Todo lo que precede fue
conocido por Platón y por muchos otros. Pero como ningún Iniciado podía decir
todo lo que sabía, la posteridad sólo obtuvo alusiones. Siendo el objeto del
filósofo griego instruir como moralista más que como geógrafo y etnólogo o
historiador, resumió la historia de la Atlántida, que abarcaba varios millones
de años, en un suceso que colocó en una isla comparativamente pequeña, de 3.000
estadios de largo por 2.000 de ancho (o próximamente 350 millas por 200, que es
poco más o menos el tamaño de Irlanda); mientras que los sacerdotes hablaron de
la Atlántida como de un continente tan vasto como “toda el Asia y la Libia”
juntas . Pero el relato de Platón, aunque alterado en su aspecto general,
tiene el sello de la verdad .
No fue él quien lo inventó, en todo caso,
pues Homero, que le precedió muchos siglos, habla también de los atlantes en su
Odisea (nuestros atlantes), y de su
isla. Por tanto, la tradición es más antigua que el bardo de Ulises. Los
atlantes y las Atlántidas de la Mitología están basados en los atlantes y las
Atlántidas de la Historia. Tanto Sanchoniathon como Diodoro han preservado las
historias de aquellos héroes y heroínas, por mucho que se hayan mezclado sus
relatos con el elemento mítico.
En nuestros propios
días observamos el hecho extraordinario de que la existencia de personajes
relativamente tan recientes como Shakespeare y Guillermo Tell haya sido negada,
habiéndose tratado de demostrar que uno era un nom de plume, y el otro una persona que nunca existió. No hay,
pues, que admirarse de que las dos poderosas razas (los lemures y los atlantes)
hayan sido resumidas e identificadas, en el tiempo, con unos pocos pueblos
míticos que llevaron el mismo nombre de familia.
Herodoto habla de los
atlantes, pueblo del África Occidental, que dieron su nombre al Monte Atlas;
los cuales eran vegetarianos, y “cuyo sueño nunca era turbado por sueños”; y
que, sin embargo,
Maldecían diariamente
al sol cuando salía y se ponía, porque su calor excesivo los abrasaba y
atormentaba.
Estas manifestaciones
están basadas sobre hechos morales y psíquicos y no sobre disturbios
fisiológicos. La historia de Atlas da la clave de esto. Si los atlantes no
tenían nunca turbado su sueño por ensueños, es porque esa tradición particular
se refiere a los atlantes primitivos, cuya constitución y cerebro físico no
estaban aún lo suficientemente consolidados en el sentido fisiológico para
permitir actuar a los centros nerviosos durante el sueño. Respecto de la otra
declaración, de que “maldecían diariamente al sol”, esto tampoco tiene que ver
con el calor, sino con la degeneración moral que creció a la par que la Raza. Esto está
explicado en nuestros Comentarios:
Ellos (la sexta subraza de los atlantes) usaban encantos mágicos hasta
en contra del sol,
y al fracasar en su intento, le maldecían. Se atribuía a los brujos de
Tesalia el poder de hacer descender a la Luna, según nos lo asegura la historia
griega. Los atlantes de los últimos tiempos eran famosos por sus poderes
mágicos y su perversidad, por su ambición y su desprecio de los dioses. De aquí
las mismas tradiciones que tomaron forma en la Biblia, acerca de los gigantes
antediluvianos y la Torre de Babel, y que se encuentran también en el Libro de Enoch.
Diodoro presenta uno o
dos hechos más: los atlantes se alababan de poseer la tierra en que todos los
Dioses habían nacido; así como también de haber tenido a Urano por primer Rey,
el cual fue también el primero que les enseñó la Astronomía. Muy poco más de
esto ha llegado a nosotros de la antigüedad.
El mito de Atlas es una
alegoría fácil de comprender. Atlas es los antiguos Continentes de la Lemuria y
la Atlántida, combinados y personificados en un símbolo. Los poetas atribuyen a
Atlas, lo mismo que a Proteo, una sabiduría superior y un conocimiento universal, y especialmente un conocimiento completo de las
profundidades del océano; pues en ambos Continentes hubo razas instruidas
por Maestros divinos, y ambas fueron
arrojadas al fondo de los mares, en donde ahora dormitan hasta su próxima
reaparición sobre las aguas. Atlas es el hijo de una ninfa del océano, y su
hija es Calipso, el “abismo acuoso”.
La Atlántida fue sumergida bajo las aguas
del océano y su progenie duerme ahora el eterno sueño en los lechos oceánicos.
La Odisea hace de él el guardián y
“sostenedor” de las enormes columnas que separan los Cielos de la Tierra. Él es
su “soportador”. Y como tanto la Lemuria, destruida por fuegos submarinos, como
la Atlántida, sumergida por las ondas, perecieron en los abismos del océano, se dice que Atlas se vio
obligado a dejar la superficie de la Tierra y reunirse a su hermano Iapetus en
las profundidades del Tártaro. Sir Theodore Martin tiene razón al
interpretar esta alegoría como significando:
(Atlas) de pie en el
suelo sólido del hemisferio inferior del universo, sosteniendo así al mismo
tiempo el disco de la tierra y la bóveda celeste - la envoltura sólida del
hemisferio superior.
Porque Atlas es la
Atlántida, que sostiene sobre sus “hombros” los nuevos continentes y sus
horizontes.
Decharme, en su Mythologie de la Grèce Antique, expresa
duda sobre la exactitud de la traducción de Pierrón de la palabra homérica Exel por sustinet, pues no es posible comprender:
Cómo Atlas puede
sostener a la vez diversas columnas
situadas en varias localidades.
