El asunto no está aún
agotado, y tiene que ser examinado bajo otros aspectos.
Que la grandiosa descripción de Milton de la Batalla de tres días entre los Ángeles de Luz y los de
las Tinieblas justifique la sospecha de que haya tenido conocimiento de la
tradición oriental correspondiente, es lo que no es posible asegurar. Sin
embargo, si él mismo no estuvo en relación con algún místico, entonces debió de
haber sido por medio de alguien que tuviera acceso a las obras secretas del
Vaticano. Entre éstas hay una tradición referente a los “Beni Shamash”, los
“Hijos del Sol”, que se relaciona con la alegoría oriental, y da detalles mucho
más minuciosos en su triple versión,
que los que pueden obtenerse, ya sea del
Libro de Enoch o del mucho más
reciente Apocalipsis de San Juan, con
referencia al “Antiguo Dragón” y sus diversos Matadores, como se ha demostrado
antes.
Es
inexplicable que aun hoy haya escritores pertenecientes a sociedades místicas
que continúen todavía en sus dudas preconcebidas acerca de la “supuesta”
antigüedad del Libro de Enoch. Así al
paso que el autor de Sacred Mysteries
among the Mayas and Quiches se inclina a ver en Enoch un iniciado
convertido al Cristianismo (!!) (1), el compilador inglés de las obras de
Eliphas Lévi, The Mysteries of Magic,
es también de opinión semejante. Dice él que:
Fuera del Dr. Kenealy, ningún erudito moderno atribuye
a esta obra (el Libro de Enoch) una
antigüedad más remota que el siglo IV antes de Cristo (2).
La erudición moderna se
ha hecho culpable de errores aún peores que éste. Parece que fue ayer cuando
los más grandes críticos literarios
de Europa negaron la autenticidad misma de esa obra, juntamente con los Himnos
de Orfeo y hasta con el Libro de Hermes o Thoth, hasta que se encontraron
versículos enteros de este último en monumentos egipcios y en tumbas de las
primeras dinastías. En otra parte citamos la opinión del Arzobispo Laurence.
El “Antiguo Dragón” y Satán, que tanto solos
como colectivamente se han convertido ahora en símbolos y término teológico de
los “Ángeles Caídos”, no se hallan así descritos ni en la Kabalah original (el Libro de los Números Caldeo) ni en la moderna. Pues el más sabio,
si no el más grande de los kabalistas modernos, a saber, Eliphas Lévi, describe
a Satán en los siguientes brillantes términos:
Ese es el Ángel que fue
bastante orgulloso para creerse Dios; bastante valiente para comprar su
independencia al precio del sufrimiento y de las torturas eternas; bastante
hermoso para adorarse a sí mismo en plena luz divina; bastante fuerte para
reinar todavía en las tinieblas en medio de agonías, y para haberse construido
un trono de su pira inextinguible. Es el Satán de Milton republicano y
herético... el príncipe de la anarquía, servido por una jerarquía de puros
espíritus (!!) (3).
Esta descripción (que
tan ingeniosamente reconcilia el dogma teológico y la alegoría kabalística, y
que hasta llega a introducir un cumplimiento cortés en su fraseología) es, si
se lee en su verdadero espíritu, perfectamente exacta.
Sí, ciertamente; es
éste el más grande de los ideales; este símbolo, siempre vivo (más aún, esta
apoteosis), del propio sacrificio por la independencia intelectual de la
humanidad; esta siempre activa Energía protestando contra la Inercia Estática;
es el principio cuya afirmación de Sí se considera un crimen odioso al
Pensamiento a la Luz del Conocimiento.
Según dice Eliphas Lévi con justicia e ironía sin igual:
Este supuesto héroe de las eternidades
tenebrosas, a quien calumniosamente se inculpa de fealdad, es adornado con
cuernos y garras que sentarían mucho mejor a su implacable verdugo (4).
Es el que fue finalmente transformado en una
Serpiente, el Dragón Rojo. Pero Eliphas Lévi era todavía demasiado obediente a
las autoridades católicas romanas, y puede añadirse que demasiado jesuítico,
para confesar que este Demonio era la humanidad, y que nunca existió en la
Tierra fuera de esa humanidad (5).
