Se ha notificado al
público por más de un eminente geólogo y hombre de ciencia modernos, que:
Todo cálculo de las duraciones geológicas no
tan sólo es imperfecto, sino necesariamente imposible; pues ignoramos las
causas que han debido existir y que apresuraban o retardaban el progreso de los
depósitos sedimentarios.
Y como otro hombre de
ciencia igualmente conocido (el Dr. Croll) calcula que la edad Terciaria pudo
principiar hace quince millones de años, o hace dos y medio -siendo lo primero
un cálculo más exacto con arreglo a la Doctrina Esotérica-, parece, en este
caso por lo menos, que hay gran discrepancia. La Ciencia exacta, al rehusar ver
en el hombre una “creación especial” (hasta cierto punto la Ciencia Secreta
hace lo mismo), queda en libertad de ignorar las tres, o mejor dicho, las dos y
media primeras Razas -la espiritual,
la semiastral y la semihumana- de nuestras enseñanzas. Pero
difícilmente puede hacer lo mismo en el caso del período final de la Tercera
Raza, de la Cuarta y de la Quinta, puesto que ya distingue en la humanidad el
hombre Paleolítico y el Neolítico. Los geólogos franceses colocan al
hombre en el período medio Mioceno (Gabriel de Mortillet), y algunos hasta en
el período Secundario, como indica De Quatrefages; al paso que los savants ingleses no aceptan generalmente
tal antigüedad para sus razas. Pero quizás lleguen a saberlo mejor algún día;
pues, como dice Sir Charles Lyell:
Si tenemos en cuenta la
carencia o rareza extrema de huesos humanos y obras de arte en todos los
estratos, ya sean marinos o de agua dulce, aun en aquellos formados en las
inmediaciones de tierra habitada por millones de seres humanos, no debe
sorprendernos la escasez general de memoriales humanos, ya sean recientes,
pleistocenos o de fecha más antigua, en las formaciones glaciares. Si hubo
algunos vagabundos en las tierras cubiertas de hielos, o en mares llenos de
témpanos; y si algunos de ellos dejaron sus huesos o armas en las morenas o en
los témpanos marinos, las probabilidades de que un geólogo encuentre uno de
ellos, después de transcurrir miles de años, deben ser excesivamente escasas.
Los hombres de ciencia
evitan sujetarse a ninguna afirmación definida referente a la edad del hombre,
toda vez que verdaderamente apenas pueden calcularla, y dejan así una latitud
enorme a las especulaciones más atrevidas. A pesar de ello, al paso que la
mayor parte de los antropólogos remontan la edad del hombre sólo al período del acarreo postglacial,
o lo que se llama la era Cuaternaria, los que de entre ellos, como
evolucionistas, atribuyen al hombre un origen común con el mono, no muestran
ser muy consecuentes en sus especulaciones. La hipótesis darwinista exige,
realmente, una antigüedad aún mucho mayor para el hombre, que la que entrevén
vagamente los pensadores superficiales. Esto se halla probado por las más
grandes autoridades en la cuestión; Mr. Huxley, por ejemplo. Aquellos, por
tanto, que aceptan la evolución darwinista sostienen ipsofacto tenazmente una antigüedad el hombre tan grande, en
verdad, que no se distancia mucho del cálculo Ocultista.
Los modestos
miles de años de la Encyclopedia
Britannica, y los 100.000 años a que, por regla general, limita la
Antropología la edad del género humano, parecen casi microscópicos cuando se
comparan con las cifras que implican las especulaciones atrevidas de Mr.
Huxley. Los primeros, a la verdad, hacen de la raza original, hombres
semejantes a los monos moradores en cavernas. El gran biólogo inglés, en su
deseo de probar el origen pitecoide del hombre, insiste en que la
transformación del mono primordial en ser humano, debe haber ocurrido hace
millones de años. Pues el criticar la excelente capacidad del cráneo
Neanderthal, a pesar de su aserto de que está recargado de “paredes osudas
pitecoides”, que corre parejo con las afirmaciones de Mr. Grant Allen de que
este cráneo
Tiene grandes
protuberancias en la frente, que de modo muy chocante (?) recuerdan las que dan
al gorila su apariencia de fiereza
peculiar.
sin embargo, Mr. Huxley se ve obligado a admitir que, con el referido
cráneo, su teoría es nuevamente destruída por las
Proporciones
completamente humanas de los demás huesos de los miembros, juntamente con el
hermoso desarrollo del cráneo Engis.
