sábado, 15 de agosto de 2015

EL SIETE EN LA ASTRONOMÍA, LA CIENCIA Y LA MAGIA




También está el número siete íntimamente relacionado con el significado Oculto de las Pléyades, esas siete hijas de Atlas, “las seis presentes, la séptima oculta”. 

En la India están relacionadas con su criatura, el Dios de la Guerra, Kârtikeya. Las pléyades (en sánscrito, Kreittikâs) son las que dieron este nombre al Dios, siendo Kârtikeya el planeta Marte, astronómicamente. Como Dios, es el hijo de Rudra, nacido sin intervención de mujer. Es él también Kumâra, un “joven virgen” generado en el fuego de la semilla de Shiva -el espíritu Santo- y por eso llamado Agni-bhú. El difunto doctor Kenealy creía que, en la India, era Kârtikeya el símbolo secreto del Ciclo de los Naros,  compuesto de 600, 666 y 777 años, según los que se contaran fueran años solares o lunares, divinos o mortales; y que las seis hermanas visibles, o las siete efectivas, las Pléyades, son necesarias para el complemento de este símbolo, el más secreto y misterioso de todos los símbolos astronómicos y religiosos. 

Por tanto, cuando se proponían conmemorar un suceso particular, mostrábase antiguamente a Kârtikeya como un Kumâra, un Asceta, con seis cabezas - una por cada uno de los siglos del Naros. Cuando se aplicaba el simbolismo a otro suceso, entonces, en conjunción con las siete hermanas siderales, vese a Kârtikeya acompañada por Kaumâri, o Senâ, su aspecto femenino. Entonces va él montado en un pavo real, el ave de la Sabiduría y del Conocimiento Oculto, y el Fénix hindú, cuya relación griega con los 600 años de los Naros es bien conocida. Sobre su frente hállase una estrella de seis líneas (el doble triángulo), una Svastika, una corona de seis puntas y a veces de siete; la cola del pavo real representa los ciclos siderales; y los doce signos del Zodíaco están ocultos en su cuerpo; por lo cual se le llama también Dvâdashakara, el de “doce manos”, y Dvâdashâksha, el de “doce ojos”. Sin embargo, alcanza mayor fama bajo el aspecto de Shakti-dhara, el “lancero” y conquistador de Târaka, Târaka-jit.
           

  Como los años de los Naros se cuentan en la India de dos maneras: por cien “años de los dioses” (años divinos) o por cien “años mortales”, se ve la inmensa dificultad que tienen los no iniciados para llegar a la comprensión exacta de este ciclo, que representa un papel tan importante en el Apocalipsis de San Juan. Es el verdadero ciclo apocalíptico, porque es de diversas duraciones y se relaciona con varios sucesos prehistóricos. En ninguna de las muchas especulaciones acerca de él hemos visto más que unas pocas aproximaciones a la verdad.
            
Contra la duración pretendida por los babilonios para sus edades divinas, se ha argüido que Suidas muestra a los antiguos contando los días como años, en sus computaciones cronológicas. El doctor Sepp apela a Suidas y a su autoridad en su ingenioso plagio, que ya hemos expuesto, de los números indos 432. Ellos dan estos en miles y millones de años, la duración de sus Yugas; pero Sepp los empequeñece a 4.320 años lunares , “antes del nacimiento de Cristo”, como “preordenados” en los cielos siderales, además de en los invisibles y probados “con la aparición de la Estrella de Belén”. Pero Suidas no tenía otra garantía de sus asertos que sus propias especulaciones, y él no era un Iniciado. Cita él como una prueba a Vulcano, y lo presenta reinando 4.477 años, o 4.477 días, según él cree, o también convertidos en años, 12 años, 3 meses y 7 días; sin embargo, en su original tiene 5 días, cometiendo así un error aún en este cálculo tan fácil

