domingo, 23 de agosto de 2015

Duración de los periodos geológicos, ciclos de raza y la antiguedad del hombre


             Millones de años se han hundido en el Leteo sin dejar otro recuerdo en la memoria del profano que los pocos milenios de la cronología ortodoxa occidental acerca del origen del Hombre y de la historia de las razas primitivas.
            Todo depende de las pruebas que se han encontrado de la antigüedad de la Raza Humana. Si el aun debatido hombre del período Plioceno, o siquiera del Mioceno, fuese el Homo primigenius, entones la Ciencia tendría razón (argumenti causa) en fundar su Antropología presente (en cuando a la época y clase de origen del Homo sapiens) en la teoría darwinista. Pero si se encontrasen algún día esqueletos de hombres en las capas Eocenas, al paso que no se descubre ningún mono fósil, probándose de este modo que la existencia del hombre es anterior a la del antropoide, entonces los darwinistas tendrían que ejercitar su ingenio en otra dirección. Por otra parte, en regiones bien informadas se dice que en las primeras decenas del siglo XX se presentarán estas pruebas innegables de la prioridad del hombre.
            
Ahora mismo se están presentando muchas pruebas que demuestran que las épocas asignadas hasta ahora a las fundaciones de ciudades, civilizaciones y otros varios sucesos históricos han sido reducidas de un modo absurdo. Esto se hizo como una oferta de paz a la cronología bíblica. El muy conocido paleontólogo Ed. Lartet, escribe:

            No se encuentra en el Génesis ninguna fecha que determine tiempo al nacimiento de la humanidad primitiva.

            Pero los cronólogos, durante quince siglos, han tratado de obligar a los hechos de la Biblia a estar de acuerdo con sus sistemas. De este modo se han formado no menos de ciento cuarenta opiniones diferentes acerca de la sola fecha de la “Creación”.

            Y entre las variaciones extremas hay una discrepancia de 3.194 años en el cálculo del período entre el principio del mundo y el nacimiento de Cristo. En los últimos años, los arqueólogos han tenido que hacer retroceder los comienzos de la civilización babilónica, en cerca de 3.000 años. En el cilindro de fundación depositado por Nabonidus, rey de Babilonia, vencido por Ciro, se encuentran los anales del primero, en que habla de su descubrimiento de la piedra fundamental que perteneció al templo primitivo construido por Navam-Sin, hijo de Sargon de Accadia, conquistador de Babilonia, el cual, dice Nabonidus, vivió 3.200 años antes de su tiempo.



            Hemos indicado en Isis sin Velo que los que basaban la historia en la cronología de los judíos -raza que no tenía cronología ninguna propia, y que rechazaba la occidental hasta el siglo XII- se extraviarían, porque la relación judía sólo puede seguirse por la computación kabalística, y esto sólo poseyendo la clave. Hemos calificado la cronología del difunto George Smith sobre los asirios y caldeos, la cual había hecho de modo que se ajustase a la de Moisés, como completamente fantástica. Y ahora, por lo menos en este punto, otros asiriólogos posteriores han corroborado nuestra negación. Pues mientras George Smith hace reinar a Sargon I


(el prototipo de Moisés) en la ciudad de Accadia, cosa de 1.600 años antes de Cristo -probablemente a causa de su respeto latente por Moisés, a quien la Biblia hace florecer en 1571 antes de Cristo-, hemos sabido ahora por la primera de las seis conferencias de Hibbert, dadas por el profesor A. H. Sayce, de Oxford, en 1887, que:

            Las antiguas opiniones acerca de los primeros anales de Babilonia y de sus religiones han sido muy modificadas por descubrimientos recientes. El primer Imperio semítico es cosa decidida ahora, que fue el de Sargon de Accadia, el cual estableció una gran biblioteca, protegió la literatura y extendió sus conquistas a través del mar, en Chipre. Se sabe ahora que reinó en una época tan remota como 3.750 años antes de Cristo... Los monumentos Accadios encontrados por los franceses en Tel-Ioh deben de ser aún más antiguos, llegando quizá a 4.000 años antes de Cristo.

