pues
antes de alcanzar la verdad parece como si necesitara
obstinarse durante largo tiempo en el error.
MAGENDIE.
La verdad que proclamo está esculpida en los monumentos
antiguos.
Para comprender la historia es preciso estudiar el
simbolismo de pasadas épocas,
los sagrados signos del
sacerdocio y el arte de curar de los tiempos primitivos,
ya
olvidado hoy en día.
BARÓN DU POTET
Es axiomático que todo cúmulo de hechos desordenados
requieren una hipótesis para su ordenamiento.
SPENCER
Para
encontrar fenómenos análogos a los expuestos en el capítulo precedente es
preciso recurrir a la historia de la magia. En todas las épocas y países se ha
conocido el fenómeno de la insensibilidad del cuerpo humano en grado suficiente
para resistir sin dolor golpes, pinchazos y aun disparos de arma de fuego; pero
si la ciencia no se ve capaz de explicar satisfactoriamente este fenómeno, con
ninguna dificultad tropiezan para ello los hipnotizadores que conocen las
propiedades del fluido. Poca admiración han de causar los milagros de los
jansenistas a hombres que mediante unos cuantos pases magnéticos logran
anestesiar determinadas partes del cuerpo hasta el punto de dejarlas
insensibles a las quemaduras, incisiones y pinchazos. Los magos de Siam y de la
India están sobradamente familiarizados con las propiedades del misterioso
fluido vital (*akâsha *) para que les extrañe la insensibilidad de los
convulsivos, porque saben comprimir dicho fluido alrededor del sujeto, de modo
que forme como una coraza elástica absolutamente invulnerable a los contactos
físicos, por violentos que sean.
En la India, Malabar y algunas comarcas del África central no tienen los magos inconveniente en que cualquier viajero les descerraje un tiro sin ninguna prevención por su parte. Según refiere Laing, el primer europeo que visitó la tribu de los sulimas, cerca de las fuentes del río Dalliba, pudo presenciar cómo unos soldados dispararon contra el jefe de la tribu sus bien cargadas armas, sin que le causaran daño alguno, a pesar de que por toda defensa sólo llevaba unos cuantos talismanes. Caso parecido relata Saverte diciendo que en el año 1586 el príncipe de Orange mandó que arcabucearan a un prisionero español en Juliers. El piquete disparó contra el reo que previamente había sido atado a un árbol, pero resultó ileso, y en vista de tan sorprendente suceso le desnudaron por ver si llevaba alguna armadura oculta y tan sólo le descubrieron un amuleto, despojado del cual cayó muerto a la primera descarga.
HOUDIN EN
ARGELIA
De
muy diversa índole fue lo que el famoso prestidigitador Roberto Houdin llevó a
cabo en Argelia, preparando unas balas de sebo, teñidas de negro de humo, que
con imperceptible disimulo puso en vez de las balas con que unos indígenas
habían cargado sus pistolas. como aquellas sencillas gentes no conocían otra
magia que la verdadera, heredada de sus antepasados, cuyos fenómenos realizan
ingenuamente, creyeron que Houdin era un mago muy superior a ellos, al ver los
aparentes prodigios que llevaba a cabo.
Muchos
viajeros, entre cuyo número nos contamos, han presenciado casos de
invulnerabilidad sin asomo de fraude. No hace muchos años vivía en cierta aldea
de Abisinia un hombre con fama de hechicero, quien se prestó mediante un
mezquino estipendio a que una partida de europeos, de paso para el Sudán,
disparase sus armas contra él. un francés llamado Langlois le disparó a quemarropa
cinco tiros seguidos, cuyas balas caían sin fuerza en el suelo después de
describir temblorosamente una corta parábola en el aire. Un alemán de la
comitiva, que iba en busca de plumas de avestruz, ofreció al abisinio cinco
francos si le permitía disparar tocándole el cuerpo con el cañón de la pistola.
El hechicero rehusó de pronto, pero consintió después de hacer ademán de
conversar brevemente con alguna invisible entidad que parecía estar junto a él.
Entonces cargó el alemán cuidadosamente el arma y colocándola en la posición
convenida disparó, no sin titubear algún tanto. El cañón se hizo pedazos y el
abisinio no recibió el menor daño.
El don de invulnerabilidad pueden transmitirlo, ya los adeptos vivientes, ya las entidades espirituales. En nuestros días ha habido médiums que, en presencia de respetables testigos, no sólo manosearon ascuas de carbón y aplicaron la cara al fuego sin que se les chamuscase ni un pelo, sino que también pusieron las ascuas en cabeza y manos de los espectadores, como sucedió en el caso de lord Lindsay y lord Adair. De igual índole es el ocurrido a Washington en la batalla de Braddock, donde, según confesión de un jefe indio, disparó contra él diecisiete tiros de fusil sin tocarle. Ciertamente que muchos generales como, por ejemplo, el príncipe Emilio de Sayn-Wittgenstein, del ejército ruso, tuvieron en concepto de sus soldados el don de que “les respetasen las balas”.
El mismo poder por cuya virtud comprime un mago el fluido etéreo de modo que forme invulnerable coraza alrededor del sujeto, sirve para enfocar, por decirlo así, un rayo de dicho fluido en determinada persona o cosa con resultados indefectibles. Por este procedimiento se han llevado a cabo misteriosas venganzas en que las indagatorias forenses tan sólo vieron muertes súbitamente sobrevenidas a consecuencia de ataques cardíacos o apopléticos, sin atinar en la verdadera causa de la muerte. General es en todo el Mediodía de Europa la creencia en el mal de ojo contra personas y animales, hasta el punto de que matan con la mirada, como rayo mortífero en que sus malignos deseos acumulan maléfica energía que se dispara cual si fuese un proyectil.
FASCINACIÓN DE
SERPIENTES
Este
mismo poder ejercen más enérgicamente todavía los domadores de fieras.
Los
indígenas ribereños del Nilo fascinan a los cocodrilos con un meliodoso y suave
silbido que los amansa hasta el punto de dejarse manosear tranquilamente. Otros
domadores fascinan de análoga manera a serpientes en extremo ponzoñosas, y no
faltan viajeros que han visto a estos domadores rodeados de multitud de
serpientes que gobiernan a su albedrío.
Bruce, Hasselquist y Lemprière aseguran haber visto respectivamente en Egipto, Arabia y Marruecos que los
indígenas no hacen caso alguno de las mordeduras de víboras ni de las picaduras
de escorpiones, pues juegan con estos animales y los sumen a voluntad en sueño
letárgico.
A este propósito dice Salverte:
Aunque así lo aseguran autores griegos y latinos, no
creían los escépticos que desde tiempo inmemorial tuviesen ciertas familias el
hereditario don de fascinar a los reptiles ponzoñosos, según de ello dieron
ejemplo los Psilas de Egipto, los Marsos de Italia y los Ofiózenos de Chipre.
En el siglo XVI había en Italia algunos hombres que presumían descender de la
familia de San Pablo y eran inmunes, como los Macos, a las mordeduras de las
serpientes. Pero se desvanecieron las dudas sobre el particular cuando la
expedición de Bonaparte a Egipto, pues según observaron varios testigos, los
individuos de la familia de los Psilas iban de casa en casa para exterminar las
serpientes de toda especie que anidaban en ellas, y con admirable instinto las
sorprendían en el cubil y las despedazaban a dentelladas y arañazos, entre
furiosos aullidos y espumarajos de ira. Aun dejando aparte como exageración del
relato lo de los aullidos, preciso es convenir en que el instinto de los Psilas
tiene fundamento real. Cuantos en Egipto gozan por herencia de este don
descubren el paradero de las serpientes desde distancias a que nada percibiría
un europeo. Por otra parte, está del todo averiguada la posibilidad de amansar
a los animales dañinos con sólo tocarlos, pero tal vez no lleguemos nunca a
descubrir la causa de este fenómeno ya conocido en la antigüedad y reiterado
hasta nuestros días por gentes ignorantes.
La tonalidad musical produce efecto
en todos los oídos, y por lo tanto, un silbido suave, un canto melodioso o el
toque de una flauta fascinarán seguramente a los reptiles, como así lo hemos
comprobado repetidas veces. Durante nuestro viaje por Egipto, siempre que
pasaba la caravana, uno de los viajeros nos divertía tañendo la flauta; pero
los conductores de los camellos y los guías árabes se enojaban contra el músico
porque con sus tañidos atraía a diversidad de serpientes que, por lo común,
rehuyen todo encuentro con el hombre. Sucedió que topamos en el camino con otra
caravana entre cuyos individuos había algunos encantadores de serpientes,
quienes invitaron a nuestro falutista a que luciera su habilidad mientras ellos
llevaban a cabo sus experimentos. Apenas empezó a tocar el instrumento, cuando
estremecióse de horror al ver cerca de sí una enorme serpiente que, con la
cabeza erguida y los ojos clavados en él, se le acercaba pausadamente con
movimientos ondulantes que parecían seguir el compás de la tonada.
Poco a poco fueron apareciendo, una tras otra, por diversos lados, buen número de serpientes cuya vista atemorizó a los profanos hasta el punto de que los más se encaramaron sobre los camellos y algunos se acogieron a la tienda del cantinero. Sin embargo, no tenía fundamento la alarma, porque los tres encantadores de serpientes hubieron recurso a sus encantos y hechizos, y muy luego los reptiles se les enroscaron mansamente de pies a cabeza alrededor del cuerpo, quedando en profunda catalepsia con los entreabiertos ojos vidriosos y las cabezas inertes. Una sola y corpulenta serpiente de lustrosa y negra piel con motas blancas quedó ajena al influjo de los encantadores, y como melómana del desierto bailaba derechamente empinada sobre la punta de la cola al compás de la flauta, y con cadenciosos movimientos se fue acercando al flautista que al verla junto a sí huyó despavorido. Entonces uno de los encantadores sacó del zurrón un manojo de hierbas mustias con fuerte olor a menta, y tan pronto como la serpiente lo notó fuése en derechura hacia el encantador, sin dejar de empinarse sobre la cola hasta que se enroscó al brazo del encantador, también aletargada. Por fin los encantadores decapitaron a las serpientes cuyos cuerpos echaron al río.