En este punto, la
Teología Cristiana, aunque siguiendo servilmente los pasos del Paganismo, no ha
hecho más que continuar siendo fiel a su conducta tradicional. Tenía que
aislarse y que afirmar su autoridad. Por tanto, no podía hacer otra cosa mejor
que convertir a cada Deidad pagana en un Demonio. Todo brillante Dios-Sol de la
antigüedad, Deidad gloriosa durnte el día, y su propio contrario y adversario
por la noche, llamado el Dragón de la Sabiduría, por suponerse que encerraba
los gérmenes de la noche y del día, han sido ahora convertidos en la Sombra
antitética de Dios, y se han transformado en Satán por la sola autoridad sin
fundamento del despótico dogma humano. Después de lo cual, todos estos
productores de luz y, sombra, todos los Dioses solares y lunares han sido
maldecidos; y el Dios uno escogido entre los muchos, y Satán, han sido ambos
antropomorfizados. Pero la Teología parece haber olvidado la facultad humana de
discernir y analizar, por último, todo lo que artificialmente se le obliga a
reverenciar. La historia muestra que en todas las razas y hasta tribus,
especialmente en las naciones semíticas, hay el impulso natural de exaltar a su
propia deidad de tribu sobre todas las demás, a la hegemonía de los Dioses; y
ella prueba que el Dios de los israelitas no era más que uno de estos Dioses de tribu, aun cuando la Iglesia
Cristiana, siguiendo la orientación del pueblo “escogido”, tiene a bien imponer
la adoración de esa deidad particular y anatematizar a todas las demás. Ya
fuese en su origen una confusión consciente o inconsciente, lo es de todos modos. Jehovah ha sido
siempre en la antigüedad sólo un Dios “entre” otros “Dioses” (6). El Señor se aparece a Abraham, y al decir:
“Yo soy el Dios Todopoderoso”, añade:
sin embargo, “yo estableceré mi alianza... para ser un Dios para ti” (Abraham; y para su semilla después de él (7), pero no para los arios europeos.
Pero luego vino la
figura grandiosa e ideal de Jesús de Nazareth que tenía que ser colocada sobre
un fondo obscuro, para ganar en brillantez por el contraste; y uno más obscuro no podía la Iglesia
inventar. Faltándole la simbología del Antiguo
Testamento, ignorando la verdadera connotación del nombre de Jehovah -el
nombre sustituto secreto rabínico del Nombre Inefable e Impronunciable-, la
Iglesia confundió la sombra astutamente fabricada, con la realidad, el símbolo generador antropomorfizado, con la
Realidad una Sin segundo, la Causa de Todo por siempre Incognoscible. Como
consecuencia lógica la Iglesia tuvo que inventar, para fines de dualidad, un
Demonio antropomórfico, creado, según ella enseña, por Dios mismo. Satán se
convierte ahora en el monstruo fabricado por el Jehovah-Frankestein -maldición
de su padre y espina clavada en el costado divino, monstruo como ningún
Frankestein terrestre hubiera podido fabricar más ridículo.
El autor de New Aspects of Life describe al Dios
judío con gran exactitud desde el punto de vista kabalístico, como:
el Espíritu de la
Tierra que se reveló a los judíos como Jehovah (8). (Ese Espíritu fue también
quien, después de la muerte de Jesús), tomó su forma y lo personificó como el
Cristo resucitado,
doctrina de Corinto y de varias sectas gnósticas, con pequeñas
variaciones, como puede verse. Pero las explicaciones y deducciones del autor
son notables:
Nadie sabía... mejor que Moisés... ni tan bien
como él, cuán grande era el poder de aquellos (Dioses de Egipto) con cuyos
sacerdotes había contendido... los Dioses de quienes se pretende que Jehovah es
el Dios (sólo por los judíos).
El autor pregunta:
¿Qué
eran esos dioses, esos Achar de quienes se pretende que Jehovah, el Achad, es
el Dios... por dominarlos?
A lo cual contesta
nuestro Ocultismo: Aquellos que la Iglesia llama ahora los Ángeles Caídos y colectivamente Satanás,
el Dragón, dominados, si hemos de
aceptar su dictado, por Miguel y su Hueste, siendo este Miguel simplemente
Jehovah mismo, todo lo más uno de los Espíritus subordinados. Por tanto, el
autor tiene también razón cuando dice:
Los griegos creían en
la existencia de... demonios. Pero... los hebreos se les habían anticipado,
pues sostenían que había una clase de espíritus personificadores, los cuales
designaban como demonios “personificadores”...
