¿Conocían los antiguos
otros mundos además del nuestro? ¿Cuáles son los datos de los Ocultistas para
afirmar que cada Globo es una Cadena Septenaria de Mundos -de los cuales sólo
uno es visible- y que estos son, han sido
o serán “portadores de hombres”, lo mismo que todas las Estrellas y Planetas
visibles? ¿Qué quieren significar cuando se refieren a una “influencia moral y
física” ejercida sobre nuestro Globo por los Mundos Siderales?
Tales son las preguntas
que se nos dirigen y que debemos considerar en todos sus aspectos. A la primera
de las dos preguntas, la contestación es: Lo creemos porque la primera ley en
la naturaleza es la uniformidad en la diversidad; y la segunda es la analogía.
“Como es arriba, así es abajo”. Los tiempos en que nuestros piadosos
antepasados creían que la Tierra estaba en el centro del Universo y en que la
Iglesia y sus arrogantes servidores podían insistir en que la suposición de que
otros Planetas estuvieran habitados debía considerarse como una blasfemia, han
pasado para siempre. Adán y Eva, la Serpiente y el Pecado Original, seguidos de
la Redención por medio de la Sangre, se han interpuesto por demasiado tiempo en
el camino del progreso; y la verdad universal ha sido sacrificada al insano
amor propio de nosotros, hombres diminutos.
Ahora bien; ¿cuáles son
las pruebas de ello? Fuera de las pruebas de evidencia y del razonamiento
lógico, no hay ninguna para el profano. Para los ocultistas, que creen en el
conocimiento adquirido por innumerables generaciones de Videntes e Iniciados,
los datos que se exponen en los Libros Secretos son suficientes. El público en
general, sin embargo, necesita otras pruebas. Hay algunos kabalistas y hasta
ocultistas occidentales que, no pudiendo encontrar pruebas uniformes sobre este
punto en todas las obras místicas de las naciones, vacilan en aceptar la
enseñanza. Hasta esas “pruebas uniformes” serán presentadas ahora. En todo caso
podemos tratar el asunto en su aspecto general, y ver si esta creencia es tan sumamente
absurda como dicen algunos hombres de ciencia, juntamente con otros Nicodemos.
Inconscientemente, quizá, al pensar en la pluralidad de “Mundos” habitados, nos
imaginamos que son como nuestro Globo y que están poblados por seres más o
menos semejantes a nosotros.
Y al hacerlo así, sólo seguimos un instinto
natural. A la verdad, mientras que la investigación se limita a la historia de
la vida de este Globo, podremos especular sobre el asunto con algún provecho, y
preguntarnos, con alguna esperanza por lo menos de que hacemos una pregunta
inteligible, cuáles eran los “Mundos” de que hablan todas las antiguas
escrituras de la Humanidad. ¿Pero qué sabemos (a) de la clase de seres que
habitan los Globos en general; y (b) si los que gobiernan Planetas superiores
al nuestro no ejercen la misma influencia en nuestra Tierra conscientemente, que la que nosotros
podemos ejercer a la larga inconscientemente,
pongamos, por ejemplo, en los pequeños planetas (planetoides o asteroides),
cuando desgarramos nuestra Tierra, abriendo canales y cambiando con ello por
completo nuestros climas? Por supuesto, como la mujer de César, los planetoides
no pueden ser afectados por nuestras sospechas. Están demasiado lejos, etc.
Creyendo en la Astronomía Esotérica, sin embargo, no estamos seguros de ello.
Pero cuando, al
extender nuestras especulaciones más allá de nuestra Cadena Planetaria,
tratamos de cruzar los límites del Sistema Solar, entonces, verdaderamente,
obramos como necios presuntuosos. Pues -a la vez que aceptamos el axioma
hermético, “como es arriba es abajo?”- así como podemos creer muy bien que la
Naturaleza en la Tierra despliega la economía más cuidadosa, utilizando todas
las cosas viles e inútiles en sus transformaciones maravillosas, y sin
repetirse jamás por ello, así podemos
deducir justamente que no hay otro Globo en todos sus infinitos sistemas que se
parezca tanto a la Tierra, que la capacidad ordinaria del pensamiento del
hombre pueda imaginárselo y reproducir su semejanza y contenido.
