La Doctrina Secreta
señala, como un hecho evidente, que la Humanidad, colectiva e individualmente
es, con toda la Naturaleza manifestada, el vehículo a) del aliento de un
Principio Universal, en su diferenciación primaria; y b) de los “alientos”
innumerables procedente de aquel ALIENTO Único en sus diferenciaciones
secundarias y sucesivas, a medida que la Naturaleza con sus muchas humanidades procede descendiendo hacia los
planos que van aumentando siempre en materialidad. El Aliento Primario anima a
las Jerarquías superiores; el secundario a las inferiores, en los planos
siempre descendentes.
Ahora bien; hay en la
Biblia muchos pasajes en cuya faz prueban, esotéricamente, que esta creencia fue universal
en un tiempo; y los dos más convincentes son Ezequiel, XXVIII, e Isaías,
XIV. Los teólogos cristianos pueden, si quieren, interpretar ambos como
refiriéndose a la gran Guerra antes de la
Creación, la Epopeya de la Rebelión de Satán, etc.; pero lo absurdo de
la idea es demasiado evidente. Ezequiel dirige sus lamentaciones y reproches al
Rey de Tiro; Isaías, al Rey Ahaz, que se dedicaba al culto de los ídolos, como
lo hacía el resto de la nación, excepto algunos Iniciados (los llamados Profetas), que trataban de detenerla en su
camino hacia el exoterismo - o idolatría, que es igual. Juzgue el lector mismo.
En Ezequiel, se dice:
Hijo del Hombre, di al
príncipe de Tiro, así dice el Señor Dios (según nosotros lo comprendemos el
“Dios” Karma); porque tu corazón se ha envanecido y tú has dicho yo soy un
Dios... aunque tú eres un hombre... Mira, por tanto, yo haré venir extranjeros
en contra tuya...; y ellos sacarán sus espadas contra la hermosura de tu
sabiduría... y te precipitarán al abismo (o la vida terrestre)... (42).
El origen del “príncipe
de Tiro” hay que buscarlo en las “Dinastías Divinas” de los Atlantes inicuos,
los grandes Hechiceros. No hay metáfora alguna en las palabras de Ezequiel,
sino historia verdadera por esta vez.
Pues la voz en el profeta, la voz del “Señor”, su propio espíritu, que en él
habló, dice:
Porque... tú has dicho,
yo soy un Dios, estoy sentado en la sede de (las Dinastías Divinas de) Dios en
medio de los mares; aunque eres un hombre... Mira, tú eres más sabio que
Daniel; no hay secreto que te puedan ocultar; con tu sabiduría... has aumentado
tus riquezas, y tu corazón está exaltado a causa de tus riquezas. Mira, por
tanto... extranjeros... sacarán sus espadas contra la hermosura de tu
sabiduría... Te precipitarán... y morirás con la muerte de aquellos que son
muertos en medio de los mares (43).
Todas estas
imprecaciones no son profecías, sino
sencillamente recordatorios del destino de los Atlantes, los “Gigantes de
la Tierra”.
¿Cuál puede ser el
sentido de esta última sentencia, si no es un relato del destino de los
Atlantes? También, “Tu corazón se ha envanecido a causa de tu hermosura” (44),
puede referirse al “Hombre Celeste” en el Pymander,
o a los Ángeles Caídos, que son acusados de haber caído por orgullo, a causa de
la gran hermosura y sabiduría que les fueron otorgadas. Aquí no hay metáfora
alguna, excepto quizás en las ideas preconcebidas de nuestros teólogos. Estos
versículos se refieren al Pasado, y pertenecen más al Conocimiento adquirido en
los Misterios de la Iniciación, que a la clarividencia retrospectiva. La voz
sigue diciendo:
Tú has estado en el
Edén, el jardín de Dios (en el Satya Yuga); todas las piedras preciosas te
cubrían...; la manufactura de tus tamboriles y de tus pífanos, fue preparada en
ti el día en que fuiste creado. Tú eres el querubín ungido...; tú has andado
arriba y abajo en medio de las piedras de fuego... tú eras perfecto en tus
modos desde el día en que fuiste creado, hasta que se vio la iniquidad en ti.
Por tanto, te arrojo... de la montaña de Dios y... te destruyo (45).
La “Montaña de Dios” significa
la “Montaña de los Dioses” o el Meru,
cuya representación en la Cuarta Raza era el Monte Atlas, la última forma de uno de los Titanes divinos,
tan alto en aquellos tiempos, que los antiguos creían que el Cielo descansaba
sobre su cima. ¿No ayudó Atlas a los Gigantes en su Guerra contra los Dioses
(Hyginus)? Otra versión muestra la fábula
como originándose de la afición de Atlas, hijo de Iapetos y de Clymene, por la
Astronomía, y de morar por esta razón en la cima de las montañas más elevadas.
