No estará de más (en
beneficio de los que convierten la tradición de una Atlántida miocena perdida,
en un “mito anticuado”) añadir unas pocas admisiones científicas sobre este
punto. La Ciencia, en verdad, es indiferente a tales cuestiones. Pero hay
hombres científicos prontos a admitir que, en todo caso, es más filosófico un
agnosticismo prudente, respecto de los problemas geológicos que se refieren al
remoto pasado, que una negativa a priori,
o hasta que generalizaciones precipitadas fundadas en datos incompletos.
Mientras tanto pueden
señalarse dos casos muy interesantes, que “confirman” algunos pasajes de la
carta de un Maestro, publicada en Buddhismo
Esotérico. La eminencia de las autoridades no será puesta en duda
(subrayamos los pasajes que se corresponden):
Extracto del Buddhismo esotérico, página 73, 8ª edición Inglesa.
I
El hundimiento de la Atlántida (el grupo de continentes e islas) principió durante el período Mioceno... y alcanzó su punto culminante primeramente en la desaparición final del continente más grande, suceso que coincidió con el alzamiento de los Alpes, y después con la desaparición de la última de las hermosas islas mencionadas por Platón (Véase también The Mahâtmâ Letters to A. P. Sinnett, pág. 155).
Extracto de una Conferencia por W. Penge- lly, F. R. S., F. G. S.
TICLEE LA IMAGEN PARA LEER EL TEXTO
Respecto de una civilización anterior, de la cual son el último retoño
superviviente, una parte de estos
australianos degradados, la opinión de Gerland es sumamente sugestiva.
Comentando la religión y mitología de las tribus, escribe:
El aserto de que la
civilización (?) australiana indica un grado más alto no se prueba en ninguna
parte más claramente que aquí (en la cuestión religiosa), donde todo resuena
como las voces expirantes de una edad anterior más rica... La idea de que los
australianos no tienen rastro de religión o mitología es completamente falsa.
Pero esta religión está cierta y totalmente desnaturalizada.
En cuanto a la opinión
de Haeckel respecto de la relación entre los australianos y los malayos, como
dos ramas de un mismo tronco, está en un error cuando clasifica a los
australianos con los demás. Los malayos y papuanos son un linaje mezclado, resultante del cruce de las
subrazas inferiores atlantes con la séptima subraza de la Tercera Raza-Raíz. Lo
mismo que los hotentotes, descienden ellos directamente de los Lemuro-Atlantes. Es un hecho de lo más
sugestivo -para aquellos pensadores concretos que exigen una prueba física del Karma- que las razas más inferiores
se están extinguiendo rápidamente; fenómeno debido en gran parte a la
extraordinaria esterilidad que se apodera de las mujeres desde que por primera
vez se ponen en relaciones con los europeos.
Un proceso diezmador tiene lugar
en todo el Globo entre las razas “cuyo tiempo ha terminado”; entre esos
linajes, obsérvese bien, que la Filosofía Esotérica considera como
representantes seniles de naciones arcaicas desaparecidas. Es inexacto sostener
que la extinción de una raza inferior sea invariablemente
debida a las crueldades y abusos perpetrados por los colonos. El cambio de
alimentación, la embriaguez, etc., han hecho mucho; pero los que toman
semejantes causas como una explicación por completo suficiente del problema no
pueden hacer frente al cúmulo de hechos que tan compactos se presentan ahora.
Hasta el mismo materialista Lefèvre dice:
Nada puede salvar a
aquellos que han terminado su carrera. Sería necesario prolongar su ciclo de
destino... Los pueblos que relativamente
se han conservado más, los que se han defendido más valerosamente, Hawaianos o
Maoríes, no han sido menos diezmados que las tribus destruidas o corrompidas
por la intrusión europea.
Cierto; ¿pero no es el
fenómeno, aquí confirmado, un ejemplo de la operación de la Ley Cíclica, difícil
de explicar en sentido materialista? ¿De dónde procede el “ciclo de destino” y
el orden que aquí se atestigua? ¿Por qué esta esterilidad (Kármica) ataca y
hace desaparecer a ciertas razas a su “hora debida”? La contestación de que es
debido a una “desproporción mental” entre las razas colonizadoras y las
aborígenes, es claramente evasiva, puesto que no explica la “interrupción
repentina de la fertilidad” que tan frecuentemente acontece. La extinción de
los hawaianos, por ejemplo, es uno de los problemas más misteriosos del día. La
Etnología tendrá que reconocer, más tarde o más temprano, con los ocultistas,
que la verdadera solución hay que buscarla en una comprensión del modo de obrar
del Karma. Según observa Lefèvre:
Se acerca el tiempo en
que no quedarán más que tres grandes tipos humanos.
El tiempo es antes de
que alboree la Sexta Raza-Raíz; los tres tipos son el blanco (Quinta Raza-Raíz;
Ario), el amarillo y el negro africano -con sus cruzamientos (divisiones
Atlanto-Europeas). Los pieles rojas, los esquimales, papuanos, ausralianos,
polinesios, etc., se están extinguiendo. Los que saben que cada Raza-Raíz corre
por una escala de siete subrazas con siete ramas, etc., comprenderán el porqué.