Poco a poco fueron apareciendo, una tras otra, por diversos lados, buen número de serpientes cuya vista atemorizó a los profanos hasta el punto de que los más se encaramaron sobre los camellos y algunos se acogieron a la tienda del cantinero. Sin embargo, no tenía fundamento la alarma, porque los tres encantadores de serpientes hubieron recurso a sus encantos y hechizos, y muy luego los reptiles se les enroscaron mansamente de pies a cabeza alrededor del cuerpo, quedando en profunda catalepsia con los entreabiertos ojos vidriosos y las cabezas inertes. Una sola y corpulenta serpiente de lustrosa y negra piel con motas blancas quedó ajena al influjo de los encantadores, y como melómana del desierto bailaba derechamente empinada sobre la punta de la cola al compás de la flauta, y con cadenciosos movimientos se fue acercando al flautista que al verla junto a sí huyó despavorido. Entonces uno de los encantadores sacó del zurrón un manojo de hierbas mustias con fuerte olor a menta, y tan pronto como la serpiente lo notó fuése en derechura hacia el encantador, sin dejar de empinarse sobre la cola hasta que se enroscó al brazo del encantador, también aletargada. Por fin los encantadores decapitaron a las serpientes cuyos cuerpos echaron al río.
SERPIENTES DANZANTES
Muchos se figuran que los
encantadores se valen de artificios con serpientes previamente amansadas por
habérseles arrancado las glándulas ponzoñosas o cosídoles la boca; pero aunque
algunos prestidigitadores de ínfima categoría hayan recurrido a este fraude, no
cabe imputarlo a los verdaderos encantadores, cuya nombradía en todo el Oriente
no necesita recurrir a tan burdo engaño. A favor de estos encantadores milita
el testimonio de gran número de viajeros fidedignos y de algunos exploradores
científicos que hubieran desdeñado hablar del asunto si no mereciera su
atención. A este propósito dice Forbes: “Por haber cesado la música o por
cualquier otra causa, la serpiente que hasta entonces había estado bailando
dentro de un amplio corro de gente campesina, se abalanzó de pronto contra una
mujer dándole un mordisco en la garganta, de cuyas resultas murió a la media
hora”.
Según relatan varios viajeros, las negras de la Guayana holandesa y las de la secta del Obeah sobresalen por su habilidad en la domesticación de las serpientes llamadas amodites o papas, a las que a voces las fuerzan a bajar de los árboles y seguirlas dócilmente.
Hemos visto en la India un
monasterio de fakires situado a orillas de un estanque repleto de enormes
cocodrilos que, de cuando en cuando, salían del agua para tomar el sol casi a
los pies de los fakires, quienes, no obstante, seguían absortos en la
contemplación religiosa. Pero no aconsejaríamos a ningún extraño que se
acercara a los enormes saurios, porque sin duda les sucedería lo que al francés
Pradin, devorado por ellos.
Jámblico, Herodoto, Plinio y otros autores antiguos refieren que los sacerdotes de Isis atraían desde el ara a los áspides, y que los taumaturgos subyugaban con la mirada a las más feroces alimañas; pero en esto les tachan los críticos modernos de ignorantes, cuando no de impostores, y el mismo vituperio lanzan contra los viajeros que en nuestra época nos hablan de análogas maravillas llevadas a cabo en Oriente.
Mas a pesar del escepticismo
materialista, el hombre tiene el poder demostrado en los anteriores ejemplos.
Cuando la psicología y la fisiología merezcan verdaderamente el título de
ciencias, se convencerán los occidentales de la formidable potencia mágica inherente
a la voluntad y entendimiento del hombre, ya se actualicen consciente, ya
inconscientemente. Fácil es convencerse de este poder por la sola consideración
de que todo átomo de materia está animado por el espíritu cuya esencia es
idéntica en todos ellos, pues la menor partícula del espíritu es al mismo
tiempo el todo, y la materia no es al fin y al cabo más que la plasmación
concreta de la idea abstracta. A mayor abundamiento daremos algunos ejemplos
del poder de la voluntad, aun inconscientemente actualizada, para crear las
formas forjadas en la imaginación.
Recordemos ante todo los estigmas (noevi materni) o señales congénitas que resultan de la sobreexcitada e inconsciente imaginación de la madre durante el embarazo. Este fenómeno psicofísico era ya tan conocido en la antigüedad, que las griegas de posición acomodada tenían la costumbre de colocar estatuas de singular belleza junto a su cama, para contemplar perfectos modelos de configuración humana. La vigencia de esta ley en los animales está comprobada por el ardid de que se valió Jacob para sacar las crías de las ovejas listadas o manchadas, según fuese lo que convenía a su tío Labán. Por otra parte, nos dice Aricante que en cuatro sucesivas camadas de gozquejos nacidos de perra sana, unos estaban bien conformados al par que otros tenían el hocico hendido y les faltaban las patas delanteras. Las obras de Geoffroi Saint-Hilaire, Burdach, Elam y Lucas, abundan en ejemplos de esta índole, entre ellos el que, citándolo de Pritchard, da Elam del hijo de un negro y una blanca nacido con manchas blancas y negras en la piel. Análogos fenómenos relatan Empédocles, Aristóteles, Plinio, Hipócrates, Galeno, Marco Damasceno y otros autores de la antigüedad.
FENÓMENOS TERATOLÓGICOS
More arguye poderosamente
contra los materialistas diciendo que el poder de la mente humana sobre las
fuerzas naturales está demostrado en que el feto es lo bastante plástico para
recibir las impresiones mentales de la madre, de suerte que a ellas corresponda
agradable o desagradablemente su configuración y parecido, aunque se grabe en
él o se astrografíe cualquier objeto
muy vivamente imaginado por ella. Estos efectos pueden ser voluntarios o
involuntarios, conscientes o inconscientes, intensos o débiles, según el mayor
o menor conocimiento que de los profundos misterios de la naturaleza tenga la
madre. En general, los estigmas del feto son más bien eventuales que
deliberados, y como el aura de toda madre está poblada de sus propias imágenes
o las de sus cercanos parientes, la epidermis del feto, comparable a una placa
fotográfica, puede quedar impresionada por la imagen de algún ascendiente
desconocido de la madre, pero que en un instante propicio apareció enfocada en
el aura.
Acerca de este particular dice Elam: “Cerca de mí está sentada una señora venida de su país. De la pared pende el retrato de una de sus antepasadas del siglo anterior. La fisonomía de mi visitante no puede tener más exacto parecido con la del retrato, a pesar de que la antepasada jamás salió de Inglaterra y la visitante es norteamericana”.
Muy diversamente cabe demostrar el poder de la imaginación en el organismo físico. Los médicos inteligentes atribuyen a este poder tanta eficacia terapéutica como a las medicinas, y le llaman vis medicatrix naturae, por lo que procuran ante todo inspirar confianza al enfermo, y a veces esta sola confianza basta para vencer la enfermedad. El miedo mata con frecuencia y el pesar influye de tal modo en los humores del cuerpo, que no sólo trastorna las funciones, sino que encanece súbitamente el cabello. Ficino menciona estigmas fetales en figura de cerezas y otras frutas, aparte de manchas coloradas, pelos y excrecencias, y afirma que la imaginación de la madre puede dar al feto apariencias fisonómicas de mono, cerdo, perro y otros cuadrúpedos. Marco Damasceno cita el caso de una niña nacida enteramente cubierta de pelo y, como la moderna Julia Pastrana, con barba poblada. Guillermo Paradino habla de un niño cuya piel y uñas eran como de oso. Balduino Ronseo alude a otro que nació con un colgajo nasal parecido a moco de pavo. Pareo nos dice que un feto de término tenía cabeza de rana; y Avicena refiere el caso de unos polluelos salidos del huevo con cabeza de halcón. En este último ejemplo, que demuestra la influencia de la imaginación en los animales, el feto debió quedar estigmatizado en el momento de la concepción, coincidente sin duda con la presencia de un halcón frente al gallinero. A este propósito, dice More que como el huevo en cuestión pudo muy bien empollarlo otra clueca en paraje lejano de la madre, la diminuta imagen del halcón, grabada en el feto, fue agrandándose según crecía el polluelo, sin que en ello influyera la madre.
Cornelio Gemma refiere el caso de un niño que nació con una herida en la frente chorreando sangre, a consecuencia de que durante el embarazo amenazó el marido a la madre con una espada dirigida a la misma parte del rostro. Senercio cuenta que una mujer encinta vio cómo un matarife separaba del tronco la cabeza de un cerdo, y al llegar el parto nació la criatura con una hendidura que abarcaba el paladar y la mandíbula y labio superiores hasta la nariz.
IMAGINACIÓN MATERNAL
Van Helmont refiere algunos
casos realmente asombrosos, de entre los cuales entresacamos los siguientes:
1.º En Mechlín,
la mujer de un sastre estaba sentada a la puerta de su casa, cuando frente a
ella sobrevino una reyerta entre varios soldados, uno de los cuales quedó con
la mano amputada. Tan vivamente le impresionó este espectáculo, que dio a luz antes
de tiempo un niño manco, de cuyo muñón manaba sangre.
2.º El año 1602, la esposa de un mercader de
Amberes, llamado Marco Devogeler, vio cómo le cortaban el brazo a un soldado, y
al punto le acometieron dolores de parto, dando a luz una niña con brazo
cortado, cuya herida chorreaba sangre como en el caso anterior.
3.º Una mujer presenció la decapitación de
treinta rebeldes flamencos por orden del duque de Alba, y de tal manera la
sobrecogió el horroroso espectáculo, que en aquel mismo punto parió un niño
acéfalo, pero con el cuello sangrante como si acabaran de decapitarlo.
Si
en la naturaleza hubiere milagros, de tales pudieran diputarse los casos
anteriores; pero los fisiólogos no aciertan a explicar satisfactoriamente estos
fenómenos estigmáticos y o bien los atribuyen a lo que llaman “variaciones
espontáneas del tipo” y a “curiosas coincidencias” por el estilo de las de
Proctor, o bien delatan ingenuamente su ignorancia, como por ejemplo Magendie
que confiesa cuán poco se sabe de la vida intra-uterina, a pesar de las
investigaciones científicas, y dice sobre este punto:
En cierta ocasión se observó que el cordón umbilical,
después de roto, se había cicatrizado de modo que no se comprendía cómo
circulaba por él la sangre... Nada sabemos hasta ahora respecto de la función
digestiva en el feto, ni tampoco de lo tocante a su nutrición, pues los
tratados de fisiología sólo dan vagas conjeturas sobre este punto... Por alguna
causa desconocida, los órganos del feto se desarrollan preternaturalmente...;
pero no hay motivo alguno para admitir la influencia de la imaginación de la
madre en el engendro de estas monstruosidades, pues los mismos fenómenos se
observan a diario en animales y plantas .
Este
extracto nos ofrece acabada muestra de los métodos empleados por los
científicos, quienes en cuanto transponen el círculo de sus observaciones
desvían el criterio y deducen consecuencias mucho menos lógicas que los
argumentadores de segunda mano. La literatura científica nos depara continuas
pruebas de cuán torcidamente discurren los materialists al observar fenómenos
psicológicos, pues la mente obcecada es tan incapaz de distinguir entre las
causas psíquicas y los efectos físicos como el ciego de colores.