La verdad es que el Atlas, la “Montaña de los Dioses” y también el héroe de
este nombre, son el símbolo Esotérico de la Cuarta Raza, y sus siete hijas, las
Atlántidas, los símbolos de sus siete subrazas. El Monte Atlas, según todas las
leyendas, era tres veces más alto que ahora, pues se ha hundido en dos
distintas veces. Es de origen volcánico, y por esto la voz interna de Ezequiel,
dice:
Por tanto, yo haré
brotar un fuego en medio de ti, que te devorará (46).
Seguramente no
significa, como parece ser el caso según los textos traducidos, que este fuego
había de ser producido en medio del Príncipe de Tiro o de su pueblo, sino en el
Monte Atlas, simbolizando la orgullosa Raza, sabia en la Magia y adelantada en
artes y civilización, cuyos últimos restos fueron destruidos casi al pie de la
cordillera de aquellas montañas en un tiempo gigantescas.
Verdaderamente “tú
serás un terror y nunca más volverás a ser” (47), pues hasta el nombre mismo de
la Raza y su destino hállanse ahora borrados de la memoria del hombre. Téngase
presente que casi todos los reyes y sacerdotes antiguos eran Iniciados; que
desde los últimos tiempos de la Cuarta Raza había habido una contienda entre
los Iniciados del Sendero de la Derecha y los de la Izquierda; finalmente, que
el Jardín del Edén está mencionado por otros personajes que los judíos de la
raza Adámica, puesto que hasta Faraón es comparado al árbol más hermoso del
Edén por este mismo Ezequiel, el cual indica que:
Todos los árboles del
Edén, los más escogidos y mejores del Líbano... tomaron consolación en las
partes inferiores de la tierra. (Pues) ellos también descendieron al infierno
con él (Faraón) (48).
-a las regiones inferiores, que son efectivamente el fondo del océano
cuyo suelo se abrió para devorar a las tierras de los Atlantes y a ellos
mismos. Si se tiene presente todo esto, y se comparan los diversos relatos, se
ve entonces que los capítulos XXVIII y XXXI de Ezequiel no se relacionan
con Babilonia, Asiria, ni aun con Egipto (puesto que ninguno de estos fue
destruido de este modo, sino que simplemente cayeron en ruinas en la superficie, y no bajo la tierra)-, pero sí con la Atlántida y con la mayor parte de
sus naciones. Y se verá también que el “Jardín del Edén” de los Iniciados no
era un mito, sino una localidad ahora sumergida. La luz se hará y se apreciarán
en su verdadero valor esotérico sentencias como las siguientes: “Tú has estado
en el Edén...; tú estuviste en la santa montaña de Dios” (49); pues cada nación
tenía y muchas tienen aún montañas santas;
unas los Picos Himaláyicos, otras el Parnaso y el Sinaí. Todas eran sitios de
Iniciación y moradas de los Jefes de las comunidades antiguas y aun modernas de
Adeptos. Y también:
Mirad, el asirio (¿por
qué no el Iniciado Atlante?) era un cedro del Líbano...; su altura se elevaba
sobre todos los árboles... Los cedros en el jardín de Dios no podían
ocultarse... de modo que todos los árboles del Edén... le envidiaban (50).
En toda el Asia Menor,
los Iniciados eran llamados “Árboles de la Justicia” y Cedros del Líbano, así
como también algunos reyes de Israel. Lo mismo sucedía con los grandes Adeptos
en la India, pero sólo los Adeptos de la Mano Izquierda. Cuando el Vishnu Purâna dice: que “el mundo fue
invadido por los árboles” mientras los Prâchetasas, que “pasaron 10.000 años de
austeridad en el vasto Océano”, estaban absortos en sus devociones, la alegoría
se refiere a los Atlantes y Adeptos de los primeros tiempos de la Quinta Raza,
los arios. Otros “árboles (Brujos
Adeptos) se extendieron, y ensombrecieron la tierra sin protección; y el pueblo
pereció... no siéndole posible trabajar durante diez mil años”. Luego se
muestra a los Sabios, a los Rishis de la Raza Aria, llamados Prâchetasas,
“saliendo de las profundidades” (51),
y destruyendo por medio del viento y de las llamas que salían de sus bocas, a
los “Árboles” inicuos y a todo el reino vegetal; hasta que Soma (la Luna), el
rey del mundo vegetal, los apacigua aliándose con los Adeptos del Sendero de la
Derecha, a quienes ofrece como esposa a Mârishâ, la “prole de los árboles”
(52). Esto alude a la gran lucha entre los “Hijos de Dios” y los Hijos de la
Sabiduría Tenebrosa; nuestros antepasados; o los Adeptos, Atlantes y Arios.
