domingo, 16 de agosto de 2015

Las siete almas de los egiptòlogos


            Si se vuelve uno a esos pozos de información, The Natural Genesis y las Lectures de Mr. Gerald Massey, las pruebas de la antigüedad de la doctrina que analizamos se hacen abrumadoras. Que la creencia del autor difiera de la nuestra no quita validez a los hechos. Él considera el símbolo desde un punto de vista puramente natural, quizás un poco materialista, por ser un ardiente Evolucionista y partidario de los dogmas modernos darwinistas. Por eso declara él que:

            El estudiante de los libros de Boheme encuentra en ellos mucho que se refiere a los Siete “Espíritus Fuentes”, y poderes primarios, considerados como siete propiedades de la Naturaleza en la fase alquimista y astrológica de los misterios medievales...
            

Los partidarios de Boheme consideran este punto como revelación divina de su inspirada videncia. No saben nada del génesis natural, de la historia y persistencia de la “Sabiduría”  del pasado (o de los eslabones perdidos), y no pueden reconocer los rasgos físicos de los “Siete Espíritus” antiguos bajo su máscara moderna metafísica o alquimista. Un segundo eslabón entre la teosofía de Boheme y los orígenes físicos del pensamiento egipcio existe en los fragmentos de Hermes Trismegistus. No importa que estas enseñanzas se llamen Iluministas, Kabalistas, Buddhistas, Gnósticas, Masónicas o Cristianas; los tipos elementales sólo pueden ser verdaderamente conocidos en sus comienzos. Cuando los profetas o expositores visionarios de la región nebulosa se nos presentan pretendiendo inspiración original, y decir algo nuevo, juzgamos su valor por lo que ello es en sí. 

Pero si vemos que nos traen la cuestión antigua que ellos no pueden explicar, pero que nosotros sí nos explicamos, es natural que la juzguemos por su primitiva significación más bien que por las últimas pretensiones. Es inútil que leamos nuestro pensamiento ulterior en los primeros tipos de expresión, y digamos luego que los antiguos querían decir esto. Las interpretaciones sutilizadas que se han convertido en doctrinas y dogmas en teosofía, tienen ahora que ser puestas a prueba por su génesis en los fenómenos físicos, a fin de que podamos poner de manifiesto sus falsas pretensiones a un origen o conocimientos sobrenaturales.  

            Pero el capaz autor de The Book of the Beginnings y The Natural Genesis hace -muy afortunadamente para nosotros- precisamente lo contrario. Él demuestra del modo más triunfante nuestras enseñanzas esotéricas (buddhistas), mostrándolas idénticas a las de Egipto. Que el lector juzgue por su sabia conferencia sobre “Las Siete Almas del Hombre”. Dice el autor:

            La primera forma del Siete místico se veía figurada en el cielo por las siete grandes estrellas de la Osa Mayor, la constelación asignada por los egipcios a la Madre del Tiempo, y de los siete Poderes Elementales .

            Eso mismo; como los hindúes colocan sus siete Rishis primitivos en la Osa Mayor, y llaman a esta constelación la mansión de los Saptarshi, Riksha y Chitrashikhandinas. Y sus Adeptos pretenden conocer si sólo se trata de un mito astronómico o de un misterio primordial, con un significado más profundo que el que presenta a la superficie. También se nos dice que:

            Los egipcios dividían la faz del cielo, por la noche, en siete partes. El cielo primitivo era séptuple.

            Lo mismo ocurría entre los arios. No hay más que leer los Purânas acerca de los comienzos de Brahmâ y su Huevo, para ver esto ¿Han tomado, pues, los arios la idea de los egipcios? Pero, según sigue diciendo el conferenciante:

            Las  primeras fuerzas reconocidas de la naturaleza se estimaron en número de siete. Éstas se convirtieron en Siete Elementales, demonios (?), o divinidades ulteriores. Se asignaron siete propiedades a la naturaleza -como materia, cohesión, fluxión, coagulación, acumulación, estación y división- y siete elementos o almas al hombre.