Si Atlas fuera un
individuo, la traducción sería torpe, pero como personifica un Continente en
Occidente, que se dice sostiene la Tierra y el Cielo a la vez, esto es,
los pies del gigante pisan la tierra, mientras que sus hombros sostienen la
bóveda celeste -una alusión a los picos gigantescos de los Continentes Lemuro y
Atlante-, el epíteto de “sostenedor” resulta muy exacto. El término
conservador, por la palabra griega Exel,
que Decharme, siguiendo a Sir Theodore Martin, entiende que no equivale al mismo sentido.
El
concepto se debió seguramente a la gigantesca cordillera que corría a lo largo
del borde o disco terrestre. Estas montañas hundían sus estribaciones en el
fondo mismo de los mares, al paso que elevaban sus crestas hacia el cielo,
perdiéndose su cima en las nubes. Los antiguos continentes tenían más montañas
que valles. Atlas y el Pico de Tenerife, actualmente dos restos empequeñecidos
de los dos perdidos Continentes, eran tres veces más elevados en tiempo de la
Lemuria, y dos veces más altos en el de la Atlántida. Así, los libios llamaban
al Monte Atlas la “Columna del Cielo”, según Herodoto , y Píndaro calificó
al posterior Etna como “Columna Celeste”. Atlas era un pico inaccesible de
una isla, en los días de la Lemuria, cuando el continente africano no se había
aún levantado. Es la única reliquia Occidental que sobrevive, independiente, que pertenece al
Continente en que la Tercera Raza nació, se desarrolló y cayó, pues Australia es ahora parte del Continente Oriental.
El orgulloso Atlas, según la tradición Esotérica, habiéndose hundido una
tercera parte en las aguas, las otras dos quedaron como herencia de la
Atlántida.
Esto era también
conocido de los sacerdotes egipcios y del mismo Platón; impidiendo que fuese
conocida toda la verdad el juramento solemne de guardar el secreto, que se
extendió hasta a los misterios del Neoplatonismo. Tan secreto era el
conocimiento de la última isla de la Atlántida, en verdad - a causa de los
poderes sobrehumanos que poseían sus habitantes, los últimos descendientes
directos de los Dioses o Reyes Divinos, según se creía - que el divulgar su
situación y existencia era castigado con la muerte. Teopompos dice otro tanto
en su siempre sospechada Meropis,
cuando habla de los fenicios como los únicos navegantes de los mares que bañan
la costa occidental del África; quienes se revestían de tal misterio, que
muchas veces echaban a pique sus propios barcos para hacer perder todo rastro
de ellos a los extranjeros demasiado curiosos.
Hay orientalistas e
historiadores (y constituyen la mayoría) que, mientras permanecen impasibles
ante el lenguaje más bien crudo de la Biblia y ante algunos de los sucesos que
en ella se relatan, muestran gran disgusto ante la “inmoralidad” de los
Panteones de la India y de Grecia. Se nos puede decir que antes que ellos,
Eurípides, Píndaro y hasta el mismo Platón expresaron el mismo disgusto; que
ellos también se sintieron irritados ante los cuentos que se inventaban - “esos
cuentos miserables de los poetas”, según la frase de Eurípides.
Pero quizá hubiera otra
causa para esto. Para los que sabían que había más de una clave para el
Simbolismo Teogónico, era un error el haberlo expresado en un lenguaje tan
crudo y engañoso. Pues si el filósofo ilustrado y sabio podía discernir el
meollo de la sabiduría bajo la grosera corteza del fruto, y sabía que este
último escondía las más grandes leyes y verdades de la naturaleza psíquica y
física, así como del origen de todas las cosas; no así el profano no iniciado.
Para éste la letra muerta era la religión;
la interpretación, sacrilegio. Y esta letra muerta no podía edificarle, ni
hacerle más perfecto, al ver que semejante ejemplo le era dado por sus Dioses.
Pero para el filósofo (especialmente el Iniciado), la Teogonía de Hesiodo es tan histórica como pueda serlo cualquier historia.
Platón la acepta como tal, y expone tantas de sus verdades como sus juramentos
se lo permitían.
El hecho de que los
atlantes pretendisen que Urano fue su primer rey, y que Platón principie su
historia de la Atlántida por la división del gran Continente por Neptuno, el
nieto de Urano, muestra que hubo otros continentes antes que la Atlántida, y
reyes antes que Urano. Pues Neptuno, a quien tocó en suerte el gran Continente
caído, encuentra en una pequeña isla sólo una pareja humana hecha de barro, esto
es, el primer hombre físico humano,
cuyo origen principió con las últimas subrazas de la Tercera Raza-Raíz. El Dios
se casa con su hija Clito, y su hijo mayor Atlas es el que recibe como herencia
la montaña y el continente llamados por su nombre.
Ahora bien; todos los
Dioses del Olimpo, así como todos los del Panteón Hindú y los Rishis, eran las
personificaciones septiformes:
1º, de los Nóumenos de los Poderes Inteligentes
de la Naturaleza;
2º, de las Fuerzas Cósmicas;
3º, de los Cuerpos Celestes;
4º,
de los Dioses o Dhyân Chohans;
5º, de los Poderes Psíquicos y Espirituales;
6º,
de los Reyes Divinos de la Tierra, o encarnaciones de los Dioses, y
7º, de los
Héroes u Hombres Terrestres. El saber distinguir entre estas siete formas la
que se pretendía, es cosa que perteneció en todo tiempo a los Iniciados, cuyos
primeros predecesores habían creado este sistema simbólico y alegórico.
