lunes, 3 de agosto de 2015

¿ES EL PLEROMA CUBIL DE SATÁN?



            El asunto no está aún agotado, y tiene que ser examinado bajo otros aspectos.
Que la grandiosa descripción de Milton de la Batalla de tres días entre los Ángeles de Luz y los de las Tinieblas justifique la sospecha de que haya tenido conocimiento de la tradición oriental correspondiente, es lo que no es posible asegurar. Sin embargo, si él mismo no estuvo en relación con algún místico, entonces debió de haber sido por medio de alguien que tuviera acceso a las obras secretas del Vaticano. Entre éstas hay una tradición referente a los “Beni Shamash”, los “Hijos del Sol”, que se relaciona con la alegoría oriental, y da detalles mucho más minuciosos en su triple versión, que los que pueden obtenerse, ya sea del  Libro de Enoch o del mucho más reciente Apocalipsis de San Juan, con referencia al “Antiguo Dragón” y sus diversos Matadores, como se ha demostrado antes.
            Es inexplicable que aun hoy haya escritores pertenecientes a sociedades místicas que continúen todavía en sus dudas preconcebidas acerca de la “supuesta” antigüedad del Libro de Enoch. Así al paso que el autor de Sacred Mysteries among the Mayas and Quiches se inclina a ver en Enoch un iniciado convertido al Cristianismo (!!) (1), el compilador inglés de las obras de Eliphas Lévi, The Mysteries of Magic, es también de opinión semejante. Dice él que:

             Fuera del Dr. Kenealy, ningún erudito moderno atribuye a esta obra (el Libro de Enoch) una antigüedad más remota que el siglo IV antes de Cristo (2).

            La erudición moderna se ha hecho culpable de errores aún peores que éste. Parece que fue ayer cuando los más grandes críticos literarios de Europa negaron la autenticidad misma de esa obra, juntamente con los Himnos de Orfeo y hasta con el Libro de Hermes o Thoth, hasta que se encontraron versículos enteros de este último en monumentos egipcios y en tumbas de las primeras dinastías. En otra parte citamos la opinión del Arzobispo Laurence.
             El “Antiguo Dragón” y Satán, que tanto solos como colectivamente se han convertido ahora en símbolos y término teológico de los “Ángeles Caídos”, no se hallan así descritos ni en la Kabalah  original (el  Libro de los Números  Caldeo) ni en la moderna. Pues el más sabio, si no el más grande de los kabalistas modernos, a saber, Eliphas Lévi, describe a Satán en los siguientes brillantes términos:
           
            Ese es el Ángel que fue bastante orgulloso para creerse Dios; bastante valiente para comprar su independencia al precio del sufrimiento y de las torturas eternas; bastante hermoso para adorarse a sí mismo en plena luz divina; bastante fuerte para reinar todavía en las tinieblas en medio de agonías, y para haberse construido un trono de su pira inextinguible. Es el Satán de Milton republicano y herético... el príncipe de la anarquía, servido por una jerarquía de puros espíritus (!!) (3).

            Esta descripción (que tan ingeniosamente reconcilia el dogma teológico y la alegoría kabalística, y que hasta llega a introducir un cumplimiento cortés en su fraseología) es, si se lee en su verdadero espíritu, perfectamente exacta.
            Sí, ciertamente; es éste el más grande de los ideales; este símbolo, siempre vivo (más aún, esta apoteosis), del propio sacrificio por la independencia intelectual de la humanidad; esta siempre activa Energía protestando contra la Inercia Estática; es el principio cuya afirmación de Sí se considera un crimen odioso al Pensamiento a la Luz del Conocimiento. Según dice Eliphas Lévi con justicia e ironía sin igual:

