domingo, 30 de agosto de 2015

Gigantes, Civilizaciones y Continentes Sumergidos señalados en la Historia



            Cuando se hacen declaraciones como las que comprende el epígrafe anterior, se espera, por supuesto, que el escritor presente pruebas históricas en lugar de legendarias, en apoyo de sus manifestaciones. ¿Es esto posible? Sí; pues pruebas de semejante naturaleza abundan y sólo tienen que ser recogidas y reunidas para resultar abrumadoras a los ojos de los que están libres de prejuicios.
            Una vez que el estudiante sagaz se apodera del hilo conductor puede encontrar por sí mismo tales testimonios. Presentamos hechos y mostramos señales; que el viajero las siga. Lo que aquí se aduce es muy suficiente para este siglo.
           
  En una carta a Voltaire, Bailly encuentra muy natural que las simpatías del “gran viejo inválido de Ferney” fuesen atraídas por los representantes del “conocimiento y sabiduría”, de los antiguos brahmanes. Luego añade una curiosa declaración. Dice así:

            Pero vuestros brahmanes son muy jóvenes en comparación de sus instructores arcaicos.

            Bailly, que no sabía nada de las enseñanzas esotéricas, ni de la Lemuria, creía, sin embargo, sin reservas, en la perdida Atlántida, así como también en varias naciones prehistóricas y civilizadas, que habían desaparecido sin dejar rastro alguno innegable. Había estudiado extensamente los antiguos clásicos y las tradiciones, y había visto que las artes y las ciencias conocidas de los que hoy llamamos los “antiguos”, no eran:

            las obras de ninguna de las naciones hoy existentes o que entonces existían, ni de ninguno de los pueblos históricos del Asia...

y que, a pesar de la sabiduría de los indos, su innegable prioridad en los principios de su raza tenía que referirse a un pueblo o a una raza aún más antigua y más instruida que los mismos brahmanes.
            Voltaire, el mayor escéptico de su tiempo, el materialista por excelencia, compartía la crencia de Bailly. Creía él muy probable que:

            Mucho antes de los imperios de China y de la India, hubiera habido naciones cultas, instruidas y poderosas, las cuales fueron dominadas por una gran invasión de bárbaros y sumergidas de nuevo en su estado primitivo de ignorancia y de salvajismo, o lo que llaman el estado de naturaleza pura.

            Lo que en Voltaire era la conjetura sagaz de una gran inteligencia, era en Bailly una “cuestión de hechos históricos”. Pues, he aquí lo que escribía:

            Doy gran importancia a las antiguas tradiciones conservadas a través de una larga serie de generaciones.

            Era posible, pensaba él, que una nación extranjera, después de instruir a otra nación, desapareciese de modo que no dejara rastro. Cuando se le preguntaba cómo podía suceder que esta nación antigua, o más bien arcaica, no hubiese dejado, por lo menos, algún recuerdo en la mente humana, contestaba que el tiempo devora sin compasión los hechos y sucesos. Pero la historia del pasado no se perdió enteramente nunca, pues los sabios del antiguo Egipto la habían conservado “y así se conserva hasta hoy en otra parte”. Los sacerdotes de Saîs dijeron a Solón, según Platón:
           
  No conocéis esa nobílisima y excelente raza de hombres que habitó una vez vuestro país, de quien vos descendéis, así como todos vuestros actuales estados, aunque sólo un pequeño resto de esta gente admirable es la que ahora queda... Estos escritos relatan la fuerza prodigiosa que dominó una vez vuestra ciudad, cuando un potente poder guerrero, precipitándose desde el mar Atlántico, se extendió con furia hostil sobre toda Europa y Asia.

            Los griegos no eran sino los restos empequeñecidos y debilitados de esa nación en un tiempo gloriosa.
            ¿Qué era esta nación? La Doctrina Secreta enseña que fue la última parte de la séptima subraza de los atlantes, que entonces estaba ya englobada en una de las primeras subrazas del tronco Ario, que se había ido extendiendo gradualmente sobre el continente e islas de Europa, tan pronto como éstas principiaron a surgir de los mares. Descendiendo de las altas mesetas del Asia, en donde las dos razas se habían refugiado en los días de la agonía de la Atlántida, se habían ido estableciendo y colonizando las nuevas tierras surgidas.

La subraza inmigradora había aumentado y se multiplicó rápidamente en aquel suelo virgen; se había dividido en muchas razas de familia, las cuales a su vez se dividieron en naciones: Egipto y Grecia, los fenicios y los troncos del Norte, procedieron así de esta subraza. Miles de años después, otras razas (restos de los atlantes), “amarillas y rojas, morenas y negras”, principiaron a invadir el nuevo continente. Hubo guerras en que los recién llegados fueron vencidos, y huyeron, unos al África, otros a países remotos. Algunas de estas tierras se convirtieron en islas en el curso del tiempo, debido a nuevas convulsiones geológicas. Separadas así de modo forzoso de los continentes, el resultado fue que las tribus y familias no desarrolladas del linaje atlante cayeron gradualmente en una condición aún más abyecta y salvaje.
            ¿No encontraron los españoles en las expediciones de Cibola jefes blancos salvajes, y no ha sido confirmada ahora la presencia de tipos negros africanos en Europa, en las edades prehistóricas? Esta presencia de un tipo extranjero asociado con el del negro, y también con el mogol, es lo que constituye la gran dificultad con que tropieza la antropología. El individuo que vivió en un período de incalculable antigüedad en La Naulette, en Bélgica, es un ejemplo. Dice un antropólogo:

            Las cuevas de las orillas del Lasse, en el Sudeste de Bélgica, presentan pruebas del que es, quizá, el hombre más inferior, como lo demuestra la mandíbula de La Naulette. Semejante hombre, sin embargo, tenía amuletos de piedra, perforados a fin de que sirvieran de adorno; estos están hechos de psammita que se encuentra ahora en la cuenca de la Gironda.



