Cuando se hacen
declaraciones como las que comprende el epígrafe anterior, se espera, por
supuesto, que el escritor presente pruebas históricas
en lugar de legendarias, en apoyo de
sus manifestaciones. ¿Es esto posible? Sí; pues pruebas de semejante naturaleza
abundan y sólo tienen que ser recogidas y reunidas para resultar abrumadoras a
los ojos de los que están libres de prejuicios.
Una vez que el
estudiante sagaz se apodera del hilo conductor puede encontrar por sí mismo
tales testimonios. Presentamos hechos
y mostramos señales; que el viajero las siga. Lo que aquí se aduce es muy suficiente para este siglo.
En una carta a
Voltaire, Bailly encuentra muy natural que las simpatías del “gran viejo
inválido de Ferney” fuesen atraídas por los representantes del “conocimiento y
sabiduría”, de los antiguos brahmanes. Luego añade una curiosa declaración.
Dice así:
Pero vuestros brahmanes
son muy jóvenes en comparación de sus instructores arcaicos.
Bailly, que no sabía
nada de las enseñanzas esotéricas, ni de la Lemuria, creía, sin embargo, sin
reservas, en la perdida Atlántida, así como también en varias naciones
prehistóricas y civilizadas, que habían desaparecido sin dejar rastro alguno
innegable. Había estudiado extensamente los antiguos clásicos y las tradiciones, y había visto que las artes
y las ciencias conocidas de los que hoy llamamos los “antiguos”, no eran:
las obras de ninguna de
las naciones hoy existentes o que entonces existían, ni de ninguno de los
pueblos históricos del Asia...
y que, a pesar de la sabiduría de los indos, su innegable prioridad en
los principios de su raza tenía que referirse a un pueblo o a una raza aún más
antigua y más instruida que los mismos brahmanes.
Voltaire, el mayor
escéptico de su tiempo, el materialista por
excelencia, compartía la crencia de Bailly. Creía él muy probable que:
Mucho
antes de los imperios de China y de la India, hubiera habido naciones cultas,
instruidas y poderosas, las cuales fueron dominadas por una gran invasión de
bárbaros y sumergidas de nuevo en su estado primitivo de ignorancia y de
salvajismo, o lo que llaman el estado de naturaleza pura.
Lo que en Voltaire era
la conjetura sagaz de una gran inteligencia, era en Bailly una “cuestión de
hechos históricos”. Pues, he aquí lo que escribía:
Doy gran importancia a
las antiguas tradiciones conservadas a través de una larga serie de
generaciones.
Era posible, pensaba él, que una nación extranjera, después de instruir a otra nación, desapareciese de
modo que no dejara rastro. Cuando se le preguntaba cómo podía suceder que esta
nación antigua, o más bien arcaica, no hubiese dejado, por lo menos, algún
recuerdo en la mente humana, contestaba que el tiempo devora sin compasión los
hechos y sucesos. Pero la historia del pasado no se perdió enteramente nunca,
pues los sabios del antiguo Egipto la habían conservado “y así se conserva
hasta hoy en otra parte”. Los sacerdotes de Saîs dijeron a Solón, según Platón:
No conocéis esa
nobílisima y excelente raza de hombres que habitó una vez vuestro país, de
quien vos descendéis, así como todos vuestros actuales estados, aunque sólo
un pequeño resto de esta gente admirable es la que ahora queda... Estos
escritos relatan la fuerza prodigiosa que dominó una vez vuestra ciudad, cuando
un potente poder guerrero, precipitándose desde el mar Atlántico, se extendió
con furia hostil sobre toda Europa y Asia.
Los griegos no eran
sino los restos empequeñecidos y debilitados de esa nación en un tiempo
gloriosa.
¿Qué era esta nación?
La Doctrina Secreta enseña que fue la última parte de la séptima subraza de los
atlantes, que entonces estaba ya englobada en una de las primeras subrazas del
tronco Ario, que se había ido extendiendo gradualmente sobre el continente e
islas de Europa, tan pronto como éstas principiaron a surgir de los mares.
Descendiendo de las altas mesetas del Asia, en donde las dos razas se habían
refugiado en los días de la agonía de la Atlántida, se habían ido estableciendo
y colonizando las nuevas tierras surgidas.
La subraza inmigradora había
aumentado y se multiplicó rápidamente en aquel suelo virgen; se había dividido
en muchas razas de familia, las cuales a su vez se dividieron en naciones:
Egipto y Grecia, los fenicios y los troncos del Norte, procedieron así de esta
subraza. Miles de años después, otras razas (restos de los atlantes),
“amarillas y rojas, morenas y negras”, principiaron a invadir el nuevo
continente. Hubo guerras en que los recién llegados fueron vencidos, y huyeron,
unos al África, otros a países remotos. Algunas de estas tierras se convirtieron
en islas en el curso del tiempo, debido a nuevas convulsiones geológicas.
Separadas así de modo forzoso de los continentes, el resultado fue que las
tribus y familias no desarrolladas del linaje atlante cayeron gradualmente en
una condición aún más abyecta y salvaje.
¿No encontraron los
españoles en las expediciones de Cibola jefes blancos salvajes, y no ha sido confirmada ahora la presencia de
tipos negros africanos en Europa, en las edades prehistóricas? Esta presencia
de un tipo extranjero asociado con el del negro, y también con el mogol, es lo
que constituye la gran dificultad con que tropieza la antropología. El
individuo que vivió en un período de incalculable antigüedad en La Naulette, en
Bélgica, es un ejemplo. Dice un antropólogo:
Las cuevas de las
orillas del Lasse, en el Sudeste de Bélgica, presentan pruebas del que es,
quizá, el hombre más inferior, como lo demuestra la mandíbula de La Naulette.
Semejante hombre, sin embargo, tenía amuletos de piedra, perforados a fin de
que sirvieran de adorno; estos están hechos de psammita que se encuentra ahora
en la cuenca de la Gironda.
De modo que el hombre
belga era sumamente antiguo. El hombre que antecedió a la gran inundación de
aguas -que cubrieron las alturas de Bélgica con un depósito de lehm o
altiplanicies de casquijo, de treinta metros sobre el nivel de los ríos
actuales- debió de haber combinado en sí los caracteres del turanio y del
negro. El hombre de Canstadt, o de La Naulette, puede haber sido negro, y nada
tuvo que ver con el tipo ario cuyos restos son contemporáneos con los del oso
de las cavernas en Engis. Los habitantes de las cuevas de huesos de Aquitania
pertenecen a un período muy posterior de la historia, y pueden no ser tan
antiguos como los primeros.
