubo medio de obtenerlas fácilmente, con buen éxito, y no en casos aislados, sino unas treinta veces.
            
“En cierta ocasión la mesa continuó volteando y levantando los pies a pesar de haberse sentado encima un hombre que pesaba ochenta y siete kilogramos. Otra vez la mesa quedó inmóvil, sin que nadie la pudiera menear, no obstante el poco peso de la persona, que apenas llegaba a dieciséis kilogramos. Un día volteó del revés con los pies al aire sin que nadie la tocara”.
            
A este propósito, dice De Mirville:
            
“Ciertamente que un hombre que repetidas veces ha presenciado el fenómeno, no puede aceptar el sutil análisis del físico inglés”.
            
Desde al año 1850, Des Mousseaux y De Mirville, católicos a macha martillo, han publicado muchas obras de títulos muy a propósito para llamar la atención pública, que revelan la no disimulada alarma de sus autores, pues si los fenómenos no hubiesen sido auténticos no se tomara de seguro la iglesia romana la pena de combatirlos.
            
La opinión pública, escépticos aparte, se dividió en la manera de apreciar los fenómenos. El solo hecho de que la teología temiese mucho más a las posibles revelaciones obtenidas por medio de este misterioso agente, que a cuantos conflictos pudieran suscitarle las negaciones de la ciencia, debiera haber abierto los ojos a los más escépticos. La iglesia romana no ha sido nunca crédula ni cobarde, como de sobras lo prueba el maquiavelismo peculiar de su política. Además, nunca le han preocupado los prestidigitadores, porque sabe hasta dónde pueden llegar sus artimañas, y así deja dormir tranquilos a Roberto Houdin, Comte, Hamilton y Bosco, mientras que persigue a los filósofos herméticos, a los místicos, a Paracelso, Cagliostro y Mesmer, y se deshace de los médiums para entorpecer manifestaciones que considera peligrosas.
            
Los incapaces de creer en Satanás y en los dognmas de la Iglesia deben recordar que el clero es lo suficientemente astuto para no comprometer su reputación ocupándose de manifestaciones fraudulentas. Pero uno de los más valiosos testimonios de la realidad de los fenómenos psíquicos es el del famoso pretidigitador Roberto Houdin, quien nombrado perito por la Academia de Ciencias para informar sobre las maravillosas facultades clarividentes que, entremezcladas de ocasionales equivocaciones, demostraban los movimientos de una mesa, dijo: “Los prestidigitadores no nos equivocamos nunca y hasta ahora no ha fallado mi segunda vista”.
            
El distinguido astrónomo Babinet no tuvo mejor fortuna al elegir al célebre ventrílocuo Comte como perito para informar sobre un caso de voces y golpes, pues se echó a reír delante del mismo Babinet por haber éste supuesto que el fenómeno tenía por causa el ventriloquismo inconsciente, hipótesis dignamente gemela de la cerebración inconsciente que, por lo evidentemente absurda, sonrojó a académicos más escépticos.
            
A este propósito dice Gasparín:
            
“Nadie niega la suma importancia y magnitud del problema de lo sobrenatural, según se planteó en la Edad Media y está planteado hoy día... Todo en él es profundamente serio: el mal, el remedio, la recrudescencia de la superstición y el fenómeno físico que ha de extirparla”.

LA  ENCICLOPEDIA  DEL  DIABLO


            
Más adelante expone su definición sobre la materia, convencido por las manifestaciones presenciadas, según él mismo afirma. Dice así:
            
“Son ya tan numerosos los hechos sacados a la luz de la verdad, que de hoy más se ha de dilatar el campo de las ciencias naturales o se extenderá el de lo sobrenatural más allá de todo límite”.
            
De las muchas obras escritas por los autores católicos y protestantes en contra del espiritismo, ningunas causaron tan tremendo efecto como las de De Mirville y Des Mousseaux  que constituyen una verdadera enciclopedia biográfica del diablo y sus retoños, para íntima delectación de los buenos católicos desde los tiempos medioevales. Según estos dos autores, “el espíritu maligno, embustero y asesino desde un principio, es el instigador de los fenómenos espiritstas, que después de haber presidido durante miles de años la teurgia pagana, ha reaparecido en nuestro siglo a favor del incremento de las herejías, de la incredulidad y del ateísmo”. La Academia francesa lanzó al oír esto un grito de indignación y Gasparín lo tuvo por insulto personal, diciendo:
            
“Esto es una declaración de guerra, un llamamiento a las armas. La obra de De Mirville es un verdadero manifiesto. Me hubiera alegrado de ver en ella la expresión estricta de personales opiniones; pero es imposible, porque el éxito de la obra, las explícitas adhesiones recibidas por el autor, la reproducción de su tesis en los periódicos católicos, la solidaridad de los ultramontanos en esta materia, todo contribuye a dar a la obra el carácter de un acto y de una labor colectiva. Por consiguiente, me considero en el deber de recoger el guante e izar la bandera del protestantismo contra el estandarte ultramontano”.
            
Como era de esperar, los médicos, asumiendo el papel de los coros griegos, asentían a cuantas reconvenciones se lanzaban contra los dos escritores demonólogos. La revista Anales Médico-Psicológicos, dirigida por Brierre de Boismont y Cerise, publicó un artículo en el que se leía el siguiente párrafo: “Dejando aparte las luchas políticas, jamás se había atrevido un escritor en nuestro país a tan agresivas acometividades contra el sentido común. Entre ruidosas carcajadas por una parte y encogimiento de hombros por otra, el autor se presenta resueltamente ante los miembros de la Academia para entregarles lo que modestamente titula: Memoria sobre el Diablo.
            
No cabe duda de que esta Memoria era un punzante insulto a los académicos, ya acostumbrados desde 1850 a excesivas humillaciones. ¡Peregrina idea fue llamar la atención de los inmortales sobre las travesuras del diablo! Juraron vengarse unánimemente forjando una hipótesis que aventajase, en lo absurda, a la misma demonología de De Mirville. Dos médicos famosos, Royer y Jobart de Lamballe, presentaron al Instituto un alemán cuyas habilidades daban la clave de los fenómenos psíquicos.
            
A este propósito dice De Mirville:
            
“Nos sonroja decir que todo el fraude consistía en la dislocación de uno de los tendones de la pierna, según se demostró ante el Instituto de Francia en pleno, cuyos miembros agradecieron tan interesante comunicación, y pocos días después un catedrático de la Facultad de Medicina daba públicas seguridades de que, puesto que los académicos habían expuesto su opinión, ya estaba descubierto el misterio.
            
Pero estas científicas explicaciones no entorpecían el curso de los fenómenos psíquicos ni embarazaban la pluma de los dos escritores católicos en la exposición de sus ortodoxas teorías demonológicas. Des Mousseaux dijo que la Iglesia nada tenía que ver con sus libros, y al propio tiempo presentaba a la Academia un trabajo del que entresacamos el siguiente párrafo:
           
“El diablo es la principal columna de la fe. Su historia está íntimamente relacionada con la de la Iglesia y seguramente no hubiese caído el hombre sin las sugestivas palabras que pronunció por boca de su medianera la serpiente. De modo que a no ser por el diablo, el Salvador, el Redentor, el Crucificado, hubiese sido un ente ridículo y la cruz un agravio al sentido común”.