            De modo que el hombre belga era sumamente antiguo. El hombre que antecedió a la gran inundación de aguas -que cubrieron las alturas de Bélgica con un depósito de lehm o altiplanicies de casquijo, de treinta metros sobre el nivel de los ríos actuales- debió de haber combinado en sí los caracteres del turanio y del negro. El hombre de Canstadt, o de La Naulette, puede haber sido negro, y nada tuvo que ver con el tipo ario cuyos restos son contemporáneos con los del oso de las cavernas en Engis. Los habitantes de las cuevas de huesos de Aquitania pertenecen a un período muy posterior de la historia, y pueden no ser tan antiguos como los primeros.
           

  Si se objetase a esta declaración que la Ciencia no niega la presencia del hombre sobre la Tierra desde una antigüedad enorme, aunque esta antigüedad no pueda determinarse, dado que tal presencia está condicionada por la duración de los períodos geológicos, cuya edad no se ha podido determinar; si se arguye, por ejemplo, que los hombres de ciencia se oponen terminantemente a la pretensión de que el hombre precedió a los animales; o a que la civilización date de los primeros tiempos del período Eoceno, o también a que hayan existido jamás gigantes, hombres de  tres  ojos y cuatro brazos y cuatro piernas, andróginos, etc. -entonces preguntaremos a nuestra vez a los objetantes: “¿Cómo lo sabéis? ¿Qué pruebas tenéis fuera de vuestras hipótesis personales, cada una de las cuales puede ser destruida cualquier día por nuevos descubrimientos?” Y estos descubrimientos futuros es seguro que probarán que, cualquiera que haya sido la complexión del tipo más antiguo del hombre que los antropólogos conocen, no era en modo alguno simiesco

El hombre de Canstadt y el hombre de Engis poseían igualmente atributos humanos. La gente ha buscado el eslabón perdido en el extremo equivocado de la cadena; y el hombre de Neanderthal hace mucho tiempo que ha sido relegado al “limbo de todos los desatinos precoces”. Disraeli dividía a los hombres en asociados de los monos y de los ángeles. Aquí se dan razones a favor de una “teoría angélica” (como la llamarían los cristianos), aplicable, por lo menos, a algunas razas de hombres. En todo caso, si se sostiene que el hombre existe sólo desde el período Mioceno, la misma humanidad en su totalidad no podía estar constituida por los salvajes abyectos de la edad paleolítica, según quieren representarlos ahora los hombres de ciencia. Todo lo que dicen son meras conjeturas especulativas arbitrarias, inventadas por ellos para responder y adaptarse a sus propias hipótesis imaginativas.     

Nosotros hablamos de sucesos de hace cientos de miles de años, más aún, de millones de años -si el hombre data de los períodos geológicos-, no de ninguno de esos sucesos que han ocurrido durante los pocos miles de años del margen prehistórico concedido por la tímida y siempre prudente historia. Sin embargo, hay hombres de ciencia que casi son de nuestra manera de pensar. Desde la valiente confesión del Abate Brasseur de Bourbourg, que dice que:

            Las tradiciones, cuyos vestigios se presentan en Méjico, en la América Central, en el Perú y en Bolivia, sugieren la idea de que el hombre existió en esos diferentes países en el tiempo de la gigantesca elevación de los Andes, y que ha retenido el recuerdo de ello-

hasta los últimos paleontólogos, y antropólogos, la mayor parte de los hombres científicos está en favor de tal antigüedad. A propósito del Perú, ¿se ha hecho alguna tentativa satisfactoria para determinar las afinidades y características etnológicas de la raza que levantó esas construcciones ciclópeas, cuyas ruinas ponen de manifiesto los restos de una gran civilización? En Cuelap, por ejemplo, se encuentran unas que consisten:

            en una pared de piedras labradas, de 3.600 pies de largo, 560 de ancho y 150 de alto, constituyendo una masa sólida con una cima a nivel. Sobre esta masa se hallaba otra de 600 pies de largo, 500 de ancho y 150 de alto, que hacen en junto una altura de 300 pies. En ella había cuartos y celdas.

            Un hecho muy sugestivo es el parecido sorprendente entre la arquitectura de estas construcciones colosales y la de las naciones arcaicas europeas. Mr. Fergusson considera las analogías entre las ruinas de la civilización “Inca” y los restos ciclópeos de los pelasgos en Italia y Grecia como una coincidencia-

de las más notables en la historia de la arquitectura... Es difícil resistir a la conclusión de que puede haber alguna relación entre ellas.

            La “relación” se explica sencillamente por la derivación de los linajes que idearon estas construcciones, de un centro común en un continente Atlántico. La aceptación de este último es lo único que puede auxiliarnos en la solución de este problema, y otros semejantes, en casi todas las ramas de la Ciencia Moderna.
            El doctor Latert, tratando del asunto, arregla la cuestión declarando que:


             La verdad, por tanto tiempo discutida, de la coexistencia del hombre con las grandes especies extinguidas (elephas primigenius, rhinoceros tichorrhinus, hyaena  spelaea, ursus spelaeus, etc.), me parece en lo sucesivo inatacable y definitivamente conquistada por la ciencia.

              En otra parte se muestra que ésta es también la opinión De Quatrefages; dice él:
            
El hombre ha visto, según toda probabilidad, los tiempos Miocenos, y por consiguiente toda la época Pliocena. ¿Hay razones para creer que sus vestigios se encontrarán en tiempos aun más remotos?... Entonces puede haber sido contemporáneo de los primeros mamíferos, y remontarse hasta el período Secundario.

            El Egipto es mucho más antiguo que Europa según está ahora trazada en el mapa. Las tribus Ario-atlantes principiaron a establecerse en él cuando las Islas Británicas  y Francia ni siquiera existían. Es bien sabido que “la lengua del Mar Egipcio” o el Delta del Egipto inferior se convirtió en tierra firme muy gradualmente, y siguió a las montañas de Abisinia; al contrario de estas últimas, que se levantaron de repente, relativamente hablando, se formó de un modo muy gradual en dilatadas edades por capas sucesivas de fango marino y de lodo, depositado anualmente por los arrastres de un gran río, el Nilo actual. Sin embargo, hasta el mismo Delta ha sido habitado, como tierra firme y fértil, desde hace más de 100.000 años. Tribus posteriores, con más sangre aria que sus predecesoras, llegaron del Oriente y conquistaron a un pueblo cuyo nombre mismo se ha perdido para la posteridad, excepto en los Libros Secretos. Esta barrera natural de fango, que se tragaba lenta y seguramente todo barco que se aproximase a aquellas costas inhospitalarias, fue, hasta pocos miles de años antes de Cristo, la mejor salvaguardia de los egipcios posteriores, quienes se habían arreglado para llegar allí a través de la Arabia, la Abisinia y la Nubia, conducidos por Manu Vinâ en los tiempos de Vishâmitra.    
            Tan  evidente se hace cada día la antigüedad del hombre, que hasta la misma Iglesia se está preparando para una honrosa rendición y retirada. El sabio Abate Fabre, profesor de la Sorbona, ha declarado categóricamente que la Paleontología y Arqueología prehistóricas pueden descubrir en las capas terciarias, sin ningún daño para las Escrituras, tantos vestigios como quieran del hombre pre-Adámico.