La marea creciente de Egos que reencarnan los ha dejado atrás para cosechar
experiencias en linajes más desarrollados y menos seniles, y su extinción es,
por tanto, una necesidad Kármica. De Quatrefages presenta algunas
extraordinarias y no explicadas
estadísticas acerca de la extinción de razas. Ninguna solución, que no sea
en sentido ocultista, puede explicarlas.
Pero nos hemos separado
de nuestro verdadero asunto. Oigamos ahora lo que el profesor Huxley tiene que
decir sobre la cuestión de los Continentes anteriores, Atlánticos y Pacíficos.
He aquí lo que escribe
en Nature:
No hay nada, que yo
sepa, en las pruebas biológicas o geológicas hoy asequibles, que haga
improbable la hipótesis de que un arca
del fondo del mar Atlántico medio o del Pacífico, tan grande como Europa,
haya sido levantada a la altura del Mont Blanc, para hundirse de nuevo desde la
época Paleozoica, si hubiese algún fundamento para suponerla.
Esto es, que no hay
nada que milite contra la prueba positiva
del hecho; y por lo tanto, nada en contra del postulado geológico de la Filosofía Esotérica. El doctor Berthold
Seemann nos asegura en Popular Science
Review, que:
Los hechos que los
botánicos han reunido para volver a construir los mapas perdidos del globo son
bastante comprensibles; y no se han quedado atrás en demostrar la existencia
anterior de grandes extensiones de tierra firme en partes ocupadas ahora por
vastos océanos. Los muchos puntos de contacto sorprendentes entre la flora
presente de los Estados Unidos y la del Asia Oriental les inducen a suponer
que, durante el orden actual de cosas, existió una comunicación continental
entre el Asia Oriental del Sur y la América Occidental. La correspondencia
singular de la flora actual de los Estados Unidos del Sur con la flora lignita
de Europa les induce a creer que, en el período Mioceno, Europa y América
estaban en relación por un paso de tierra de que son restos Islandia, la de
Madera y las otras islas Atlánticas; que efectivamente, la historia de una
Atlántida referida por un sacerdote egipcio a Solón no es pura fábula, sino que
se apoya en una base histórica sólida... La Europa del período Eoceno recibió
las plantas que se extendieron sobre montañas y llanuras, valles y orillas de
los ríos (generalmente de Asia), no exclusivamente del Sur ni del Este. El
Occidente proporcionó también aditamentos, y si en aquel período fueron más
bien de poca monta, muestran, en todo caso, que se estaba construyendo el
puente que, en una época posterior, debía facilitar la comunicación entre los
dos continentes de un modo tan notable. En aquel tiempo, algunas plantas del
Continente Occidental principiaron a llegar a Europa por medio de la isla de la
Atlántida, que entonces acababa (?) probablemente de aparecer sobre el Océano.
Y en otro número de la
misma Revista Mr. W. Duppa Crotch, M. A., F. L. S., en un artículo titulado
“The Norwergian Lemming and its Migrations” (El conejo noruego y sus
emigraciones), alude al mismo asunto:
¿Es probable que haya
existido tierra donde ahora se mueve el vasto Atlántico? Todas las tradiciones
lo afirman; los antiguos anales egipcios hablan de la Atlántida, como Strabon y
otros nos han dicho. El mismo desierto de Sahara es la arena de un antiguo mar,
y las conchas que se encuentran en su superficie prueban que, en una época no
más remota que el período Mioceno, se agitaba un mar sobre lo que ahora es un
desierto. El viaje del “Challenger” ha probado la existencia de tres grandes
cordilleras en el Océano Atlántico, una que se extiende por más de
tres mil millas y los brazos laterales; relacionando estas cumbres, pudieran
explicar la maravillosa semejanza de la fauna de las islas del Atlántico...
El continente sumergido
de Lemuria, en lo que ahora es el
Océano Índico, se considera que presenta una explicación de las muchas
dificultades en la distribución de la vida orgánica; y creo que la existencia
de una Atlántida Miocena se verá que
tiene una gran fuerza elucidadora en sus asuntos de mayor interés (¡eso es,
verdaderamente!) que la emigración del conejo. En todo caso, si se puede demostrar
que existió tierra, en edades anteriores, donde ahora se agita el Atlántico del
Norte, no solamente se vería el motivo de estas emigraciones, en apariencia
suicidas, sino también una gran prueba colateral de que lo que llamamos
instintos no son más que la herencia ciega, y algunas veces hasta perjudicial,
de experiencias previamente adquiridas.
Se nos dice que, en
ciertas épocas, multitudes de estos animales nadan hacia el mar y perecen.
Viniendo, como vienen, de todas partes de Noruega, el poderoso instinto que
sobrevive a través de las edades como una herencia de sus progenitores, los
impulsa a buscar un continente que existió en un tiempo, pero que se halla
ahora sumergido bajo el Océano, y encontrar una tumba en el agua.