Es verdad que hay otros escritores antiguos, culpables de parecidas engañosas especulaciones; Calistenes, por ejemplo, que asigna a las observaciones astronómicas de los caldeos sólo 1.903 años, mientras Epigenes les reconoce 720.000 años. Todas estas hipótesis hechas por escritores profanos son debidas a una mala inteligencia. La cronología de los pueblos occidentales, los antiguos griegos y romanos, fue tomada de la India. Ahora bien; en la edición tamil del Bhagavadam se dice que 15 días solares hacen un Paccham; dos Pacchams, o 30 días, hacen un mes de los mortales, el cual sólo es un día de los Pitara Devatâ o Pitris. además, 2 de estos meses constituyen un Rûdû, 3 Rûdûs un Ayanam, y 2 Ayanams un año de los mortales, el cual es sólo un día de los Dioses. De estas enseñanzas mal comprendidas, han imaginado algunos griegos que todos los sacerdotes iniciados habían transformado los días en años.


Este terror de los antiguos escritores griegos y latinos produjo sus resultados en Europa. A fines del siglo pasado y principios del presente, Bailly, Dupuis y otros, confiando en los relatos intencionalmente mutilados de la cronología inda, traída de la India por ciertos misioneros poco delicados y demasiado fogosos, construyeron una teoría, por completo fantástica, sobre el asunto. 

Porque los hindúes habían hecho una medida de tiempo de la media revolución de la luna; y porque en la literatura inda se menciona un mes compuesto de sólo quince días, del cual habla Quinto Curcio, se convierte por ello en hecho comprobado, que su año fuera sólo medio año, ¡cuando no se le llamaba un día! Los chinos dividían también su Zodíaco en veinticuatro partes, y por tanto, su año en veinticuatro quincenas; pero tales computaciones no les impedía ni les impide tener un año astronómico exactamente como el nuestro. Aún hoy tienen ellos también en algunas provincias un período de 60 días - el Rûdû de la India del Sur. Por otra parte, Diodoro de Sicilia cita los treinta días del año egipcio”, o el período en que la luna ejecuta una revolución completa. Plinio y Plutarco  hablan ambos de ello; pero, ¿es razonable sostener que los egipcios, que conocían la Astronomía tan bien como cualquier otra nación, hicieran consistir el mes lunar de 30 días, cuando sólo tiene 28 días y fracciones? Este período lunar tenía seguramente un significado oculto, lo mismo que lo tenían el Ayanam y el Rûdû de los indos. El año de 2 meses de duración, y también el período de 60 días, eran una medida universal de tiempo en la antigüedad, según el mismo Bailly muestra en su Traité de l’Astronomie Indienne et Orientale.

 Los chinos, según sus propios libros, dividían su año en dos partes, de un equinoccio al otro; los árabes dividían antiguamente el año en seis estaciones, compuesta cada una de dos meses; en la obra astronómica china llamada Kioo-tche se dice que dos lunas constituyen una medida de tiempo, y seis medidas un año; y hasta hoy día los aborígenes de Kamschatka tienen sus años de seis meses, como los tenían cuando los visitó el Abate Chappe . Pero ¿es todo esto una razón para pretender que cuando los Purânas indos dicen un año solar, signifique ello un solo día solar?
           
  El conocimiento de las leyes naturales que hacían del siete el número fundamental de la naturaleza, por decirlo así, en el mundo manifestado, o en todo caso, en nuestro presente ciclo de vida terrestre, y la maravillosa comprensión de su funcionamiento, era lo que descubría a los antiguos tantos misterios de la Naturaleza. Estas leyes y sus procesos en los planos sideral, terrestre y moral son también los que permitían a los antiguos astrónomos  calcular exactamente la duración de los ciclos y sus efectos respectivos sobre la marcha de los sucesos: el anotar de antemano -profetizar, según se dice- la influencia que tendrían en el curso y desarrollo de las razas humanas. El Sol, la Luna y los Planetas, siendo los medidores infalibles del tiempo, cuya potencia y periodicidad eran bien conocidas, se convirtieron así, respectivamente, en el gran regente y gobernantes de nuestro pequeño sistema, en todos sus siete dominios o “esferas de acción”.
            Esto ha sido tan evidente y notable, que aun a muchos de los hombres de ciencia modernos, tanto materialistas como místicos, les ha llamado la atención esta ley. Físicos y teólogos, matemáticos y psicólogos, han llamado repetidamente la atención del mundo hacia este hecho de la periodicidad en la conducta de la “Naturaleza”. Los Comentarios explican estos números en los términos siguientes:

            El Círculo no es el “Uno” sino el TODO.
            En el (Cielo) superior, el Rajah (104) impenetrable (el Círculo) se convierte en Uno, porque (es) lo indivisible, y no puede haber Tau en él.
            En el segundo (de los tres Rajâmsi, o los tres “Mundos”), el Uno se convierte en Dos (macho y hembra) y Tres (con el Hijo o Logos), y los Cuatro Sagrados (la Tetraktys o Tetragrammaton).
            En el tercero (el Mundo inferior o nuestra Tierra), el número se convierte en Cuatro, y Tres, y Dos. Toma los dos primeros y obtendrás Siete, el número sagrado de la vida; mezcla (el último) con el Rajah medio, y tendrás Nueve, el número sagrado del SER y del DEVENIR.
            
Cuando los orientalistas occidentales hayan dominado el verdadero significado de las divisiones del Mundo del Rig Veda -la división doble, la triple, la séxtuple y séptuple, y especialmente la novenaria- el misterio de las divisiones cíclicas aplicadas al Cielo y a la Tierra, a los Dioses y a los Hombres, será para ellos más claro que lo que es ahora. Porque:


            Hay una armonía de los números en toda la naturaleza; en la fuerza de la gravedad; en los movimientos planetarios; en las leyes del calor, de la luz, de la electricidad y de la afinidad química; en las formas de los animales y plantas; en las percepciones de la mente. La dirección, en efecto, de la ciencia natural y física moderna, va hacia una generalización que exprese las leyes fundamentales de todo, por medio de una simple razón numérica. Nos referimos a Philosophy of the Inductive Sciences, del profesor Whewell, y a las investigaciones de Mr. Hay, en las leyes del colorido y de la forma armoniosos. De éstas se desprende que el número siete se distingue en las leyes que regulan la percepción armónica de las formas, colores y sonidos, y probablemente también del gusto, si pudiésemos analizar nuestras sensaciones de esta clase con exactitud matemática.

            Tan es así, en verdad, que más de un médico se ha encontrado azorado ante la repetición periódica septenaria de los ciclos en la subida y descenso de varias dolencias, y los naturalistas se han sentido completamente desconcertados para explicarse esta ley.

            El nacimiento, desarrollo, madurez, funciones vitales, revoluciones saludables del cambio, enfermedades, decaimiento y muerte de los insectos, reptiles, peces, aves, mamíferos y hasta del hombre están más o menos regidos por una ley de cumplimiento en  semanas (o siete días).

            El doctor Laycock, escribiendo sobre la “Periodicidad de los Fenómenos Vitales”, anota un “notabilísimo ejemplo y confirmación de la ley, en los insectos”.
            A todo lo cual Mr. Grattan Guinness observa muy oportunamente, al defender la cronología bíblica:

            Y la vida del hombre... es una semana, una semana de décadas. “El número de nuestros años son tres veintenas más diez”. Combinando el testimonio de todos estos hechos, nos vemos obligados a admitir que en la naturaleza orgánica prevalece una ley de periodicidad septiforme, una ley de cumplimiento en semanas.

            Sin aceptar las conclusiones, y especialmente las premisas del sabio fundador de “The East London Institute for Home and Foreing Mission”, la escritora acepta y da la bienvenida a sus investigaciones en la cronología Oculta de la Biblia; precisamente como,  al paso que rechazamos las teorías, hipótesis y generalizaciones de la Ciencia Moderna, nos inclinamos ante sus grandes conquistas en el mundo de lo físico, o en todos los detalles menores de la naturaleza material.
           