LA CIENCIA CONTRA LA TEOLOGÍA


            
Conviene advertir que este autor es eco fiel de la Iglesia, que igualmente anatematiza a quien niega la existencia de Dios que la del diablo.
            
Pero el marqués De Mirville lleva más allá las relaciones entre Dios y el diablo, considerándolas como una sociedad mercantil en que Dios accede resignadamente a cuanto el diablo le propone con miras de exclusivo provecho. Así parece inferirse del siguiente pasaje:
            
“Al sobrevenir la irrupción espiritista de 1853, con tanta indiferencia mirada, nos atrevemos a decir que era síntoma amenazador de una catástrofe. Bien es verdad que el mundo está en paz, pero no todos los desastres tienen los mismos antecedentes, y presentimos el cumplimiento de la ley expresada por Goërres al decir que “estas misteriosas apariciones han precedido invariablemente a los castigos de Dios”.
            
Estas escaramuzas entre los campeones del clero y la materialista Academia de Ciencias demuestran la poca eficacia de los esfuerzos de la docta corporación para desarraigar el fanatismo, aun de los mismos que presumen de cultos. La ciencia no ha vencido, ni siquiera ha refrenado a la teología, y tan sólo prevalecerá contra ella cuando reconozca en los fenómenos psíquicos algo más que alucinación y charlatanería. Pero ¿cómo lograrlo si no se los investiga? Si por ejemplo, hubiese padecido Oersted de psicofobia y receloso de que las gentes supersticiosas empleaban las agujas magnéticas para hablar con los espíritus, no se hubiera detenido a observar las variaciones de dichas agujas en sentido perpendicular a la corriente eléctrica que pasaba por un alambre colocado junto a ella, de seguro que no enriqueciera el sabio danés las ciencias experimentales con los principios referentes al electro-magnetismo. Babinet, Royer y Jobert de Lamballe son los tres miembros del Instituto que más se han distinguido, aunque sin lauro, en la contienda entre el escepticismo y el supernaturalismo. 

Babinet, el famoso astrónomo, se aventuró imprecavidamente en el campo de los fenómenos y quiso explicarlos científicamente; pero aferrado a la vana opinión, tan general en los científicos, de que las manifestaciones psíquicas no resistirían más allá de un año a un examen minucioso, cometió la imprudencia de exponerlo así en los artículos que, como acertadamente observa De Mirville, apenas llamaron la atención de sus colegas y en modo alguno la del público.

EL  VENTRILOQUISMO  DE  BABINET


            
Babinet admite desde luego sin dudar en lo más mínimo la rotación de las mesas, que según dice “es capaz de manifestarse enérgicamente con movimiento velocísimo, que ofrece vigorosa resistencia cuando se intenta detenerlo”.
            
El insigne astrónomo explica el hecho del modo siguiente: “Los débiles y concordados impulsos de las manos puestas encima de la mesa la empujan suavemente hasta oscilar de derecha a izquierda... Cuando al cabo de un rato se inicia en las manos un estremecimiento nervioso y se armonizan los impulsos individuales de los experimentadores, empieza la mesa a moverse”.
            
Babinet considera esta explicación muy sencilla, “porque el esfuerzo muscular obra como en las palancas de tercer orden, en que el punto de apoyo está muy cerca de la potencia que comunica gran velocidad al objeto, a causa de la corta distancia que ha de recorrer la fuerza motora... Algunos se maravillan de que una mesa sujeta a la acción de varios individuos sea capaz de vencer poderosos obstáculos y que se rompan las patas cuando se la detiene bruscamente; pero esto nada de particular tiene en comparación de la energía desarrollada por la armonía y concordancia de los impulsos individuales... Repetimos que no ofrece dificultad alguna la explicación física del fenómeno”.
            
De este informe se infieren claramente dos conclusiones: la realidad del fenómeno y lo ridículo de su explicación. Babinet dio con ello motivo a que alguien se riera de él, pero como buen astrónomo sabe que también el sol tiene manchas.
            
Además, aunque Babinet lo niegue, hemos de tener en cuenta la levitación de la mesa sin contacto. De Mirville dice que la tal levitación es “sencillamente imposible, tan imposible como el movimiento continuo”.
            
¿Quién se atreverá después de esto a creer en las imposibilidades científicas?
            
Pero las mesas no se contentan con oscilar, bailar y voltear, sino que también resuenan con golpes, a veces tan fuertes como pistoletazos. Sin embargo, la explicación científica no llega más que a suponer ventrílocuos a los testigos y a los investigadores.
            
Babinet publicó a este propósito, en la Revista de Ambos Mundos, un soliloquio dialogado a la manera del Ein Soph de los cabalistas. Dice así:
            -¿Qué podemos inferir en definitiva de los fenómenos sometidos a nuestra observación? ¿Se producen tales golpes?
            -Sí.
            -¿Responden a preguntas?
            -Sí.
            -¿Quién produce estos golpes?
            -Los médiums.
            -¿Cómo?
            -Por el ordinario método acústico del ventriloquismo.
            -¿Pero no podrían proceder estos golpes del crujido de los dedos de manos y pies?
            -No, porque entonces procederían siempre del mismo punto, y no sucede así .
            A este propósito dice De Mirville:
            
“Ahora bien, ¿qué pensar de los norteamericanos y de sus millares de médiums, que producen los mismos golpes ante millares de testigos? De seguro que Babinet lo achará a ventriloquismo. Pero ¿cómo explicar semejante imposibilidad? Oigamos a Babinet, para quien es la cosa más fácil del mundo: “La primera manifestación observada en los Estados Unidos, se debió en resumen a un muchacho callejero que golpeó la puerta de un vecino, atraído tal vez por una bala de plomo pendiente de un hilo; y si el señor Weekman, el primer creyente de América, al notar por tercera vez los golpes, no oyó risas en la calle, fue por la esencial diferencia entre un francés medio árabe y un inglés aquejado de lo que llamamos alegría fúnebreen su famosa réplica a los ataques de Gasparín, Babinet y otros escritores, dice De Mirville: “Según los insignes físicos que han informado sobre el particular, las mesas voltean rápida y vigorosamente, ofrecen resistencia y, como ha demostrado Gasparín, se levantan sin que nadie las toque. Así como un juez decía que le bastaban tres palabras de puño y letra de un hombre para condenarlo a muerte, del mismo modo con las anteriores líneas nos empeñamos en confundir a los más famosos físicos del mundo y aun a revolucionar el globo, a menos que Babinet no hubiese tomado la precaución de indicar, como Gasparín, alguna ley o fuerza todavía desconocida. Porque esto zanjaría definitivamente la cuestión”.
            
Pero en las notas relativas a los fenómenos e hipótesis físicas llega a su colmo la insuficiencia de Babinet para explorar el campo del espiritismo.
            
