lunes, 31 de agosto de 2015

Algunas declaraciones de los clásicos acerca de los continentes e islas sagradas, explicadas esotéricamente


            Todo lo que precede fue conocido por Platón y por muchos otros. Pero como ningún Iniciado podía decir todo lo que sabía, la posteridad sólo obtuvo alusiones. Siendo el objeto del filósofo griego instruir como moralista más que como geógrafo y etnólogo o historiador, resumió la historia de la Atlántida, que abarcaba varios millones de años, en un suceso que colocó en una isla comparativamente pequeña, de 3.000 estadios de largo por 2.000 de ancho (o próximamente 350 millas por 200, que es poco más o menos el tamaño de Irlanda); mientras que los sacerdotes hablaron de la Atlántida como de un continente tan vasto como “toda el Asia y la Libia” juntas . Pero el relato de Platón, aunque alterado en su aspecto general, tiene el sello de la verdad . 

No fue él quien lo inventó, en todo caso, pues Homero, que le precedió muchos siglos, habla también de los atlantes en su Odisea (nuestros atlantes), y de su isla. Por tanto, la tradición es más antigua que el bardo de Ulises. Los atlantes y las Atlántidas de la Mitología están basados en los atlantes y las Atlántidas de la Historia. Tanto Sanchoniathon como Diodoro han preservado las historias de aquellos héroes y heroínas, por mucho que se hayan mezclado sus relatos con el elemento mítico.
           
  En nuestros propios días observamos el hecho extraordinario de que la existencia de personajes relativamente tan recientes como Shakespeare y Guillermo Tell haya sido negada, habiéndose tratado de demostrar que uno era un nom de plume, y el otro una persona que nunca existió. No hay, pues, que admirarse de que las dos poderosas razas (los lemures y los atlantes) hayan sido resumidas e identificadas, en el tiempo, con unos pocos pueblos míticos que llevaron el mismo nombre de familia.
            
Herodoto habla de los atlantes, pueblo del África Occidental, que dieron su nombre al Monte Atlas; los cuales eran vegetarianos, y “cuyo sueño nunca era turbado por sueños”; y que, sin embargo,

            Maldecían diariamente al sol cuando salía y se ponía, porque su calor excesivo los abrasaba y atormentaba.

            Estas manifestaciones están basadas sobre hechos morales y psíquicos y no sobre disturbios fisiológicos. La historia de Atlas da la clave de esto. Si los atlantes no tenían nunca turbado su sueño por ensueños, es porque esa tradición particular se refiere a los atlantes primitivos, cuya constitución y cerebro físico no estaban aún lo suficientemente consolidados en el sentido fisiológico para permitir actuar a los centros nerviosos durante el sueño. Respecto de la otra declaración, de que “maldecían diariamente al sol”, esto tampoco tiene que ver con el calor, sino con la degeneración moral que  creció a la par que la Raza. Esto está explicado en nuestros Comentarios:
            
Ellos (la sexta subraza de los atlantes) usaban encantos mágicos hasta en contra del sol,
y al fracasar en su intento, le maldecían. Se atribuía a los brujos de Tesalia el poder de hacer descender a la Luna, según nos lo asegura la historia griega. Los atlantes de los últimos tiempos eran famosos por sus poderes mágicos y su perversidad, por su ambición y su desprecio de los dioses. De aquí las mismas tradiciones que tomaron forma en la Biblia, acerca de los gigantes antediluvianos y la Torre de Babel, y que se encuentran también en el Libro de Enoch.
            
Diodoro presenta uno o dos hechos más: los atlantes se alababan de poseer la tierra en que todos los Dioses habían nacido; así como también de haber tenido a Urano por primer Rey, el cual fue también el primero que les enseñó la Astronomía. Muy poco más de esto ha llegado a nosotros de la antigüedad.
            
El mito de Atlas es una alegoría fácil de comprender. Atlas es los antiguos Continentes de la Lemuria y la Atlántida, combinados y personificados en un símbolo. Los poetas atribuyen a Atlas, lo mismo que a Proteo, una sabiduría superior y un conocimiento universal, y especialmente un conocimiento completo de las profundidades del océano; pues en ambos Continentes hubo razas instruidas por Maestros divinos, y ambas fueron arrojadas al fondo de los mares, en donde ahora dormitan hasta su próxima reaparición sobre las aguas. Atlas es el hijo de una ninfa del océano, y su hija es Calipso, el “abismo acuoso”. 

La Atlántida fue sumergida bajo las aguas del océano y su progenie duerme ahora el eterno sueño en los lechos oceánicos. La Odisea hace de él el guardián y “sostenedor” de las enormes columnas que separan los Cielos de la Tierra. Él es su “soportador”. Y como tanto la Lemuria, destruida por fuegos submarinos, como la Atlántida, sumergida por las ondas, perecieron en los abismos  del océano, se dice que Atlas se vio obligado a dejar la superficie de la Tierra y reunirse a su hermano Iapetus en las profundidades del Tártaro. Sir Theodore Martin tiene razón al interpretar esta alegoría como significando:

            (Atlas) de pie en el suelo sólido del hemisferio inferior del universo, sosteniendo así al mismo tiempo el disco de la tierra y la bóveda celeste - la envoltura sólida del hemisferio superior.

            Porque Atlas es la Atlántida, que sostiene sobre sus “hombros” los nuevos continentes y sus horizontes.
            Decharme, en su Mythologie de la Grèce Antique, expresa duda sobre la exactitud de la traducción de Pierrón de la palabra homérica Exel por sustinet, pues no es posible comprender:

            Cómo Atlas puede sostener a la  vez diversas columnas situadas en varias localidades.