En un artículo
conteniendo una crítica sobre Island Life,
de Mr. A. R. Wallace, obra dedicada en gran parte a la cuestión de la
distribución de los animales, etc., Mr. Starkie Gardiner escribe:
Por un proceso de
razonamiento fundado en una extensa exposición de hechos de diferentes clases,
llega él a la conclusión de que la distribución de la vida sobre la tierra, como ahora la
vemos, se ha verificado sin la ayuda de
cambios importantes en la posición relativa de los continentes y mares, Sin
embargo, si aceptamos su opinión, deberemos creer que Asia y África, Madagascar
y África, Nueva Zelanda y Australia, Europa y América, han estado unidas en
alguna época no muy remota geológicamente, y que hubo puentes sobre mares de
una profundidad de 1.000 brazas; pero debemos tratar como “completamente
gratuito y del todo opuesto a todos los testimonios de que disponemos (!!), la
suposición de que la templada Europa y la templada América, Australia y el
África del Sur hayan estado jamás en relación, excepto por la vía del Círculo
Ártico o Antártico, y que tierras que ahora están separadas por mares de más de
1.000 brazas de profundidad hayan estado jamás unidas.
Hay que admitir que Mr.
Wallace ha conseguido explicar los rasgos principales de la distribución de la
vida actual sin echar un puente sobre el Atlántico, ni sobre el Pacífico,
excepto hacia los Polos; sin embargo, no puedo menos de pensar que algunos de
los hechos pudieran explicarse más fácilmente admitiendo la existencia anterior
de una unión entre la costa de Chile y la Polinesia, y Gran Bretaña y la
Florida, obscuramente representada por los bancos submarinos que se extienden
entre ellas. Nada se arguye que haga imposible estas relaciones más directas, y
no se presenta ninguna razón física que se oponga a que el suelo del Océano no
pueda ser levantado desde cualquier profundidad. La ruta por la cual (según las
hipótesis Anti-Atlantea y Anti-Lemurea de Wallace) se supone que se mezclaron
las floras de la América del Sur y de la Australia, está llena de dificultades
casi insuperables; y la aparentemente repentina llegada de un número de plantas
subtropicales americanas en nuestros eocenos necesita una relación más hacia el
Sur que la presente línea de 1.000 brazas.
Las fuerzas están constantemente
actuando, y no hay razón para que una vez
puesta en acción una fuerza elevadora en el centro de un Océano, cese de actuar
hasta que se forme un continente. Ellas han actuado y han levantado fuera
del mar, en un tiempo geológico relativamente reciente, las montañas más
elevadas de la tierra. El mismo Mr. Wallace admite repetidamente que los lechos
de los mares se han elevado 1.000 brazas, y que se han levantado islas desde
profundidades de 3.000; y suponer que las fuerzas elevadoras tienen poder
limitado, me parece a mí que es, citando de nuevo de Island Life, “completamente gratuito y por completo opuesto a todos
los testimonios de que disponemos”.
El “padre” de la
Geología inglesa, Sir Charles Lyell, era un partidario de la uniformidad en sus
opiniones sobre la formación de los Continentes. Le vemos diciendo:
Los profesores Unger (Die Versunkene Insel Atlantis) y Heer (Flora Tertiaria Helvetiae) han defendido
con fundamentos botánicos la existencia
anterior de un Continente Atlántico durante una parte del período Terciario, por
proporcionar la única explicación plausible que puede imaginarse de la analogía
entre la flora miocena de la Europa Central y la flora actual de la América
Oriental. El profesor Oliver, por otra parte, después de mostrar cuántos de los
tipos americanos, encontrados fósiles en Europa, son comunes al Japón, se
inclina a la teoría, presentada primeramente por el doctor Asa Gray, de que la
emigración de las especies, a la cual se debe la comunidad de tipos en los
Estados Orientales de la América del Norte y la flora miocena de Europa, tuvo
lugar cuando había una comunicación por tierra desde América al Asia Oriental,
entre los paralelos quince y dieciséis de latitud, o al Sur del Estrecho de
Behring, siguiendo la dirección de las islas Aleucianas. Siguiendo este curso
pudieron haber hecho su camino, en cualquier época, Miocena, Pliocena o
Postpliocena, antes de la época Glacial, a la región del río Amour, en la costa
oriental del Asia del Norte.
Las dificultades y
complicaciones innecesarias en que aquí se incurre, a fin de evitar la
hipótesis de un Continente Atlántico, son demasiado aparentes para pasar
inadvertidas. Si las pruebas botánicas
estuviesen solas, el escepticismo sería en parte razonable; pero en este
caso todas las ramas de la Ciencia convergen hacia un punto. La Ciencia ha
cometido errores y se ha expuesto a otros mayores de los que se expondría con
la admisión de nuestros dos Continentes ahora invisibles. Ha negado hasta lo
innegable, desde los días del matemático Laplace hasta los nuestros, y esto
sólo hace unos pocos años. Tenemos la autoridad del profesor Huxley, que
dice que no hay ninguna improbabilidad a
priori contra pruebas posibles que apoyen la creencia. Pero ahora que se presenta la prueba positiva, ¿querrá
este eminente hombre de ciencia admitir el corolario?