Parece que De Mirville se muestra muy sorprendido de la maravillosa índole del fenómeno ocurrido en el Presbiterio de Cideville hasta el punto de rehusar la responsabilidad de su publicación, no obstante haber sido presenciado por jueces y testigos. Consistió dicho fenómeno en que en el preciso instante pronosticado por un hechicero, se oyó un ruidoso trueno encima de la casa rectoral, y al punto penetró en ella un fluido a manera de rayo que derribó por el suelo a cuantos allí estaban al amor de la lumbre, tanto a los que creían como a los que no en el poder del hechicero. Después de llenar el aposento de animales fantásticos, subió por la chimenea y desapareció, no sin producir un estruendo tan espantoso como el primero. Sin embargo, añade De Mirville que como ya tenía sobradas pruebas de los fenómenos psíquicos, no quiso añadir esta nueva enormidad a otras tantas”.
            
Pero Babinet, que con sus eruditos colegas tanto se había mofado de los dos demonólogos, y que por otra parte estaba resuelto a demostrar la falsedad de semejantes relatos, no puiso dar crédito al fenómeno de Cideville y en cambio relató otro mucho más inverosímil, según comunicación dirigida a la Acadamia de Ciencias, el 5 de Julio de 1852, reproducida sin comentario alguno y tan sólo como ejemplo de rayo esferoidal, en las obras de Arago.

EL  METEORO  FELINO


            
Dice así literalmente:
            
“Un aprendiz de sastre, que vivía en la calle de Saint-Jacques, estaba acabando de comer cuando oyó un fortísimo trueno y poco después vio que caía la pantalla de la chimenea como empujada por el viento, e inmediatamente salió pausadamente del interior de la chimenea un globo de fuego del tamaño de la cabeza de un niño, que dio la vuelta por la habitación sin tocar al suelo. El aspecto de este globo era como de un gato que anduviese sin patas, y parecía más bien brillante y luminoso que caliente e inflamado, porque el aprendiz no notaba sensación de calor. Se aproximó el globo a los pies del muchacho, a manera de los gatos cuando se restriegan contra las piernas de una persona; pero el aprendiz se apartó para evitar el contacto con aquel meteoro, aunque pudo examinarlo a su sabor mientras se fue moviendo alrededor de sus pies. Después de vacilar en opuestas direcciones, desde el centro de la habitación se elevó el globo hasta la altura de la cabeza del aprendiz, quien se echó hacia atrás para que no le diese en la cara. Al llegar a cosa de un metro del suelo, se dilató el globo ligeramente, tomando una dirección oblicua hacia un agujero de la pared, a un metro de altura sobre la campana de la chimenea, con la particularidad de que este agujero se había practicado para dar paso al cañón de la estufa en invierno, y como estaba entonces empapelado como el resto de la pared no podía verlo el globo, según dijo ingenuamente el aprendiz. Sin embargo, el globo se dirigió directamente al agujero, despegó el papel sin estropearlo y salióse por la chimenea, hasta que al cabo de buen rato llegó al extemo superior del tiro, a una altura de dieciocho metros sobre el nivel del suelo, y produjo un estallido todavía más espantoso que el primero, que derribó parte de la chimenea”.
            
A este propósito, observa De Mirville en su crítica: “Podemos aplicar a Babinet lo que cierta señora muy mordaz le dijo en una ocasión a Raynal: Si no es usted cristiano no será por falta de fe.
            
Aparte de los polemistas católicos, el doctor Boudin se maravillaba de la credulidad de Babinet en lo tocante al llamado meteoro que cita con toda seriedad en un estudio que sobre el rayo publicaba a la sazón, donde dice: “Si estos pormenores son exactos como parecen serlo, desde el momento en que los admiten Babinet y Arago, difícilmente podremos seguir llamando a dicho fenómeno rayo esférico. Sin embargo, dejaremos que otros expliquen, si pueden, la naturaleza de un globo de fuego que no da calor y tiene aspecto de un gato que se pasea tranquilamente por la habitación y halla medios de escapar por el tubo de la chimenea a través de un agujero tapado con el papel de la pared que despega sin estropearlo”.
            
Añade De Mirville: “Somos de la misma opinión que el erudito médico, en cuanto a la dificultad de definir exactamente el fenómeno, pues de la misma manera podríamos ver algún día rayos en forma de perro o de mono. Verdaderamente espeluzna la idea de toda una meteorológica colección de fieras que, gracias al rayo, se metieran sin más ni más en nuestras habitaciones para pasearse a su antojo”.
            
Dice Gasparín en su enorme volumen de refutaciones: “En cuestiones de testimonio no puede haber certidumbre desde que atravesamos los límites de lo sobrenatural”.
            
Como quiera que no están suficientemente determinados estos límites, ¿cuál de ambos antagonistas reúne mejores condiciones para emprender tan difícil tarea?; ¿cuál de los dos ostenta mayores títulos para erigirse en árbitro público?; ¿no será acaso el bando de la llamada superstición, que cuenta con el apoyo de miles de testigos que durante dos años presenciaron los prodigiosos fenómenos de Cideville? ¿Daremos crédito a este múltiple testimonio o asentiremos a lo que dice la ciencia, representada por Babinet, quien, por el único testimonio del aprendiz de sastre, admite el rayo esférico, o meteoro felino, y lo considera como uno de tantos fenómenos naturales?

THURY  CONTRA  GASPARÍN


            
En un artículo periodístico (29), cita Crookes la obra de Gasparín titulada: La ciencia hacia el espiritismo, y dice a este propósito: “El autor concluye por afirmar que todos estos fenómenos derivan de causas naturales, sin que haya en ellos milagro alguno ni tampoco intervención de espíritus ni diabólicas influencias. Gasparín considera comprobado por sus experimentos, que en determinadas condiciones fisiológicas la voluntad puede actuar a distancia sobre la inerte materia, y la mayor parte de su obra está dedicada a determinar las leyes y condiciones bajo las cuales se manifiesta dicha acción
            
Ciertamente es así; pero en cambio, hay en la obra de Gasparín muchos otros puntos, como contestaciones, réplicas y memorias demostrativas de que, aunque pío calvinista, no cede en fanatismo religioso a Des Mousseaux ni a De Mirville, católicos ultramontanos. El mismo Gasparín denota su espíritu de partido al decir: “Me considero en el deber de izar la bandera protestante frente al estandarte ultramontano"”(30). eN lo tocante a los fenómenos psíquicos, sólo pueden ser válidos los testigos serenos e imparciales y el dictamen de los científicos que no tengan determinado interés en el asunto. La verdad es una, e innumerables las sectas religiosas que presumen de poseerla por entero; y si para los ultramontanos el diablo es el más firme sostén de la iglesia católica, para Gasparín ya no ha vuelto a haber milagros desde el tiempo de los apóstoles. Pero Crookes cita asimismo a Thury, profesor de Historia Natural en la Universidad de Ginebra y colaborador de Gasparín en la investigación de los fenómenos de Valleyres, aunque contradice terminantemente las afirmaciones de su colega. Dice Gasparín que “la principal y más necesaria condición para producir el fenómeno es la voluntad del experimentador, pues sin voluntad nada podrá lograrse, aunque se mantenga formada la cadena durante veinticuatro horas seguidas”. 

