¿Nos será permitido
lanzar una ojeada a las obras de los especialistas? La obra nos proporciona informes curiosos. Aquí encontramos un
adversario de la teoría nebular golpeando con toda la fuerza del martillo de su odium theologicum en las hipótesis un
tanto contradictorias de las grandes eminencias científicas, sobre los
fenómenos siderales y cósmicos, basadas en sus respectivas relaciones con las
duraciones terrestres. Los “físicos y naturalistas demasiado imaginativos” no
quedan muy bien parados bajo este chaparrón de cálculos especulativos colocados
frente a frente, y hacen más bien una triste figura. He aquí lo que expresa:
Sir William Thompson,
basándose en los principios de enfriamiento observados, deduce que no pueden
haber transcurrido más de 10 millones de años (en otra parte dice 100.000.000)
desde que la temperatura de la tierra se redujo lo suficiente para sostener la
vida vegetal. Helmholz calcula que 20 millones de años serían suficientes
para la condensación de la nebulosa primitiva en las presentes dimensiones del
sol. El profesor S. Newcomb exige sólo 10 millones para alcanzar una
temperatura de 212º Fahr.. Croll calcula 70 millones de años para la
difusión del calor.... Bischof estima que la tierra necesitaría 350
millones de años para enfriarse desde una temperatura de 2.000º centígrados.
Reade, basando sus cálculos en la marcha de la denudación, exige 500 millones
de años desde que la sedimentación principió en Europa. Lyell conjetura
unos 240 millones de años; Darwin creyó que eran necesarios 300 millones de
años para las transformaciones orgánicas que su teoría expone, y Huxley está
dispuesto a pedir 1.000 millones... (!!). Algunos biólogos... parecen cerrar
fuertemente los ojos, y dan un salto en el abismo de los millones de años, de
los cuales no parece que tengan una idea más adecuada que la que tienen del
infinito.
Luego procede a
presentar lo que cree ser las cifras geológicas más exactas: unas pocas
bastarán.
Según Sir William
Thompson, “el total de la edad de la incrustación del mundo, es de 80.000.000
de años”; y con arreglo a los cálculos del profesor Houghton, de un límite
mínimo para el tiempo transcurrido desde el surgimiento de Europa y Asia, se
dan tres edades hipotéticas para tres modos posibles
y diferentes de surgimiento: primeramente, la modesta cantidad de 640.730 años;
luego la de 4.170.000 años, y por último, la tremenda cifra de 27.491.000 años.
Esto es bastante, como puede verse, para cubrir
nuestras declaraciones respecto de los cuatro Continentes y aun para las cifras
de los brahmanes.
Otros cálculos, cuyos
detalles puede ver el lector en la obra del profesor Winchell, llevan a
Houghton al cálculo aproximado de la edad sedimentaria del globo de 11.700.000
años. Estas cifras las encuentra el autor demasiado pequeñas, y las extiende a
37.000.000 de años.
Además, según el Dr.
Croll , 2.500.000 años “representan el tiempo desde el principio de la edad
Terciaria” en una de sus obras; y según otra modificación de su opinión, han
transcurrido 15.000.000 de años desde el principio del período Eoceno, y
esto, siendo el Eoceno el primero de los tres períodos Terciarios, deja al
lector suspendido entre los dos y medio y quince millones. Pero si uno ha de
atenerse a las primeras moderadas cifras, entonces el total de la edad de
incrustación de la Tierra sería de 131.600.000 años.
Como el último período
Glacial se extendió desde hace 240.000 años hasta hace 80.000 (opinión del Dr.
Croll), el hombre, por tanto, debería haber aparecido en la Tierra hace 100.000
ó 120.000 años. Pero, según dice el profesor Winchell, refiriéndose a la
antigüedad de la raza mediterránea:
Se cree
generalmente que ella hizo su aparición durante la última desviación de
los glaciares continentales. No tiene esto
que ver, sin embargo, con la antigüedad de las razas morenas y negras, puesto
que hay numerosas pruebas de su existencia en regiones más al Sur, en tiempos
remotos preglaciales.
Como un ejemplo de la certeza y acuerdo geológicos, podemos
añadir también las siguientes cifras. Tres autoridades, los señores T. Belt, F.
G. S., Roberto Hunt, F. R. S., y J. Croll, F. R. S., al calcular el tiempo
transcurrido desde la época Glacial, dan cifras que varían de un modo casi
increíble:
Belt
.................................. 20.000 años
Hunt
................................. 80.000 “
Croll
................................240.000
“
No es, pues, de
maravillarse que Mr. Pengelly confiese que:
En la actualidad es
imposible, y quizá lo sea siempre, reducir el tiempo geológico, siquiera sea
aproximadamente, a años ni aun a milenios.
Un consejo prudente que
los Ocultistas dan a los señores geólogos es que deben imitar la conducta
precavida de los masones. Como la cronología, dicen ellos, no puede medir la
era de la creación, por eso su “Antiguo y Primitivo Rito” usa 000.000.000 como
la mayor aproximación a la realidad.