             Este supuesto héroe de las eternidades tenebrosas, a quien calumniosamente se inculpa de fealdad, es adornado con cuernos y garras que sentarían mucho mejor a su implacable verdugo (4).
             Es el que fue finalmente transformado en una Serpiente, el Dragón Rojo. Pero Eliphas Lévi era todavía demasiado obediente a las autoridades católicas romanas, y puede añadirse que demasiado jesuítico, para confesar que este Demonio era la humanidad, y que nunca existió en la Tierra fuera de esa humanidad (5).
            En este punto, la Teología Cristiana, aunque siguiendo servilmente los pasos del Paganismo, no ha hecho más que continuar siendo fiel a su conducta tradicional. Tenía que aislarse y que afirmar su autoridad. Por tanto, no podía hacer otra cosa mejor que convertir a cada Deidad pagana en un Demonio. Todo brillante Dios-Sol de la antigüedad, Deidad gloriosa durnte el día, y su propio contrario y adversario por la noche, llamado el Dragón de la Sabiduría, por suponerse que encerraba los gérmenes de la noche y del día, han sido ahora convertidos en la Sombra antitética de Dios, y se han transformado en Satán por la sola autoridad sin fundamento del despótico dogma humano. Después de lo cual, todos estos productores de luz y, sombra, todos los Dioses solares y lunares han sido maldecidos; y el Dios uno escogido entre los muchos, y Satán, han sido ambos antropomorfizados. Pero la Teología parece haber olvidado la facultad humana de discernir y analizar, por último, todo lo que artificialmente se le obliga a reverenciar. La historia muestra que en todas las razas y hasta tribus, especialmente en las naciones semíticas, hay el impulso natural de exaltar a su propia deidad de tribu sobre todas las demás, a la hegemonía de los Dioses; y ella prueba que el Dios de los israelitas no era más que uno de estos Dioses de tribu, aun cuando la Iglesia Cristiana, siguiendo la orientación del pueblo “escogido”, tiene a bien imponer la adoración de esa deidad particular y anatematizar a todas las demás. Ya fuese en su origen una confusión consciente o inconsciente, lo es de todos modos. Jehovah ha sido siempre en la antigüedad sólo un Dios “entre” otros “Dioses” (6). El Señor se aparece a Abraham, y al decir: “Yo soy el Dios Todopoderoso”, añade: sin embargo, “yo estableceré mi alianza... para ser un Dios para ti” (Abraham; y para su semilla después de él (7), pero no para los arios europeos.
            Pero luego vino la figura grandiosa e ideal de Jesús de Nazareth que tenía que ser colocada sobre un fondo obscuro, para ganar en brillantez por el contraste; y uno más obscuro no podía la Iglesia inventar. Faltándole la simbología del Antiguo Testamento, ignorando la verdadera connotación del nombre de Jehovah -el nombre sustituto secreto rabínico del Nombre Inefable e Impronunciable-, la Iglesia confundió la sombra astutamente fabricada, con la realidad, el símbolo generador antropomorfizado, con la Realidad una Sin segundo, la Causa de Todo por siempre Incognoscible. Como consecuencia lógica la Iglesia tuvo que inventar, para fines de dualidad, un Demonio antropomórfico, creado, según ella enseña, por Dios mismo. Satán se convierte ahora en el monstruo fabricado por el Jehovah-Frankestein -maldición de su padre y espina clavada en el costado divino, monstruo como ningún Frankestein terrestre hubiera podido fabricar más ridículo.
            El autor de New Aspects of Life describe al Dios judío con gran exactitud desde el punto de vista kabalístico, como:

            el Espíritu de la Tierra que se reveló a los judíos como Jehovah (8). (Ese Espíritu fue también quien, después de la muerte de Jesús), tomó su forma y lo personificó como el Cristo resucitado,

doctrina de Corinto y de varias sectas gnósticas, con pequeñas variaciones, como puede verse. Pero las explicaciones y deducciones del autor son notables:

             Nadie sabía... mejor que Moisés... ni tan bien como él, cuán grande era el poder de aquellos (Dioses de Egipto) con cuyos sacerdotes había contendido... los Dioses de quienes se pretende que Jehovah es el Dios (sólo por los judíos).

            El autor pregunta:

            ¿Qué eran esos dioses, esos Achar de quienes se pretende que Jehovah, el Achad, es el Dios... por dominarlos?
            A lo cual contesta nuestro Ocultismo: Aquellos que la Iglesia llama ahora los Ángeles Caídos y colectivamente Satanás, el Dragón, dominados, si hemos de aceptar su dictado, por Miguel y su Hueste, siendo este Miguel simplemente Jehovah mismo, todo lo más uno de los Espíritus subordinados. Por tanto, el autor tiene también razón cuando dice:

            Los griegos creían en la existencia de... demonios.  Pero... los hebreos se les habían anticipado, pues sostenían que había una clase de espíritus personificadores, los cuales designaban como demonios “personificadores”... Admitiendo con Jehovah, que expresamente lo asegura, la existencia de otros dioses que... eran personificaciones del Dios Uno, ¿eran estos dioses simplemente una clase más elevada de espíritus personificadores... que habían adquirido y ejercido grandes poderes? ¿Y no es la personificación la clave del misterio del estado de espíritu? Pero una vez aceptado este punto de vista, ¿cómo podemos saber que Jehovah no era un espíritu personificador, un espíritu que se llamaba a sí mismo Dios, y que de este modo se convirtió en la personificación del Dios desconocido e incognoscible? Más aún: ¿cómo podemos saber que el espíritu que a sí propio se denominaba Jehovah, al arrogarse sus atributos, no motivó así su propia designación para ser considerado como el Uno que en realidad es tan innombrable como incognoscible? (9).

