Millones de años se han hundido en el Leteo
sin dejar otro recuerdo en la memoria del profano que los pocos milenios de la
cronología ortodoxa occidental acerca del origen del Hombre y de la historia de
las razas primitivas.
Todo depende de las
pruebas que se han encontrado de la antigüedad de la Raza Humana. Si el aun
debatido hombre del período Plioceno, o siquiera del Mioceno, fuese el Homo
primigenius, entones la Ciencia tendría razón (argumenti causa) en fundar su Antropología presente (en cuando a la
época y clase de origen del Homo sapiens) en la teoría darwinista. Pero si
se encontrasen algún día esqueletos de hombres en las capas Eocenas, al paso
que no se descubre ningún mono fósil, probándose de este modo que la existencia
del hombre es anterior a la del antropoide, entonces los darwinistas tendrían
que ejercitar su ingenio en otra dirección. Por otra parte, en regiones bien
informadas se dice que en las primeras decenas del siglo XX se presentarán
estas pruebas innegables de la prioridad del hombre.
Ahora mismo se están
presentando muchas pruebas que demuestran que las épocas asignadas hasta ahora
a las fundaciones de ciudades, civilizaciones y otros varios sucesos históricos
han sido reducidas de un modo absurdo. Esto se hizo como una oferta de paz a la
cronología bíblica. El muy conocido paleontólogo Ed. Lartet, escribe:
No se encuentra en el Génesis ninguna fecha que determine
tiempo al nacimiento de la humanidad primitiva.
Pero los cronólogos,
durante quince siglos, han tratado de obligar a los hechos de la Biblia a estar
de acuerdo con sus sistemas. De este modo se han formado no menos de ciento
cuarenta opiniones diferentes acerca de la sola fecha de la “Creación”.
Y entre las variaciones
extremas hay una discrepancia de 3.194 años en el cálculo del período entre el
principio del mundo y el nacimiento de Cristo. En los últimos años, los
arqueólogos han tenido que hacer retroceder los comienzos de la civilización
babilónica, en cerca de 3.000 años. En el cilindro de fundación depositado por
Nabonidus, rey de Babilonia, vencido por Ciro, se encuentran los anales del
primero, en que habla de su descubrimiento de la piedra fundamental que
perteneció al templo primitivo construido por Navam-Sin, hijo de Sargon de
Accadia, conquistador de Babilonia, el cual, dice Nabonidus, vivió 3.200 años
antes de su tiempo.
Hemos indicado en Isis sin Velo que los que basaban la
historia en la cronología de los judíos -raza que no tenía cronología ninguna
propia, y que rechazaba la occidental hasta el siglo XII- se extraviarían,
porque la relación judía sólo puede seguirse por la computación kabalística, y
esto sólo poseyendo la clave. Hemos calificado la cronología del difunto George
Smith sobre los asirios y caldeos, la cual había hecho de modo que se ajustase
a la de Moisés, como completamente fantástica. Y ahora, por lo menos en este
punto, otros asiriólogos posteriores han corroborado nuestra negación. Pues
mientras George Smith hace reinar a Sargon I
(el prototipo de Moisés) en la
ciudad de Accadia, cosa de 1.600 años antes de Cristo -probablemente a causa de
su respeto latente por Moisés, a quien la Biblia hace florecer en 1571 antes de
Cristo-, hemos sabido ahora por la primera de las seis conferencias de Hibbert,
dadas por el profesor A. H. Sayce, de Oxford, en 1887, que:
Las antiguas opiniones acerca de los primeros anales de
Babilonia y de sus religiones han sido muy modificadas por descubrimientos
recientes. El primer Imperio semítico es cosa decidida ahora, que fue el de
Sargon de Accadia, el cual estableció una gran biblioteca, protegió la
literatura y extendió sus conquistas a través del mar, en Chipre. Se sabe ahora
que reinó en una época tan remota como 3.750 años antes de Cristo... Los
monumentos Accadios encontrados por los franceses en Tel-Ioh deben de ser aún
más antiguos, llegando quizá a 4.000 años antes de Cristo.