Toda la historia de ese
período está alegorizada en el Râmâyana,
que es el relato místico en forma épica, de la lucha entre Râma (el primer rey
de la Dinastía Divina de los primeros arios), y Râvana, la personificación
simbólica de la Raza Atlante (Lankâ). Los primeros eran las encarnaciones de
los Dioses Solares; los segundos las de los Devas Lunares. Ésta fue la gran
batalla entre el Bien y el Mal, entre la Magia Blanca y la Negra, por la
supremacía de las fuerzas divinas sobre los poderes terrestres inferiores o
cósmicos.
Si el estudiante quiere
comprender mejor esta última declaración, diríjase al episodio Anugîtâ del Mahâbhârata , donde el brahmán dice a su esposa:
Yo he percibido por
medio del Yo la sede que está en el Yo -(la sede) donde mora el brahmán libre
de los pares de opuestos; y la luna, juntamente con el fuego (o el sol), sosteniendo
a (todos) los seres (como) propulsor del principio intelectual (53).
La Luna es la deidad de la mente (Manas), pero
sólo en el plano inferior. Dice un Comentario:
Manas es doble - Lunar
en su parte inferior, Solar en la superior .
Es decir, es atraído en
su aspecto superior hacia Buddhi, y en el inferior desciende dentro, y escucha
la voz de su Alma animal, llena de
deseos egoístas y sensuales; y aquí está contenido el misterio de la vida del
Adepto y del hombre profano, así como también el de la separación post-mortem del Hombre divino del animal.
El Mahâbhârata (cada una de cuyas
líneas debe leerse esotéricamente) descubre con un magnífico simbolismo y
alegoría, las tribulaciones tanto del Hombre como del Alma. En el Anugîtâ
dice el brahmán:
En el interior (dentro
del cuerpo), en medio de todos estos (aires vitales) (¿principios?), que
recorren el cuerpo y se absorben el uno en el otro (54) arde el fuego (55)
séptuple Vaishvânara (56).
Pero el “Alma”
principal es Manas o la mente; de aquí a Soma, la Luna, se la muestre aliándose
con la porción solar de aquélla, personificada por los Prâchetasas. Pero de las
siete claves que descubren los siete aspectos del Râmâyana, así como los de toda Escritura, éste es sólo uno, el
metafísico.
El símbolo del “Árbol”
representando a diversos Iniciados, era casi universal. Jesús es llamado el
“Árbol de Vida”, así como todos los Adeptos de la Buena Ley, mientras que a los
del Sendero de la Izquierda se les llama “los árboles que se secan”. Juan Bautista
habla de la “segur” para “la raíz de los árboles” (57), y los reyes de los
ejércitos asirios son llamados “árboles” (58).
El verdadero
significado del Jardín del Edén ha sido expuesto suficientemente en Isis
sin Velo. Ahora bien; la escritora ha oído más de una vez expresar
sorpresa, porque Isis sin Velo
contuviese tan poco de las doctrinas que ahora se enseñan. Esto es
completamente erróneo. Pues las alusiones a tales enseñanzas abundan, aun
cuando las enseñanzas mismas se reservasen. Entonces no había llegado el
tiempo, como tampoco ha sonado, hasta el presente, la hora en que pueda decirse
todo. Un crítico de Buddhismo Esotérico escribía una vez:
“En Isis sin Velo no se menciona a
ningún Atlante ni a la Cuarta raza que precedió a la nuestra, la Quinta”. Yo,
que escribí Isis sin Velo, sostengo
que los Atlantes son mencionados como
nuestros predecesores. Porque ¿qué puede haber más claro que la siguiente
declaración, al hablar del Libro de Job?
En el texto original,
en lugar de “cosas muertas”, está escrito Rephaim
muertos (gigantes u hombres primitivos poderosos), de los cuales la “Evolución”
podrá hacer proceder un día nuestra raza
presente (59).
Ahora se le invita a
que lo haga, ya que la alusión queda completamente explicada; pero los
evolucionistas, es seguro, se negarán hoy como se negaron hace diez años. La
Ciencia y la Teología están en contra nuestra; por tanto, ponemos ambas en
duda, y lo hacemos en defensa propia. Fundándose en nebulosas metáforas
esparcidas por los profetas, y en el Apocalipsis
de San Juan, gran versión del Libro de
Enoch reeditado, sobre estos cimientos inseguros, la Teología Cristiana ha
edificado sus epopeyas dogmáticas de la Guerra en el Cielo. Ha hecho más: ha
empleado las visiones simbólicas, inteligibles sólo para los Iniciados, como
columnas sobre las cuales se sostenga todo el enorme edificio de su religión; y
ahora tales columnas se han tornado en débiles cañas, y la ingeniosa fábrica se
está viniendo al suelo. Todo el esquema
cristiano se funda sobre este Jakin y
Boaz: las dos fuerzas contrarias del Bien y del Mal, Cristo y Satán,
(fuerzas benignas y malignas). Quítesele al Cristianismo su puntal principal de
los Ángeles Caídos y el Jardín del Edén
se desvanecerá, con su Adán y Eva, en aire sutil; y el Cristo, en su carácter
exclusivo de Único Dios y Salvador, y la Víctima de la Redención por el pecado
del hombre animal se convertirá en un mito inútil y sin sentido.