Admitiendo con Jehovah, que expresamente lo asegura, la existencia de otros
dioses que... eran personificaciones del Dios Uno, ¿eran estos dioses
simplemente una clase más elevada de espíritus personificadores... que habían
adquirido y ejercido grandes poderes? ¿Y no es la personificación la clave del
misterio del estado de espíritu? Pero una vez aceptado este punto de vista,
¿cómo podemos saber que Jehovah no era un espíritu personificador, un espíritu
que se llamaba a sí mismo Dios, y que de este modo se convirtió en la
personificación del Dios desconocido e incognoscible? Más aún: ¿cómo podemos
saber que el espíritu que a sí propio se denominaba Jehovah, al arrogarse sus
atributos, no motivó así su propia designación para ser considerado como el Uno
que en realidad es tan innombrable como incognoscible? (9).
Entonces muestra el
autor que “el espíritu Jehovah es un
personificador” por confesión propia. Comunicó él a Moisés “que se había
aparecido a los patriarcas como el Dios Shaddai” y el “Dios Helión”.
Al mismo tiempo asumía el nombre de Jehovah; y
basado en el aserto de esta personificación, los nombres Él, Eloah, Elohim y
Shaddai, se han leído e interpretado en yuxtaposición con Jehovah como el
“Señor Dios Todopoderoso”. (Luego cuando) el nombre de Jehovah se hizo
inefable, se le substituyó la designación de Adonai, “Señor”, y... debido a
esta substitución, fue como el “Señor”, pasó del judaísmo, al “Verbo” y Mundo
Cristiano como una designación de Dios
(10).
Y
¿cómo podemos saber, puede el autor añadir, que Jehovah no era muchos espíritus
que personificaban aún a aquél, uno al parecer -Jod o Jod-He?
Pero si la Iglesia
Cristiana fue la primera en hacer un dogma de la existencia de Satán, fue
porque, según se demuestra en Isis sin
Velo, el Demonio, y el poderoso Enemigo de Dios (?!!) tenía que venir a ser
la piedra angular y columna de la Iglesia. Porque, según observa con verdad un
teósofo, M. Jules Baissac, en su Satan ou
le Diable:
Il fallai éviter de
paraitre autoriser le dogme du double principe en faisant de ce Satan créateur
une puissance réelle, et pour expliquer le mal originel, on profére contre
Manes l’hypothèse d’une permission de l’unique Tout-Puissant (11).
En todo caso, la elección y la norma de
conducta fueron desgraciadas. O bien la personificación del Dios inferior de
Abraham y de Jacob debió haberse considerado completamente distinta del “Padre”
místico de Jesús; o los Ángeles “Caídos” no debieron haber sido calumniados con
más ficciones.
Todos los Dioses de los
gentiles están estrechamente relacionados con Jehovah, los Elohim; pues todos
ellos son Una Hueste, cuyas unidades sólo difieren en el nombre en las
Enseñanzas Esotéricas. Entre los Ángeles “Obedientes” y los “Caídos”, no hay
diferencia alguna, excepto en sus respectivas funciones, o más bien en la
inercia de unos y la actividad de otros, con los Dhyân Chohans o Elohim, que
fueron “encargados de crear”, esto es, de fabricar el mundo manifestado con el
material eterno.
Los kabalistas dicen
que el verdadero nombre de Satán es el de Jehovah invertido; pues “Satán no es
un Dios negro, sino la negación de la Deidad blanca” o la Luz de la Verdad.
Dios es la Luz y Satán la Obscuridad o Sombra
necesaria para exornar aquélla, sin la cual la Luz pura sería invisible e
incomprensible (12). “Para los Iniciados -dice Eliphas Lévi-, el Demonio no es
una persona, sino una Fuerza creadora, del Bien y del Mal”. Los Iniciados
representan a esta Fuerza, que preside en la generación física, bajo la forma
misteriosa del Dios Pan, o la Naturaleza; y de aquí los cuernos cascos de esta
figura simbólica y mítica, así como el chivo
cristiano del “Sábado de las Brujas”. También respecto de este punto, los
cristianos han olvidado imprudentemente que el chivo fue asimismo la víctima
elegida para la expiación de todos los pecados de Israel; que el macho cabrío era indudablemente la
víctima sacrificada, el símbolo del gran misterio de la tierra, la “caída en la
generación”. Sólo que los judíos hace mucho tiempo que han olvidado el
verdadero significado de su héroe ridículo (para los no iniciados), sacado del
drama de la vida de los Grandes Misterios establecidos por ellos en el
desierto; y los cristianos jamás lo han sabido.