Tocando el problema en
otro punto, Sir Charles Lyell nos dice:
Respecto de la
cosmogonía de los sacerdotes egipcios, reunimos muchas noticias de escritores
de las sectas griegas, que tomaron casi todas sus doctrinas de Egipto, y entre
otras la de la destrucción y renovación sucesivas del mundo (catástrofes continentales, no cósmicas). Sabemos por
Plutarco que éste era el tema de uno de los himnos de Orfeo, tan celebrado en
las edades fabulosas de Grecia. Lo trajo de las orillas del Nilo; y hasta
encontramos en sus versos, lo mismo que en los sistemas indos, un período
definido asignado a la duración de cada mundo sucesivo. Las vueltas de las
grandes catástrofes estaban determinadas por el período del Annus Magnus, o gran
año, ciclo compuesto de la revolucón del Sol, de la Luna y de los planetas, y
que termina cuando estos vuelven juntos al mismo signo de donde se supone que
partieron en alguna época remota... Sabemos, particularmente por el Timeus de Platón, que los egipcios
creían que el mundo estaba sujeto a conflagraciones y diluvios ocasionales. La
secta de los estoicos adoptó por completo el sistema de las catástrofes
destinadas en determinados intervalos a destruir el mundo. Éstas, decían, eran
de dos clases: el cataclismo o destrucción
por el diluvio, que barre por completo la raza humana y aniquila toda la
producción animal y vegetal de la naturaleza, y la ecpyrosis o conflagración, que destruye el globo mismo (volcanes
submarinos). De los egipcios derivaron la doctrina de la degeneración gradual
del hombre desde un estado de inocencia (sencillez naciente de las primeras
subrazas de cada Raza-Raíz). Hacia la terminación de cada era, los dioses no
podían sufrir más tiempo la perversidad de los hombres (degeneración en
prácticas mágicas y animalidad grosera de los Atlantes), y un choque de los
elementos, o un diluvio, los anonadaba; después de cuya calamidad, volvía
Astraea a descender a la tierra para renovar la edad de oro (aurora de una
nueva Raza-Raíz).
Astraea, la Diosa de la
Justicia, es la última de las deidades que abandonan la Tierra, cuando se dice
que los Dioses la abandonan y son llevados
de nuevo a los cielos por Júpiter. Pero tan pronto como Zeus se lleva de la
Tierra a Ganymedes -el objeto de la concupiscencia,
personificado-, el Padre de los Dioses lanza otra vez a Astraea a la Tierra, en
la cual cae de cabeza. Astraea es
Virgo, la constelación del Zodíaco.
Astronómicamente tiene un significado muy
claro, y que da la clave del sentido oculto. Pero es inseparable de Leo, el
signo que la precede; y de las Pléyades y sus hermanas las Hyadas, de las
cuales es Aldebarán el brillante jefe. Todas éstas se hallan relacionadas con
las renovaciones periódicas de la Tierra, respecto de sus continentes, hasta el
mismo Ganymedes, que en Astronomía es
Acuario. Se ha dicho ya que mientras el Polo Sur es el Abismo (o las regiones infernales, figurada y cosmológicamente), el
Polo Norte es, en sentido geográfico, el Primer Continente; mientras que en
sentido astronómico y metafórico el Polo celeste, con su Estrella Polar en el
Cielo, es Meru, o la Sede de Brahmâ, el Trono de Júpiter, etc. Pues en la época
en que los Dioses abandonaron la Tierra, y se dice ascendieron al Cielo, la
eclíptica se había hecho paralela al meridiano, y parte del Zodíaco parecía
descender desde el Polo Norte al horizonte del mismo nombre. Aldebarán estaba
entonces en conjunción con el Sol, como estaba hace 40.000 años, en la gran
festividad en conmemoración de ese Annus Magnus de que hablaba Plutarco.
Desde
aquel año -hace 40.000 años- ha habido un movimiento retrógrado del Ecuador, y
hace cosa de 31.000 años Aldebarán estaba en conjunción con el punto vernal
equinoccial. La parte asignada a Tauro, hasta en el Misticismo Cristiano, es
demasiado conocida para que se necesite repetirla. El famoso Himno de Orfeo,
sobre el gran cataclismo periódico, pone de manifiesto todo el esoterismo del
suceso. Plutón, en el abismo, se lleva a Eurídice mordida por la Serpiente
Polar. Entonces Leo, el León, es vencido. Ahora bien; cuando el León está “en
el Abismo”, o bajo el Polo Sur, entonces Virgo, como signo próximo, le sigue, y
cuando su cabeza, hasta la cintura, se halla debajo del horizonte del Sur, está
ella invertida. Por otra parte, las
Hyadas son la lluvia o constelaciones del Diluvio;
y Aldebarán -el que sigue, o sucede a
las hijas de Atlas, o las Pléyades- mira hacia abajo desde el ojo de Tauro.
Desde este punto de la eclíptica es de donde comenzaron los cálculos del nuevo
ciclo.