Así, mientras que
Urano, o la Hueste que representaba este grupo celeste, reinó y gobernó en la
Segunda Raza y su continente; Cronos o Saturno gobernó a los Lemures; y
Júpiter, Neptuno y otros lucharon en la alegoría por la Atlántida, que era
toda la Tierra en los días de la Cuarta
Raza. Poseidonis, o la última isla de la Atlántida - el “tercer paso” de
Idas-pati, o Vishnu, en el lenguaje místico de los Libros Secretos-, duró hasta
hace unos 12.000 años (61). Los atlantes de Diodoro tenían razón en sostener
que en su país, en la región que rodeaba el Monte Atlas, fue donde “nacieron
los Dioses”, esto es, “encarnaron”. Pero sólo después de su cuarta encarnación
fue cuando se convirtieron en reyes humanos y gobernantes, por la primera vez.
Diodoro habla de Urano
como primer rey de la Atlántida, confundiendo los Continentes, ya fuese
conscientemente o de otro modo; pero, como hemos indicado, Platón corrige
indirectamente el aserto.
El primer instructor de astronomía de los hombres fue
Urano, porque es uno de los siete Dhyân Chohans del Segundo Período o Raza.
Así, también, en el segundo Manvántara, el de Svârochisha, entre los siete
hijos del Manu, los Dioses o Rishis que presidían aquella raza, vemos a Jyotis, el maestro de astronomía (Jyotisha), uno de los nombres de Brahmâ. Y así
también los chinos reverencian a Tien (o el Firmamento, Ouranos) y le dan el
nombre de su primer maestro en astronomía. Urano dio origen a los Titanes de la
Tercera Raza, y ellos fueron los que le mutilaron personificados por
Saturno-Cronos.
Porque, como los Titanes cayeron
en la generación, cuando “la creación por medio de la voluntad fue reemplazada por la procreación física”, no necesitaban
más a Urano.
Y aquí debe
permitírsenos y perdonársenos una corta digresión. A consecuencia de la última
producción erudita de Mr. Gladstone en el Nineteenth
Century, “Los Dioses Mayores del Olimpo”, las ideas del público en general
acerca de la mitología griega han sido aún más pervertidas y extraviadas. A
Homero se le atribuye un pensamiento íntimo, que Mr. Gladstone considera como
“la verdadera clave de la concepción Homérica”, mientras que esta “clave” es
meramente un velo.
(Poseidón) es en verdad
esencialmente un mundano de la tierra..., fuerte e imperioso, sensual y
sumamente celoso y vengativo -
pero esto es porque simboliza el Espíritu de la Cuarta Raza-Raíz, el
Regente de los Mares, esa Raza que vive sobre la superficie de los mares,
compuesta de gigantes; los hijos de Eurimedón, la raza padre de Polifemo, el
Titán y Cíclope de un ojo. Aunque
Zeus reina sobre la Cuarta Raza, Poseidón es quien gobierna y el que es la
verdadera clave de la tríada de los Hermanos Cronid y de nuestras razas humanas. Poseidón y Nereus son uno; el primero es el Gobernante o
Espíritu de la Atlántida antes del principio de su sumersión; el último,
después. Neptuno es la fuerza titánica de la Raza viviente; Nereus, su Espíritu reencarnado en la Raza Aria
subsiguiente, o Quinta; y esto es lo que el sabio helenista de Inglaterra no ha
descubierto aún, ni siquiera vislumbrado. ¡Y sin embargo, hace muchas
observaciones sobre la “habilidad” de Homero, el cual no nombra nunca a Nereus,
a cuya designación sólo se llega por el patronímico de Nereidas!
Así, la tendencia aun
de los más eruditos helenistas es limitar sus especulaciones a las imágenes
exotéricas de la Mitología, y perder de vista su sentido íntimo, y esto se ve de un modo notable en el caso de
Mr. Gladstone, como hemos señalado. Al paso que es casi la figura más conspicua
de nuestra época, como hombre de Estado, es, al propio tiempo, uno de los
sabios más ilustrados que Inglaterra ha producido.
La literatura griega ha sido
el estudio preferido de su vida, y ha encontrado tiempo, en medio de la
baraúnda de los negocios públicos, para enriquecer la literatura contemporánea
con producciones de erudición griega, que harán su nombre famoso en las
generaciones futuras. Al mismo tiempo, como admiradora sincera suya, la
escritora de estas líneas no puede menos de sentir grandemente que la
posteridad, al paso que reconozca su profunda erudición y vasta cultura,
juzgue, sin embargo, a la luz más clara que tiene
que alumbrar entonces toda la cuestión del Simbolismo y de la Mitología, que no
pudo penetrar en el espíritu del sistema religioso, que tanto ha criticado
desde el punto de visa dogmático cristiano. En ese futuro se verá que la clave
esotérica de la Teogonía cristiana, así como de la Teogonía y ciencias griegas,
es la Doctrina Secreta de las naciones prehistóricas, que, juntamente con
otros, ha negado. Sólo esta doctrina es la que puede señalar el parentesco de
todas las especulaciones humanas religiosas, y hasta de las llamadas
“revelaciones”; y ésta es la enseñanza que infunde el espíritu de la vida en
los símbolos seculares de los Montes de Meru, Olimpo, Walhalla o Sinaí. Si Mr.
Gladstone fuera un hombre más joven, sus admiradores podrían tener la esperanza
de que sus estudios escolásticos fuesen coronados con el descubrimiento de esta
verdad subyacente.
