Yo soy el espíritu que siempre niega.
Mefistófeles, en FAUSTO.
El Espíritu de verdad a quien el mundo no pudo
recibir porque no le vio ni conoció.
SAN JUAN, XIV-17.
Millones de seres espirituales recorren la
tierra y no los vemos
ni cuando
estamos dormidos ni cuando despiertos.
MILTON.
La mente no basta por sí sola para abarcar lo
espiritual.
De la propia manera que el sol ofusca la luz
de una llama,
así el
espíritu ofusca la luz de la mente.
W.
HOWITT.
Bulwer
Lytton en su Raza futura le llama vril y supone ficciosamente que se
valían de ella las poblaciones subterráneas. Dice, al efecto, que estas gentes
creen que el vril unifica y resume la energía de todos los agentes naturales y
demuestra después como Faraday presintió ya la unidad de las fuerzas en el
siguiente pasaje:
“Hace
mucho tiempo que estoy convencido, y conmigo muchos otros amantes de la
naturaleza, de que las diversas modalidades de las fuerzas de la materia tienen origen común, es decir, que están
relacionadas con tan directa interdependencia que pueden transmutarse una en
otra con equivalente potencia de actuación”.
Por
absurdo y anticientífico que parezca, sólo cabe, en verdadera definición de la
energía primaria de Faraday y del vril de Lytton, identificarlos con la luz
astral de los cabalistas, según van corroborando uno tras otro los
descubrimientos de la ciencia.
Hace
poco tiempo anunciaron los periódicos que Edison había descubierto una fuerza
de modalidad distinta a la eléctrica, excepto en la conductibilidad. Si la
noticia se confirma veremos cómo, no obstante las denominaciones científicas
que se le den, resultará al fin y al cabo uno de tantos hijos engendrados desde
el origen del tiempo por nuestra cabalística madre la Virgen Astral. En efecto, el descubridor asegura que la nueva
fuerza es tan distinta y obedece a tan regulares leyes como el calor, el
magnetismo y la electricidad. El periódico que primeramente publicó la noticia
añade que Édison supone la nueva fuerza relacionada con el calor, aunque
también pudiera generarse por medios independientes y no conocidos todavía.
EL TELÉFONO
DE BELL
Otro
reciente y admirable descubrimiento es la posibilidad de hablar desde muy lejos
por medio de un aparato llamado teléfono
que acaba de inventar Graham Bell. La nueva invención tuvo por precedente los
tubos acústicos, consistentes en dos pequeñas bocinas de estaño recubiertas de
terciopelo y enlazadas por un bramante. Entre Boston y Cambridgeport se ha
sostenido por teléfono una conversación durante la cual se oyeron distintamente
todas las palabras con la peculiar modulación de voz. Las ondas sonoras
recibidas por un imán, se transmiten eléctricamente a lo largo del alambre en
cooperación con dicho imán. El buen funcionamiento dela aparato depende de la
regularidad de la corriente eléctrica y de la potencia del imán que ha de
cooperar a su acción.
“El
aparato –dice un periódico- consiste en una especie de bocina con una membrana
muy delicada en la que repercuten las ondas sonoras cuando se aplica el habla a
la bocina. Al otro lado de la membrana hay una pieza metálica que al vibrar
aquélla se pone en contacto con un imán y éste con el circuito eléctrico
gobernado por el operador. No se sabe cómo, pero lo cierto es que la corriente
eléctrica transmite con toda exactitud de uno a otro aparato la voz del que
habla sin pérdida de la más leve modulación”.
Ante
los prodigiosos descubrimientos de nuestra época, tales como la nueva fuerza de
Édison y el teléfono de Graham Bell, aparte de las psibilidades todavía
latentes en el reino sin límites de la naturaleza, no será exagerado suplicar a
cuantos intenten combatir nuestra afirmación que esperen a ver si los nuevos
descubrimientos la invalidan o la corroboran.
La
invención del teléfono dará tal vez alguna insinuación tocante a lo que las historias
antiguas dicen del secreto poseído por los sacerdotes egipcios, quienes durante
la celebración de los misterios podían comunicarse instantáneamente de un
templo a otro, aunque fuese de ciudad distinta. La leyenda atribuye estos
mensajes a las “invisibles tribus del aire”. El autor de El hombre preadámico cita un ejemplo que no sabe a punto fijo si lo
da Macrino u otro autor, pero que podemos considerar por lo que valga. Dice que
“durante su estancia en Egipto, una de las Cleopatras mandó noticias por un
alambre a todas las ciudades del alto Nilo, desde Heliópolis a Elefantina”.
No
hace mucho tiempo nos reveló Tyndall un nuevo mundo poblado de hermosísimas
figuras aéreas. Según dice, el descubrimiento consiste en “someter los vapores
de ciertos líquidos volátiles a la concentrada acción de la luz solar o a los
enfocados rayos de la eléctrica”. Los vapores de algunos yoduros, nitratos y
ciertos ácidos se sujetan a la acción de la luz en un tubo de ensayo colocado
horizontalmente, de modo que su eje coincida con los rayos paralelos dimanantes
de la lámpara. Los vapores forman nubes de soberbios matices y se agrupan en
forma de vasos, botellas, conos, conchas, tulipanes, rosas, girasoles, hojas y
volutas. Dice Tyndall que”la nubecita toma en breve rato la forma de cabeza de
sierpe con su boca y lengua”.
Por
último, como remate de tantas maravillas, dice que en cierta ocasión tomaron
los vapores figura de pez, con sus ojos, aletas y escamas, tan estrictamente simétrico que no había señal en un lado que no
estuviese también en el otro.
Este
fenómeno puede explicarse en parte por la acción de los rayos lumínicos, según
Crookes ha demostrado recientemente, pues cabe suponer que el haz horizontal de
rayos luminosos disgregue las moléculas de los vapores y vuelva a agruparlos en
forma de globos y husos. Pero ¿cómo explicar la formación de vasos, flores y
conchas? Esto es para la ciencia tan enigmático como el meteoro felino de
Babinet, aunque no sospechamos que Tyndall dé a aquel fenómeno la absurda
explicación que Babinet al suyo.
Quienes
no hayan estudiado el asunto, tal vez se sorprendan de ver lo mucho que en la
antigüedad se conocía del omnipenetrante y sutilísimo principio hace poco
bautizado con el nombre de éter universal.
ETIMOLOGÍA DEL
MAGNETISMO
Pero
antes de pasar adelante, conviene enunciar, según insinuamos ya, dos
categóricas proposiciones, que para los antiguos teurgos fueron leyes
demostradas.
1.ª Los llamados milagros, empezando por los de
Moisés y acabando por lo de Cagliostro, estuvieron en perfecta concordancia con
las leyes naturales, como acertadamente dice Gasparín, y por lo tanto, no
fueron tales milagros. La electricidad y el magnetismo intervinieron sin duda
alguna en muchos de estos prodigios; pero tanto ahora como entonces cabe
admitir que las personas suficientemente sensitivas sirvan de conductores inconscientes y actúen en
virtud de estos fluidos tan poco conocidos todavía por las ciencias. Esta
fuerza posee infinidad de atributos y propiedades en su mayor parte ignoradas de
los físicos.
2.ª Los fenómenos de magia natural, presenciados
en Siam, India, Egipto y otros países de Oriente, no tienen nada de común con
la prestidigitación, pues los primeros son efecto de fuerzas naturales ocultas,
y la segunda es artificio ilusionante obtenido por medio de hábiles
manipulaciones en connivencia con otras personas.
Los
taumaturgos de toda época obraban prodigios por estar familiarizados con las
ondulaciones imponderables en sus efectos, pero perfectamente tangibles, de la
luz astral, cuya corrientes guiaban con la fuerza de su voluntad. Los prodigios
tenían doble carácter físico y psíquico, con sus correspondientes efectos
materiales y mentales. Estos últimos son de índole análoga a los producidos por
Mesmer y sus sucesores, entre quienes se cuentan en nuestros días dos hombres
de no común cultura, Du Potet y Regazzoni, cuyas maravillosas facultades les
dieron bien atestiguada nombradía en Francia y otros países. El hipnotismo es
la más importante modalidad de la magia, cuyos efectos tienen por causa el
agente universal propio de las obras mágicas que en todo tiempo se denominaron
milagros.
Los
antiguos llamaron caos a este agente; Platón y los pitagóricos el alma del mundo, y según los indos la
Divinidad en forma de éter penetra todas las cosas. Es un fluido invisible, y
sin embargo, sumamente tangible. A este universal Proteo, a que De Mirville
llama burlonamente el omnipotente
nebuloso, lo denominaron los teurgos fuego
viviente, espíritu de luz y
magnes, cuya denominación denota sus propiedades magnéticas y naturaleza
mágica, porque, como dice uno de nuestros adversarios, (...) y (...) son dos
ramas de un mismo tronco que dan iguales frutos.
Para
averiguar la etimología de la palabra magnetismo, hemos de remontarnos a época
inconcebiblemente remota. Muchos creen que la piedra imán deriva su nombre del
de la ciudad de Magnesia, en Tesalia, donde abunda en extremo; pero diputamos
por única acertada la opinión de los herméticos. La palabra mago se deriva del
sánscrito mahaji, que significa grande o sabio, el ungido con la sabiduría divina. A este propósito dice
Dunlap: “Eumolpo es el mítico fundador de los enmólpidos o sacerdotes que
atribuían su saber a la inteligencia divina”. Las cosmogonías de los
diversos pueblos identificaban el alma
árquea universal con la mente del Demiurgos, la Sophia de los agnósticos o el Espíritu
Santo en su aspecto fenoménico; y como los magos derivaban su nombre de
este principio, se llamó a la piedra imán magnes,
en honor de los que primeramente descubrieron sus maravillosas propiedades. Los
templos de los magos abundaban en todas partes y entre ellos había algunos
dedicados a Hércules, por cual razón se le dio a la piedra imán el nombre
de magnesiana o heráclea, cuando se supo que los sacerdotes la empleaban en sus
operaciones terapéuticas y mágicas. Sobre este particular dice Sócrates:
“Eurípides la denomina piedra magnesiana, pero el vulgo la llama heráclea”.