En un número antiguo de
la Revue Archêologique, un escritor
francés, monsieur Maury, observa que:
Esta lucha universal
entre espíritus buenos y malos parece ser tan sólo la reproducción de otra guerra más antigua y más terrible,
la cual, según los mitos antiguos, tuvo lugar antes de la creación del universo
entre las legiones fieles y las rebeldes (60).
Lo decimos otra vez: es
una simple cuestión de prioridad. Si el Apocalipsis
de Juan hubiera sido escrito en el período Védico, y no hubiese la seguridad de
que es sencillamente otra versión del Libro
de Enoch, y de las leyendas del Dragón de la antigüedad pagana, la
grandiosidad y la hermosura de las imágenes hubiesen inclinado la opinión del
crítico en favor de la interpretación cristiana de esa primera Guerra, cuyo
campo de batalla fue el estrellado Cielo; y los primeros muertos, los Ángeles.
Pero según están las cosas, sin embargo, hay que referir el Apocalipsis
, suceso por suceso, a otras visiones mucho más antiguas. Para la mejor
comprensión de las alegorías apocalípticas y de la epopeya Esotérica, rogamos
al lector que se dirija al Apocalipsis, y que lea el capítulo XII,
desde el versículo 1 al 7.
Esto tiene varios
significados, y mucho se ha encontrado ya respecto a las claves astronómicas y
numéricas de este mito universal. La que ahora podemos presentar, es un
fragmento, unas pocas indicaciones respecto de su significado secreto, que
encierran los anales de una verdadera guerra, la lucha entre los Iniciados de
las dos Escuelas. Muchas y diversas son las alegorías que aún existen
construidas sobre esta misma piedra fundamental. E l relato verdadero, el que revela todo el
significado esotérico, se encuentra en los Libros Secretos, pero estos fuera
del alcance de la escritora.
En las obras
exotéricas, sin embargo, el episodio de la Guerra Târaka, y algunos Comentarios
Esotéricos, pueden, quizás, darnos una clave. En todos los Purânas se describe el suceso con más o menos variaciones, que
muestran su carácter alegórico.
En la mitología de los
primeros Arios Védicos, así como en los últimos relatos Puránicos, se hace
mención de Budha, el “Sabio”, el “instruido en la Sabiduría Secreta”, el cual
es el planeta Mercurio en su euhemerización. El Hendu Classical Dictionary atribuye a Budha la paternidad de un
himno del Rig Veda. Por tanto, no puede ser en modo alguno “una ficción
posterior de los brahmanes”, sino que es verdaderamente una personificación
antiquísima.
Investigando en su
genealogía o más bien teogonía, es como se descubren los hechos siguientes:
Como mito, es hijo de Târâ, la esposa de Brihaspati, el de “Color de oro” y de
Soma, la Luna (masculina), que, a semejanza de Paris, arrebata esta nueva Elena
del Reino Sideral indo, a su esposo. Esto origina una gran pendencia y guerra en Svarga ( el Cielo). El episodio
ocasiona una batalla entre los Dioses y los Asuras. El Rey Soma encuentra
aliados en Ushanas (Venus), el jefe de los Dâvanas; y los Dioses son
capitaneados por Indra y Rudra, que luchan con Brihaspati. Este último está
ayudado por Shankara (Shiva), quien habiendo tenido por Gurú a Angiras, padre
de Brihaspati,defiende a su hijo. Indra es aquí el prototipo indo de Miguel, el
Archistrategus y el matador de los Ángeles “del Dragón”, puesto que uno de sus
nombres es Jishnu, el “jefe de la hueste celestial”. Ambos combaten, lo mismo
que algunos Titanes hicieron contra otros Titanes en defensa de Dioses
vengativos, un partido a favor de Júpiter Tonante (en la India Brihaspati es el
planeta Júpiter, lo cual es una coincidencia curiosa); y el otro en defensa del
siempre tonante Rudra. Durante esta guerra, Indra es abandonado por su guardia
de corps, los Dioses de la Tempestad (Maruts). La historia es muy sugestiva en
algunos de sus detalles.
Examinemos algunos e
ellos, y tratemos de descubrir su significado.
El Genio o “Regente”
que preside el planeta Júpiter, es BRIHASPATI, el esposo perjudicado. Es el
Instructor o Gurú Espiritual de los Dioses representantes de los Poderes
Procreadores. En el Rig Veda es
llamado Brahmanaspati, nombre “de una deidad en quien está personificada la acción de los que son adorados sobre
los dioses”. De aquí que Brahmanaspati represente la materialización de la
“Gracia Divina”, por decirlo así, por medio del ritual y las ceremonias, o sea
el culto exotérico.