            Entonces muestra el autor que “el espíritu Jehovah es un personificador” por confesión propia. Comunicó él a Moisés “que se había aparecido a los patriarcas como el Dios Shaddai” y el “Dios Helión”.

           
             Al mismo tiempo asumía el nombre de Jehovah; y basado en el aserto de esta personificación, los nombres Él, Eloah, Elohim y Shaddai, se han leído e interpretado en yuxtaposición con Jehovah como el “Señor Dios Todopoderoso”. (Luego cuando) el nombre de Jehovah se hizo inefable, se le substituyó la designación de Adonai, “Señor”, y... debido a esta substitución, fue como el “Señor”, pasó del judaísmo, al “Verbo” y Mundo Cristiano como una  designación de Dios (10).

            Y ¿cómo podemos saber, puede el autor añadir, que Jehovah no era muchos espíritus que personificaban aún a aquél, uno al parecer -Jod o Jod-He?
            Pero si la Iglesia Cristiana fue la primera en hacer un dogma de la existencia de Satán, fue porque, según se demuestra en Isis sin Velo, el Demonio, y el poderoso Enemigo de Dios (?!!) tenía que venir a ser la piedra angular y columna de la Iglesia. Porque, según observa con verdad un teósofo, M. Jules Baissac, en su Satan ou le Diable:

            Il fallai éviter de paraitre autoriser le dogme du double principe en faisant de ce Satan créateur une puissance réelle, et pour expliquer le mal originel, on profére contre Manes l’hypothèse d’une permission de l’unique Tout-Puissant (11).
           
             En todo caso, la elección y la norma de conducta fueron desgraciadas. O bien la personificación del Dios inferior de Abraham y de Jacob debió haberse considerado completamente distinta del “Padre” místico de Jesús; o los Ángeles “Caídos” no debieron haber sido calumniados con más ficciones.
            Todos los Dioses de los gentiles están estrechamente relacionados con Jehovah, los Elohim; pues todos ellos son Una Hueste, cuyas unidades sólo difieren en el nombre en las Enseñanzas Esotéricas. Entre los Ángeles “Obedientes” y los “Caídos”, no hay diferencia alguna, excepto en sus respectivas funciones, o más bien en la inercia de unos y la actividad de otros, con los Dhyân Chohans o Elohim, que fueron “encargados de crear”, esto es, de fabricar el mundo manifestado con el material eterno.
          

  Los kabalistas dicen que el verdadero nombre de Satán es el de Jehovah invertido; pues “Satán no es un Dios negro, sino la negación de la Deidad blanca” o la Luz de la Verdad. Dios es la Luz y Satán la Obscuridad o Sombra necesaria para exornar aquélla, sin la cual la Luz pura sería invisible e incomprensible (12). “Para los Iniciados -dice Eliphas Lévi-, el Demonio no es una persona, sino una Fuerza creadora, del Bien y del Mal”. Los Iniciados representan a esta Fuerza, que preside en la generación física, bajo la forma misteriosa del Dios Pan, o la Naturaleza; y de aquí los cuernos cascos de esta figura simbólica y mítica, así como el chivo cristiano del “Sábado de las Brujas”. También respecto de este punto, los cristianos han olvidado imprudentemente que el chivo fue asimismo la víctima elegida para la expiación de todos los pecados de Israel; que el macho cabrío era indudablemente la víctima sacrificada, el símbolo del gran misterio de la tierra, la “caída en la generación”. Sólo que los judíos hace mucho tiempo que han olvidado el verdadero significado de su héroe ridículo (para los no iniciados), sacado del drama de la vida de los Grandes Misterios establecidos por ellos en el desierto; y los cristianos jamás lo han sabido.
           