            En otras palabras: en el cuarto año de la creación del mundo, según la cronología bíblica, y cuando Adán estaba en pañales. Quizás dentro de pocos años se aumenten más los 4.000. El bien conocido conferenciante de Oxford observaba en sus disquisiciones sobre “El Origen y desarrollo de la Religión, según lo que demuestra la de los Antiguos Babilonios”, que:

            Las dificultades para buscar sistemáticamente el origen e historia de la religión babilónica eran considerables. Las fuentes de nuestro conocimiento en el asunto eran todas monumentales, siendo muy poca la ayuda que nos proporcionaban los escritores clásicos u orientales. Verdaderamente, era un hecho innegable que el clero babilónico envolvió intencionalmente el estudio de los textos religiosos de un modo tan laberíntico, que presentaba dificultades casi insuperables.

            Que ellos confundieron las fechas y especialmente el orden de los sucesos “intencionalmente”, es indudable, y por una razón muy buena: sus escritos y anales eran todos esotéricos. Los sacerdotes babilónicos hicieron lo mismo que los sacerdotes de otras naciones. Sus anales eran sólo para los Iniciados y sus discípulos, y únicamente a estos últimos se les daba la clave del verdadero significado. Pero las observaciones del profesor Sayce encierran promesas. Pues él explica la dificultad diciendo que:

            La biblioteca de Nínive contenía, sobre todo, copias de textos babilónicos más antiguos, y los copistas tomaron de tales tablillas sólo lo que era de interés especial para los conquistadores asirios, perteneciente a una época comparativamente reciente, lo cual ha aumentado mucho la mayor de nuestras dificultades, a saber: el estar tan frecuentemente a oscuras respecto del tiempo de nuestras pruebas documentales, y el valor preciso de nuestros materiales históricos.



            De modo que tenemos el derecho de deducir que nuevos descubrimientos pueden obligar a que retrocedan los tiempos babilónicos tan lejos de los 4.000 años antes de Cristo, que lleguen a parecer precósmicos con arreglo a la opinión de todos los adoradores de la Biblia.
           
  ¡Cuánto más hubiera aprendido la Paleontología si no hubiesen sido destruidas millones de obras! Hablamos de la Biblioteca de Alejandría, que ha sido destruida tres veces, a saber: por Julio César, el 48 antes de Cristo; en 390 después de Cristo, y últimamente en el año 640 después de Cristo, por el general del Califa Omar. 

¿Qué es esto en comparación con las obras y anales destruidos en las primitivas bibliotecas Atlantes, en donde se dice que los anales estaban trazados sobre pieles curtidas de monstruos gigantescos antediluvianos? ¿O bien en comparación de la destrucción de los innumerables libros chinos por orden del fundador de la dinastía imperial Tsin, Tsin Shi Hwang-ti en 213 antes de Cristo? Seguramente las tablillas de barro de la Biblioteca Imperial Babilónica y los inapreciables tesoros de las colecciones chinas no han podido contener jamás datos semejantes a los que hubiera proporcionado al mundo una de las mencionadas pieles “Atlantes”.
           
  Pero aun con la extremada pobreza de datos de que se dispone, la Ciencia ha podido ver la necesidad de hacer retroceder casi todas las épocas Babilónicas, y lo ha hecho muy generosamente. Sabemos por el profesor Sayce que hasta a las estatuas arcaicas de Tel-Ioh, en la baja Babilonia, les ha sido repentinamente atribuida una fecha contemporánea de la cuarta dinastía de Egipto. Desgraciadamente, las dinastías y pirámides comparten el destino de los períodos geológicos; sus fechas son arbitrarias y dependen de la fantasía de los respectivos hombres de ciencia. Los arqueólogos saben ahora, según se dice, que las mencionadas estatuas están construidas con diorita verde, que sólo puede encontrarse en la Península del Sinaí; y Concuerdan en el estilo del arte, y en el sistema de medidas empleado, con las estatuas de diorita de los constructores de pirámides de la tercera y cuarta dinastías de Egipto...