Si se objetase a esta
declaración que la Ciencia no niega la presencia del hombre sobre la Tierra
desde una antigüedad enorme, aunque esta antigüedad no pueda determinarse, dado
que tal presencia está condicionada por la duración de los períodos geológicos,
cuya edad no se ha podido determinar; si se arguye, por ejemplo, que los
hombres de ciencia se oponen terminantemente a la pretensión de que el hombre
precedió a los animales; o a que la civilización date de los primeros tiempos
del período Eoceno, o también a que hayan existido jamás gigantes, hombres
de tres
ojos y cuatro brazos y cuatro piernas, andróginos, etc. -entonces
preguntaremos a nuestra vez a los objetantes: “¿Cómo lo sabéis? ¿Qué pruebas
tenéis fuera de vuestras hipótesis personales, cada una de las cuales puede ser
destruida cualquier día por nuevos descubrimientos?” Y estos descubrimientos
futuros es seguro que probarán que, cualquiera que haya sido la complexión del
tipo más antiguo del hombre que los antropólogos conocen, no era en modo alguno
simiesco.
El hombre de Canstadt y el
hombre de Engis poseían igualmente atributos humanos. La gente ha buscado
el eslabón perdido en el extremo equivocado de la cadena; y el hombre de
Neanderthal hace mucho tiempo que ha sido relegado al “limbo de todos los desatinos
precoces”. Disraeli dividía a los hombres en asociados de los monos y de los
ángeles. Aquí se dan razones a favor de una “teoría angélica” (como la
llamarían los cristianos), aplicable, por lo menos, a algunas razas de hombres.
En todo caso, si se sostiene que el hombre existe sólo desde el período
Mioceno, la misma humanidad en su totalidad no podía estar constituida por los
salvajes abyectos de la edad paleolítica, según quieren representarlos ahora
los hombres de ciencia. Todo lo que dicen son meras conjeturas especulativas
arbitrarias, inventadas por ellos para responder y adaptarse a sus propias
hipótesis imaginativas.
Nosotros hablamos de
sucesos de hace cientos de miles de años, más aún, de millones de años -si el
hombre data de los períodos geológicos-, no de ninguno de esos sucesos que
han ocurrido durante los pocos miles de años del margen prehistórico concedido
por la tímida y siempre prudente historia. Sin embargo, hay hombres de ciencia
que casi son de nuestra manera de pensar. Desde la valiente confesión del Abate
Brasseur de Bourbourg, que dice que:
Las tradiciones, cuyos
vestigios se presentan en Méjico, en la América Central, en el Perú y en
Bolivia, sugieren la idea de que el hombre existió en esos diferentes países en
el tiempo de la gigantesca elevación de los Andes, y que ha retenido el
recuerdo de ello-
hasta los últimos paleontólogos, y antropólogos, la mayor parte de los
hombres científicos está en favor de tal antigüedad. A propósito del Perú, ¿se
ha hecho alguna tentativa satisfactoria para determinar las afinidades y
características etnológicas de la raza que levantó esas construcciones
ciclópeas, cuyas ruinas ponen de manifiesto los restos de una gran
civilización? En Cuelap, por ejemplo, se encuentran unas que consisten:
en una pared de piedras
labradas, de 3.600 pies de largo, 560 de ancho y 150 de alto, constituyendo una
masa sólida con una cima a nivel. Sobre esta masa se hallaba otra de 600 pies
de largo, 500 de ancho y 150 de alto, que hacen en junto una altura de 300
pies. En ella había cuartos y celdas.
Un hecho muy sugestivo
es el parecido sorprendente entre la
arquitectura de estas construcciones
colosales y la de las naciones arcaicas europeas. Mr. Fergusson considera
las analogías entre las ruinas de la civilización “Inca” y los restos ciclópeos
de los pelasgos en Italia y Grecia como una coincidencia-
de las más notables en la historia de la arquitectura... Es difícil
resistir a la conclusión de que puede haber alguna relación entre ellas.
La “relación” se
explica sencillamente por la derivación de los linajes que idearon estas
construcciones, de un centro común en un continente Atlántico. La aceptación de
este último es lo único que puede auxiliarnos en la solución de este problema,
y otros semejantes, en casi todas las ramas de la Ciencia Moderna.
El doctor Latert,
tratando del asunto, arregla la cuestión declarando que:
La verdad, por tanto tiempo discutida, de la
coexistencia del hombre con las grandes especies extinguidas (elephas
primigenius, rhinoceros tichorrhinus, hyaena
spelaea, ursus spelaeus, etc.), me parece en lo sucesivo inatacable y
definitivamente conquistada por la ciencia.
En otra parte se muestra que ésta es también
la opinión De Quatrefages; dice él:
El hombre ha visto,
según toda probabilidad, los tiempos Miocenos, y por consiguiente toda la
época Pliocena. ¿Hay razones para creer que sus vestigios se encontrarán en
tiempos aun más remotos?... Entonces puede haber sido contemporáneo de los
primeros mamíferos, y remontarse hasta el período Secundario.
El Egipto es mucho más
antiguo que Europa según está ahora trazada en el mapa. Las tribus
Ario-atlantes principiaron a establecerse en él cuando las Islas Británicas y Francia ni siquiera existían. Es bien sabido que “la lengua del Mar
Egipcio” o el Delta del Egipto inferior se convirtió en tierra firme muy
gradualmente, y siguió a las montañas de Abisinia; al contrario de estas
últimas, que se levantaron de repente, relativamente hablando, se formó de un modo
muy gradual en dilatadas edades por capas sucesivas de fango marino y de lodo,
depositado anualmente por los arrastres de un gran río, el Nilo actual. Sin
embargo, hasta el mismo Delta ha sido habitado, como tierra firme y fértil,
desde hace más de 100.000 años. Tribus posteriores, con más sangre aria que sus
predecesoras, llegaron del Oriente y conquistaron
a un pueblo cuyo nombre mismo se ha perdido para la posteridad, excepto en los
Libros Secretos. Esta barrera natural de fango, que se tragaba lenta y
seguramente todo barco que se aproximase a aquellas costas inhospitalarias,
fue, hasta pocos miles de años antes de Cristo, la mejor salvaguardia de los
egipcios posteriores, quienes se habían arreglado para llegar allí a través de
la Arabia, la Abisinia y la Nubia, conducidos por Manu Vinâ en los tiempos de
Vishâmitra.
