En nuestra época no
queda duda alguna en la mente de nuestros mejores simbologistas europeos, de
que el hombre de Prometeo tenía en la antigüedad el significado más grande y misterioso.
El autor de la Mythologie de la Grèce
Antique, al dar la historia de Deucalión, a quien los beocianos
consideraban como el antecesor de las razas humanas, y que era hijo de Prometeo
según la significativa leyenda, dice:
Así, pues, Prometeo es
algo más que el arquetipo de la humanidad: es su generador. Del mismo modo que hemos visto a Hefesto modelando a la
primera mujer (Pandora) y dotándola de vida, así Prometeo amasa el barro
húmedo, con el cual modela el cuerpo del primer hombre a quien quiere dotar de
la chispa del alma (1). Después del diluvio de Deucalión, Zeus, decían, había
ordenado a Prometeo y a Athenaque que produjeran una nueva raza de hombres del
lodo dejado por las aguas del diluvio (2), y, en los días de Pausanias, el limo
que el héroe había empleado con este objeto se enseñaba todavía en Focis (3).
En varios monumentos arcaicos vemos aún
a Prometeo modelando un cuerpo humano, ya solo o con ayuda de Athena (4).
El mismo autor nos
recuerda otro personaje igualmente misterioso, aunque menos generalmente
conocido que Prometeo, y cuya leyenda presenta analogías notables con la del
Titán. El nombre de este segundo antecesor y generador es Phoroneo, héroe de un
poema antiguo que desgraciadamente ya no existe para el público, el Phoroneida. Su leyenda estaba localizada
en Argolis, en donde se conservaba en su altar una llama perpetua, como
recordatorio de que era el portador del fuego a la tierra (5). Era un
bienhechor de los hombres que, como Prometeo, les había hecho partícipes de
todas las felicidades de la tierra. Platón (6) y Clemente de Alejandría (7)
dicen que Phoroneo fue el primer hombre, o el “padre de los mortales”. Su
genealogía, que le asigna el río Inachos como padre, nos recuerda la de
Prometeo, que hace a este Titán hijo de la Oceánica Climene. Pero la madre de
Phoroneo fue la ninfa Melia; descendencia significativa que le distingue de
Prometeo (8).
Cree Decharme que Melia
es la personificación del Fresno, del
cual, según Hesiodo, salió la raza de la Edad de Bronce (9), y que, para los
griegos, es el árbol celestial común
a toda mitología aria. Este Fresno es el Yggdrasil de la antigüedad
escandinava, al que las Norns rocían diariamente con las aguas de la fuente de
Urd para que no se seque. Permanece él lozano hasta los últimos días de la Edad
de Oro. Entonces las Norns (las tres hermanas que contemplan respectivamente el
Pasado, el Presente y el Futuro) hacen conocer el decreto de Orlog o el Destino
(Karma), pero los hombres sólo son conscientes del Presente.
(Pero cuando) Gultweig
(el mineral de oro) viene, la encantadora hechicera... quien, por tres veces
arrojada al fuego, surge cada vez más hermosa que antes y llena las almas de
los dioses y hombres de deseos devoradores, entonces las Norns... entran en la
existencia, y la paz bendita de los sueños de la infancia se desvanece, y el
pecado hace su aparición con todas su malas consecuencias (y Karma) (10).
El Oro tres veces
purificado es: Manas, el Alma Consciente.
Para los griegos, el
Fresno representaba la misma idea. Sus frondosas ramas son los Cielos
Siderales, dorados durante el día, y tachonados de estrellas por la noche:
frutos de Melia e Iyydrasil, bajo cuya sombra protectora vivió la humanidad
durante la Edad de Oro, sin deseos como sin temores. “Aquel árbol tuvo un
fruto, o un brote inflamado, que era el
relámpago”, según conjetura Decharme.