De modo que los magos dieron nombre a la comarca tesaloniense de Magnesia y a
la piedra imán que allí abundaba y no al contrario. Plinio dice que los
sacerdotes romanos magnetizaban el anillo nupcial antes de la ceremonia. Los
historiadores paganos guardan cuidadoso silencio acerca de los misterios
mágicos, y Pausanias declara que en sueños le conminaron a no revelar los
sagrados ritos del templo de Demetrio y Perséfona en Atenas.
EL PODER
DE JESÚS
La
ciencia moderna no ha tenido más remedio que admitir el magnetismo animal
después de negarlo durante mucho tiempo; pero aunque nadie lo pone en duda como
propiedad del organismo animal, todavía lo combaten las Academias más
encarnizadamente que nunca, en cuanto a su secreta influencia psicológica. Es
deplorablemente asombroso que las ciencias experimentales no acierten a dar una
hipótesis razonable sobre la potencia magnética. Diariamente aparecen pruebas
de que esta modalidad energética intervenía en los misterios teúrgicos y por su
influencia se explican fácilmente las secretas facultades de los taumaturgos
para realizar tantos prodigios. De esta índole fueron los dones otorgados por
Jesús a sus discípulos, pues en el momento del milagro sentía el Nazareno una
fuerza dimanante de él. En su diálogo con Theages, habla Sócrates de su daimon o dios familiar y de la facultad
que poseía de transmitir o retener los conocimientos y virtudes de modo que las
gentes de su trato recibiesen o no beneficio de su compañía, y al efecto cita
el siguiente ejemplo, para corroborar sus palabras, con estas otras puestas en
boca de Arístides: “He de declararte, Sócrates, una cosa increíble, pero que
por los dioses te aseguro cierta. Allego mucho beneficio cuando estoy contigo
en la misma casa; y el beneficio es todavía mayor si estamos en el mismo aposento y todavía más si te veo a mi lado, pero sube de punto
cuando me pongo en toque contigo”.
Éste
es el moderno magnetismo e hipnotismo de Du Potet y otros experimentadores, que
luego de someter al sujeto a su influencia fluídica pueden transmitirle el
pensamiento desde cualquier distancia y moverle irresistiblemente a obedecer
sus mandatos mentales. Sin embargo, los antiguos filósofos conocían mucho mejor
esta energía psíquica, según se infiere de los informes bebidos sobre el
particular en las primitivas fuentes. Pitágoras enseñaba que la Mente divina está difundida e infundida
en todas las cosas, de modo que por su universalidad cabe transportarla de un
obeto a otro y servir de instrumento a la voluntad para formar todas las cosas.
Según Platón, la Mente divina o Nous
es el Kurios de los griegos. A este
propósito, dice: “Kurios simboliza la pura y simple naturaleza de la mente, la
sabiduría". Así tenemos que Kurios es Mercurio o sabiduría divina y
Mercurio es el Sol, de quien Thot o Hermes recibió la sabiduría
transmitida al mundo por mediación de sus obras. Hércules es también el Sol,
considerado como depósito celeste del magnetismo universal o, mejor dicho,
Hércules es la luz magnética que transmitida a través del “ojo abierto en los
cielos” penetra en las regiones de nuestro planeta para convertirse en el
creador. El valeroso titán Hércules ha de sufrir doce pruebas. Se le llama
“Padre de todas las cosas” “el nacido por sí mismo” (autophues). El diablo
Tifón mata a Hércules, identificado en este caso con Osiris, padre y hermano
de Horus . Se le da el epíteto de Invicto
cuando desciende al Hades (jardín subterráneo) y después de arrancar las
“manzanas de oro” del “árbol de la vida”, mata al dragón. El rudo poder
titánico, bajo el que se encubre el dios solar, se opone en forma de materia
ciega al divino y magnético espíritu que propende a la armonía de la
naturaleza.
Los
dioses solares simbolizados en el sol visible son los creadores de la
naturaleza física, pues la naturaleza
espiritual es obra del Supremo Dios,
del oculto y céntrico Sol espiritual, por mediación de su Demiurgo, la Mente
divina de Platón, la Sabiduría divina de Hermes Trismegisto, la sabiduría
dimanante de Ulom o Kronos. Según dice Anthon, en los Misterios de
Samotracia, después de la distribución del fuego puro, empezaba una nueva vida.
Éste era el nuevo nacimiento a que Jesús aludía en su plática con Nicodemo. Y
sobre lo mismo, dice Platón: “Iniciaos en el más bendito misterio y sed
puros... para llegar a ser justos y santos con sabiduría”. A lo cual añade
el Evangelista: “Y dichas estas palabras, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid
el Espíritu Santo”.
EMBLEMA DE
LA SERPIENTE
Este
simple acto de la voluntad bastaba para transmitir el don de profecía en su más
alta modalidad, si tanto el iniciador como el iniciado eran dignos de ello. A
este propósito dice el reverendo Gross: “Sería tan injusto como antifilosófico
menospreciar este don, cual si en su presente modalidad fuese corrompido retoño
o consumida reliquia de una época de ignorante superstición. En todo tiempo
intentó el hombre levantar el velo que oculta a sus ojos lo futuro y, por lo
tanto, siempre se tuvo la profecía por don concedido por Dios a la mente
humana... Zwinglio, el reformador suizo, daba por fundamento a su fe en la
providencia del Ser Supremo, la cosmopolita enseñanza de que el Espíritu Santo
inspiraba también a la más digna porción del mundo pagano. Admitida esta
verdad, no es posible suponer que los paganos dignos de él no pudieran recibir
el don de profecía”.
Ahora
bien; ¿qué es esta mística y primordial substancia? El Génesis la simboliza en
“la haz de las aguas sobre que flotaba el espíritu de Dios”. El libro de Job , dice que “debajo de las aguas fueron formadas las cosas sin alma que habitan
allí”; pero en el texto original, en vez de “cosas inanimadas” se lee los
“muertos rephaim”. En la
mitología egipcia el Absoluto está simbolizado por una serpiente enroscada
alrededor de una vasija, sobre cuyas aguas planea la cabeza en actitud de
fecundarlas con su aliento. La serpiente es, en este caso, emblema de la
eternidad y representa a Agathodaimon
o espíritu del bien, cuyo opuesto aspecto es Kakothodaimon o espíritu del mal. Los Eddas escandinavos dicen que durante la noche, cuando el ambiente
está impregnado de humedad, cae el rocío de miel, alimento de los dioses y de
las creadoras abejas yggdrasillas.
Esto simboliza el pasivo principio de la creación del universo sacado de las aguas, y el rocío de miel
es una modalidad de la luz astral con propiedades creadoras y destructoras.
En
la leyenda caldea de Berosio, el hombre-pez, Oännes o Dagón, instruye a las
gentes y les muestra el niño-mundo recién salido de las aguas con todos los seres procedentes de esta primera
substancia. Moisés enseña que sólo la tierra y el agua pueden engendrar alma
viviente, y en las Escrituras hebreas leemos que las hierbas no crecieron hasta
que el Eterno derramó lluvia sobre la tierra. En el Popol-Vuh de los americanos, se dice que el hombre fue formado del
limo de las aguas. Según los Vedas, Brahmâ sentado en el loto forma a Lomus (el
gran muni o primer hombre) de agua, aire y tierra, después de dar existencia
los espíritus que, por lo tanto,
tienen prelación sobre los mortales. Los alquimistas enseñaban que la tierra
primordial o preadámica (alkahest) es como el agua clara, en la segunda etapa de su transmutación en
substancia primaria, que contiene todos los elementos constitutivos del hombre,
no sólo por lo que atañe a su naturaleza orgánica, sino también el latente
“soplo de vida” dispuesto a la actuación vital o, lo que es lo mismo, “el
Espíritu de Dios flotante sobre las aguas” o “el caos”, que de este modo se
identifica con la substancia primaria. Por esta razón aseguraba Paracelso que
era capaz de formar homúnculos, y el insigne filósofo Tales decía que el agua
es el principio de todas las cosas de la naturaleza.
¿Qué
es el caos primordial sino el éter de los físicos modernos tal como lo
conocieron los filósofos antiguos mucho antes de Moisés? El caos es el éter de
ocultas y misteriosas propiedades que contiene en sí mismo los gérmenes de la
creación universal; el éter es la virgen celeste, madre espiritual de todas las
formas y seres existentes, de cuyo seno, fecundado por el Espíritu Santo,
surgen a la existencia la materia y la fuerza, la vida y la acción.a pesar de
los recientes descubrimientos que van ensanchando los límites del saber humano,
todavía se conocen muy incompletamente la electricidad, el magnetismo, el
calor, la luz y la afinidad química. ¿Quién presume dónde termina la potencia o
cuál es el origen de ese proteico gigante llamado éter? ¿Quién no echará de ver
el espíritu que en él actúa y de él arranca las formas visibles?
LEYENDAS COSMOGÓNICAS
Fácil
tarea es demostrar que todas las cosmogonías se fundan en los conocimientos de
nuestros antepasados, en las ciencias que hoy día parecen haberse coligado en
pro de la doctrina de la evolución; y tampoco es difícil demostrar que los
antiguos conocían mucho mejor que nosotros la evolución en sus dos órdenes,
físico y espiritual. Para los antiguos filósofos, la evolución era una doctrina
axiomática, un principio que abarcaba el conjunto del universo, mientras que
los científicos modernos aceptan la evolución bajo hipótesis especulativas de
carácter particular cuando no negativo. Es inútil que los jerarcas de la
ciencia moderna rehuyan el debate diciendo que la enigmática fraseología del
relato mosaico no concuerda con la definida exégesis de las ciencias
experimentales.
Por
lo menos está fuera de duda que todas las cosmogonías contienen el símbolo de
las aguas y del espíritu que las fecunda, cuyo significado está de acuerdo con
el concepto científico de que el mundo no ha podido ser creado de la nada.
Todas las leyendas cosmogónicas dicen que en el principio los vapores nacientes
y las tinieblas cimerianas reposaban sobre las aguas dispuestas a ponerse en
actividad apenas recibido el soplo del Irrevelado, a quien los sabios
primitivos presentían, aunque no viesen, porque su espiritual intuición no
estaba tan entenebrecida como ahora, por sutiles sofismas. Si no determinaban
con toda precisión el tránsito del período silúrico al de los mamíferos,
pongamos por caso, y si la época cenozoica estaba representada por las diversas
alegorías del hombre primitivo, del Adán de nuestra raza, no por ello hemos de
inferir que los sabios de entonces y los caudillos de pueblos no supieran tan
bien como nosotros la sucesión de las épocas geológicas.