            Puesto que ella no tiene en cuenta ninguna creación anterior al último diluvio, salvo una (la que produjo el diluvium, según el Abate), la revelación de la Biblia nos deja en libertad para admitir la existencia del hombre en el diluvium gris, en las capas pliocenas, y hasta en las eocenas. Por otra parte, además, los geólogos no están de acuerdo en considerar a los hombres que habitaron el globo en esas edades primitivas como nuestros antecesores .

            El día en que la Iglesia vea que su único medio de salvación está en la interpretación oculta de la Biblia, no está tan lejos como algunos imaginan. Muchos abates y eclesiásticos se han convertido ya en kabalistas fervientes, y no pocos aparecen públicamente en la arena, rompiendo lanzas con los teósofos y ocultistas, en apoyo de la interpretación metafísica de la Biblia. Pero, desgraciadamente para ellos, comienzan por el extremo erróneo. Se les aconseja que, antes de principiar a especular sobre lo metafísico de sus Escrituras, estudien y dominen lo que se relaciona con lo puramente físico, esto es, sus indicaciones sobre Geología y Etnología. Pues alusiones a la constitución septenaria de la Tierra y del Hombre, a las siete Rondas y Razas, abundan tanto en el Nuevo Testamento como en el Antiguo, y son tan visibles como el Sol en el firmamento para el que lea ambos simbólicamente. ¿A qué se aplican las leyes del capítulo XXIII del Levítico? ¿Cuál es la filosofía de la razón de todas esas ofrendas y cálculos simbólicos hebdómados? cómo:

            Contaréis.. desde la mañana después del Sábado... que trajisteis la gavilla de las primicias; siete Sábados se completarán... Y ofreceréis con el pan siete corderos sin mancha, etc.

            Se nos rechazará, sin duda alguna, cuando digamos que todas estas primicias y ofrendas de “paz” eran en conmemoración de los siete “Sábados” de los Misterios. Estos Sábados son siete Pralayas entre siete Manvántaras, o lo que llamamos Rondas; pues “Sábado” es una palabra elástica, que significa un período de reposo de cualquier naturaleza, como se ha explicado en otra parte. Y si esto no fuese bastante concluyente, entonces podemos dirigirnos al versículo que añade:
            
Aun desde la mañana después del séptimo Sábado, contaréis cincuenta días (cuarenta y nueve, 7 x 7, estados de actividad y cuarenta y nueve estados de reposo, en los siete Globos de la Cadena, y luego viene el reposo del Sábado, el día cincuenta); y presentaréis una nueva ofrenda de carne al Señor.

            Esto es, haréis una ofrenda de vuestra carne o “vestidos de piel”, y desechando vuestros cuerpos, permaneceréis espíritus puros. Esta ley de la ofrenda, degradada y materializada con las edades, era una institución que databa de los primeros atlantes; vino ella a los hebreos por la vía de los “caldeos”, que eran los “hombres sabios” de una casta, no de una nación, una comunidad de grandes Adeptos salidos de sus “Agujeros de Serpiente”, que se había establecido en Babilonia edades antes. Y si esta interpretación del Levítico (lleno de Leyes de Manu desfiguradas) se encontrase demasiado traída por los cabellos, entonces dirigíos al Apocalipsis

Cualquiera que sea la interpretación que los místicos profanos den al famoso capítulo XVII, con su enigma de la mujer vestida de púrpura y escarlata; ya hagan gestos los protestantes a los católicos romanos, cuando leen “Misterio, Babilonia la Grande, la Madre de las Rameras y Abominaciones de la Tierra”, o los católicos romanos lancen miradas de indignación a los protestantes, los ocultistas declaran, en su imparcialidad, que estas palabras se han aplicado desde el principio a todos y a cada exotérico Eclesiasticismo - “magia ceremonial” antigua, con sus terribles efectos y actualmente culto ritualista inocente, por estar desfigurado. El “misterio” de la mujer y de la bestia son símbolos del Eclesiasticismo matador del alma, y de la SUPERSTICIÓN.

            La bestia que... fue, y no es... y sin embargo existe. Y aquí está la mente que es sabia. Las siete cabezas son siete montañas (siete Continentes y siete Razas) en que se asentaba la mujer.

símbolo de todas las creencias exotéricas, bárbaras, idólatras, que han cubierto ese símbolo “con la sangre de los santos y con la sangre de los mártires” que protestaban y que protestan.

            Y hay siete reyes (siete Razas); cinco han caído (incluida nuestra Quinta Raza), y uno existe (la Quinta continúa), y el otro (las Razas Sexta y Séptima) no han venido aún, y cuando él (la Raza “rey”) venga, continuará por un corto espacio.

         Hay muchas de estas alusiones apocalípticas, pero el estudiante tiene que encontrarlas por sí mismo. Estos cinco reyes fueron ya antes mencionados.
            