            Si Atlas fuera un individuo, la traducción sería torpe, pero como personifica un Continente en Occidente, que se dice sostiene la Tierra y el Cielo a la vez, esto es, los pies del gigante pisan la tierra, mientras que sus hombros sostienen la bóveda celeste -una alusión a los picos gigantescos de los Continentes Lemuro y Atlante-, el epíteto de “sostenedor” resulta muy exacto. El término conservador, por la palabra griega Exel, que Decharme, siguiendo a Sir Theodore Martin, entiende que no equivale al mismo sentido.
           
El concepto se debió seguramente a la gigantesca cordillera que corría a lo largo del borde o disco terrestre. Estas montañas hundían sus estribaciones en el fondo mismo de los mares, al paso que elevaban sus crestas hacia el cielo, perdiéndose su cima en las nubes. Los antiguos continentes tenían más montañas que valles. Atlas y el Pico de Tenerife, actualmente dos restos empequeñecidos de los dos perdidos Continentes, eran tres veces más elevados en tiempo de la Lemuria, y dos veces más altos en el de la Atlántida. Así, los libios llamaban al Monte Atlas la “Columna del Cielo”, según Herodoto , y Píndaro calificó al posterior Etna como “Columna Celeste”. Atlas era un pico inaccesible de una isla, en los días de la Lemuria, cuando el continente africano no se había aún levantado. Es la única reliquia Occidental que sobrevive, independiente, que pertenece al Continente en que la Tercera Raza nació, se desarrolló y cayó, pues Australia es ahora parte del Continente Oriental. 

El orgulloso Atlas, según la tradición Esotérica, habiéndose hundido una tercera parte en las aguas, las otras dos quedaron como herencia de la Atlántida.
           
  Esto era también conocido de los sacerdotes egipcios y del mismo Platón; impidiendo que fuese conocida toda la verdad el juramento solemne de guardar el secreto, que se extendió hasta a los misterios del Neoplatonismo. Tan secreto era el conocimiento de la última isla de la Atlántida, en verdad - a causa de los poderes sobrehumanos que poseían sus habitantes, los últimos descendientes directos de los Dioses o Reyes Divinos, según se creía - que el divulgar su situación y existencia era castigado con la muerte. Teopompos dice otro tanto en su siempre sospechada Meropis, cuando habla de los fenicios como los únicos navegantes de los mares que bañan la costa occidental del África; quienes se revestían de tal misterio, que muchas veces echaban a pique sus propios barcos para hacer perder todo rastro de ellos a los extranjeros demasiado curiosos.
            
Hay orientalistas e historiadores (y constituyen la mayoría) que, mientras permanecen impasibles ante el lenguaje más bien crudo de la Biblia y ante algunos de los sucesos que en ella se relatan, muestran gran disgusto ante la “inmoralidad” de los Panteones de la India y de Grecia. Se nos puede decir que antes que ellos, Eurípides, Píndaro y hasta el mismo Platón expresaron el mismo disgusto; que ellos también se sintieron irritados ante los cuentos que se inventaban - “esos cuentos miserables de los poetas”, según la frase de Eurípides.
            
Pero quizá hubiera otra causa para esto. Para los que sabían que había más de una clave para el Simbolismo Teogónico, era un error el haberlo expresado en un lenguaje tan crudo y engañoso. Pues si el filósofo ilustrado y sabio podía discernir el meollo de la sabiduría bajo la grosera corteza del fruto, y sabía que este último escondía las más grandes leyes y verdades de la naturaleza psíquica y física, así como del origen de todas las cosas; no así el profano no iniciado. Para éste la letra muerta era la religión; la interpretación, sacrilegio. Y esta letra muerta no podía edificarle, ni hacerle más perfecto, al ver que semejante ejemplo le era dado por sus Dioses. Pero para el filósofo (especialmente el Iniciado), la Teogonía de Hesiodo es tan histórica como pueda serlo cualquier historia. Platón la acepta como tal, y expone tantas de sus verdades como sus juramentos se lo permitían.
            
El hecho de que los atlantes pretendisen que Urano fue su primer rey, y que Platón principie su historia de la Atlántida por la división del gran Continente por Neptuno, el nieto de Urano, muestra que hubo otros continentes antes que la Atlántida, y reyes antes que Urano. Pues Neptuno, a quien tocó en suerte el gran Continente caído, encuentra en una pequeña isla sólo una pareja humana hecha de barro, esto es, el primer hombre físico humano, cuyo origen principió con las últimas subrazas de la Tercera Raza-Raíz. El Dios se casa con su hija Clito, y su hijo mayor Atlas es el que recibe como herencia la montaña y el continente llamados por su nombre.
            
Ahora bien; todos los Dioses del Olimpo, así como todos los del Panteón Hindú y los Rishis, eran las personificaciones septiformes: 

1º, de los Nóumenos de los Poderes Inteligentes de la Naturaleza;

 2º, de las Fuerzas Cósmicas; 

3º, de los Cuerpos Celestes; 

4º, de los Dioses o Dhyân Chohans; 

5º, de los Poderes Psíquicos y Espirituales;

 6º, de los Reyes Divinos de la Tierra, o encarnaciones de los Dioses, y 

7º, de los Héroes u Hombres Terrestres. El saber distinguir entre estas siete formas la que se pretendía, es cosa que perteneció en todo tiempo a los Iniciados, cuyos primeros predecesores habían creado este sistema simbólico y alegórico.
            
