Se arguye que la
Evolución Universal, o, de otro modo, el desarrollo gradual de las especies en
todos los reinos de la naturaleza, obra por medio de leyes uniformes. Esto se
admite, y la ley se impone mucho más estrictamente en la Ciencia Esotérica que
en la Moderna. Pero también se nos dice que es ello igualmente una ley que:
Opera el
desenvolvimiento desde lo menos perfecto a lo más perfecto, y desde lo sencillo
a lo más complicado, por cambios incesantes, pequeños en sí, pero que se
acumulan constantemente en la dirección requerida.
De las especies
infinitamente pequeñas es de lo que se forman las comparativamente gigantescas.
La Ciencia Esotérica está de acuerdo con esto,
pero añade que esta ley se aplica solamente a lo que ella conoce como Creación Primaria: la evolución de los
Mundos partiendo de los Átomos Primordiales, y del ÁTOMO preprimordial, en la primera diferenciación de los primeros; y que
durante el período de la evolución cíclica en el Espacio y en el Tiempo, esta
ley está limitada y opera solamente en los reinos inferiores. Así actuó en los
primeros períodos geológicos, desde lo simple a lo complejo, sobre los toscos
materiales que sobrevivieron de los restos de la Tercera Ronda, cuyos restos
son proyectados a la objetividad, cuando vuelve a principiar la actividad
terrestre.
Lo mismo que la
Ciencia, la Filosofía Esotérica no admite “designio” ni “creación especial”.
Rechaza toda pretensión a lo “milagroso”, y no acepta nada fuera de las leyes
uniformes e inmutables de la Naturaleza. Pero ella enseña una ley cíclica, una
doble corriente de la Fuerza (o Espíritu) y de la Materia que, partiendo del Centro Neutral del Ser, se desarrolla
por su progreso cíclico y transformaciones incesantes. Siendo el germen
primitivo del que se ha desenvuelto toda la vida vertebrada a través de las
edades, distinto del germen primitivo del cual ha evolucionado la vida vegetal
y animal, hay leyes secundarias cuya obra está determinada por las condiciones
en que se encuentran los materiales sobre que operan, y de las cuales parece
saber poco la Ciencia, especialmente la fisiología y la antropología. Sus
partidarios hablan de este “germen primitivo”, y sostienen que está demostrado
fuera de toda duda que:
El designio (y el designador), si es que hay alguno (en el
caso del hombre, con la maravillosa estructura de sus miembros, y de su mano
especialmente), tiene que ser colocado en un tiempo mucho más lejano, y está
contenido, realmente, en el germen primitivo, del cual con certeza se ha
desarrollado lentamente toda vida vertebrada y, probablemente, toda la vida
animal o vegetal.
Es esto tan verdad en
cuanto al “germen primitivo”, como es falso que el “germen” sea solamente
“mucho más remoto” que el hombre; pues se halla a una distancia inconmensurable
e inconcebible, en el Tiempo, aunque
no en el Espacio, del origen mismo de nuestro Sistema Solar.
Como enseña muy
justamente la filosofía hindú, el “Aniyâmsam
Aniyasâm” sólo puede ser conocido por
falsas nociones. Los “Muchos” han procedido del UNO -los gérmenes vivos espirituales o centros de fuerzas- cada uno en
una forma septenaria, que genera primeramente, y da luego el IMPULSO PRIMORDIAL
a la ley de evolución y de desenvolvimiento lento gradual.
Limitando la enseñanza
estrictamente a esta nuestra Tierra, puede indicarse que, así como las formas
etéreas de nuestros primeros hombres son primeramente proyectadas en siete
zonas por siete Centros de Fuerza
Dhyân Chohánicos, asimismo hay centros de poder creador para cada especie
fundamental o padre, de la hueste de formas de la vida vegetal y animal. Ésta
no es tampoco una “creación especial”, ni hay “designio” alguno, excepto en el
“plano de proyección” general, señalado por la Ley Universal. Pero hay
seguramente “designadores”, aunque no sean omnipotentes ni omniscientes, en el
sentido absoluto del término. Ellos son simplemente Constructores, o Masones, que obran bajo el impulso que les da el
Maestro Masón siempre desconocido (en nuestro plano): la VIDA y LEY ÚNICAS.
Perteneciendo a esta esfera, no tienen ellos, por tanto, intervención ni
posibilidad de actuar en ninguna otra, por lo menos en el presente Manvántara.