Y en efecto, vemos en
las novelas, así como en todas esas llamadas ficciones científicas y
“revelaciones” espiritistas sobre la Luna, las Estrellas y Planetas, tan sólo
nuevas combinaciones o modificaciones de los hombres y de las cosas, las
pasiones y formas de la vida que nos son familiares, aunque hasta en los demás
planetas de nuestro Sistema, la naturaleza y la vida son completamente
diferentes de las que prevalecen en el nuestro. Swedenborg fue uno de los que
principalmente inculcaron semejante creencia errónea.
Pero hay más. El hombre
ordinario no tiene experiencia de ningún otro estado de conciencia distinto de
aquel al que le atan los sentidos físicos. Los hombres sueñan; duermen en
profundo letargo, que lo es demasiado, para que sus sueños se impriman en el cerebro
físico; y en estos estados debe haber conciencia aún. ¿Cómo, pues, mientras
permanezcan estos misterios sin explorar, podemos nosotros pretender especular con provecho sobre la naturaleza de
Globos que, en la economía de la Naturaleza, deben pertenecer a otros estados
de conciencia muy distintos de todos
los que el hombre experimenta aquí?
Y esto es verdad a la
letra. Pues hasta los grandes Adeptos (por supuesto, los que están iniciados),
por buenos videntes que sean, sólo pueden pretender el conocimiento completo de
la naturaleza y apariencia de los Planetas y habitantes que pertenecen a
nuestro Sistema Solar. Saben ellos
que casi todos los Mundos Planetarios están habitados, pero -aun en espíritu-
sólo pueden penetrar en los de nuestro sistema; y saben también cuán difícil
es, aun para ellos, el ponerse en
completa relación hasta con los planos de conciencia dentro de nuestro Sistema, difiriendo como difieren de los estados
de conciencia posibles en este Globo; tales, por ejemplo, como los que existen
en la Cadena de Esferas de los tres planos más allá del de nuestra Tierra.
Semejantes conocimientos y relación les es posible porque han aprendido el modo
de penetrar en planos de conciencia cerrados a la percepción ordinaria de los
hombres; pero si ellos comunicasen sus conocimientos, el mundo no sería por
ello más sabio, porque a los hombres les falta la experiencia de otras formas de percepción, que es lo único que
podría permitirles comprender lo que se les dijese.
Sin embargo, queda el
hecho de que la mayor parte de los Planetas, lo mismo que las Estrellas más allá de nuestro Sistema, están
habitados, hecho que ha sido admitido por los mismos hombres de ciencia.
Laplace y Herschel lo creían, aunque sabiamente se abstenían de especulaciones
imprudentes; y la misma conclusión ha sido expuesta, apoyándola en infinidad de
consideraciones científicas, por C. Flammarion, el bien conocido astrónomo
francés. Los argumentos que presenta son estrictamente científicos, y de tal
naturaleza que impresionan a la misma mente materialista, que permanecería
impasible ante pensamientos como los de Sir David Brewster, el famoso físico,
que escribe:
Esos “espíritus
estériles” o “almas bajas”, como les llama el poeta, que pudieran llegar a
creer que la tierra es el único cuerpo habitado en el universo, no tendrían
dificultad en concebir que la tierra ha estado también destituida de
habitantes. Más aún, si tales mentes conociesen las deducciones de la geología,
admitirían que ha estado sin habitar durante miríadas de años, y aquí llegamos
a la imposible conclusión de que durante esas miríadas de años no hubo una sola
criatura inteligente en los vastos dominios del Rey Universal, y que antes de
las formaciones protozoicas, no existían ni plantas ni animales en toda la infinidad
del espacio .