Eliphas Lévi trata de
explicar el dogma de su Iglesia por medio de paradojas y metáforas; pero muy
pobre resulta su éxito, ante los muchos volúmenes escritos por piadosos
demonólogos católicos romanos, bajo la aprobación y auspicios de Roma en este
nuestro siglo XIX. Para el verdadero católico romano, el Demonio o Satán es una
realidad; el drama desarrollado en la
Luz Sideral, según el vidente de Patmos -que quizás deseaba hacer algo mejor
que lo relatado en el Libro de Enoch-
es un hecho tan real e histórico como cualquiera otro de las alegorías y
sucesos simbólicos de la Biblia. Pero los Iniciados dan una explicación que difiere
de la de Eliphas Lévi, cuyo genio y astuta inteligencia tenían que someterse a
cierto convenio, que a él le fue dictado por Roma.
De esta suerte, los
kabalistas verdaderos y “libres” admiten que, para todos los fines de la
Ciencia y Filosofía, es bastante que el profano sepa que el Gran Agente Mágico
(llamado por los partidarios del Marqués de Saint Martin, los Martinistas, la
Luz Astral; por los kabalistas y alquimistas de la Edad Media, la Virgen
Sideral y el Mysterium Magnum, y por
los Ocultistas orientales el AEther, la refleión del Âkâsha), es lo que la
Iglesia llama Lucifer. Para nadie es una novedad que los escolásticos latinos
han conseguido transformar el Alma Universal y el Pleroma -Vehículo de la Luz y receptáculo de todas las formas, Fuerza
esparcida en todo el Universo, con sus efectos directos o indirectos- en Satán
y sus obras. Pero ahora aquellos escolásticos se preparan a comunicar al
profano antes mencionado, hasta los secretos aludidos por Eliphas Lévi, sin explicación adecuada alguna a pesar de que la norma de conducta de este
último, de emplear revelaciones veladas, sólo puede conducir a mayores
supersticiones y errores. ¿Qué; puede, a la verdad, sacar en limpio un
estudiante de Ocultismo, que sea principiante, de las siguientes sentencias
altamente poéticas de Eliphas Lévi, pero tan apocalípticas como los escritos de
cualquier alquimista?
Lucifer (la Luz
Astral)... es una fuerza intermedia que existe en toda la creación; sirve ella
para crear y para destruir, y la Caída de Adán fue una intoxicación erótica que
ha convertido a su generación en esclava de esta Luz fatal... toda pasión
sexual que domina nuestros sentidos, es un torbellino de esta Luz que trata de
arrastrarnos hacia el abismo de la muerte. La locura, las alucinaciones, las
visiones, los éxtasis, son todas formas de una excitación muy peligrosa debida
a este fósforo interior (?).
Finalmente, la luz es de la naturaleza del fuego, cuyo uso inteligente calienta
y vivifica, y cuyo exceso, por el contrario, disuelve y aniquila.
De esta suerte el hombre está llamado a asumir
un imperio soberano sobre esta Luz (Astral) conquistando con ello su
inmortalidad, y al mismo tiempo está amenazado de intoxicarse, y de ser
absorbido y eternamente destruido por ella.
Esta luz, por tanto,
toda vez que es devoradora, vengativa y fatal, sería así en realidad el fuego
del infierno, la serpiente de la leyenda; los errores atormentadores de que
está llena, las lágrimas y el rechinamiento de dientes de los seres abortados
que devora, el fantasma de la vida que se les escapa, y que parece burlarse e
insultar su agonía, todo esto sería el Demonio o Satán verdaderamente (13).
En todo esto no hay
nada falso; nada, salvo una superabundancia de metáforas mal
aplicadas, como, por ejemplo, en la aplicación del mito de Adán para la
ilustración de los efectos astrales. Âkâsha (14), la Luz Astral, puede
definirse en pocas palabras: es el Alma Universal, la Matriz del Universo, el
Mysterium Magnum del cual nace todo lo que existe, por separación o diferenciación. Es la causa de la
existencia; llena todo el Espacio infinito, es
el Espacio mismo, en un sentido, o sus principios sexto y séptimo a la vez (15). Pero como finita en lo Infinito, en
lo que a la manifestación concierne, esta Luz debe tener su aspecto sombrío,
como ya se ha observado. Y como lo Infinito jamás puede ser manifestado, de
aquí que el mundo finito tenga que contentarse con sólo la sombra, atraída, con sus acciones sobre la humanidad, y que
los hombres atraen y ponen en actividad.