Sin embargo, hay científicos sinceros como Elam, que aunque materialista, confiesa que es verdaderamente inexplicable la recíproca actuación de la inteligencia y la materia. Todos reconocen la imposibilidad de penetrar este misterio, que probablemente nadie será capaz de esclarecer en lo sucesivo.
Sobre este mismo punto dice Aitken:
Las patrañas y despropósitos a que hasta ahora se
habían atribuido supersticiosamente los vicios de conformación, se van
desvaneciendo ante las luminosas explicaciones de embriólogos como Muller,
Rathke, Bischoff, St. Hilaire, Burdach, Allen Thompson, Vrolick, Wolff, Meckel,
Simpson, Rokitansky y Ammon, cuyos estudios son suficiente promesa de que los
esplendores de la ciencia disiparán las tinieblas de la ignorancia y la
superstición .
Parece
inferirse del tono de satisfacción en que se expresa tan eminente autoridad
médica, que si no posee la clave del problema está en seguro camino de
resolverlo; pero no obstante, manifiesta los mismos recelos y dudas que
Magendie treinta años atrás, y en 1872 se expresaba en los siguientes términos:
A pesar de todo, la causa de los vicios de
conformación continúa envuelta en un profundo misterio. Para investigarla
conviene preguntar: ¿se debe a viciosa conformación original del germen, o por
el contrario resulta la deformidad de accidentes sobrevenidos durante el
desarrollo del embrión? Respecto al primer extremo se conjetura que la
deformidad original del germen puede provenir de la influencia del padre o de la madre, cuyas deformaciones se
transmiten en este caso por herencia... Sin embargo, no hay pruebas bastantes
para admitir que las deformidades del feto provengan de excitaciones mentales
de la madre durante el embarazo, y los lunares, las manchas cutáneas y demás
estigmas se atribuyen a estados morbosos de las cubiertas del óvulo... Una de
las más notorias deformaciones es el desarrollo cohibido del feto, cuya causa queda oculta las más de las
veces... Las formas transitorias del embrión humano son análogas a las formas
definitivas de los animales, y esto explica que cuando se suspende o cohibe el
desarrollo del feto presente éste el aspecto de alguno de dichos animales.
CONDICIONES PRENATALES
Estamos conformes en el hecho; pero
¿por qué no lo explican los embriólogos? La observación basta para convencerse
de que el embrión humano tiene, durante cierto período de la vida uterina, el
mismo aspecto que un renacuajo; pero la investigación de los embriólogos no
acierta a descubrir en este fenómeno la esotérica doctrina pitagórica de la
metempsícosis, tan erróneamente interpretada por los comentadores.
Ya explicamos el significado del axioma cabalístico: “la piedra se convierte en planta, la planta en bruto y el bruto en hombre”, con respecto a las evoluciones física y espiritual de la humanidad terrestre. añadiremos ahora algo más para esclarecer el concepto.
Según algunos fisiólogos, la forma primitiva del embrión humano es la de una simiente, un óvulo, una molécula, y si pudiéramos examinarlo con el microscopio, veríamos, a juzgar por analogía, que está compuesto de un núcleo de materia inorgánica depositado por la circulación en la materia organizada del germen ovárico. En resumen, el núcleo del embrión está constituido por los mismos elementos que un mineral, es decir, de la tierra donde ha de habitar el hombre.
Los cabalistas se apoyan en la autoridad de Moisés para decir que la producción de todo ser viviente necesita del agua y de la tierra, lo cual viene a corroborar la forma mineral que originariamente asume el embrión humano. Al cabo de tres o cuatro semanas toma configuración vegetal, redondeado por un extremo y puntiagudo por el otro, a manera de raíz fusiforme, con finísimas capas superpuestas cuyo hueco interior llena un líquido. Las capas se aproximan convergentemente por el extremo inferior, y el embrión pende del filamento, como el fruto del pedúnculo.
La piedra se ha convertido en planta por ley de metempsícosis. Después aparecen miembros y facciones.
Los ojos son dos puntillos negros; las orejas, la nariz y la boca son depresiones parecidas a las de la piña, que más tarde se realzan, y en conjunto ofrece la forma branquial del renacuajo que respira en el agua. Sucesivamente va tomando el feto características humanas, hasta que se mueve impelido por el inmortal aliento que invade todo su ser. Las energías vitales le abren el camino y por fin le lanzan al mundo a punto que la esencia divina se infunde en la nueva forma humana donde ha de residir hasta que la muerte le separe de ella.
Los cabalistas llaman “ciclo individual de evolución” el misterioso proceso nonimensual del embarazo. Así como el feto se desenvuelve en el seño del líquido amniótico, en la matriz femenina, así también la tierra germinó en el seno del éter, en la matriz del universo. Los gigantescos astros, al igual que sus pigmeos moradores, son primitivamente núcleos que, transformados en óvulos, poco a poco crecen y maduran hasta engendrar formas minerales, vegetales, animales y humanas. El sublime pensamiento de los cabalistas simboliza la evolución cósmica en infinidad de círculos concéntricos que, desde el centro, dilatan sus radios hacia lo infinito. El embrión se desenvuelve en el útero; el individuo en la familia; la familia en la nación; la nación en la humanidad; la humanidad en la tierra; la tierra en el sistema planetario; el sistema planetario en el Cosmos; el Cosmos en el Kosmos; y el Kosmos en la Causa primera, ilimitada, infinita, incognoscible. Tal es la teoría cablística de la evolución resumida en el siguiente aforismo:
Todos los seres son parte de un todo admirable cuyo
cuerpo es la naturaleza y cuya alma es Dios. Innumerables mundos descansan en
su seno como niños en el regazo materno.
Mientras que unánimemente admiten los fisiólogos que en la vida y crecimiento del feto influyen causas físicas, como golpes, accidentes, alimentación inadecuada, etc., y causas morales, como miedo, terror súbito, pesar hondo, alegría extremada y otras emociones, muchos de ellos convienen con Magendie en que la imaginación de la madre no puede influir en los estigmas y vicios monstruosos de conformación, porque “estos mismos fenómenos se observan a diario en los animales y aun en las plantas”.
INFLUENCIA MATERNA
Aunque
Geoffroi St. Hilaire dio el nombre de teratología a la ciencia de las
monstruosidades uterinas, valióse para fundarla de los acabadísimos
experimentos de Bichat, fundador de la anatomía analítica. Uno de los tratados
más importantes de teratología es el del doctor Fisher quien agrupa los
monstruos fetales en géneros y especies y comenta algunos casos de particular
interés científico. Parte Fisher del principio de que la mayoría de las
monstruosidades pueden explicarse por la hipótesis de la suspensión y retardo
del desarrollo, sin que en nada influyen las condiciones mentales de la madre,
y dice a este propósito:
El atento estudio de las leyes del desarrollo genético
y del orden en que aparecen los distintos órganos del cuerpo en formación, nos
da a conocer que los monstruos por suspensión o deficiencia de desarrollo son
en cierto modo embriones inmetamorfoseables, pues los órganos monstruosos
responden sencillamente a las originarias condiciones del embrión .
En
vista del caótico estado en que hoy por hoy se halla la fisiología, no es fácil
que ningún teratólogo, por muy versado que esté en anatomía, histología y
embriología, se atreve a negar bajo su responsabilidad la influencia de la
madre en el feto, pues aunque las observaciones microscópicas de Haller,
Prolik, Dareste y Laraboulet hayan descubierto interesantes aspectos de la
membrana vitelina, todavía queda mucho por estudiar en el embrión humano. Si
admitimos que las monstruosidades resultan de la suspensión del desarrollo y
que las trazas vitelinas permiten pronosticar la morfología del feto, ¿cómo
indagarán los teratólogos la causa psicológica que antecede al fenómeno? Fisher pudo creerse con suficiente autoridad
para agrupar en géneros y especies los centenares de casos que estudió
minuciosamente; pero fuera del campo de la observación científica hay numerosos
hechos comprobados por nuestra experiencia personal y al alcance de todos, por
los cuales se demuestra que las violentas emociones de la madre ocasionan
frecuentemente las deformaciones de la criatura. Por otra parte, los casos
observados por Fisher parecen contradecir su afirmación de que los engendros monstruosos
derivan de las primitivas condiciones del embrión. Citaremos al efecto dos
curiosos casos de estos.
El primero es el de un magistrado ruso de la Audiencia de Saratow (Rusia), que llevaba constantemente el rostro vendado para ocultar un estigma de relieve, sobre la mejilla izquierda, en forma de ratón cuya cola cruzaba la sien y se perdía en el cuero cabelludo. El cuerpo del ratón era lustroso y gris con toda apariencia de naturalidad. Según contaba el magistrado, su madre tenía invencible horror a los ratones, y el parto fue prematuro de resultas de haber visto saltar un ratón del costurero.
El otro caso, del que fuimos testigos oculares, se refiere a una señora que dos o tres semanas antes del alumbramiento vio un tarro de frambuesas de que no le permitieron comer. Excitada por la negativa se llevó la mano derecha al cuello en actitud un tanto dramática, diciendo que le era preciso probarlas. Tres semanas después nació la criatura con un estigma de frambuesa perfectamente dibujada en el mismo punto del cuello que su madre se había tocado, con la particularidad que en la época del año en que maduran las frambuesas tomaba el estigma un color carmesí obscuro, al paso que palidecía durante el invierno.
Muchos casos como estos que las madres conocen, ya por personal experiencia, ya por la de sus amigas, establecen el convencimiento de la influencia materna, a pesar de cuanto digan todos los teratólogos de Europa y América. La escuela de Magendie arguye contra esta influencia diciendo que si en los animales y plantas ocurren monstruosidades no debidas a la influencia materna, tampoco deben serlo en la especie humana, puesto que, para estos fisiólogos, las causas físicas que producen determinados efectos en plantas y animales han de producirlos también en el hombre.
HIPÓTESIS DE
ARMOR
El
profesor Armor, de la Escuela de Medicina de Long Island, expuso recientemente
ante la Academia de Detroit una hipótesis muy original en la que, en oposición
a Fisher, atribuye los vicios de conformación a defecto propio de la materia
generativa en que se desenvuelve el feto, o bien a las influencias morbosas que
pueda éste recibir. Sostiene Armor que la materia generativa consta de
elementos de todos los tejidos y estructuras morfológicas, por lo que si estos
elementos tienen originalmente tales o cuales peculiaridades morbosas, no será
capaz la materia generativa de dar de sí un engendro sano y normalmente
desarrollado. Pero por otra parte también cabe que la perfecta condición de la
materia generativa quede adulterada por influencias morbosas durante la
gestación y el engendro sea necesariamente monstruoso.