            Todo esto se enseñaba en la Doctrina Esotérica, pero se interpretaba, y sus misterios se revelaban, como antes se ha dicho, con siete claves, no con dos, ni a lo más con tres; de aquí que las causas y sus efectos obraban en la Naturaleza invisible o mística lo mismo que en la psíquica, y se aplicaban a la Metafísica y la Psicología, así como a la Fisiología. Según dice el autor:

             Se introdujo un sistema de sietes, por decirlo así, y el número siete suplía a un módulo sagrado que podía usarse para múltiples objetos.

            Y así se usaba. Pues:

            Las siete almas del Faraón se mencionan a menudo en los textos egipcios... Siete almas o principios fueron identificados en el hombre por nuestros Druidas británicos ... Los Rabinos también hacían subir el número de almas a siete; lo mismo hacen los Karens de la India.
 Y luego el autor, con algunos errores en los nombres, forma una tabla de ambas enseñanzas (la esotérica y la egipcia), y muestra que la última tenía la misma serie y en el mismo orden. (presione la imagen para observa con mas detalle)

             


            Más adelante, el conferenciante formula estas siete Almas (egipcias), así: (1.)  El Alma de la Sangre - la formativa; (2.) El alma del Aliento - lo que respira; (3.) La Sombra o Cubierta del Alma - lo que envuelve; (4.) El Alma de la Percepción - lo que percibe; (5.) El Alma de la Pubescencia - lo que procrea; (6.) El alma Intelectual - la que reproduce intelectualmente; y (7.) El Alma Espiritual - lo que se perpetúa permanentemente.
            Desde el punto de vista exotérico y fisiológico, esto puede se muy exacto; pero desde el esotérico no lo es tanto. El sostener esto no significa en modo alguno que los “Buddhistas Esotéricos” resuelvan a los hombres en cierto número de espíritus elementales, como Mr. G. Massey, en la misma conferencia, les acusa de sostener. Ningún “Buddhista Esotérico” se ha hecho jamás culpable de semejante absurdo. Ni tampoco se ha imaginado nunca que estas sombras “se conviertan en seres espirituales en otro mundo” o en “siete espíritus o elementarios potenciales en otra vida”. Lo que se sostiene es sencillamente que cada vez que el Ego inmortal encarna se convierte, como un todo, en una unidad compuesta de Materia y Espíritu, los cuales actúan juntos en siete planos distintos de ser y de conciencia. En otra parte, Mr. Gerald Massey añade:

            Las siete almas (nuestros “principios”)... se mencionan muchas veces en los textos egipcios. El dios lunar Taht-Esmun, o el ulterior dios solar, expresaba los siete poderes de la naturaleza que eran anteriores a él, y estaban resumidos en él como sus siete almas (nosotros decimos “principios”)... Las siete estrellas en la mano del Cristo, en el Apocalipsis, tienen la misma significación.

            Y aun una mayor, pues estas estrellas representan también, kabalísticamente, las siete llaves de las Siete Iglesias, o los MISTERIOS SODALIANOS. Sin embargo, no nos detendremos a discutir; pero añadiremos que otros egiptólogos han descubierto también que la constitución septenaria del hombre era una  doctrina cardinal para los antiguos egipcios. En una serie de artículos notables en el Sphinx, de Munich, Herr Franz Lambert presenta pruebas incontrovertibles de sus conclusiones sobre el Libro de los Muertos y otros anales egipcios. Para detalles enviamos al lector a los artículos mismos; pero el siguiente diagrama, que resume las conclusiones del autor, es una evidencia demostrativa de la identidad de la Psicología egipcia con la división septenaria del Buddhismo Esotérico.
Al lado izquierdo están colocados los nombres kabalísticos de los correspondientes principios humanos, y al derecho los nombres jeroglíficos con sus traducciones, como en el diagrama de Franz Lambert.

         


            Ésta es una buena representación del número de los “principios” del Ocultismo, aunque muy embrollada; y esto es lo que nosotros llamamos los siete “principios” del hombre, y lo que Mr. Massey llama las “almas”, dando el mismo nombre al Ego o Mónada que reencarna y “resucita”, por decirlo así, en cada renacimiento, que el de los egipcios, a saber: el “Renovado”. Pero ¿cómo puede Ruach (el Espíritu) alojarse en el Kâma Rûpa? ¿Qué dice Boheme, el príncipe de todos los videntes medievales?