Dadas las circunstancias, sólo está malgastando las
preciosas horas de sus últimos años en disputas fútiles con el gigante
librepensador Coronel Ingersoll, luchando cada cual con armas de temple
exotérico sacadas de los arsenales del Literalismo ignorante. Estos dos grandes discutidores están igualmente ciegos
respecto del verdadero significado esotérico de los textos, que mutuamente se
tiran a la cabeza como balas de hierro, al paso que sólo sufre el mundo con
tales controversias; porque el uno trabaja para fortalecer las filas del
materialismo y el otro las del sectarismo ciego de la letra muerta. Y ahora
volvamos otra vez a nuestro asunto inmediato.
Muchas veces, se
menciona a la Atlántida bajo otro nombre, desconocido de nuestros comentadores.
El poder de los nombres es grande y
ha sido conocido desde que los Maestros divinos
instruyeron a los primeros hombres. Y como Solón lo había estudiado, tradujo los nombres
“Atlantes” por nombres inventados por él mismo. Relacionado con el continente
de la Atlántida, conviene tener presente que los relatos de los antiguos
escritores griegos que han llegado hasta nosotros contienen una confusión de
declaraciones, de las cuales algunas se refieren al gran Continente, y otras a
la pequeña isla última de Poseidonis. Ha sido costumbre aplicarlas todos a la
última solamente; pero que esto es inexacto, se desprende de la
incompatibilidad de las diferentes manifestaciones acerca del tamaño, etcétera
de la Atlántida”.
Así, en el Critias, dice Platón que la llanura que
rodeaba la ciudad estaba a su vez rodeada por cordilleras de montañas, y que la
llanura era suave, y a nivel y de figura oblonga, extendiéndose al Norte y al
Sur, tres mil estadios en una dirección y dos mil en la otra; la llanura
hallábase rodeada por un enorme canal o dique, de 101 pies de profundidad, 606
de ancho y 1.250 millas de largo.
Ahora bien; en otros
sitios se expone el tamaño total de la isla de Poseidonis poco más o menos como
el asignado sólo a la “llanura
alrededor de la ciudad”. Es evidente que una parte de lo que se dice se refiere
al gran Continente, y la otra al último resto, o sea la isla de Platón.
Por otra parte, el
ejército activo de la Atlántida se declara como de más de un millón de hombres;
su armada de 1200 barcos y 240.000 hombres. ¡Semejantes afirmaciones son por
completo inaplicables al Estado de una pequeña isla del tamaño de Irlanda!
Las alegorías griegas
dan a Atlas, o la Atlántida, siete hijas -siete subrazas-, cuyos nombres
respectivos son: Maia, Electra, Taygeta, Asterope, Merope, Alcyone y Calaeno.
Esto, etnológicamente; pues se les atribuye que se casaron con Dioses, y que
fueron madres de héroes famosos, fundadores de muchas naciones y ciudades.
Astronómicamente, las Atlántidas se han convertido en las siete Pléyades (?).
En la Ciencia Oculta las dos se hallan relacionadas con los destinos de las
naciones, destinos que están trazados por los sucesos de sus vidas anteriores
con arreglo a la Ley Kármica.
Tres grandes naciones
pretendían en la antigüedad una descendencia directa del reino de Saturno, o
Lemuria, confundido con la Atlántida algunos miles de años antes de nuestra
era; y éstas eran los egipcios, los fenicios (Sanchoniathon) y los antiguos
griegos (Diodoro, después Platón). Pero puede también demostrarse que el país
civilizado más antiguo del Asia, la India, pretende la misma descendencia. Las
subrazas, guiadas por la Ley Kármica o destino, repiten inconscientemente los
primeros pasos de sus respectivas razas-madres. Así como los brahmanes
relativamente blancos -cuando invadieron la India poblada de Dravidianos de
color obscuro- vinieron del Norte, así también la Quinta Raza Aria debe
atribuir su origen a las regiones del Norte. Las Ciencias Ocultas muestran que
los fundadores, los grupos respectivos de los siete Prajâpatis, de las
Razas-Raíces, han estado todos relacionados con la Estrella Polar. En el
Comentario vemos:
Aquel que entiende la edad de Dhruva, que mide 9090 años mortales,
comprenderá los tiempos de los Pralayas, el destino final de las naciones. ¡Oh,
Lanú!
Por otra parte, ha
debido haber muy buenas razones para que una nación asiática colocase a sus
grandes Progenitores y Santos en la Osa Mayor, constelación del Norte. Hace
70.000 años, a lo menos, que el Polo de la Tierra apuntaba al extremo final de
la cola de la Osa Menor; y muchos miles de años más que los siete Rishis
podían haber sido identificados con la constelación de la Osa Mayor.
La raza Aria nació y se
desarrolló en el lejano Norte, aunque después del hundimiento del Continente de
la Atlántida sus tribus emigraron más hacia el Sur de Asia. De aquí que
Prometeo sea el hijo de Asia; y Deucalión, su hijo, el Noé griego -el que creó
hombres de las piedras de la madre Tierra-, sea llamado escita del Norte, por
Luciano; y a Prometeo le hacen hermano de Atlas, y es encadenado al Cáucaso en
medio de las nieves.
Grecia tenía su Apolo Hiperbóreo, así como su Apolo Meridional.
De igual modo, casi todos los Dioses de Egipto, Grecia y Fenicia, así como los
de otros Panteones, son de origen septentrional, y nacidos en la Lemuria, hacia
el final de la Tercera Raza, después que se hubo completado toda su evolución
física y fisiológica . Todas las “fábulas” de Grecia, podría verse que
están fundadas en hechos históricos, si esta historia hubiera pasado a la
posteridad sin ser adulterada por los mitos. Los cíclopes de “un solo ojo”, los
gigantes presentados en la fábula como hijos de Coelus y Terra -en número
de tres, según Hesiodo-, fueron las tres últimas subrazas de los Lemures,
refiriéndose el “ojo único” al ojo de la sabiduría; pues los dos ojos
frontales sólo estuvieron completamente desarrollados como órganos físicos en
el principio de la Cuarta Raza.