De modo que al paso que la Luz Astral es la Causa Universal en su unidad no
manifestada e infinita, se convierte, respecto de la humanidad, simplemente en
los efectos de las causas producidas por los hombres en sus vidas pecadoras. No
son sus brillantes moradores -ya se llamen Espíritus de la Luz o de las
Tinieblas- los que producen el Bien y el Mal, sino que la humanidad misma es la
que determina la inevitable acción y reacción del Gran Agente Mágico. La
humanidad es la que se ha convertido en la “Serpiente del Génesis”, causando
así diariamente y a cada hora la Caída y el Pecado de la “Virgen Celestial”, la
cual se convierte de este modo en Madre de Dioses y de Demonios a un mismo
tiempo; pues ella es la Deidad siempre amante, y benéfica, para todos los que conmueven
su Alma y su Corazón, en lugar de atraer hacia sí su esencia sombría
manifestada, llamada por Eliphas Lévi “la luz fatal” que mata y destruye. La
humanidad, en sus unidades, puede exceder y dominar sus efectos, pero tan sólo
por la santidad de vida y produciendo buenas causas. Tiene ella poder
únicamente sobre los principios
inferiores manifestados, sombra de la Deidad Desconocida e Incognoscible en
el Espacio. Pero en antigüedad y realidad,
Lucifer o Luciferus es el nombre de la Entidad Angélica que preside sobre la
Luz de la Verdad como sobre la luz del día.
En el gran Evangelio Valentiniano Pistis Sophia se enseña que de los tres
Poderes que emanan de los Santos Nombres de los tres Poderes Triples, el de
Sophia (el Espíritu Santo, según estos gnósticos, los más instruidos de todos)
reside en el planeta Venus o Lucifer.
De esta suerte, para el
profano, la Luz Astral puede ser Dios y Demonio a la vez -Demont est Deus inversus-, lo que es como decir que en cada punto,
en el Espacio Infinito, palpitan las corrientes magnéticas y eléctricas de la
Naturaleza animada, las ondas
productoras de la vida y de la muerte, pues la muerte en la tierra se convierte
en vida en otro plano. Lucifer es la Luz divina y terrestre, el “Espíritu
Santo” y “Satán” de una pieza y al mismo tiempo el Espacio visible verdaderamente lleno invisiblemente con el Aliento
diferenciado; y la Luz Astral, los efectos manifestados de los dos que son uno,
guiada y atraída por nosotros mismos, es el Karma
de la Humanidad, entidad a la vez personal e impersonal: personal, porque es el
nombre místico dado por Saint Martin a la Hueste de Creadores Divinos, Guías y
Regentes de este Planeta; impersonal, como Causa y Efecto de la Vida y Muerte
Universales.
La Caída fue el resultado del conocimiento del hombre,
pues sus “ojos fueron abiertos”. Verdaderamente, le fue enseñada la Sabiduría y
el Conocimiento Oculto por el “Ángel Caído”; pues este último se ha convertido
desde entonces en su Manas, la Mente y la Propia Conciencia. En cada uno de
nosotros existe, desde el principio
de nuestra aparición en esta Tierra, el dorado hilo de la Vida continua,
periódicamente dividida en ciclos pasivos y activos, de existencia sensible en
esta Tierra, y suprasensible en el Devachán. Es el Sûtrâtmâ, el hilo luminoso
de la Mónada impersonal inmortal, en
el cual se engarzan, como otras tantas cuentas, nuestras “vidas” terrestres o
Egos transitorios, según una hermosa expresión de la Filosofía Vedantina.
Y ahora queda probado
que Satán, o el Dragón Ígneo Rojo, el “Señor del Fósforo” -el azufre fue un
progreso teológico- y Lucifer, o el “Portador de Luz”, está en nosotros: es
nuestra Mente, nuestro Tentador y nuestro Redentor, nuestro Libertador
inteligente y Salvador de la pura animalidad. Sin este principio -emanación de
la esencia misma del principio puro divino Mahât (la Inteligencia) que irradia
directamente de la Mente Divina- no seríamos seguramente más que animales. El
primer hombre Adán, sólo fue hecho
alma viviente (Nephesh), el último Adán fue hecho espíritu acelerador (16), dice Pablo, refiriéndose a la
construcción o creación del hombre.