Y aquí entra el
materialismo destructor de la época, ese torcimiento especial de la mente
moderna, que, como vendaval del Norte, todo lo dobla a su paso, helando toda
intuición, a lo que no permite tomar parte en las especulaciones físicas del
día. Después de no ver en Prometeo más que el “fuego por fricción”, el erudito autor de la Mythologie de la Grèce Antique percibe,
en este “fruto” muy poco más que una
alusión al fuego terrestre y su descubrimiento. ¡No es ya el fuego debido a la
caída del rayo encendiendo y poniendo en llamas alguna leña seca, y revelando así todos
sus inapreciables beneficios a los hombres paleolíticos, sino algo más
misterioso esta vez, aunque igualmente terrestre!
Un pájaro divino que
anidaba en las ramas (del Fresno celeste), cogió aquel retoño (o el fruto) y lo
llevó a la Tierra en su pico. Ahora bien; la palabra griega ................ es
el preciso equivalente de la palabra sánscrita bhuranyu, “el rápido”, epíteto de Agni, considerado como portador
de la chispa divina. Phoroneo, hijo de Melia o del fresno celeste, corresponde
así a un concepto mucho más antiguo, probablemente, que el que transformó el pramantha (de los antiguos indo-arios)
en el Prometeo griego. Phoroneo es el ave (personificada) que trae a la tierra
el rayo celeste. Las tradiciones referentes al nacimiento de la raza de Bronce,
y las que hacen de Phoroneo el padre de los Argolianos, son para nosotros una
prueba de que este trueno (o rayo), como en la leyenda de Hefesto o Pometeo,
fue el origen de la especie humana (11).
Esto no nos da todavía
más que el significado externo de los símbolos y alegorías. Supónese ahora que
el nombre de Prometeo ha sido descifrado. Pero los mitólogos y orientalistas
modernos no ven ya en él lo que sus padres veían, según la autoridad de toda la
antigüedad clásica. Sólo encuentran en él algo mucho más apropiado al espíritu
de la época, a saber: un elemento fálico. Pero el nombre de Phoroneo, lo mismo
que el de Prometeo, tiene no uno, ni aun dos, significados esotéricos, sino
toda una serie de ellos. Ambos se refieren a los siete Fuegos Celestes; a Agni Abhimânin, sus tres hijos, y los
cuarenta y cinco hijos de estos, constituyendo los Cuarenta y nueve Fuegos. ¿Se
relacionan todos estos números solamente con el modo terrestre del fuego y con
la llama de la pasión sexual? ¿Es que la mente indo-aria no se elevó jamás
sobre tales conceptos puramente sensuales; esa mente que el profesor Max Müller
ha declarado la más espiritual y de tendencia más mística de todo el globo?
Sólo el número de estos fuegos hubiera debido sugerir una insinuación de la
verdad.
Se nos dice que ya no
es permitido, en esta edad del pensamiento racional, explicar el nombre de
Prometeo como lo hacían los antiguos griegos. Estos últimos, según parece:
Basándose en la
analogía aparente de .............. con el verbo ............, veían en él el
tipo del hombre “previsor”, a quien, en gracia de la simetría, se le añadió un
hermano, Epi-meteo o “aquél que toma consejo después del suceso” (12).
Pero ahora los
orientalistas han decidido de otro modo. Conocen ellos el verdadero significado
de los dos nombres, mejor que quienes los inventaron.
La leyenda está basada
en un suceso de importancia universal. Ella fue hecha para conmemorar
un gran acontecimiento que debió de haber impresionado fuertemente la
imaginación de los primeros testigos del mismo, y cuyo recuerdo no se ha
desvanecido nunca desde entonces, de la memoria popular (13).
¿Cuál fue éste? Dejando
a un lado toda ficción poética, todos
esos sueños de la Edad de Oro, imaginémonos -arguyen los eruditos modernos- en
todo su realismo grosero el primer estado miserable de la humanidad, cuya
sorprendente pintura fue trazada siguiendo a Esquilo por Lucrecio, y cuya
exacta verdad es ahora confirmada por la Ciencia; y entonces podremos
comprender mejor que una nueva vida principió realmente para el hombre el día
en que vio la primera chispa producida por la fricción de dos pedazos de madera,
o procedente de las vetas de un pedernal. ¿Cómo podían los hombres dejar de
sentir gratitud por aquel ser misterioso y maravilloso que en lo sucesivo
podían crear a su voluntad, y que tan pronto como nació, creció y se dilató,
desarrollóse con un poder singular?