En
los días de Demócrito y aristóteles, ya había comenzado el descenso del ciclo,
por lo que si estos dos filósofos expusieron tan acertadamente la teoría
atómica, y fijaron el punto físico del átomo, bien pudieron llegar sus
antecesores más olejos todavía, y trasponer en la génesis del átomo los límites
donde Tyndall y otros parecen haberse atascado sin atreverse a cruzar la
frontera de lo incomprensible. Las artes
perdidas prueban suficientemente que si cabe hoy duda respecto a los
progresos de nuestros primitivos antepasados en ciencias naturales, a causa de
lo deficiente de sus tratados, eran mucho más expertos que nosotros en el
aprovechamiento útil de plantas y minerales. Además, es probable que en
aquellos tiempos de misterios religiosos conocieran a fondo la física del globo
y no divulgaran su saber entre las ignorantes muchedumbres.
Sin
embargo, no sólo de los libros mosaicos podemos extraer pruebas en apoyo de
ulteriores argumentos, porque los judíos tomaron su ciencia sagrada y profana
de los pueblos con quienes desde un principio estuvieron en contacto. Su más
antigua ciencia, la cábala o doctrina secreta, descubre en todos los pormenores
su origen de la primitiva fuente del Turkestán, donde ya se cultivaba mucho
antes de la época en que se deslindaron las naciones arias de las semitas. El
rey Salomón, tan celebrado por su sabiduría y ciencia mágica, recibió este
saber de la India por conducto de Hiram rey de Ofir y de la reina de Saba.
Igualmente de origen indio es el anillo o “sello de Salomón”, al que las
leyendas populares atribuyen potísima influencia en los genios y demonios.
El reverendo Samuel Mateer, individuo de la
“Sociedad Misionera de Londres”, al tratar de la presuntuosa y abominable
habilidad de los “adoradores del diablo”, de Travancore, dice que posee un
antiquísimo manuscrito en lengua malaya con infinidad de fórmulas e
invocaciones mágicas para obtener gran variedad de resultados, en su mayoría de
tenebrosa maldad. En la misma obra publica Mateer el facsímil de varios
amuletos con trazos y figuras mágicas, uno de los cuales lleva inscrita la
siguiente fórmula:
Para quitar el temblor de la posesión
diabólica, dibuja esta figura en una planta que tenga jugo lechoso, atraviésale
un clavo y cesará el temblor .
TEORÍA DE
LAS ONDULACIONES
La
figura de que se habla es idéntica al sello de Salomón o doble triángulo de los
cabalistas, por lo que cabe preguntar si estos lo recibieron en herencia de
Salomón, quien a su vez lo tomó de los indos, o si estos se lo apropiaron de
los judíos cabalistas. Pero no emprendamos esta frívola discusión y
continuemos tratando de la luz astral cuyas desconocidas propiedades revisten
mucho mayor interés.
Admitiendo
que este mítico agente es el éter, veamos que sabe de él la ciencia moderna.
Roberto
Hunt, de la “Sociedad Real de Londres”, dice a propósito de la acción de los
rayos solares: “Los rayos amarillos y anaranjados, que son los de mayor potencia lumínica, no alteran el
cloruro argéntico, mientras que los rayos azules y violetas, cuya potencia
lumínica es menor, alteran dicha sal
en poco tiempo... El cristal amarillo apenas se opone al paso de la luz; pero
el azul, si la intensidad de color es mucha, sólo admite muy corta cantidad de
rayos lumínicos”. Además, vemos que la vida se manifiesta lozana bajo la
influencia de los rayos azules y languidece bajo la de los amarillos. Por lo
tanto, no cabe explicar estos fenómenos sino por la hipótesis de que la vida
orgánica queda diversametne modificada bajo la influencia electro-magnética,
cuya índole aún desconoce la ciencia.
Hunt
echa de ver que la teoría de las ondulaciones no concuerda con el resultado de
sus experimentos. Sir David Brewster demuestra que los colores de las
plantas se deben a la específica atracción ejercida por las partículas del
vegetal sobre los diversos rayos lumínicos y que la luz solar elabora los
coloreados jugos de las plantas, así como también determina el cambio de color
de los cuerpos. Al propio tiempo expone el mismo autor que no es fácil admitir
que estos efectos provengan tan sólo de las vibraciones del éter, y por lo
tanto, se ve precisado a creer que la luz es materia. El profesor Cooke, de la Universidad de Harvard, disiente
de los que aceptan definitivamente la teoría de las ondulaciones. Si es
cierto el principio de Herschel, según el cual la intensidad de la luz en cada
ondulación está en razón inversa del cuadrado de las distancias, contraría si
acaso no invalida la teoría de las ondulaciones. La verdad de este principio se
ha demostrado repetidas veces por medio del fotómetro, y sin embargo todavía
subsiste la teoría de las ondulaciones, aunque algún tanto quebrantada.
El
general Pleasanton, de Filadelfia, es uno de los más resueltos adversarios de
esta anti-pitagórica teoría, según puede ver el lector en su obra De los rayos azules, contra cuya
argumentación habrá de defenderse Tomás Young, quien, según refiere Tyndall,
consideraba inmutablemente establecida la teoría de las ondulaciones.
Eliphas
Levi, el mago moderno, concreta el concepto de la luz astral en la siguiente
frase: “Para adquirir facultades mágicas se necesitan dos cosas: redimir la
voluntad de toda servidumbre y ejercitarse en regularlas.
SÍMBOLOS DE
LA FUERZA CIEGA
La
voluntad soberana está simbolizada por la mujer que aplasta la cabeza de la
serpiente y por el arcángel que mata bajo sus pies al dragón infernal. Las
antiguas teogonías representaron en figura de serpiente con cabeza de toro,
carnero o perro, el agente mágico, la doble corriente lumínica, el fuego viviente y astral de la tierra,
cuyos símbolos diversos son: la doble serpiente del caduceo; la serpiente del
paraíso; la serpiente de bronce de Moisés enroscada en el tau o lingam generador;
el macho cabrío de los aquelarres sabatinos; el bafomete de los templarios; el hylé
de los agnósticos; la doble cola de serpiente del gallo solar de Abraxas; y
finalmente el diablo de los católicos. Pero en su verdadero significado es la
fuerza ciega contra la cual ha de prevalecer el alma para libertarse de las
ligaduras terrenas, porque si su voluntad no las libra de “esta fatal atracción, quedarán absorbidas en
la corriente de fuerza que las produjo y volverán
al fuego central y eterno”.
Esta
cabalística figura de dicción, no obstante su extraño lenguaje, es la misma que
empleaba Jesús, para quien no podía tener significado distinto del que le daban
agnósticos y cabalistas; pero los teólogos cristianos lo desvirtuaron para
forjar el dogma del infierno. Literalmente significa dicho fuego la luz astral
o principio generador y destructor de las formas. A este propósito dice Levi:
“Todas
las operaciones mágicas consisten en desprenderse de los anillos de la
serpiente y ponerle el pie encima de la cabeza para dominarla a voluntad. En el
mito evangélico dice la serpiente: “Te daré todos los reinos de la tierra si
postrado me adoras”. A lo que responde el iniciado: “No me postraré, antes bien
tú caerás a mis pies. Nada puedes darme y haré de ti lo que me plazca. Porque yo soy tu señor y dueño”. Éste es
el verdadero significado de la ambigua respuesta de Jesús al tentador... Así,
pues, el diablo no es una entidad, sino una fuerza errática como su nombre
indica; una corriente ódica o magnética formada por una cadena de
voluntades malignas, productora del espíritu diabólico, llamado legión en el Evangelio, que animaba a la
piara de cerdos precipitados en el mar. Este pasaje es una alegoría de cómo las
fuerzas ciegas del error y el pecado arrastran precipitadamente a la naturaleza
inferior”.
El
filósofo y naturalista alemán Maximiliano Perty ha dedicado a las modernas
formas de la magia un capítulo entero de su extensa obra acerca de las
manifestaciones místicas de la naturaleza humana. Dice en el prefacio: “Las
manifestaciones de la magia tienen parcial fundamento en un orden de cosas
completamente distinto del que conocemos por el tiempo, espacio y causalidad.
Estas manifestaciones apenas pueden someterse a experimentación, ni cabe
provocarlas arbitrariamente, pero sí es posible observarlas con cuidadosa
atención, siempre que ocurran en presencia nuestra, para agruparlas por analogía
en determinadas clases e inducir de ellas sus leyes y principios generales.
LOS PRODIGIOS
DEL FAKIR
¿Fue milagro?
Ciertamente lo fuera con
arreglo a la definición de Webster, según la cual es milagro todo suceso
contrario a la establecida
constitución y marcha de las cosas, en pugna con las leyes conocidas de la naturaleza. ¿Pero
están seguros los naturalistas de que lo establecido por la observación es inmutable o de que conocen todas
las leyes de la naturaleza? El caso del fakir resulta algo más notablemente
milagroso que los experimentos llevados a cabo en Filadelfia por el general
Pleasanton, pues si éste lograba acrecentar la lozanía y fertilidad de sus
viñas hasta puntos increíbles, por los rayos violetas de luz artificial, el
fluido magnético que emanaba de las manos del fakir estimuló el más rápido
crecimiento de la semilla índica, concentrando en ella el akâsa o principio vital cuya corriente pasaba en flujo
continuo de las manos del fakir a la planta, cuyas células avivaba con
estupenda actividad, hasta terminar su crecimiento.
El principio de vida es una
fuerza ciega y sumisa a la influencia capaz de dominarla. Con arreglo al
ordinario curso del crecimiento vegetal, el protoplasma hubiera concentrado
este principio para desenvolverse, según la norma establecida, con sujeción a las
circunstancias atmosféricas (luz, calor, humedad), de las cuales hubiesen
dependido su más o menos rápido crecimiento y su mayor o menor altura. Pero el
fakir, con su poderosa voluntad y su espíritu purificado de los contactos
materiales, auxilia la acción de la naturaleza y condensando, por decirlo
así, en el germen el principio de vida vegetal acelera su desenvolvimiento.