La alegoría de Ulises, cuyos compañeros fueron
devorados, mientras que el rey de Itaca se salvó sacando el ojo de Polifemo con
un tizón de fuego, está basada en la atrofia psicofisiológica del “tercer ojo”.
Ulises pertenece al ciclo de los héroes de la Cuarta Raza, y aun cuando era un
“Sabio” respecto de esta última, debió haber sido un libertino en opinión de
los cíclopes pastoriles.
Su aventura con estos últimos -raza salvaje
gigantesca, antítesis de la culta civilización de la Odisea- es una representación alegórica del paso gradual de la
civilización ciclópea de construcciones colosales de piedra, a la cultura más
sensual y física de los Atlantes, que fue causa de que la última parte de la
Tercera Raza perdiese su ojo espiritual,
que todo lo penetraba. La otra alegoría, que representa a Apolo matando a los
Cíclopes para vengar la muerte de su hijo Asclepio, no se refiere a las tres
subrazas representadas por los tres hijos del Cielo y de la Tierra, sino a los
Cíclopes hiperbóreos Arimaspianos, último resto de la raza dotada con el “ojo
de la sabiduría”. Los primeros han dejado vestigios de sus construcciones en
todas partes, tanto en el Sur como en el Norte; los otros estaban confinados
solamente al Norte. Así, Apolo - que es principalmente el Dios de los
Videntes-, cuyo deber es castigar la profanación, los mató (representando sus
flechas las pasiones humanas fieras y letales); y ocultó su flecha detrás de
una montaña en las regiones hiperbóreas. Cósmica y astronómicamente, este
Dios hiperbóreo es el Sol personificado, el cual, durante el curso del año
Sideral -25.868 años- cambia los climas de la superficie de la Tierra, haciendo
regiones frígidas de las tropicales y viceversa.
Psíquica y espiritualmente su significación es mucho más importante. Como
observa muy pertinentemente Mr. Gladstone en su “Dioses Mayores del Olimpo”:
Las cualidades de Apolo
(juntamente con Athene) son imposibles de comprender sin acudir a fuentes que
se encuentran más allá del límite de las tradiciones más comúnmente exploradas
para la elucidación de la mitología griega.
La historia de Latona
(Leto), madre de Apolo, está llena de significados diversos. Astronómicamente,
Latona es la región polar, y la noche, que da nacimiento al Sol, a Apolo, a
Febo, etc. Nació ella en los países hiperbóreos, en donde todos los habitantes
eran sacerdotes de su hijo, que celebraban su resurrección y descenso en su
país cada diecinueve años, a la renovación del ciclo lunar. Latona es el
Continente hiperbóreo y su Raza, geológicamente.
Cuando el sentido
astronómico cede su lugar al espiritual
y divino - Apolo y Athene transformándose en “aves”, símbolo y emblema de las
divinidades y ángeles superiores - entonces el brillante Dios asume poderes divinos
creadores. Apolo se convierte en la personificación de la videncia, cuando
envía el doble Astral de Eneas al campo de batalla, y tiene el don de
aparecer a sus videntes sin ser visible a otras personas presentes, don
del que, en todo caso, participa todo Adepto elevado.
El
rey de los hiperbóreos era por esa razón hijo de Bóreas, el Viento Norte, y el
Sacerdote Superior de Apolo. La contienda de Latona y Niobe -la Raza Atlante-,
madre de siete hijos y siete hijas, que personifican las siete subrazas de la
Cuarta Raza y sus siete Ramas , alegoriza la historia de los dos
Continentes. La cólera de los “Hijos de Dios” o de la “Voluntad y Yoga”, al ver
la constante degradación de los atlantes, era grande; y el significado de
la destrucción de los hijos de Niobe por los hijos de Latona - Apolo y Diana,
las deidades de la luz, la sabiduría y la pureza, o el Sol y la Luna
astronómicamente, cuya influencia ocasiona cambios en el eje de la Tierra,
diluvios y otros cataclismos cósmicos - es, así, muy claro. La fábula
acerca de las lágrimas incesantes de Niobe, cuyo dolor hace que Zeus la
transforme en una fuente - la Atlántida cubierta por las aguas -, no es un
símbolo menos gráfico. Niobe, téngase presente, es hija de una de las Pléyades,
o Atlántidas; por tanto es nieta de Atlas, porque representa las últimas
generaciones del Continente condenado.