Así, mientras que Urano, o la Hueste que representaba este grupo celeste, reinó y gobernó en la Segunda Raza y su continente; Cronos o Saturno gobernó a los Lemures; y Júpiter, Neptuno  y otros lucharon en la alegoría por la Atlántida, que era toda la Tierra en los días de la  Cuarta Raza. Poseidonis, o la última isla de la Atlántida - el “tercer paso” de Idas-pati, o Vishnu, en el lenguaje místico de los Libros Secretos-, duró hasta hace unos 12.000 años (61). Los atlantes de Diodoro tenían razón en sostener que en su país, en la región que rodeaba el Monte Atlas, fue donde “nacieron los Dioses”, esto es, “encarnaron”. Pero sólo después de su cuarta encarnación fue cuando se convirtieron en reyes humanos y gobernantes, por la primera vez.
           
  Diodoro habla de Urano como primer rey de la Atlántida, confundiendo los Continentes, ya fuese conscientemente o de otro modo; pero, como hemos indicado, Platón corrige indirectamente el aserto. 

El primer instructor de astronomía de los hombres fue Urano, porque es uno de los siete Dhyân Chohans del Segundo Período o Raza. Así, también, en el segundo Manvántara, el de Svârochisha, entre los siete hijos del Manu, los Dioses o Rishis que presidían aquella raza, vemos a Jyotis, el maestro de astronomía (Jyotisha), uno de los nombres de Brahmâ. Y así también los chinos reverencian a Tien (o el Firmamento, Ouranos) y le dan el nombre de su primer maestro en astronomía. Urano dio origen a los Titanes de la Tercera Raza, y ellos fueron los que le mutilaron personificados por Saturno-Cronos. 

Porque, como los Titanes cayeron en la generación, cuando “la creación por medio de la voluntad fue reemplazada por la procreación física”, no necesitaban más a Urano.
            
Y aquí debe permitírsenos y perdonársenos una corta digresión. A consecuencia de la última producción erudita de Mr. Gladstone en el Nineteenth Century, “Los Dioses Mayores del Olimpo”, las ideas del público en general acerca de la mitología griega han sido aún más pervertidas y extraviadas. A Homero se le atribuye un pensamiento íntimo, que Mr. Gladstone considera como “la verdadera clave de la concepción Homérica”, mientras que esta “clave” es meramente un velo.
           
            (Poseidón) es en verdad esencialmente un mundano de la tierra..., fuerte e imperioso, sensual y sumamente celoso y vengativo -

pero esto es porque simboliza el Espíritu de la Cuarta Raza-Raíz, el Regente de los Mares, esa Raza que vive sobre la superficie de los mares, compuesta de gigantes; los hijos de Eurimedón, la raza padre de Polifemo, el Titán y Cíclope de un ojo. Aunque Zeus reina sobre la Cuarta Raza, Poseidón es quien gobierna y el que es la verdadera clave de la tríada de los Hermanos Cronid y de nuestras razas humanas. Poseidón y Nereus son uno; el primero es el Gobernante o Espíritu de la Atlántida antes del principio de su sumersión; el último, después. Neptuno es la fuerza titánica de la Raza viviente; Nereus, su Espíritu reencarnado en la Raza Aria subsiguiente, o Quinta; y esto es lo que el sabio helenista de Inglaterra no ha descubierto aún, ni siquiera vislumbrado. ¡Y sin embargo, hace muchas observaciones sobre la “habilidad” de Homero, el cual no nombra nunca a Nereus, a cuya designación sólo se llega por el patronímico de Nereidas!
           
  Así, la tendencia aun de los más eruditos helenistas es limitar sus especulaciones a las imágenes exotéricas de la Mitología, y perder de vista su sentido íntimo,  y esto se ve de un modo notable en el caso de Mr. Gladstone, como hemos señalado. Al paso que es casi la figura más conspicua de nuestra época, como hombre de Estado, es, al propio tiempo, uno de los sabios más ilustrados que Inglaterra ha producido. 

La literatura griega ha sido el estudio preferido de su vida, y ha encontrado tiempo, en medio de la baraúnda de los negocios públicos, para enriquecer la literatura contemporánea con producciones de erudición griega, que harán su nombre famoso en las generaciones futuras. Al mismo tiempo, como admiradora sincera suya, la escritora de estas líneas no puede menos de sentir grandemente que la posteridad, al paso que reconozca su profunda erudición y vasta cultura, juzgue, sin embargo, a la luz más clara que tiene que alumbrar entonces toda la cuestión del Simbolismo y de la Mitología, que no pudo penetrar en el espíritu del sistema religioso, que tanto ha criticado desde el punto de visa dogmático cristiano. En ese futuro se verá que la clave esotérica de la Teogonía cristiana, así como de la Teogonía y ciencias griegas, es la Doctrina Secreta de las naciones prehistóricas, que, juntamente con otros, ha negado. Sólo esta doctrina es la que puede señalar el parentesco de todas las especulaciones humanas religiosas, y hasta de las llamadas “revelaciones”; y ésta es la enseñanza que infunde el espíritu de la vida en los símbolos seculares de los Montes de Meru, Olimpo, Walhalla o Sinaí. Si Mr. Gladstone fuera un hombre más joven, sus admiradores podrían tener la esperanza de que sus estudios escolásticos fuesen coronados con el descubrimiento de esta verdad subyacente. 