            Encontramos siete propiedades especiales en la naturaleza, por cuyo medio esta única Madre ejecuta todas las cosas (las cuales él llama fuego, luz, sonido (las tres superiores) y deseo, amargura, angustia y substanciabilidad, analizando así las inferiores en su propio sentido místico). Lo que las seis formas son espiritualmente, la séptima (el cuerpo o substanciabilidad) lo es esencialmente. Éstas son las siete formas de la Madre de todos los Seres, de donde se genera todo lo que existe en este mundo.

            Y además:

            El creador se ha generado a sí mismo, en el cuerpo de este mundo,  criaturamente, por decirlo así, en sus Espíritus calificadores o Fundamentales; y todas las estrellas son... poderes de Dios y todo el cuerpo del mundo se compone de siete espíritus calificadores o fundamentales.

            Esto es verter al lenguaje místico nuestra doctrina teosófica. Pero, no podemos estar de acuerdo con Mr. Gerald Massey cuando dice que:

             Las siete Razas de Hombres que han sido sublimadas y hechas Planetarias (?) por el Buddhismo Esotérico, pueden encontrarse en el Bundahismo como: (1.), los hombres terrestres; (2.), los hombres acuáticos; (3.), los hombres con oídos en el pecho; (4.), los hombres con ojos en el pecho; (5.), los hombres de una pierna;  (6.), los hombres con alas de murciélago; (7.), los hombres con colas.

            Cada una de estas descripciones, aunque alegóricas y hasta pervertidas en su última forma, es, sin embargo, un eco de la enseñanza de la Doctrina Secreta. Todas se refieren a la evolución prehumana de los “Hombres acuáticos terribles y malos”, por la Naturaleza sin ayuda, durante millones de años, como ya se ha  descrito. Pero negamos rotundamente la afirmación de que “éstas no fueran nunca razas reales” , y señalamos las Estancias Arcaicas como contestación. Es fácil inferir y decir que nuestros “instructores han confundido estas sombras del Pasado, con cosas humanas y espirituales”;  pero que “no son ni lo uno ni lo otro, y que nunca lo fueron”, es menos fácil de probar. Este aserto debe hacer pareja con la pretensión darwinista de que el hombre y el mono tuvieron un antecesor pitecoide común. Lo que el conferenciante toma por “un modo de expresión” y nada más, en el Ritual egipcio, lo tomamos nosotros como teniendo otro significado muy distinto e importante. He aquí un ejemplo. Dice el Ritual, el Libro de los Muertos:

            “Yo soy el ratón”. “Yo soy el halcón”. “Yo soy el mono...” “Soy el cocodrilo cuya lama viene de los HOMBRES...” “Soy el alma de los dioses”.

            La penúltima frase la explica el conferenciante, que dice entre paréntesis, “esto es, como tipo de la inteligencia”, y la última como significando “el Horus, o Cristo, como la resultante de todo”.
           
La enseñanza Oculta contesta: Significa mucho más.
           
  En primer término corrobora ello la enseñanza de que, mientras que la Mónada humana ha pasado en el Globo A y demás, en la Primera Ronda, a través de todos los tres reinos -el mineral, el vegetal y el animal-, en esta nuestra Cuarta Ronda, todos los mamíferos han surgido del Hombre, si la criatura semietérea, multiforme, que encerraba la Mónada humana, de las dos primeras Razas, puede ser considerada como Hombre. Pero tiene que llamársele así; pues en el lenguaje esotérico no es la forma de carne, sangre y huesos que ahora se llama hombre, el HOMBRE verdadero, sino la MÓNADA divina interna, con sus múltiples principios o aspectos.
           
  La conferencia mencionada, sin embargo, aunque se opone mucho al Buddhismo Esotérico y sus enseñanzas, es una elocuente contestación a aquellos que han tratado de presentar el todo como una doctrina de nuevo cuño. Y de estos hay muchos en Europa, en América y hasta en la India. Sin embargo, entre el Esoterismo de los antiguos Arhats y el que ha sobrevivido hasta ahora en la India entre los pocos brahmanes que han estudiado seriamente su Filosofía Oculta, la diferencia no parece tan grande. Parece ella concentrada y limitada en la cuestión del orden de la evolución de los principios, cósmico y otros, más que ninguna otra cosa. En todo caso, no es una divergencia mayor que la eterna cuestión del dogma filioque, que desde el siglo VIII ha separado el Catolicismo Romano de la Iglesia Griega Oriental más antigua. Empero, cualesquiera que sean las diferencias de forma en que se presente el dogma septenario, la substancia está allí; y su presencia e importancia en el sistema brahmánico puede juzgarse por lo que dice uno de los sabios metafísicos y eruditos vedantinos de la India:
           