Una observación
verdadera es la de Bailly, cuando dice que la Atlántida tuvo una influencia
enorme en la antigüedad. añade él:
Un gran Dragón rojo se
hallaba ante la mujer pronto a devorar al niño. Da ella a luz el hombre-niño
que debía gobernar a todas las naciones con un cetro de hierro, y que fue
acogido en el trono de Dios - el Sol. La mujer huye al desierto, siempre
perseguida por el dragón, que vuela otra vez, y echa agua por la boca como un
río, cuando la Tierra favoreció a la mujer y se tragó al río; y el Dragón
marchó a hacer la guerra con el resto de
la semilla de ella que guardó los mandamientos de Dios (Véase Apocalipsis, XII, I, 17). Cualquiera
que lea la alegoría de Latona perseguida por la venganza del celoso Juno,
reconocerá la identidad de las dos versiones. Juno envía a Pitón, el Dragón, a
perseguir y destruir a Latona y devorar a su recién nacido. este último es
Apolo, el Sol, pues el hombre-niño del Apocalipsis,
“que debía gobernar a todas las naciones con un cetro de hierro”, no es
seguramente el apacible “Hijo de Dios”, Jesús, sino el Sol físico, “que
gobierna a todas las naciones”; siendo el Dragón el Polo Norte, gradualmente
persiguiendo a los lemures primitivos en las tierras que se hacían más y más
hiperbóreas, e impropias para ser habitadas por los que rápidamente se estaban
convirtiendo en hombres físicos, pues entonces tenían que habérselas con las
variaciones de clima. El Dragón no quería permitir a Latona “dar a luz” - el
Sol que iba a aparecer. “Ella es echada del Cielo y no encuentra lugar donde
poder dar a luz”, hasta que Neptuno, el Océano, lleno de compasión, hace
inmóvil la isla flotante de Delos -la ninfa Asteria, ocultándose hasta entonces
de Júpiter bajo las olas del Océano-, en la cual se refugia Latona, y en donde
nace el brillante Dios Delio, el Dios que tan pronto aparece mata a Pitón, el
frío y hielo de la región ártica, en cuyos anillos mortales toda vida se
extingue. En otras palabras: Latona-Lemuria se transforma en Niobe-Atlántida,
sobre la cual reina su hijo Apolo, o el Sol - con un cetro de hierro,
verdaderamente, puesto que Herodoto hace a los atlantes maldecir su calor demasiado grande.
Esta alegoría está reproducida
en su otro sentido místico (otra de las siete claves) en el capítulo antes
citado del Apocalipsis. Latona se
convierte en Diosa poderosa, en verdad, y ve que se le rinde culto a su hijo
(culto solar) en casi todos los templos de la antigüedad. en su aspecto oculto,
Apolo es el patrón del número siete. Nació en el día siete del mes, y los
cisnes de Myorica nadan siete veces alrededor de Delos cantando el suceso; le
dan siete cuerdas a su Lira - los siete rayos del Sol y las siete fuerzas de la
Naturaleza. Pero esto es sólo en el sentido astronómico, mientras que lo
anterior es puramente geológico.
Si estos nombres
míticos son meras alegorías, entonces todo lo que tienen de verdad viene de la
Atlántida; si la fábula es una tradición real -aunque alterada-, entonces la
historia antigua es por completo su historia.
Tan es así que todos
los antiguos escritos - prosa y poesía - están llenos de reminiscencias de los
lemuro-atlantes, las primeras Razas
físicas, aunque Tercera y Cuarta en número, en la evolución de la Humanidad de
la Cuarta Ronda en nuestro Globo. Hesiodo anota la tradición acerca de los
hombres de la Edad de Bronce, a quienes Júpiter había formado de madera de
fresno y que tenían corazones más duros que el diamante. Revestidos de bronce
de pies a cabeza, pasaban sus vidas peleando. De tamaño monstruoso, dotados de
una fuerza terrible, de sus hombros
salían brazos y manos invencibles, dice el poeta . Tales eran los gigantes
de las primeras Razas físicas.
Los iranios tienen en
el Yasna, IX, 15, una referencia a
los últimos atlantes. La tradición sostiene que los “Hijos de Dios”, o grandes
Iniciados de la Isla Sagrada, se aprovecharon del Diluvio para libertar a la
Tierra de todos los Brujos que había entre los atlantes. El referido versículo
se dirige a Zarathushtra, como uno de los “Hijos de Dios”. Dice:
Tú, ¡oh Zarathushtra!
hiciste que todos los demonios (Brujos) que antes vagaban por el mundo en
formas humanas, se escondiesen en la tierra (ayudó a sumergirlos).
Los lemures, así como
también los atlantes primitivos, estaban divididos en dos clases distintas: los
“Hijos de la Noche” o de las Tinieblas, y los “Hijos del Sol” o de la Luz. Los
libros antiguos nos hablan de terribles batallas entre los dos, cuando los primeros,
abandonando su país de Tinieblas, de donde el Sol había partido hacía varios
meses, descendieron de sus regiones inhospitalarias y “trataron de arrancar el
Dios de la Luz” de sus hermanos más favorecidos de las regiones ecuatoriales.
Se nos podrá decir que los antiguos no sabían nada de la larga noche de seis
meses de duración en las regiones polares. Hasta el mismo Herodoto, más
instruido que los demás, sólo menciona un pueblo que dormía durante seis meses
del año y estaba despierto la otra mitad. Sin embargo, los griegos sabían muy
bien que había un país en el Norte donde el año estaba dividido en un día y una
noche de seis meses de duración cada una, pues Plinio dice esto claramente. Hablan ellos de los cimerianos y de los hiperbóreos, y establecen una
diferencia entre los dos. Los primeros habitaban el Palus Maeotis, entre los
45º y 50º de latitud. Plutarco explica que ellos eran sólo una pequeña parte de una gran nación expulsada por los escitas,
nación que se detuvo cerca del Tanais, después de haber cruzado el Asia.
Aquellas multitudes
guerreras vivían primeramente en las costas del Océano, en bosques densos y bajo un cielo tenebroso. Allí es casi la
cabeza del polo; allí largas noches y
días dividen el año.
En
cuanto a los hiperbóreos, estos pueblos, según se expresa Solino Polyhistor:
Sembraban
por la mañana, recogían al mediodía; reunían sus frutos por la tarde, y los
almacenaban por la noche en sus cuevas.
Hasta los escritores
del Zohar conocían este hecho, pues
está escrito:
En el Libro de
Hammannunah, el Viejo (o el Anciano), leemos... que hay algunos países de la
tierra que están alumbrados, mientras otros están en la obscuridad; estos
tienen el día, cuando para los otros es de noche; y hay países en los cuales es
constantemente de día, o en los que la noche sólo dura unos instantes.