Dadas las circunstancias, sólo está malgastando las preciosas horas de sus últimos años en disputas fútiles con el gigante librepensador Coronel Ingersoll, luchando cada cual con armas de temple exotérico sacadas de los arsenales del Literalismo ignorante. Estos dos grandes discutidores están igualmente ciegos respecto del verdadero significado esotérico de los textos, que mutuamente se tiran a la cabeza como balas de hierro, al paso que sólo sufre el mundo con tales controversias; porque el uno trabaja para fortalecer las filas del materialismo y el otro las del sectarismo ciego de la letra muerta. Y ahora volvamos otra vez a nuestro asunto inmediato.
            
Muchas veces, se menciona a la Atlántida bajo otro nombre, desconocido de nuestros comentadores. El poder de los nombres es grande y ha sido conocido desde que los Maestros divinos instruyeron a los primeros hombres. Y como Solón  lo había estudiado, tradujo los nombres “Atlantes” por nombres inventados por él mismo. Relacionado con el continente de la Atlántida, conviene tener presente que los relatos de los antiguos escritores griegos que han llegado hasta nosotros contienen una confusión de declaraciones, de las cuales algunas se refieren al gran Continente, y otras a la pequeña isla última de Poseidonis. Ha sido costumbre aplicarlas todos a la última solamente; pero que esto es inexacto, se desprende de la incompatibilidad de las diferentes manifestaciones acerca del tamaño, etcétera de la Atlántida”.
            
Así, en el Critias, dice Platón que la llanura que rodeaba la ciudad estaba a su vez rodeada por cordilleras de montañas, y que la llanura era suave, y a nivel y de figura oblonga, extendiéndose al Norte y al Sur, tres mil estadios en una dirección y dos mil en la otra; la llanura hallábase rodeada por un enorme canal o dique, de 101 pies de profundidad, 606 de ancho y 1.250 millas de largo.
            
Ahora bien; en otros sitios se expone el tamaño total de la isla de Poseidonis poco más o menos como el asignado sólo a la llanura alrededor de la ciudad”. Es evidente que una parte de lo que se dice se refiere al gran Continente, y la otra al último resto, o sea la isla de Platón.
            
Por otra parte, el ejército activo de la Atlántida se declara como de más de un millón de hombres; su armada de 1200 barcos y 240.000 hombres. ¡Semejantes afirmaciones son por completo inaplicables al Estado de una pequeña isla del tamaño de Irlanda!
            
Las alegorías griegas dan a Atlas, o la Atlántida, siete hijas -siete subrazas-, cuyos nombres respectivos son: Maia, Electra, Taygeta, Asterope, Merope, Alcyone y Calaeno. Esto, etnológicamente; pues se les atribuye que se casaron con Dioses, y que fueron madres de héroes famosos, fundadores de muchas naciones y ciudades. Astronómicamente, las Atlántidas se han convertido en las siete Pléyades (?). En la Ciencia Oculta las dos se hallan relacionadas con los destinos de las naciones, destinos que están trazados por los sucesos de sus vidas anteriores con arreglo a la Ley Kármica.
            
Tres grandes naciones pretendían en la antigüedad una descendencia directa del reino de Saturno, o Lemuria, confundido con la Atlántida algunos miles de años antes de nuestra era; y éstas eran los egipcios, los fenicios (Sanchoniathon) y los antiguos griegos (Diodoro, después Platón). Pero puede también demostrarse que el país civilizado más antiguo del Asia, la India, pretende la misma descendencia. Las subrazas, guiadas por la Ley Kármica o destino, repiten inconscientemente los primeros pasos de sus respectivas razas-madres. Así como los brahmanes relativamente blancos -cuando invadieron la India poblada de Dravidianos de color obscuro- vinieron del Norte, así también la Quinta Raza Aria debe atribuir su origen a las regiones del Norte. Las Ciencias Ocultas muestran que los fundadores, los grupos respectivos de los siete Prajâpatis, de las Razas-Raíces, han estado todos relacionados con la Estrella Polar. En el Comentario vemos:

            Aquel que entiende la edad de Dhruva, que mide 9090 años mortales, comprenderá los tiempos de los Pralayas, el destino final de las naciones. ¡Oh, Lanú!

            Por otra parte, ha debido haber muy buenas razones para que una nación asiática colocase a sus grandes Progenitores y Santos en la Osa Mayor, constelación del Norte. Hace 70.000 años, a lo menos, que el Polo de la Tierra apuntaba al extremo final de la cola de la Osa Menor; y muchos miles de años más que los siete Rishis podían haber sido identificados con la constelación de la Osa Mayor.
           
  La raza Aria nació y se desarrolló en el lejano Norte, aunque después del hundimiento del Continente de la Atlántida sus tribus emigraron más hacia el Sur de Asia. De aquí que Prometeo sea el hijo de Asia; y Deucalión, su hijo, el Noé griego -el que creó hombres de las piedras de la madre Tierra-, sea llamado escita del Norte, por Luciano; y a Prometeo le hacen hermano de Atlas, y es encadenado al Cáucaso en medio de las nieves.
                 
Grecia tenía su Apolo Hiperbóreo, así como su Apolo Meridional. De igual modo, casi todos los Dioses de Egipto, Grecia y Fenicia, así como los de otros Panteones, son de origen septentrional, y nacidos en la Lemuria, hacia el final de la Tercera Raza, después que se hubo completado toda su evolución física y fisiológica . Todas las “fábulas” de Grecia, podría verse que están fundadas en hechos históricos, si esta historia hubiera pasado a la posteridad sin ser adulterada por los mitos. Los cíclopes de “un solo ojo”, los gigantes presentados en la fábula como hijos de Coelus y Terra -en número de tres, según Hesiodo-, fueron las tres últimas subrazas de los Lemures, refiriéndose el “ojo único” al ojo de la sabiduría; pues los dos ojos frontales sólo estuvieron completamente desarrollados como órganos físicos en el principio de la Cuarta Raza. 