Sin embargo, esta hipótesis no basta para explicar los casos diploteratológicos, pues aunque admitiéramos que el defecto de constitución de la materia generativa consistiera en la falta o en el exceso de las partes correspondientes al carácter de la monstruosidad, parece lógico que toda la progenie habría de adolecer de los mismos vicios de conformación, mientras que por lo general la madre alumbra varios hijos bien conformados antes de concebir al monstruo. Fisher cita varios casos de esta índole entre ellos el de una mujer llamada Catalina Corcoran, de treinta años de edad y complexión sana, que tuvo cinco hijos perfectamente conformados y ninguno mellizo, antes de dar a luz un monstruo de doble cabeza, tronco y extremidades, aunque la duplicidad no aparecía en todos los órganos, como en los casos de mellizos soldados durante la gestación. Otro ejemplo es el de María Teresa Parodi, que después de ocho partos felices y normales, dio a luz una niña con el cuerpo doble de cintura para arriba
Este orden de monstruosidades invalida la hipótesis de Armor, sobre todo si admitimos la identidad entre la célula ovárica del hombre y la de los demás mamíferos, de que resultan análogas monstruosidades en los animales, como argumento contra la opinión popular que atribuye las humanas a la influencia mental de la madre.
Sin embargo, esta hipótesis no basta para explicar los casos diploteratológicos, pues aunque admitiéramos que el defecto de constitución de la materia generativa consistiera en la falta o en el exceso de las partes correspondientes al carácter de la monstruosidad, parece lógico que toda la progenie habría de adolecer de los mismos vicios de conformación, mientras que por lo general la madre alumbra varios hijos bien conformados antes de concebir al monstruo. Fisher cita varios casos de esta índole entre ellos el de una mujer llamada Catalina Corcoran, de treinta años de edad y complexión sana, que tuvo cinco hijos perfectamente conformados y ninguno mellizo, antes de dar a luz un monstruo de doble cabeza, tronco y extremidades, aunque la duplicidad no aparecía en todos los órganos, como en los casos de mellizos soldados durante la gestación. Otro ejemplo es el de María Teresa Parodi, que después de ocho partos felices y normales, dio a luz una niña con el cuerpo doble de cintura para arriba
Este orden de monstruosidades invalida la hipótesis de Armor, sobre todo si admitimos la identidad entre la célula ovárica del hombre y la de los demás mamíferos, de que resultan análogas monstruosidades en los animales, como argumento contra la opinión popular que atribuye las humanas a la influencia mental de la madre.
Ya hemos visto que, para algunos teratólogos, tanto montan las monstruosidades en los brutos como en la especie humana, y así lo da a entender el doctor Mitchell en un artículo sobre las serpientes de dos cabezas, del que extractamos el siguiente párrafo:
Los cazadores de serpientes mataron
en cierta ocasión a una hembra con todo su nidal, en número de 120 crías, entre
las que se encontraron tres monstruos: una con dos cabezas; otra con dos
cabezas y tres ojos; y la tercera con doble cabeza, tres ojos y una sola
mandíbula, la inferior dividida en dos porciones.
Seguramente
que la materia generadora de estos tres monstruos era de origen idéntico a la
de las demás serpientes del nidal, y así resulta la hipótesis de Armor tan
insuficiente como la de sus colegas.
Estos
errores provienen de emplear inapropiadametne el método de inducción, que no
sirve para inferir consecuencias, pues tan sólo permite razonar dentro del
limitado círculo de hechos y fenómenos experimentalmente observados, cuyas
conclusiones han de ser forzosamente limitadas porque, como dice el autor de la
Investigación filosófica, no pueden extenderse
más allá del campo de experimentación. Sin embargo, los científicos rara vez
confiesan la insuficiencia de sus observaciones, sino que sobre ellas levantan
hipótesis con aires de axiomas matemáticos, cuando a lo sumo no pasan de
simples conjeturas.
Pero
el estudiante de filosofía oculta ha de repudiar por deficiente el método
inductivo y valerse del deductivo apoyado en la platónica clasificación de las
causas, conviene a saber: eficiente, formal, material y final. De este modo
podrá analizar toda hipótesis desde el punto de vista de la escuela
neoplatónica, cuyo principio fundamental se encierra en el dilema: la cosa es o no
es como se supone.
Por
lo tanto, podemos preguntar: “¿El éter universal a que los cabalistas llamaron
luz astral, es o no es idéntico a la electricidad y, por consiguiente, al
magnetismo?” la respuesta ha de ser afirmativa porque las mismas ciencias
experimentales nos enseñan que la electricidad está diluida en el espacio y en
determinadas condiciones se transmuta en magnetismo y recíprocamente.
EXPLICACIÓN LÓGICA
Presupuesta
esta verdad, examinemos ahora los efectos de la energía eléctrica en sí misma y
respecto de los objetos de actuadción, así como también las circunstancias que
acompañan a estos efectos, y veremos:
1.º Que en favorables condiciones la
electricidad, latente por doquiera, se actualiza unas veces bajo el aspecto
eléctrico y otras bajo el magnético.
2.º Que unas substancias atraen y otras repelen
la electricidad, según sean o no afines a este agente.
3.º Que la atracción eléctrica es directamente
proporcional a la conductibilidad de la materia.
4.º Que la energía eléctrica altera en ciertos
casos la disposición molecular de los cuerpos orgánicos e inorgánicos en que
actúa, disgregándolos unas veces o restableciéndolos si están perturbados (como
en los casos de electroterapia). También puede ser pasajera la perturbación
producida por el agente eléctrico y dejar fotografiada en el objeto la imagen
de otro en que previamente actuara.
Apliquemos ahora estas proposiciones al caso que vamos examinando. Según reconoce la patología tecológica, la mujer se halla durante el embarazo en estado sumamente emocionable, con las facultades mentales algo débiles, y por lo que toca al orden físico la transpiración cutánea difiere de la normal y pone a la embarazada en condiciones a propósito para recibir las influencias exteriores. Los discípulos de Reichenbach afirman que en tal estado es la mujer intensamente ódica, y Du Potet recomienda que no se la someta a experiencias hipnóticas. Las dolencias que aquejan a la embarazada afectan también al feto, y la misma influencia se advierte en lo tocante a las emociones, ya placenteras, ya dolorosas, que repercuten en el temperamento y complexión del futuro vástago. Por eso se dice con acierto que los hombres insignes tuvieron por madre a mujeres también insignes; y el mismo Magendie, no obstante negarlo en otro pasaje de su obra, confiesa que “la imaginación de la madre tiene cierta influencia sobre el feto y que el terror súbito puede ocasionar el aborto o retardar el proceso de la gestación.
Las imágenes mentales de la madre se transmiten al feto análogamente a las impresiones fotográficas producidas por la chispa eléctrica. Como quiera que la transpiración cutánea de la embarazada es muy activa, el fluido magnético sale por los poros de la piesl y se transmuta en electricidad, cuya corriente forma circuito con la electricidad etérea que, según admiten Jevons, Babbage y los autores de El Universo invisible, es la materia plasmante de toda forma e imagen mental. Las corrientes magnéticas de la madre atraen la electricidad etérea en que se ha plasmado instantáneamente la imagen del objeto que impresonó la mente de la madre, y como dicha corriente eléctrica, con la respectiva forma mental, penetra por los poros del cuerpo de la embarazada para cerrar el circuito, resulta afectado por ella el feto, según la misma ley que rige en las emociones y sensaciones.
Esta
enseñanza cabalística es más científica y racional que la hipótesis teratológica
de Geoffroi St. Hilaire calificada por Magendie de “cómoda y fácil por su misma
vaguedad y confusión, pues pretende nada menos que fundar una nueva ciencia
basada en leyes tan hipotéticas como la de la suspensión y retardo, la de la posición similar y excéntrica y especialmente de la que llama de los congéneres”.
El
erudito cabalista Eliphas Levi, dice a este propósito:
Las embarazadas están mucho más
sujetas que las otras mujeres a la influencia de la luz astral, que coopera a
la formación del feto y les presenta constantemente las reminiscencias de las
formas que pueblan dicha luz astral. Así sucede que muchas mujeres virtuosas
dan aparente motivo a la murmuración de los maliciosos, porque el hijo tiene
parecido fisionómico con alguna persona extraña cuya imagen vio la madre en
sueños. Así también se van reproduciendo los rasgos fisionómicos de siglo en
siglo. Por lo tanto, mediante el empleo cabalístico del pentagrama, puede una
embarazada determinar las facciones del hijo que ha de tener, de modo que según
piense en uno u otro personaje, salga parecido a Nereo o Aquiles, a Luis XV o
Napoleón.
No podrá quejarse Fisher si los hechos no corroborran su hipótesis,
pues se contradice en el siguiente pasaje.
Uno de los más formidables obstáculos
en que tropieza el progreso de las ciencias es la ciega sumisión a la autoridad
magistral, de cuyo yugo no hay más remedio que emanciparse para dar campo libre
a la investigación de los fenómenos y leyes de la naturaleza, como
indispensable antecedente de los descubrimientos científicos.
IMAGINACIÓN Y
FANTASÍA
Si la imaginación de la madre puede influir en el crecimiento y aún en
la vida del feto, igualmente podrá influir en su conformación corporal; pero
aunque algunos cirujanos indagaron con ahinco la causa de las monstruosidades,
concluyeron por atribuirlas a meras coincidencias. Por otra parte, no cabe
lógicamente negar imaginación a los animales, y aunque parezca exagerado no
faltan quienes también la conceden, rudimentariamente por supuesto, a ciertas
plantas como las mimosas y las atrapamoscas. Porque si científicos de la
valía de Tyndall se confiesan incapaces de salvar el abismo que en el hombre
separa la inteligencia de la materia y de medir la potencia de la imaginación,
mucho más misteriosa ha de ser la actuación cerebral de un bruto sin palabra.
Los materialistas confunden la imaginación con la fantasía; pero los
psicólogos afirman que es la potencia creadora y plasmante del espíritu.
Pitágoras la define diciendo que es el recuerdo de precedentes estados
espirituales, mentales y físicos, mientras que considera la fantasía como el
desordenado funcionamiento del cerebro físico. Desde cualquier punto de vista
que examinemos el asunto, nos encontramos con el concepto que de la materia
tuvieron los antiguos, quienes la consideraron fecundada por la ideación o
imaginación eterna, que trazó en abstracto el modelo de las formas concretas.
De no admitir esta enseñanza, resulta absurda la hipótesis de que el cosmos se
fuera desenvolviendo gradualmente del caos, porque no cabe inferir en buen
sentido, que la materia animada por la fuerza y dirigida por la inteligencia
formara sin plan preconcebido un cosmos de tan admirable armonía. si el alma
humana es verdaderamente una emanación del alma universal, una partícula
infinitesimal del primario principio creador, debe tener inherentes en mayor o
menor grado los atributos del poder demiúrgico. Así como el Creador plasmó en
formas concretas y objetivas la inactiva materia coósmica, también le cabe el
mismo poder creativo al hombre que tenga conciencia de él.