El estudiante debe también tener presente que cuando Ganymedes, Acuario,
se eleva en el cielo (o encima del horizonte del Polo Norte), Virgo o Astraea, que es Venus-Lucifer,
desciende cabeza abajo, por debajo del horizonte del Polo Sur, o el Abismo;
cuyo Abismo, o el Polo, es también el
Gran Dragón, o el Diluvio. Que el estudiante ejercite su intuición uniendo
estos hechos; no puede decirse más. Lyell observa:
La
relación entre la doctrina de las catástrofes sucesivas y las repetidas
degeneraciones del carácter moral de la raza humana es más íntima y natural de
lo que puede imaginarse a primera vista. Pues, en un estado social rudo, todas
las grandes calamidades son consideradas por las gentes como juicios de Dios
por la perversidad del hombre... Del mismo modo, en el relato hecho a Solón por
los sacerdotes egipcios, sobre la sumersión de la isla Atlántida bajo las aguas
de Océano, después de repetidas sacudidas de un terremoto, vemos que el suceso acaeció cuando Júpiter hubo visto la
depravación moral de los habitantes.
Cierto; pero ¿no fue
esto debido al hecho de que todas las verdades Esotéricas se daban al público
por los Iniciados de los templos, bajo el
disfraz de las alegorías? “Júpiter” es meramente la personificación de
aquella Ley Cíclica inmutable, que detiene la tendencia hacia abajo de cada
Raza-Raíz después de alcanzar el cenit de su gloria. Tenemos que admitir
la enseñanza alegórica, a menos que tengamos la misma opinión singularmente
dogmática del profesor John Fiske, de que un mito:
Es una explicación,
por la mente incivilizada, de algún fenómeno natural; no una alegoría ni un
símbolo esotérico, pues se gasta en vano el ingenio (!!) que trata de encontrar
en los mitos los restos de una ciencia refinada primitiva: es sólo una
explicación. Los hombrees primitivos no tenían ciencia alguna profunda que
perpetuar por medio de la alegoría (¿cómo lo sabe Mr. Fiske?), ni tampoco eran
tan funestos pedantes que hablasen en enigmas, cuando el lenguaje claro servía
para su objeto.
Nos atrevemos a decir
que el lenguaje de los pocos iniciados era mucho más “claro” y su
Ciencia-Filosofía mucho más comprensible y satisfactoria, tanto para las
necesidades físicas como para las espirituales
del hombre, que la misma terminología y sistema elaborados por el maestro de
Mr. Fiske, Herbert Spencer. ¿Cuál es, en todo caso, la “explicación” de Sir
Charles Lyell acerca del “mito”? Ciertamente que él no defiende en modo alguno
la idea de su origen “astronómico”, según aseguran algunos escritores.
Los dos intérpretes
difieren por completo entre sí. La solución de Lyell es como sigue: Incrédulo
en los cambios originados por cataclismos, por falta (?) de datos históricos de
confianza sobre el particular, así como por una gran inclinación hacia el
concepto de uniformidad en los cambios geológicos (19), trata de atribuir la
“tradición” de la Atlántida al siguiente origen:
1º Las tribus bárbaras relacionan las
catástrofes con un Dios vengador, a quien de este modo se le atribuye que
castiga a las razas inmorales.
2º De aquí
que el principio de una nueva raza sea lógicamente virtuoso.
3º El origen primario del fundamento geológico
de la tradición fue Asia, continente sujeto a violentos terremotos. De este
modo traspasaban las edades relatos exagerados.
4º Egipto, aunque libre de estos terremotos,
basó, sin embargo, sus considerables conocimientos geológicos en estas
tradiciones de cataclismos.
¡Una “explicación”
ingeniosa, como lo son todas éstas! Pero el probar una negativa es
proverbialmente una tarea difícil. Los
estudiantes de la ciencia Esotérica, que saben lo que realmente eran los
recursos del sacerdocio egipcio, no necesitan estas laboriosas hipótesis.
Además, al paso que un teórico de imaginación siempre puede encontrar una
solución razonable a problemas que, en una rama de la Ciencia, parecen
necesitar la hipótesis de cambios periódicos causados por cataclismos sobre la
superficie de nuestro planeta, el crítico imparcial, que no es especialista,
reconocerá la inmensa dificultad de desechar fundadamente las pruebas acumuladas,
a saber: las arqueológicas, etnológicas, geológicas, tradicionales, botánicas y
hasta biológicas, en favor de continentes anteriores ahora sumergidos. Cuando
cada ciencia lucha por su lado, la fuerza acumulada de la prueba se pierde casi
invariablemente de vista.
En The Theosophist, hemos escrito:
Tenemos como testimonio
las más antiguas tradiciones de diversos y muy distanciados pueblos; leyendas
de la India, de la antigua Grecia, Madagascar, Sumatra, Java y todas las
principales islas de la Polinesia, así como las leyendas de ambas Américas.