Sin este espíritu acelerador, mente humana
o alma, no habría diferencia entre el hombre y el bruto; como no la hay,
de hecho, entre los animales respecto de sus acciones. el tigre y el asno, el
milano y la paloma, son tan inocentes y puros uno como otros, por ser irresponsables. Cada uno sigue su
instinto: el tigre y el milano matan con la misma indiferencia con que el asno
come un cardo o la paloma picotea un grano de trigo. Si la Caída tuviese la
significación que le asigna la Teología; si esa Caída ocurrió como resultado de
un acto que la Naturaleza nunca se propuso, un pecado, entonces ¿cuál es el caso de los animales? Si se nos dice
que procrean sus especies en consecuencia de aquel mismo “pecado original”, por
el cual Dios maldijo a la Tierra, y por tanto, todo lo que en ella vive,
presentaremos otra pregunta. La Teología nos dice, y también la Ciencia, que el
animal apareció en la Tierra mucho antes que el hombre; y preguntamos a la
primera: ¿Cómo fue que procrearon sus
especies, antes de que el Fruto del Árbol del Conocimiento del Bien y del
Mal hubiese sido cogido? Según se ha dicho ya:
Los “cristianos”, mucho
menos inteligentes que el gran Místico y Libertador cuyo nombre tomaron, cuyas
doctrinas no entendieron y desfiguraron, y cuya memoria han ennegrecido con sus
actos, tomaron al Jehovah judío tal cual era, y por supuesto se esforzaron en
vano en conciliar el “Evangelio de la Luz
y de la Libertad” con la Deidad de las Tinieblas y de la Sumisión (17).
Pero ya se ha probado
suficientemente ahora que todos los
soi-disant malos Espíritus, a quienes se atribuye haber combatido contra
los Dioses, son idénticos como personalidades; y que, además, todas las
religiones antiguas enseñaron la misma doctrina, excepto la conclusión final, que difiere de la cristiana. Los siete
Dioses primordiales tenían todos un estado doble, uno esencial, el otro
accidental. En su estado esencial
todos eran los Constructores o Modeladores, los Preservadores y
Regentes de este Mundo; y en el estado accidental, revistiéndose de corporeidad
visible, descendían a la Tierra y reinaban en ella como Reyes e Instructores de
las Huestes inferiores, que habían encarnado nuevamente en ella como hombres.
Así, pues, la Filosofía
Esotérica muestra que el hombre es la verdadera deidad manifestada en sus dos
aspectos -bueno y malo, el bien y el mal-, pero la Teología no puede admitir
esta verdad filosófica. Enseñando, como lo hace el dogma de los Ángeles Caídos
en el sentido de la letra muerta, y habiendo convertido a Satán en la piedra
angular del dogma de la redención, el hacer otra cosa sería un suicidio. Una
vez que han mostrado a los Ángeles rebeldes distintos
de Dios y del Logos, en sus personalidaes, el admitir que la caída de los
Espíritus desobedientes significa
sencillamente su caída en la generación y en la mateia, equivaldría a decir que
Satán y Dios son idénticos. Pues dado que el Logos, o Dios, es el agregado de
aquella Hueste, en un tiempo divina, acusada de haber caído, por modo natural
se seguiría que el Logos y Satán son uno.
Sin embargo, tal era la
verdadera opinión filosófica en la antigüedad, de esta doctrina ahora
desfigurada. El Verbo, o “Hijo”, era mostrado bajo un aspecto doble por los
gnósticos paganos; era, de hecho, una dualidad
en completa unidad. De aquí las
versiones nacionales interminables. Los griegos tenían a Júpiter, hijo de
Cronos, el Padre, que le precipita en las profundidades del Kosmos. Los arios
tenían a Brahmâ (en la teología última),
precipitado por Shiva en el Abismo de las Tinieblas, etc. Pero la Caída de
todos estos Logos y Demiurgos de su posición exaltada primitiva, contenía en
todos los casos una misma significación
esotérica: la Maldición, en su sentido filosófico, de encarnarse en esta
Tierra; peldaño inevitable en la Escala de la Evolución Cósmica, Ley Kármica
altamente filosófica y apropiada, sin la cual la presencia del Mal en la Tierra
hubiera permanecido por siempre un misterio cerrado a la comprensión de la
verdadera filosofía. El decir, como hace el autor de Esprits Tombés des Païens,
que puesto que:
Al Cristianismo se le
apoya en dos columnas, la del mal, y la del bien; en dos fuerzas, en una
palabra; de ahí que, si se suprime el castigo de las fuerzas malas, la misión protectora de los poderes buenos no
tendría ni valor ni sentido.
es expresar el absurdo más
antifilosófico. Si él es apropiado al dogma cristiano y lo explica, en cambio
obscureece los hechos y las verdades de la Sabiduría primitiva de las edades.
Las prudentes alusiones de Pablo tienen todas el significado verdadero
esotérico, y fueron necesarios siglos de casuística escolástica para darles el
falso colorido de las actuales interpretaciones. El Verbo y Lucifer son uno en
su apecto dual; y el “Príncipe del Aire” (princeps
aeris hujus) no es el “Dios de aquella
época”, sino un principio imperecedero. Cuando se dijo que este último estaba
siempre dando vueltas alrededor del
mundo (qui cirumambulat terram), el
gran apóstol se refería sencillamente a los ciclos incesantes de las
encarnaciones humanas, en las cuales predominará el mal hasta el día en que la
Humanidad sea redimida por la verdadera Iluminación divina que da la exacta
percepción de las cosas.