De la propia suerte
que Fidias plasmó en la húmeda arcilla la sublime idea forjada por su facultad
creadora, así también la madre consciente de su poder es capaz de modelar según
su pensamiento y su voluntad el fruto de su vientre. Pero el escultor plasma
una figura inanimada, aunque hermosamente artística, de materia inorgánica,
mientras que la madre proyecta vigorosamente en la luz astral la imagen del
objeto cuya sensación recibe y la refleja fotográficamente sobre el feto.
Respecto del particular dice Fournié:
Admite la ciencia con arreglo a la
ley de gravitación que cualquier trastorno sobrevenido en el centro de la
tierra repercutiría en todo el universo, y lo mismo cabe suponer respecto de
las vibraciones moleculares que acompañan al pensamiento... La energía se
transmite por medio del éter en cuya masa quedan fotografiadas las escenas de
cuanto sucede en el universo, y en esta reproducción se consume gran parte de
dicha energía... Ni con el más potente microscopio es posible advertir la más
leve diferencia entre la célula ovárica de un cuadrúpedo y la del hombre... La
ciencia no conoce todavía la naturaleza esencial del óvulo humano ni echa de
ver en él características que lo distingan de los demás óvulos, y sin pecar de
pesimista presumo que nada se sabrá jamás de cierto sobre ello, pues hasta el
día en que nuevos métodos de investigación le permitan descubrir la secreta
intimidad entre la energía y la materia, no conocerá la ciencia la vida ni será
capaz de producirla.
Si Fournié leyera la conferencia del P. Félix podría responder amén al
doble epifonema de ¡misterio!,
¡misterio!, con que el conferenciante epilogaba sus razonamientos.
Consideremos ahora el argumento contra la influencia de la imaginación
de la madre en el feto, en que funda Magendie las monstruosidades animales. Si
así fuera, ¿cómo explicar la cría de polluelos con cabeza de halcón, sino
admitiendo que la presencia de esta rapaz hirió tan vivamente la imaginación de
la clueca que reflejó la imagen del halcón en la materia germinativa del huevo?
Otro caso análogo nos proporciona cierta señora de nuestro trato, una de cuyas
palomas se espantaba siempre que veía al papagayo de la casa, y en la
empolladura siguiente al mayor espanto, salieron del cascarón dos palominos con
cabeza y plumaje de papagayo. A mayor abundamiento podríamos alegar la
autoridad de Columella, Youatt y otros tratadistas, aparte de la experiencia
acopiada por cuantos se dedican a la avicultura, en prueba de que si se excita
la imaginación de la madre puede modificarse en gran parte el aspecto de la
cría. Estos ejemplos nada tiene que ver con la ley de la herencia, pues las
modificaciones del tipo resultan de causas accidentales.
CASOS CURIOSOS
Catalina
Crowe trata con mucha extensión de la influencia de la mente en la materia, y
en apoyo de su tesis aduce varios casos de indudable autenticidad, entre
ellos el de los estigmas o señales que aparecen en el cuerpo de las personas
cuya imaginación se exalta superlativamente. La extática Catalina Emmerich
mostraba con perfecta apariencia de naturalidad las llagas de la Crucifixión.
Una señora cuyo nombre corresponde a las iniciales B. de N. soñó cierta noche
que otra persona le ofrecía dos rosas, encarnada y blanca respectivamente, de
las cuales escogió esta última. Al despertar sintió dolor de quemadura en el
brazo, y poco a poco fue señalándose en la parte dolorida una rosa
perfectamente configurada, con el blanco matiz de la corola cuyos pétalos se dibujaban
con algo de relieve sobre la piel. Aumentó paulatinamente la intensidad de la
señal, hasta que a los ocho días empezó a debilitarse y a los catorce había
desaparecido por completo.
Otro caso es el de dos señoritas polacas que estando asomadas a una ventana en día de tempestad, cayó allí cerca un rayo que volatilizó el collar de oro de una de ellas, quedando indeleblemente la impresa en la piel la perfecta imagen de la alhaja. Al cabo de poco apareció en el cuello de su compañera una señal idéntica que tardó algunos años en desaparecer.
Todavía más sorprendente es el caso
que el autor alemán Justino Kerner refiere como sigue:
En la época de la invasión
napoleónica, un cosaco que perseguía a un soldado francés lo acorraló en un
callejón sin salida, y el perseguido revolvióse allí contra el perseguidor,
trabándose una terrible lucha de la que resultó gravemente herido el francés.
Una persona que a la sazón se hallaba en aquel paraje se sobrecogió de tal
modo, que al llegar a su casa vio en su cuerpo la señal de las mismas heridas
que el cosaco había inferido a su enemigo.
Verdaderamente se vería Magendie en aprieto para atribuir estos
fenómenos a causa distinta de la imaginación; y si fuese ocultista, como
Paracelso y Van Helmont, descubriría el misterio que encierran, por el poder
consciente de la voluntad e inconsciente de la imaginación, para dañar no sólo
deliberadamente a los demás, sino también a sí mismo. Porque según los
principios fundamentales de la magia, cuando a una corriente magnética no se le
da impulso suficiente para llegar al punto de alcance, reaccionará sobre quien
la haya admitido, como al chocar contra la pared retrocede una pelota en la
misma dirección pero en inverso sentido de su trayectoria. En apoyo de este
principio pueden aducirse muchos casos de intrusos en hechicería que fueron
víctimas de su atrevimiento, porque, según dice Van Helmont, la potencia
imaginativa de una mujer vivamente excitada engendra una idea que sirve de
enlace entre el cuerpo y el espíritu y se transfiere a la persona con quien
aquella está más inmediatamente relacionada, sobre la cual queda impresa la
imagen que la había excitado.
Deleuze ha recopilado gran número de casos referidos por Van
Helmont, entre los cuales tiene el siguiente mucha analogía con el ya expuesto
del cazador Pelissier:
Cuenta Rousseau que, durante su
estancia en Egipto, mató varios sapos con sólo mirarlos fijamente durante un
cuarto de hora. Sin embargo, la última vez que hizo en Lión esta prueba, se
hinchó el sapo y se quedó mirando de hito en hito a Rousseau de tan feroz
manera, que el experimentador estuvo a punto de desmayarse de debilidad y creyó
llegada su última hora.
Volviendo a las cuestiones teratológicas citaremos el caso, referido
por Wierus, de una mujer a quien poco antes del parto amenazó su marido de
muerte por creer que tenía los demonios en el cuerpo. Tan profundo fue el
terror de la madre, que la criatura nació normalmente conformada de cintura
abajo, pero de medio cuerpo arriba cubierta de manchas rojinegruzcas, los ojos
en la frente, boca de sátiro, orejas de perro y cuernos de cabra.
En su tratado de Demonología
cita Peramato el caso, corroborado por el duque de Medina Sidonia, de un niño
nacido monstruosamente en San Lorenzo (Indias Occidentales), con boca, orejas y
nariz deformes, cuernos de cabrito y piel velluda con una doble rugosidad
carnosa en la cintura de la que pendía una masa a manera de bolsa. En la mano
izquierda aparecía el estigma en relieve de una campanilla, como las que para
bailar usan algunas tribus de indios americanos, y en las piernas llevaba unas
botas también carnosas con dobleces hacia abajo. Ofrecía el niño un aspecto por
demás horrible, y cabe achacar la monstruosidad a que la madre se asustaría tal
vez al presenciar una danza india.
Pero no queremos fatigar al lector con más casos teratológicos que
pudiéramos entresacar de las obras clásicas, pues bastan los expuestos para
demostrar que las monstruosidades derivan de la acción de la mente materna en
el éter universal, que a su vez reacciona sobre la madre.
EL PRINCIPIO
VITAL
El principio vital o arqueo de Van Helmont es idéntico a
la luz astral de los cabalistas y al éter de la ciencia moderna. Si aun los más
leves estigmas del feto no provinieran de la imaginación de la madre cuya
influencia niega Magendie, ¿a qué causa atribuirá este fisiólogo la formación
de excrecencias córneas y el pelaje de bestia que caracterizaba los monstruosos
engendros antes referidos? Seguramente que el embrión no tenía latentes estas modalidades
del reino animal, capaces de actualizarse por impulso de la fantasía materna, y
así hemos de buscar la explicación del fenómeno en las ciencias ocultas.
Antes de terminar el examen de esta materia diremos algo respecto de los casos en que la cabeza, brazos o manos del feto se desintegran de repente, no obstante haber sido normalmente formados todos sus miembros. La química biológica nos dice que el cuerpo de un recién nacido se compone elementalmente de carbono, nitrógeno, agua, calcio, fósforo, sodio, magnesio y algún otro elemento. Pero ¿de dónde proceden y cómo se reúnen y combinan estos componentes? ¿Cómo moldean un ser humano estas partículas atraídas, según dice Proctor, de las profundidades del espacio circundante? Inútil fuera solicitar respuesta de la escuela materialista, uno de cuyos más conspicuos jefes, el ilustre Magendie, confiesa su ignorancia respecto de la fisiología embriológica. Sin embargo, sabemos experimentalmente que mientras el óvulo está contenido en la vesícula de Graaf, forma parte integrante del organismo materno; pero en cuanto se rompe la vesícula, el óvulo cobra, por lo que a su desenvolvimiento se refiere, tanta independencia como el huevo de la gallina después de la puesta. Casi todas las observaciones embriológicas corroboran la idea de que el embrión respecto de la madre está en la misma relación que el inquilino respecto de la morada que le resguarda de la intemperie.
Según Demócrito, el alma está
compuesta de átomos, y Plutarco dice al tratar de este asunto:
Hay infinito número de substancias indivisibles,
imperturbadas, homogéneas, sin diferencias ni cualidades, que, diseminadas por
el espacio, se atraen recíprocamente y se unen, combinan y forman agua, fuego,
una planta o un hombre. Estas substancias son los átomos, así llamados porque
no pueden dividirse ni cambiarse ni alterarse. Pero nosotros no podemos lograr
que el color sea incoloro ni convertir en substancia anímica lo que no tiene
alma ni cualidad.
LÍMITES DE
LA NATURALEZA
Dice
Balfour Stewart que, apoyado en esta teoría, descubrió Dalton las leyes de las
combinaciones químicas que permitieron forjar hipótesis de cuanto en ellas
ocurre; y después de declararse conforme con Bacon respecto de que el perpetuo
anhelo de los científicos es llegar a los límites extremos de la naturaleza,
afirma que se ha de ir con mucha cautela antes de repudiar por inútil ningún
orden de ideas .