Si la Biblia se une a la Arqueología y Geología para demostrar que la civilización humana ha pasado por tres etapas más o menos determinadas, a lo menos en Europa; y si el hombre, en América y en Europa, lo mismo que en Asia, data de épocas geológicas, ¿por qué, entonces, no han de tomarse en consideración las manifestación de La Doctrina Secreta? ¿Es más filosófico, o más lógico y científico, no creer, como Mr. Albert Gaudry, en el hombre mioceno, y creer que los famosos pedernales de Thenay  “fueron labrados por el mono driopiteco”; o creer, como los ocultistas, que el mono anropomorfo vino edades después que el hombre? Pues si se concede y hasta se demuestra científicamente que:

            No hubo en la mitad del período Mioceno una sola especie de mamíferos idéntica a las especies que hoy existen.

y que el hombre era entonces exactamente lo que es ahora, sólo que más alto y más atlético que nosotros, ¿dónde está entonces la dificultad? Que ellos no podían ser descendientes de los monos, de los cuales no se ven vestigios antes del período Mioceno está, por otra parte, atestiguado por varios naturalistas eminentes:

            Así, en el salvaje de las edades cuaternarias, que tenía que luchar contra el mamut con armas de piedra, encontramos todos aquellos caracteres craneológicos considerados generalmente como signo de gran desarrollo intelectual.
            
A menos que el hombre surgiera espontáneamente, dotado de toda su inteligencia y sabiduría, de su antecesor catarrino sin cerebro, no podía haber adquirido semejante órgano dentro de los límites del período Mioceno, si hemos de creer al sabio Abate Bourgeois.
            
En cuanto al asunto de los gigantes, aunque el hombre más alto que se ha encontrado hasta ahora en Europa entre los fósiles es el “hombre de Mentone” (6 pies, 8 pulgadas), todavía puede que se exhumen otros, Nilsson, citado por Lubbock, manifiesta que:

            En una tumba de la edad Neolítica... se encontró un esqueleto de tamaño extraordinario, en 1807.

            Se atribuyó a un rey de Escocia, Albus McGaldus.
            
Y si en nuestros mismos días se ven a veces hombres y mujeres de siete y hasta de nueve y once pies, esto tan sólo prueba -según la ley de atavismo, o la reaparición de rasgos y caracteres de los antecesores- que hubo un tiempo en que el término medio de la altura de la humanidad era de nueve y de diez pies, hasta en nuestra última raza Indoeuropea.
            
Pero como el asunto ha sido suficientemente tratado en otra parte, podemos pasar a los lemures y atlantes, y ver lo que los antiguos griegos sabían de estas primitivas razas, y lo que ahora saben los modernos.
            
La gran nación mencionada por los sacerdotes egipcios, de la cual descendieron los antepasados de los griegos de la época de Troya, y que, según se asegura, había luchado con la raza Atlante, no era, pues, seguramente, por lo que vemos, una raza de salvajes paleolíticos. Sin embargo, aun en los días de Platón, exceptuando los sacerdotes e iniciados, nadie parece haber conservado ningún recuerdo claro de las razas precedentes. Los primeros egipcios se habían separado de los últimos atlantes hacía edades y edades; ellos mismos descendían de una raza extranjera, y se habían establecido en Egipto unos 400.000 años antes, pero sus Iniciados habían conservado todos sus anales. Hasta en una fecha tan posterior como la época de Herodoto, tenían todavía en su poder las estatuas de 341 reyes que habían reinado sobre su pequeña subraza Atlante Aria . Concediendo sólo veinte años, como término medio, a cada reinado, la duración del imperio egipcio hay que remontarla a 17.000 años antes del tiempo de Herodoto.
            
Bunsen concedía a la gran Pirámide una antigüedad de 20.000 años. La Arqueología moderna no quiere concederle más de 5.000 o cuanto más 6.000, y generalmente concede a Tebas, con sus cien puertas, 7.000 años desde la época de su fundación. Y, sin embargo, existen anales que muestran a sacerdotes egipcios -Iniciados- viajando en dirección Noroeste por tierra, vía que más adelante se convirtió en el Estrecho de Gibraltar; volviendo hacia el Norte, y viajando por los establecimientos fenicios de la Galia meridional; luego aún más adelante hacia el Norte, hasta llegar a Carnac (Morbihan), volvieron de nuevo a Occidente y llegaron, siempre viajando por tierra, al promontorio Noroeste del Nuevo Continente.
            
¿Cuál era el objeto de su largo viaje, y en qué época debemos colocar la fecha de tales visitas? Los Anales Arcaicos muestran a los Iniciados de la segunda subraza de la familia aria marchando de un país a otro, con objeto de inspeccionar la construcción de menhires y dólmenes, de zodíacos colosales de piedra, y sitios sepulcrales para servir de receptáculos para las cenizas de futuras generaciones. ¿Cuándo ocurrió esto? El hecho de que cruzaron desde Francia a la Gran Bretaña por tierra puede dar una idea de la fecha en que pudo efectuarse semejante viaje por tierra firme.
            Era cuando:

            El nivel de los mares Báltico y del Norte era 400 pies más alto que hoy día. El valle de Somme no estaba a la profundidad que ahora alcanza; Sicilia se hallaba unida al África, y Berberia a España. Cartago, las Pirámides de Egipto, los palacios de Uxmal y de Palenque no existían todavía, y los osados navegantes de Tiro y Sidón, que más tarde habían de emprender sus peligrosos viajes a lo largo de las costas de África, aún no habían nacido. Lo que sabemos con certeza es que el hombre europeo fue contemporáneo de las especies extinguidas de la época Cuaternaria... que presenció el levantamiento de los Alpes  y la extensión de los ventisqueros; en una palabra, que vivió miles de años antes de que asomaran los albores de las tradiciones históricas más remotas. 

Es también posible que el hombre sea contemporáneo de mamíferos extinguidos de especies aún más antiguas..., del elephas meridionalis de las arenas de Saint Prest, o al menos del elephas antiquus, que se supone anterior al elephas primigenius, puesto que sus huesos se encuentran en compañía de pedernales labrados en varias cuevas de Inglaterra, y asociados con los del rhinoceros haemitechus, y hasta con los del machairodus latidens, de fecha aun anterior. M. Ed. Lartet es también de opinión de que la existencia del hombre en el período terciario no tiene, en realidad, nada de imposible.

            Si científicamente “no hay nada de imposible” en la idea, y puede admitirse que el hombre existía ya en época tan remota como el período Terciario, entonces es conveniente recordar al lector que Mr. Croll coloca el principio de este período en una época de hace 2.500.000 años; pero hubo un tiempo en que le asignaba 15.000.000.
            