  Segurísimamente hay en “la escritura hebrea un sistema cronológico” oculto que la Kabalah garantiza; además hay en ella “un sistema de semanas”, basado en el sistema indo arcaico, que puede encontrarse aún en el antiguo Jotisha . Y hay en ella ciclos de la “semana de días”, de la “semana de meses”, de años, de siglos y hasta de milenios, y aun más, de la “semana de años de años” 

 Pero todo esto puede encontrarse en la Doctrina Arcaica. Y si el origen común de la cronología de todas las escrituras, por más velado que esté, se niega en el caso de la Biblia; entonces tendrá que indicarse cómo, ante los seis días y el séptimo (un Sábado), puede eludirse el relacionar la cosmogonía genética con las puránicas. Porque la primera “semana de la creación” muestra lo septiforme de su cronología y la relaciona así con las “siete creaciones” de Brahmâ. El hábil libro debido a la pluma de Mr. Grattan Guinness, en el cual ha reunido en unas 760 páginas todas las pruebas de este cálculo septiforme, es una buena prueba. Pues si la cronología bíblica está, como él dice, “regulada por la ley de semanas”, y si es septenaria, cualesquiera que sean las medidas de la semana de la  creación y la duración de sus días; y si, finalmente, “el sistema de la Biblia incluye semanas en una gran variedad de escalas”, entonces se prueba que ese sistema es idéntico a todos los sistemas paganos. Además, el haber querido mostrar que transcurrieron 4.320 años en meses lunares entre la “Creación” y la “Natividad”, es una relación clara e inequívoca con los 4.320.000 años de los Yugas indos. de otro modo, ¿por qué esforzarse tanto en probar que estas cifras, que son eminentemente caldeas e indo-arias, representan el mismo papel en el Nuevo Testamento? Esto lo probaremos de un modo aún más concluyente.
            

Que el crítico imparcial compare los dos relatos -el Vishnu Purâna y la Biblia- y verá que las “siete creaciones” de Brahmâ son el fundamento de la “semana de la creación” del Génesis. Las dos alegorías son distintas, pero los dos sistemas están construidos sobre la misma piedra fundamental. 

La Biblia sólo puede comprenderse a la luz de la Kabalah. Véase el Zohar, el “Libro del Misterio Oculto”, por más desfigurado que ahora se halle, y compárese. Los siete Rishis y los catorce Manus, de los siete Manvántaras, salen de la cabeza de Brahmâ; son ellos sus “Hijos nacidos de la Mente”, y con ellos principia la división de la humanidad en sus Razas que vienen del Hombre Celeste, el Logos manifestado, que es Brahmâ Prajâpati. Hablando del “Cráneo” (la Cabeza) del Macroprosopus, el Anciano (en sánscrito Sanat es un nombre de Brahmâ), el Ha Idra Babba Quadisha, o “Santa Asamblea Mayor” dice que en cada uno de sus cabellos “está escondida una fuente que brota del cerebro oculto”.

            Y  ella brilla y pasa por ese cabello al cabello del Microprosopus, y de éste (que es el Cuaternario manifestado, el Tetragrammaton) se forma su cerebro; y de aquí ese cerebro parte en treinta y en dos senderos (o la Tríada y la Duada, o también.

            Y además:

            Existen trece rizos de pelo en uno y otro lado de la cabeza (esto es, seis en un lado y seis en otro, siendo el trece también el catorce, por ser macho-hembra);... y por ellos principia la división del cabello (la división de las cosas, de la humanidad y de las razas).

            “Nosotros seis somos luces que brillan desde una séptima (luz)”, dice Rabi Abba; “tú eres la séptima luz -la síntesis de todos nosotros- añade hablando del Tetragrammaton y de sus siete “compañeros”, a quienes llama los “ojos del Tetragrammaton”.
           
  El TETRAGRAMMATON es Brahmâ Prajâpati, que asumió cuatro formas a fin de crear cuatro clases de criaturas supremas, esto es, se hizo cuádruple, o el Cuaternario manifestado; después de lo cual renació en los siete Rishis, sus Mânasaputras, “Hijos nacidos de la Mente”, que más tarde se convirtieron en nueve, veintiuno y así sucesivamente, y todos los cuales se dice que nacieron de varias partes de Brahmâ.
            