Esto demuestra que Gasparín no distingue entre los fenómenos psíquicos y los simplemente magnéticos, dimanantes de la persistente voluntad de los experimentadores, entre quienes tal vez no haya uno solo con aptitudes mediumnísticas desenvueltas ni latentes. Los fenómenos magnéticos resultan siempre de la acción conscientemente voluntaria de quienes se esfuercen en obtenerlos, al paso que los fenómenos psíquicos obran sobre el sujeto receptivo independientemente de él y muchas veces contra su propia voluntad. El hipnotizador logra cuanto está al alcance de su fuerza volitiva. El médium, por el contrario, será instrumento tanto más a propósito para la producción del fenómeno cuanto menos ejercite su voluntad, y las probabilidades de logro estarán en razón inversa del ansia que sienta de producirlo. El hipnotizador requiere temperamento activo y el médium pasivo. Esto es el abecé del espiritismo y lo saben todos los médiums. Dijimos que Thury discrepaba de Gasparín en lo referente a la hipótesis de la voluntad, y así lo demuestra la siguiente carta dirigida a su colega en respuesta a la súplica que éste le hizo para que rectificara la última parte de su informe. Dice así: “Comprendo la justicia de vuestras observaciones referentes a la última parte de mi informe, que acaso concite contra mí la animadversión de los científicos; pero no obstante lo mucho que deploro que mi resolución le haya disgustado tanto, persisto en ella porque la considero hija del deber a que sin traición no puedo faltar.
            
Por lo que a la ciencia se refiere, declaro que todavía no está demostrada científicamente la imposibilidad de la intevención de los espíritus en estos fenómenos, pues tal es la conclusión de mi informe, y si así no lo dijese me expondría a empujar por vías de múltiples y equívocas salidas, en el caso de que contra toda esperanza hubiese algo de verdad en el espiritismo, a cuantos después de leído mi informe quisieren estudiar estos fenómenos.

CONTRADICCIONES  DE  GASPARÍN


            
Sin salirme de los fenómenos de la ciencia, según yo la entiendo, cumpliré mi deber por completo sin segundas intenciones de amor propio, y como a vuestro juicio puede ocasionar esto un escándalo mayúsculo, no quiero avergonzarme de ello. Además, insisto en que mi opinión es tan científica como otra cualquiera. Aunque quisiera demostrar la hipótesis de la intervención de espíritus desencarnados no podría hacerlo por insuficiencia de los fenómenos observados; pero estoy en situación de resistir victoriosamente todas las objeciones. Quieran o no, han de aprender los científicos por experiencia propia y por sus propios errores a suspender su juicio en cosas que no hayan examinado suficientemente. Conviene que no se pierda la lección que les disteis sobre este particular”.
            
Ginebra, 21 de Diciembre de 1854.
            
Analicemos esta carta para ver si descubrimos, no precisamente lo que el autor opina, sino lo que no opina acerca de la nueva fuerza. Por lo menos es indudable que el distinguido físico y naturalista demuestra científicamente la realidad de algunas manifestaciones psíquicas; pero, de acuerdo con Crookes, no las atribuye a los espíritus de los difuntos, pues no ve demostración de esta hipótesis, ni tampoco cree en los diablos del catolicismo .
            
Pena nos causa decir que Gasparín cae en muchas contradicciones y absurdos, pues mientras por una parte vitupera acerbamente a los adictos a Faraday, por otra atribuye a causas naturales fenómenos que llama mágicos. Dice a este propósito: “Si no hubiéramos de tener en cuenta otros fenómenos que los explicados por el ilustre físico, cerraríamos los labios; pero nosotros hemos ido aún más allá, y ¿de qué han de servirnos esos aparatos que todo lo explican por la presión inconsciente? Sin embargo, la mesa resiste a la presión y al impulso, y a pesar de que nadie la toca, sigue el movimiento de los dedos que hacia ella señalan, se levanta sin contacto alguno y gira de arriba abajo”.
            
Pasa después Gasparín a explicar los fenómenos por su cuenta y dice: “Las gentes los atribuirán a milagro y no faltará quien los crea obra de magia. Cada nueva ley les parece un prodigio. Pero yo me encargo de calmar los ánimos, porque en presencia de semejantes fenómenos no hemos de trasponer los límites de las leyes naturales” (34).
            
Por nuestra parte no los hemos traspuesto. ¿Pero están seguros los científicos de poseer la clave de estas leyes? Gasparín presume poseerla, como vamos a ver. Dice así:
            
“No me arriesgo a dar explicación alguna, porque no es asunto de mi incumbencia. Mi propósito no va más allá de atestiguar los hechos y sostener una verdad que la ciencia intenta sofocar. Sin embargo, no puedo resistir a la tentación de manifestar a quienes nos confunden con los iluminados o con los brujos, que las manifestaciones en cuestión pueden explicarse de acuerdo con los principios generales de la ciencia.
            
En efecto; si suponemos que de los experimentadores, y más particularmente de algunos de ellos, emana un fluido cuya dirección esté determinada por la voluntad del individuo, no será difícil comprender cómo gira o se levanta la mesa por la acción del fluido acumulado sobre ella. Supongamos también que el vidrio es mal conductor de dicho fluido y tendremos explicado el por qué un vaso puesto en medio de la mesa interrumpe la rotación, mientras que si lo ponemos a un lado, se acumula todo el fluido en el opuesto, que por esta razón la levanta en alto”.
            
Aparte de algunos pormenores no desdeñables, podríamos aceptar esta explicación si todos los circunsantes fuesen hábiles hpnotizadores, y mucho también pudiéramos admitir respecto a la intervención de la voluntad, de acuerdo con el erudito ministro de Luis Felipe; pero ¿qué decir de la inteligencia denotada por la mesa en sus respuestas? Con seguridad que estas respuestas no podían ser colectivo reflejo cerebral de los circunstantes, según opina Gasparín, porque las ideas de ellos discrepaban no poco de la en extremo liberal filosofía expuesta por la maravillosa mesa. Sobre esto nada dice Gasparín, como si a cualquier explicación recurriera con tal de no admitir la influencia de los espíritus, ni humanos, ni satánicos, ni elementales.
            
Resulta, por lo tanto, que la “simultánea concentración del pensamiento” y “la acumulación de fluidos” no son más satisfactorias explicaciones que la “fuerza psíquica” de otros científicos. Preciso es buscar nuevas soluciones que de antemano calificamos de insuficientes, por numerosas que sean, hasta que la ciencia reconozca por causa de los fenómenos psíquicos una fuerza externa a los circunstantes y más inteligente que todos ellos.