En otras palabras: en
el cuarto año de la creación del mundo, según la cronología bíblica, y cuando
Adán estaba en pañales. Quizás dentro de pocos años se aumenten más los 4.000.
El bien conocido conferenciante de Oxford observaba en sus disquisiciones sobre
“El Origen y desarrollo de la Religión, según lo que demuestra la de los
Antiguos Babilonios”, que:
Las dificultades para
buscar sistemáticamente el origen e historia de la religión babilónica eran
considerables. Las fuentes de nuestro conocimiento en el asunto eran todas
monumentales, siendo muy poca la ayuda que nos proporcionaban los escritores
clásicos u orientales. Verdaderamente, era un hecho innegable que el clero
babilónico envolvió intencionalmente el estudio de los textos religiosos de un
modo tan laberíntico, que presentaba dificultades casi insuperables.
Que ellos confundieron
las fechas y especialmente el orden de los sucesos “intencionalmente”, es
indudable, y por una razón muy buena: sus escritos y anales eran todos
esotéricos. Los sacerdotes babilónicos hicieron lo mismo que los sacerdotes de
otras naciones. Sus anales eran sólo para los Iniciados y sus discípulos, y
únicamente a estos últimos se les daba la clave del verdadero significado. Pero
las observaciones del profesor Sayce encierran promesas. Pues él explica la
dificultad diciendo que:
La biblioteca de Nínive
contenía, sobre todo, copias de textos babilónicos más antiguos, y los copistas
tomaron de tales tablillas sólo lo que era de interés especial para los
conquistadores asirios, perteneciente a una época comparativamente reciente, lo
cual ha aumentado mucho la mayor de nuestras dificultades, a saber: el estar
tan frecuentemente a oscuras respecto del tiempo de nuestras pruebas
documentales, y el valor preciso de nuestros materiales históricos.
De modo que tenemos el
derecho de deducir que nuevos descubrimientos pueden obligar a que retrocedan
los tiempos babilónicos tan lejos de los 4.000 años antes de Cristo, que
lleguen a parecer precósmicos con
arreglo a la opinión de todos los adoradores de la Biblia.
¡Cuánto más hubiera
aprendido la Paleontología si no hubiesen sido destruidas millones de obras!
Hablamos de la Biblioteca de Alejandría, que ha sido destruida tres veces, a
saber: por Julio César, el 48 antes de Cristo; en 390 después de Cristo, y
últimamente en el año 640 después de Cristo, por el general del Califa Omar.
¿Qué es esto en comparación con las obras y anales destruidos en las primitivas
bibliotecas Atlantes, en donde se dice que los anales estaban trazados sobre pieles
curtidas de monstruos gigantescos antediluvianos? ¿O bien en comparación de la
destrucción de los innumerables libros chinos por orden del fundador de la
dinastía imperial Tsin, Tsin Shi Hwang-ti en 213 antes de Cristo? Seguramente
las tablillas de barro de la Biblioteca Imperial Babilónica y los inapreciables
tesoros de las colecciones chinas no han podido contener jamás datos semejantes
a los que hubiera proporcionado al mundo una de las mencionadas pieles
“Atlantes”.
Pero aun con la
extremada pobreza de datos de que se dispone, la Ciencia ha podido ver la
necesidad de hacer retroceder casi todas las épocas Babilónicas, y lo ha hecho
muy generosamente. Sabemos por el profesor Sayce que hasta a las estatuas
arcaicas de Tel-Ioh, en la baja Babilonia, les ha sido repentinamente atribuida
una fecha contemporánea de la cuarta dinastía de Egipto. Desgraciadamente,
las dinastías y pirámides comparten el destino de los períodos geológicos; sus
fechas son arbitrarias y dependen de la fantasía de los respectivos hombres de
ciencia. Los arqueólogos saben ahora, según se dice, que las mencionadas
estatuas están construidas con diorita verde, que sólo puede encontrarse en la
Península del Sinaí; y Concuerdan en el estilo
del arte, y en el sistema de medidas empleado, con las estatuas de diorita de
los constructores de pirámides de la tercera y cuarta dinastías de Egipto...