¡Lástima que los colegas de Stewart no ajusten su conducta científica a tan excelente regla!
Los modernos astrónomos, de acuerdo con la teoría atómica expuesta por Demócrito de Abdera, nos enseñan que los átomos cohesionados forman los mundos y los seres que los pueblan. Si a este supuesto añadimos aquel otro según el cual puede la madre con la fuerza combinada de su voluntad y de su mente cohesionar los átomos etéreos y plasmar con ellos la concebida criatura, también cabe admitir que por reversible efecto de su voluntad disperse las corrientes atómicas antes concentradas y se desvanezca todo o parte del cuerpo ya formado del hijo todavía no nacido.
Estas consideraciones nos llevan a tratar de los falsos embarazos que tan en confusión ponen a los tocólogos como a las pacientes. Si en el caso citado por Van Helmont se desvanecieron la cabeza, brazo y mano de los tres niños por efecto de una terrible emoción, no será despropósito afirmar que la misma análoga causa determine la total disgregación del feto en los casos de falsa preñez que por su rareza burlan la capacidad de los fisiólogos, pues no hay disolvente ni corrosivo alguno que destruya el organismo del feto sin destruir también el de la madre. Recomendamos este asunto al estudio de las Facultades de Medicina que corporativamente no estarán conformes de seguro con la conclusión de Fournié, quien dice sobre el particular que “en esta sucesión de fenómenos, debemos contraernos al oficio de historiadores, pues tropezamos en ellos con los inescrutables misterios de la vida que ni siquiera intentaríamos explicar; y según avancemos en nuestra tarea, nos veremos en la precisión de reconocer que aquel terreno nos está vedado”. Sin embargo, el verdadero filósofo no ha de considerar ningún terreno vedado para él ni suponer inescrutable misterio alguno de la naturaleza.
Tanto los estudiantes de ocultismo como los espiritistas están de acuerdo con Hume en la imposibilidad del milagro que requiriría en el universo leyes especiales y no generales. Aquí tropezamos con una de las más graves contradicciones entre la ciencia y la teología, pues mientras la primera afirma la continuidad del orden de la naturaleza, la segunda supone que Dios puede suspender o derogar sus leyes vencido por las súplicas de quien impetra insólitos y extraordinarios favores. Dice a este propósito Stuart Mill:
Si no creyéramos en potestades suprafísicas, no nos demostrarían los milagros en modo alguno su existencia. Considerado el milagro como un hecho insólito, podemos comprobarlo por testimonio propio o ajeno; pero ninguna prueba tendremos de que sea milagro. Aun cabe atribuir los milagros a una causa natural desconocida, y esta suposición no puede desecharse tan en absoluto que no quede otro remedio que admitir la intervención de un ser sobrenatural.
Sobre este punto hemos de llamar la atención de los científicos, pues como dice el mismo Stuart Mill, “o es posible admitir una ley de la naturaleza y creer al mismo tiempo en hechos que la contradigan”. En apoyo de su opinión aduce Hume “la firme e inalterable experiencia de la humanidad respecto de las leyes cuya actuación imposibilita todo milagro. Sin embargo, no estamos conformes con el calificativo de inalterable que da Hume a la experiencia humana, como si no hubiesen de mudar jamás elementos de observación de que se deriva y todos los filósofos se vieran precisados a reflexionar sobre unos mismos fenómenos. Asimismo equivaldría esta misma inalterabilidad a negar la conexión y enlace entre las especulaciones filosóficas y los experimentos científicos que durante tanto tiempo quedaron aislados.
La destrucción de Nínive y el incendio de la biblioteca de Alejandría privaron al mundo durante muchos siglos de los necesarios documentos para estimar en su verdadero valor la sabiduría exotérica y esotérica de los antiguos. Pero desde hace algunos años, el descubrimiento de la piedra de Rosetta, de los papiros de Ebers, Aubigney y Anastasi, y de los volúmenes escritos en hojas de barro cocido, han dilatado el campo de las investigaciones arqueológicas, que sin duda prometen alterar los resultados de la experiencia humana, pues como muy acertadamente dice el autor de La religión sobrenatural, “quien cree en algo contrario a la inducción de los hechos, tan sólo porque así lo presuma sin que pueda probarlo, es sencillamente crédulo; pues tal presunción en nada prueba la realidad del hecho a que se refiere”.
OPINIÓN DE
CORSON
Hiram
Corson se revuelve a este propósito gallardamente contra la ciencia diciendo:
Hay algo que jamás podrá realizar la ciencia, aunque
orgullosa lo intente. Tiempo hubo en que el dogmatismo religioso se extralimitó
de sus naturales dominios para invadir el campo de la ciencia y someterla a
oneroso vasallaje; pero en nuestros tiempos la ciencia parece haber tomado el
desquite transponiendo sus propias fronteras para invadir el campo de la
religión, de suerte que al sacudir el yugo del pontificado religioso, nos vemos
en riesgo de caer bajo el del pontificado científico. Y así como en el siglo
XVI se levantaron voces de protesta contra el despotismo eclesiástico y en pro
de la libertad de pensamiento, así también los eternos intereses espirituales
del hombre demandan en el siglo XIX otra protesta contra el avasallador
despotismo científico, para que los experimentadores no sólo se mantengan en
los límites de lo fenoménico, sino que examinen de nuevo sus acopiadas
reservas, a fin de cerciorarse de que las barras de oro bajo cuya fianza tanto
y tanto papel han emitido, son verdaderamente del oro puro de la Verdad. De lo
contrario, los científicos podrían exagerar el valor de su capital e inducirnos
a muy arriesgadas empresas.
El discurso pronunciado por Tyndall en Belfast, que suscitó tantas réplicas, demuestra que el capital de la escuela evolucionista no es tan cuantioso como habían supuesto los intelectuales de afición, cuya sorpresa sube de punto al enterarse de que son puramente hipotéticas las conquistas de que tanto se envanecen los profesionales de la ciencia .
En verdad es así; pero todavía hay más, porque niegan a sus adversarios el mismo derecho que ellos se arrogan e igual desdén muestran por los milagros de la iglesia que por los fenómenos psíquicos. Ya es hora, por lo tanto, de que las gentes no juzguen imposible lo maravilloso porque a su parecer contradiga las leyes universales, sobre todo desde que autoridades como Youmans reconocen que la ciencia está en un período de transición. Hay en nuestra época no pocos hombres de buena voluntad que deseosos de vindicar la memoria de los mártires de la ciencia, de Agrippa, Palissy y Cardán, por ejemplo, fracasan en su propósito, faltos de medios para comprender sus ideas, pues creen que los neoplatónicos prestaban mayor atención a la filosofía trascendental que a las ciencias experimentales. Dice Draper sobre esto que “los frecuentes errores de Aristóteles no prueban falta de seguridad en su método, sino más bien su eficacia, pues dichos errores provienen de la insuficiencia de los hechos observados”.
Mas no cabe esperar que los científicos entresaquen estos hechos de la ciencia oculta, puesto que no creen en ella; sin embargo, el porvenir esclarecerá esta verdad. Aristóteles estableció el método inductivo; pero mientras los científicos del día no lo complementen con el deductivo de Platón incurrirán en errores todavía más graves que los del maestro de Alejandro. Los universales de la escuela platónica son materia de fe tan sólo mientras la razón no los demuestre y la experiencia no los confirme; ¿pero qué filósofo moderno podría probar por el método inductivo que los antiguos no sabían demostrar los universales a causa de sus conocimientos esotéricos? Las negaciones sin pruebas de los modernos evidencian que no siempre siguen el método inductivo del que tanto se ufanan; y como quieras que no han de basar sus hipótesis en las enseñanzas de la antigüedad, sus modernos descubrimientos son brotes nacidos de la simiente sembrada por los filósofos de aquellas épocas, y aun así resultan incompletos si no abortados, pues mientras la causa permanece envuelta en la obscuridad, nadie puede prever sus últimos efectos. Sobre este particular dice Youmans: “No debemos desdeñar las teorías antiguas como si fuesen desacreditados y risibles errores, ni tampoco admitir como definitivas las teorías modernas. El vivo y siempre creciente cuerpo de la verdad ha cubierto bajo los pliegues de un manto sus viejos tegumentos para proseguir el camino hacia un más alto y vigoroso estado”. Estas consideraciones, aplicadas a la química moderna por uno de los más conspicuos científicos del día, pueden extenderse a las demás ciencias en prueba de la transición porque todas ellas atraviesan.
DESPOTISMO CIENTÍFICO
Desde la aparición del espiritismo
se muestran físicos y fisiólogos más inclinados que nunca a calificar de
supersticiosos, embaucadores y charlatanes, a filósofos tan eminentes como
Paracelso y Van Helmont, con escarnio de su concepto del arqueo o ánima
mundi y de la importancia que dieron al conocimiento de la mecánica celeste.
Sin embargo, pocos progresos positivos ha realizado la medicina desde que Bacon
la clasificó entre las ciencias de observación.
Hubo autores antiguos, como Demócrito, Aristóteles, Eurípides, Epicuro, Lucrecio, Esquilo y otros a quienes los materialistas de hoy consideran adversarios de la escuela platónica, que fueron tan sólo especuladores teóricos, pero no adeptos, porque estos habían de escribir en lenguaje tan sólo entendido de los iniciados, so pena de ver sus obras quemadas por manos de las turbas. ¿Quién de sus modernos detractores puede vanagloriarse de saber lo que ellos sabían?
El emperador Diocleciano quemó bibliotecas enteras de obras ocultistas y alquímicas, sin dejar ni un solo manuscrito de los que trataban del arte de hacer oro y plata. La cultura de las épocas antiguas, según nos dan a entender las investigaciones de Champollión, había cobrado tanto esplendor, que Athothi, segundo monarca de la primera dinastía, escribió un tratado de anatomía, y el rey Neko otros dos de astronomía y astrología. Antes de Moisés florecieron los eruditos geógrafos Blantaso y Cincro, y según dice Eliano, perduró por muchos siglos la fama del egipcio Iaco, cuyos descubrimientos en medicina causaron general asombro, pues logró cortar varias enfermedades epidémicas por medio de fumigaciones desinfectantes. Teófilo, patriarca de Antioquía, menciona la obra titulada: Libro divino en que su autor Apolónides, llamado por sobrenombre Orapios, expone la biografía esotérica y el origen de los dioses de Egipto; y Amiano Marcelino alude a una obra ocultista en que se declaraba la edad exacta del buey Apis, o sea la clave numérica del cómputo cíclico y otros misterios ¿Quién fuera capaz de presumir los tesoros de sabiduría que guardaban tantos y tan valiosos libros? Sólo sabemos con seguridad que los paganos por una parte y los cristianos por otra destruían todo libro de esta clase que daba en sus manos; y el emperador Alejandro Severo anduvo por Egipto saqueando los templos en busca de libros místicos y mitológicos.