Esta fuerza vital obedece ciegamente a la voluntad del fakir, quien hubiera
podido convertir la planta en un monstruo con sólo forjarlo mentalmente, pues
la forma plástica y concreta se ajusta con invariable exactitud al tipo
subjetivamente trazado en la mente del fakir, de la propia suerte que la mano y
el pincel del pintor reproducen la imagen ideada por el arista. La voluntad del
fakir en éxtasis delinea una matriz invisible, pero perfectamente objetivsa,
que sirve de necesario molde a la materia vegetal de la planta. La voluntad
crea, porque, puesta en actuación, es fuerza
que engendra materia.
Si
alguien objetara diciendo que el fakir no podría trazar en su mente el modelo
de la planta, pues ignoraba la especie de semilla escogida por Jacolliot,
responderíamos que el espíritu humano es semejante al del Creador en
omnisciencia. Por lo tanto, si bien el fakir en estado de vigilia no podía
saber qué especie de semilla era, en estado de trance, o sea muerto
corporalmente con relación al mundo exterior, no tuvo su espíritu dificultad
alguna de espacio ni de tiempo para conocer la especie de simiente plantada en
la maceta o reflejada en la mente de Jacolliot. Las visiones, prodigios y demás
fenómenos psíquicos existentes en la naturaleza corroboran nuestra afirmación.
Tal
vez se arguya en otro sentido, contra el hecho de referencia, diciendo que lo
mismo, y tan bien como el fakir, hacen los prestidigitadores indos, si hemos de
creer a los informes de la prensa y a los relatos de los viajeros.
Indudablemente hacen lo mismo los vagabundos prestidigitadores a pesar de sus
licensiosas costumbres que no les dan reputación de santidad ni entre los
naturales ni entre los extranjeros, antes al contrario, sus compatriotas les temen y menosprecian porque los miran
como brujos y nigrománticos. Pero estos llaman en su auxilio a los espíritus
elementales, mientras que los hombres de la santidad de Kavindasami tienen
bastante con la valía de su espiritu divino, íntimamente unido al alma astral,
para recibir auxilio de los puros y etéreos pitris
que asisten a su encarnado hermano. Cada ser atrae a su semejante, y la sed de
riquezas, los impuros deseos y las ambiciones egoístas sólo pueden atraer a los
espíritus que los cabalistas hebreos llaman klippoth,
pobladores del cuarto mundo (Asiah);
y los magos orientales designaban con el nombre de afrites o deus, es decir,
los espíritus elementarios del error.
EL CRECIMIENTO
DE LA PLANTA
Oigamos
cómo describe un periódico inglés la prodigiosa suerte del rápido crecimiento
de una planta, llevada a cabo por los prestidigitadores indos:
“El
prestidigitador colocó en el suelo una maceta vacía y pidió permiso para que su
secretario fuese a buscar tierra de jardín. Volvió a poco el secretario con una
porción de tierra envuelta en la punta de su capote, que puso en el tiesto
comprimiéndola ligeramente. Tomó entonces una pepita de mango y, después de
enseñarla a los circunstantes, la plantó en el tiesto cubriéndola
cuidadosamente de tierra y regándola con un poco de agua. Hecho esto, tapó el
tiesto con un lienzo tendido sobre un pequeño triángulo, y al poco rato, entre
vocerío y redobles de tambor germinó la simiente, según pudieron ver los
circunstantes al descorrer el lienzo, notando que habían brotado dos hojas de
color gris oscuro. Vuelta a tapar la maceta con la sábana y levantada por
segunda vez al cabo de poco, vieron todos que a las dos primeras hojas habían
sucedido varias otras de color verde, de unos veinticinco centímetros de alto.
La tercera vez apareció la planta con más frondoso follaje, hasta doble altura,
y a la cuarta operación llevaba ya pendientes de sus ramas una docena de
mangos, tamaños como nueces, con altura total de cuarenta y cinco centímetros.
Al destapar por última vez la maceta aparecieron los frutos en completo
desarrollo y cercanos a la madurez, pues muchos espectadores probaron su sabor
agridulce”.
A
esto añadiremos que hemos presenciado el mismo experimento en la India y en el
Tíbet, con la particularidad de haber proporcionado un bote vacío de estracto
de carne Liebig, que sirvió de maceta rellena de tierra con nuestras propias
manos, en nuestra misma habitación,
para plantar una raicilla que el fakir nos había dado al efecto, sin que
apartáramos ni un instante la vista del bote idéntico al ya descrito. ¿Sería
capaz un prestidigitador de hacer lo mismo en igualdad de circunstancias?
El
ilustrado Orioli, miembro correspondiente del Instituto de Francia, cita muchos
ejemplos en demostración de los maravillosos efectos de la voluntad cuando
actúa sobre el invisible Proteo de los hipnotizadores. Dice a este propósito:
“He visto algunas personas que con sólo pronunciar ciertas palabras paraban en
seco la precipitada carrera de toros y caballos y detenían en su trayectoria la
flecha que hendía los aires”. Lo mismo afirma Tomás Bartholini. Y Du Potet,
dice: “Cuando trazo en el suelo un yeso o carbón esta figura..., se fija allí
algo como un fuego o una luz que atrae a la persona que se acerca
y la detiene fascinada hasta el extremo de impedirle cruzar la línea. Un poder mágico la fuerza a quedarse parada hasta
que al fin retrocede entre sollozos. La causa no está en mí, sino toda por completo en el signo cabalístico,
contra el cual de nada vale la violencia”.
EXPERIMENTOS DE
REGAZZONI
El
18 de Mayo de 1856 efectuó Regazzoni una serie de notables experimentos ante
muy famosos médicos franceses. Trazó con el dedo en el pavimento de la estancia
una imaginaria línea cabalística sobre la cual dio algunos pases. Se había
convenido en que los mismos médicos escogerían los sujetos de experimentación y
los introducirían en la estancia con los ojos vendados, guiándolos hacia la
línea sin decirles ni una palabra de lo que de ellos se esperaba. Los sujetos
echaron a andar sin el menor recelo, hasta que llegados a la invisible barrera
quedaron como clavados en el suelo, mientras que por efecto del impulso
adquirido caían de bruces sobre el pavimento, con rigidez semejante a si
estuvieran helados.
En
otro experimento se convino en que a una señal dada por uno de los médicos, el
sujeto, que era una muchacha e iba vendada de ojos, debía caer al suelo como
herida por un rayo en cuanto sintiea el fluido magnético emitido por la
voluntad del magnetizador. Así ocurrió, apenas el médico guiñó el ojo, que era
la señal convenida, y al ir uno de los circunstantes a sostener a la muchacha
exclamó Regazzoni con voz de trueno: “No la toquéis, dejad que caiga, porque un
sujeto magnetizado jamás se lastima en la caída”. Des Mousseaux, al relatar
este experimento, dice: “No es tan rígido el mármol como lo era su cuerpo; la
cabeza no tocaba al suelo; tenía un brazo extendido al aire, una pierna
levantada y la otra horizontal. En esta posición violenta permaneció
indefinidamente como estatua de bronce.
Todos
los resultados obtenidos en las sesiones públicas de hipnotismo, los producía
Regazzoni a la perfección, sin pronunciar palabra para prevenir al sujeto de lo
que había de hacer, pues silenciosamente determinaba con su voluntad pasmosos
efectos en el organismo de personas que le eran del todo desconocidas. Las
órdenes que los circunstantes comunicaban en voz baja al oído de Regazzoni
tenían inmediato cumplimiento por parte de sujetos con los oídos algodonados y
vendas en los ojos, y en algunas ocasiones ni siquiera era necesaria esta
comunicación, porque las preguntas mentales de los propios circunstantes
hallaban cumplida respuesta.
En
Inglaterra llevó a cabo Regazzoni análogos experimentos a trescientos pasos de
distancia del sujeto que al efecto se le proporcionaba.
El
mal de ojo no es más que la emisión del fluido magnético cargado de odiosa
malevolencia y dirigido con malignas intenciones a otra persona, aunque también
puede dirigirse con buen propósito. En el primer caso es hechicería y en el segundo magia.
¿Qué
es la voluntad? ¿Pueden responder a
esta pregunta las ciencias experimentales? ¿Cuál es la naturaleza de ese algo
inteligente, incoercible y poderoso que prevalece con augusta soberanía sobre
la materia inerte? La Idea universal quiso y el Cosmos brotó a la existencia.
Yo quiero, y mis miembros obedecen.
Yo quiero, y mi pensamiento atraviesa
el espacio que para él no existe, envuelve el cuerpo de otro individuo, que no
es parte de mí mismo, penetra en sus poros y cohibiendo sus facultades, si son
flacas, le determina a una acción preconcebida. Actúa de modo semejante al
fluido de una batería galvánica sobre un cadáver. Los misteriosos efectos de
atracción y repulsión son los agentes inconscientes
de la voluntad. La fascinación, tal como la ejercen las serpientes con los
pájaros, es una acción consciente que
dimana del pensamiento. El lacre, el vidrio y el ámbar atraen por el roce
cuerpos ligeros y actualizan de este modo, aunque inconscientemente, la voluntad, porque tanto la materia
organizada como la inorgánica, poseen una partícula de la esencia divina por
indefinidamente pequeña que sea. ¿Y cómo no? Desde el momento en que, durante
el proceso de su evolución, ha pasado del principio al fin por millones de
formas diversas, debe retener el punto germinal de la materia preexistente, emanada en primera manifestación de la misma
Divinidad. ¿Qué ha de ser entonces esta inexplicable fuerza atractiva sino una
porción del akâsa, de aquella esencia
en que tanto los sabios como los cabalistas reconocieron el “principio de
vida”? Admitamos que la atracción ejercida por los cuerpos inorgánicos es
ciega; pero según ascendemos en la escala de los seres, vemos que este
principio de vida se desenvuelve a cada paso en más determinados atributos y
facultades. El hombre, como ser más perfecto, en quien la materia y el
espíritu, o sea la voluntad, alcanzan
mayor desenvolvimiento, es el único capaz de comunicar impulso consciente al
principio de vida que de él emana. Sólo el hombre puede comunicar al fluido
magnético varios y opuestos impulsos de ilimitada dirección. Como dice Du
Potet: “El hombre quiere y la materia organizada obedece. En él no hay polos”.