La alegoría de Ulises, cuyos compañeros fueron devorados, mientras que el rey de Itaca se salvó sacando el ojo de Polifemo con un tizón de fuego, está basada en la atrofia psicofisiológica del “tercer ojo”. Ulises pertenece al ciclo de los héroes de la Cuarta Raza, y aun cuando era un “Sabio” respecto de esta última, debió haber sido un libertino en opinión de los cíclopes pastoriles. 

Su aventura con estos últimos -raza salvaje gigantesca, antítesis de la culta civilización de la Odisea- es una representación alegórica del paso gradual de la civilización ciclópea de construcciones colosales de piedra, a la cultura más sensual y física de los Atlantes, que fue causa de que la última parte de la Tercera Raza perdiese su ojo espiritual, que todo lo penetraba. La otra alegoría, que representa a Apolo matando a los Cíclopes para vengar la muerte de su hijo Asclepio, no se refiere a las tres subrazas representadas por los tres hijos del Cielo y de la Tierra, sino a los Cíclopes hiperbóreos Arimaspianos, último resto de la raza dotada con el “ojo de la sabiduría”. Los primeros han dejado vestigios de sus construcciones en todas partes, tanto en el Sur como en el Norte; los otros estaban confinados solamente al Norte. Así, Apolo - que es principalmente el Dios de los Videntes-, cuyo deber es castigar la profanación, los mató (representando sus flechas las pasiones humanas fieras y letales); y ocultó su flecha detrás de una montaña en las regiones hiperbóreas. Cósmica y astronómicamente, este Dios hiperbóreo es el Sol personificado, el cual, durante el curso del año Sideral -25.868 años- cambia los climas de la superficie de la Tierra, haciendo regiones frígidas de las tropicales y viceversa. Psíquica y espiritualmente su significación es mucho más importante. Como observa muy pertinentemente Mr. Gladstone en su “Dioses Mayores del Olimpo”:

            Las cualidades de Apolo (juntamente con Athene) son imposibles de comprender sin acudir a fuentes que se encuentran más allá del límite de las tradiciones más comúnmente exploradas para la elucidación de la mitología griega.

            La historia de Latona (Leto), madre de Apolo, está llena de significados diversos. Astronómicamente, Latona es la región polar, y la noche, que da nacimiento al Sol, a Apolo, a Febo, etc. Nació ella en los países hiperbóreos, en donde todos los habitantes eran sacerdotes de su hijo, que celebraban su resurrección y descenso en su país cada diecinueve años, a la renovación del ciclo lunar. Latona es el Continente hiperbóreo y su Raza, geológicamente.
            
Cuando el sentido astronómico  cede su lugar al espiritual y divino - Apolo y Athene transformándose en “aves”, símbolo y emblema de las divinidades y ángeles superiores - entonces el brillante Dios asume poderes divinos creadores. Apolo se convierte en la personificación de la videncia, cuando envía el doble Astral de Eneas al campo de batalla, y tiene el don de aparecer a sus videntes sin ser visible a otras personas presentes, don del que, en todo caso, participa todo Adepto elevado.
            
El rey de los hiperbóreos era por esa razón hijo de Bóreas, el Viento Norte, y el Sacerdote Superior de Apolo. La contienda de Latona y Niobe -la Raza Atlante-, madre de siete hijos y siete hijas, que personifican las siete subrazas de la Cuarta Raza y sus siete Ramas , alegoriza la historia de los dos Continentes. La cólera de los “Hijos de Dios” o de la “Voluntad y Yoga”, al ver la constante degradación de los atlantes, era grande; y el significado de la destrucción de los hijos de Niobe por los hijos de Latona - Apolo y Diana, las deidades de la luz, la sabiduría y la pureza, o el Sol y la Luna astronómicamente, cuya influencia ocasiona cambios en el eje de la Tierra, diluvios y otros cataclismos cósmicos - es, así, muy claro. La fábula acerca de las lágrimas incesantes de Niobe, cuyo dolor hace que Zeus la transforme en una fuente - la Atlántida cubierta por las aguas -, no es un símbolo menos gráfico. Niobe, téngase presente, es hija de una de las Pléyades, o Atlántidas; por tanto es nieta de Atlas, porque representa las últimas generaciones del Continente condenado.
            Una observación verdadera es la de Bailly, cuando dice que la Atlántida tuvo una influencia enorme en la antigüedad. añade él:

            Un gran Dragón rojo se hallaba ante la mujer pronto a devorar al niño. Da ella a luz el hombre-niño que debía gobernar a todas las naciones con un cetro de hierro, y que fue acogido en el trono de Dios - el Sol. La mujer huye al desierto, siempre perseguida por el dragón, que vuela otra vez, y echa agua por la boca como un río, cuando la Tierra favoreció a la mujer y se tragó al río; y el Dragón marchó a hacer la guerra  con el resto de la semilla de ella que guardó los mandamientos de Dios (Véase Apocalipsis, XII, I, 17). Cualquiera que lea la alegoría de Latona perseguida por la venganza del celoso Juno, reconocerá la identidad de las dos versiones. Juno envía a Pitón, el Dragón, a perseguir y destruir a Latona y devorar a su recién nacido. este último es Apolo, el Sol, pues el hombre-niño del Apocalipsis, “que debía gobernar a todas las naciones con un cetro de hierro”, no es seguramente el apacible “Hijo de Dios”, Jesús, sino el Sol físico, “que gobierna a todas las naciones”; siendo el Dragón el Polo Norte, gradualmente persiguiendo a los lemures primitivos en las tierras que se hacían más y más hiperbóreas, e impropias para ser habitadas por los que rápidamente se estaban convirtiendo en hombres físicos, pues entonces tenían que habérselas con las variaciones de clima. El Dragón no quería permitir a Latona “dar a luz” - el Sol que iba a aparecer. “Ella es echada del Cielo y no encuentra lugar donde poder dar a luz”, hasta que Neptuno, el Océano, lleno de compasión, hace inmóvil la isla flotante de Delos -la ninfa Asteria, ocultándose hasta entonces de Júpiter bajo las olas del Océano-, en la cual se refugia Latona, y en donde nace el brillante Dios Delio, el Dios que tan pronto aparece mata a Pitón, el frío y hielo de la región ártica, en cuyos anillos mortales toda vida se extingue. En otras palabras: Latona-Lemuria se transforma en Niobe-Atlántida, sobre la cual reina su hijo Apolo, o el Sol - con un cetro de hierro, verdaderamente, puesto que Herodoto hace a los atlantes maldecir su calor demasiado grande. 

Esta alegoría está reproducida en su otro sentido místico (otra de las siete claves) en el capítulo antes citado del Apocalipsis. Latona se convierte en Diosa poderosa, en verdad, y ve que se le rinde culto a su hijo (culto solar) en casi todos los templos de la antigüedad. en su aspecto oculto, Apolo es el patrón del número siete. Nació en el día siete del mes, y los cisnes de Myorica nadan siete veces alrededor de Delos cantando el suceso; le dan siete cuerdas a su Lira - los siete rayos del Sol y las siete fuerzas de la Naturaleza. Pero esto es sólo en el sentido astronómico, mientras que lo anterior es puramente geológico.
            
Si estos nombres míticos son meras alegorías, entonces todo lo que tienen de verdad viene de la Atlántida; si la fábula es una tradición real -aunque alterada-, entonces la historia antigua es por completo su historia.

            Tan es así que todos los antiguos escritos - prosa y poesía - están llenos de reminiscencias de los lemuro-atlantes, las primeras Razas físicas, aunque Tercera y Cuarta en número, en la evolución de la Humanidad de la Cuarta Ronda en nuestro Globo. Hesiodo anota la tradición acerca de los hombres de la Edad de Bronce, a quienes Júpiter había formado de madera de fresno y que tenían corazones más duros que el diamante. Revestidos de bronce de pies a cabeza, pasaban sus vidas peleando. De tamaño monstruoso, dotados de una  fuerza terrible, de sus hombros salían brazos y manos invencibles, dice el poeta . Tales eran los gigantes de las primeras Razas físicas.
            Los iranios tienen en el Yasna, IX, 15, una referencia a los últimos atlantes. La tradición sostiene que los “Hijos de Dios”, o grandes Iniciados de la Isla Sagrada, se aprovecharon del Diluvio para libertar a la Tierra de todos los Brujos que había entre los atlantes. El referido versículo se dirige a Zarathushtra, como uno de los “Hijos de Dios”. Dice:

            Tú, ¡oh Zarathushtra! hiciste que todos los demonios (Brujos) que antes vagaban por el mundo en formas humanas, se escondiesen en la tierra (ayudó a sumergirlos).

            Los lemures, así como también los atlantes primitivos, estaban divididos en dos clases distintas: los “Hijos de la Noche” o de las Tinieblas, y los “Hijos del Sol” o de la Luz. Los libros antiguos nos hablan de terribles batallas entre los dos, cuando los primeros, abandonando su país de Tinieblas, de donde el Sol había partido hacía varios meses, descendieron de sus regiones inhospitalarias y “trataron de arrancar el Dios de la Luz” de sus hermanos más favorecidos de las regiones ecuatoriales. Se nos podrá decir que los antiguos no sabían nada de la larga noche de seis meses de duración en las regiones polares. Hasta el mismo Herodoto, más instruido que los demás, sólo menciona un pueblo que dormía durante seis meses del año y estaba despierto la otra mitad. Sin embargo, los griegos sabían muy bien que había un país en el Norte donde el año estaba dividido en un día y una noche de seis meses de duración cada una, pues Plinio dice esto claramente. Hablan ellos de los cimerianos y de los hiperbóreos, y establecen una diferencia entre los dos. Los primeros habitaban el Palus Maeotis, entre los 45º y 50º de latitud. Plutarco explica que ellos eran sólo una pequeña parte de una gran nación expulsada por los escitas, nación que se detuvo cerca del Tanais, después de haber cruzado el Asia.

            Aquellas multitudes guerreras vivían primeramente en las costas del Océano, en bosques densos y bajo un cielo tenebroso. Allí es casi la cabeza del polo; allí largas noches y días dividen el año.
           
            En cuanto a los hiperbóreos, estos pueblos, según se expresa Solino Polyhistor:
            Sembraban por la mañana, recogían al mediodía; reunían sus frutos por la tarde, y los almacenaban por la noche en sus cuevas.

            Hasta los escritores del Zohar conocían este hecho, pues está escrito:

            En el Libro de Hammannunah, el Viejo (o el Anciano), leemos... que hay algunos países de la tierra que están alumbrados, mientras otros están en la obscuridad; estos tienen el día, cuando para los otros es de noche; y hay países en los cuales es constantemente de día, o en los que la noche sólo dura unos instantes.