Y si puede decirse todo esto del hombre europeo ¡cuán grande será la antigüedad del hombre lemuro-atlante y del atlante-ario! Toda persona ilustrada que sigue el progreso de la Ciencia sabe cómo se reciben todos los vestigios del hombre del período Terciario. Las calumnias que cayeron sobre Desnoyers en 1863, cuando anunció al Instituto de Francia que había hecho un descubrimiento

            en las no removidas arenas de Saint Prest, cerca de Chartres, que probaba la coexistencia del hombre y del elephas meridionalis, estuvieron a la altura del suceso. El descubrimiento posterior, en 1867, del abate Bourgeois, de que el hombre vivió en el período Mioceno, y el recibimiento que tuvo en el Congreso Prehistórico de Bruselas en 1872 prueban que la generalidad de los hombres de ciencia sólo ven lo que quieren ver.
            
El arqueólogo moderno, aunque especula ad infinitum sobre los dólmenes y sus constructores, no sabe, en efecto, nada de ellos, ni de su origen. Sin embargo, estos monumentos extraños, a veces colosales, de piedras sin labrar -que por regla general constan de cuatro o de siete bloques gigantescos colocados juntos- están esparcidos por Asia, Europa, América y África, en grupos o hileras. Se encuentran piedras de enorme tamaño colocadas horizontal y diversamente sobre dos, tres y cuatro bloques, y también sobre seis y siete, como en el Poitou. La gente los llama “altares del diablo”, piedras druídicas, y tumbas de gigantes. Las piedras de Carnac en Morbihan, Bretaña -que ocupan cerca de una milla de largo, en número de 11.000, puestas en once hileras-, son hermanas gemelas de las de Stonehenge. 

El menhir cónico de Loch-maria-ked, en el Morbihan, mide veinte yardas de largo y cerca de dos de grueso. El menhir de Champ Dolent (cerca de Saint Malo) se eleva a treinta pies del suelo y tiene quince pies de profundidad en la tierra. Estos dólmenes y monumentos prehistóricos se ven en casi todas las latitudes. 

Se encuentran en la cuenca del Mediterráneo; en Dinamarca (entre los túmulos locales, de veintisiete a treinta y cinco pies de alto); en Shetland; en Suecia, en donde los llaman Ganggriften (o tumbas con corredores); en Alemania, en donde se les conoce por tumbas de gigantes (Hünengräben); en España, en donde se encuentra el dolmen de Antequera, cerca de Málaga; en África; en Palestina y Argelia, en Cerdeña, con los Nuraghi y Sepolture dei Giganti, o tumbas de gigantes; en Malabar; en la India, en donde se les llama las tumbas de los Daityas (Gigantes) y de los Râkshasas, los Hombres-demonios de Lankâ; en Rusia y Siberia, en donde se les conoce por los Koorgan; en el Perú y Bolivia, en donde se les llama Chulpa o sepulcros, etc.
            
No hay país que no los tenga. ¿Quién los construyó? ¿Por qué están todos relacionados con serpientes y dragones, con aligatores y cocodrilos? Porque, según se cree, se han encontrado en ellos restos del “hombre paleolítico”, y porque en los túmulos funerarios de América se han descubierto cuerpos de razas posteriores con los usuales ornamentos de collares de hueso, armas, urnas de piedra y de cobre, etc., se los considera, por tanto, tumbas antiguas. 

Pero ciertamente los dos túmulos famosos, uno en el valle del Mississipi y el otro en Ohio, conocidos respectivamente por “Túmulo del Aligator” y “Túmulo de la Gran Serpiente”, nunca fueron destinados a tumbas. Sin embargo, se nos dice de modo autoritario que los túmulos y sus constructores, o constructores de dólmenes, son todos “pelasgos” en Europa; anteriores a los Incas en América; pero, sin embargo, no de “tiempos excesivamente remotos”. No han sido construidos por “raza alguna de constructores de dólmenes”, que nunca ha existido, salvo en la fantasía arqueológica primitiva (opinión de De Mortillet, Bastian y Westropp). Finalmente, la opinión de Virchow sobre las tumbas de gigantes en Alemania, se acepta ahora como axioma. Este biólogo alemán dice:

            Las tumbas solas son las gigantescas y los huesos que contienen.

            Y la Arqueología sólo tiene que inclinarse y someterse a la decisión .
           
  El no haberse encontrado hasta ahora ningún esqueleto gigantesco en las “tumbas” no es razón para decir que nunca contuvieran restos de gigantes. La cremación era universal hasta una época relativamente reciente; - hace unos 80.000 ó 100.000 años. Los verdaderos gigantes, además, se ahogaron casi todos en la sumersión de la Atlántida. Sin embargo, algunos escritores clásicos hablan a menudo de esqueletos gigantescos desenterrados en su tiempo, según hemos dicho en otro lugar. Por otra parte, los fósiles humanos pueden contarse por los dedos hasta hoy. De los esqueletos que se han encontrado, ninguno pasa de 50.000 a 60.000 años, y el tamaño del hombre se redujo desde 15 a 10 ó 12 pies, desde el tiempo de la tercera subraza del tronco Ario, cuya subraza -nacida y desarrollada en  Europa y Asia Menor, bajo nuevos climas y condiciones- se había hecho europea. 

Desde entonces, como hemos dicho, ha venido disminuyendo constantemente. Por tanto, se acerca más a la verdad decir que sólo las tumbas son arcaicas, y no necesariamente los cuerpos de los hombres que se han encontrado en ellas algunas veces; y que esas tumbas, puesto que son gigantescas, han  debido contener gigantes, o más bien las cenizas de generaciones de gigantes.
            
Tampoco estaban dedicadas a sepulcros todas esas construcciones ciclópeas. Con los llamados restos druídicos, tales como Carnac en Bretaña, Stonéhenge en la Gran Bretaña, es con lo que tuvieron que ver los Iniciados viajeros a que antes hemos aludido. Y estos monumentos gigantescos son todos anales simbólicos de la historia del Mundo. No son druídicos, sino universales. No los construyeron los druidas; pues ellos sólo fueron los poseedores de la herencia ciclópea que les legaron generaciones de poderosos constructores, y “magos”, tanto buenos como malos.