Hay dos Tetragrammatons: el Macroprosopus y el Microprosopus. El primero es el Cuadrado perfecto absoluto, o la Tetraktys dentro del Círculo, ambos conceptos abstractos, y por tanto, se le llama Ain -No ser, esto es, la “deidad” ilimitada o absoluta. Pero cuando se le considera como Microprosopus, o el Hombre Celeste, el Logos Manifestado, es el Triángulo en el Cuadrado - el Cubo séptuple, no el cuádruple o el Cuadrado plano. Porque en “La Santa Asamblea Mayor” está escrito:

            Y respecto de esto, los hijos de Israel deseaban inquirir en sus corazones (conocer en sus mentes) lo mismo que está escrito en el Éxodo, XVII, 7: “¿Está el Tetragrammaton en medio de nosotros, o el Uno Existente negativamente?”.

            ¿En dónde distinguían entre el Microprosopus, llamado Tetragrammaton, y el Macroprosopus, llamado Ain, el Existente negativamente? .
            Por tanto, el Tetragrammaton es el TRES hecho cuatro y el CUATRO hecho tres, y está representado en esta Tierra por sus siete “Compañeros”, u “Ojos” - los “siete ojos del Señor”. El Microprosopus es, a lo más sólo una Deidad secundaria manifestada. Pues “La Santa Asamblea Mayor” dice en otra parte:

            Hemos aprendido que había diez Rabinos (Compañeros) que entraron en (la Asamblea) (el Sol, “asamblea misteriosa o misterio”) y que siete salieron (120) (esto es, diez para el Universo no manifestado, siete para el manifestados).
            
 Y cuando Rabi Schimeon reveló los Arcanos, no había presentes allí sino aquellos (siete( (compañeros). Y Rabi Schimeon los llamó los siete ojos del Tetragrammaton, lo mismo que está escrito en Zacarías, III, 9: “Estos son los siete ojos (o principios) del Tetragrammaton” (esto es, el Hombre Celeste cuádruple, o espíritu puro, se resuelve en hombre septenario, Materia y Espíritu puros).

            De modo que la Tétrada es el Microprosopus, y este último es el Chokmak-Binah macho-hembra, el segundo y tercer Sephiroth. El Tetragrammaton es la esencia misma del número siete, en su significado terrestre. El siete está entre el cuatro y el nueve - la base y fundamento, astralmente, de nuestro mundo físico y del hombre, en el reino de Malkurth.
            
Para los cristianos y creyentes, esta referencia a Zacarías y especialmente a la Epístola de Pedro debiera ser concluyente. En el antiguo simbolismo, el “hombre”, principalmente el Hombre Espiritual Interno, es llamado “piedra”. Cristo es la piedra fundamental, y Pedro se refiere a todos los hombres como a piedras “vigorosas” (vivas. Por lo tanto, una “piedra con siete ojos” sólo puede significar un hombre cuya constitución (esto es, sus “principios”) es septenaria.
             

Para demostrar más claramente el siete en la naturaleza, podemos añadir que no sólo gobierna el número siete la periodicidad de los fenómenos de la vida, sino que también se le ve dominando las series de los elementos químicos, e igualmente reina en el mundo del sonido y del color, como nos lo revela el espectroscopio. Este número es el factor, sine qua non, en la producción de fanómenos astrales ocultos.
            
Así se ve que, si los elementos químicos son ordenados en grupos con arreglo a sus pesos atómicos, forman una serie de siete filas; teniendo los miembros primero, segundo, etc., de cada fila una estrecha analogía, en todas sus propiedades, con los miembros correspondientes de la fila próxima. La siguiente tabla copiada de Magie der Zahlen de Hellenbach, y corregida, exhibe esta ley y garantiza por completo la conclusión que él saca, en las siguientes palabras:

            Vemos que la variedad química, en lo que podemos penetrar en su naturaleza interna, depende de relaciones numéricas, y hemos encontrado además en esta variedad una ley directora, a la cual no podemos asignar causa alguna; vemos una ley de periodicidad regida por el número siete.