Tan evidente se hace cada día la antigüedad del
hombre, que hasta la misma Iglesia se está preparando para una honrosa rendición y retirada. El sabio
Abate Fabre, profesor de la Sorbona, ha declarado categóricamente que la
Paleontología y Arqueología prehistóricas pueden descubrir en las capas
terciarias, sin ningún daño para las Escrituras, tantos vestigios como quieran
del hombre pre-Adámico.
Puesto
que ella no tiene en cuenta ninguna creación anterior al último diluvio, salvo
una (la que produjo el diluvium, según el Abate), la revelación de la Biblia
nos deja en libertad para admitir la existencia del hombre en el diluvium gris,
en las capas pliocenas, y hasta en las eocenas. Por otra parte, además, los
geólogos no están de acuerdo en considerar a los hombres que habitaron el globo
en esas edades primitivas como nuestros antecesores .
El día en que la
Iglesia vea que su único medio de salvación está en la interpretación oculta de
la Biblia, no está tan lejos como algunos imaginan. Muchos abates y
eclesiásticos se han convertido ya en kabalistas fervientes, y no pocos
aparecen públicamente en la arena, rompiendo lanzas con los teósofos y
ocultistas, en apoyo de la interpretación metafísica de la Biblia. Pero,
desgraciadamente para ellos, comienzan por el extremo erróneo. Se les aconseja
que, antes de principiar a especular sobre lo metafísico de sus Escrituras, estudien y dominen lo que se
relaciona con lo puramente físico,
esto es, sus indicaciones sobre Geología y Etnología. Pues alusiones a la
constitución septenaria de la Tierra y del Hombre, a las siete Rondas y Razas,
abundan tanto en el Nuevo Testamento
como en el Antiguo, y son tan
visibles como el Sol en el firmamento para el que lea ambos simbólicamente. ¿A
qué se aplican las leyes del capítulo XXIII del Levítico? ¿Cuál es la filosofía de la razón de todas esas ofrendas
y cálculos simbólicos hebdómados? cómo:
Contaréis.. desde la
mañana después del Sábado... que trajisteis la gavilla de las primicias; siete
Sábados se completarán... Y ofreceréis con el pan siete corderos sin mancha,
etc.
Se nos rechazará, sin
duda alguna, cuando digamos que todas estas primicias y ofrendas de “paz” eran
en conmemoración de los siete
“Sábados” de los Misterios. Estos Sábados son siete Pralayas entre siete
Manvántaras, o lo que llamamos Rondas;
pues “Sábado” es una palabra elástica, que significa un período de reposo de
cualquier naturaleza, como se ha explicado en otra parte. Y si esto no fuese
bastante concluyente, entonces podemos dirigirnos al versículo que añade:
Aun desde la mañana
después del séptimo Sábado, contaréis cincuenta días (cuarenta y nueve, 7 x 7,
estados de actividad y cuarenta y nueve estados de reposo, en los siete Globos
de la Cadena, y luego viene el reposo
del Sábado, el día cincuenta); y
presentaréis una nueva ofrenda de carne al Señor.
Esto es, haréis una
ofrenda de vuestra carne o “vestidos de piel”, y desechando vuestros cuerpos,
permaneceréis espíritus puros. Esta ley de la ofrenda, degradada y
materializada con las edades, era una institución que databa de los primeros
atlantes; vino ella a los hebreos por la vía de los “caldeos”, que eran los
“hombres sabios” de una casta, no de
una nación, una comunidad de grandes Adeptos salidos de sus “Agujeros de
Serpiente”, que se había establecido en Babilonia edades antes. Y si esta
interpretación del Levítico (lleno de
Leyes de Manu desfiguradas) se
encontrase demasiado traída por los cabellos, entonces dirigíos al Apocalipsis.
Cualquiera que sea la
interpretación que los místicos profanos den al famoso capítulo XVII, con su
enigma de la mujer vestida de púrpura y escarlata; ya hagan gestos los
protestantes a los católicos romanos, cuando leen “Misterio, Babilonia la Grande, la Madre de las Rameras y Abominaciones de
la Tierra”, o los católicos romanos lancen miradas de indignación a los
protestantes, los ocultistas declaran, en su imparcialidad, que estas palabras
se han aplicado desde el principio a todos
y a cada exotérico
Eclesiasticismo - “magia ceremonial” antigua, con sus terribles efectos y
actualmente culto ritualista inocente, por estar desfigurado. El “misterio” de
la mujer y de la bestia son símbolos del Eclesiasticismo matador del alma, y de
la SUPERSTICIÓN.
La bestia que... fue, y
no es... y sin embargo existe. Y aquí está la mente que es sabia. Las siete
cabezas son siete montañas (siete Continentes y siete Razas) en que se asentaba
la mujer.
símbolo de todas las creencias exotéricas, bárbaras, idólatras, que han
cubierto ese símbolo “con la sangre de los santos y con la sangre de los
mártires” que protestaban y que protestan.
Y hay siete reyes
(siete Razas); cinco han caído (incluida nuestra Quinta Raza), y uno existe (la
Quinta continúa), y el otro (las Razas Sexta
y Séptima) no han venido aún, y cuando él (la Raza “rey”) venga, continuará
por un corto espacio.
Hay muchas de estas
alusiones apocalípticas, pero el estudiante tiene que encontrarlas por sí
mismo. Estos cinco reyes fueron ya antes mencionados.