Flammarion muestra,
aparte de eso, que todas las condiciones de la vida -aun tal como las conocemos- están presentes por lo menos
en algunos de los Planetas; y señala el hecho de que estas condiciones deben
ser mucho más favorables en ellos que lo son en nuestra Tierra.
De este modo el
razonamiento científico, así como los hechos observados, concuerdan con las
declaraciones del Vidente, y la voz innata en el propio corazón del hombre
declarando que la vida -la vida consciente, inteligente- debe existir en otros mundos más que en el nuestro.
Pero éste es el límite
más allá del cual las facultades del hombre ordinario no pueden llegar. Muchas
son las novelas y cuentos, algunos puramente fantásticos, otros llenos de
conocimiento científico, que han intentado imaginar y describir la vida en
otros Globos. Pero todos ellos no exponen más que alguna copia desfigurada del
drama de la vida a nuestro alrededor. Una vez es Voltaire con hombres de
nuestra propia raza vistos al microscopio, o de Bergerac con un gracioso juego
de imaginación y sátira; pero siempre vemos que, en el fondo, el nuevo mundo es
el mismo en que vivimos. Tan fuerte es esta tendencia, que aun grandes Videntes
naturales no iniciados son víctimas de ella cuando no están ejercitados;
testigo Swedenborg, que llega hasta el punto de vestir a los habitantes de
Mercurio que encuentra en el mundo de los espíritus, con trajes como los que
usan en Europa.
Comentando esta
tendencia, dice Flammarion:
Parece como si a los
ojos de aquellos autores que han escrito sobre el asunto, la Tierra fuera el
patrón del Universo, y el hombre de la Tierra, el modelo de los habitantes de
los Cielos. Por el contrario, es mucho más probable que, puesto que la
naturaleza de los otros planetas es esencialmente variada, y las circunstancias
y condiciones de la vida esencialmente diferentes, al paso que las fuerzas que
presiden sobre la creación de los seres, y las substancias que entran en su
constitución mutua esencialmente distintas, nuestro modo de existencia no pueda
ser considerado en modo alguno aplicable a otros globos. Los que han escrito
acerca de este asunto se han dejado dominar por ideas terrestres, y han caído,
por lo tanto, en el error.
Pero el mismo
Flammarion cae en el error que aquí condena, pues tácitamente toma las
condiciones de vida sobre la Tierra como regla para determinar el grado de
habitabilidad de otros planetas por “otras humanidades”.
Dejemos, sin embargo,
estas especulaciones inútiles y sin provecho, que pareciendo llenar nuestros
corazones con una llamarada de entusiasmo, y ampliar nuestra comprensión mental
y espiritual, en realidad no hacen más que causar un estímulo ficticio y
cegarnos más y más en nuestra ignorancia, no sólo del mundo que habitamos, sino
también de lo infinito contenido en nosotros.
Por tanto, cuando vemos
que las Biblias de la Humanidad mencionan “otros mundos”, podemos deducir sin
temor que no sólo se refieren a otros estados de nuestra Cadena Planetaria y
Tierra, sino también a otros Globos habitados: Estrellas y Planetas, aunque no
se hayan hecho nunca especulaciones sobre ellos. Toda la antigüedad creía en la
Universalidad de la Vida. Pero ningún Vidente verdaderamente iniciado de
ninguna nación civilizada ha enseñado jamás que la vida en otras Estrellas
pudiera juzgarse por las reglas de la
vida terrestre. Lo que generalmente se significa por “Tierras” y “Mundos”, se
relaciona (a) con los “renacimientos” de nuestro Globo después de cada
Manvántara y un largo peíodo de oscuración; y (b) con los cambios periódicos y
completos de la superficie de la Tierra, cuando los continentes desaparecen
para dar lugar a los mares, y los océanos son desplazados violentamente e
impulsados hacia los polos, para ceder su sitio a nuevos continentes.