La misma inseguridad,
contradicciones y desacuerdos reinan en todos los demás asuntos.
Las opiniones de las
llamadas autoridades científicas, sobre el Origen del Hombre, son también, para
todo objeto práctico, una ilusión y una trampa. Hay muchos antidarwinistas en
la Asociación Británica, y la Selección Natural principia a perder terreno.
Aunque fue en un tiempo la salvación que parecía librar a los sabios teóricos
de una caída intelectual final en el abismo de las hipótesis estériles,
principia a ser mirada con desconfianza. Hasta el mismo Mr. Huxley está dando
muestras de infidelidad, y cree que “la selección natural no es el único factor”:
Sospechamos mucho que
ella (la Naturaleza) da saltos considerables en el sentido de variar de vez en
cuando, y que estos saltos dan lugar a algunos de los vacíos que parecen
existir en la serie de formas conocidas.
También C. R. Bree, M.
D., arguye de este modo, considerando los fatales vacíos en la teoría de Mr.
Darwin.
Hay que tener presente,
además, que las formas intermedias deben haber sido en vasto número... Mr. St.
George Mivart cree que el cambio en la evolución puede ocurrir con más rapidez
que lo que generalmente se piensa; pero Mr. Darwin se sostiene firmemente en su
creencia, y nos vuelve a decir que “natura
non facit saltum”.
En lo cual están los
Ocultistas de completo acuerdo con Mr. Darwin.
La Enseñanza Esotérica
corrobora plenamente la idea del progreso lento y majestuoso en la Naturaleza.
“Los impulsos Planetarios” son todos periódicos. Sin embargo, esta teoría
darwinista, exacta como es en detalles menores, no está de acuerdo con el
Ocultismo, como no lo está tampoco con Mr. Wallace, quien en su Contributions to the Theory of Natural Selection demuestra
concluyentemente que se necesita algo más
que la Selección Natural para producir el hombre físico.
Examinemos, mientras
tanto, las objeciones científicas a
esta teoría científica, y veamos lo que son.
Mr. St.
George Mivart arguye que:
Es un cómputo moderado conceder 25.000.000 de años para el depósito de
las capas hasta las Silurianas superiores, e incluyendo éstas. Si, pues, el
trabajo evolucionario hecho durante esta deposición representa solamente una
centésima parte de la suma total, serían necesarios 2.500.000.000 (dos mil
quinientos millones) de años para el desarrollo completo de todo el reino
animal hasta su estado presente. Basta la cuarta parte, sin embargo, para
exceder con mucho el tiempo que la física y la astronomía parece que pueden
conceder para el desarrollo completo del proceso.
Finalmente, existe una
dificultad respecto de la razón de la falta de ricos depósitos de fósiles en
las capas más antiguas, si la vida era entonces tan abundante y variada como
indica la teoría darwinista. Mr. Darwin mismo admite que “el caso tiene en el
presente que permanecer inexplicable; y esto puede presentarse como un
verdadero y válido argumento en contra de las opiniones” sustentadas en su
libro.
Así, pues, vemos una
carencia notable (con arreglo a los principios darwinistas por completo
incomprensible) de formas de transición graduadas minuciosamente. Todos los
grupos más marcados - murciélagos, terodáctilos, quelonianos, ictiosauros,
amaura, etc. - aparecen desde luego en escena. Aun el caballo, animal cuya
genealogía ha sido probablemente la que se ha conservado mejor, no proporciona
pruebas concluyentes de origen específico, por medio de variaciones fortuitas
significativas; mientras que otras formas, como los laberintodontes y los
trilobitas, que parecían presentar cambio gradual, se ha demostrado por
investigaciones posteriores que no hay tal cosa...
Todas estas dificultades se
evitan si admitimos que de tiempo en tiempo aparecen con relativa precipitación
formas nuevas de vida animal en todos los grados de complejidad, las cuales
evolucionan con arreglo a leyes que dependen en parte de las condiciones que
las rodean, y que en parte son internas - semejante al modo como los cristales
(y quizá, según las últimas investigaciones, las formas inferiores de la vida)
se construyen con arreglo a las leyes internas de su substancia constitutiva, y
en armonía y correspondencia con todas las influencias y condiciones del medio
ambiente.
“Las leyes internas de
su substancia constitutiva”. Éstas son palabras sabias y la admisión de la
posibilidad es prudente. Pero ¿cómo podrán jamás ser conocidas esas leyes
internas, si se descarta la enseñanza Oculta? Según escribe un amigo, al llamar
nuestra atención sobre estas especulaciones:
En otras palabras, la
doctrina de los Impulsos de Vida Planetarios tiene que admitirse. De otro modo,
¿por qué están hoy estereotipadas las
especies, y por qué hasta las crías domésticas de palomas y muchos animales
vuelven a sus tipos antecesores cuando se las abandona a sí mismas?