 Eliphas Lévi trata de explicar el dogma de su Iglesia por medio de paradojas y metáforas; pero muy pobre resulta su éxito, ante los muchos volúmenes escritos por piadosos demonólogos católicos romanos, bajo la aprobación y auspicios de Roma en este nuestro siglo XIX. Para el verdadero católico romano, el Demonio o Satán es una realidad; el drama desarrollado en la Luz Sideral, según el vidente de Patmos -que quizás deseaba hacer algo mejor que lo relatado en el Libro de Enoch- es un hecho tan real e histórico como cualquiera otro de las alegorías y sucesos simbólicos de la Biblia. Pero los Iniciados dan una explicación que difiere de la de Eliphas Lévi, cuyo genio y astuta inteligencia tenían que someterse a cierto convenio, que a él le fue dictado por Roma.
           
 De esta suerte, los kabalistas verdaderos y “libres” admiten que, para todos los fines de la Ciencia y Filosofía, es bastante que el profano sepa que el Gran Agente Mágico (llamado por los partidarios del Marqués de Saint Martin, los Martinistas, la Luz Astral; por los kabalistas y alquimistas de la Edad Media, la Virgen Sideral y el Mysterium Magnum, y por los Ocultistas orientales el AEther, la refleión del Âkâsha), es lo que la Iglesia llama Lucifer. Para nadie es una novedad que los escolásticos latinos han conseguido transformar el Alma Universal y el Pleroma -Vehículo de la Luz y receptáculo de todas las formas, Fuerza esparcida en todo el Universo, con sus efectos directos o indirectos- en Satán y sus obras. Pero ahora aquellos escolásticos se preparan a comunicar al profano antes mencionado, hasta los secretos aludidos por Eliphas Lévi, sin explicación adecuada alguna  a pesar de que la norma de conducta de este último, de emplear revelaciones veladas, sólo puede conducir a mayores supersticiones y errores. ¿Qué; puede, a la verdad, sacar en limpio un estudiante de Ocultismo, que sea principiante, de las siguientes sentencias altamente poéticas de Eliphas Lévi, pero tan apocalípticas como los escritos de cualquier alquimista?

          
 Lucifer (la Luz Astral)... es una fuerza intermedia que existe en toda la creación; sirve ella para crear y para destruir, y la Caída de Adán fue una intoxicación erótica que ha convertido a su generación en esclava de esta Luz fatal... toda pasión sexual que domina nuestros sentidos, es un torbellino de esta Luz que trata de arrastrarnos hacia el abismo de la muerte. La locura, las alucinaciones, las visiones, los éxtasis, son todas formas de una excitación muy peligrosa debida a este fósforo interior (?). Finalmente, la luz es de la naturaleza del fuego, cuyo uso inteligente calienta y vivifica, y cuyo exceso, por el contrario, disuelve y aniquila.
             De esta suerte el hombre está llamado a asumir un imperio soberano sobre esta Luz (Astral) conquistando con ello su inmortalidad, y al mismo tiempo está amenazado de intoxicarse, y de ser absorbido y eternamente destruido por ella.
            Esta luz, por tanto, toda vez que es devoradora, vengativa y fatal, sería así en realidad el fuego del infierno, la serpiente de la leyenda; los errores atormentadores de que está llena, las lágrimas y el rechinamiento de dientes de los seres abortados que devora, el fantasma de la vida que se les escapa, y que parece burlarse e insultar su agonía, todo esto sería el Demonio o Satán verdaderamente (13).

            En todo esto no hay nada falso; nada,  salvo una superabundancia de metáforas mal aplicadas, como, por ejemplo, en la aplicación del mito de Adán para la ilustración de los efectos astrales. Âkâsha (14), la Luz Astral, puede definirse en pocas palabras: es el Alma Universal, la Matriz del Universo, el Mysterium Magnum del cual nace todo lo que existe, por separación o diferenciación. Es la causa de la existencia; llena todo el Espacio infinito, es el Espacio mismo, en un sentido, o sus principios sexto y séptimo a la vez (15). Pero como finita en lo Infinito, en lo que a la manifestación concierne, esta Luz debe tener su aspecto sombrío, como ya se ha observado. Y como lo Infinito jamás puede ser manifestado, de aquí que el mundo finito tenga que contentarse con sólo la sombra, atraída, con sus acciones sobre la humanidad, y que los hombres atraen y ponen en actividad. De modo que al paso que la Luz Astral es la Causa Universal en su unidad no manifestada e infinita, se convierte, respecto de la humanidad, simplemente en los efectos de las causas producidas por los hombres en sus vidas pecadoras. No son sus brillantes moradores -ya se llamen Espíritus de la Luz o de las Tinieblas- los que producen el Bien y el Mal, sino que la humanidad misma es la que determina la inevitable acción y reacción del Gran Agente Mágico. La humanidad es la que se ha convertido en la “Serpiente del Génesis”, causando así diariamente y a cada hora la Caída y el Pecado de la “Virgen Celestial”, la cual se convierte de este modo en Madre de Dioses y de Demonios a un mismo tiempo; pues ella es la Deidad siempre amante, y benéfica, para todos los que conmueven su Alma y su Corazón, en lugar de atraer hacia sí su esencia sombría manifestada, llamada por Eliphas Lévi “la luz fatal” que mata y destruye. La humanidad, en sus unidades, puede exceder y dominar sus efectos, pero tan sólo por la santidad de vida y produciendo buenas causas. Tiene ella poder únicamente sobre los principios inferiores manifestados, sombra de la Deidad Desconocida e Incognoscible en el Espacio. Pero en antigüedad y realidad, Lucifer o Luciferus es el nombre de la Entidad Angélica que preside sobre la Luz de la Verdad como sobre la luz del día.