Brierre
de Boismont, en su tratado sobre Alucinaciones,
examina una prodigiosa variedad de visiones, éxtasis y apariciones a que
vulgarmente se llaman alucinaciones. Dice a este propósito: “No podemos negar
que en ciertas enfermedades se sobreexcita extraordinariamente la sensibilidad
que da prodigiosa agudeza de percepción a los sentidos, hasta el punto de que
algunos individuos ven desde considerable distancia y otros anuncian la llegada
de personas antes de que nadie pueda verlas ni oírlas”.
LA DOBLE
VISTA
Bierre
de Boismont llama alucinación a la
facultad que algunos enfermos lúcidos tienen de ver a través de las paredes y anunciar la llegada de una persona
cuya venida se desconoce. Nosotros creíamos cándidamente, tal vez por
ignorancia, que las alucinaciones han
de ser subjetivas y de quimérica existencia en el delirante cerebro del
enfermo; pero si éste anuncia la llegada de una persona que se halla muy lejos,
y la persona llega en el preciso momento vaticinado por el profeta, su visión no es subjetiva,
sino perfectamente objetiva, puesto
que ve como va viniendo la persona. Por lo tanto, resulta incontrovertible que
para ver un objeto a través de cuerpos opacos y de distancias inaccesibles a la
vista corporal, es preciso la visión espiritual, pues no cabe suponer
coincidencia alguna de la casualidad.
Cabanis
dice que en ciertos desórdenes nerviosos, los enfermos distinguen a simple
vista los infusorios y microbios que las personas sanas no pueden ver sin
auxilio del microscopio. Algunas personas, añade el mismo autor, entre
ellas un respetable miembro del Congreso Legislativo de Nueva York, eran
capaces de ver en las tinieblas tan distintamente como en un aposento
iluminado; y otras seguían por el olfato el rastro de las gentes y acertaban
quién había siquiera tocado un objeto con sólo lerlo. Así es en efecto; porque
la razón, que según dice Cabanis, se vigoriza a expensas del instinto natural,
es una especie de muralla de la China, lefvantada sobre sofismas, que acaba por
embotar en el hombre la percepción espiritual cuya más importante modalidad es
el instinto. Al llegar a cierto grado de debilidad orgánica, cuando las
facultades mentales flaquean a causa de la depauperización corporal, el
instinto, o sea la espiritual unidad que
resume los cinco sentidos corporales, no halla obstáculo alguno, ni en tiempo
ni en espacio. ¿Conocemos acaso los límites de la actividad mental? ¿Cómo es
posible que un médico distinga las percepciones reales de las quiméricas en un
enfermo cuyo enflaquecido y exhausto cuerpo deje escapar al alma de su cárcel
para vivir tan sólo espiritualmente?
La
divina luz que a despecho de la materia enfoca sus rayos de modo que el alma ve
como en un espejo lo pasado, lo presente y lo futuro; la mortífera flecha
disparada por la cólera o el odio reconcentrados; la bendición salida de
benévolos y agradecidos corazones; la maldición lanzada contra quienquiera que
sea, víctima o verdugo; todo tiene su vibración en el agente universal que en
determinada modalidad es el aliento de Dios y bajo la opuesta, la ponzoña del
diablo.
El
lector tal vez pregunte: ¿Qué es ese invisible todo? ¿Por qué los científicos, a pesar del perfeccionamiento de
sus métodos, no han descubierto ninguna de sus propiedades mágicas?
Responderemos a esto que si los científicos lo desconocen no es razón bastante
para negar las propiedades reconocidas en dicho agente universal por los sabios
antiguos. La ciencia repudia hoy muchas cosas que mañana se verá en la
precisión de aceptar. Poco menos de un siglo ha transcurrido desde que el
Instituto de Francia negaba posibilidad científica a los experimentos
eléctricos de Franklin, y apenas hay hoy edificio de importancia sin su
correspondiente pararrayos. Los modernos científicos, gracias a su pertinaz
escepticismo, escupen muchas veces al cielo y así les cae la saliva en la cara.
Dice
la cosmogonía egipcia:
“Emepht, el principio supremo engendró un
huevo y después de incubarlo impregnándolo de su propia esencia, se desenvolvió
el germen del cual nació Phtha, el activo y creador principio que dio comienzo
a su obra. De esta ilimitada expansión de materia cósmica, que Él mismo había engendrado con su
soplo (voluntad), puso en actividad las potencias latentes y formó los soles,
planetas y satélites en armónica e inmutable ordenación y los pobló de todas y
cada una de las formas y cualidades de vida”.
El
mito de las cosmogonías orientales dice que en el principio sólo había agua (el
padre) y limo prolífico (Ilus o Hylé, la madre), del que surgió la
mundana serpiente (materia), símbolo del dios Phanes, el manifestado, la Palabra o Logos.
SÍMBOLOS DE
LOS EVANGELISTAS
Veamos
ahora cuán fácilmente remedaron este mito los compiladores del Nuevo
Testamento. Phanes, el dios
manifiesto, está representado en el símbolo de la serpiente en forma de protogonos, es decir, con cuatro cabezas
respectivas de hombre, águila, toro y león, y alas en ambos costados. Las
cabezas aluden al zodíaco y simbolizan las cuatro estaciones, pues la serpiente
mundanal es el año terrestre, mientras que la serpiente por sí misma simboliza
a Kneph, el Dios inmanifestado, el
Padre. La serpiente es alada como el tiempo, y todo este simbolismo nos explica
la razón de que las iglesias latina y griega acostumbren a representar a los
cuatro evangelistas con los respectivos animales simbólicos cuyas cabezas lleva
el protogonos, así como también se
ven dichos animales agrupados junto al sello de Salomón, en el pentágono de
Ezequiel y en los querubines del Arca de la Alianza. También se explica la
insistencia de Irenero, obispo de Lyon, en que necsariamente había de haber un
cuarto evangelio, pues cuatro eran las zonas del mundo y cuatro los puntos
cardinales. Dice un mito egipcio que la fantástica configuración de la
isla de Chemmis, que flota en las etéreas ondas del empíreo, fue puesta en
existencia por obra de Horus-Apolo, el dios-sol que la sacó del huevo del
mundo.
En
el poema cosmogónico de Völuspa (cántico de la profetisa), que contiene las
leyendas escandinavas relativas a la aurora de los tiempos, el fantástico
germen del universo yace en la ginnungagap
(copa de ilusión), símbolo del abismo vacuo y sin límites, el nebelheim o paraje de las tinieblas. En
esta tenebrosa y desolada matriz del mundo cae un rayo de cálida luz (éter),
que llena la copa hasta los bordes y en ella se congela. Entonces el Invisible
levantó con un soplo un viento abrasador que derribó las heladas aguas y disipó
la niebla. Las aguas (corrientes de Elivâgar),
cayeron en vivificantes gotas de que surgió la tierra con el gigante Imir
(principio masculino), quien sólo tenía “semejanza de hombre”. Al mismo tiempo
nació la vaca Audhumla (principio femenino) de cuyas ubres fluyeron cuatro ríos de leche que se
derramaron por el espacio (¡) (emanación pura de luz astral). La vaca Audhumla
engendra un potente y bello ser superior, llamado Bur, que lamía las piedras cubiertas de sales minerales.
Comprenderemos
con mayor facilidad el oculto sentido de la alegoría de la creación del hombre,
si tenemos en cuenta que los antiguos filósofos consideraban universalmente la
sal como uno de los más importantes principios constituyentes de la creación
orgánica, y que los alquimistas la tenían por el ménstruo universal extraído
del agua, aparte de que tanto la ciencia moderna como el concepto pupular la
diputan por elemento indispensable para el hombre y los animales. Paracelso
llama a la sal “centro de agua en quee han de morir los metales”; y Van Helmont
dice que el alkahest es summum et
felicissimum omnium salium (la sal más superior y afortunada).
Cuando
Jesús dijo a sus discípulos:
Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal
se desvaneciere, ¿con qué será salada?... Vosotros sois la luz del mundo. (San
Mateo, v. 14).
Con
estas palabras significaba directa e inequívocamente la doble naturaleza del
hombre físico y espiritual, demostrando por otra parte su conocimiento de la
doctrina secreta cuyos vestigios se descubren en las más antiguas y populares
tradiciones de ambos Testamentos, así como en las obras de los místicos y
filósofos antiguos y medioevales. Pero volvamos a la cosmogonía escandinava
expuesta en los Eddas. El gigante
Imir se queda dormido y suda copiosamente. La transpiración engendra de su
sobaco izquierdo un hombre y una mujer, a quienes del pie del gigante les nace
un hijo. Así tenemos que mientras la mítica “vaca” produce una raza de hombres
superiores y espirituales, el gigante Imir engendra una raza de hombres malos y
depravados, los hrimthursen (gigantes
helados. Salvo ligeras modificaciones, vemos la misma leyenda cosmogónica en
los Vedas de la India.
Tan luego como
Brahmâ recibe de Bhagavâd, el Supremo dios, la potestad creadora, engendra
seres animados puramente espirituales, los dejotas,
que por residir en el Svarga (región celeste), no están dispuestos a morar en
la tierra, y en consecuencia engendra Brahmâ a los daityas, de gigantesca estatura, que habitan en el Pâtala (región
inferior del espacio) y tampoco están en condiciones de poblar el Mirtloka (la tierra). Para remediar este
mal, Brahmâ engendra de su boca al primer brahmán, progenitor de
nuestra raza; de su brazo derecho engendra a Raettris, el primer guerrero; de
su brazo izquierdo a Shaterany, esposa de Raettris; del pie derecho nace su
hijo Bais y del izquierdo su mujer Basany. Así como en la leyenda escandinava,
Bur, el espiritual hijo de la vaca Audhumla, se casa con Besla, de la depravada
estirpe de los gigantes, también en la leyenda inda el primer brahmán se casa
con Daintary, de raza de gigantes. Igualmente nos dice el Génesis que los hijos
de Dios tomaron por esposas a las hijas de los hombres, de cuya unión nacieron
poderosos linajes. Resulta de ello evidente la originaria identidad entre el
Génesis y las leyendas de la Escandinavia y el Indostán, a pesar de que se les
niega a estos la inspiración atribuida al primero. Examinadas detenidamente,
conducen a idéntico resultado las tradiciones de casi todos los demás países.