Si la Biblia se une a
la Arqueología y Geología para demostrar que la civilización humana ha pasado
por tres etapas más o menos determinadas, a lo menos en Europa; y si el hombre,
en América y en Europa, lo mismo que en Asia, data de épocas geológicas, ¿por
qué, entonces, no han de tomarse en consideración las manifestación de La Doctrina Secreta? ¿Es más filosófico, o más lógico y científico, no creer, como Mr. Albert Gaudry, en el
hombre mioceno, y creer que los famosos pedernales de Thenay “fueron
labrados por el mono driopiteco”; o creer, como los ocultistas, que el mono
anropomorfo vino edades después que el hombre? Pues si se concede y hasta se
demuestra científicamente que:
No hubo en la mitad del
período Mioceno una sola especie de mamíferos idéntica a las especies que hoy
existen.
y que el hombre era entonces exactamente lo que es ahora, sólo que más
alto y más atlético que nosotros, ¿dónde está entonces la dificultad? Que
ellos no podían ser descendientes de los monos, de los cuales no se ven
vestigios antes del período Mioceno está, por otra parte, atestiguado por
varios naturalistas eminentes:
Así, en el salvaje de
las edades cuaternarias, que tenía que luchar contra el mamut con armas de
piedra, encontramos todos aquellos caracteres craneológicos considerados
generalmente como signo de gran desarrollo intelectual.
A menos que el hombre
surgiera espontáneamente, dotado de toda su inteligencia y sabiduría, de su
antecesor catarrino sin cerebro, no podía haber adquirido semejante órgano
dentro de los límites del período Mioceno, si hemos de creer al sabio Abate
Bourgeois.
En cuanto al asunto de
los gigantes, aunque el hombre más alto que se ha encontrado hasta ahora en
Europa entre los fósiles es el “hombre de Mentone” (6 pies, 8 pulgadas),
todavía puede que se exhumen otros, Nilsson, citado por Lubbock, manifiesta
que:
En una tumba de la edad
Neolítica... se encontró un esqueleto de tamaño extraordinario, en 1807.
Se atribuyó a un rey de
Escocia, Albus McGaldus.
Y si en nuestros mismos
días se ven a veces hombres y mujeres de siete y hasta de nueve y once pies,
esto tan sólo prueba -según la ley de atavismo, o la reaparición de rasgos y
caracteres de los antecesores- que hubo un tiempo en que el término medio de la
altura de la humanidad era de nueve y de diez pies, hasta en nuestra última
raza Indoeuropea.
Pero como el asunto ha
sido suficientemente tratado en otra parte, podemos pasar a los lemures y
atlantes, y ver lo que los antiguos griegos sabían de estas primitivas razas, y
lo que ahora saben los modernos.
La gran nación
mencionada por los sacerdotes egipcios, de la cual descendieron los antepasados
de los griegos de la época de Troya, y que, según se asegura, había luchado con
la raza Atlante, no era, pues, seguramente, por lo que vemos, una raza de
salvajes paleolíticos. Sin embargo, aun en los días de Platón, exceptuando los
sacerdotes e iniciados, nadie parece haber conservado ningún recuerdo claro de
las razas precedentes. Los primeros egipcios se habían separado de los últimos
atlantes hacía edades y edades; ellos mismos descendían de una raza extranjera, y se habían establecido en
Egipto unos 400.000 años antes, pero sus Iniciados habían conservado todos
sus anales. Hasta en una fecha tan posterior como la época de Herodoto, tenían
todavía en su poder las estatuas de 341 reyes que habían reinado sobre su
pequeña subraza Atlante Aria . Concediendo sólo veinte años, como término
medio, a cada reinado, la duración del imperio egipcio hay que remontarla a
17.000 años antes del tiempo de Herodoto.
Bunsen concedía a la
gran Pirámide una antigüedad de 20.000 años. La Arqueología moderna no quiere
concederle más de 5.000 o cuanto más 6.000, y generalmente concede a Tebas, con
sus cien puertas, 7.000 años desde la época de su fundación. Y, sin embargo,
existen anales que muestran a sacerdotes egipcios -Iniciados- viajando en
dirección Noroeste por tierra, vía
que más adelante se convirtió en el Estrecho de Gibraltar; volviendo hacia el
Norte, y viajando por los establecimientos fenicios de la Galia meridional;
luego aún más adelante hacia el Norte, hasta llegar a Carnac (Morbihan),
volvieron de nuevo a Occidente y llegaron, siempre
viajando por tierra, al promontorio
Noroeste del Nuevo Continente.
¿Cuál era el objeto de
su largo viaje, y en qué época debemos colocar la fecha de tales visitas? Los
Anales Arcaicos muestran a los Iniciados de la segunda subraza de la familia
aria marchando de un país a otro, con objeto de inspeccionar la construcción de
menhires y dólmenes, de zodíacos colosales de piedra, y sitios sepulcrales para
servir de receptáculos para las cenizas de futuras generaciones. ¿Cuándo
ocurrió esto? El hecho de que cruzaron desde Francia a la Gran Bretaña por tierra puede dar una idea de la
fecha en que pudo efectuarse semejante viaje por tierra firme.
Era cuando:
El nivel de los mares
Báltico y del Norte era 400 pies más alto que hoy día. El valle de Somme no
estaba a la profundidad que ahora alcanza; Sicilia se hallaba unida al África,
y Berberia a España. Cartago, las Pirámides de Egipto, los palacios de Uxmal y
de Palenque no existían todavía, y los osados navegantes de Tiro y Sidón, que
más tarde habían de emprender sus peligrosos viajes a lo largo de las costas de
África, aún no habían nacido. Lo que sabemos con certeza es que el hombre
europeo fue contemporáneo de las especies extinguidas de la época
Cuaternaria... que presenció el levantamiento de los Alpes y la extensión
de los ventisqueros; en una palabra, que vivió miles de años antes de que
asomaran los albores de las tradiciones históricas más remotas.
Es también
posible que el hombre sea contemporáneo de mamíferos extinguidos de especies
aún más antiguas..., del elephas meridionalis de las arenas de Saint Prest, o
al menos del elephas antiquus, que se supone anterior al elephas primigenius,
puesto que sus huesos se encuentran en compañía de pedernales labrados en
varias cuevas de Inglaterra, y asociados con los del rhinoceros haemitechus, y hasta
con los del machairodus latidens, de fecha aun anterior. M. Ed. Lartet es
también de opinión de que la existencia del hombre en el período terciario no
tiene, en realidad, nada de imposible.
Si científicamente “no
hay nada de imposible” en la idea, y puede admitirse que el hombre existía ya
en época tan remota como el período Terciario, entonces es conveniente recordar
al lector que Mr. Croll coloca el principio de este período en una época de
hace 2.500.000 años; pero hubo un tiempo en que le asignaba 15.000.000.