 En el gran Evangelio Valentiniano Pistis Sophia se enseña que de los tres Poderes que emanan de los Santos Nombres de los tres Poderes Triples, el de Sophia (el Espíritu Santo, según estos gnósticos, los más instruidos de todos) reside en el planeta Venus o Lucifer.
            

De esta suerte, para el profano, la Luz Astral puede ser Dios y Demonio a la vez -Demont est Deus inversus-, lo que es como decir que en cada punto, en el Espacio Infinito, palpitan las corrientes magnéticas y eléctricas de la Naturaleza animada, las ondas productoras de la vida y de la muerte, pues la muerte en la tierra se convierte en vida en otro plano. Lucifer es la Luz divina y terrestre, el “Espíritu Santo” y “Satán” de una pieza y al mismo tiempo el Espacio visible verdaderamente lleno invisiblemente con el Aliento diferenciado; y la Luz Astral, los efectos manifestados de los dos que son uno, guiada y atraída por nosotros mismos, es el Karma de la Humanidad, entidad a la vez personal e impersonal: personal, porque es el nombre místico dado por Saint Martin a la Hueste de Creadores Divinos, Guías y Regentes de este Planeta; impersonal, como Causa y Efecto de la Vida y Muerte Universales.
            La Caída fue el resultado del conocimiento del hombre, pues sus “ojos fueron abiertos”. Verdaderamente, le fue enseñada la Sabiduría y el Conocimiento Oculto por el “Ángel Caído”; pues este último se ha convertido desde entonces en su Manas, la Mente y la Propia Conciencia. En cada uno de nosotros existe, desde el principio de nuestra aparición en esta Tierra, el dorado hilo de la Vida continua, periódicamente dividida en ciclos pasivos y activos, de existencia sensible en esta Tierra, y suprasensible en el Devachán. Es el Sûtrâtmâ, el hilo luminoso de la Mónada impersonal inmortal, en el cual se engarzan, como otras tantas cuentas, nuestras “vidas” terrestres o Egos transitorios, según una hermosa expresión de la Filosofía Vedantina.
           

 Y ahora queda probado que Satán, o el Dragón Ígneo Rojo, el “Señor del Fósforo” -el azufre fue un progreso teológico- y Lucifer, o el “Portador de Luz”, está en nosotros: es nuestra Mente, nuestro Tentador y nuestro Redentor, nuestro Libertador inteligente y Salvador de la pura animalidad. Sin este principio -emanación de la esencia misma del principio puro divino Mahât (la Inteligencia) que irradia directamente de la Mente Divina- no seríamos seguramente más que animales. El primer hombre Adán, sólo fue hecho alma viviente (Nephesh), el último Adán fue hecho espíritu acelerador (16), dice Pablo, refiriéndose a la construcción o creación del hombre. Sin este espíritu acelerador, mente humana  o alma, no habría diferencia entre el hombre y el bruto; como no la hay, de hecho, entre los animales respecto de sus acciones. el tigre y el asno, el milano y la paloma, son tan inocentes y puros uno como otros, por ser irresponsables. Cada uno sigue su instinto: el tigre y el milano matan con la misma indiferencia con que el asno come un cardo o la paloma picotea un grano de trigo. Si la Caída tuviese la significación que le asigna la Teología; si esa Caída ocurrió como resultado de un acto que la Naturaleza nunca se propuso, un pecado, entonces ¿cuál es el caso de los animales? Si se nos dice que procrean sus especies en consecuencia de aquel mismo “pecado original”, por el cual Dios maldijo a la Tierra, y por tanto, todo lo que en ella vive, presentaremos otra pregunta. La Teología nos dice, y también la Ciencia, que el animal apareció en la Tierra mucho antes que el hombre; y preguntamos a la primera: ¿Cómo fue que procrearon sus especies, antes de que el Fruto del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal hubiese sido cogido? Según se ha dicho ya:

            Los “cristianos”, mucho menos inteligentes que el gran Místico y Libertador cuyo nombre tomaron, cuyas doctrinas no entendieron y desfiguraron, y cuya memoria han ennegrecido con sus actos, tomaron al Jehovah judío tal cual era, y por supuesto se esforzaron en vano en conciliar el “Evangelio de la Luz y de la Libertad” con la Deidad de las Tinieblas y de la Sumisión (17).

            Pero ya se ha probado suficientemente ahora que todos los soi-disant malos Espíritus, a quienes se atribuye haber combatido contra los Dioses, son idénticos como personalidades; y que, además, todas las religiones antiguas enseñaron la misma doctrina, excepto la conclusión  final, que difiere de la cristiana. Los siete Dioses primordiales tenían todos un estado doble, uno esencial, el otro accidental.  En su estado esencial todos  eran los Constructores o Modeladores, los Preservadores y Regentes de este Mundo; y en el estado accidental, revistiéndose de corporeidad visible, descendían a la Tierra y reinaban en ella como Reyes e Instructores de las Huestes inferiores, que habían encarnado nuevamente en ella como hombres.
            Así, pues, la Filosofía Esotérica muestra que el hombre es la verdadera deidad manifestada en sus dos aspectos -bueno y malo, el bien y el mal-, pero la Teología no puede admitir esta verdad filosófica. Enseñando, como lo hace el dogma de los Ángeles Caídos en el sentido de la letra muerta, y habiendo convertido a Satán en la piedra angular del dogma de la redención, el hacer otra cosa sería un suicidio. Una vez que han mostrado a los Ángeles rebeldes distintos de Dios y del Logos, en sus personalidaes, el admitir que la caída de los Espíritus desobedientes significa sencillamente su caída en la generación y en la mateia, equivaldría a decir que Satán y Dios son idénticos. Pues dado que el Logos, o Dios, es el agregado de aquella Hueste, en un tiempo divina, acusada de haber caído, por modo natural se seguiría que el Logos y Satán son uno.
            Sin embargo, tal era la verdadera opinión filosófica en la antigüedad, de esta doctrina ahora desfigurada. El Verbo, o “Hijo”, era mostrado bajo un aspecto doble por los gnósticos paganos; era, de hecho, una dualidad en completa unidad. De aquí las versiones nacionales interminables. Los griegos tenían a Júpiter, hijo de Cronos, el Padre, que le precipita en las profundidades del Kosmos. Los arios tenían a Brahmâ (en la teología  última), precipitado por Shiva en el Abismo de las Tinieblas, etc. Pero la Caída de todos estos Logos y Demiurgos de su posición exaltada primitiva, contenía en todos los casos una misma significación  esotérica: la Maldición, en su sentido filosófico, de encarnarse en esta Tierra; peldaño inevitable en la Escala de la Evolución Cósmica, Ley Kármica altamente filosófica y apropiada, sin la cual la presencia del Mal en la Tierra hubiera permanecido por siempre un misterio cerrado a la comprensión de la verdadera filosofía. El decir, como hace el autor de Esprits Tombés des Païens, que puesto que:
            Al Cristianismo se le apoya en dos columnas, la del mal, y la del bien; en dos fuerzas, en una palabra; de ahí que, si se suprime el castigo de las fuerzas malas, la misión protectora de los poderes buenos no tendría ni valor ni sentido.