LA SERPIENTE
EGIPCIA
¿Qué
cosmólogo moderno sería capaz de resumir en símbolo tan sencillo como la
serpiente egipcia tal cúmulo de significados? En la serpiente se compendia toda
la filosofía del universo. La materia está vivificada por el espíritu y ambos
elementos desenvuelven del caos (energía) cuanto ha de existir. El nudo en la cola de la serpiente
simboliza la íntima latencia de los elementos en la materia cósmica.
LAS TÚNICAS
DE PIEL
Otro
símbolo aún más importante es la muda de la piel de la serpiente, que según se
nos alcanza no han acertado hasta ahora a interpretar los simbolistas. Así como
el reptil al despojarse de la piel se libra de una envoltura de grosera
materia, demasiado enojosa ya para su cuerpo, y entra en un nuevo período de
actividad, así también el hombre al
desprenderse de su cuerpo grosero y material pasa a un nuevo estado de
existencia con mayores facultades y más enérgica vitalidad. Por el
contrario, los cabalistas caldeos dicen que cuando el hombre primitivo se
despiritualizó por su contacto con la materia, le fue dado por vez primera cuerpo carnal, y así lo simboliza aquel
significativo versículo: “Hizo también el señor Dios a Adán y a su mujer unas
túnicas de pieles y los vistió”. A menos que los intérpretes quieran
convertir a Dios en sastre celeste, ¿qué otra cosa significan estas frases
aparentemente absurdas, sino que el hombre espiritual en el curso de su
involución había llegado al punto en que el predominio de la materia le
transformó en hombre de carne? (49).
Esta
cabalística doctrina está más acabadamente expuesta en el Libro de Jasher (50), donde se dice que Noé heredó estas túnicas de
Matusalem y Enoch, quien a su vez las había recibido de manos de Adán y su
mujer. Cam se las hurtó a su padre que las había puesto en el arca y las dio
secretamente a Cus, quien, a escondidas de sus hermanos e hijos, las transmitió
a Nemrod.
Algunos
cabalistas y aun arqueólogos dicen que Adán, Enoch y Noé son nombres distintos
de un mismo personaje; pero otros sostienen que entre Adán y Noé
transcurrieron varios ciclos, lo que equivale a decir que cada patriarca
antediluviano representaba una raza existente en la sucesión de los ciclos, y
que cada una de estas razas fue menos espiritual que la precedente. Así
tenemos, que si bien Noé fue varón justo, no podía parigualarse en bondad con
su ascendiente Enoch, que fue arrebatado al cielo en vida. De aquí la alegoría
de que Noé heredó del segundo Adán y de Enoch la túnica de piel, aunque no la
llevaba puesta, pues de lo contrario no se la hurtara su hijo Cam. Pero como
Noé y sus hijos se salvaron del diluvio, resulta que el primero pertenecía a la
antediluviana raza espiritual y fue escogido de entre todos los hombres por su
pureza, mientras que sus descendientes fueron postdiluvianos. La túnica de piel
que Cus llevó en secreto, es decir, cuando la materia contaminó su naturaleza
espiritual, pasó a Nemrod, el hombre más poderoso y fuerte de los posteriores
al diluvio y último vástago de los gigantes antediluvianos.
Veamos
de entresacar el oculto significado de la leyenda diluviana.
En
la cosmogonía escandinava, los hijos de Bur matan al gigante Imir, y tan
caudalosos ríos de sangre brotaron de sus heridas, que sumergieron a toda la
raza de fríos y helados gigantes, salvándose únicamente Bergelmir y su mujer,
refugiados en una barca, por lo que fueron padres de una nueva raza de
gigantes, nacida del mismo tronco. Todos los hijos de Bur se salvaron del
diluvio.
El
gigante Imir simboliza la primitiva y ruda materia
orgánica, las ciegas fuerzas cósmicas en estado caótico, antes de recibir el
inteligente impulso del divino Espíritu que reguló su movimiento en leyes
inmutables. La progenie de Bur son los “hijos de Dios” o los dioses menores a
que alude Platón en su Timeo, a los
cuales fue encomendada la creación del hombre, pues sacan del caótico abismo (el ginnungagap) los mutilados restos del
gigante Imir y se sirven de ellos para crear el mundo. Su sangre forma los ríos
y los mares; sus huesos las montañas; sus dientes las rocas y peñascos; sus
cabellos los árboles; su cráneo la bóveda celeste sustentada en las cuatro
columnas de los puntos cardinales, y sus cejas formaron el Edén, la futura
morada del hombre. Para tener correcta idea de esta morada (la tierra), dicen
los Eddas que es preciso concebirla redonda como un anillo o como un disco
flotante en la neblina del océano celeste (éter). Está circuída por Yörmungand,
el gigantesco Midgard o serpiente que se muerde la cola, la culebra mundanal,
símbolo de la materia dimanante de Imir, compenetrada con el espíritu de los
hijos de Dios, que produjeron y modelaron todas las formas. Esta emanación es
la luz astral de los cabalistas y el hipotético éter de los físicos modernos.
La
misma leyenda escandinava de la creación del hombre nos da a entender cuán
convencidos estaban los antiguos de la trínica naturaleza humana. Según el Völuspa, Odin, Hönir y Lodur, los
progenitores de nuestra raza, mientras paseaban por la orilla del mar vieron
dos palos que, inertes y sin utilidad alguna, flotaban en el agua. Odin les
infundió el soplo de vida. Hönir dióles alma y movimiento. Lodur les dotó de
belleza, palabra, vista y oído. Al hombre le llamaron Askr (fresno) (54) y a la mujer Embla
(aliso). Pusieron a esta primera pareja en el Edén y recibieron de sus
creadores materia o vida inorgánica, mente o alma y espíritu puro. La primera
procedía de los restos del gigante Imir; la segunda de los AEsire (dioses descendientes de Bur) y el tercero de Vanr (representación del puro espíritu).
EL ÁRBOL
MUNDANAL
Según
otra versión del Edda, el universo
visible surgió del centro de las frondosas ramas del Iggdrasill (árbol mundanal de tres raíces). Por debajo de la
primera raíz corre el manantial de vida (Urdar)
y debajo de la segunda está el famoso pozo de Mimer, en cuyo fondo se ocultan
la inteligencia y la sabiduría. Odin pide un vaso de agua de este pozo y lo
consigue con la condición de dejar un ojo en prenda. Este ojo es el símbolo de
la Divinidad, porque Odin lo deja en el fondo del pozo. Del árbol mundanal
cuidan tres doncellas (normas o parcas), llamadas, Urdhr, Verdandi y Skuld,
símbolos del pasado, el presente y el futuro. Todas las mañanas, mientras
computan la duración de las vidas humanas, sacan agua de la fuente de Urdar
para regar las raíces del árbol mundanal. Las emanaciones del fresno (Iggdrasill), al condensarse y caer en
suelo, dan existencia y forma a la materia inanimada. Este árbol simboliza la
vida universal, así orgánica como inorgánica; sus emanaciones significan el
espíritu que vivifica las formas de la creación; y de sus tres raíces, una se
extiende hacia el cielo, otra hacia la morada de los magos (gigantes de las
altas montañas), y la otra, bajo la cual mana la fuente Hvergelmir, la roe el
monstruo Nidhögg, que constantemente induce a los hombres al mal.
También
los tibetanos tienen su árbol mundanal en la antiquísima leyenda cosmogónica de
su país. Le llaman Zampun, y tiene
asimismo tres raíces, de las cuales la primera se extiende hacia el cielo hasta
la cima de las más altas montañas, la segunda hacia las regiones inferiores y
la tercera llega a Oriente.
Los
indos llaman Ashvatta al árbol
mundanal. Sus ramas son los componentes del mundo visible, y sus hojas los
himnos védicos que tanto bajo el aspecto intelectual como del moral simbolizan
el universo.
Quien
cuidadosamente estudie los mitos cosmogónicos de las religiones antiguas advertirá,
sin duda, la sorprendente similitud de concepto esotérico y de forma exotérica,
hasta el punto de que no puede resultar de meras coincidencias, sino de un plan
único en demostración de que en aquellos primitivos tiempos, velados por la
densa niebla de las tradiciones, el pensamiento religioso de la humanidad se
desenvolvía acordemente en todas las comarcas del globo. Los cristianos llaman
panteísmo a la veneración que inspiran las recónditas verdades de la
naturaleza; pero entre el panteísmo adorador de Dios en la naturaleza que, como
única manifestación objetiva de la divinidd, la revela y recuerda sin cesar al
hombre, y una religión dogmática que encubre y vela el verdadero concepto de
Dios, no es difícil discernir cuál de los dos satisface más cumplidamente las
necesidades del género humano.
La
ciencia moderna acepta la teoría de la evolución, de acuerdo en este punto con
la doctrina secreta y el significado oculto de los mitos cosmogónicos de la
antigüedad, sin excluir la Biblia. Lentamente brota de la semilla el tallo y
del tallo el capullo y del capullo la flor; pero ¿qué fueza espiritual preside todas estas
transformaciones que acaban por dar a a la flor su forma, colores y perfume?
A
esto responde la palabra evolución.
El germen de la actual raza humana debió preexistir en su progenitor, como la
semilla en que late la futura flor existe oculta en el ovario materno. La nueva
planta podrá tener mucha semejanza con su progenitora, pero será algo distinta
de ella. Si los antediluvianos predecesores del elefante y del lagarto fueron
el mamut y el plesiosaurio, ¿por qué no ser progenitores de nuestra raza los
gigantes a que aluden los Vedas, el Völuspa y el Génesis?
La
transformación de las especies, tal como la exponen los materialistas, es tan
absurda como lógica resulta la evolución sucesiva de las formas animales de un
originario tipo inferior. Aun concediendo que las especies animales procedan
tan sólo de cuatro o cinco tipos (56), y aunque todos los seres orgánicos que
viven o han vivido en la tierra procedan de una forma primaria (57), no parece
sino que únicamente los empedernidos materialistas y los faltos de intuición
sean capaces de prever “el futuroestablecimiento de la psicología sobre las
nuevas bases de la evolución gradual de las facultades y fuerzas mentales”.