Podemos principiar con
la Biblia (la más joven de las Escrituras del Mundo). En el Eclesiastés leemos estas palabras del
Rey Iniciado:
Una generación pasa y
otra generación viene, pero la tierra perdura siempre... Lo que ha sido es lo
que será, y lo que se hace es lo que se hará, y nada hay nuevo bajo el sol.
Bajo estas palabras no
es fácil ver la referencia a los cataclismos sucesivos que barren las Razas de
la humanidad, ni tampoco remontándonos más atrás a las varias transiciones del
Globo durante el proceso de su formación. Pero si se nos dice que esto sólo se refiere a nuestro mundo tal como ahora le vemos,
entonces enviaremos al lector al Nuevo
Testamento, donde San Pablo habla del Hijo (el Poder manifestado) a quien
Dios ha nombrado heredero de todas las cosas, “por medio de quien hizo también
los mundos” (plural). Este “Poder” es Chokmah, la Sabiduría y el Verbo.
Probablemente se nos dirá que por el término “mundos” se significaba las
estrellas, los cuerpos celestes, etc. Pero aparte el hecho de que las
“estrellas” no eran conocidas como “mundos” por los ignorantes editores de las
Epístolas, aun cuando fuesen conocidas como tales por Pablo, que era un
Iniciado, un “Maestro-Constructor”, podemos citar en este punto a un eminente
teólogo, el Cardenal Wiseman. En su obra (I, 309), tratando del período
indefinido de los seis días -o diremos “demasiado definido” período de los seis
días- de la creación y de los 6.000 años, confiesa que nos hallamos en la más
completa obscuridad respecto del significado de esta manifestación de San
Pablo, a menos que se nos permita suponer que en ella se hace alusión al
período que transcurrió entre los versículos primero y segundo del cap. I del Génesis, y por tanto, a aquellas primitivas revoluciones, esto es,
las destrucciones y reproducciones del mundo, indicadas en el cap. I del Eclesiastés; o aceptar como tantos
otros, y en su sentido literal, el
pasaje del cap. I de los Hebreos, que
habla de la creación de mundos - en
plural. Es muy singular, añade, que todas las cosmogonías estén de acuerdo en
sugerir la misma idea y en preservar la tradición de una primera serie de
revoluciones, debido a las cuales el mundo fue destruido y vuelto a renovar.
Si el Cardenal hubiese estudiado el Zohar, sus dudas se hubiesen convertido en
certidumbres. El “Idra Suta” dice:
Hubo mundos antiguos
que perecieron tan pronto vinieron a la existencia; mundos con o sin forma
llamados Centellas -pues eran como las chispas bajo el martillo del herrero,
volando en todas direcciones. Algunos eran los mundos primordiales que no
podían continuar por largo tiempo porque el “Anciano” - santificado sea su
nombre- no había asumido todavía su forma , el obrero no era todavía el
“Hombre Celeste”.
También en el Midrash, escrito mucho antes de la Kabalah de Simeón Ben Yochaî, el Rabino
Abahu explica:
El Santo Uno, bendito
sea su nombre, ha formado y destruido sucesivamente muchos mundos antes de
éste... . Ahora bien; esto se refiere tanto a las primeras razas (los
“Reyes de Edom”) como a los mundos destruidos.
“Destruidos” significa
aquí lo que nosotros llamamos en “oscuración”. Esto se ve claro cuando leemos
la explicación que se da más adelante:
Sin embargo, cuando se
dice que perecieron (los mundos),
sólo se quiere significar con ello que (a sus humanidades) les faltaba la
verdadera forma, hasta que la forma
humana (la nuestra) vino a la existencia, en la cual todas las cosas están
comprendidas y que contiene todas las formas...; ello no significa la
muerte, sino que sólo denota una decadencia de su estado (el de mundos en
actividad).