A pesar de la antigüedad del pueblo egipcio en el estudio de las ciencias y en el ejercicio de las artes, todavía les aventajaron un tiempo los etíopes, que antes de pasar a África florecieron en la India desde muy primitivos tiempos. Se sabe también que Platón aprendió en Egipto muchos secretos no revelados jamás en sus obras, pero transmitidos oralmente a sus discípulos, entre los que se contaba Aristóteles, cuyos tratados deben lo bueno que tienen, según opina Champollión, a las enseñanzas de su divino maestro. Los secretos de escuela pasaron de una a otra generación de adeptos, de modo que estos sabían seguramente mucho más que los científicos modernos acerca de las fuerzas ocultas de la naturaleza.
LAS CIENCIAS
ANTIGUAS Y MODERNAS
También podemos mencionar las obras
de Hermes Trismegisto, que nadie ha tenido oportunidad de leer tal como se
conservaban en los santuarios egipcios. Jámblico atribuye a Hermes 1.100
obras, y Seleuco acrecienta este guarismo hasta 20.000, escritas antes de la
época de Menes. Por su parte, dice Eusebio que en su tiempo quedaban todavía
cuarenta y dos tratados de Hermes con seis libros de medicina, de los que el
sexto exponía las reglas de este arte según se practicaba en remotísimas
edades. Diodoro dice que Mnevis, el primer legislador de pueblos y tercer
sucesor de Menes, recibió estos tratados de mano de Hermes. La mayor parte de
los manuscritos que han llegado hasta nosotros son copias de traducciones
latinas de otras traducciones griegas que los neoplatónicos hicieron de los
originales conservados por algunos adeptos. Marcilio Ficino publicó el año 1488,
en Venecia, un extracto de estas copias con omisión de todo cuanto hubiera sido
arriesgado dar a luz en aquella época de intolerancia inquisitorial. Y así
tenemos hoy que cuando un cabalista que ha dedicado toda su vida al estudio del
ocultismo y descubierto el hondo arcano, se aventura a declarar que únicamente
la cábala da el conocimiento de lo Absoluto en el Infinito y lo Indefinido en
lo Finito, se mofan de él cuantos convencidos de que en matemáticas es problema
insoluble la cuadratura del círculo, creen que la misma imposibilidad debe
oponerse a la solución metafísica.
No hay ciencia alguna entre las profanas que haya llegado a la perfección. La psicología es de ayer; la fisiología apenas sabe nada del cerebro ni del sistema nervioso, según confiesa el mismo Fournié; la química se ha reconstituido recientemente y no anda todavía muy segura; la geología no ha sabido averiguar aún la antigüedad del hombre; la astronomía, no obstante su exactitud, sigue embrollándose en la cuestión de la energía cósmica y otras no menos importantes; la antropología, según dice Wallace, fluctúa entre diversidad de opiniones sobre la naturaleza y origen del hombre; y la medicina es, según confesión de sus mismos profesores, un amasijo de conjeturas.
Al ver que los científicos buscan afanosos a tientas en la obscuridad los perdidos eslabones de la rota cadena, nos parece como si por diversos puntos bordearan todos el mismo abismo cuya profundidad son incapaces de sondear, no sólo por falta de medios, sino porque celosos guardianes les atajan el intento. Así es que están siempre en acecho de las fuerzas inferiores de la naturaleza para embobar de cuando en cuando a las gentes con sus grandes descubrimientos. Ahora mismo se ocupan en correlacionar la fuerza vital con las demás fuerzas físico-químicas; pero si les preguntamos de dónde dimana la fuerza vital, recurrirán, para responder, a la opinión sustentada hace veinticuatro siglos por Demócrito (46), a pesar de haber creído hasta no ha mucho en la aniquilación de la materia. Sobre este particular dice Le Conte que la ciencia se limita a los cambios y modificaciones de la materia, prescindiendo de su creación y destrucción, que caen fuera del dominio científico.
Cuando afirman que sólo puede aniquilarse una fuerza por la misma causa que la engendró, reconocen implícitamente la existencia de esta causa y, por lo tanto, no tienen derecho alguno a entorpecer el camino de quienes, más intrépidos, prosiguen adelante para descubrir lo que sólo puede verse al levantar el VELO DE ISIS. Pero entre las ramas de la ciencia tal vez haya alguna en pleno florecimiento, dirán los científicos. Ya nos parece oír aplausos fragorosos como rumor de aguas caudales con motivo del descubrimiento del protoplasma por Huxley, quien dice a este propósito: “En rigor, la investigación química nada o muy poco puede decirnos acerca de la composición de la materia viva, pues tampoco sabemos nada tocante a la constitución íntima de la materia”. Verdaderamente es ésta muy triste confesión y no parece sino que el método aristotélico fracase en algunas ocasiones, y así se explica que el famoso filósofo, no obstante su exquisita inducción, enseñara el sistema geocéntrico, mientras que Platón, a pesar de las fantasías pitagóricas que sus tetractores le echan en cara y de valerse del método deductivo, estaba perfectamente versado en el sistema heliocéntrico, aunque no lo enseñara en público por impedírselo el voto sodaliano de sigilo que guardaba todo iniciado en los misterios.
EL VOTO
SODALIANO
Ciertamente, que considerados los
científicos colectivamente, es decir, en general
y no cada uno en particular, les vemos animados de mezquinos sentimientos
contra los filósofos de la antigüedad, como si tuvieran empeño en eclipsar el
sol para que brillen las estrellas.
A un académico francés, hombre de vastos conocimientos, le oímos decir que sacrificaría gustoso su reputación a trueque de borrar hasta el recuerdo de los errores y fracasos de sus colegas. Pero estos tropiezos no pueden sacarse a colación demasiadas veces en pro de la causa que defendemos. Tiempo vendrá en que la posteridad científica se avergüence del degradante materialismo y mezquino criterio de sus progenitores, quienes, como dice Howit, “odian toda nueva verdad como las lechuzas y los ladrones odian el sol, pues la inteligencia por sí sola no puede conocer lo espiritual, ya que así como el sol apaga el brillo de la llama, así también el espíritu ofusca la vista de la mera intelectualidad”.
Es ya muy antiguo vicio. Desde que el instructor dijo: “el ojo no se satisface con ver ni el oído con oír”, los científicos se han portado como si estas palabras expresaran su condición mental. El racionalista Lecky describe con toda fidelidad, aun a su pesar, la inclinación de los científicos a burlarse de las nuevas ideas y el desdén que muestran hacia los fenómenos llamados vulgarmente milagrosos, y dice a este propósito que su burlona incredulidad en tales casos les dispensa de toda comprobación. Por otra parte, tan saturados están del escepticismo dominante, que luego de sentarse en el sillón académico se convierten en perseguidores, como de ello nos cita Howit un ejemplo en el caso de Franklin, quien, después de sufrir el escarnio de sus compatriotas al demostrar la naturaleza eléctrica del rayo, formó parte de la comisión científica que el año 1778 calificó en París de imposturas los fenómenos hipnóticos de Mesmer.
Si los científicos se contrajeran a desdeñar únicamente los nuevos descubrimientos podría disculparles su temperamento conservador favorecido por el hábito; pero no sólo se arrogan una originalidad no corroborada por los hechos, sino que menosprecian todo argumento aducido en demostración de que los antiguos sabían tanto o más que ellos. En el testero de sus gabinetes debieran estar grabadas estas sentencias:
No hay cosa nueva debajo del sol, ni puede decir
alguno: Ved aquí, esta cosa es nueva; porque ya precedio en los siglos que
fueron antes de nosotros. No hay memoria de las primeras cosas .Podrá
engreírse Meldrum de sus observaciones meteorológicas sobre los ciclones en la
isla Mauricio; podrá tratar Baxendell, con sólido conocimiento, de las
corrientes telúricas; podrán carpenter y Maury diseñar el mapa de la corriente
ecuatorial, y señalarnos Henry el ciclo del vapor acuoso que del río va al mar
y del mar vuelve de nuevo a la montaña; pero escuchen lo que dice el rey sabio:
El viento gira por el Mediodía y se revuelve hacia el
Aquilón; andando alrededor en cerco por todas partes, vuelve a sus rodeos.
Todos los ríos entran en el mar, y el mar no rebosa. Al lugar de donde salen
tornan los ríos para correr de nuevo.
Ajenos
como están a la observación de los fenómenos que ocurren en la más importante
mitad del universo, los modernos científicos son incapaces de trazar un sistema
filosófico en concordancia con dichos hechos. Son como los mineros que trabajan
durante el día en las entrañas de la tierra y no pueden apreciar la gloria y la
belleza de la luz solar. La vida terrena es para ellos el límite de la
actividad humana y el porvenir abre ante sus percepción intelectual un
tenebroso abismo.
RAREZAS ZOOLÓGICAS
No tienen esperanza en otra vida que
con los goces del éxito mitigue las asperezas de la presente, y como única
recompensa de sus afanes les satisface el pan cotidiano y la ilusión de
perpetuar su nombre más allá de la tumba. Es para ellos la muerte la extinción
de la llama vital cuya lámpara se esparce en fragmentos por el espacio sin
límites. El ilustre químico Berzelius, exclamaba en su última hora: “No os
maraville mi llanto ni me juzguéis débil ni creáis que me asuste la muerte.
Estoy dispuesto a todo, pero me aflijo al despedirme
de la ciencia”.
Verdaderamente debe apenar a cuantos como Berzelius estudian con ahinco la naturaleza, verse sorprendidos por la muerte cuando están engolfados en la ideación de un nuevo sistema o a punto de esclarecer algún misterio que durante siglos burló las investigaciones de los sabios.
Echad una mirada al mundo científico de hoy día y veréis cómo los partidarios de la teoría atómica remiendan las andrajosas vestimentas que delatan los defectos de su respectiva especialidad. Vedles restaurar los pedestales sobre que han de alzarse nuevamente los ídolos derribados antes de que dalton exhumase de la tumba de Demócrito esta revolucionaria teoría. Echan las redes en el mar de la ciencia materialista con riesgo de que algún pavoroso problema rompa las mallas, pues son sus aguas, como las del Mar Muerto, de sabor acre y tan densas que apenas les consienten la inmersión y mucho menos el sondeo, porque ni en fondo ni en orillas hay respiradero de vida. Es una soledad tétrica, repulsiva y árida que nada produce digno de estima.