El
origen físico del hombre y todo cuanto se refiere a su evolución orgánica cae
bajo el dominio de las ciencias experimentales; pero negamos a los
materialistas toda competencia en lo concerniente a la evolución psíquica y espiritual
del hombre, porque no hay ni mucho menos pruebas evidentes de que las
facultades superiores del ser humano procedan de la evolución como la planta
más humilde y el más miserable gusano (59).
Veamos
ahora la teoría evolucionista de los antiguos brahmanes simbolizada en el árbol
mundanal llamado Ashvatta, aunque de distinto modo que los escandinavos. El
Ashvatta tiene las ramas hacia abajo y las raíces hacia arriba. Las raíces
simbolizan el mundo físico, el universo vivisble, y las segundas el invisible
mundo espiritual, porque las raíces arrancan de las celestes regiones en donde
desde la creación del mundo colocó la humanidad a su invidisible Dios. Los
símbolos religiosos de todo país son corroboraciones diversas de la doctrina,
según la cual, la energía creadora emanó de un punto primario, y así lo
enseñaron Pitágoras, Platón y otros filósofos. A este propósito, dice Filón:
“Los caldeos opinaban que el Kosmos es punto entre las cosas existentes, bien
que este punto sea el mismo Dios (Theos)
o bien que en él esté Dios abarcando el alma de todas las cosas.
SÍMBOLO DE
LAS PIRÁMIDES
Las
pirámides de Egipto simbolizan la misma idea que el árbol mundanal. El vértice
es el místico eslabón entre cielo y tierra, análogo a la raíz del árbol, mientras
que la base representa las ramas extendidas hacia los cuatro puntos cardinales
del universo material. La idea simbólica de las pirámides es que todas las
cosas dimanan del espíritu por evolución descendente (al contrario de lo que
supone la teoría darwiniana), es decir, que las formas han ido materializándose
gradualmente hasta llegar al máximo de materialización. En este punto entra la
moderna teoría evolutiva en el palenque de las hipótesis especulativas y no
causa extrañeza que Haeckel trace en su Antropogenia
la genealogía del hombre “desde la raíz protoplásmica existente en el limo
oceánico, mucho antes de sedimentar las más antiguas rocas fosilíferas”, según
expone Huxley. Podemos creer que el hombre descienda de un mamífero semejante
al mono, sobre todo cuando, según afirma Berosio, esta misma teoría enseño,
sino tan elegante, más comprensiblemente, el hombre pez, Oannes o Dagón, el
semidemonio de Babilonia. Conviene advertir que esta antigua teoría de la
evolución, no sólo se encierra en los símbolos y leyendas, sino que también se
ve representada en pinturas murales de los templos indos y se han encontrado
fragmentos descriptivos en los templos egipcios y en las losas de Nimrod y
Nínive excavadas por Layard. Pero ¿qué hay tras la descendencia del hombre
según Darwin?
Por muy allá que vaya nuestro examen, sólo encontramos hipótesis
de imposible demostración, porque el famoso naturalista dice que “todas las
especies descienden en línea recta de unos cuantos individuos existentes mucho
tiempo antes de formarse la primera capa silúrica” (62). Aunque Darwin no se
toma el trabajo de decirnos quiénes fueron estos “unos cuantos individuos”,
basta que para admitir su existencia haya de solicitar la corroboración de los
antiguos, de modo que el concepto tenga carácter científico. En efecto, sería
verdaderamente temerario afirmar que la ciencia moderna contradice la antigua
hipótesis del hombre antediluviano, después de las modificaciones sufridas por
nuestro globo en cuanto a temperatura, clima, suelo y aun nos atrevemos a decir
que en sus condiciones electro-magnéticas. Las hachas de pedernal encontradas
por Boucher de Perthes en el valle de Sômme son prueba de que la antigüedad del
hombre sobre la tierra excede a todo cómputo. Según Büchner, el hombre existía
ya en el período glacial correspondiente a la época cuaternaria y probablemente
más allá todavía. Pero ¿quién es capaz de sospechar lo que nos tienen reservado
los futuros descubrimientos?
Si hay pruebas incontrovertibles de
que el hombre existió en tan remota antigüedad, forzosamente se ha de haber
alterado su organismo de modo admirable, por razón de las mudanzas atmósfericas
y climatológicas.
En
consecuencia, también cabe suponer por analogía, remontándonos a esas
lejanísimas épocas, que el organismo de los remotos ascendientes de los
“helados gigantes”, les permitiera convivir con los peces devónicos y los
moluscos silúricos. Verdad que no han dejado sus huesos ni sus hachas de sílex
en las cavernas; pero sí es fidedigno el testimonio de los antiguos, en los
primitivos tiempos no sólo hubo gigantes u “hombres de famoso poderío”, sino
también “hijos de Dios”. Si a cuantos creemos en la evolución del espíritu, tan firmemente como los
materialistas en la de la materia, se
nos acusa de sostener “hipótesis indemostrables”, bien podemos echar en cara a
los acusadores que, según ellos mismos confiesa, su teoría de la evolución
física no está demostrada y tal vez sea indemostrable (63). Nosotros podemos
por lo menos inferir pruebas de los mitos cosmogónicos cuya pasmosa antigüedad
reconocen filólogos y arqueólogos, mientras que nuestros adversarios en nada
pueden apoyarse, a no ser que recurran a
parte de las antiguas inscripciones con caracteres ideográficos y supriman el
resto.
Afortunadamente,
mientras las obras de algunos reputados científicos parecen contradecir
nuestras teorías, las corroboran por completo otros no menos eminentes, como
Wallace, quien defiende la idea del “lento proceso evolutivo” de las especies a
partir de una época remotísima en innumerable sucesión de ciclos (64). Y si
esto admite en los animales, ¿por qué no admitirlo en el hombre cuyos
lejanísimos ascendientes fueron los seres puramente espirituales llamados hijos
de Dios?
MITOS BISEXUALES
Volvamos
ahora al simbolismo antiguo con su mitología físico-religiosa. Más adelante
esperamos demostar la íntima relación de estos mitos con los adelantos de las
ciencias naturales, pues las emblemáticas imágenes y la peculiar fraseología de
los sacerdotes antiguos encubren conocimientos todavía ignorados en nuestro
ciclo.
Por
muy experto que sea un erudito en las escrituras hierática y jeroglífica de los
egipcios, ha de analizar cuidadosamente las inscripciones y no aventurarse a
interpretarlas sin estar antes seguro, compás y regla en mano, de que el
jeroglífico se ajusta a las figuras y líneas geométricas que dan la clave.
Sin
embargo, hay mitos de espontánea interpretación, como por ejemplo los
bisexuales creadores en todas las cosmogonías. El griego Zeus-Zën (Éter) con
sus esposas Chthonia (tierra caótica) y Metis (agua); Osiris (también el Éter)
primera emanación de Amun, la Suprema Deidad y primaria fuente de luz, con
Isis-Latona (tierra y agua); Mithras, el dios nacido de la roca, símbolo
del fuego mundanal masculino o personificación de la luz primaria, y su a la
par esposa y madre Mithra, la diosa del fuego, que representaban el puro
elemento ígneo (principio activo masculino), considerado como luz y calor, en
conjunción con la tierra y el agua (principios pasivos femeninos de la
generación cósmica). Mithras es hijo de Bordj (la montaña mundanal de los
persas) de la que surge como resplandeciente rayo de luz. La cosmogonía
inda nos habla de Brahmâ, el dios del fuego, y de su prolífica consorte Unghi,
la refulgente deidad de cuyo cuerpo brotan mil rayos de gloria y siete lenguas
de fuego. Siva, personificado en el Meru (los Himalayas o montaña mundanal
de los indos), descendió del cielo, como el Jehovah judío, en una columna de
fuego. Todas estas divinidades y otras tantas de ambos sexos que pudiéramos
citar revelan claramente su significación esotérica. Y ¿qué otra cosa sino el
principio físico-químico de la creación primordial significarían estos mitos
duales? Son símbolo de la primera y trina manifestación de la Causa Suprema en
espíritu, fuerza y materia; de la divina correlatividad
en el punto inicial de la evolución representada por la cópula del fuego y del
agua o unión del principio activo masculino con el pasivo femenino, emanados
ambos del electrizante espíritu y procreadores de su telúrico hijo, la materia
cósmica o substancia primaria,
vivificada por el éter o luz astral.
Tenemos,
por lo tanto, que las montañas, huevos, árboles, serpientes, columnas y demás
símbolos mundanales encubren verdades de filosofía natural científicamente
demostradas. Las montañas simbólicas describen con ligeras variantes la
creación primaria; los árboles mundanales denotan la evolución del espíritu y
de la materia; la serpiente y las columnas aluden a los diversos atributos de
esta doble evolución en su interminable correlatividad de fuerzas cósmicas. En
los misteriosos repliegues de la montaña, matriz del universo, las divinas
potestades disponen los atómicos gérmenes de la vida orgánica y el licor de
vida que despierta el espíritu humano en la materia humana.
Este
sagrado licor es el Soma, la bebida sacrificial de los indos; porque las
partículas más densas de la substancia
primera formaron el mundo físico, y las más sutiles lo envolvieron en sus
etéreas e invisibles ondulaciones, como a niño recién nacido, estimulando su
actividad a medida que surgía lentamente del eterno caos.
LA SERPIENTE
SATÁNICA
Los
mitos cosmogónicos pasaron de la idea poéticamente abstracta al simbolismo
plástico, tal como los halla hoy la arqueología. La serpiente, que tan
importante papel representa en la pintura y escultura antiguas, perdió después
su verdadera significación a causa de las absurdas interpretaciones del Génesis, que la identifican con Satanás,
cuando por el contrario es el mito de más diversos e ingeniosos emblemas. Entre
ellos se cuenta el de agathodaimon (arte
de curar e inmortalidad del alma) y, por esta razón, es obligado atributo de
todas las divinidades patronímicas de la salud y de la higiene. En los
Misterios egipcios la copa de la salud estaba rodeada de serpientes. También es
este reptil emblema de la materia, pues como el mal es la oposición al bien,
cuanto más se aparte la materia de su espiritual fuente, tanto más quedará
sujeta al mal. En las más antiguas imágenes de los egipcios y en las alegorías
cosmogónicas de Kneph simboliza la materia una serpiente dentro de un círculo
hemisférico cuyo ecuador cruxza en línea recta para dar a entender que si el
universo de luz astral envuelve al mundo físico que de él emanó, queda a su vez
envuelto y limitado por Emepht (Causa
Primera). Phtha engendra a Ra con las miríadas de formas que
vivifica, y ambos salen del huevo mundanal porque el huevo es la más común
modalidad generativa de los seres vivientes. La eternidad del tiempo y la
inmortalidad del espíritu están simbolizadas en la serpiente que circuye el
mundo y se muerde la cola sin dejar solución de continuidad. También simboliza
entonces la luz astral.