LA  FUERZA  ECTÉNICA


            
El profesor Thury rechaza a un tiempo la hipótesis de los espíritus desencarnados, la de las influencias diabólicas y la de los teurgos y herméticos sintetizada en la sexta de Crookes (35) y expone otra, a su entender, más prudente, con desconfianza respecto de las demás, si bien admite hasta cierto punto “la acción inconsciente de la voluntad”, de acuerdo con Gasparín. A este propósito dice Thury: “Respecto a los fenómenos de levitación sin contacto y el empuje de la mesa de un sitio a otro por manos invisibles, no cabe demostrar a priori su imposibilidad, y en consecuencia, nadie tiene derecho a calificar de absurdas las pruebas efectuadas”.
            
Por lo que toca a la hipótesis de Gasparín, la juzga Thury muy severamente, según puede colegirse del siguiente pasaje de De Mirville: “Admite Thury que en los fenómenos de Valleyres estaba la fuerza en el individuo, mientras que nosotros decimos que era a un tiempo intrínseca y extrínseca y que, por regla general, es precisa la acción de la voluntad. Después de todo repite Thury lo que ya había dicho en el prefacio de su obra, conviene a saber: “El barón de Gasparín nos presenta hechos escuetos de cuyas explicaciones no responde, tal vez por ser tan endebles que se desvanecen de un soplo sin que apenas quede nada de ellas. Respecto a los hechos no es posible dudar en delante de su autenticidad”.
            
Según nos dice Cookes, el profesor Thury “refuta las explicaciones de Gasparín y atribuye los fenómenos psíquicos a una substancia fluídica, a un agente que, como el éter lumínico de los científicos, interpenetra todos los cuerpos materiales orgánicos e inorgánicos. A este agente le llama psícodo, y después de discutir las propiedades de este estado o forma de materia, propone que se denomine fuerza ecténica a la ejercida cuando la mente actúa a distancia por influencia del psícodo” (36). Más adelante observa Crookes que la fuerza ecténica de Thury es idéntica a la fuerza psíquica por él apuntada.
            
Fácilmente podríamos demostrar que tanto la fuerza ecténica como la fuerza psíquica, además de ser iguales entre sí, lo son a la luz astral o sidérea de los alquimistas (37) y al akâsha o principio de vida, la omnipenetrnte fuerza que desde hace miles de años conocieron los gimnósofos, los magos indos y los adeptos de todos los países, y aun hoy se valen de ella los lamas del Tíbet, los fakires taumaturgos y algunos prestidigitadores indos.
            
En muchos casos de rapto provocado artificialmente por sugestión hipnótica, es posible y aun probable que el “espíritu” del sujeto actúe influido por la voluntad del hipnotizador; pero cuando el médium permanece consciente mientras se producen fenómenos psíquicofísicos que denoten una dirección inteligente, el agotamiento físico se traducirá en postración nerviosa, a menos que el médium sea mago capaz de proyectar su doble. Por lo tanto, parece concluyente la prueba de que el médium es pasivo instrumento de entidades invisibles que disponen de fuerzas ocultas. Pero no obstante la identidad de la fuerza ecténica de Thury y la psíquica de Crookes, sus respectivos mantenedores discrepan en cuanto a las propiedades que les atribuyen, pues mientras Thury admite que los fenómenos son producidos con frecuencia por voluntades no humanas, corroborando con ello la sexta hipótesis de Crookes, éste se reserva su opinión respecto a la causa de los fenómenos, cuya autenticidad no pone en duda. Así vemos que ni Gasparín y Thury, que investigaron los fenómenos psíquicos en 1854, ni Crookes, que se convenció de su realidad en 1874, les han dado explicación definitiva, a pesar de sus conocimientos en ciencias físico-químicas y de haber dedicado toda su atención a tan arduo problema. el resultado es que en veinte años ningún científico ha dado ni un paso en la solución del enigma que sigue tan inexpugnable como castillo de hadas.

ATEÍSMO  CIENTÍFICO


            
¿Sería impertinencia sospechar que los científicos modernos se mueven en un círculo vicioso? Agobiados sin duda por la pesadumbre del materialismo y la insuficiencia de las llamadas ciencias experimentales para demostrar tangiblemente la existencia del mundo espiritual, mucho más poblado que el visible, no tienen otro remedio que arrastrarse por el interior del círculo vicioso, sin querer, más bien que sin poder, salir del hechizado recinto para explorar lo que fuera de él existe. Sus preocupaciones son el único embarazo que les impide reconocer la causa de hechos innegables y relacionarse con hipnotizadores tan expertos como Du Potet y Regazzoni.
            
Preguntaba Sócrates: “¿Qué engendra la muerte? –La vida –le respondieron ... ¿Puede el alma, puesto que es inmortal, dejar de ser imperecedera?”. El profesor Lecomte dice: “La semilla no puede germinar sin que en parte consuma”. Y San Pablo exclama: “Para que la simiente se avive es preciso que muera”.
           
Se abre la flor, se marchita y muere; pero deja tras sí el aroma que perdura en el ambiente cuando ya sus pétalos están hechos polvo. Nuestros sentidos corporales no lo advierten y sin embargo existe. El eco de la nota emitida por un instrumento perdura eternamente. Jamás se extingue por completo la vibración de las invisibles ondas del mar sin orillas del espacio. Siempre viven las energías transportadas del mundo de la materia al mundo del espíritu. Y el hombre, preguntamos nosotros, el hombre, entidad que vive, piensa y razona, la divinidad residente en la obra maestra de la naturaleza, ¿habría de abandonar su estuche para no vivir jamás? ¿Cómo negar al hombre cuyas cualidades fundamentales son la conciencia, la mente y el amor, el principio de continuidad que reconocemos en la llamada inorgánica materia del flotante átomo? No cabe más descabellada idea. Cuanto mayor es nuestro conocimiento, mayor es también la dificultad de concebir el ateísmo científico. Se comprende que un hombre ignorante de las leyes de la naturaleza, sin noción alguna de las ciencias físico-químicas, pueda caer funestamente en el materialismo, empujado por la ignorancia o por la incapacidad de comprender la filosofía de la ciencia, ni de colegir ninguna analogía entre lo visible y lo invisible. Un metafísico por naturaleza, un soñador ignorante, pueden despertar bruscamente y atribuir a ilusión y ensueño todo cuanto imaginaron sin pruebas tangibles; pero un científico familiarizado con las modalidades de la energía universal no puede sostener que la vida es tan sólo un fenómeno de la materia, so pena de confesar su incapacidad para analizar y debidamente comprender el alfa y el omega de la misma materia.
            
El escepticismo sincero respecto a la inmortalidad del alma es una enfermedad, una deformación cerebral, que ha existido en toda época. Así como algunas criaturas nacen envueltas en el omento, así también hay hombres incapaces de desprenderse durante toda su vida de la membrana que embota sus espirituales sentidos. Pero la vanidad es el verdadero sentimiento que les mueve a rechazar los fenómenos mágicos y espirituales, sin otro argumento que el siguiente: “Nosotros no podemos producir ni explicar estos fenómenos; por lo tanto, no existen ni nunca han existido. Hace unos treinta años, Salverte sorpendió a los “crédulos” con su obra: Filosofía de la magia, en la que pretendía explicar la causa operante de los milagros bíblicos y de los santuarios paganos. En resumen, los atribuye a largos años de observación, aparte de un profundo conocimiento de las ciencias físicas y metafísicas, en cuanto lo permitía la ignorancia de la época, con su secuela de imposturas, prestidigitación, ilusiones ópticas y fantasmagoría, que a fin de cuentas, convierten, según el autor, a los taumaturgos, profetas y magos, en pícaros y bribones, y al resto de los mortales en necios y bobos.
            