TÀRÀ (61) su esposa es,
por otra parte, la personificación de los poderes de los iniciados en Gupta
Vidyâ (el Conocimiento secreto), como se verá.
SOMA es,
astronómicamente, la Luna; pero en fraseología mística es también el nombre del brebaje sagrado que
bebían los brahmanes y los Iniciados durante sus misterios y ritos del
sacrificio. La planta Soma es el asclepias ácida, que produce un jugo del
cual se hace esta bebida mística, el brebaje Soma. Sólo los descendientes de
los Rishis, los Agnihotris, o sacerdotes del Fuego, de los grandes Misterios,
conocían todos sus poderes. Pero la verdadera propiedad del Soma real
era (y es) hacer un nuevo hombre
del Iniciado, después que renace,
esto es, cuando principia a vivir en su Cuerpo Astral (62); pues su naturaleza espiritual, sobreponiéndose a la
física, hace que pronto él se deshaga de ésta y hasta de una parte de aquella
forma etérea (63).
Antiguamente no se daba
nunca Soma a los brahmanes no iniciados, a los simples Grihastas, o sacerdotes
del ritual exotérico. Así, pues, Brihaspati, por más que fuera el “Gurú de los
Dioses”, representaba, sin embargo, la forma de la letra muerta del culto.
Târâ, su esposa, símbolo del que,
aunque aliado al culto dogmático ansía la verdadera Sabiduría, es a la que se
muestra como iniciada en sus misterios por el Rey Soma, el dador de esa
Sabiduría. Por esto en la alegoría aparece Soma robándola. El resultado de eso es el nacimiento de Budha, la Sabiduría Esotérica , Mercurio, Hermes,
en Grecia y en Egipto. se le representa como “tan bello”, que hasta es esposo,
aun sabiendo muy bien que Budha no es fruto de su culto de la letra
muerta, reclama al “recién nacido” como su Hijo, fruto de sus ritos y
fórmulas sin sentido (64). Tal es, en pocas palabras, uno de los significados de
la alegoría.
La Guerra en el Cielo se refiere a varios sucesos de esta clase en
diversos y diferentes planos de ser. El primero es puramente un hecho
astronómico y cósmico perteneciente a la Cosmogonía. Mr. John Bentley, creyó
que para los indos la Guerra en el Cielo era sólo una figura que se refería a
sus cálculos de períodos de tiempo (65).
Esto sirvió, cree él,
de prototipo a las naciones occidentales, para construir su Guerra de los
Titanes. El autor no se equivoca del todo, pero tampoco está enteramente en lo
firme. Si el prototipo sideral se refiere verdaderamente a un período premanvantárico,
y reposa por completo sobre el conocimiento que los Iniciados arios pretenden
tener de todo el programa y progreso de la cosmogonía (66), la Guerra de los
Titanes no es sino una copia legendaria y deificada de la verdadera guerra que
tuvo lugar en el Kailâsa Himaláyico (el Cielo), en lugar de las profundidades
del espacio cósmico interplanetario. es el relato de la terrible lucha entre
los “Hijos de Dios y los “Hijos de la Sombra”, de las Razas Cuarta y Quinta. De
estos dos sucesos, mezclados entre sí por las leyendas tomadas del relato
exotérico de la Guerra declarada por los Asuras contra los Dioses, es de donde
han partido todas las tradiciones nacionales subsiguientes sobre el asunto.
Los Asuras, que
posteriormente fueron transformados en malos Espíritus y Dioses inferiores
eternamente en Guerra con las Grandes Deidades,
son esotéricamente los Dioses de la Sabiduría Secreta. En las partes más
antiguas del Rig Veda, son ellos los
Espirituales y los Divinos, pues el término Asura se aplica al Espíritu
supremo, y es el mismo gran Ahura de los Mazdeístas (67). Hubo un tiempo en que
los mismos Dioses Indra, Agni y Varuna pertenecían a los Asuras.
En el Taittiriya Brâhmana, el aliento “Asu) de
Brahmâ-Prajâpati, se vivificó, de este Aliento creó él a los Asuras. Más tarde,
después de la Guerra, los Asuras son llamados enemigos de los Dioses; de aquí “A-suras”, siendo la a inicial un prefijo negativo o “No-Dioses”, pues los “Dioses” se denominan Suras. Esto relaciona
luego a los Asuras y sus “Huestes”, que más adelante se enumeran, con los
“Ángeles Caídos” de las iglesias cristianas, una Jerarquía de Seres
Espirituales que se encuentra en todos los Panteones de las naciones antiguas y
hasta de las modernas, desde la zoroastriana hasta la de los chinos. Son ellos
los Hijos del Aliento creador primordial al principio de cada nuevo Mahâ Kalpa,
o Manvántara, del mismo rango que los Ángeles que habían permanecido “fieles”.