 Por otra parte, la única época posible de una ocupación babilónica de las canteras Sinaíticas tiene que establecerse poco después de la terminación de la época en que fueron construidas las pirámides; y sólo de este modo podemos comprender cómo el nombre de Sinaí pudo haberse derivado del de Sin, el dios-lunar babilónico primitivo.

            Esto es muy lógico; pero, ¿cuál es la fecha asignada a estas dinastías? Las tablas sincrónicas de Sanchoniathon y de Manethon- o lo que quiera que quede de ellas, después que el santo Eusebio pudo manejarlas- han sido rechazadas; y todavía tenemos que darnos por satisfechos con los cuatro o cinco mil años antes de Cristo, tan liberalmente concedidos a Egipto. En todo caso, se gana un punto. Hay al menos una ciudad sobre la faz de la Tierra a la que se conceden, por lo menos, 6.000 años, y es Eridu. La geología la ha descubierto. Igualmente, según el profesor Sayce:


            Ahora se tiene tiempo para la obstrucción del extremo del Golfo Pérsico, que exige un transcurso de 5.000 ó 6.000 años desde el período en que Eridu, que ahora está a veinticinco millas al interior, era el puerto de la desembocadura del Éufrates y el asiento del comercio babilónico con la Arabia del Sur y de la India. Más que todo, la nueva cronología da tiempo para la larga serie de eclipses registrada en la gran obra astronómica llamada “Las Observaciones del Bel”; y podemos también comprender el cambio en la posición del equinoccio vernal, de otro modo inexplicable, que ha ocurrido desde que nuestros presentes signos zodiacales fueron mencionados por los primeros astrónomos babilónicos. Cuando el calendario accadio fue arreglado y nombrados los meses accadios, el sol, en el equinoccio vernal, no estaba, como ahora, en Piscis, ni aun en Aries, sino en Tauro. Siendo conocida la marcha de la precesión de los equinoccios, se nos dice que en el equinoccio vernal el sol estaba en Tauro hace cosa de 4.700 años antes de Cristo, y de este modo obtenemos límites astronómicos de fechas que no pueden impugnarse.

            Puede hacer nuestra posición más clara el declarar, desde luego, que usamos la nomenclatura de Sir C. Lyell para las edades y períodos y que cuando hablamos de las edades Secundaria y Terciaria, de los períodos Eoceno, Mioceno y Plioceno, es simplemente para hacer nuestros hechos más comprensibles. Desde el momento en que no se han concedido a estas edades y períodos duraciones fijas y determinadas, habiéndosele asignado en diferentes ocasiones a una misma edad (a la edad Terciaria) dos millones y medio, y quince millones de años; y desde el momento en que no hay dos geólogos o naturalistas que estén de acuerdo en este punto, las Enseñanzas Esotéricas pueden permanecer completamente indiferentes a la aparición del hombre en la edad Secundaria o en la Terciaria. 

Si a esta última se le pueden conceder siquiera sean quince millones de años de duración, tanto mejor; pues la Doctrina Oculta, al paso que reserva celosamente sus cifras verdaderas y exactas en lo que concierne a la Primera, Segunda y dos terceras partes de la Tercera Raza-Raíz, presenta datos claros únicamente sobre un punto: el tiempo de la humanidad del Manu Vaivasvata.

            
Otra afirmación definida es que durante el llamado período Eoceno, el Continente al que pertenecía la Cuarta Raza, y en el cual vivió y pereció, mostró los primeros síntomas de hundimiento, y que en la edad Miocena fue finalmente destruido, a excepción de la pequeña isla mencionada por Platón. Estos puntos tienen ahora que ser comprobados por los datos científicos.

H.P. Blavatsky  D.S T IV

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