A consecuencia de todo
esto se nos notifica que estos cráneos
Indican claramente que
los primeros indicios del tronco primordial de que procede el hombre no deben
seguirse buscando en los Terciarios más recientes por los que creen de algún
modo en la doctrina del desarrollo progresivo, sino que deben buscarse en una
época más distante de la edad de elephas primigenius, que lo que ésta se halla
de nosotros.
Así, pues, una
antigüedad desconocida para el
hombre, es el sine qua non científico
en el asunto de la Evolución darwinista, puesto que el hombre paleolítico más
antiguo no presenta aún diferencia apreciable de su descendiente moderno. Sólo
últimamente es cuando la Ciencia Moderna, a cada año que pasa, ensancha el
abismo que ahora la separa de la Ciencia antigua tal como la de Plinio e
Hipócrates; ninguno de los escritores antiguos hubiera menospreciado las
Enseñanzas Arcaicas, respecto de la evolución de las razas humanas y especies
animales, como los hombres científicos del día -los geólogos y antropólogos- es
seguro que hagan.
Sosteniendo, como
sostenemos, que el tipo mamífero fue un producto post-humano de la Cuarta
Ronda, el diagrama siguiente, según la escritora comprende la enseñanza, puede
dar una idea clara del proceso:
GENEALOGÍA DE LOS MONOS
La unión antinatural era invariablemente fértil, porque los tipos
mamíferos de entonces no estaban lo bastante distanciados de su tipo-raíz -el Hombre Etéreo primordial- para levantar la barrera necesaria. La ciencia
médica registra casos, aun en nuestros días, de monstruos producidos de padres
humanos y de animales. La posibilidad, por tanto, es sólo de grado, no de hecho. De este modo, pues,
resuelve el Ocultismo uno de los problemas más extraños que se han presentado a
la consideración de los antropólogos.
El péndulo del
pensamiento oscila entre dos extremos. Habiéndose emancipado finalmente de los
grillos de la teología, la Ciencia ha abrazado la falsedad opuesta; y en su
intento de interpretar la Naturaleza en la senda puramente materialista, ha
construido la teoría más extravagante de los tiempos: la procedencia del hombre
de un mono feroz y brutal. Tan arraigada se ha hecho ahora esta doctrina, en
una forma o en otra, que serán
necesarios los esfuerzos más hercúleos para conseguir que finalmente sea
rechazada. La antropología darwinista es el íncubo del etnólogo, hija robusta
del materialismo moderno, que se ha desarrollado adquiriendo cada vez más vigor
a medida que la ineptitud de la leyenda teológica de la “creación” del Hombre
se hacía más y más aparente. Ha prosperado a causa de la extraña ilusión de
que, según dice un reputado hombre científico:
Todas las hipótesis y
teorías acerca del origen del hombre pueden reducirse a dos (la explicación
evolucionista y la exotérica bíblica)... No hay otras hipótesis concebibles
(!!).
La
antropología de los Libros Secretos es, sin embargo, la contestación mejor
posible a tan despreciable contienda.
La semejanza anatómica
entre el hombre y el mono superior, que los darwinistas citan con tanta
frecuencia como indicando un antecesor común a ambos, presenta un problema
interesante, cuya debida solución hay que buscar en la explicación esotérica de
la génesis de los troncos pitecoides. Nosotros la hemos expuesto en aquello que
era útil, declarando que la bestialidad de las razas primitivas sin mente trajo
la producción de monstruos enormes de parecido humano, frutos de padres humanos
y de animales. A medida que transcurrió el tiempo y las aún formas semietéreas
se consolidaron en físicas, los descendientes de estos seres fueron modificados
por las condiciones externas, hasta que la especie, disminuyendo en tamaño,
culminó en los monos inferiores del período Mioceno. Con estos, los últimos
Atlantes renovaron el pecado de los “Sin Mente”, pero esta vez con plena
responsabilidad. Los resultados de su crimen fueron los monos conocidos ahora
por antropoides.
Puede ser útil comparar
esta sencillísima teoría -que estamos prontos a presentar como una mera
hipótesis a los incrédulos- con el esquema darwinista, tan lleno de obstáculos
insuperables que tan pronto se vence alguno con una hipótesis más o menos
ingeniosa, preséntanse diez dificultades peores, tras de aquella que se venció.
No hay comentarios:
Publicar un comentario