  La clasificación séptuple verdaderamente esotérica, es una de las clasificaciones más importantes, si no la más importante, que ha recibido su ordenación de la constitución misteriosa de este tipo eterno. Relacionado con esto puedo también decir que la clasificación cuádruple pretende el mismo origen. La luz de la  vida, por decirlo así, parece estar refractada por el prisma de tres caras de Prakriti, teniendo los tres Gunams por sus tres caras, y dividida en siete rayos, que en el curso del tiempo desenvuelven los siete principios de esta clasificación. El progreso del desenvolvimiento presenta algunos puntos de semejanza con el desarrollo gradual de los rayos del espectro. 

Al paso que la clasificación cuádruple es ampliamente suficiente para todo objeto práctico, esta verdadera clasificación séptuple es de gran importancia teórica  científica. Es necesario adoptarla para explicar cierta clase de fenómenos observados por los ocultistas, y es quizás más a propósito para ser la base de un sistema perfecto de psicología. No es ella propiedad peculiar de la “Doctrina Esotérica transhimaláyica”. En efecto, tiene mayor relación con el Logos brahmánico que con el Logos buddhista. A fin de aclarar el sentido de lo que expongo, puedo decir aquí que el Logos tiene siete formas. En otras palabras, hay siete clases de Logos en el Cosmos. Cada uno de estos se ha convertido en la figura central de una de las siete ramas principales de la antigua Religión de la Sabiduría. Esta clasificación es la clasificación séptuple que hemos adoptado. Hago este aserto sin el menor temor a la contradicción. La clasificación real tiene todos los requisitos de una clasificación científica. Tiene ella siete principios distintos, que corresponden a siete estados distintos de Prajnâ o conciencia. Echa ella un puente entre lo objetivo y lo subjetivo, e indica el circuito misterioso por el que pasa la ideación. Los siete principios están aliados a siete estados de materia, y a siete modos de fuerza. Estos principios están armoniosamente ordenados entre dos polos, los cuales definen los límites de la conciencia humana.

            Lo anterior es perfectamente exacto, excepto quizás en un punto. La “clasificación septenaria” en el sistema Esotérico, no se ha pretendido nunca (al menos que la escritora sepa) por ninguno de los que a él pertenecen que sea “propiedad peculiar de la “Doctrina Esotérica transhimaláyica”, sino sólo que ha sobrevivido en aquella antigua Escuela únicamente. 

No es propiedad de la Doctrina transhimaláyica, lo mismo que no lo es de la cishimaláyica, sino que es simplemente la herencia común de todas estas escuelas dejadas a los Sabios de la Quinta Raza-Raíz por los grandes Siddhas de la Cuarta. Recordemos que los Atlantes se convirtieron en los terribles hechiceros, ahora célebres en tantos de los manuscritos más antiguos de la India, sólo cuando estaban próximos a su “Caída”, en que acaeció la sumersión de su Continente. Lo que se pretende es sencillamente que la Sabiduría comunicada por “Los Divinos” -nacidos por los poderes de Kriyâshakti de la Tercera Raza, antes de su caída y separación de sexos- a los Adeptos del principio de la Cuarta Raza, ha permanecido en toda su prístina pureza en cierta Fraternidad. 

Estando la mencionada Escuela o Fraternidad estrechamente relacionada con cierta isla de un mar interior -en que creen tanto los indos como los buddhistas, pero llamada “mítica” por geógrafos y orientalistas- cuanto menos se hable de ello más prudente será. Tampoco puede aceptarse la mencionada “clasificación séptuple” como teniendo “una relación mas estrecha con el Logos brahmánico que con el buddhista”, puesto que ambos son idénticos, ya se llame el Logos Îshvara o Avalokiteshvara, Brahmâ o Padmapâni. Éstas son, sin embargo, diferencias muy pequeñas, más imaginarias que reales, después de todo. El brahmanismo y el buddhismo, considerados en sus aspectos ortodoxos, son tan opuestos e irreconciliables como el agua y el aceite. Cada una de estas dos grandes corporaciones, sin embargo, tiene un sitio vulnerable en su constitución. 