Entre los salvajes, y en las tradiciones de la literatura más rica del mundo
(la literatura Sánscrita de la India), hay acuerdo en decir que, hace edades,
existía en el Océano Pacífico un gran Continente que una vez fue tragado por el
mar en un levantamiento geológico (Lemuria). Y es nuestra firme
creencia... que la mayor parte, si no todas las islas, desde el archipiélago
malayo a la Polinesia, son fragmentos de aquel inmenso Continente sumergido. tanto
Malaca como la Polinesia, que se hallan a los dos extremos del Océano, y que,
desde que existe memoria de hombre, no han tenido ni han podido tener nunca
relación entre sí, ni siquiera conocimiento de su respectiva existencia,
tienen, sin embargo, la tradición común a todas las islas e islotes, de que sus
respectivos países se extendían lejos, muy lejos en el Mar; que en el mundo no
había más que dos inmensos continentes, uno habitado por hombres amarillos, y
otro por hombres morenos; y que el Océano, por orden de los Dioses, para castigarlos por sus luchas incesantes,
los tragó. A pesar del hecho geográfico de que Nueva Zelanda, las islas
Sandwich y las de Pascua se hallan entre sí a una distancia de 800 a 1.000 leguas,
y que, según todos los testimonios, ni éstas, ni ninguna isla intermedia, como
por ejemplo, las islas Marquesas, las de la Sociedad, Fiji, Tahitianas,
Samoanas y otras, podían, desde que se convirtieron en islas, e ignorantes de
la brújula como eran sus pobladores, haberse comunicado entre sí antes de la
llegada de los europeos; sin embargo, cada una y todas sostienen que sus
respectivos países se extendían a lo lejos hacia Occidente, por el lado del
Asia.
Además, con cortas diferencias, todas hablan dialectos que provienen
evidentemente del mismo idioma, y se entienden con poca dificultad, tienen las
mismas creencias religiosas y supersticiones, y casi las mismas costumbres. Y
como pocas de las islas Polinesas fueron descubiertas antes de hace un siglo, y
el mismo Océano Pacífico era desconocido para Europa hasta los días de Colón; y
estos isleños no han cesado nunca de repetir las mismas antiguas tradiciones
desde que los europeos pisaron por primera vez sus costas, nos parece una
deducción lógica que nuestra teoría se aproxima más a la verdad que otra
cualquiera. La casualidad tendría que cambiar de nombre y de significado, si
todo esto fuera debido sólo a la casualidad.
El
profesor Schmidt, escribiendo en defensa de la hipótesis de una Lemuria
anterior, declara:
Una gran serie de
hechos geográfico-animales se explica sólo por la hipótesis de la existencia
anterior de un Continente Meridional, del cual es la Australia un resto... (La
distribución de especies) señala la tierra desaparecida del Sur, como el paraje
donde quizá deba buscarse también la morada de los progenitores de los Maki de
Madagascar.
Mr. A. R. Wallace, en
su Malay Archipelago, llega a la
conclusión siguiente, después de revisar la suma de pruebas disponibles:
La deducción que
debemos sacar de estos hechos es, indudablemente, que todas las islas hacia el
Este, más allá de Java y Borneo, forman esencialmente parte de un Continente
Australiano o Pacífico anterior, aunque algunas de ellas puede que no hayan
estado unidas a él. Este continente debió de hacerse pedazos, no sólo antes de
que las Islas Occidentales se separaran del Asia, sino probablemente antes de
que la parte extrema oriental del Sur de Asia se elevase sobre las aguas del
Océano, pues una gran parte de la tierra de Borneo y Java se sabe que es geológicamente
de formación por completo reciente.
Según Haeckel:
Probablemente el Asia
Meridional misma no fue la primera cuna de la raza humana, sino la Lemuria, un
continente que existió al Sur de Asia y que se hundió más tarde bajo la
superficie del Océano Índico.
En un sentido, Haeckel
tiene razón respecto de la Lemuria, la “cuna de la raza humana”. Ese continente
fue la morada del primer tronco
humano físico, la Tercera Raza
posterior de Hombres. Antes de esa época, las Razas estaban mucho menos
consolidadas y eran fisiológicamente muy distintas. Haeckel extiende la Lemuria
desde la Isla de la Sonda al África y Madagascar, y hacia el Este
a la India superior.
El
profesor Rütimeyer, el eminente paleontólogo, dice:
¿Es necesario que la conjetura
de que los marsupiales casi exclusivamente graminívoros e insectívoros,
perezosos, armadillos, hormigueros y avestruces, poseyeran una vez un verdadero
punto de unión en un Continente Meridional, del cual fuesen restos la flora
presente de la Tierra del Fuego y la de Australia; es necesario que esta
conjetura presente dificultades en el momento en que Heer restablece a nuestra
vista, de sus restos fósiles, los antiguos bosques Sound de Smith, y
Spitzbergen?.
Habiendo ya tratado de
un modo general de la situación científica principal sobre las dos cuestiones,
sería quizá de una brevedad conveniente que reuniésemos los hechos aislados más
culminantes en favor de ese debate fundamental de los etnólogos esoteristas: la
realidad de la Atlántida. La Lemuria es tan generalmente aceptada, que
consideramos inútiles más demostraciones. Sin embargo, respecto de la primera
se ve que:
1º Las floras miocenas de Europa tienen sus más
numerosas y sorprendentes analogías con las floras de los Estados Unidos. En
los bosques de Virginia y de la Florida se encuentran magnolias, tulipanes,
encinas, siemprevivas, plátanos, etc., que corresponden con la flora Terciaria
europea, punto por punto. ¿Cómo se efectuó esta emigración, si excluimos la
teoría de un Continente Atlántico formando puente entre América y Europa? La
supuesta “explicación” de que la transición fue por medio de Asia e Islas
Aleutianas es una teoría gratuita que claramente cae por tierra ante el hecho
de que muchas de estas floras sólo aparecen al Este de las Montañas Rocosas.