Es fácil desfigurar
expresiones vagas escritas en lenguas muertas y largo tiempo ha olvidadas, y
presentarlas mañosamente a las masas ignorantes como verdades y hechos revelados. La identidad del pensamiento
y del significado es lo primero que choca al hombre estudioso en todas las
religiones que mencionan la tradición de los Espíritus Caídos, y en esas
grandes religiones no hay una que deje de mencionarla y de describirla en una
forma o en otra. Así, Hoang-ty, el gran Espíritu, ve a sus Hijos, que habían
adquirido sabiduría activa, caer en el Valle del Dolor. Su jefe, el
DRAGÓN VOLADOR, habiendo bebido de la Ambrosía prohibida, cayó en la Tierra con su
Hueste (Reyes). En el Zend Avesta,
Angra Mainyu (Ahriman), rodeándose de Fuego (las “Llamas” de las Estancias),
trata de conquistar los Cielos (18), cuando Ahura Mazda, descendiendo del Cielo
sólido en que habita, para ayudar a
los Cielos que giran (en el tiempo y
el espacio, los mundos manifestados de ciclos, inclusive los de encarnación) y
a los Amshaspends, los “siete Sravah brillantes”, acompañados de sus estrellas,
lucha con Ahriman, y los Devas vencidos caen en la Tierra juntamente con él
(19). En el Vendidâd los Daêvas son
llamados “malhechores”, y se les muestra precipitándose “en las profundidades
del... mundo del infierno”, o la Materia (20). Ésta es una alegoría que muestra
a los Devas obligados a encarnar, una
vez que se separaron de su esencia Padre, o, en otras palabras, después que la
Unidad se convirtió en múltiple, después de la diferenciación y manifestación.
Tifón, el Pitón
egipcio, los Titanes, los Suras y Asuras, todos pertenecen a la misma leyenda
de Espíritus poblando la Tierra. No son ellos “Demonios encargados de crear y organizar este universo visible”,
sino los Modeladores o “Arquitectos” de los Mundos, y los Progenitores del
Hombre. Son los Ángeles Caídos
metafóricamente, los “espejos verdaderos” de la ”Sabiduría Eterna”.
¿Cuál es toda la
verdad, así como el significado esotérico, acerca de este mito universal? Toda
la esencia de la verdad no puede
transmitirse de la boca al oído. Ni tampoco puede la pluma describirla, ni
aun la del Ángel Registrador, a menos que se encuentre la contestación en el
santuario del propio corazón, en las profundidades más recónditas de la
intuición divina. Es el SÉPTIMO gran MISTERIO de la Creación, el primero y el
último; y los que lean el Apocalipsis
de San Juan pueden encontrar su sombra oculta bajo el séptimo sello. Puede ser representada sólo en su forma aparente,
objetiva, como el eterno enigma de la Esfinge. Si la Esfinge se arrojó al mar y
pereció, no fue porque Edipo hubiese descifrado el secreto de las edades, sino
porque, por antropomorfizar lo eternamente espiritual y subjetivo, había
deshonrado la por siempre gran verdad. Por tanto, nosotros sólo podemos darla
desde sus planos filosófico e intelectual, abiertos respectivamente con tres
llaves, pues las cuatro últimas de las siete que abren de par en par los
portales de los Misterios de la Naturaleza están en manos de los más altos
Iniciados, y no pueden divulgarse a las masas, por lo menos en este siglo.
La letra muerta es en
todas partes la misma. El dualismo de la religión mazdeísta nació de la
interpretación exotérica. El santo Airyaman, “el dispensador de la felicidad”
(21) a quien se invoca en la oración llamada Airyamaishyô, es el aspecto divino
de Ahriman, “el implacable, el Daêva de los Daêvas” (22), y Angra Mainyu es el
aspecto material oscuro del primero. “Guárdanos de nuestro enemigo, ¡oh, Mazda
y Ârmaita Spenta” (23), como oración e invocación tiene el mismo significado
que “No me hagas caer en la tentación”, y la dirige el hombre al terrible espíritu de la dualidad en el hombre
mismo. Pues Ahura Mazda es el Hombre Espiritual, Divino y Purificado; y Ârmaita
Spenta, el Espíritu de la Tierra o materialidad, es, en un sentido, lo mismo
que Ahriman o Angra Mainyu.