Eran los aliados de Soma (el padre de la Sabiduría Esotérica),
contrarios a Brihaspati (representación del culto ritualista o ceremonial).
Evidentemente han sido degradados en el espacio y en el Tiempo a la categoría
de Poderes contrarios o Demonios por los ceremonialistas, a causa de su
rebelión contra la hipocresía, el culto simulado y la forma de la letra muerta.
Ahora bien; ¿cuál es el
verdadero carácter de todos los que lucharon en unión con ellos? Estos son:
1º. Ushanas, o las
“Huestes” del Planeta Venus, convertida ahora en el Lucifer católico romano, el Genio de la “estrella del día” (68), Tsaba o Ejército de “Satán”.
2º. Los Daityas y
Dânavas son los Titanes, los Demonios y Gigantes que vemos en la Biblia (69),
la progenie de los “Hijos de Dios” y de las “Hijas de los Hombres”. Su nombre
genérico muestra su pretendido carácter, y pone en claro al mismo tiempo el animus secreto de los brahmanes; pues
ellos son los Kratu-dvishas, los “enemigos de los sacrificios” o simulacros exotéricos. Éstas son las
“Huestes” que combatieron contra Brihaspati, la representación de las
religiones exotéricas populares y
nacionales; y contra Indra, el Dios del Cielo visible, el Firmamento, que, en el Veda primitivo, es el Dios más
elevado del Cielo cósmico, la morada propia de un Dios extra-cósmico y personal, sobre el cual no puede nunca remontarse
ningún culto exotérico.
3º. Luego vienen los
Nâgas (79), los Sarpas, Serpientes o Serafines. Estos también muestran su
carácter por el sentido secreto de su emblema. En mitología son seres semidivinos con cara humana y cola de
dragón. Por tanto, es innegable que ellos son los Seraphim judíos (compárese
Serapis, Sarpa y Serpiente); siendo el singular, Saraph, “ardiente, ígneo”.
(Véase Isaías, VI, 2, 3.) La
angeología cristiana y judía hace una
distinción entre los Seraphim y los Querubines o Querubes, que vienen en
segundo lugar. Esotérica y kabalísticamente son idénticos; pues los Querubines son simplemente el nombre de
las imágenes o semejanzas de cualquiera de las divisiones de las Huestes
celestiales. Ahora bien; según se ha dicho ya, Dragones y Nâgas son los nombres
que se daban a los Iniciados ermitaños, a causa de su gran Sabiduría y
Espiritualidad, y por vivir en subterráneos. Así, cuando Ezequiel (71) aplica
el adjetivo de Querub al rey de Tiro, y le dice que por su sabiduría y entendimiento no hay secreto que se le pueda ocultar, muestra al Ocultista que es un
“Profeta”, quizás aun partidario del culto exotérico,
que truena contra el Iniciado de otra
escuela, y no contra un Lucifer imaginario, un Querubín caído de las estrellas,
y después del Jardín del Edén. De modo que la llamada “Guerra” es también, en
uno de sus muchos significados, un anal alegórico de la lucha entre las dos
clases de Adeptos: los del sendero de la Derecha y los del de la Izquierda.
Había tres clases de Rishis en la India que fueron los primeros Adeptos
conocidos; los de estirpe real o Râjarshis, reyes y príncipes que adoptaban la
vida ascética; los Divinos o Devarishis, o hijos de Dharma o Yoga; y los
Brahmarshis, descendientes de aquellos Rishis que fueron los fundadores de los
Gotras de los brahmanes, o razas de casta. Ahora bien; dejando por un momento
las claves mítica y astronómica, las enseñanzas secretas muestran a muchos
Atlantes que pertenecieron a estas divisiones; y hubo luchas y guerras entre
ellos, de facto y de jure. Nârada,
uno de los más grandes Rishis, fue un Devarishi; y se le muestra en constante y
eterna contienda con Brahmâ, Daksha y otros Dioses y Sabios. Por tanto, podemos
afirmar sin temor que, cualquiera que sea el significado astronómico de esta leyenda universalmente admitida, su aspecto
humano está basado en sucesos reales históricos, desfigurados y convertidos en
dogma teológico, sólo para servir a fines eclesiásticos. Lo mismo que es
arriba, es abajo. Los fenómenos siderales y la conducta de los cuerpos celestes
en los Cielos fueron tomados como modelo, y el plan fue ejecutado abajo, sobre
la Tierra. Por esto el Espacio, en su sentido abstracto, fue llamado el “reino
del conocimiento divino”; y por los caldeos o Iniciados Ab Soo, la morada (o el padre, esto es, la fuente) del
conocimiento, porque en el espacio es donde moran los Poderes inteligentes que
de un modo invisible gobiernan el
Universo (72).