            La isla de Delos, la Asteria de la mitología griega, nunca estuvo en Grecia; pues este país no existía en aquel tiempo, ni siquiera en su forma molecular. Algunos escritores han indicado que representaba un país o una isla mucho mayor que los pequeños trozos de tierra que se convirtieron en Grecia. tanto Plinio como Diodoro de Sicilia la colocan en los mares del Norte. Uno la llama Basilea, o “Real”; y el otro, Plinio, la llama Osericta , palabra que, según Rudbeck, tenía

            Un significado, en las lenguas septentrionales, equivalente a la Isla de los Reyes Divinos o Dioses-Reyes-

            o también “Isla Real de los Dioses”, porque los Dioses nacieron allí, esto es, las Dinastías Divinas de los Reyes de la Atlántida procedían de aquel lugar. Que los geógrafos y geólogos la busquen entre el grupo de islas descubierto por Nordenskiöld en su viaje del “Vega” a las regiones árticas . 

Los Libros Secretos nos informan que el clima ha cambiado en aquellas regiones más de una vez, desde que los primeros hombres habitaron aquellas ahora casi inaccesibles latitudes. Eran un Paraíso antes de que se convirtieran en Infierno; el Hades tenebroso de los griegos, y el frío Reino de las sombras donde la Hel escandinava, la Diosa-Reina del país de los muertos, “tiene su dominio en lo profundo de Helheim y Niflheim”. Sin embargo, fue el lugar donde nació Apolo, que era el Dios más resplandeciente del Cielo - astronómicamente -, así como era el más iluminado de los Reyes Divinos que gobernaron en las naciones primitivas, en su sentido humano. Este último hecho está en la Ilíada, donde se dice que Apolo se apareció cuatro veces en su propia forma (como Dios de las Cuatro Razas), y seis veces en forma humana, esto es, relacionado con las Dinastías Divinas de los primitivos lemures no separados.
           
  Esos pueblos primitivos misteriosos, sus países (que ahora son inhabitables), así como el nombre dado al “hombre”, tanto vivo como muerto, son los que han proporcionado oportunidad a los ignorantes Padres de la Iglesia para inventar un Infierno, que han transformado en una localidad ardiente en lugar de  frígida.
           
  Es, por supuesto, evidente, que ni los hiperbóreos ni los cimerianos, ni los arimaspes, ni aun los escitas -conocidos de los griegos y comunicándose con ellos- son nuestros atlantes. Pero todos ellos eran descendientes de sus últimas subrazas. Los pelasgos fueron ciertamente uina de las razas-raíces de la futura Grecia, y resto de una subraza de la Atlántida. Platón indica mucho al hablar de los últimos, cuyo nombre se ha averiguado, procedía de pelagus, el “gran mar”. El Diluvio de Noé es astronómico y alegórico, pero no mítico; pues el relato se basa en la misma tradición arcaica de los hombres (o más bien de las naciones) que se salvaron, durante los cataclismos, en canoas, arcas y barcos. 

Nadie se aventurará a decir que el Xisuthro caldeo, el Vaivasvata indo, el Peirun chino -el “Amado de los Dioses”, que se salvó de la inundación en una canoa- o el Belgamer sueco, por quien los Dioses hicieron lo mismo en el Norte, sean todos idénticos como personajes. Pero sus leyendas han salido todas de la catástrofe que abarcó tanto al Continente como a la Isla Atlántida.
           
  La alegoría acerca de los gigantes antediluvianos, y sus proezas en brujería, no es un mito. Los sucesos bíblicos son revelados verdaderamente. Pero no es por la voz de Dios entre truenos y relámpagos en el Monte Sinaí, ni por un dedo divino trazando los anales en tablas de piedra, sino simplemente por medio de la tradición vía fuentes paganas. No era seguramente el Pentateuco lo que Diodoro repetía, cuando escribió acerca de los Titanes; los gigantes nacidos del Cielo y de la Tierra, o más bien, nacidos de los Hijos de Dios, que tomaron por esposas a las hijas de los hombres que eran hermosas. Ni tampoco Perecides citaba del Génesis cuando daba detalles de aquellos gigantes, que no se encuentran en las Escrituras judías. Dice él que los hiperbóreos eran de la raza de los Titanes, raza que descendía de los primeros gigantes, y que esa región hiperbórea fue la cuna de los primitivos gigantes. Los Comentarios de los Libros Sagrados explican que la referida región era el lejano Norte, ahora las Tierras Polares, el primer Continente Prelemuro, que abarcó una vez la Groenlandia presente, Spitzberg, Suecia, Noruega, etc.
           
  Pero ¿quiénes fueron los nephilim del Génesis (VI, 4 )? Hubo hombres paleolíticos y neolíticos en Palestina, edades antes de los sucesos registrados en el Libro de los Principios. La tradición teológica identifica a estos nephilim con hombres velludos o sátiros, siendo estos últimos míticos en la Quinta Raza, y los primeros históricos, tanto en la Cuarta como en la Quinta Raza. Hemos dicho en otra parte lo que fueron los prototipos de estos sátiros, y hemos hablado de la bestialidad de la Raza Atlante primitiva y de la posterior. ¿Cuál es el significado de los amores de Poseidón bajo tal variedad de formas animales? Se convirtió en un delfín para conquistar a Anfítrite; en un caballo para seducir a Ceres; en un morueco para engañar a Teofane, etc. Poseidón no es sólo la personificación del Espíritu y Raza de la Atlántida, sino también de los vicios de estos gigantes. Gesenio y otros dedican grandísimo espacio al significado de la palabra nephilim, y explican muy poco. Pero los Anales Esotéricos muestran a estas criaturas velludas como los últimos descendientes de aquellas Razas Lemuro-Atlantes, que engendraron hijos con animales hembras, de especies extinguidas hace largo tiempo; produciendo así hombres mudos, “monstruos”, como dicen las Estancias.
            