es expresar  el absurdo más antifilosófico. Si él es apropiado al dogma cristiano y lo explica, en cambio obscureece los hechos y las verdades de la Sabiduría primitiva de las edades. Las prudentes alusiones de Pablo tienen todas el significado verdadero esotérico, y fueron necesarios siglos de casuística escolástica para darles el falso colorido de las actuales interpretaciones. El Verbo y Lucifer son uno en su apecto dual; y el “Príncipe del Aire” (princeps aeris hujus) no es el “Dios de aquella época”, sino un principio imperecedero. Cuando se dijo que este último estaba siempre dando vueltas alrededor del mundo (qui cirumambulat terram), el gran apóstol se refería sencillamente a los ciclos incesantes de las encarnaciones humanas, en las cuales predominará el mal hasta el día en que la Humanidad sea redimida por la verdadera Iluminación divina que da la exacta percepción de las cosas.
            Es fácil desfigurar expresiones vagas escritas en lenguas muertas y largo tiempo ha olvidadas, y presentarlas mañosamente a las masas ignorantes como verdades y hechos revelados. La identidad del pensamiento y del significado es lo primero que choca al hombre estudioso en todas las religiones que mencionan la tradición de los Espíritus Caídos, y en esas grandes religiones no hay una que deje de mencionarla y de describirla en una forma o en otra. Así, Hoang-ty, el gran Espíritu, ve a sus Hijos, que habían adquirido sabiduría activa,  caer en el Valle del Dolor. Su jefe, el DRAGÓN VOLADOR, habiendo bebido de la Ambrosía prohibida, cayó  en la Tierra con su Hueste (Reyes). En el Zend Avesta, Angra Mainyu (Ahriman), rodeándose de Fuego (las “Llamas” de las Estancias), trata de conquistar los Cielos (18), cuando Ahura Mazda, descendiendo del Cielo sólido en que habita, para ayudar a los Cielos que giran (en el tiempo y el espacio, los mundos manifestados de ciclos, inclusive los de encarnación) y a los Amshaspends, los “siete Sravah brillantes”, acompañados de sus estrellas, lucha con Ahriman, y los Devas vencidos caen en la Tierra juntamente con él (19). En el Vendidâd los Daêvas son llamados “malhechores”, y se les muestra precipitándose “en las profundidades del... mundo del infierno”, o la Materia (20). Ésta es una alegoría que muestra a los Devas obligados a encarnar, una vez que se separaron de su esencia Padre, o, en otras palabras, después que la Unidad se convirtió en múltiple, después de la diferenciación y manifestación.
          

  Tifón, el Pitón egipcio, los Titanes, los Suras y Asuras, todos pertenecen a la misma leyenda de Espíritus poblando la Tierra. No son ellos “Demonios encargados de crear y organizar este universo visible”, sino los Modeladores o “Arquitectos” de los Mundos, y los Progenitores del Hombre. Son los Ángeles Caídos metafóricamente, los “espejos verdaderos” de la ”Sabiduría Eterna”.
            ¿Cuál es toda la verdad, así como el significado esotérico, acerca de este mito universal? Toda la esencia de la verdad no puede transmitirse de la boca al oído. Ni tampoco puede la pluma describirla, ni aun la del Ángel Registrador, a menos que se encuentre la contestación en el santuario del propio corazón, en las profundidades más recónditas de la intuición divina. Es el SÉPTIMO gran MISTERIO de la Creación, el primero y el último; y los que lean el Apocalipsis de San Juan pueden encontrar su sombra oculta bajo el séptimo sello. Puede ser representada sólo en su forma aparente, objetiva, como el eterno enigma de la Esfinge. Si la Esfinge se arrojó al mar y pereció, no fue porque Edipo hubiese descifrado el secreto de las edades, sino porque, por antropomorfizar lo eternamente espiritual y subjetivo, había deshonrado la por siempre gran verdad. Por tanto, nosotros sólo podemos darla desde sus planos filosófico e intelectual, abiertos respectivamente con tres llaves, pues las cuatro últimas de las siete que abren de par en par los portales de los Misterios de la Naturaleza están en manos de los más altos Iniciados, y no pueden divulgarse a las masas, por lo menos en este siglo.
           