¿No era esta llama
terrestre de análoga naturaleza a la que enviaba desde arriba su luz y calor, o
que los espantaba con el trueno? ¿No se derivaba de la misma fuente? Y si su
origen estaba en el cielo, ¿no debió haber sido traído alguna vez a la tierra?
Siendo así, ¿quién era el ser poderoso, el ser benéfico, Dios u hombre, que la
había conquistado? Tales son las preguntas que la curiosidad de los arios
presentaba en los primeros días de su existencia, y que encontró su
contestación en el mito de Prometeo (14).
La Filosofía de la
Ciencia Oculta encuentra dos puntos débiles en las anteriores reflexiones, y
los señala. El estado miserable de la humanidad descrito por Esquilo y Lucrecio
no era entonces más desgraciado, en los días de los arios, que lo es ahora.
Aquel “estado” estaba limitado a las tribus salvajes; y los salvajes que hoy
existen no son un ápice más felices o infelices que lo fueron sus padres hace
un millón de años.
Es
un hecho aceptado en la Ciencia que se encuentran “instrumentos groseros,
exactamente parecidos a los que se usan entre
los salvajes hoy existentes”, en los arrastres de los ríos y en las
cavernas, que, geológicamente, “implican una enorme antigüedad”. Es tan grande
esta semejanza, que el autor de The
Modern Zoroastrian nos dice que:
si la colección de la
Exposición Colonial de hachas de piedra y de puntas de flechas usadas por los
bosquimanos del África del Sur se pusieran al lado de una de las de objetos
similares del Museo Británico procedentes de la Caverna de Kent o de las Cuevas
de Dordoña, nadie que no fuese un perito podría distinguirlas (15).
Y si existen hoy
bosquimanos, en nuestra época de alta civilización, que no están a mayor altura
intelectual que la raza de hombres que habitó el Devonshire y el Sur de Francia
durante la edad paleolítica, ¿por qué no habrían podido vivir estos últimos
simultáneamente y como contemporáneos de otras razas tan civilizadas, respecto
de su época, como lo somos nosotros en la nuestra? Que la suma de conocimientos
aumenta diariamente en la humanidad, “pero que la capacidad intelectual no
crece a la par”, se demuestra cuando se compara la inteligencia, si bien no los
conocimientos físicos, de los Euclides, Pitágoras, Paninis, Kapilas, Platones y
Sócrates, con la de los Newtons, Kants y los modernos Huxleys y Haeckels.
Comparando los resultados obtenidos por el Dr. J. Barnard Davis, el craneólogo
(16), respecto de la capacidad interna del cráneo (tomando su volumen como
regla y como prueba para juzgar de la capacidad intelectual), el Dr. Pfaff
encuentra que esta capacidad entre los franceses (colocados ciertamente en
primera fila en la humanidad) es de 88’4 pulgadas cúbicas, siendo, por tanto,
“perceptiblemente más pequeña que la de los polinesios en general, la cual, aun
entre muchos papuanos y alfuras del grado inferior, alcanza a 89 y 89’7
pulgadas cúbicas”; lo cual muestra que la calidad
y no la cantidad del cerebro es la
causa de la capacidad intelectual. Habiéndose reconocido ahora que el término
medio de los cráneos de diversas razas es “una de las señales más
características de la diferencia entre las razas”, la siguiente comparación
resulta significativa:
El término medio de
anchura entre los escandinavos (es) de 75; entre los ingleses de 76; entre los
holsteiners de 77; en Bresgau, de 80; el cráneo de Schiller presenta una
anchura hasta de 82...; ¡los maduranos también 82!
Finalmente, la misma
comparación hecha entre los cráneos más antiguos que se conocen y los europeos
pone de manifiesto el hecho sorprendente de que:
La mayor parte de
aquellos cráneos, pertenecientes a la Edad de piedra, son más bien superiores
que inferiores en volumen al término medio de los cráneos de los hombres de
hoy.