Y si puede decirse todo
esto del hombre europeo ¡cuán grande será la antigüedad del hombre
lemuro-atlante y del atlante-ario! Toda persona ilustrada que sigue el progreso
de la Ciencia sabe cómo se reciben todos los vestigios del hombre del período
Terciario. Las calumnias que cayeron sobre Desnoyers en 1863, cuando anunció al
Instituto de Francia que había hecho un descubrimiento
en las no removidas
arenas de Saint Prest, cerca de Chartres, que probaba la coexistencia del
hombre y del elephas meridionalis, estuvieron a la altura del suceso. El descubrimiento posterior, en 1867,
del abate Bourgeois, de que el hombre vivió en el período Mioceno, y el
recibimiento que tuvo en el Congreso Prehistórico de Bruselas en 1872 prueban
que la generalidad de los hombres de ciencia sólo ven lo que quieren ver.
El arqueólogo moderno,
aunque especula ad infinitum sobre
los dólmenes y sus constructores, no sabe, en efecto, nada de ellos, ni de su
origen. Sin embargo, estos monumentos extraños, a veces colosales, de piedras
sin labrar -que por regla general constan de cuatro o de siete bloques
gigantescos colocados juntos- están esparcidos por Asia, Europa, América y
África, en grupos o hileras. Se encuentran piedras de enorme tamaño colocadas horizontal
y diversamente sobre dos, tres y cuatro bloques, y también sobre seis y siete,
como en el Poitou. La gente los llama “altares del diablo”, piedras druídicas,
y tumbas de gigantes. Las piedras de Carnac en Morbihan, Bretaña -que ocupan
cerca de una milla de largo, en número de 11.000, puestas en once hileras-, son
hermanas gemelas de las de Stonehenge.
El menhir cónico de Loch-maria-ked, en
el Morbihan, mide veinte yardas de largo y cerca de dos de grueso. El menhir de
Champ Dolent (cerca de Saint Malo) se eleva a treinta pies del suelo y tiene
quince pies de profundidad en la tierra. Estos dólmenes y monumentos
prehistóricos se ven en casi todas las latitudes.
Se encuentran en la cuenca
del Mediterráneo; en Dinamarca (entre los túmulos locales, de veintisiete a
treinta y cinco pies de alto); en Shetland; en Suecia, en donde los llaman
Ganggriften (o tumbas con corredores); en Alemania, en donde se les conoce por
tumbas de gigantes (Hünengräben); en España, en donde se encuentra el dolmen de
Antequera, cerca de Málaga; en África; en Palestina y Argelia, en Cerdeña, con
los Nuraghi y Sepolture dei Giganti, o tumbas de gigantes; en Malabar; en la
India, en donde se les llama las tumbas de los Daityas (Gigantes) y de los
Râkshasas, los Hombres-demonios de Lankâ; en Rusia y Siberia, en donde se les
conoce por los Koorgan; en el Perú y Bolivia, en donde se les llama Chulpa o
sepulcros, etc.
No hay país que no los
tenga. ¿Quién los construyó? ¿Por qué están todos relacionados con serpientes y
dragones, con aligatores y cocodrilos? Porque, según se cree, se han encontrado
en ellos restos del “hombre paleolítico”, y porque en los túmulos funerarios de
América se han descubierto cuerpos de razas posteriores con los usuales
ornamentos de collares de hueso, armas, urnas de piedra y de cobre, etc., se
los considera, por tanto, tumbas
antiguas.
Pero ciertamente los dos túmulos famosos, uno en el valle del
Mississipi y el otro en Ohio, conocidos respectivamente por “Túmulo del
Aligator” y “Túmulo de la Gran Serpiente”, nunca fueron destinados a tumbas. Sin embargo, se nos dice de modo autoritario que los túmulos y sus
constructores, o constructores de dólmenes, son todos “pelasgos” en Europa;
anteriores a los Incas en América; pero, sin embargo, no de “tiempos excesivamente
remotos”. No han sido construidos por “raza alguna de constructores de
dólmenes”, que nunca ha existido,
salvo en la fantasía arqueológica primitiva (opinión de De Mortillet, Bastian y
Westropp). Finalmente, la opinión de Virchow sobre las tumbas de gigantes en
Alemania, se acepta ahora como axioma. Este biólogo alemán dice:
Las tumbas solas son
las gigantescas y los huesos que contienen.
Y la Arqueología sólo
tiene que inclinarse y someterse a la decisión .
El no haberse
encontrado hasta ahora ningún esqueleto gigantesco en las “tumbas” no es razón
para decir que nunca contuvieran restos de gigantes. La cremación era universal hasta una época relativamente reciente; -
hace unos 80.000 ó 100.000 años. Los verdaderos gigantes, además, se ahogaron
casi todos en la sumersión de la Atlántida. Sin embargo, algunos escritores
clásicos hablan a menudo de esqueletos gigantescos desenterrados en su tiempo,
según hemos dicho en otro lugar. Por otra parte, los fósiles humanos pueden
contarse por los dedos hasta hoy. De los esqueletos que se han encontrado,
ninguno pasa de 50.000 a 60.000 años, y el tamaño del hombre se redujo
desde 15 a 10 ó 12 pies, desde el tiempo de la tercera subraza del tronco Ario,
cuya subraza -nacida y desarrollada en
Europa y Asia Menor, bajo nuevos climas y condiciones- se había hecho
europea.
Desde entonces, como hemos dicho, ha venido disminuyendo
constantemente. Por tanto, se acerca más a la verdad decir que sólo las tumbas
son arcaicas, y no necesariamente los cuerpos de los hombres que se han
encontrado en ellas algunas veces; y que esas tumbas, puesto que son
gigantescas, han debido contener
gigantes, o más bien las cenizas de generaciones de gigantes.
Tampoco estaban
dedicadas a sepulcros todas esas construcciones ciclópeas. Con los llamados
restos druídicos, tales como Carnac en Bretaña, Stonéhenge en la Gran Bretaña,
es con lo que tuvieron que ver los Iniciados viajeros a que antes hemos
aludido. Y estos monumentos gigantescos son todos anales simbólicos de la
historia del Mundo. No son druídicos, sino universales. No los construyeron los
druidas; pues ellos sólo fueron los poseedores de la herencia ciclópea que les
legaron generaciones de poderosos constructores, y “magos”, tanto buenos como
malos.