Líneas    GRUPO    GRUPO    GRUPO    GRUPO    GRUPO    GRUPO    GRUPO
                     I              II              III              IV              V             VI             VII

                  H 1

   1       Li 7            Be 9’3        B11            C12           N14         O 16          F 19                   -- 
    
   2       Na 23        Mg 24        Al 27’3        Si 28          P 31        S 32          Cl 35’4

   3       K 39           Ca 40       Sc 44          Ti 48          V 51        Cr 52,4      Mn 54’8   Fe 56.  Co 58’6
                                                                                                                                  Ni 58. (Cu  63’3)  
   4       Cu 63’3      Zn 65        Ga 68’2       Ge 72        As 75      Se 78         Br 79’5               --

   5       Rb 85’2      Sr 87’2      Y 89’5         Zr 90         Nb 94       Mo 96        -100       Ru 103  Rh 104
                                                                                                                                  Pd106 (Ag107’6
   6       A 107’6      Cd 111’6    In 113’4      Sn 118      Sb 122     Te 125       [ 126’5               --

   7      Cs 132’5     Ba 136’8    La 139        Ce 140      Di 144          --                --                  --

   8           --               --                   --            --               --              --                --                  --

   9           --               --           Er 170            --            Ta 182     W 184            --     Os 196  Ir 196’7
                                                                                                                                 Pt 196’7  (Au 197
  10     Au 197       Hg 200      Tl 204          Ph 206       Bi 206          - -               --

El octavo elemento de esta lista es, por decirlo así, la octava de la primera y el noveno de la segunda, y así sucesivamente; siendo cada elemento casi idéntico en sus propiedades al elemento correspondiente de cada una de las filas septenarias; fenómeno que acentúa la ley septenaria de periodicidad. Para más detalle, enviamos al lector a la obra de Hellenbach, en donde se muestra también que esta clasificación es confirmada por las peculiaridades espectroscópicas de los elementos.
            
Es inútil referirse en detalle al número de vibraciones que constituyen las notas de la escala musical; son ellas estrictamente análogas a la escala de los elementos químicos, así como a la escala de los colores según los desarrolla el espectroscopio, aun cuando en el último caso sólo tratamos con una octava, al paso que tanto en la música como en la química vemos una serie de siete octavas representadas teóricamente, de las cuales seis están bien completas y en uso ordinario en ambas ciencias. Así que, citando a Hellenbach:

            Ha quedado establecido, desde el punto de vista de la ley fenomenal, sobre la cual se fundan nuestros conocimientos, que las vibraciones del sonido y de la luz aumentan regularmente; que se dividen en siete columnas, y que los números sucesivos de cada columna están estrechamente relacionados; esto es, que muestran una íntima relación, no sólo expresada en las cifras mismas, sino también prácticamente verificada tanto en la química como en la música, confirmando el oído, en esta última, el veredicto de los números... El hecho de que esta periodicidad y variedad están gobernadas por el número siete es innegable, y sobrepuja en mucho los límites de la mera casualidad, debiendo suponerse que tiene una causa adecuada, la cual hay que descubrir.

            Verdaderamente, pues como decía Rabi Abba:

            Somos seis luces que brillan procedentes de una séptima (luz); tú (el Tetragrammaton) eres la séptima luz (el origen de) todos nosotros.
            Porque seguramente no hay estabilidad en estas seis, salvo (lo que ellas derivan) de la séptima. Pues todas las cosas dependen de la séptima.

            Los Zuñi, indios americanos orientales, antiguos y modernos, parece que han profesado opiniones semejantes. Sus costumbres de hoy, sus tradiciones y anales, señalan el hecho de que, deste tiempo inmemorial, sus instituciones políticas, sociales y religiosas estaban, y están todavía, moldeadas con arreglo al principio septenario. Así es que todas sus antiguas ciudades y aldeas estaban construidas en grupos de seis, alrededor de una séptima. Siempre es un grupo de siete o de trece, y siempre el seis alrededor del séptimo. También su jerarquía sacerdotal está compuesta de seis “Sacerdotes de la Casa” aparentemente sintetizados en el séptimo, que es una mujer, la “Sacerdotisa-Madre”. Compárase esto con los “siete grandes sacerdotes oficiantes” de que habla el Anugîtâ, nombre dado a los “siete sentidos”, exotéricamente y a los siete principios humanos, esotéricamente. ¿De dónde viene esta identidad de simbolismo? ¿Dudaremos aún del hecho de que fuese Arjuna a Pâtâla, los Antípodas, América, y se casase allí con Ulûpi, la hija del Nâga, o más bien del Nargal, el rey? Pero volvamos a los sacerdotes Zuñi.
           