Por tanto, cuando
leemos de la “destrucción” de los Mundos, la palabra tiene muchos sentidos que
son muy claros en varios de los Comentarios sobre el Zohar y en los tratados kabalísticos. Como ya se ha dicho, no sólo
significa la destrucción de muchos mundos que han terminado su carrera en la
vida, sino también la de los diversos Continentes que han desaparecido, así
como su decadencia y cambio de lugar geográfico.
Los misteriosos “Reyes
de Edom” son a veces aludidos en el sentido de los “Mundos” que han sido
destruidos; pero esto es un “velo”. Los Reyes que reinaron en Edom antes de que
hubiese un Rey en Israel, o los “Reyes Edomitas”, no podían simbolizar nunca
los “mundos precedentes”, sino sólo las “tentativas de hombres” en este Globo,
las Razas Pre-Adámicas de que habla el Zohar,
y que indicamos como Primera
Raza-Raíz. Porque, así como al hablar de las seis Tierras (los seis “Miembros”
del Microposopus), se dice que la séptima (nuestra Tierra) no entró en el
cómputo cuando fueron creadas las seis (las seis Esferas sobre nuestro Globo en
la Cadena Terrestre), así también los primeros siete Reyes de Edom son dejados
fuera del cálculo en el Génesis. Por
ley de analogía y permutación, tanto en el Libro
de los Números caldeo como en los Libros
del Conocimiento y de la Sabiduría,
los “siete mundos primordiales” significan también las “siete razas
primordiales” (subrazas de la Primera Raza-Raíz de las Sombras); y además los
Reyes de Edom son los hijos de “Esaú, el padre de los Edomitas”; esto es,
Esaú representa en la Biblia la raza que se halla entre la Cuarta y la Quinta,
la Atlante y la Aria. “Dos naciones
están en tu seno” -dice el Señor a Rebeca; y Esaú era rojo y velludo. Desde el versículo 24 al 34, el cap. XXV del Génesis contiene la historia alegórica
del nacimiento de la Quinta Raza.
Dice el Siphra Dtzenioutha:
Y los Reyes de tiempos antiguos murieron, y
sus superiores (las coronas) no parecieron más.
Y el Zohar declara:
La Cabeza de una nación
que no ha sido formada en el principio a semejanza de la Cabeza Blanca; su
gente no es de esta Forma... Antes que ella (la Cabeza Blanca, la Quinta Raza o
Anciano de los Ancianos) se arreglase en su (propia, o presente) Forma... todos
los Mundos habían sido destruidos; por tanto, está escrito: y Bela, el Hijo de
Beor, reinó en Edom (Gen. XXXVI. Aquí
los “Mundos” representan Razas). Y él (este Rey u otro de Edom) murió, y otro
reinó en su lugar.
Ningún kabalista que
hasta hoy se haya ocupado del simbolismo y alegoría ocultos bajo estos “Reyes
de Edom” parece haberse percatado más que de uno de sus aspectos. No son ellos
ni los “mundos que fueron
destruidos”, ni los “Reyes que murieron” solamente; sino ambas cosas, y mucho
más, de que no podemos tratar por falta
de espacio. Por tanto, dejando las parábolas místicas del Zohar, volveremos a los hechos rígidos de la ciencia materialista;
citando primeramente, sin embargo, unos pocos de la extensa lista de grandes
pensadores que han creído en la pluralidad de mundos habitados en general, y en
mundos que han precedido al nuestro. Tales son los grandes matemáticos Leibniz
y Bernouilli; el mismo Sir Isaac Newton, según puede leerse en su Optics; Buffon, el naturalista;
Condillac, el escéptico; Bailly, Lavate, Bernardin de Saint Pierre; y, como
contraste de los dos últimos nombrados (al menos sospechosos de misticismo),
Diderot y la mayor parte de los escritores de la Enciclopedia. Siguiendo a
estos vienen Kant, el fundador de la filosofía moderna; los filósofos poetas,
Goethe, Krause, Schelling; y muchos astrónomos, desde Bode, Fergusson y
Hérschel, hasta Lalande y Laplace, con sus muchos discípulos en años más
recientes.