Siempre será de
lamentar que la Historia, rechazando a
priori la existencia real de los gigantes, nos haya conservado tan poco de
los anales de la antigüedad respecto de ellos. Sin embargo, en casi todas las
mitologías -las cuales son, después de todo, Historia- los gigantes representan
un papel importante. En la antigua mitología Norse, los gigantes Skrymir y sus
hermanos, contra quienes lucharon los hijos de los Dioses, eran factores
poderosos en las historias de las deidades y los hombres. Las exégesis modernas
que hacen a estos gigantes hermanos de los enanos, y reducen los combates de
los Dioses a la historia del desarrollo de la Raza Aria, sólo tendrán crédito
entre los creyentes de la teoría aria, según la interpreta Max Müller.
Admitiendo que las razas turanias estuvieran representadas por los enanos
(Dwergar), y que una raza obscura, enana y de cabeza redonda, fuese echada
hacia el Norte por los rubios escandinavos, O AEsir -pues los Dioses eran
semejantes a los hombres-, no existe aún ni en la historia ni en ninguna otra
obra científica prueba antropológica alguna de la existencia en el Tiempo ni en
el Espacio de una raza de gigantes.
Sin embargo, que han existido estos
(relativamente y de hecho al lado de
enanos) puede atestiguarlo Schweinfurth. Los Nyam-Nyam de África son enanos,
mientras que sus vecinos más próximos, varias tribus africanas de color
comparativamente claro, son gigantes comparados con los Nyam-Nyam, y muy altos
hasta entre los europeos, pues sus mujeres tienen todas sobre seis pies y medio
de estatura.
En Cornwall y en la
antigua Bretaña, las tradiciones acerca de los gigantes son, por otra parte,
muy comunes; se dice que vivieron hasta en los tiempos del rey Arthur. Todo
esto indica que los gigantes vivieron entre los pueblos Celtas en una época
posterior a entre los teutónicos.
Si consideramos ahora
el Nuevo Mundo, vemos tradiciones de una raza de gigantes de Tarija, en las
vertientes orientales de los Andes y en el Ecuador, que lucharon contra los
Dioses y los hombres. Esas antiguas creencias, que dan a ciertas localidades el
nombre de “Los Campos de los Gigantes”, van
siempre acompañadas de la existencia de mamíferos pliocenos y de riberas
de época pliocena. “Todos los gigantes no están bajo el Monte Ossa”, y pobre
sería, en verdad, la Antropología si limitase las tradiciones de los gigantes a
las mitologías griega y de la Biblia. Los países eslavos, especialmente Rusia,
rebosan de leyendas sobre los Bogaterey (gigantes poderosos) de antaño; y las
tradiciones eslavas, la mayor parte de las cuales han servido de fundamento a
historias nacionales, las canciones más antiguas, y las tradiciones más
arcaicas, hablan de los gigantes de la antigüedad. Así, pues, podemos rechazar
sin temor la teoría moderna que trata de hacer de los Titanes meros símbolos
representantes de fuerzas cósmicas. Fueron ellos hombres que realmente
vivieron, ya tuviesen veinte pies o sólo doce. Hasta los héroes de Homero, que,
por supuesto, pertenecían a un período mucho más reciente en la historia de las
razas, parece ser que manejaban armas de un tamaño y peso por encima de la
fuerza de los hombres más fuertes de los tiempos modernos.
Ni dos veces diez
hombres podían levantar la potente maza.
Hombres como existen en
estos tiempos degenerados.
Si las huellas fósiles
de pisadas en Carson, Nevada (Estados Unidos de América), son humanas, indican
hombres gigantescos, y de que son genuinas no cabe duda. Es de lamentar que las
pruebas modernas científicas de los hombres gigantescos, estén reducidas a
huellas de pisadas. Una y otra vez, los esqueletos de gigantes hipotéticos han
sido identificados con los de elefantes y mastodontes. pero todos estos errores
antes de los días de la Geología, y hasta los cuentos de viaje de Sir John
Mandeville, que dice vio gigantes de cincuenta y seis pies de altura, en la
India, sólo demuestran que la creencia en la existencia de los gigantes no se
ha extinguido, en ningún tiempo, en la mente humana.
Lo que se sabe y se
admite es que han existido varias razas de gigantes y han dejado rastros
precisos. En el Journal of the
Anthropological Institute, se manifiesta que una raza así existió en
Palmira, y probablemente en Midian, que exhibía formas de cráneo completamente
distintas de las de los judíos. No es improbable que otra raza semejante
existiera en Samaria, y que el pueblo misterioso, que construyó los círculos de
piedra en Galilea, que labró piedras neolíticas en el valle del Jordán, y que
conservó un lenguaje semítico antiguo muy diferente de los caracteres cuadrados hebreos, fuese de gran
estatura.
Las traducciones inglesas de la Biblia no pueden inspirar nunca
confianza, ni aun en su forma moderna revisada. Nos hablan ellas de los
Neiphilim, traduciendo la palabra por “gigantes” y añadiendo, además, que eran
hombres “velludos” probablemente los grandes y poderosos prototipos de los
sátiros posteriores, tan elocuentemente descritos por la fantasía patrística; pues algunos
Padres de la Iglesia aseguran a sus admirdores y partidarios que ellos mismos
habían visto a estos “sátiros”, algunos vivos, otros “adobados” y
“conservados”.
Por la palabra “gigante”, que había sido adoptada como sinónima
de Nephilim, los comentadores los han identificado desde entonces con los hijos
de Anak. Los filibusteros que se apoderaron de la Tierra Prometida encontraron
una población preexistente que excedía en mucho a su estatura, y la llamaron
raza de gigantes. Pero las razas de verdaderos gigantes habían desaparecido
edades antes del nacimiento de Moisés. Esas gentes de gran estatura existieron
en Canaán y hasta en Bashan, y pueden haber tenido representantes en los
Nabateos de Midián. Eran ellos mucho más altos que los pequeños judíos. Hace
cuatro mil años la formación de sus cráneos y alta estatura los separaba de los
hijos de Heber. Hace cuarenta mil años sus antecesores pueden haber sido aún
más gigantescos, y cuatrocientos mil años antes, deben de haber sido,
comparados con los hombres de hoy, como los Brobdingnagians eran a los
liliputienses. Los atlantes del período medio fueron llamados los “Grandes
Dragones”; y el primer símbolo de sus deidades de tribu, cuando los “Dioses” y
las Dinastías Divinas los habían abandonado, fue el de una serpiente gigantesca.