 La letra muerta es en todas partes la misma. El dualismo de la religión mazdeísta nació de la interpretación exotérica. El santo Airyaman, “el dispensador de la felicidad” (21) a quien se invoca en la oración llamada Airyamaishyô, es el aspecto divino de Ahriman, “el implacable, el Daêva de los Daêvas” (22), y Angra Mainyu es el aspecto material oscuro del primero. “Guárdanos de nuestro enemigo, ¡oh, Mazda y Ârmaita Spenta” (23), como oración e invocación tiene el mismo significado que “No me hagas caer en la tentación”, y la dirige el hombre al terrible espíritu de la dualidad en el hombre mismo. Pues Ahura Mazda es el Hombre Espiritual, Divino y Purificado; y Ârmaita Spenta, el Espíritu de la Tierra o materialidad, es, en un sentido, lo mismo que Ahriman o Angra Mainyu.
            Toda la literatura magiana o mazdeísta (o lo que queda de ella) es mágica, oculta; y por tanto, alegórica y simbólica hasta en su “misterio de la ley” (24). Ahora bien; el Mobed y el Parsi fijan su vista en el Baresma durante el sacrificio -el vástago divino del “Árbol” de Ormuzd que fue transformado en un manojo de varillas metálicas- y se admiran de que ni el Amesha Spentas, ni “el elevado y hermoso, dorado Haomas; ni siquiera su Vohu-Manó (los buenos pensamientos), ni su Râta (la ofrenda del sacrificio)”, les ayuden mucho. Que mediten sobre el “Árbol de la Sabiduría”, y se asimilen por el estudio, uno por uno, sus frutos. El camino del Árbol de la Vida Eterna, el blanco Haoma, el Gaokerena, va desde un extremo de la Tierra al otro; y Haoma está en el Cielo así como en la Tierra. Pero para ser otra vez su sacerdote, y un “sanador”, el hombre tiene que sanarse a sí mismo, pues esto tiene que hacerse antes de que pueda curar a otros.
          

  Esto es una prueba más de que para poder tratar de los llamados “mitos”, por lo menos con alguna justicia, hay que examinarlos atentamente bajo todos sus aspectos. Verdaderamente, cada una de las siete Claves tiene que aplicarse debidamente, sin mezclarla nunca con las otras, si se quiere descorrer el velo de todo el ciclo de misterios. En nuestros días de lúgubre Materialismo, destructor de almas, los antiguos Sacerdotes-Iniciados se han convertido, en opinión de nuestras sabias generaciones, en sinónimo de hábiles impostores, que encienden el fuego de la superstición, a fin de obtener un dominio más fácil sobre las mentes humanas. Ésta es una calumnia sin fundamento, nacida del escepticismo y de pensamientos no caritativos. Nadie ha creído tanto como ellos en los Dioses, o según podemos llamarlos, los Poderes espirituales y ahora invisible, o Espíritus, los Nóumenos de los fenómenos; y creían simplemente porque sabían. Y aun cuando después de ser iniciados en los misterios de la naturaleza, se veían obligados a ocultar sus conocimientos de los profanos, que hubieran seguramente abusado de ellos, semejante secreto era indudablemente menos peligroso que la conducta observada por sus usurpadores y sucesores. Los primeros sólo enseñaban lo que sabían bien; los últimos, al enseñar lo que no saben, han inventado como seguro refugio de su ignorancia, una Deidad celosa y cruel, que prohibe al hombre inquirir sus misterios bajo la pena de condenación; y han hecho bien, porque sus misterios, cuando más, sólo pueden indicarse a oyentes condescendientes, y nunca describirse. Léase Gnósticos and their Remains, de King, y véase lo que era la primitiva Arca de la Alianza, según el autor, el cual dice:

            Hay una tradición rabínica... de que los Querubines colocados sobre ella estaban representados como macho y hembra, en el momento de la cópula, a fin de expresar la gran doctrina de la Esencia de la Forma y de la Materia, los dos principios de todas las cosas. Cuando los caldeos penetraron violentamente en el Santuario y contemplaron este sorprendente emblema, exclamaron con justicia: “¿Es éste vuestro Dios, cuyo amor por la pureza tanto ponderáis?” (25).

            King piensa que esta tradición “tiene demasiado sabor a filosofía alejandrina para merecer crédito alguno”, de lo cual dudamos. La figura y forma de las alas de los dos Querubines que se hallan a derecha e izquierda del Arca, alas que se juntan sobre el “Santuario de los Santuarios”, son un emblema completamente elocuente por sí, sin hablar del “santo” Job dentro del Arca. El Misterio de Agathodaemon, cuya leyenda declara: “Yo soy Chnumis, Sol del Universo, 700”, puede sólo resolver el misterio de Jesús, el número de cuyo nombre es “888”. No es la llave de San Pedro, o el dogma de la Iglesia, sino el Narthex (la Vara del Candidato a la Iniciación), la que tiene que arrancarse a la Esfinge de las edades por tanto tiempo silenciosa. Mientras tanto:

            Los auguros que, al encontrarse, tienen que morderse los labios para no soltar la carcajada, puede que sean más numerosos en nuestra época que lo fueron en los días de Sila.

H.P Blavatsky  D.S T IV

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