Esto hace rechazar también la idea de una emigración a través del Pacífico.
Actualmente están reemplazadas en los continentes europeos e islas hacia el
Norte.
2º Los cráneos exhumados en las orillas del
Danubio y del Rhin tienen una semejanza
sorprendente con los de los caribes y antiguos peruanos (Littré). Se han
desenterrado monumentos en la América Central que tienen representaciones de
cabezas y caras indudablemente de negros.
¿Cómo pueden explicarse estos hechos si no es por la hipótesis de una
Atlántida? Lo que ahora es NO. de África, estuvo una vez relacionado con la
Atlántida por una red de islas, de las cuales quedan hoy pocas.
3º Según Farrar, el “lenguaje aislado” de los vascos no tiene afinidad
con las demás lenguas de Europa, sino con: Las lenguas aborígenes
del vasto continente opuesto, (América) y sólo con éstas.
El profesor Broca es
también de la misma opinión.
El hombre paleolítico
europeo de los tiempos mioceno y pioceno fue un atlante puro, como hemos
manifestado anteriormente. Los vascos son por supuesto, de una época muy
posterior a ésta; pero sus afinidades, según hemos indicado, contribuyen
grandemente a probar la procedencia original de sus remotos antecesores. La
“misteriosa” afinidad entre su lenguaje y el de las razas dravidianas de la
India la comprenderán los que han seguido nuestro bosquejo de las formaciones y
cambios continentales.
4º En las
Islas Canarias se han encontrado piedras con signos esculpidos semejantes a los
encontrados en las orillas del Lago Superior. Este testimonio indujo a
Berthollet a presuponer la unidad de raza de los hombres primitivos de las
Islas Canarias y de América.
Los guanches de las
Islas Canarias eran descendientes en línea recta de los atlantes. Este hecho
explicará la gran estatura que
manifiestan sus antiguos esqueletos, así como los de sus congéneres europeos,
los hombres Cro-Magnon paleolíticos.
5º Cualquier marino experimentado que navegue en
el insondable Océano a lo largo de las Islas Canarias se hará la pregunta de
cuándo o cómo ha sido formado ese grupo de pequeñas islas, volcánicas y
rocosas, rodeadas por todas partes por aquella vasta extensión de agua. Muchas
preguntas de este género condujeron finalmente a la expedición del famoso Leopoldo
von Buch, que se verificó en el primer cuarto del presente siglo.
Algunos
geólogos sostienen que las islas volcánicas se han levantado directamente del
fondo del Océano, cuya profundidad en la inmediata proximidad de las islas
varía de 6.000 a 18.000 pies. Otros se inclinaban a ver en estos grupos
-incluyendo la Madera, las Azores y las islas de Cabo Verde- los restos de un
continente gigantesco sumergido, que había unido una vez el África con América.
Estos últimos hombres de ciencia apoyaban su hipótesis en una suma de pruebas
en su favor, sacadas de los antiguos “mitos”. “Supersticiones” rancias, tales
como la Atlántida de Platón, semejante a un cuento de hadas; el Jardín de las
Hespérides, Atlas sosteniendo al mundo sobre sus hombros, todos ellos mitos
relacionados con el Pico de Tenerife, no hicieron mucho camino con la escéptica
Ciencia.
La identidad de las especies animales y vegetales, mostrando una
relación anterior entre América y los grupos restantes de las islas, se tomó
más en consideración; pues la hipótesis de haber sido arrastradas por las olas
desde el Nuevo al Antiguo Mundo era demasiado absurda para sostenerse mucho
tiempo. Pero sólo ha sido recientemente, después que el libro de Donnelly hacía
varios años que se había publicado, que la teoría ha tenido más probabilidades
que nunca de convertirse en un hecho aceptado. Los fósiles encontrados en la costa oriental de la América del Sur, se
ha probado ahora que pertenecen a formaciones jurásicas, y son casi idénticos a
los fósiles jurásicos de la Europa occidental y del África del Norte. La
estructura geológica de ambas costas es también casi idéntica; siendo muy
grande la semejanza entre los pequeños animales marinos que moran en las aguas
más superficiales de la América del Sur, el África Occidental y las costas del
Sur de Europa. Todos estos hechos se reúnen para llevar a los naturalistas a la
conclusión de que hubo, en épocas remotas prehistóricas, un continente que se
extendía desde la costa de Venezuela, a través del Océano Atlántico, a las
Islas Canarias y África del Norte, y desde Terranova hasta cerca de la costa de
Francia.
6º La
gran semejanza entre los fósiles jurásicos de la América del Sur, del África
del Norte y de la Europa Occidental es un hecho bastante sorprendente en sí
mismo, y no admite explicación alguna, a menos que se ponga una Atlántida en el
Océano a modo de puente. Pero ¿por qué, además, hay una semejanza tan marcada entre la fauna de las (ahora) solitarias
islas del Atlántico? ¿Por qué los ejemplares de la fauna brasileña
capturados por Sir C. Wyville Thompson se parecen a los de la Europa
Occidental? ¿Por qué existe semejanza entre muchos grupos animales del África
Occidental y de las Indias Occidentales? Por otra parte:
Cuando los animales y
plantas del Antiguo y Nuevo Mundo se comparan, no puede uno menos de
sorprenderse de la identidad que presentan; todos, o casi todos, pertenecen a
los mismos géneros, mientras que muchos, aun en sus especies, son comunes a
ambos continentes... indicando que proceden de un centro común (la Atlántida).