La isla de Delos, la
Asteria de la mitología griega, nunca estuvo en Grecia; pues este país no
existía en aquel tiempo, ni siquiera en su forma molecular. Algunos escritores
han indicado que representaba un país o una isla mucho mayor que los pequeños
trozos de tierra que se convirtieron en Grecia. tanto Plinio como Diodoro de
Sicilia la colocan en los mares del Norte. Uno la llama Basilea, o “Real”;
y el otro, Plinio, la llama Osericta , palabra que, según Rudbeck,
tenía
Un significado, en las
lenguas septentrionales, equivalente a la Isla de los Reyes Divinos o
Dioses-Reyes-
o también “Isla Real de
los Dioses”, porque los Dioses nacieron allí, esto es, las Dinastías Divinas de
los Reyes de la Atlántida procedían de aquel lugar. Que los geógrafos y
geólogos la busquen entre el grupo de islas descubierto por Nordenskiöld en su
viaje del “Vega” a las regiones árticas .
Los Libros Secretos nos informan que el clima ha cambiado en aquellas
regiones más de una vez, desde que los primeros hombres habitaron aquellas
ahora casi inaccesibles latitudes. Eran un Paraíso antes de que se convirtieran
en Infierno; el Hades tenebroso de los griegos, y el frío Reino de las sombras
donde la Hel escandinava, la Diosa-Reina del país de los muertos, “tiene su
dominio en lo profundo de Helheim y Niflheim”. Sin embargo, fue el lugar donde
nació Apolo, que era el Dios más resplandeciente del Cielo - astronómicamente
-, así como era el más iluminado de los Reyes Divinos que gobernaron en las
naciones primitivas, en su sentido humano. Este último hecho está en la Ilíada, donde se dice que Apolo se
apareció cuatro veces en su propia forma (como Dios de las Cuatro Razas), y
seis veces en forma humana, esto es, relacionado con las Dinastías Divinas
de los primitivos lemures no separados.
Esos pueblos primitivos
misteriosos, sus países (que ahora son inhabitables), así como el nombre dado
al “hombre”, tanto vivo como muerto, son los que han proporcionado oportunidad
a los ignorantes Padres de la Iglesia para inventar un Infierno, que han
transformado en una localidad ardiente en lugar de frígida.
Es, por supuesto,
evidente, que ni los hiperbóreos ni los cimerianos, ni los arimaspes, ni aun
los escitas -conocidos de los griegos y comunicándose con ellos- son nuestros
atlantes. Pero todos ellos eran descendientes de sus últimas subrazas. Los
pelasgos fueron ciertamente uina de las razas-raíces de la futura Grecia, y
resto de una subraza de la Atlántida. Platón indica mucho al hablar de los
últimos, cuyo nombre se ha averiguado, procedía de pelagus, el “gran mar”. El Diluvio de Noé es astronómico y
alegórico, pero no mítico; pues el relato se basa en la misma tradición arcaica
de los hombres (o más bien de las naciones) que se salvaron, durante los
cataclismos, en canoas, arcas y barcos.
Nadie se aventurará a decir que el
Xisuthro caldeo, el Vaivasvata indo, el Peirun chino -el “Amado de los Dioses”,
que se salvó de la inundación en una canoa- o el Belgamer sueco, por quien los
Dioses hicieron lo mismo en el Norte, sean todos idénticos como personajes.
Pero sus leyendas han salido todas de la catástrofe que abarcó tanto al
Continente como a la Isla Atlántida.
La alegoría acerca de los gigantes antediluvianos, y sus proezas en brujería, no es un mito. Los
sucesos bíblicos son revelados
verdaderamente. Pero no es por la voz de Dios entre truenos y relámpagos en el
Monte Sinaí, ni por un dedo divino trazando los anales en tablas de piedra, sino
simplemente por medio de la tradición vía
fuentes paganas. No era seguramente el Pentateuco
lo que Diodoro repetía, cuando escribió acerca de los Titanes; los gigantes
nacidos del Cielo y de la Tierra, o más bien, nacidos de los Hijos de Dios, que
tomaron por esposas a las hijas de los hombres que eran hermosas. Ni tampoco
Perecides citaba del Génesis cuando
daba detalles de aquellos gigantes, que no se encuentran en las Escrituras
judías. Dice él que los hiperbóreos eran de la raza de los Titanes, raza que
descendía de los primeros gigantes, y que esa región hiperbórea fue la cuna de
los primitivos gigantes. Los Comentarios de los Libros Sagrados explican que la
referida región era el lejano Norte, ahora las Tierras Polares, el primer
Continente Prelemuro, que abarcó una vez la Groenlandia presente, Spitzberg,
Suecia, Noruega, etc.
Pero ¿quiénes fueron
los nephilim del Génesis (VI, 4 )?
Hubo hombres paleolíticos y neolíticos en Palestina, edades antes de los
sucesos registrados en el Libro de los Principios. La tradición teológica
identifica a estos nephilim con hombres velludos o sátiros, siendo estos
últimos míticos en la Quinta Raza, y los primeros históricos, tanto en la
Cuarta como en la Quinta Raza. Hemos dicho en otra parte lo que fueron los prototipos
de estos sátiros, y hemos hablado de la bestialidad de la Raza Atlante
primitiva y de la posterior. ¿Cuál es el significado de los amores de Poseidón
bajo tal variedad de formas animales?