Una lista brillante de
nombres respetados, en verdad; pero los hechos de la astronomía física hablan
aún más fuertemente que estos nombres en favor de la vida y hasta de la vida
organizada, en otros planetas. Así, en el análisis de cuatro meteoritos que
cayeron respectivamente en Alais (Francia), en el Cabo de Buena Esperanza, en
Hungría, y de nuevo en Francia, se encontró grafito, forma del carbono que se
sabe está invariablemente asociada con la vida orgánica en nuestra Tierra. Y
que la presencia de este carbón no es debida a ninguna acción dentro de nuestra
atmósfera lo muestra el hecho de que ese carbón se ha encontrado en el centro
mismo del meteorito; mientras que en uno que cayó en Argueil, en el Sur de
Francia, en 1857, se encontró agua y turba, formándose siempre esta última por
la descomposición de substancias vegetales.
Por otra parte,
examinando las condiciones astronómicas de los demás planetas, es fácil notar
que algunos son mucho más adecuados para el desarrollo de la vida y de la
inteligencia -aun bajo las condiciones conocidas por los hombres- que nuestra
Tierra. Por ejemplo, en el planeta Júpiter, las estaciones, en lugar de variar
dentro de límites amplios, como sucede con las nuestras, cambian por grados
casi imperceptibles, y duran doce veces más que las nuestras. debido a la
inclinación de su eje, las estaciones en Júpiter son debidas casi por completo
a la excentricidad de su órbita, y de aquí que cambien lenta y regularmente. Se
nos dirá que en Júpiter no es posible la vida, por estar en estado
incandescente. Pero no todos los astrónomos están de acuerdo con esto. Por
ejemplo, lo que decimos lo ha declarado M. Flammarion; y él debe saberlo.
Por otra parte, Venus
sería menos a propósito para la vida humana, tal como existe en la Tierra,
puesto que sus estaciones son más extremadas y los cambios de temperatura más
repentinos; aunque es curioso que la duración del día sea casi la misma en los
cuatro planetas interiores, Mercurio, Venus, la Tierra y Marte.
En Mercurio, el calor y
la luz del Sol son siete veces más intensos que en la Tierra, y la Astronomía
enseña que está envuelto en una atmósfera muy densa. Y como quiera que vemos
que la vida se presenta más activa en la Tierra en proporción al calor y la luz
del Sol, parece más que probable que su intensidad sea mucho, muchísimo mayor,
en Mercurio que aquí.
Venus, como Mercurio y
Marte, tiene una atmósfera muy densa; y las nieves que cubren sus polos, las
nubes que ocultan su superficie, la configuración geográfica de sus mares y
continentes, las variaciones de estaciones y climas, son muy análogas; al menos
a los ojos del astrónomo físico. Pero tales hechos, y las consideraciones que
de ellos se deducen, sólo se relacionan con la posibilidad de la existencia en
estos planetas de vida humana, tal como se conoce en la Tierra. Que algunas
formas de vida como las que conocemos son posibles
en esos planetas, ha sido hace tiempo bien demostrado, y parece completamente
inútil entrar en cuestiones detalladas de fisiología, etc., de estos
hipotéticos habitantes; porque, después de todo, el lector sólo puede llegar a
una ampliación imaginaria del medio ambiente que le es familiar. Mejor es darse
por satisfecho con las tres conclusiones que M. Flammarion, a quien hemos
citado tan extensamente, formula como deducciones rigurosas y exactas de los hechos conocidos y de las leyes de la
ciencia.
I. Las diversas
fuerzas, que eran activas en el principio de la evolución, produjeron una gran
variedad de seres en los diversos mundos; tanto en el reino orgánico como en el
inorgánico.
II. Los seres animados
fueron constituidos desde el principio con arreglo a formas y organismos en
relación con el estado fisiológico de cada globo habitado.