Por otra parte, la única época posible de una ocupación babilónica de las
canteras Sinaíticas tiene que establecerse poco después de la terminación de la
época en que fueron construidas las pirámides; y sólo de este modo podemos
comprender cómo el nombre de Sinaí pudo haberse derivado del de Sin, el
dios-lunar babilónico primitivo.
Esto es muy lógico;
pero, ¿cuál es la fecha asignada a estas dinastías? Las tablas sincrónicas de
Sanchoniathon y de Manethon- o lo que quiera que quede de ellas, después que el
santo Eusebio pudo manejarlas- han sido rechazadas; y todavía tenemos que
darnos por satisfechos con los cuatro o cinco mil años antes de Cristo, tan
liberalmente concedidos a Egipto. En todo caso, se gana un punto. Hay al menos
una ciudad sobre la faz de la Tierra a la que se conceden, por lo menos, 6.000
años, y es Eridu. La geología la ha descubierto. Igualmente, según el profesor
Sayce:
Ahora se tiene tiempo
para la obstrucción del extremo del Golfo Pérsico, que exige un transcurso de
5.000 ó 6.000 años desde el período en que Eridu, que ahora está a veinticinco
millas al interior, era el puerto de la desembocadura del Éufrates y el asiento
del comercio babilónico con la Arabia del Sur y de la India. Más que todo, la
nueva cronología da tiempo para la larga serie de eclipses registrada en la
gran obra astronómica llamada “Las Observaciones del Bel”; y podemos también
comprender el cambio en la posición del equinoccio vernal, de otro modo
inexplicable, que ha ocurrido desde que nuestros presentes signos zodiacales
fueron mencionados por los primeros astrónomos babilónicos. Cuando el
calendario accadio fue arreglado y nombrados los meses accadios, el sol, en el
equinoccio vernal, no estaba, como ahora, en Piscis, ni aun en Aries, sino en
Tauro. Siendo conocida la marcha de la precesión de los equinoccios, se nos
dice que en el equinoccio vernal el sol estaba en Tauro hace cosa de 4.700 años
antes de Cristo, y de este modo obtenemos límites astronómicos de fechas que no
pueden impugnarse.
Puede hacer nuestra
posición más clara el declarar, desde luego, que usamos la nomenclatura de Sir
C. Lyell para las edades y períodos y que cuando hablamos de las edades
Secundaria y Terciaria, de los períodos Eoceno, Mioceno y Plioceno, es
simplemente para hacer nuestros hechos más comprensibles. Desde el momento en
que no se han concedido a estas edades y períodos duraciones fijas y
determinadas, habiéndosele asignado en diferentes ocasiones a una misma edad (a
la edad Terciaria) dos millones y medio, y quince millones de años; y desde el
momento en que no hay dos geólogos o naturalistas que estén de acuerdo en este
punto, las Enseñanzas Esotéricas pueden permanecer completamente indiferentes a
la aparición del hombre en la edad Secundaria o en la Terciaria.
Si a esta
última se le pueden conceder siquiera sean quince millones de años de duración,
tanto mejor; pues la Doctrina Oculta, al paso que reserva celosamente sus
cifras verdaderas y exactas en lo que concierne a la Primera, Segunda y dos
terceras partes de la Tercera Raza-Raíz, presenta datos claros únicamente sobre
un punto: el tiempo de la humanidad del Manu Vaivasvata.
Otra afirmación definida
es que durante el llamado período Eoceno, el Continente al que pertenecía la
Cuarta Raza, y en el cual vivió y pereció, mostró los primeros síntomas de
hundimiento, y que en la edad Miocena fue finalmente destruido, a excepción de
la pequeña isla mencionada por Platón. Estos puntos tienen ahora que ser
comprobados por los datos científicos.
H.P. Blavatsky D.S T IV
H.P. Blavatsky D.S T IV
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