Se convirtió en un delfín para conquistar a Anfítrite; en un caballo para
seducir a Ceres; en un morueco para engañar a Teofane, etc. Poseidón no es sólo
la personificación del Espíritu y Raza de la Atlántida, sino también de los
vicios de estos gigantes. Gesenio y otros dedican grandísimo espacio al
significado de la palabra nephilim, y explican muy poco. Pero los Anales
Esotéricos muestran a estas criaturas velludas como los últimos descendientes
de aquellas Razas Lemuro-Atlantes, que engendraron hijos con animales hembras,
de especies extinguidas hace largo tiempo; produciendo así hombres mudos,
“monstruos”, como dicen las Estancias.
Ahora bien; la
Mitología, construida sobre la Teogonía
de Hesiodo, que no es más que los anales poetizados de tradiciones reales, o
historia oral, habla de tres gigantes llamados Briareus, Cottus y Gyges, que
vivían en un país tenebroso en donde fueron aprisionados por Cronos, por su
rebelión contra él. Todos los tres están dotados en el mito con cien brazos y
cincuenta cabezas, representando estas últimas las razas, y los primeros las
subrazas y tribus. Teniendo presente que en la Mitología todos los personajes
son casi Dioses o Semidioses, y también reyes o simples mortales en su segundo
aspecto, y que ambos representan símbolos de países, islas, poderes de la
naturaleza, elementos, naciones, razas y subrazas, se comprenderá el Comentario
Esotérico. Dice él que los tres gigantes son tres tierras polares que han
cambiado de forma varias veces, a cada nuevo cataclismo o desaparición de un
continente para dar lugar a otro. El Globo entero entra periódicamente en
convulsiones, habiéndolas sufrido cuatro veces desde la aparición de la Primera
Raza. Sin embargo, aunque toda la faz de la Tierra fue transformada por ello
cada vez, la conformación de los Polos ártico y antártico ha cambiado poco. Las
tierras polares se unen y se separan convirtiéndose en islas y penínsulas,
aunque permanecen siempre las mismas. Por tanto, el Asia Septentrional es
llamada la “Tierra Eterna o Perpetua”, y el Antártico, el “Siempre Viviente” y
el “Escondido”; mientras que el Mediterráneo, el Atlántico, el Pacífico y otras
regiones, desaparecen y reaparecen por turno, debajo y encima de las Grandes
Aguas.
Desde la primera
aparición del gran Continente de la Lemuria, los tres gigantes polares han sido
aprisionados en su círculo por Cronos. Su cárcel está rodeada por una pared de
bronce, y la salida es por puertas fabricadas por Poseidón -o Neptuno-; por
tanto, por mares que no pueden atravesar; y en esta triste región, donde reinan
tinieblas eternas, es donde languidecen los tres hermanos. La Ilíada hace de ella el Tártaro.
Cuando los Dioses y Titanes se rebelaron a su vez contra Zeus -la deidad de la
Cuarta Raza-, el Padre de los Dioses recapacitó acerca de los g igantes
aprisionados que le podían ayudar a vencer a los Dioses y Titanes, y precipitar
a estos en el Hades; o en palabras más claras, hundir a la Lemuria, en medio de
truenos y relámpagos, en el fondo de los mares, a fin de hacer lugar a la
Atlántida, que estaba destinada a sumergirse y desaparecer a su vez.
El
levantamiento geológico y el diluvio de Tesalia fueron una repetición en
pequeña escala del gran cataclismo; y, quedando impreso en la memoria de los
griegos, lo mezclaron y confundieron con el destino general de la Atlántida.
Así también, la guerra entre los Râkshasas de Lankâ, y los Bhârateans, la mêlée de los atlantes y arios en su
lucha suprema, o el conflicto entre los Devs e Yzeds, o Peris, se convirtió
edades después en la lucha de los Titanes, separados en dos campos enemigos, y
más tarde aún en la guerra entre los
Ángeles de Dios y los Ángeles de Satán. Los hechos históricos se convirtieron
en dogmas teológicos. Escoliadores ambiciosos, hombres de una pequeña subraza
nacida ayer, y uno de los últimos retoños del linaje ario, emprendieron la
tarea de echar por tierra el pensamiento religioso del mundo, y lo
consiguieron. Por cerca de dos mil años ellos han impreso en la humanidad
pensante la creencia en la existencia de Satán.
Pero como ahora es
convicción de más de un helenista erudito -como era la de Bailly y Voltaire-
que la Teogonía de Hesiodo está
basada en hechos históricos, se hace más fácil para las Enseñanzas Ocultas
abrirse camino en las mentes de los hombres pensadores, y por esto se presentan
estos pasajes de la Mitología en nuestra discusión sobre el saber moderno, en
esta Addenda.
Los símbolos que se encuentran en todos los
credos exotéricos son otras tantas huellas de verdades prehistóricas. La
soleada y dichosa tierra, cuna primitiva de las primeras razas humanas, se ha
convertido varias veces desde entonces en hiperbórea y saturnina;
mostrando así la Edad de Oro y Reino de Saturno bajo aspectos multiformes. Fue
de muchos aspectos en su carácter, verdaderamente; climática, etnológica y
moralmente. Porque la Tercera, la Raza Lemuria, debe ser dividida
fisiológicamente en la raza andrógina primera y la bisexual posterior; y el
clima de sus residencias y continentes en el de una eterna primavera y un
eterno invierno, en la vida y la muerte, la pureza e impureza.
El ciclo de las
leyendas es siempre transformado en su marcha por la fantasía popular. Sin
embargo, puede quitársele la escoria que ha reunido en su camino a través de
muchas naciones, y de las innumerables mentes que han añadido sus propios
aditamentos exuberantes a los hechos originales. Abandonando por un instante
las interpretaciones griegas, podemos buscar más corroboraciones en las pruebas
científicas y geológicas.
H.P. Blavatsky D.S T IV
H.P. Blavatsky D.S T IV
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