De la índole y valía de las pruebas podrá colegir el lector por la que aduce el pasaje siguiente: “Aseguraban los entusiastas discípulos de Jámblico, que al orar se levantaba a diez codos del suelo, y engañados por esta metáfora han tenido los cristianos la candidez de atribuir el mismo milagro a Santa Clara y a San Francisco de Asís”. Según Salverte, los centenares de viajeros que atestiguan haber visto idéntico fenómeno en los fakires, serían todos unos embusteros o estarían alucinados. Sin embargo, hace poco tiempo, el eminente Crookes atestiguó un fenómeno de esta índole en condiciones que imposibilitaban todo fraude; y de la propia suerte habían aseverado lo mismo mucho tiempo antes infinidad de testigos, a quienes sistemáticamente se les niega crédito.

CONFUSIONES  DE  LOS  CIENTÍFICOS


            
Paz a tus científicas cenizas ¡oh crédulo Salverte! ¿Quién sabe si antes de concluir el presente siglo la sabiduría popular habrá inventado este nuevo proverbio: “Tan increíblemente crédulo como un científico”.
            
¿Por qué ha de parecer imposible que una vez separado el espíritu del cuerpo pueda animar una forma imperceptible, creada por la fuerza mágica, psíquica, ecténica o etérea, como quiera llamársela, con el auxilio de entidades elementarias que al efecto proporcionen la sublimada materia de un cuerpo? La única dificultad está en no darse cuenta de que el espacio no está vacío, sino repleto de los arquetipos de cuanto fue, es y será, y poblado de seres pertenecientes a diversas estirpes distintas de la nuestra.
            
Muchos científicos han reconocido la autenticidad de fenómenos en apariencia sobrenaturales, porque como el citado caso de levitación, contrarían la ley de la gravedad; pero al investigarlos, se enredaron en inextricables dificultades por su desgraciado intento de darles explicación con hipótesis basadas en las leyes conocidas de la naturaleza.
            
En el resumen de su obra, concreta De Mirville la argumentación de los científicos adversarios del espiritismo en cinco paradojas a que llama confusiones, conviene a saber:
            
Primera confusión. – La de Faraday, quien explica el fenómeno de la mesa diciendo que ésta empuja al experimentador a causa de la resistencia que la hace retroceder.
            
Segunda confusión. – La de Babinet, quien explica los golpes diciendo que de buena fe y con perfecta conciencia los producen ventrílocuos, cuya facultad implica necesariamente mala fe.
            
Tercera confusión. – La de Chevreuil, quien explica la facultad de mover los muebles sin tocarlos, por la previa adquisición de esta facultad.
            
Cuarta confusión. – La del Instituto de Francia, cuyos miembros aceptan los milagros con tal que no caontraríen las conocidas leyes de la naturaleza.
            
Quinta confusión. – La de Gasparín, que supone fenómenos sencillos y elementales, los que todos niegan porque nadie vio otros iguales.
            
Mientras los científicos de fama admiten tan fantásticas hipótesis, algunos neurópatas de menor cuantía explican los fenómenos psíquicos por medio de un efluvio anormal, dimanante de la epilepsia. Otro hay que quisiera tratar a los médiums (y suponemos que también a los poetas) con asafétida y amoníaco, y califica de lunáticos o de místicos alucindados a cuantos creen en las manifestaciones psíquicas. A este médico y conferenciante, se le podría aplicar la frase del Nuevo Testamento: “Sánate a ti mismo”; porque, en verdad, ningún hombre de cabal juicio se atrevería a tachar de locos a los cuatrocientos cuarenta y seis millones de personas que en las cinco partes del mundo creen en las relaciones de los espíritus con los hombres.
            
Considerando todo esto, maravilla la osadía de los presumidos pontífices de la ciencia al clasificar fenómenos que en absoluto desconocen. Seguramente, los millones de compatriotas a quienes de tal manera engañan, les merecen tanta consideración como si fueran gorgojos de patata o cigarrones, porque el Congreso norteamericano, a instancia de la Asociación americana para el progreso de las ciencias, promulga estatutos constituyentes de comisiones nacionales para el estudio de los insectos; los químicos se ocupan en cocer ranas y chinches; los geólogos entretienen el ocio en la observación de ganoides cónquidos y en discutir el sistema dentario de las diversas especies de dinictios; y los entomólogos llevan su entusiasmo hasta el extremo de cenarse saltamontes cocidos, fritos y en salsa. Entretanto, millones de americanos quedan abandonados “a la confusión de locas ilusiones”, según frase de los ilustres enciclopedistas, o sucumben a los “desórdenes nerviosos” dimanantes de la “diatesis” mediumnística”.

LOS  CIENTÍFICOS  RUSOS


            
Tiempo hubo en que cabía esperar que los científicos rusos en que cabía esperar que los científicos rusos se tomaran el trabajo de estudiar atenta e imparcialmente los fenómenos psíquicos. La Universidad de San Petersburgo nombró una comisión presidida por el insigne físico Mendeleyeff, con objeto de poner a prueba en cuarenta sesiones consecutivas a los médiums que quisieran someterse a experimentación. La mayor parte rehusaron la invitación temerosos de alguna celada, y al cabo de ocho sesiones, cuando los fenómenos iban siendo más interesantes, la comisión prejuzgó el caso con frívolos pretextos y dio informe contrario a los médiums. En vez de proceder digna y científicamente, se valieron de espías que atisbaban por los ojos de las cerraduras. El presidente de la comisión declaró en una conferencia pública que el espiritismo, como cualquiera otra creencia en la inmortalidad del alma, era una mezcolanza de superstición, alucinaciones e imposturas, y que las manifestaciones de esta índole, tales como la adivinación del pensamiento, el rapto y otros fenómenos psíquicos, se producían con el auxilio de ingeniosos aparatos y mecanismos que los médiums llevaban ocultos entre las ropas. Ante semejante prueba de ignorancia y prejuicio, el doctor Butlerof, catedrático de química de la Universidad de San Petersburgo, y el señor Aksakof, consejero de Estado, que habían sido invitados a las sesiones, evidenciaron su disgusto en la protesta publicada bajo su firma en los periódicos, cuya mayoría se puso en contra de Mendeleyeff y de su oficiosa comisión, al paso que más de ciento treinta personas de la aristocracia sanpetersburguense, sin determinada filiación espiritista, avaloraron con su firma la protesta.
            
El resultado fue que la atención pública se convirtiera hacia el espiritismo, constituyéndose en todo el imperio numerosos círculos. La prensa liberal empezó a discutir el asunto, y se nombró otra comisión encargada de proseguir las interrumpidas investigaciones.
            