Ahora bien; la Mitología, construida sobre la Teogonía de Hesiodo, que no es más que los anales poetizados de tradiciones reales, o historia oral, habla de tres gigantes llamados Briareus, Cottus y Gyges, que vivían en un país tenebroso en donde fueron aprisionados por Cronos, por su rebelión contra él. Todos los tres están dotados en el mito con cien brazos y cincuenta cabezas, representando estas últimas las razas, y los primeros las subrazas y tribus. Teniendo presente que en la Mitología todos los personajes son casi Dioses o Semidioses, y también reyes o simples mortales en su segundo aspecto, y que ambos representan símbolos de países, islas, poderes de la naturaleza, elementos, naciones, razas y subrazas, se comprenderá el Comentario Esotérico. Dice él que los tres gigantes son tres tierras polares que han cambiado de forma varias veces, a cada nuevo cataclismo o desaparición de un continente para dar lugar a otro. El Globo entero entra periódicamente en convulsiones, habiéndolas sufrido cuatro veces desde la aparición de la Primera Raza. Sin embargo, aunque toda la faz de la Tierra fue transformada por ello cada vez, la conformación de los Polos ártico y antártico ha cambiado poco. Las tierras polares se unen y se separan convirtiéndose en islas y penínsulas, aunque permanecen siempre las mismas. Por tanto, el Asia Septentrional es llamada la “Tierra Eterna o Perpetua”, y el Antártico, el “Siempre Viviente” y el “Escondido”; mientras que el Mediterráneo, el Atlántico, el Pacífico y otras regiones, desaparecen y reaparecen por turno, debajo y encima de las Grandes Aguas.
           
  Desde la primera aparición del gran Continente de la Lemuria, los tres gigantes polares han sido aprisionados en su círculo por Cronos. Su cárcel está rodeada por una pared de bronce, y la salida es por puertas fabricadas por Poseidón -o Neptuno-; por tanto, por mares que no pueden atravesar; y en esta triste región, donde reinan tinieblas eternas, es donde languidecen los tres hermanos. La Ilíada hace de ella el Tártaro. Cuando los Dioses y Titanes se rebelaron a su vez contra Zeus -la deidad de la Cuarta Raza-, el Padre de los Dioses recapacitó acerca de los g igantes aprisionados que le podían ayudar a vencer a los Dioses y Titanes, y precipitar a estos en el Hades; o en palabras más claras, hundir a la Lemuria, en medio de truenos y relámpagos, en el fondo de los mares, a fin de hacer lugar a la Atlántida, que estaba destinada a sumergirse y desaparecer a su vez. 

El levantamiento geológico y el diluvio de Tesalia fueron una repetición en pequeña escala del gran cataclismo; y, quedando impreso en la memoria de los griegos, lo mezclaron y confundieron con el destino general de la Atlántida. Así también, la guerra entre los Râkshasas de Lankâ, y los Bhârateans, la mêlée de los atlantes y arios en su lucha suprema, o el conflicto entre los Devs e Yzeds, o Peris, se convirtió edades después en la lucha de los Titanes, separados en dos campos enemigos, y más tarde aún  en la guerra entre los Ángeles de Dios y los Ángeles de Satán. Los hechos históricos se convirtieron en dogmas teológicos. Escoliadores ambiciosos, hombres de una pequeña subraza nacida ayer, y uno de los últimos retoños del linaje ario, emprendieron la tarea de echar por tierra el pensamiento religioso del mundo, y lo consiguieron. Por cerca de dos mil años ellos han impreso en la humanidad pensante la creencia en la existencia de Satán.
            
Pero como ahora es convicción de más de un helenista erudito -como era la de Bailly y Voltaire- que la Teogonía de Hesiodo está basada en hechos históricos, se hace más fácil para las Enseñanzas Ocultas abrirse camino en las mentes de los hombres pensadores, y por esto se presentan estos pasajes de la Mitología en nuestra discusión sobre el saber moderno, en esta Addenda.

            
 Los símbolos que se encuentran en todos los credos exotéricos son otras tantas huellas de verdades prehistóricas. La soleada y dichosa tierra, cuna primitiva de las primeras razas humanas, se ha convertido varias veces desde entonces en hiperbórea y saturnina; mostrando así la Edad de Oro y Reino de Saturno bajo aspectos multiformes. Fue de muchos aspectos en su carácter, verdaderamente; climática, etnológica y moralmente. Porque la Tercera, la Raza Lemuria, debe ser dividida fisiológicamente en la raza andrógina primera y la bisexual posterior; y el clima de sus residencias y continentes en el de una eterna primavera y un eterno invierno, en la vida y la muerte, la pureza e impureza. 

El ciclo de las leyendas es siempre transformado en su marcha por la fantasía popular. Sin embargo, puede quitársele la escoria que ha reunido en su camino a través de muchas naciones, y de las innumerables mentes que han añadido sus propios aditamentos exuberantes a los hechos originales. Abandonando por un instante las interpretaciones griegas, podemos buscar más corroboraciones en las pruebas científicas y geológicas.

H.P. Blavatsky  D.S T IV

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