Calculando la medida en
pulgadas de la altura, anchura y largo del término medio de varios cráneos,
resultan las siguientes cantidades:
1.
Cráneos antiguos del Norte, de la Edad de Piedra
.........................................18’877 pulgs.
2. Término medio de 48
cráneos de la misma época en Inglaterra..................... 18’858 “ 3.
Término medio de 7 cráneos de la misma época en
Gales..............................18’649
“
4. Término medio de 36
cráneos del mismo período en Francia.........................18’220 “
El término medio de los
europeos actuales, es de 18’579
pulgadas; el de los hotentotes, ¡7’795!
Estas cifras muestran
claramente que
El tamaño del cerebro
de los pueblos más antiguos que conocemos, no implica un nivel inferior al de
los habitantes actuales de la tierra (17).
Además de lo cual, esto
hace desvanecer en aire sutil el “eslabón perdido”. De esto, sin embargo,
hablaremos más en otra parte, pues debemos volver a nuestro asunto.
Según nos dice el Prometheus Vinctus de Esquilo, la raza
que Júpiter deseaba ardientemente “destruir para implantar otra nueva en su
lugar” (v. 241), sufría angustia mental,
no física. El primer don que Prometeo
concedió a los mortales, según él dice al coro, fue imposibilitarle “de prever la muerte” (véase 256); él
“salvó a la raza mortal de hundirse abatida en la tristeza del Hades” (v. 244),
y sólo entonces, “además” de esto, les dio el fuego (v. 260). Esto muestra
claramente el carácter dual, en todo caso, del mito de Prometeo, si los
orientalistas no quieren aceptar la existencia de las siete claves que enseña el Ocultismo. Esto se refiere al primer
despertar de las percepciones espirituales del hombre, no a la primera vez que
él vio o descubrió el fuego. Porque
el fuego no fue nunca descubierto,
sino que existía desde su principio. Existía en la actividad sísmica de las
edades primitivas; pues las erupciones volcánicas eran tan frecuentes y
constantes en aquellos tiempos como la niebla lo es ahora en Inglaterra. Y si
se nos dice que cuando el hombre apareció en la tierra, todos los volcanes,
exceptuando unos pocos, estaban extinguidos, y que los disturbios geológicos
habían sido reemplazados por un estado de cosas más normalizado, contestamos:
En el supuesto de que una raza nueva de hombre, ya provenga de ángeles o de
gorilas, aparezca ahora en cualquier punto inhabitado del globo, exceptuando
quizás el desierto de Sahara, puede apostarse uno contra mil a que no pasarían
dos años sin que “descubrieran el fuego” por medio del rayo que quemase la
yerba o cualquier otra cosa. Esta suposición de que el hombre primitivo vivió
en la Tierra edades antes de conocer el fuego es una de las más dolorosamente
ilógicas de todas. Pero el viejo Esquilo era un Iniciado, y sabía bien lo que
comunicaba (18).
Ningún Ocultista que
conozca la simbología y el hecho de que la Sabiduría nos vino del Oriente
negará por un momento que el mito de Prometeo llegó a Europa procedente de
Âryâvarta. Tampoco es probable que niegue que, en un sentido, Prometeo
representa el fuego por fricción. Por
tanto, es de admirar la sagacidad de F. Baudry, quien muestra en Les Mythes
du Feu et du Breuvage Céleste
(19), uno de los aspectos de Prometeo y su origen de la India. Muestra él al
lector el supuesto proceso primitivo
para obtener el fuego, hoy en uso todavía en la India para encender la llama
del sacrificio. He aquí lo que dice:
Este proceso, tal como
se halla minuciosamente descrito en los Sûtras Védicos, consiste en dar
rápidamente vueltas a un palo dentro de un alvéolo hecho en el centro de un
trozo de madera. La fricción desarrolla un calor intenso, terminando por
encender las partículas de madera que están en contacto. El movimiento del palo
no es una rotación continua, sino una serie de movimientos en sentido
contrario, por medio de una cuerda fijada en el centro del palo; el operador
tiene un extremo de la cuerda en cada mano, y de ellos tira alternativamente...