Pero tampoco es fácil que la nueva comisión cumpla con su deber, pues tiene oportunísimo pretexto en el informe dado por el profesor Lankester, de Londres, acerca del médium Slade, quien, contra las prejuiciosas y circunstanciales aseveraciones de Lankester y de un amigo de éste llamado Donkin, opuso el testimonio de gran número de investigadores entre los que se contaban Wallace y Crookes. A este propósito, el London Spectator publicó un artículo del que extractamos los siguientes párrafos:
            
“Es pura superstición el presumir de tan completo conocimiento de las leyes de la naturaleza, que hayamos de repudiar por falsos unos fenómenos cuidadosamente examinados por detenidas observaciones, sin otro fundamento que su aparente discrepancia con principios ya establecidos. Asegurar, como según parece asegura el profesor Lankester, que porque en algunos casos haya habido fraude y credulidad en estos fenómenos, como también los hay en las enfermedades nerviosas, forzosamente haya de haberlos contra toda escrupulosidad de las investigaciones, equivale a aserrar las ramas del árbol del conocimiento en que arraigan las ciencias inductivas y demoler toda la fábrica del edificio científico”.
            
Pero ¿qué les importa esto a los doctores? El torrente de superstición que, a su decir, arrastra a millones de inteligencias claras, no puede alcanzarles; el nuevo diluvio llamado espiritismo, no es capaz de anegar sus robustas mentes; y las cenagosas oleadas de la corriente han de romper la furia sin ni siquiera mojar la correa de su zapato. Tal vez la tradicional terquedad del creador les impide confesar el poco éxito que sus milagros tienen en nuestros días contra la ceguera de los profesionales de la ciencia, aunque de seguro sabe que desde hace tiempo resolvieron poner en el frontispicio de sus colegios y universidades, el siguiente aviso:

            De orden de la ciencia se le prohibe a Dios hacer milagros en este sitio.

LA GRUTA-GABINETE DE LOURDES


            
Espiritistas y católicos parecen haberse coligado contra los iconoclásticos intentos del materialismo, y al incremento del número de escépticos ha correspondido otro incremento proporcional del número de creyentes. Los campeones de los milagros “divinos” de la Biblia emulan a los panegiristas de los fenómenos psíquicos, y la Edad Media revive en el siglo XIX. De nuevo vemos a la Virgen María ponerse en correspondencia epistolar con los fieles hijos de su iglesia, mientras que por conducto de los médiums garrapatean mensajes los espíritus amigos. El santuario de Lourdes se ha convertido en gabinete de materializaciones espiritistas, al paso que los gabinetes de los más famosos médiums norteamericanos parecen santuarios a donde Mahoma, el obispo Polk, Juana de Arco y otros espíritus de nota acuden desde la “negra orilla”, para materializarse a la luz del día. Y si a la Virgen María se la ha visto pasear cotidianamente por las cercanías de Lourdes, ¿por qué no creer también al fundador del islamismo y al difunto prelado de la Luisiana? No cabe otro remedio que admitir o rechazar por igual la posibilidad o la impostura de entrambas manifestaciones milagrosas: las divinas y las espiritistas. Al tiempo ponemos por testigo. Pero mientras la ciencia no quiera alumbrar con su mágica lámpara la obscuridad del misterio, irán las gentes dando tropezones con riesgo de caer en el lodo.
            
A consecuencia de la desfavorable opinión sustentada por la prensa londinense acerca de los recientes “milagros” de Lourdes, monseñor Capel publicó en The Times el criterio de la Iglesia romana sobre el particular, en los siguientes términos:
           
“Por lo que toca a las curaciones milagrosas, pueden consultar los lectores la juiciosa obra: La Gruta de Lourdes, escrita por el doctor Dozous, eminente facultativo de la localidad, inspector de higiene del distrito y médico forense, quien enumera al pormenor varios casos de curaciones milagrosas estudiadas por él con cuidados detención, para concluir diciendo: “Declaro que todo hombre de buena fe ha reconocido el carácter sobrenatural de las curaciones logradas en el santuario de Lourdes, sin otra medicina que el agua de la fuente. Debo confesar que mi entendimiento, nada propenso a la credulidad en milagros deninguna clase, difícilmente se hubiese convencido de la verdad de una aparición tan notable bajo varios aspectos, a no ser por las curaciones que presencié personalmente y me dieron luz bastante para estimar la importancia de las visitas de Bernardita a la Gruta y la realidad de las apariciones con que se vio favorecida”.
            
“Digno de respetuosa consideración, por lo menos, es el testimonio del distinguido médico que desde un principio observó cuidadosamente a Bernardita y tuvo ocasión de presenciar las curaciones. A esto he de añadir que acuden a la gruta infinidad de gentes para arrepentirse de sus culpas, acrecentar su piedad, rogar por la regeneración de su patria y dar público testimonio de su fe en el Hijo de Dios y en su inmaculada Madre. Muchos van a curarse de sus dolencias corporales, y algunos vuelven curados según aseveran testigos oculares. El achacar falta de fe, como hace vuestro artículo, a los que después se van a tomar las aguas de los Pirineos, es tan poco razonable como si tacháramos de incrédulos a los magistrados que penen la negligencia en la prestación de auxilios médicos. Quebrantos de salud me forzaron a pasar en Pau el invierno durante los años de 1860 a 1867, y con ello tuve coyunturas de investigar minuciosamente cuanto se relacionaba con las apariciones de Lourdes. Después de haber observado con todo detenimiento a Bernardita y de estudiar algunos de los milagros ocurridos, me he convencido de que si el testimonio humano es válido para comprobar la realidad de un hecho, forzosamente se ha de admitir la autenticidad de las apariciones de Lourdes. Al fin y al cabo no es dogma de fe este punto, que cualquier católico puede aceptar o negar sin esperanza de elogio ni temor de censura”.

HUXLEY  DEFINE  LA  PRUEBA


            
Si el lector se fija en las frases subrayadas, advertirá como al clero católico, a pesar de la infabilidad pontificia y de su franquicia postal con el cielo, le satisface el testimonio humano parra avalar los milagros divinos. Ahora bien, si atendemos a las conferencias dadas recientemente por Huxley, en Nueva York, acerca de la evolución, oiremos que dice: “La mayor parte de nuestro conocimiento de los hechos pasados se basa en las pruebas históricas del testimonio humano”. Y en otra conferencia sobre biología añade: “Todo hombre que de corazón anhele la verdad, no ha de temer, sino desear la crítica serena y justa; pero es esencial que el crítico sepa de qué habla”. Esto mismo debiera tener en cuenta su autor al tratar de asuntos psicológicos, pues si lo añadiese a sus antedichos conceptos ¿qué mejor pedestal sobre que alzarlo?
            