Hubo época en que los científicos de las academias se burlaban regocijadamente de algunos prodigios de la naturaleza que los antiguos aseguraron haber observado por sí mismos. La cultura de nuestro siglo les tenía por necios si no les acusaba de embusteros, porque dijeron que había cierta especie de caballos con patas parecidas a los pies del hombre. Sin embargo, estas especies a que se refieren los autores antiguos, no son ni más ni menos que el protohippus, el orohippus y el equus pedactyl, cuyas analogías anatómicas con el hombre ha descrito sabiamente Huxley en nuestros días. La fábula se ha convertido en historia y la ficción en realidad. Los escépticos del siglo XIX no tienen más remedio que confirmar las supersticiones de la escuela platónica.
Otro ejemplo de estas tardías corroboraciones tenemos en la imputación de embusteros hecha durante largo tiempo a los autores antiguos que dieron por cierta la existencia de un pueblo de pigmeos en el interior de África, a pesar de lo cual se ha visto confirmada en nuestros días esta aseveración por los viajeros y exploradores del continente negro.
De lunático tacharon a Herodoto por decir que había oído hablar de unas gentes que dormían durante toda una noche de seis meses. Plinio relata en sus obras multitud de hechos que hasta hace poco tiempo se tuvieron por ficciones. Entre otros casos igualmente curiosos, cita el de una especie de roedores en que el macho amamanta a los pequeñuelos. De esta referencia hicieron no poca chacota los científicos; y sin embargo, Merriam describe por vez primera una rarísima y admirable especie de conejo (Lepus bairdi) que habita en los bosques cercanos a las fuentes de los ríos Wind y Yellowstone, en Wyoming. Los cinco ejemplares presentados por Merriam ofrecían la particularidad de que las mamas de los machos tenían igual actividad glandular que las de las hembras, de modo que alternadamente con la madre amamantaba el padre a las crías. Uno de los machos cazados por Merriam tenía húmedos y pegajosos los pelos próximos al pezón, como indicio de que acababa de amamantar al hijuelo.
INVENTOS ANTIGUOS
El periplo de Hanón describe
circunstanciadamente un pueblo salvaje de cuerpos muy pilosos que los
intérpretes llamaban gorillae y Hanón
denomina textualmente: ... ..., dando con ello a entender que eran los monos
gorilas cuya autenticidad no reconoció la ciencia hasta estos últimos tiempos,
pues todos los naturalistas tuvieron el relato por fabuloso y aun hubo quienes,
como Dodwell, negaron la autenticidad del texto de Hanón.
La famosa Atlántida de Platón es una “noble mentira” a juicio de su moderno traductor y comentador Jowett, no obstante que el insigne filósofo alude en el Timeo a la tradición subsistente en la isla de Poseidonis, cuyos habitantes habían oído hablar a sus antepasados de otra isla de prodigioso tamaño llamada Atlántida.
De
entre el vulgo de las gentes sumidas en la ignorancia medioeval sobresalieron
tan sólo unos cuantos estudiantes a quienes la antigua filosofía hermética
permitió columbrar descubrimientos cuya gloria se atribuye nuestra época,
mientras que los científicos de entonces, los antecesores de cuantos hoy
ofician de pontifical en el templo de Santa
Molécula, creían ver la pezuña de Satanás en los más sencillos fenómenos de
la naturaleza.
Dice Wilder que el franciscano Rogerio Bacon dedica la primera parte de su obra: Admirable poder del arte y de la naturaleza al estudio de los fenómenos naturales e insinúa el uso de la pólvora como explosivo y el empleo del vapor de agua como fuerza motora, además de pergeñar la prensa hidráulica, la campana de buzos y el calidoscopio.
También hablaron los antiguos de aguas convertidas en sangre y de lluvias y nieves sanguinolentas formadas por corpúsculos carmesíes que, según la moderna observación, son fenómenos naturales que han ocurrido en toda época, pero cuya causa no se conoce todavía. Cuando en 1825 tomaron las aguas del lago Morat consistencia y color de sangre, uno de los más conspicuos botánicos de este siglo, el ilustre De Candolle atribuyó el fenómeno a la propagación por miríadas del infusorio Oscellatoria rubescens, cuyo organismo es como el anillo de tránsito de reino vegetal al reino animal .
Muchos naturalistas han tratado de estos fenómenos y cada cual les da causa distinta, pues unos los atribuyen al poder de cierta especie de coníferas y otros a nubes de infusorios, sin faltar quien, como Agardt, confiese francamente su ignorancia sobre el particular.
Si el unánime testimonio del género humano es prueba de verdad, no puede aducirla mayor la magia en que durante miles de generaciones creyeron todos los pueblos así cultos como salvajes. La magia es para el ignorante una contravención de las leyes naturales; y si deplorable es tal ignorancia en las gentes incultas de toda época, lo es más todavía en las actuales naciones que de tan fervorosas cristianas y de tan exquisitamente cultas se precian. Los misterios de la religión cristiana no son ni más ni menos incomprensibles que los milagros bíblicos, y únicamente la magia en la verdadera acepción de la palabra nos da la clave de los prodigios operados por Moisés y Aarón en presencia y en oposición a los que operaban los magos de la corte faraónica, sin que la virtud de estos fuese intrínsecamente distinta de la de aquéllos ni que en caso alguno hubiera milagrosa contravención de las leyes de la naturaleza. Entre los muchos fenómenos mágicos que relata el Éxodo, de cuya veracidad no cabe dudar, analizaremos el de la conversión del agua en sangre, según expresa el texto:
Toma tu vara y extiende tu mano sobre las aguas de
Egipto... para que se conviertan en sangre.
AGUAS DE
SANGRE
Repetidas veces hemos presenciado la
operación de este fenómeno, aunque no con la amplitud propia de aguas
fluviales. Desde Van Helmont que ya en el siglo XVII conocía el secreto de
producir anguilas, ranas e infusorios de varias clases, de que tanto se
burlaron sus contemporáneos, hasta los modernos campeones de la generación
espontánea, todos admitieron la posibilidad de vivificar gérmenes de vida sin
milagro alguno contra la ley natural. Los experimentos de Spallanzani y Pasteur
y la controversia entre los panespermistas y los heterogenésicos, discípulos
estos de Buffon, entre ellos Needham, no dejan duda de que hay gérmenes
vivificables en determinadas circunstancias de aireación, luz, calor y humedad.
Los anales de la Academia de Ciencias de París mencionan diversos casos de
lluvias y nieves rojosanguíneas, a cuyas gotas y copos llamaron lepra vestuum y estaban formadas por
infusorios. Este fenómeno se observó por primera vez en los años 786 y 959, en
que tuvo caracteres de plaga. No se ha podido averiguar todavía si los
corpúsculos rojos son de naturaleza vegetal o animal, pero ningún químico
moderno negará de seguro la posibilidad de avivarlos con increíble rapidez en
apropiadas circunstancias.
Por lo tanto, si la química cuenta hoy por una parte con medios para eterilizar el aire y por otra para avivar los gérmenes que en él flotan, lógico es suponer que lo mismo pudiesen hacer los magos con sus llamados encantamientos. Es mucho más racional creer que Moisés, iniciado en los misterios egipcios, según nos dice Manethon, operara fenómenos extraordinarios pero naturales, en virtud de la ciencia aprendida en el país de la chemia, que atribuir a Dios la violación de las leyes reguladoras del universo.
Por lo tanto, si la química cuenta hoy por una parte con medios para eterilizar el aire y por otra para avivar los gérmenes que en él flotan, lógico es suponer que lo mismo pudiesen hacer los magos con sus llamados encantamientos. Es mucho más racional creer que Moisés, iniciado en los misterios egipcios, según nos dice Manethon, operara fenómenos extraordinarios pero naturales, en virtud de la ciencia aprendida en el país de la chemia, que atribuir a Dios la violación de las leyes reguladoras del universo.
Por nuestra parte, repetimos que hemos visto operar a varios adeptos orientales la sanguificación del agua, de dos maneras distintas. En un caso, el experimentador se valía de una varilla intensamente magnetizada que sumergía en una vasija metálica llena de agua, siguiendo un procedimiento secreto cuya revelación nos está vedada. Al cabo de unas diez horas, se formó en la superficie del agua una especie de espuma rojiza, que dos horas después se convirtió en un liquen parecido al Lepraria kermasina de Wrangel, y luego en una gelatina, roja como sangre, que veinticuatro horas más tarde quedó saturada de infusorios.
En el segundo caso, el experimentador esparció abundantemente por la superficie de un arroyo de corriente mansa y fondo cenagoso, el polvo de una planta secada primero al sol y después molida. Aunque al parecer la corriente arrastró este polvo vegetal, parte del mismo quedaría sin duda depositado en el fondo, porque a la mañana siguiente apareció el agua cubierta de infinidad de infusorios (*Oscellatoria rubescens *) que, en opinión de De Candolle, es el anillo de tránsito entre la forma vegetal y la animal.
Esto supuesto, no hay razón para negar a los químicos y físicos de la época mosaica, el conocimiento y la facultad de vivificar en pocas horas miríadas de esos gérmenes que esporádicamente flotan en el aire, en el agua y en los tejidos orgánicos. La vara en manos de Moisés y Aarón tenía tanta virtud como en la de los medioevales magos cabalistas a quienes se vitupera hoy de locos, supersticiosos y charlatanes. La vara o tridente cabalístico de Paracelso y las famosas varas mágicas de Alberto el Magno, Rogerio Bacon y Enrique Kunrath, no merecen mayor ridículo que la vaarilla graduadora de los modernos electroterapas. Cuanto necios y sabios del pasado siglo diputaron por imposible y absurdo, va tomando en nuestros tiempos visos de posibilidad y aun en algunos casos de innegable evidencia.
REGLA DE
CRITERIO
Eusebio nos ha conservado un
fragmento de la Carta a Anebo, de
Porfirio, en que éste llama a Cheremón “hierogramático” para demostrar que las
operaciones mágicas cuyos adeptos eran capaces de “infundir pavor en los dioses”
estaban patrocinadas por los sabios egipcios . Ahora bien, según la regla
de comprobación histórica expuesta por Huxley en su discurso de Nashville,
inferimos de todo ello dos incontrovertibles conclusiones:
1.ª Que Porfirio era incapaz de mentir, pues gozaba fama de hombre veracísimo y honrado;
2.ª Que su erudición en todas las ramas del humano saber, le ponía a salvo de todo engaño y más particularmente en lo relativo a las artes mágicas. Por lo tanto, la misma regla de criterio de Huxley nos induce a creer en la realidad de las artes mágicas que profesaron los magos y sacerdotes egipcios.
1.ª Que Porfirio era incapaz de mentir, pues gozaba fama de hombre veracísimo y honrado;
2.ª Que su erudición en todas las ramas del humano saber, le ponía a salvo de todo engaño y más particularmente en lo relativo a las artes mágicas. Por lo tanto, la misma regla de criterio de Huxley nos induce a creer en la realidad de las artes mágicas que profesaron los magos y sacerdotes egipcios.
BLAVATSKY
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