Toda la literatura
magiana o mazdeísta (o lo que queda de ella) es mágica, oculta; y por tanto,
alegórica y simbólica hasta en su “misterio de la ley” (24). Ahora bien; el
Mobed y el Parsi fijan su vista en el Baresma durante el sacrificio -el vástago
divino del “Árbol” de Ormuzd que fue transformado en un manojo de varillas
metálicas- y se admiran de que ni el Amesha Spentas, ni “el elevado y hermoso,
dorado Haomas; ni siquiera su Vohu-Manó (los buenos pensamientos), ni su Râta
(la ofrenda del sacrificio)”, les ayuden mucho. Que mediten sobre el “Árbol de
la Sabiduría”, y se asimilen por el estudio, uno por uno, sus frutos. El camino
del Árbol de la Vida Eterna, el blanco Haoma, el Gaokerena, va desde un extremo
de la Tierra al otro; y Haoma está en el Cielo así como en la Tierra. Pero para
ser otra vez su sacerdote, y un “sanador”, el hombre tiene que sanarse a sí
mismo, pues esto tiene que hacerse antes de que pueda curar a otros.
Esto es una prueba más
de que para poder tratar de los llamados “mitos”, por lo menos con alguna
justicia, hay que examinarlos atentamente bajo todos sus aspectos.
Verdaderamente, cada una de las siete
Claves tiene que aplicarse debidamente, sin mezclarla nunca con las otras,
si se quiere descorrer el velo de todo el ciclo de misterios. En nuestros días
de lúgubre Materialismo, destructor de almas, los antiguos Sacerdotes-Iniciados
se han convertido, en opinión de nuestras sabias generaciones, en sinónimo de
hábiles impostores, que encienden el fuego de la superstición, a fin de obtener
un dominio más fácil sobre las mentes humanas. Ésta es una calumnia sin
fundamento, nacida del escepticismo y de pensamientos no caritativos. Nadie ha
creído tanto como ellos en los Dioses, o según podemos llamarlos, los Poderes
espirituales y ahora invisible, o Espíritus, los Nóumenos de los fenómenos; y creían simplemente porque sabían. Y aun cuando después de
ser iniciados en los misterios de la naturaleza, se veían obligados a ocultar
sus conocimientos de los profanos, que hubieran seguramente abusado de ellos,
semejante secreto era indudablemente menos peligroso que la conducta observada
por sus usurpadores y sucesores. Los primeros sólo enseñaban lo que sabían
bien; los últimos, al enseñar lo que no
saben, han inventado como seguro refugio de su ignorancia, una Deidad
celosa y cruel, que prohibe al hombre inquirir sus misterios bajo la pena de
condenación; y han hecho bien, porque sus
misterios, cuando más, sólo pueden indicarse a oyentes condescendientes, y
nunca describirse. Léase Gnósticos and
their Remains, de King, y véase lo que era la primitiva Arca de la Alianza,
según el autor, el cual dice:
Hay una tradición
rabínica... de que los Querubines colocados sobre ella estaban representados
como macho y hembra, en el momento de la cópula, a fin de expresar la gran
doctrina de la Esencia de la Forma y
de la Materia, los dos principios de
todas las cosas. Cuando los caldeos penetraron violentamente en el Santuario y
contemplaron este sorprendente emblema, exclamaron con justicia: “¿Es éste
vuestro Dios, cuyo amor por la pureza tanto ponderáis?” (25).
King piensa que esta
tradición “tiene demasiado sabor a filosofía alejandrina para merecer crédito
alguno”, de lo cual dudamos. La figura y forma de las alas de los dos
Querubines que se hallan a derecha e izquierda del Arca, alas que se juntan
sobre el “Santuario de los Santuarios”, son un emblema completamente elocuente por sí, sin hablar del “santo” Job
dentro del Arca. El Misterio de Agathodaemon, cuya leyenda declara: “Yo soy
Chnumis, Sol del Universo, 700”, puede sólo resolver el misterio de Jesús, el
número de cuyo nombre es “888”. No es la llave de San Pedro, o el dogma de la
Iglesia, sino el Narthex (la Vara del Candidato a la Iniciación), la que tiene
que arrancarse a la Esfinge de las edades por tanto tiempo silenciosa. Mientras
tanto:
Los auguros que, al
encontrarse, tienen que morderse los labios para no soltar la carcajada, puede
que sean más numerosos en nuestra época que lo fueron en los días de Sila.
H.P Blavatsky D.S T IV
H.P Blavatsky D.S T IV
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