El misterio que vela el
origen y la religión de los druidas es tan grande como el de sus supuestos
templos, para el simbologista moderno; pero no para los ocultistas iniciados.
Sus sacerdotes eran descendientes de los últimos atlantes, y lo que se sabe de ellos basta para deducir que
eran sacerdotes orientales, parientes de los caldeos e indos, aunque algo más.
Puede suponerse que simbolizaban su deidad, como los hindúes su Vishnu, como
los egipcios su Dios del Misterio, y como los constructores del Túmulo de la
Gran Serpiente del Ohio adoraban el suyo; esto es, bajo la forma de la
“Poderosa Serpiente”, emblema de la eterna deidad, el Tiempo - el Kâla indo.
Plinio los llama ba los “Magos de los galos y bretones”. Pero eran más que eso.
El autor de Indian Antiquities
encuentra mucha afinidad entre los druidas y los brahmanes de la India. El
doctor Borlase señala una estrecha analogía entre ellos y los magos de Persia; otros pretenden ver una identidad entre ellos y el sacerdocio Órfico de
Tracia; sencillamente porque estaban relacionados, en sus Enseñanzas
Esotéricas, con la Religión de la Sabiduría universal, y presentaban así
afinidades con el culto exotérico de todos.
Lo mismo que los
hindúes, griegos y romanos -hablamos de los Iniciados-, los caldeos y los
egipcios, los druidas creían en la doctrina de la sucesión de los “mundos”, así
como también en la de siete “creaciones” (de nuevos continentes) y
transformaciones de la faz de la Tierra, y en una noche y día séptuple para
cada Tierra o Globo. Dondequiera que se encuentre la serpiente con el huevo,
esta doctrina existía seguramente. Sus Draconcia son una prueba de ello. Esta
creencia era tan universal, que si la buscamos en el esoterismo de las diversas
religiones, la descubriremos en todas. La encontraremos entre los arios indos y
los mazdeístas, los griegos, los latinos, y hasta entre los antiguos judíos y
cristianos primitivos, cuyos linajes modernos apenas comprenden ahora lo que
leen en sus Escrituras. En el Book
of God leemos:
El mundo, dice Séneca, habiéndose derretido y vuelto a entrar en el seno
de Júpiter, este Dios sigue por algún tiempo concentrado en sí mismo, y
permanece oculto, por decirlo así, completamente sumergido en la contemplación
de sus propias ideas. Después vemos un nuevo mundo surgir de él, perfecto en
todas sus partes. Los animales son producidos nuevamente. Fórmase una raza
inocente de hombres... Y además, hablando de una disolución del mundo, que envolvía la destrucción o muerte de todo,
nos enseña que cuando las leyes de la naturaleza sean enterradas bajo ruinas, y
venga el último día del mundo, el Polo Sur se hundirá, y al caer, todas las
regiones del África y el Polo Norte abatirán todos los países bajo su eje. El Sol espantado perderá su luz; el
palacio del cielo, arruinándose, producirá a la vez la vida y la muerte, y una
especie de disolución se apoderará igualmente de todas las deidades, que de
este modo tornarán a su caos original.
Podría uno imaginarse
que leía la relación Puránica del gran Pralaya por Parâshara. Es casi lo mismo,
pensamiento por pensamiento. ¿No tiene el Cristianismo nada por el estilo? Sí
lo tiene, decimos nosotros. Que el lector abra cualquier Biblia inglesa y que
lea el cap. III de la Segunda Epístola de
Pedro, y encontrará allí las mismas ideas:
En los últimos días
vendrán burlones... diciendo: ¿Dónde está la promesa de su venida? Pues desde
que los padres se durmieron, todas las cosas continúan como estaban desde el
principio de la creación. Por esto ignoran voluntariamente que por la palabra
de Dios los cielos existían anteriormente, y la tierra surgió del agua y en el
agua; por lo cual, el mundo que existía entonces, siendo inundado por el agua,
pereció; pero los cielos y la tierra que ahora existen, son conservados por la
misma palabra, reservados para el fuego..., los cielos, ardiendo, serán
disueltos y los elementos se derretirán con calor ardiente. Sin embargo,
nosotros... buscamos nuevos cielos y nueva tierra.
Si a los intérpretes se
les antoja ver en esto una referencia a la creación, al diluvio y a la venida
prometida de Cristo, cuando vivan en una Nueva Jerusalén en el Cielo, esto no
es culpa de “Pedro”.
Lo que el escritor de la epístola significaba era la
destrucción de esta nuestra Quinta Raza por
fuegos subterráneos e inundaciones, y la aparición de nuevos continentes
para la Sexta Raza-Raíz; pues los escritores de las Epístolas estaban todos
versados en simbología, ya que no en ciencia.
Hemos dicho en otra
parte de esta obra que la creencia en la constitución septenaria de nuestra
Cadena era la doctrina más antigua de los primitivos iranios, que la obtuvieron
del primer Zarathushtra. Tiempo es ya de probar esto a los parsis, que han
perdido la clave del significado de sus Escrituras. En el Avesta se considera a la tierra a
la vez séptuple y triple. Esto lo considera el doctor Geiger como una incongruencia, por las siguientes
razones, que llama discrepancias. El Avesta
habla de las tres terceras partes de la tierra porque el Rig Veda menciona:
Tres tierras... Se dice
que esto significa, tres lechos o capas una sobre otra.
Pero está completamente
equivocado, como le sucede a todos los traductores exotéricos profanos. El Avesta no ha tomado la idea del Rig Veda, sino que sencillamente repite
la Enseñanza Esotérica. Los “tres lechos o capas” no se refieren sólo a nuestro
Globo, sino a las tres capas de los Globos de nuestra Cadena Terrestre - dos a
dos, en cada plano, una en el arco descendente, y otra en el ascendente. así,
pues, respecto a las seis esferas o Globos sobre nuestra Tierra, que es el
séptimo y el cuarto, la Tierra es séptuple;
mientras que respecto a los planos sobre nuestro plano, es triple. Este sentido está demostrado y corroborado por el texto del
Avesta, y basta por las especulaciones - trabajo de
adivinación de los más laboriosos y poco satisfactorios - de los traductores y
comentadores. Se ve, pues, por esto, que la división de la Tierra, o más bien
de la Cadena de la Tierra, en siete
Karshvars no está en contradicción con las tres “zonas”, si esta palabra se lee
“planos”. Según observa Geiger, esta división septenaria es muy antigua (la más
antigua de todas), puesto que los Gâthas hablan ya de la “tierra septenaria”
(40). Pues:
Según las
manifestaciones de las Escrituras parsis posteriores, las siete Kêrshvars deben considerarse
como partes de la tierra sin relación
alguna (como seguramente lo son. Pues) entre ellas corre un océano, de modo que es imposible, según se afirma en
varios pasajes, pasar de un Kêrshvar a otro.