Siempre será de lamentar que la Historia, rechazando a priori la existencia real de los gigantes, nos haya conservado tan poco de los anales de la antigüedad respecto de ellos. Sin embargo, en casi todas las mitologías -las cuales son, después de todo, Historia- los gigantes representan un papel importante. En la antigua mitología Norse, los gigantes Skrymir y sus hermanos, contra quienes lucharon los hijos de los Dioses, eran factores poderosos en las historias de las deidades y los hombres. Las exégesis modernas que hacen a estos gigantes hermanos de los enanos, y reducen los combates de los Dioses a la historia del desarrollo de la Raza Aria, sólo tendrán crédito entre los creyentes de la teoría aria, según la interpreta Max Müller. Admitiendo que las razas turanias estuvieran representadas por los enanos (Dwergar), y que una raza obscura, enana y de cabeza redonda, fuese echada hacia el Norte por los rubios escandinavos, O AEsir -pues los Dioses eran semejantes a los hombres-, no existe aún ni en la historia ni en ninguna otra obra científica prueba antropológica alguna de la existencia en el Tiempo ni en el Espacio de una raza de gigantes. 

Sin embargo, que han existido estos (relativamente y de hecho al lado de enanos) puede atestiguarlo Schweinfurth. Los Nyam-Nyam de África son enanos, mientras que sus vecinos más próximos, varias tribus africanas de color comparativamente claro, son gigantes comparados con los Nyam-Nyam, y muy altos hasta entre los europeos, pues sus mujeres tienen todas sobre seis pies y medio de estatura.
            
En Cornwall y en la antigua Bretaña, las tradiciones acerca de los gigantes son, por otra parte, muy comunes; se dice que vivieron hasta en los tiempos del rey Arthur. Todo esto indica que los gigantes vivieron entre los pueblos Celtas en una época posterior a entre los teutónicos.
            
Si consideramos ahora el Nuevo Mundo, vemos tradiciones de una raza de gigantes de Tarija, en las vertientes orientales de los Andes y en el Ecuador, que lucharon contra los Dioses y los hombres. Esas antiguas creencias, que dan a ciertas localidades el nombre de “Los Campos de los Gigantes”, van  siempre acompañadas de la existencia de mamíferos pliocenos y de riberas de época pliocena. “Todos los gigantes no están bajo el Monte Ossa”, y pobre sería, en verdad, la Antropología si limitase las tradiciones de los gigantes a las mitologías griega y de la Biblia. Los países eslavos, especialmente Rusia, rebosan de leyendas sobre los Bogaterey (gigantes poderosos) de antaño; y las tradiciones eslavas, la mayor parte de las cuales han servido de fundamento a historias nacionales, las canciones más antiguas, y las tradiciones más arcaicas, hablan de los gigantes de la antigüedad. Así, pues, podemos rechazar sin temor la teoría moderna que trata de hacer de los Titanes meros símbolos representantes de fuerzas cósmicas. Fueron ellos hombres que realmente vivieron, ya tuviesen veinte pies o sólo doce. Hasta los héroes de Homero, que, por supuesto, pertenecían a un período mucho más reciente en la historia de las razas, parece ser que manejaban armas de un tamaño y peso por encima de la fuerza de los hombres más fuertes de los tiempos modernos.

            Ni dos veces diez hombres podían levantar la potente maza.
            Hombres como existen en estos tiempos degenerados.

            Si las huellas fósiles de pisadas en Carson, Nevada (Estados Unidos de América), son humanas, indican hombres gigantescos, y de que son genuinas no cabe duda. Es de lamentar que las pruebas modernas científicas de los hombres gigantescos, estén reducidas a huellas de pisadas. Una y otra vez, los esqueletos de gigantes hipotéticos han sido identificados con los de elefantes y mastodontes. pero todos estos errores antes de los días de la Geología, y hasta los cuentos de viaje de Sir John Mandeville, que dice vio gigantes de cincuenta y seis pies de altura, en la India, sólo demuestran que la creencia en la existencia de los gigantes no se ha extinguido, en ningún tiempo, en la mente humana.
           
  Lo que se sabe y se admite es que han existido varias razas de gigantes y han dejado rastros precisos. En el Journal of the Anthropological Institute, se manifiesta que una raza así existió en Palmira, y probablemente en Midian, que exhibía formas de cráneo completamente distintas de las de los judíos. No es improbable que otra raza semejante existiera en Samaria, y que el pueblo misterioso, que construyó los círculos de piedra en Galilea, que labró piedras neolíticas en el valle del Jordán, y que conservó un lenguaje semítico antiguo muy diferente de los  caracteres cuadrados hebreos, fuese de gran estatura. 

Las traducciones inglesas de la Biblia no pueden inspirar nunca confianza, ni aun en su forma moderna revisada. Nos hablan ellas de los Neiphilim, traduciendo la palabra por “gigantes” y añadiendo, además, que eran hombres “velludos” probablemente los grandes y poderosos prototipos de los sátiros posteriores, tan elocuentemente descritos  por la fantasía patrística; pues algunos Padres de la Iglesia aseguran a sus admirdores y partidarios que ellos mismos habían visto a estos “sátiros”, algunos vivos, otros “adobados” y “conservados”. 

Por la palabra “gigante”, que había sido adoptada como sinónima de Nephilim, los comentadores los han identificado desde entonces con los hijos de Anak. Los filibusteros que se apoderaron de la Tierra Prometida encontraron una población preexistente que excedía en mucho a su estatura, y la llamaron raza de gigantes. Pero las razas de verdaderos gigantes habían desaparecido edades antes del nacimiento de Moisés. Esas gentes de gran estatura existieron en Canaán y hasta en Bashan, y pueden haber tenido representantes en los Nabateos de Midián. Eran ellos mucho más altos que los pequeños judíos. Hace cuatro mil años la formación de sus cráneos y alta estatura los separaba de los hijos de Heber. Hace cuarenta mil años sus antecesores pueden haber sido aún más gigantescos, y cuatrocientos mil años antes, deben de haber sido, comparados con los hombres de hoy, como los Brobdingnagians eran a los liliputienses. Los atlantes del período medio fueron llamados los “Grandes Dragones”; y el primer símbolo de sus deidades de tribu, cuando los “Dioses” y las Dinastías Divinas los habían abandonado, fue el de una  serpiente gigantesca.              
            