III. Las humanidades de
otros mundos difieren de nosotros tanto
en su organización interna como en su tipo externo físico.
Finalmente, el lector que
esté dispuesto a poner en duda la validez de estas conclusiones por ser
opuestas a la Biblia, puede dirigirse a un Apéndice de la obra de M. Flammarion
que trata detalladamente el asunto; pues en una obra como la presente parece
innecesario señalar el absurdo lógico de esos eclesiásticos que niegan la
pluralidad de los mundos fundándose en la autoridad de la Biblia.
En relación con esto,
no estará de más recordar aquellos días en que el celo ardiente de la Iglesia
Primitiva se oponía a la doctrina de la redondez de la Tierra fundándose en que
las naciones de los antípodas estarían fuera de la esfera de salvación; así
como también podemos recordar cuánto tiempo necesitó la ciencia naciente para
destruir la idea de un firmamento sólido, en cuyas estrías se movían las
estrellas para la edificación especial de la humanidad terrestre.
La teoría de la
rotación de la Tierra tuvo igual oposición (hasta el punto del martirio de los
descubridores); porque, además de privar a nuestro orbe de su majestuosa
posición central en el espacio, la teoría producía una tremenda confusión de
ideas acerca de la Ascensión, probándose que los términos “arriba” y “abajo”
eran puramente relativos, complicando así no poco la cuestión de la situación
precisa del Cielo .
Según los cálculos
modernos más exactos, no hay menos de 500.000.000 de estrellas de varias
magnitudes dentro del alcance de los mejores telescopios. En cuanto a las
distancias entre ellas, son incalculables. ¿Es, pues, nuestra microscópica
Tierra -”grano de arena en las orillas de un mar infinito”- el único centro de
vida inteligente? Nuestro propio Sol, 1.300.000 veces más grande que nuestro
Planeta, resulta insignificante al lado del Sol gigantesco, Sirio; y este
último queda a su vez empequeñecido por otros luminares del Espacio infinito.
El concepto mezquino de Jehovah, como guardián especial de una tribu oscura y
seminómada, es tolerable comparado con el que limita la existencia senciente a
nuestro Globo microscópico. Las razones primitivas eran sin duda:
(a) la
ignorancia astronómica de los primeros cristianos, unida a una apreciación
exagerada de la importancia del hombre -una forma grosera de egoísmo, y
(b) el
temor de que, si se aceptaba la hipótesis de millones de otros Globos
habitados, se seguiría la réplica aplastante: “¿Hubo pues una Revelación para
cada Mundo?”, envolviendo la idea del Hijo de Dios viajando eternamente, por
decirlo así. Por fortuna, ya no es necesario gastar tiempo y energía en probar
la posibilidad de la existencia de tales Mundos. Toda persona inteligente los
admite. Lo que ahora hay que demostrar es que si se prueba que, además de la
Tierra, hay Mundos habitados por humanidades tan completamente diferentes unas
de otras como de la nuestra -según sostienen las Ciencias Ocultas-, entonces la
evolución de las Razas precedentes queda medio probada. Pues ¿dónde está el
físico o el geólogo pronto a sostener que la Tierra no ha cambiado docenas de
veces en los millones de años que han transcurrido en el curso de su
existencia; y que en ese cambio de su “piel”, como se la llama en Ocultismo, no
haya tenido la Tierra cada vez su humanidad especial, adaptada a las
condiciones atmosféricas y de clima propias de tales cambios? Y siendo así,
¿por qué no hubieran podido existir y prosperar nuestras cuatro precedentes y
enteramente distintas humanidades, antes de nuestra Quinta Raza-Raíz Adámica?
Antes de cerrar nuestro
debate, sin embargo, tenemos que examinar de más cerca la llamada evolución
orgánica. Busquemos bien y veamos si es completamente imposible hacer que
nuestros datos y cronología ocultos concuerden (hasta cierto punto) con los de
la Ciencia.
H.P. Blavatsky D.S T IV
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