Pero la enseñanza sobre
los impulsos de Vida Planetarios hay que definirla claramente, a fin de que se
comprenda bien, si queremos evitar que aumente la confusión actual. Todas estas
dificultades se desvanecerían, como las sombras de la noche desaparecen ante la
luz del sol naciente, si se admitiesen los siguientes Axiomas Esotéricos:
a) La existencia y la
antigüedad enorme de nuestra Cadena Planetaria;
b) La realidad de las
Siete Rondas;
c) La separación de las
Razas humanas (aparte de la división puramente antropológica) en siete
Razas-Raíces distintas, de las cuales es la Quinta nuestra presente humanidad
europea;
d) La antigüedad del
hombre en esta (Cuarta) Ronda; y finalmente
e) Que así como estas razas evolucionan de lo
etéreo a la materialidad, y desde ésta vuelven de nuevo a una relativa tenuidad
física de contextura, así también todas las especies vivas de animales
(llamadas) orgánicas, inclusive la
vegetación, cambian con cada nueva Raza-Raíz.
Si esto se admitiese,
siquiera fuera como otras suposiciones, que bien consideradas no son menos
absurdas -si las teorías Ocultas tienen que ser consideradas “absurdas” en el
presente-, entonces toda dificultad desaparecería.
Seguramente la Ciencia
debiera ensayar y ser más lógica que lo es ahora, toda vez que no puede
sostener la teoría de la descendencia del hombre de un antecesor antropoide, y
negar al mismo tiempo una antigüedad razonable a este mismo hombre. Una vez que
Mr. Huxley habla del “gran abismo intelectual entre el hombre y el mono”, y del
“presente enorme vacío entre ellos”, y admite la necesidad de extender las
concesiones científicas a la edad del hombre en la Tierra, ante semejante lento
y progresivo desarrollo, todos aquellos hombres de ciencia que piensan del
mismo modo, debieran, en todo caso, convenir en algunas cifras aproximadas por
lo menos, y ponerse de acuerdo en la duración probable de esos períodos
Plioceno, Mioceno y Eoceno, de los
cuales se habla tanto, sin que se sepa nada definido; si no se aventuran
a pasar más allá. Pero no hay dos
hombres de ciencia que estén de acuerdo. Cada período parece ser un misterio en
su duración, y una espina en el costado de los geólogos; y, como acabamos de
exponer, no pueden armonizar sus conclusiones ni siquiera respecto a las
formaciones geológicas relativamente recientes. Así, pues, ninguna confianza
pueden inspirar sus cifras, cuando exponen alguna; pues, para ellos, o bien son
todos millones o simplemente miles de años.
Lo que se ha dicho
puede reforzarse con las confesiones que ellos mismos han hecho, y la sinopsis
de éstas se encuentra en ese “Círculo de Ciencias”, la Enciclopedia Britannica, que indica el medio aceptado en los
enigmas geológicos y antropológicos. En esa obra hállase recogida y presentada
la flor y nata de las opiniones más autorizadas; sin embargo, vemos que en
ellas se niegan a asignar una fecha cronológica definida aun para aquellas
épocas relativamente recientes, como la era Neolítica, aunque, por milagro,
vese establecida una edad para los comienzos de ciertos períodos geológicos; a
lo menos para unos pocos, cuya duración no podría reducirse más sin un
conflicto inmediato con los hechos.
Así, en la gran Enciclopedia se conjetura que:
Cien millones de años
han pasado... desde la solidificación de nuestra tierra, cuando la primera
forma de la vida apareció en ella.
Pero parece tan
imposible tratar de convertir a los geólogos y etnólogos modernos, como hacer
que los naturalistas partidarios de Darwin comprendan sus errores. Acerca de la
Raza-Raíz Aria y sus orígenes, sabe la Ciencia tan poco como de los hombres de
otros Planetas. Excepto Flammarion y unos cuantos astrónomos místicos, la mayor
parte niega hasta la habitabilidad de los otros Planetas. Sin embargo, tan
grandes Astrónomos-Adeptos eran los hombres científicos de las primeras razas
del tronco Ario, que al parecer sabían mucho más, de las razas de Marte y de
Venus, que los antropólogos modernos de las razas de los primeros estados de la
Tierra.
Dejemos por un momento
a la Ciencia Moderna y volvamos al conocimiento Antiguo. Como los hombres
científicos arcaicos nos aseguran que todos los cataclismos geológicos -desde
el levantamiento de los océanos, los diluvios, y las alteraciones de
continentes, hasta los actuales ciclones de todos los años, huracanes,
terremotos, erupciones volcánicas, las olas de las mareas, y hasta el tiempo
extraordinario y aparente cambio de estaciones, que tienen perplejos a todos
los meteorólogos europeos y americanos- son debidos y dependen de la Luna y los
Planetas; más aún: que hasta desdeñadas constelaciones modestas tienen la mayor
influencia en los cambios meteorológicos y cósmicos -sobre y dentro de nuestra
Tierra-, prestemos un momento de atención a nuestros déspotas siderales, los
regentes de nuestro globo y sus hombres. La Ciencia moderna niega semejante
influencia; la Ciencia Arcaica la afirma. Veamos lo que ambas dicen respecto de
esta cuestión.
H.P. Blavatsky D.S T IV
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