Todo el proceso se designa en sánscrito con el verbo manthâmi, manthnâni, que significa “frotar, agitar, sacudir y
obtener por frotación”, y se aplica especialmente a la fricción rotatoria, como
se prueba con su derivado mandala,
que significa un círculo... Los pedazos de madera que sirven para producir el
fuego tienen cada uno su nombre en sánscrito. El palo que da vueltas se llama pramantha; el disco que lo recibe es
llamado arani y araní: “los dos
aranis” designan el conjunto del
instrumento (20).
Queda por saber lo que
los brahmanes dirán a esto. Pero aun suponiendo que, en uno de los aspectos de
su mito, se concibiera a Prometeo como productor del fuego por medio del Pramantha,
o como un Pramantha animado y divino, ¿implicaría esto que el simbolismo no
tenía más significado que el fálico, que le han atribuido los simbologistas
modernos? Decharme, en todo caso, parece tener una vislumbre correcta de la
verdad, pues inconscientemente él corrobora todo lo que las ciencias Ocultas
enseñan respecto de los Mânâsa Devas, que han dotado al hombre con la
conciencia de su alma inmortal -esa conciencia que impide al hombre “el prever
la muerte”, y le hace saber que es
inmortal (21). “¿Cómo entró Prometeo en posesión de la chispa (divina)?”
-pregunta.
Teniendo el fuego su
mansión en el cielo, allí debió ir a buscarlo antes de que pudiera traerlo a
los hombres; y, para acercarse a los dioses, tiene que haber sido él mismo un
Dios (22).
Los griegos creían que
era de Raza Divina, “hijo del Titán
Iapetos” (23), y de los indos que era un Deva.
Pues el fuego celeste
pertenecía en un principio sólo a los dioses; era un tesoro que reservaban para
sí... y el cual vigilaban celosamente... “El prudente hijo de Iapetus -dice
Hesiodo- engañó a Júpiter robando y ocultando en el hueco de un narthex el fuego inmarcesible de fulgor
resplandeciente”...(24). Así, el don concedido a los hombres por Prometeo fue
una conquista obtenida del cielo. Ahora bien; según las ideas griegas (en este
punto idénticas a las de los Ocultistas), esta posesión arrancada a Júpiter,
esta violación humana de la propiedad de los dioses, tenía que ser expiada...
Prometeo, además, pertenece a esa raza de Titanes que se habían rebelado (25)
contra los dioses, y a quienes el señor del Olimpo había precipitado en el
Tártaro; lo mismo que ellos es el genio del mal, condenado a crueles
sufrimientos (26).
Lo que más subleva en
las explicaciones que siguen, es el punto de vista parcial de éste, al más
grandioso de los mitos. Los escritores modernos más intuitivos no pueden o no
quieren elevarse en sus conceptos sobre el nivel de la Tierra y de los
fenómenos cósmicos. No se niega que la idea moral del mito, tal como la
presenta la Teogonía de Hesiodo,
representa cierto papel en el concepto griego primitivo. El Titán es más que un
ladrón del fuego celeste. Es la representación de la humanidad -activa,
industriosa, inteligente, pero al mismo tiempo ambiciosa, que desea igualar a
los poderes divinos. De aquí que la humanidad sea castigada en la persona de
Prometeo pero esto es sólo para los griegos. Para ellos, Prometeo no es un
criminal, salvo a los ojos de los Dioses. En su relación con la Tierra él es,
por contrario, un Dios mismo, un amigo de la humanidad que él ha elevado a la
civilización e iniciado en el conocimiento de todas las artes; concepto que
encontró su intérprete más poético en Esquilo. Pero para todas las demás
naciones ¿qué es Prometeo? ¿Es el Ángel caído, Satán, como la Iglesia pretende?
De ningún modo: Es simplemente la imagen de los efectos perniciosos y temibles del rayo. Es el
“fuego malo” (mal feu) (27) y el símbolo
del divino órgano masculino reproductivo.