Del mismo modo, y sobre
el plano del Zodíaco en el Océano superior
o los Cielos, cierto reino de la Tierra,
un mar interior, fue consagrado y denominado el “Abismo de la Sabiduría”; en
éste, doce centros en forma de doce islas pequeñas, representando los Signos
del Zodíaco (dos de los cuales permanecieron durante edades siendo los “Signos
del misterio”) (73), eran las mansiones de doce Hierofantes y Maestros de la
Sabiduría. Este “Mar de Sabiduría” o conocimiento (74), permaneció durante
edades, donde ahora se extiende el Desierto de Shamo o Gobi. Existió hasta el
último gran período glacial, en que un cataclismo local, que desplazó las aguas
hacia el Sur y hacia el Oeste, formó el gran desierto, hoy desolado, quedando
tan sólo cierto oasis, con un lago y una isla en medio de él, como reliquia del
Anillo Zodiacal en la Tierra. Durante
edades el Abismo del Agua -que para las naciones que precedieron a los
babilonios posteriores era la mansión de la “Gran Madre”, el post-tipo
terrestre de la “Gran Madre Caos” en el Cielo, el padre de Ea (la Sabiduría),
el cual fue a su vez el prototipo primitivo de Oannes, el Hombre-Pez de los
babilonios-; durante edades, pues, el “Abismo” o Caos fue la mansión de la Sabiduría y no del
Mal. La lucha de Bel y luego de Merodach, el Dios-Sol, con Tiamat, el Mar y su
Dragón -”Guerra” que terminó con la derrota de este último- tiene un sentido
puramente cósmico y geológico, así como también histórico. Es una página
arrancada a la historia de las Ciencias Secretas y Sagradas, su evolución,
desarrollo y MUERTE -para las multitudes
profanas. Se relaciona a) con la desecación sistemática y gradual de
inmensos territorios por el Sol ardiente, en cierto período prehistórico, uno
de los terribles agotamientos que terminaron con la transformación gradual de
tierras, en un tiempo fértiles y con agua abundante, en los arenosos desiertos
que hoy existen; y b) con la igualmente sistemática persecución de los Profetas
del Sendero de la Derecha por los de la Izquierda. Estos últimos, habiendo
inaugurado el nacimiento y la evolución de las castas sacerdotales, han
conducido finalmente al mundo a todas esas religiones exotéricas, inventadas
para satisfacer el gusto depravado de los hoi-polloi
y los ignorantes, por la pompa ritualista y la materialización del Principio
Incognoscible siempre inmaterial.
Esto fue una cierta
mejora sobre la brujería Atlante, cuyo recuerdo permanece en la memoria de todo
el mundo literario que lee sánscrito en la India, así como en las leyendas
populares. Sin embargo, fue una parodia y una profanación de los Misterios
Sagrados y de su Ciencia. El rápido progreso del antropomorfismo y de la
idolatría condujo a la Quinta Raza primitiva, como condujo a la Cuarta, otra
vez a la brujería, aunque en menor escala. Finalmente, hasta los cuatro “Adanes” (que simbolizaban, bajo otros
nombres, las cuatro Razas precedentes) fueron olvidados, y pasando de una
generación a otra, cargada cada una con algunos mitos adicionales, fueron
últimamente ahogados en ese océano del simbolismo popular llamado los
Panteones. Sin embargo, existen aún hoy en las tradiciones judías más antiguas:
el primero, el Tzelem, el “Adán Sombra”, los Chhâyâs de nuestra doctrina; el
segundo el Adán “Modelo”, copia del primero, y “macho y hembra” del Génesis exotérico; el tercero el “Adán
terrestre”, antes de la Caída, andrógino, y el Cuarto, el Adán después de su “ caída”, esto es, separado en sexos, o
el Atlante puro. El Adán del Jardín del Edén, o el antepasado de nuestra Raza
(la quinta), es un compuesto ingenioso de los cuatro anteriores. Según se
declara en el Zohar, Adán, el primer
Hombre, no se encuentra ahora en la Tierra, “no se encuentra en todo lo de
Abajo”. ¿Pues de dónde viene la Tierra inferior? “De la Cadena de la Tierra, y del Cielo Arriba”, esto es, de los Globos
superiores, los que preceden a nuestra Tierra y están sobre ella.
Y de ella (la Cadena)
salieron seres diferentes unos de otros. Algunos con vestidos (pieles)
(sólidos), algunos en cascarones (Q’lippoth)...
algunos en cáscaras rojas, algunos en
negras, algunos en blancas y algunos de todos colores (75).
Lo mismo que en la
Cosmogonía Caldea de Beroso y que en las Estancias que se acaban de exponer,
algunos tratados de la Kabalah hablan
de criaturas de dos caras, de algunas con cuatro, y de otras con una; pues “el
Adán más elevado no descendió en todos los países, ni produjo progenie, ni tuvo
muchas esposas”, pero esto es un misterio.