  Estos reciben hasta hoy un tributo anual de grano de siete colores. No se distinguen de los demás indos durante el resto del año, pero cierto día salen -seis sacerdotes y una sacerdotisa- revestidos de sus vestiduras sacerdotales, cada una de un color consagrado a un Dios particular, a quien el sacerdote sirve y personifica; representando cada uno de ellos una de las siete regiones, y recibiendo cada cual grano del color que corresponde a esa región. Así, el blanco representa el  Este, porque del Oriente viene la primera luz del Sol; el amarillo corresponde al Norte, a causa del color de las llamas producidas por las auroras boreales; el encarnado, el Sur, por venir de este lado el calor; el azul representa el Oeste, el color del Océano Pacífico, que se encuentra al Oeste; negro es el color de la región inferior subterránea - la oscuridad; el grano, con granos de todos los colores en una espiga, representa los colores de la región superior - del firmamento con sus nubes rosadas y amarillas, estrellas resplandecientes, etc. El grano “abigarrado”, conteniendo cada grano todos los colores, es el de la “Sacerdotisa-Madre” - la mujer, que contiene en sí la semilla de todas las razas pasadas, presentes y futuras; pues Eva es la madre de todo lo que vive.
            Aparte de estos, estaba el Sol, la Gran Deidad, cuyo sacerdote era la cabeza espiritual de la nación. Estos hechos fueron verificados por Mr. F. Hamilton Cushing, quien, como muchos saben, se hizo Zuñi, vivió con ellos, fue iniciado en los misterios de su religión y ha aprendido acerca de ellos más que ningún otro hombre existente.
            El siete es también el gran número mágico. En los Anales Ocultos, el arma que mencionan los Purânas y el Mahâbhârata -el Âgneyâstra, o “arma de fuego” concedida por Aurva a su chelâ Sagara- se dice que está construida con siete elementos. Esta arma, que algunos orientalistas ingeniosos suponen que ha sido un “cohete” (!) es una de las muchas espinas clavadas en el costado de nuestros sanscritistas modernos. Wilson ejercita su penetración en este punto, en varias páginas de su Specimens of the Hindu Theatre, y finalmente no llega a explicarlo. No puede él poner nada en claro acerca del Âgneyâstra, pues dice:

            Estas armas son de un carácter completamente ininteligible. Algunas de ellas son a veces manejadas como arrojadizas; pero, en general, parecen ser poderes místicos ejercitados por el individuo - tales como los de paralizar a un enemigo, o de sumergir sus sentidos en sueño profundo, o de atraer la tempestad, la lluvia y el fuego, del cielo.... Se supone que toman formas celestes, dotadas de facultades humanas... El Râmâyana las llama los hijos de Drishâshva .

            Los Shastra-devatâs, “los Dioses de las armas divinas”, no son Âgneyâstras, como los artilleros modernos no son el cañón que manejan. Pero esta sencilla solución parece que no se le ocurrió al eminente sanscritista. Sin embargo, según él mismo dice de la progenie armiforme de Krishâshva, “el origen alegórico de las armas (Âgneyâstra) es, indudablemente, el más antiguo” . Es la jabalina de fuego de Brahmâ.
           
  El Âgneyâstra séptuple, así como los siete sentidos y los siete principios, simbolizados por los siete sacerdotes, son de antigüedad indecible. Cuán antigua es la doctrina en que  creen los Teósofos, lo dirá la siguiente Sección.

H.P. Blvatsky D.S T IV


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