Vemos como el materialista Huxley y el prelado católico coinciden en considerar suficiente el testimonio humano para la comprobación de hechos que cada cual puede o no creer según sean sus preocupaciones. Por lo tanto, ¿no es razón que así el ocultista como el espiritista se encastillen en el argumento tan perseverantemente sostenido de que no cabe negar la autenticidad de los fenómenos psíquicos de los antiguos taumaturgos probados de sobra por el testimonio humano? Si la Iglesia y las Academicas han aducido pruebas humanas, no pueden negar a los demás el mismo derecho. Uno de los frutos de la reciente agitación notada en Londres, con motivo de los fenómenos mediumnímicos, es que la prensa seglar ha expuesto ideas liberales. El Daily News, de Londres, decía en 1876: “En todo caso, nos parece que debemos considerar el espiritismo como una de tantas creencias tolerables, y dejarle, por lo tanto, en paz, pues tiene muchos prosélitos tan inteligentes como quien más, que hace tiempo hubiesen echado de ver cualquier superchería palpable y notoria. Algunos hombres eminentes por su sabiduría han creído en las apariciones y continuarían creyendo, aunque unos cuantos se entretuvieran en amedrentar a las gentes con fingidos fantasmas.
            
No es la primera vez en la historia que el mundo invisible ha tenido que luchar contra el materialista escepticismo de la cegueraespiritual de los saduceos. Platón deplora en sus obras y alude más de una vez a la incredulidad de ciertas gentes. Desde Kapila, el filósofo indo que muchos siglos antes de J. C. dudaba ya de que los yoguis en éxtasis pudiesen ver a Dios cara a cara y conversar con las más elevadas entidades, hasta los volterianos del siglo XVIII que se burlaban de lo más sagrado, en toda época hubo Tomases incrédulos. Pero ¿han conseguido atajar los pasos de la verdad? Tanto como los ignorantes e hipócritas jueces de Galileo lograron detener el movimiento de la tierra. No hay teoría capaz de influir decisivamente en la estabilidad e inestabilidad de una creencia heredada de las razas primitivas que, si tenemos en cuenta el paralelismo entre las evoluciones espiritual y física del hombre, recibieron la verdad de labios de sus antepasados, los dioses de sus padres que “estaban al otro lado de las aguas”. Algún día se demostrará la identidad de los relatos bíblicos con las leyendas indas y la cosmogonía de distintos países, para ver cómo las fábulas de las edades míticas son alegorías de los fundamentales principios geológicos y antropológicos. A esas fábulas de tan ridícula expresión habrá de recurrir la ciencia para encontrar los “eslabones perdidos”.
            
Por otra parte, ¿qué denotan las raras coincidencias observadas en la historia respectiva de pueblos tan distantes? ¿De dónde proviene la identidad de los conceptos primitivos que se advierten en las llamadas fábulas y leyendas, donde se encierra el meollo de los sucesos históricos, de una verdad profundamente encubierta bajo la capa de poéticas ficciones populares, pero que no deja de ser verdad? Comparemos, por ejemplo, el Génesis con los Vedas en los pasajes siguientes:

            
Y habiendo comenzado los hombres a multiplicarse sobre la tierra y engendrado hijas, viendo los hijos de Dios las hijas de los hombres que eran hermosas, tomáronse mujeres, las que escogieron entre todas... Y había gigantes sobre la tierra en aquellos días ...

            
“El primer brahmán se queja de estar solo y sin mujer entre sus hermanos. A pesar de que el Eterno le aconseja que dedique sus días al estudio de la ciencia sagrada, el primer nacido insiste en la queja. Enojado por tamaña ingratitud, el Eterno da al brahmán una mujer de la estirpe de los daityas o gigantes, de quien todos los brahmanes descienden por generación materna"” así es que la casta sacerdotal desciende por una línea de las entidades superiores, los hijos de Dios, y por otra, de Daintany, la hija de los gigantes de la tierra, los hombres primitivos. "“ ellas les dieron hijos a ellos y llegaron a ser hombres poderosos del tiempo viejo; varones de nombradía"”.

            
La misma alegoría encierra el pasaje análogo de la cosmogonía del Edda escandinavo. Har, compañero de Jafuhar y Tredi, describe a Gangler la formación del primer hombre llamado Bur, padre de Bör, quien tomó por mujer a Besla, hija del gigante Bölthara, de la estirpe de los primitivos gigantes .
             
El mismo fundamento tienen las fábulas griegas de los titanes y la leyenda mexicana de las cuatro estirpes sucesivas del Popol-Vuh. Esta alegoría de los gigantes es uno de los cabos de la enredada y al parecer inextricable madeja de la psicología del género humano, pues de otro modo no cupiera explicar la creencia en lo sobrenatural, ya que decir que ha brotado, crecido y desarrollado a través de las edades sin base de sustentación, cual frívola fantasía, fuera equiparable al absurdo teológico de que Dios creó el mundo de la nada.

PROTESTA DE UN PERIÓDICO CRISTIANO


Es demasiado tarde para negar la evidencia que se manifiesta con luz meridiana. Los periódicos, así religiosos como seglares, protestan ya unánimemente contra el dogmatismo y los estrechos prejuicios de la erudición apócrifa. El Christian World une su voz a la de sus escépticos colegs y dice:
            
“Aun cuando pudiera demostrarse que todos los médiums son impostores, todavía censuraríamos la propensión de algunas autoridades científicas a mofarse y estorbar las investigaciones de índole semejante a las expuestas por Barrett ante la Asociación Británica. Si los espiritistas han caído en muchos absurdos, no por ello deben diputarse por indignos de examen sus fenómenos. Sean hipnóticos, clarividentes o como quiera, que digan los científicos qué son en vez de tratarnos como a muchachos preguntones a quienes se les da la cómoda pero poco satisfactoria respuesta: “los niños no preguntan nada".
            
Parece que en nuestra época no le cuadra a ningún científico aquel verso de Milton: “Oh! Tú que por atestiguar la verdad sufriste universal vituperio!” La decadencia presente trae a la memoria las palabras de aquel físico que después de escuchar la historia del tambor de Tedworth y de Ana Walker, exclamó: “Si eso es cierto, estuve hasta ahora engañado y he de abrirme cuenta nueva.
Pero en nuestro siglo, a pesar de la valía reconocida por Huxley al testimonio humano, hasta el mismo Enrique More se ha convertido en entusiasta visionario, cualidades que fuera desvarío ver reunidas en una persona.

No han faltado hechos, pues los hay en abundancia, para que la psicología pudiera dar a comprender sus misteriosas leyes y aplicarlas a los casos ordinarios y extraordinarios de la vida. Hubiera sido necesario que idóneos observadores científicos los ordenaran analíticamente. Desgracia fue para las gentes y baldón para la ciencia que el error prevaleciese y la superstición anduviera desenfrenada entre los pueblos cristianos durante tantos siglos. Las generaciones se suceden unas a otras con su tributo de mártires de la conciencia y del denuedo moral, de modo que ya se comprende la psicología algo mejor que cuando el férreo guante del vaticano sentenciaba inicuamente a los desgraciados héroes cuya memoria infamaba con el estigma de nigrománticos y herejes.

BLAVATSKY

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