También es un misterio
el Dragón. Con verdad dice Rabbi Simeón Ben Jochai, que el comprender el
significado del Dragón no es para los
“compañeros” (estudiantes, o chelas), sino solamente para “los niños”, esto es,
los perfectos Iniciados (76).
La obra del
principio la comprenden los compañeros; pero sólo los pequeñuelos comprenden la
parábola de la obra en el Principium por el
Misterio de la Serpiente del Gran
Mar (77).
Y aquellos cristianos
que lleguen a leer esto comprenderán también, a la luz de la sentencia
anterior, quién fue su “Cristo”. Pues Jesús declara repetidamente que aquel
“que no reciba el Reino de Dios como un
“niño pequeño no entrará en él”; y si
bien algunos de sus dichos se aplican a los niños sin metáfora, la mayor parte
de las referencias a los “pequeñuelos”, en los Evangelios, se refieren a los
Iniciados, de los cuales Jesús era uno.
Pablo (Saúl) es llamado en el Talmud,
el “pequeño”.
El “Misterio de la
Serpiente” era éste: Nuestra Tierra, o más bien, nuestra vida terrestre, es mencionada muchas veces en las Enseñanzas
Secretas como el Gran Mar, habiendo el “Mar de la Vida” quedado hasta hoy como
metáfora favorita. El Siphra Dtzenioutha
habla del Caos Primordial y de la Evolución del Universo después de una
Destrucción (Pralaya), comparándolo a una serpiente enroscada:
Extendiéndose aquí y allí, con la cola en la boca, la
cabeza retorciéndose sobre el cuello, está rabiosa y colérica... Vigila y se
oculta. Cada mil Días se manifiesta
(78) .
Un comentario de los Purânas dice:
Ananta-Shesha es una
forma de Vishnu, el Espíritu Santo de Preservación, y símbolo del Universo,
sobre el cual se supone que duerme él durante los intervalos de los Días de Brahmâ. Las siete cabezas de
Shesha sostienen el Universo.
Así “duerme” el
Espíritu de Dios, o “respira” sobre el Caos de la Materia no diferenciada,
antes de cada “Creación” nueva, dice el Siphra
Dtzenoutha. Ahora bien; un Dia de Brahmâ se compone, como ya se ha
explicado, de mil Mahâ Yugas, y como cada Noche o período de reposo es igual en
duración a este Día, fácil es ver a lo que se refiere esta sentencia del Siphra Dtzenioutha de que la Serpiente
se manifiesta “una vez cada mil días”. e igualmente fácil es comprender adónde
nos lleva el iniciado escritor del Siphra
cuando dice:
Su cabeza se rompe en
las aguas del Gran Mar, según está escrito: Tú divides el mar con tu fuerza; tú
rompes las cabezas de los dragones en
las aguas (79).
Esto se refiere a las
pruebas de los Iniciados en esta vida física, el “Mar del Dolor”, si se lee con
una clave; alude a la sucesiva destrucción de las siete Esferas de una Cadena
de Mundos en el Gran Mar del Espacio, cuando se lee con otra clave; pues cada
globo o esfera sideral, cada mundo, estrella o grupo de estrellas, es llamado
en el simbolismo “Cabeza de Dragón”.
Pero como quiera que se lea, el Dragón no ha sido nunca considerado como el
Mal, ni tampoco lo fue la Serpiente en la antigüedad. En las metáforas, ya
fuesen astronómicas, cósmicas, teogónicas o simplemente fisiológicas (o
fálicas), la Serpiente ha sido siempre considerada como símbolo divino. Cuando menciona a “la Serpiente
(Cósmica) que corre con 370 saltos” (80), ello significa los períodos cíclicos
del gran Año Tropical de 25.868 años, dividido en el cálculo esotérico en 370
períodos o ciclos, así como un año solar está dividido en 365 días. Y si Miguel
fue considerado por los cristianos como el vencedor de Satán, el Dragón, es
porque en el Talmud este personaje guerrero está representado
como el Príncipe de las Aguas, que tenía siete Espíritus subordinados bajo su
dominio, una buena razón para que la Iglesia Latina hiciese de él el Santo
patrón de todos los promontorios de Europa. En el Siphra Dtzenioutha, la Fuerza Creadora “hace bosquejos y líneas
espirales de su creación en forma de
Serpiente”. “Tiene la cola en la boca” porque esto es símbolo de la
eternidad sin fin y de los períodos cíclicos. Sus significados, sin embargo,
necesitarían un volumen para describirlos, y tenemos que terminar.
Así, pues, el lector
puede ver ahora por sí mismo cuáles son los diferentes significados de la
“Guerra en el Cielo” y del “Gran Dragón”. De este modo, el dogma más solemne y
temido de la Iglesia, el alfa y omega de la creencia cristiana, y la columna de
la Caída y de la Redención, queda reducido a un símbolo pagano, en las muchas
alegorías de estas luchas prehistóricas.
H.P Blavatsky D.S T IV
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