Reducido a su más
simple expresión, el mito que tratamos de explicar es, pues, sencillamente un
genio (cósmico) del fuego (28).
La primera idea (la
fálica) es la que era preeminentemente
aria, si hemos de creer a Adalber Kuhn (29) y F. Baudry. Pues:
Siendo el fuego usado
por el hombre, el resultado de la acción del pramantha en el arani,
los arios deben de haber asignado
(?) el mismo origen al fuego celeste, y
debieron de haber (30) imaginado (?) que
un dios armado con el pramantha, o un pramantha divino, producía una fricción
violenta en el seno de las nubes, que engendraba relámpagos y truenos (31).
La idea se apoya en el
hecho de que, según testimonio de Plutarco (32), los estoicos pensaban que el
trueno era el resultado de la lucha de las nubes tormentosas, y el rayo una
conflagración debida al rozamiento; mientras que Aristóteles veía en el trueno
solamente la acción de las nubes que chocaban unas con otras. ¿Qué era esta
teoría sino la interpretación científica de la producción del fuego por la
fricción?... Todo nos hace creer que desde la más remota antigüedad y antes de
la dispersión de los arios, se creía que el pramantha encendía el fuego en las
nubes tormentosas lo mismo que en los aranis (33).
Así, pues, quiere
hacerse pasar por verdades descubiertas, suposiciones e hipótesis ociosas. Los
defensores de la letra muerta de la Biblia no podrían ayudar más eficazmente a
los escritores de libelos misioneros, que lo hacen los simbologistas
materialistas, dando por hecho que los antiguos arios no basaban sus conceptos
religiosos en ningún otro pensamiento más elevado que el fisiológico.
Pero no es así, y el
espíritu mismo de la Filosofía Védica es contrario a semejante interpretación.
Pues si, como el mismo Decharne confiesa:
Esta idea del poder
creador del fuego queda explicada... por la antigua asimilación del alma humana
a una chispa celeste (34),
como se muestra por las imágenes que muchas veces emplean en los Vedas al hablar de Arani, significaría ello algo más elevado que un grosero concepto
sexual. Cítase como ejemplo un Himno a Agni del Veda:
Aquí está el pramantha;
el generador está pronto. Traed a la señora de la raza (el arani femenino).
Produzcamos Agni por frotamiento, según la antigua costumbre.
Esto no significa ninguna cosa peor que una
idea abstracta expresada en el lenguaje de los mortales. El Arani hembra, la
“señora de la raza”, es Aditi, la Madre de los Dioses, o Shekinah, la Luz
Eterna; en el Mundo del Espíritu, el “Gran Océano” y el CAOS, o la Substancia
Primordial en su primer alejamiento de lo IGNOTO, en el Kosmos Manifestado. Si
edades más tarde se ha aplicado el mismo epíteto a Devaki, la Madre de Krishna,
o el LOGOS encarnado; y si el símbolo, debido a la extensión gradual e
irresistible de las religiones exotéricas, puede ahora considerarse como
teniendo una significación sexual, esto no desfigura en modo alguno la pureza
original de la imagen. Lo subjetivo fue transformado en objetivo; el Espíritu
había caído en la Materia. La polaridad kósmica universal del
Espíritu-Substancia se convirtió en el pensamiento humano, en la unión mística
pero sin embargo sexual, del Espíritu y la Materia, y adquirió así un colorido
antropomórfico que nunca tuvo en el principio. Entre los Vedas y los Purânas hay
un abismo, del cual son los polos, semejante a lo que son en la constitución
septenaria del hombre el séptimo principio, el Âtmâ, y el principio primero o
inferior, el Cuerpo Físico. El lenguaje primitivo y puramente espiritual de los
Vedas, concebido muchas decenas de
milenios antes que los relatos Puránicos, fue revestido de una expresión
puramente humana para describir los sucesos que tuvieron lugar hace 5.000 años,
fecha de la muerte de Krishna, desde cuyo día principió para la humanidad el
Kali Yuga, o Edad Negra.