Los
filósofos de la escuela de Ferécides enseñaban que el éter (Zeus o Zën) es el cielo
superior o empíreo donde está el mundo superior cuya luz (astral) es la
concentración de la substancia primaria.
Tal
es el símbolo de la serpiente identificada más tarde con Satán por los
cristianos. Es el Od, Ob y Aûr de Moisés y de los cabalistas. Cuando
la luz astral en estado pasivo actúa sobre quienes sin darse cuenta se ven
arrastrados por su corriente es el Ob o
pitón. Moisés se resolvió al exterminio de cuantos cedían a la influencia de
las siniestras entidades que por todas partes nos rodean y se mueven en las
ondas astrales como el pez en el agua, a las que Lytton llama “moradores del
umbral”. Pero se transmuta en Od tan
pronto como la vivifica el flujo consciente de un alma inmortal, porque
entonces las corrientes astrales actúan bajo la dirección de un adepto o un
hipnotizador cuya espiritual pureza les capacite para dominar las fuerzas
ciegas. En este caso, desciende temporáneamente a nuestra esfera una elevada
entidad planetaria de las que nunca encarnaron (aunque entre ellas las haya que
han vivido en nuestro mundo) y purificando el ambiente circundante abre los
ojos espirituales del sujeto y le infunde el don de profecía. Por lo que atañe
al Aûr designa ciertas propiedades
ocultas del agente universal, que únicamente interesan a los alquimistas y en
modo alguno al público en general.
Anaxágoras
de Clazomene, fundador del sistema filosófico homoiomeriano, creía firmemente
que los elementos y arquetipos espirituales de todas las cosas procedían del
éter sin límites, al cual se restituían desde la tierra. Los indos divinizaron
el éter (akâsha) y los griegos y
latinos lo identificaron con Zeus o Magnus, a quien Virgilio llama pater omnipotens aeter.
Las
entidades astrales o habitantes del umbral a que hemos aludido son los
espíritus elementarios de los cabalistas o los diablos de la iglesia
cristiana.
Dice
Des Mousseaux muy gravemente, al tratar de los diablos, que ya Tertuliano
descubrió a las claras el secreto de sus astucias. ¡Precioso descubrimiento!
Pero ahora que tanto conocemos de las tareas mentales de los Padres de la
Iglesia y de sus descubrimientos en antropología astral, ¿habremos de extrañar
que en su afán de exploraciones espirituales se hayan olvidado de nuestro
planeta hasta el punto de negarle, no sólo movimiento, sino también
esferoicidad?
Dice Langhorne en
su traducción de Plutarco: “Opina Dionisio de Halicarnaso que Numa mandó
edificar el templo de Vesta en forma de rotonda para representar la redondez de
la tierra simbolizada en dicha diosa”. Además, Filolao, de acuerdo con los
pitagóricos, sostiene que el elemento fuego está en el centro de la tierra; y
Plutarco, al tratar de este asunto, atribuye a los pitagóricos la opinión de
que “la tierra no está quieta ni situada en el centro del universo, sino que
gira en torno de la esfera de fuego, sin ser la más valiosa ni la principal
parte de la gran máquina”. De la misma manera opinaba Platón. Por lo tanto, no
cabe duda de que los pitagóricos se anticiparon al descubrimiento de Galileo.
LA CIUDAD SILENCIOSA
Muchos fenómenos,
hasta ahora misteriosos e inexplicables, serán fáciles de comprender una vez
admitida la existencia del universo invisible que satura el organismo de
los sujetos hipnotizados, ya por la poderosa voluntad de un magnetizador, ya
por entidades invisibles cuya acción produce el mismo resultado. Una vez
hipnotizado el sujeto, sale su cuerpo astral de la paralizada envoltura de
carne y cruzando el espacio sin límites se detiene en el borde de la misteriosa
frontera. Pero las puertas de entrada a la “ciudad silenciosa” tan sólo están
entornadas y no se le abrirán de par en par hasta el día en que su alma, unida
a la sublime e inmortal esencia, deje su cuerpo de carne. Entretanto, el
vidente sólo puede atisbar por la mirilla, y de su agudeza perceptiva dependerá
la extensión del campo visual.
Todas las
religiones antiguas tuvieron el mismo concepto de la trinidad en la unidad
simbolizada en los tres Dejotas de la Trimurti inda y en las tres cabezas de la
cábala judía esculpidas una en otra y encima una de otra. La Trinidad de
los egipcios y la de los griegos simbolizaban análogamente la emanación
primaria y trina con sus dos principios: masculino y femenino. La unión del Logos (sabiduría, principio masculino,
Dios manifestado) con el Aura
(principio femenino, Anima mundi, Espíritu Santo, Sefira de los cabalistas y
Sofía de los agnósticos) engendra todas las cosas visibles e invisibles. La
verdadera interpretación metafísica de este dogma universal quedó reservada en
el recinto de los santuarios; pero los griegos la personificaron en poéticos
mitos. En las Dionysíacas de Nonnus
aparece Baco enamorado de la suave y juguetona brisa Aura Plácida (Espíritu Santo o céfiro plácido). A este propósito
dice Higgins: “El céfiro plácido dio origen a dos santos del calendario
compuesto por los ignorantes Padres
de la Iglesia: Santa Aura y San Plácido, con añadidura de convertir al jovial
dios en San Baco, cuyo sepulcro y reliquias se enseñan todavía en Roma. La
fiesta de San Aura y San Plácido se celebra el 5 de Octubre, poco antes de la
de San Baco” (72). Mucho más sublime y poético es el espíritu religioso del
mito escandinavo. En el insondable abismo del mundo (Ginnungagap) luchan con ciega y rabiosa furia la materia cósmica y
las fuerzas primarias, cuando el Dios inmanifestado envía el benéfico soplo del
deshielo desde la ígnea esfera del empíreo (Muspellheim),
entre cuyos refulgentes rayos mora mucho más allá de los límites del mundo. El
alma del Invisible, el Espíritu flotante sobre las negras aguas del abismo,
hace surgir del caos el orden y después de dar el impulso a la creación toda,
queda la CAUSA PRIMERA instatu abscondito.
EL RAYO
DE THOR
La
religión y la ciencia se hermanan en los cantos del paganismo escandinavo.
Cuando Thor, el Hércules del Norte, hijo de Odin, ha de empuñar la terible maza
de donde brota el rayo, se calza guanteletes de hierro. Lleva además el cinto
de fuerza o cinturón mágico que acrecienta su celeste poderío. Monta un
carro con lanza de hierro, cuyas ruedas giran sobre nubes preñadas de rayos,
tirado por dos carneros con frenos de plata y su temerosa frente está coronada
de estrellas. Esgrime Thor su clava con fuerza irresistible contra los rebeldes
gigantes helados a fuerza irresistible contra los rebeldes gigantes helados a
quienes vence, derrite y aniquila. Cuando los dioses han de celebrar asamblea
en la fuente de Urdar para decidir los destinos de la humanidad, todos se
encaminan allá montados menos Thor, que va por su pie, temeroso de que al
atravesar el Bifrost (arco-iris) o puente AEsir de variados colores, lo
incendie con su fulgurante carro y hiervan las aguas de Urdar.
Lisa
y llanamente ¿qué interpretación cabe dar a este mito sino que el autor de la
leyenda conocía no poco la electricidad? Thor, personificación de la energía
eléctrica, para manejar el fluido se pone guantelestes de hierro, es decir, del
metal conductor. El cinturón de fuerza es el circuito cerrado por donde fluye
la corriente eléctrica. El carro cuyas chispeantes ruedas giran sobre las
cargadas nubes simboliza la electricidad en actuación. La puntiaguda lanza
sugiere la idea del pararrayos y el tiro de carneros representan el principio
masculino con el femenino en los frenos de plata, puesto que éste es el metal
de Astarté o Diana (la luna).
En el carnero y el freno vemos combinados en
oposición los principios activo y pasivo de la naturaleza.
El carnero impulsa y
el freno retiene, pero ambos están sujetos a la omnipenetrante energía
eléctrica que los mueve. De esta energía primaria y de las múltiples y
sucesivas combinaciones de ambos principios masculino y femenino dimana la
evolución del mundo visible, gloriosamente cifrado en el sistema planetario que
simboliza el círculo de estrellas que ornan su frente. Los terribles rayos de
Thor (electricidad activa) prevalecen contra las fuerzas titánicas
representadas en los gigantes; pero al reunirse con los dioses menores, ha de
atravesar a pie el Bifrost o puente del arco iris y bajar del carro (pasar al
estado latente), pues de otro modo aniquilaría todas las cosas con su fuego.
Respecto a que Thor teme poner en ebullición las aguas de la fuente Urdar, no
comprenderán los físicos modernos el significado de este mito hasta que se
determinen completamente las recíprocas relaciones electromagnéticas de los elementos
del sistema planetario, que ahora tan sólo se presumen, según vemos en los
recientes ensayos de Mayer y Hunt. Los filósofos antiguos creían que los
volcanes y los manantiales de agua termal dimanaban de subterráneas corrientes
eléctricas, que también eran causa de los sedimentos minerales de diversa
índole que originan las fuentes medicinales. Si se objeta que los autores
antiguos no expresan claramente estos hechos porque, según los modernos, nada
sabían de electricidad, redargüiremos diciendo que nuestra época no conoce
todas las obras de la sabiduría antigua. Las claras y frescas aguas de Urdar
regaban diariamente el místico árbol del mundo, y si las hubiese enturbiado
Thor (electricidad activa), las convirtiera de seguro en aguas minerales ineficaces
para el riego.
Estos
ejemplos corroboran la antigua afirmación de los filósofos de en todo mito hay un Logos y un fondo de
verdad en toda ficción.
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