El misterio que vela el origen y la religión de los druidas es tan grande como el de sus supuestos templos, para el simbologista moderno; pero no para los ocultistas iniciados. Sus sacerdotes eran descendientes de los últimos atlantes, y lo  que se sabe de ellos basta para deducir que eran sacerdotes orientales, parientes de los caldeos e indos, aunque algo más. Puede suponerse que simbolizaban su deidad, como los hindúes su Vishnu, como los egipcios su Dios del Misterio, y como los constructores del Túmulo de la Gran Serpiente del Ohio adoraban el suyo; esto es, bajo la forma de la “Poderosa Serpiente”, emblema de la eterna deidad, el Tiempo - el Kâla indo. Plinio los llama ba los “Magos de los galos y bretones”. Pero eran más que eso. El autor de Indian Antiquities encuentra mucha afinidad entre los druidas y los brahmanes de la India. El doctor Borlase señala una estrecha analogía entre ellos y los magos de Persia; otros pretenden ver una identidad entre ellos y el sacerdocio Órfico de Tracia; sencillamente porque estaban relacionados, en sus Enseñanzas Esotéricas, con la Religión de la Sabiduría universal, y presentaban así afinidades con el culto exotérico de todos.
            
Lo mismo que los hindúes, griegos y romanos -hablamos de los Iniciados-, los caldeos y los egipcios, los druidas creían en la doctrina de la sucesión de los “mundos”, así como también en la de siete “creaciones” (de nuevos continentes) y transformaciones de la faz de la Tierra, y en una noche y día séptuple para cada Tierra o Globo. Dondequiera que se encuentre la serpiente con el huevo, esta doctrina existía seguramente. Sus Draconcia son una prueba de ello. Esta creencia era tan universal, que si la buscamos en el esoterismo de las diversas religiones, la descubriremos en todas. La encontraremos entre los arios indos y los mazdeístas, los griegos, los latinos, y hasta entre los antiguos judíos y cristianos primitivos, cuyos linajes modernos apenas comprenden ahora lo que leen en sus Escrituras. En el Book of God leemos:

            El mundo, dice Séneca, habiéndose derretido y vuelto a entrar en el seno de Júpiter, este Dios sigue por algún tiempo concentrado en sí mismo, y permanece oculto, por decirlo así, completamente sumergido en la contemplación de sus propias ideas. Después vemos un nuevo mundo surgir de él, perfecto en todas sus partes. Los animales son producidos nuevamente. Fórmase una raza inocente de hombres... Y además, hablando de una disolución del mundo,  que envolvía la destrucción o muerte de todo, nos enseña que cuando las leyes de la naturaleza sean enterradas bajo ruinas, y venga el último día del mundo, el Polo Sur se hundirá, y al caer, todas las regiones del África y el Polo Norte abatirán todos los países bajo su eje. El Sol espantado perderá su luz; el palacio del cielo, arruinándose, producirá a la vez la vida y la muerte, y una especie de disolución se apoderará igualmente de todas las deidades, que de este modo tornarán a su caos original.
           
            Podría uno imaginarse que leía la relación Puránica del gran Pralaya por Parâshara. Es casi lo mismo, pensamiento por pensamiento. ¿No tiene el Cristianismo nada por el estilo? Sí lo tiene, decimos nosotros. Que el lector abra cualquier Biblia inglesa y que lea el cap. III de la Segunda Epístola de Pedro, y encontrará allí las mismas ideas:

            En los últimos días vendrán burlones... diciendo: ¿Dónde está la promesa de su venida? Pues desde que los padres se durmieron, todas las cosas continúan como estaban desde el principio de la creación. Por esto ignoran voluntariamente que por la palabra de Dios los cielos existían anteriormente, y la tierra surgió del agua y en el agua; por lo cual, el mundo que existía entonces, siendo inundado por el agua, pereció; pero los cielos y la tierra que ahora existen, son conservados por la misma palabra, reservados para el fuego..., los cielos, ardiendo, serán disueltos y los elementos se derretirán con calor ardiente. Sin embargo, nosotros... buscamos nuevos cielos y nueva tierra.
           
            Si a los intérpretes se les antoja ver en esto una referencia a la creación, al diluvio y a la venida prometida de Cristo, cuando vivan en una Nueva Jerusalén en el Cielo, esto no es culpa de “Pedro”. 

Lo que el escritor de la epístola significaba era la destrucción de esta nuestra Quinta Raza por  fuegos subterráneos e inundaciones, y la aparición de nuevos continentes para la Sexta Raza-Raíz; pues los escritores de las Epístolas estaban todos versados en simbología, ya que no en ciencia.
            Hemos dicho en otra parte de esta obra que la creencia en la constitución septenaria de nuestra Cadena era la doctrina más antigua de los primitivos iranios, que la obtuvieron del primer Zarathushtra. Tiempo es ya de probar esto a los parsis, que han perdido la clave del significado de sus Escrituras. En el Avesta se considera a la tierra a  la vez séptuple y triple. Esto lo considera el doctor Geiger como una incongruencia, por las siguientes razones, que llama discrepancias. El Avesta habla de las tres terceras partes de la tierra porque el Rig Veda menciona:

            Tres tierras... Se dice que esto significa, tres lechos o capas una sobre otra.

            Pero está completamente equivocado, como le sucede a todos los traductores exotéricos profanos. El Avesta no ha tomado la idea del Rig Veda, sino que sencillamente repite la Enseñanza Esotérica. Los “tres lechos o capas” no se refieren sólo a nuestro Globo, sino a las tres capas de los Globos de nuestra Cadena Terrestre - dos a dos, en cada plano, una en el arco descendente, y otra en el ascendente. así, pues, respecto a las seis esferas o Globos sobre nuestra Tierra, que es el séptimo y el cuarto, la Tierra es séptuple; mientras que respecto a los planos sobre nuestro plano, es triple. Este sentido está demostrado y corroborado por el texto del Avesta, y basta  por las especulaciones - trabajo de adivinación de los más laboriosos y poco satisfactorios - de los traductores y comentadores. Se ve, pues, por esto, que la división de la Tierra, o más bien de la  Cadena de la Tierra, en siete Karshvars no está en contradicción con las tres “zonas”, si esta palabra se lee “planos”. Según observa Geiger, esta división septenaria es muy antigua (la más antigua de todas), puesto que los Gâthas hablan ya de la “tierra septenaria” (40). Pues:

            Según las manifestaciones de las Escrituras parsis posteriores, las siete Kêrshvars deben considerarse como partes de la tierra sin relación alguna (como seguramente lo son. Pues) entre ellas corre un océano, de modo que es imposible, según se afirma en varios pasajes, pasar de un Kêrshvar a otro.