Así como Aditi es
llamado Surârani, la Matriz o “Madre” de los Suras o Dioses, así Kunti, la
madre de los Pândavas, es llamada en el Mahâbhârata
Pândavârani (35), y ahora se ha convertido el término en fisiológico. Pero Devaki, el antetipo de la Madona católica romana,
es una forma posterior antropomorfizada de Aditi. Esta última es la
Madre-diosa, o Devamâtri, de siete hijos (los seis y los siete Âdityas de los
tiempos Védicos primitivos); la madre de Krishna, Devaki, tiene seis embriones
llevados a su matriz por Jagad-dhâtri, la “Nodriza del Mundo”, siendo el séptimo,
Krishna, el Logos, transferido a la de Rohini. María, la Madre de Jesús, es
Madre de siete hijos; de cinco hijos y dos hijas (una transformación posterior
de sexos), en el Evangelio de Mateo (36). Ningún católico romano adorador de la
Virgen tendría inconveniente en recitar en su honor la oración dirigida por los
Dioses a Devaki. Juzgue el lector.
Tu... eres aquel
Prakriti (esencia) infinito y sutil que llevó en un tiempo a Brahmâ en su
seno... Tu, ser eterno, que comprendes en tu substancia la esencia de todas las
cosas creadas, eres idéntico a la creación; tú eres la madre del sacrificio
triforme, convirtiéndote en el germen de todas las cosas. Tú eres el
sacrificio, de donde todo fruto procede; tú eres el Arani, cuyo tormento
engendra el fuego (37). Como Aditi, tú eres la madre de los dioses... Tú eres
luz (Jyotsnâ, el crepúsculo matutino) (38), de donde se engendra el día. Tú
eres la humildad (Sannati, una hija de Daksha), la madre de la sabiduría; tú
eres Niti, la madre de la armonía (Naya) (39); tú eres la modestia progenitora
del afecto (Prashraya, explicada por Vinaya); tú eres el deseo del cual nace el
amor... Tú eres... la madre del conocimiento (Avabodha); tú eres la paciencia
(Dhriti), madre de la fortaleza (Dhairya) (40).
Así, pues, muéstrase
con esto que el Arani es lo mismo que el “Vaso de Elección” católico romano. En
cuanto a su significado primitivo, era puramente metafísico. Ningún pensamiento
impuro se mezclaba con estos conceptos de la mente antigua. Hasta en el mismo Zohar (mucho menos metafísico en su
simbología que cualquier otro
simbolismo), la idea es una abstracción y nada más. Así, cuando el Zohar dice:
Todo lo que existe, todo lo que ha sido
formado por el anciano, cuyo nombre es santo, sólo puede existir por medio de
un principio masculino y femenino (41).
No significa más sino
que el Espíritu divino de la Vida se está constantemente uniendo con la
Materia. La VOLUNTAD de la Deidad es lo que actúa; y la idea es puramente
Schopenhaueriana.
Cuando Atteekah
Kaddosha, el anciano y el oculto de los ocultos, deseó formar todas las cosas,
las formó todas como macho y hembra. Esta sabiduría lo encierra todo cuando se manifiesta.
De aquí que Chokmah (la
Sabiduría masculina) y Binah (la Conciencia o Inteligencia femenina) se dice
que crean todo entre los dos, el principio activo y el pasivo. Así como el ojo
del joyero experto distingue bajo la áspera y grosera concha de la ostra la
perla pura e inmaculada, encerrada en su seno, tocando su mano la concha sólo
para extraer su contenido, así también el ojo del verdadero filósofo lee entre
las líneas de los Purânas las
sublimes verdades védicas, y corrige la forma con ayuda de la Sabiduría
Vedantina. Nuestros orientalistas, sin embargo, nunca perciben la perla bajo la
espesa envoltura de la concha, y obran en consecuencia.
De todo lo que se ha
dicho en esta Sección, se desprende claramente que entre la Serpiente del Edén
y el Demonio de los cristianos hay un abismo. Sólo el martillo de forjar de la
Filosofía antigua puede matar este dogma.
H.P. Blavatsky D.S T IV
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