El “Océano” es el Espacio, por supuesto, pues el último
era llamado “Aguas del Espacio” antes de que fuese conocido por Éter. Además la
palabra Karshvar es propiamente traducida Dvipa, y Hvaniratha por Jambudvipa
(Neryosangh, el traductor del Yasna). Pero este hecho no lo toman en consideración los orientalistas; y así
vemos que hasta para un mazdeísta y parsi de nacimiento, tan instruído como el
traductor de la obra del doctor Geiger, pasen inadvertidas y sin una palabra de
comentario varias observaciones de éste sobre las “incongruencias” de esta
clase que abundan en las Escrituras Mazdeístas. Una de tales “incongruencias” y
“coincidencias” se refiere a la semejanza de la doctrina mazdeísta y la inda
respecto de los siete Dvipas -más bien islas, o continentes- que se encuentran
en los Purânas, a saber:
Los Dvipas forman
anillos concéntricos, los cuales, separados por el Océano, rodean a Jambudvipa,
que está situado en el centro (y), según la opinión irania, el Kêrshvar
Qaniratha está igualmente situado en el centro de los demás; ellos no forman
círculos concéntricos, sino que cada uno de ellos (los otros seis Karshvaras)
es un espacio peculiar e individual, y así se agrupan alrededor (encima) de
Qaniratha.
Ahora bien; Qaniratha
-mejor Hvaniratha- no es, como cree Geiger y su traductor, “el país habitado
por las tribus iranias”; y “los otros nombres” no significan “los territorios
adyacentes de naciones extranjeras al Norte, Sur, Este y Oeste”, sino que
significan nuestro Globo o Tierra. Pues el significado de la sentencia que
sigue a la últimamente citada, a saber, que:
Dos, Vourubarshti y
Vouruzarshti, están en el Norte; dos, Vidadhafsha y Fradadhafsha, en el Sur;
Savahi y Arzahi en el Este y Oeste
- es sencillamente la descripción muy gráfica y exacta de la Cadena de
nuestro Planeta, la Tierra, representada en el Libro de Dzyan (II) del modo siguiente:
Sólo hay que reemplazar
estos nombres mazdeístas por los usados en la Doctrina Secreta, para
presentarnos la doctrina Esotérica. La “Tierra” (nuestro mundo) es triple, porque la Cadena de los
Mundos está situada en tres diferentes planos sobre nuestro Globo; y es
séptuple a causa de los siete Globos o Esferas que componen la Cadena. de aquí
el otro significado que se da en el Vendidâd
(XIX, 39) mostrando que:
Sólo Qaniratha está
combinada con imat, “esta” (tierra),
mientras que todos los demás Karshvaras
están combinados con la palabra “avat”,
“aquella” o aquellas - tierras
superiores.
Nada puede ser más claro. Lo mismo puede
decirse de la interpretación moderna de todas las demás creencias antiguas.
Los druidas, pues,
comprendían el significado del Sol en Tauro cuando, extinguidos todos los
fuegos en el primero de noviembre, sólo sus fuegos sagrados e inextinguibles
permanecían iluminando el horizonte, como los de los Magos y los de los
mazdeístas modernos. Y lo mismo que la primitiva Quinta Raza y que los caldeos
posteriores, igualmente que los griegos y hasta que los cristianos -que hacen
lo mismo hasta hoy día sin sospechar el verdadero significado- saludaban a la
Estrella de la Mañana, la hermosa Venus-Lucifer Strabón habla de una isla
cerca de Bretaña:
En donde a Ceres y
Perséfona se les rendía culto con los mismos ritos que en Samotracia, esta isla era la Iarna Sagrada -
donde estaba encendido un fuego perpetuo. Los druidas creían en el
renacimiento del hombre, no como lo explica Luciano:
Que el mismo espíritu
animará un nuevo cuerpo, no aquí, sino en un mundo,en una serie de reencarnaciones en este mismo mundo; pues, como
dice Diodoro, declaraban que las almas de los hombres, después de determinados
períodos, pasarían a otros cuerpos.
Esta doctrina vino a
los arios de la Quinta Raza desde sus predecesores de la Cuarta, los atlantes.
Conservaron ellos piadosamente las enseñanzas, que les decían cómo su Raza-Raíz
padre, haciéndose más arrogante con cada generación, debido a la adquisición de
poderes sobrehumanos, se había deslizado gradualmente hacia su fin. Esos anales
les recuerdan el intelecto gigante de las razas precedentes, así como su
gigantesca estatura. En todas las edades de la historia, en casi todos los
fragmentos arcaicos que han llegado a nosotros de la antigüedad, encontramos la
repetición de esos anales.
A Elian conservaba un
extracto de Teofrasto escrito durante los días de Alejandro el Grande. Es un diálogo
entre Midas, el frigio, y Sileno. Éste hablaba al primero de un continente que
había existido en tiempos antiguos, tan inmenso, que Asia, Europa y África
parecían islas insignificantes comparadas con él. Fue el último que produjo animales y plantas de magnitudes gigantescas.
Allí, decía Sileno, los hombres alcanzaban doble estatura que el hombre más
alto de su tiempo (el del narrador) y vivían doble tiempo. Tenían ciudades
suntuosas con templos, y una de aquellas ciudades tenía más de un millón de habitantes,
encontrándose en ella en gran abundancia el oro y la plata.
La idea de Grote, de
que la Atlántida sólo fue un mito originado de un espejismo -nubes en un cielo
deslumbrante tomando la apariencia de islas sobre un mar de oro- es demasiado
increíble para tenerla en cuenta.
H.P. Blavatsky D.S T IV
H.P. Blavatsky D.S T IV
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