Al paso que, hasta en su interpretación esotérica, ambos concuerdan sólo para ponerse en desacuerdo; una vez confrontados sus respectivos puntos vulnerables, todo desacuerdo tiene que desaparecer, pues ambos se encontrarán en terreno común. El “talón de Aquiles” del brahmanismo ortodoxo es la filosofía Advaita, cuyos partidarios son llamados por los piadosos, “buddhistas disfrazados”; así como el del buddhismo ortodoxo es el Misticismo del Norte, según lo representan los discípulos de las filosofías de la Escuela Yogâchârya de Âryânsga y la Mahâyâna, los cuales son tildados a su vez por sus correligionarios, de “Vedantinos disfrazados”. La filosofía Esotérica de ambos sólo puede ser una misma,  si se analiza y compara atentamente, puesto que Gautama Buddha y Shankarâchârya están estrechamente relacionados, si ha de creerse la tradición y ciertas Enseñanzas Esotéricas. Así, pues, se verá que todas las diferencias entre las dos son de forma, más bien que de substancia.
           
  En el Ânugîta puede verse un discurso de los más místicos, lleno de simbología septenaria. Allí el brahman relata la dicha de haber pasado más allá de las regiones de la ilusión:

            En la cual las fantasías son los tábanos y mosquitos, en donde el pesar y la alegría son frío y calor, en la cual el engaño es la oscuridad que ciega, en la cual la avaricia son las fieras y reptiles, en donde el deseo y la cólera son los obstáculos.

            El Sabio describe la entrada en el bosque y la salida del mismo -un símbolo del tiempo de vida del hombre- y también ese bosque mismo.

            En ese bosque hay siete grandes árboles (los sentidos incluyendo la mente y el entendimiento, o Manas y Buddhi), siete frutos y siete huéspedes; siete ermitas, siete (formas de) concentración y siete (formas de) iniciación. Esa es la descripción del bosque. Ese bosque está lleno de árboles que producen espléndidas flores y frutos de cinco colores.

       Los sentidos, dice el comentador:

            Son llamados árboles, como productores de los frutos... placeres y dolores...; los huéspedes son los poderes de cada sentido personificado - ellos reciben los frutos referidos; las ermitas son los árboles... bajo los cuales se cobijan los huéspedes; las siete formas de concentración son el apartamiento del yo de las siete funciones de los siete sentidos, etc., que ya se han mencionado; las siete formas de iniciación se refieren a la iniciación en la vida superior, repudiando como no propias de uno las acciones de cada miembro del grupo de siete.

        La explicación, si bien no es satisfactoria, es inocente. El brahman , continuando su descripción, dice:

            Ese bosque está lleno de árboles que producen flores y frutos de cuatro colores. Ese bosque está lleno de árboles que producen flores y frutos de tres colores, y mezclados. Ese bosque está lleno de árboles que producen flores y frutos de dos colores y de hermosos matices. Ese bosque está lleno de árboles que producen flores y frutos de un color, y fragantes. Ese bosque está lleno (en lugar de con siete) con dos grandes árboles que producen numerosas flores y  frutos de colores indistinguibles (la mente y el entendimiento - los dos sentidos superior es; o teosóficamente, Manas y Buddhi). Hay aquí un fuego (el Yo) relacionado con Brahman, y que posee una buena mente (o verdadero conocimiento, según Arjuna Mishra. Y allí hay combustible (a saber) los cinco sentidos (o pasiones humanas). Las siete (formas de) emancipación de ellas son las siete (formas de) iniciación. Las cualidades son los frutos... Allí... los grandes sabios reciben hospitalidad. Y cuando han sido adorados y han desaparecido, brilla otro bosque en el cual la inteligencia es el árbol y la emancipación el fruto, y el cual posee sombre (en la forma de) tranquilidad, la cual depende del conocimiento, que tiene la satisfacción como su agua, y que tiene el Kshetrajna dentro como sol.        