            El “Océano” es el Espacio, por supuesto, pues el último era llamado “Aguas del Espacio” antes de que fuese conocido por Éter. Además la palabra Karshvar es propiamente traducida Dvipa, y Hvaniratha por Jambudvipa (Neryosangh, el traductor del Yasna). Pero este hecho no lo toman en consideración los orientalistas; y así vemos que hasta para un mazdeísta y parsi de nacimiento, tan instruído como el traductor de la obra del doctor Geiger, pasen inadvertidas y sin una palabra de comentario varias observaciones de éste sobre las “incongruencias” de esta clase que abundan en las Escrituras Mazdeístas. Una de tales “incongruencias” y “coincidencias” se refiere a la semejanza de la doctrina mazdeísta y la inda respecto de los siete Dvipas -más bien islas, o continentes- que se encuentran en los Purânas, a saber:

            Los Dvipas forman anillos concéntricos, los cuales, separados por el Océano, rodean a Jambudvipa, que está situado en el centro (y), según la opinión irania, el Kêrshvar Qaniratha está igualmente situado en el centro de los demás; ellos no forman círculos concéntricos, sino que cada uno de ellos (los otros seis Karshvaras) es un espacio peculiar e individual, y así se agrupan alrededor (encima) de Qaniratha.

            Ahora bien; Qaniratha -mejor Hvaniratha- no es, como cree Geiger y su traductor, “el país habitado por las tribus iranias”; y “los otros nombres” no significan “los territorios adyacentes de naciones extranjeras al Norte, Sur, Este y Oeste”, sino que significan nuestro Globo o Tierra. Pues el significado de la sentencia que sigue a la últimamente citada, a saber, que:
           
            Dos, Vourubarshti y Vouruzarshti, están en el Norte; dos, Vidadhafsha y Fradadhafsha, en el Sur; Savahi y Arzahi en el Este y Oeste


- es sencillamente la descripción muy gráfica y exacta de la Cadena de nuestro Planeta, la Tierra, representada en el Libro de Dzyan (II) del modo siguiente:


            Sólo hay que reemplazar estos nombres mazdeístas por los usados en la Doctrina Secreta, para presentarnos la doctrina Esotérica. La “Tierra” (nuestro mundo) es triple, porque la Cadena de los Mundos está situada en tres diferentes planos sobre nuestro Globo; y es séptuple a causa de los siete Globos o Esferas que componen la Cadena. de aquí el otro significado que se da en el Vendidâd (XIX, 39) mostrando que:

            Sólo Qaniratha está combinada con imat, “esta” (tierra), mientras que  todos los demás Karshvaras están combinados con la palabra “avat”, “aquella” o aquellas - tierras superiores.

             Nada puede ser más claro. Lo mismo puede decirse de la interpretación moderna de todas las demás creencias antiguas.
            
Los druidas, pues, comprendían el significado del Sol en Tauro cuando, extinguidos todos los fuegos en el primero de noviembre, sólo sus fuegos sagrados e inextinguibles permanecían iluminando el horizonte, como los de los Magos y los de los mazdeístas modernos. Y lo mismo que la primitiva Quinta Raza y que los caldeos posteriores, igualmente que los griegos y hasta que los cristianos -que hacen lo mismo hasta hoy día sin sospechar el verdadero significado- saludaban a la Estrella de la Mañana, la hermosa Venus-Lucifer  Strabón habla de una isla cerca de Bretaña:

            En donde a Ceres y Perséfona se les rendía culto con los mismos ritos que en Samotracia,  esta isla era la Iarna Sagrada -

donde estaba encendido un fuego perpetuo. Los druidas creían en el renacimiento del hombre, no como lo explica Luciano:

            Que el mismo espíritu animará un nuevo cuerpo, no aquí, sino en un mundo,en una serie de reencarnaciones en este mismo mundo; pues, como dice Diodoro, declaraban que las almas de los hombres, después de determinados períodos, pasarían a otros cuerpos.
            
Esta doctrina vino a los arios de la Quinta Raza desde sus predecesores de la Cuarta, los atlantes. Conservaron ellos piadosamente las enseñanzas, que les decían cómo su Raza-Raíz padre, haciéndose más arrogante con cada generación, debido a la adquisición de poderes sobrehumanos, se había deslizado gradualmente hacia su fin. Esos anales les recuerdan el intelecto gigante de las razas precedentes, así como su gigantesca estatura. En todas las edades de la historia, en casi todos los fragmentos arcaicos que han llegado a nosotros de la antigüedad, encontramos la repetición de esos anales.
           
  A Elian conservaba un extracto de Teofrasto escrito durante los días de Alejandro el Grande. Es un diálogo entre Midas, el frigio, y Sileno. Éste hablaba al primero de un continente que había existido en tiempos antiguos, tan inmenso, que Asia, Europa y África parecían islas insignificantes comparadas con él. Fue el último que produjo animales y plantas de magnitudes gigantescas. Allí, decía Sileno, los hombres alcanzaban doble estatura que el hombre más alto de su tiempo (el del narrador) y vivían doble tiempo. Tenían ciudades suntuosas con templos, y una de aquellas ciudades tenía más de un millón de habitantes, encontrándose en ella en gran abundancia el oro y la plata.
            
La idea de Grote, de que la Atlántida sólo fue un mito originado de un espejismo -nubes en un cielo deslumbrante tomando la apariencia de islas sobre un mar de oro- es demasiado increíble para tenerla en cuenta.

H.P. Blavatsky  D.S T IV

No hay comentarios:

Publicar un comentario