El caballo, según la
Ciencia, tuvo su origen en América. Por lo menos una gran parte de los que
fueron “eslabones perdidos” que lo relacionaban con las formas inferiores, han
sido exhumados en las capas americanas. ¿Cómo penetró el caballo en Europa y
Asia, si no había comunicación por tierra que formara puente sobre los vacíos
oceánicos? Y si se asegura que el caballo es originario del Antiguo Mundo,
¿cómo pasaron a América formas como las del hipparion, etc., en la hipótesis de
la emigración?
Además:
Buffon había... notado
la repetición de la fauna africana en la americana; como, por ejemplo, la llama
es una juvenil y débil copia del camello, y el puma del Nuevo Mundo representa
al león del Viejo.
7º La cita que sigue pertenece al núm. 2, pero
su significación es tal, y el escritor citado tiene tal autoridad, que merece
un sitio aparte:
Respecto de los
dolicocéfalos primitivos de América, tengo una hipótesis aún más atrevida, a
saber: que están estrechamente relacionados con los guanches de las Islas
Canarias, y con las poblaciones atlánticas del África, los moros, tuaregs,
coptos; los cuales comprende Latham bajo el nombre de egipcio-atlantes.
Encontramos la misma forma de cráneo en las Islas Canarias, frente a la costa
africana, que en las Islas Caribes, en la costa opuesta frente al África. El
color de la piel en ambos lados del Atlántico está representado en estas
poblaciones por un moreno rojizo.
Si, pues, los vascos y
los hombres de las cavernas Cro-Magnon son de la misma raza que los guanches
canarios, se sigue de esto que los primeros están también relacionados con los
aborígenes de América. Ésta es la conclusión requerida por las investigaciones
independientes de Retzius, Virchow y De Quatrefages. Las afinidades atlantes de
estos tres tipos son patentes.
8º Los sondeos verificados por los H. M. S.
“Challenger” y “Dolphin” han establecido el hecho de que una enorme elevación
de unas 3.000 millas de largo, que arranca hacia lo alto desde los profundos
abismos del Atlántico, se extiende desde un punto cerca de las Islas Británicas
hacia el Sur, haciendo una curva cerca de Cabo Verde y corriendo en dirección
Sudeste a lo largo de la costa occidental africana. Esta elevación tiene una altura media de 9.000 pies, y se levanta
sobre las aguas en las Azores, la Ascensión y otros sitios. en las
profundidades del Océano, en la proximidad de las primeras, se ha descubierto
la osatura de lo que fue una vez un trozo macizo de tierra.
Las desigualdades, las
montañas y valles de su superficie, no han podido producirse con arreglo a
ninguna ley conocida para la aglomeración del sedimento, ni por elevación
submarina; sino que, al contrario, tienen que haber sido hechas por agentes
actuando sobre nivel del agua.
Es muy probable que
existiesen anteriormente lenguas de tierra que unieran la Atlántida a la
América del Sur, sobre la desembocadura del Amazonas, y al África cerca de Cabo
Verde, al paso que un punto semejante de unión con España no es improbable,
según Donnelly presupone. Que existiera o no este último, importa poco, en
vista del hecho de que lo que es ahora el Noroeste de África era -antes de la
elevación del Sahara y la ruptura de la conexión de Gibraltar- una extensión de
España. Por consiguiente, no se presenta dificultad alguna para deducir cómo se
verificó la emigración de la fauna europea, etc.
Se ha dicho bastante
desde el punto de vista puramente
científico, y es inútil, dado como hemos desarrollado ya el asunto en las
líneas de los Conocimientos Esotéricos, el aumentar más la cantidad de pruebas.
en conclusión, pueden citarse las palabras de uno de los escritores más
intuitivos de la época como admirablemente esclarecedoras de las opiniones de
los ocultistas, que aguardan pacientemente la aurora del próximo día:
Sólo empezamos ahora a
comprender el pasado; hace cien años el mundo no sabía nada de Pompeya o
Herculano; nada del lazo lingüístico que une las naciones indoeruropeas; nada
de la significación del vasto número de inscripciones sobre las tumbas y
templos de Egipto; nada del significado de los textos cuneiformes de Babilonia;
nada de las civilizaciones maravillosas reveladas en los restos del Yucatán,
Méjico y Perú. Estamos en el vestíbulo. La investigación científica avanza con
pasos de gigante. ¿Quién puede asegurar que dentro de cien años los grandes
museos del mundo no estén adornados con joyas, estatuas, armas e instrumentos
de la Atlántida, mientras que las bibliotecas contengan la traducción de sus
inscripciones, arrojando una nueva luz sobre toda la pasada historia de la
especie humana, y sobre todos los grandes problemas que actualmente tienen
perplejos a los pensadores?.
H.P. Blavatsky D.S T IV
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