            Ahora bien; todo lo anterior es muy claro, y ningún teósofo, aun entre los menos instruidos, puede dejar de comprender la alegoría. Y, sin embargo, vemos a grandes orientalistas haciendo un perfecto enredo de ello en sus interpretaciones. Los “grandes sabios” que “reciben hospitalidad” los explican como significando los sentidos, “los cuales, habiendo funcionado sin estar relacionados con el yo, son finalmente absorbidos en él”. Pero lo que no se llega a comprender es cómo los sentidos, “sin estar relacionados”, con el “Yo Supremo”, pueden ser “absorbidos en él”. Se creería, por el contrario, que precisamente porque los sentidos personales gravitan y se esfuerzan para relacionar con el Yo impersonal, este último, que es FUEGO, quema los cinco inferiores y purifica por tanto los dos superiores, “mente y entendimiento”, o los aspectos superiores de Manas  y Buddhi. Esto resulta evidente del texto. Los “grandes sabios” desaparecen después de haber “sido adorados”. Adorados ¿por quién, si (los supuestos sentidos) “no están relacionados con el yo?” Por la MENTE, por supuesto; por Manas (en este caso sumergido en el sexto sentido), el cual no es ni puede ser el Brahman, el Yo, o Kshetrajna - el Sol Espiritual del Alma

A su vez debe ser absorbido el Manas mismo, en este último. “Grandes sabios” han sido adorados, dándosele hospitalidad a su sabiduría terrestre; pero una vez que “otro bosque brilla” sobre ello entonces es la Inteligencia (Buddhi, el séptimo sentido, pero sexto principio) la que se transforma en el Árbol -el Árbol cuyo fruto es la emancipación- que destruye finalmente las raíces mismas del árbol Ashvattha, símbolo de la vida y de sus goces y placeres ilusorios. Y por lo tanto, los que alcanzan ese estado de emancipación no tienen, según las palabras del Sabio antes citado, “miedo alguno después”. En este estado “no puede percibirse el fin, porque se extiende por todos lados”.
            
“Allí moran siempre siete hembras”, sigue diciendo, continuando la imagen. estas hembras que, según Arjuna Mishra, son Mahat, Ahamkâra y cinco Tanmâtras - tienen siempre sus caras vueltas hacia abajo, porque son obstáculos en el camino de la ascensión espiritual.

            En ese mismo (Brahman, el YO) moran los siete sabios perfectos, juntamente con sus jefes... y de nuevo surgen del mismo. Gloria, brillo y grandeza, iluminación, victoria, perfección y poder - estos siete rayos siguen a este mismo sol (Kshetrajna, el Yo Supremo)... Aquellos cuyos deseos están reducidos (los no egoístas);... cuyos pecados (pasiones) son consumidos por la penitencia, sumergiendo el yo en el Yo , se dedican a Brahman. Las gentes que comprenden el bosque del conocimiento (Brahman, o el YO), alaban la tranquilidad. Y aspirando a este bosque vuelven a (re)nacer para no perder ánimo. Tal es, verdaderamente, este santo bosque... Y comprendiéndolo, ellos (los sabios) obran (con arreglo a ello), siendo dirigidos por el Kshetrajna .

            Ningún traductor, entre los orientalistas occidentales, ha percibido aún en la anterior alegoría nada más elevado que misterios relacionados con el ritualismo de los sacrificios, penitencias, o ceremonias ascéticas, y Hatha Yoga. Pero el que comprende las imágenes simbólicas, y oye la voz del YO DENTRO DEL YO, verá en esto algo muy superior al mero ritualismo, por mucho que pueda errar en los detalles menores de la Filosofía.
            Y  en este punto se nos permitirá una última observación. Ningún verdadero teósofo, desde el más ignorante hasta el más instruido, debe pretender la infalibilidad en lo que pueda decir o escribir sobre materias Ocultas. Es punto capital admitir que en muchos conceptos, al clasificar los principios cósmicos o humanos, además de errores en el orden de la evolución, y especialmente en cuestiones metafísicas, aquellos de entre nosotros que pretenden enseñar a otros más ignorantes, pueden todos equivocarse. de modo que se han cometido errores en Isis sin Velo, en Budhismo Esotérico, en El Hombre, en Magia Blanca y Negra, etc.; y más de un error se encontrará probablemente en esta obra. Esto no puede evitarse. Para que una obra extensa, y hasta una pequeña, sobre semejantes abstrusos asuntos, esté por completo exenta de todo error y equivocación, tendría que ser escrita desde la primera a la última página por un gran Adepto, si no por un Avatâra. Sólo entonces podríamos decir: “¡Ésta es verdaderamente una obra sin pecado ni tacha alguna!” 

Pero mientras el artista sea imperfecto, ¿cómo puede ser perfecta su obra? “La investigación de la verdad no tiene fin”. Amémosla y aspiremos a ella por sí misma, y no por la gloria o beneficio que la revelación de una pequeñísima parte de ella pueda proporcionarnos. Pues, ¿quién de nosotros puede pretender que tiene toda la verdad en la punta de los dedos, ni aun siquiera por lo que respecta a una de las enseñanzas menores del Ocultismo?
           
  Nuestro principal objeto en la cuestión presente, por lo tanto, ha sido mostrar que la doctrina septenaria, o división de la constitución del hombre, era muy antigua, y no inventada por nosotros. Esto ha sido realizado con éxito, porque estamos apoyados en este punto, consciente e inconscientemente, por un crecido número de escritores antiguos, medievales y modernos. Lo que los primeros decían estaba bien dicho; lo que los últimos repitieron ha sido generalmente desfigurado. Un ejemplo: léanse los fragmentos de Pitágoras, y estúdiese el hombre septenario según lo expone el Reverendo G. Oliver, el sabio masón, en su Pythagorean Tringle, que dice lo que sigue:

            La Filosofía Teosófica... contaba siete propiedades (o principios) en el hombre, a saber:

            1. El hombre divino áureo.
            2. El cuerpo santo interno de fuego y luz, como plata pura.
            3. El hombre elemental.
            4. El hombre mercurial... paradisíaco.
            5. El hombre como alma marcial.
            6. El venerino, ascendiendo al deseo externo.
            7. El hombre solar (testigo de) inspector de las maravillas de Dios (el Universo).
            Ellos tenían también siete espíritus o poderes fundamentales de la naturaleza.

            Compárese este embrollado relato y distribución de la Teosofía occidental con las últimas explicaciones teosóficas de la Escuela Oriental de Teosofía, y luego decídase cuál es la más exacta. Verdaderamente:

            La Sabiduría ha construido su casa, ella ha labrado sus siete columnas.

            En cuanto al cargo de que nuestra Escuela no ha adoptado la clasificación septenaria de los brahmanes, sino que la ha confundido, es por completo injusto. En primer término, la “Escuela” es una cosa, y sus intérpretes (para los europeos) completamente otra. Estos últimos tienen primeramente que aprender el abecé del Ocultismo Oriental práctico, antes de que puedan comprender correctamente la clasificación tremendamente abstrusa, basada en los siete distintos estados de Prajnâ o la Conciencia; y, sobre todo, penetrarse por completo de lo que es Prajnâ, en las metafísicas orientales. El dar a un estudiante occidental esa clasificación, es tratar de hacerle suponer que puede explicarse el origen de la conciencia explicándose el proceso por medio del cual vino a él cierto conocimiento, aunque sólo de uno de los estados de esa conciencia; en otras palabras: es hacerle explicar algo que conoce en este plano por algo que desconoce por completo en los otros planos; esto es, llevarlo de lo espiritual y psicológico, directamente a lo ontológico. Ésta es la razón por qué fue adoptada por los Teósofos la clasificación antigua, primitiva, de cuyas clasificaciones hay ciertamente muchas.
           
  El ocuparnos de dar una enumeración adicional de las fuentes teológicas, después de que se ha presentado al público una cantidad tan grande de testigos y de pruebas independientes, sería completamente inútil. Los siete pecados capitales y las siete virtudes del esquema cristiano son mucho menos filosóficos hasta que las siete ciencias liberales y las siete ciencias malditas - o las siete artes de encantamiento de los gnósticos. Pues una de estas últimas está ahora ante el público, preñada de peligros en el presente, así como para el futuro. Su nombre moderno es Hipnotismo; usado como lo están usando materialistas científicos e ignorantes, con la ignorancia general de los siete principios, pronto se convertirá en Satanismo en toda la acepción de la palabra.

H.P. Blavatsky  D.S T IV

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