Que obran ellos por ciclos y en una escala de proyección estrictamente
geométrica y matemática, es lo que demuestra ampliamente el instinto de las
especies animales; y que actúan con un fin en los detalles de las vidas menores
(resultantes secundarias, animales, etc.), es suficientemente probado por la
historia natural. En la “creación” de especies nuevas que se apartan algunas
veces mucho del tronco padre, según acontece en la gran variedad del género
felino (como el lince, el tigre, el gato, etc.), los “designadores” son los que
dirigen la nueva evolución, añadiendo a las especies ciertos apéndices o
privándoles de ellos, porque sean necesarios, o porque dejan de serlo, en el
nuevo medio ambiente.
Así, cuando decimos que la Naturaleza provee a todos los
animales y plantas de lo que necesitan, ya sean grandes o pequeños, hablamos
correctamente. Porque estos espíritus terrestres de la Naturaleza son los
que forman la Naturaleza integral; la
cual, si falla algunas veces en su designio, no se debe considerar ciega, ni
culparse del fracaso; puesto que, perteneciendo a una suma diferenciada de cualidades y atributos, es, en virtud de esto, sólo
condicionada e imperfecta.
Si no hubiese ciclos
evolucionarios, como un progreso eterno en espiral en la Materia con una oscuración proporcionada del Espíritu
(aunque los dos son uno), seguido por un ascenso inverso en el Espíritu y la
anulación de la Materia -activa y pasiva por turno-, ¿cómo podrían explicarse
los descubrimientos de la Zoología y la Geología? ¿Cómo es que, según lo dicta
la autoridad de la Ciencia, puede seguirse el rastro de la vida animal desde el
molusco al gran dragón marino, desde el más pequeño gusano de tierra a los
animales gigantescos del período Terciario?
Y que estos últimos se han dejado
atrás, se demuestra por el hecho de que todas aquellas especies decrecieron, menguaron y se empequeñecieron.
Si el aparente proceso de desenvolvimiento, obrando desde lo menos a lo más
perfecto, y desde lo simple a lo más complejo, fuera verdaderamente una ley
universal, en lugar de ser una generalización muy imperfecta de naturaleza
meramente secundaria en el gran proceso cósmico, y si no hubiese otros ciclos
que los que se pretende, entonces la fauna y flora mesozoicas deberían cambiar
de sitio con las últimas neolíticas.
Los plesiosauros y los ictiosauros son los
que debiéramos encontrar desenvolviéndose de los actuales reptiles de mares y
ríos, en lugar de haber sido reemplazados por sus empequeñecidas semejanzas
modernas.
También nuestro antiguo amigo, el bondadoso elefante, debiera ser el
antecesor antediluviano fósil, y el mamut de la edad Pliocena debiera estar en
la menagerie; se vería al megalonix y
al gigantesco megaterio en lugar de los perezosos, en los bosques del Sur de
América, en donde los helechos colosales de los períodos carboníferos ocuparían
el lugar de los musgos; y los árboles actuales, hasta los gigantes de
California, son enanos en comparación de los árboles titanes de pasados
períodos geológicos. Seguramente los organismos del mundo megasteniano de las
edades Terciaria y Mesozoica debieron haber sido más complejos y perfectos que los de las plantas y animales
microstenianos de la edad presente. El driopiteco, por ejemplo, es más perfecto
anatómicamente, es más apto para un desenvolvimiento mayor del poder cerebral,
que el gorila o gibón modernos. ¿Cómo es, pues, esto? ¿Hemos de creer que la
constitución de todos esos colosales dragones de mar y tierra, de los
gigantescos reptiles voladores, no fuera mucho más desarrollada y compleja que la
anatomía de los lagartos, tortugas, cocodrilos, y hasta de las ballenas; en una
palabra, de todos los animales que conocemos?
Admitamos en gracia del
argumento, sin embargo, que todos esos ciclos, razas, formas septenarias de
evolución, y el tutti quanti de la
doctrina Esotérica, no sean más que una ilusión engañosa y un lazo. Pongámonos
de acuerdo con la Ciencia y digamos que el hombre -en lugar de ser un
“espíritu” aprisionado, y su vehículo, la concha
o cuerpo, un mecanismo gradualmente perfeccionado y ahora completo para usos
materiales y terrestres, según pretenden los ocultistas- es simplemente un
animal más desarrollado, cuya forma primitiva surgió del mismo germen primitivo
en esta Tierra, que el dragón volador y el mosquito, la ballena y la amoeba, el
cocodrilo y la rana, etc.
En este caso, ha debido pasar por los mismos
desarrollos y por idéntico proceso de crecimiento que todos los demás
mamíferos. Si el hombre es un animal y nada
más, un “ex bruto” altamente intelectual, debe concedérsele, por lo menos,
que fue un mamífero gigantesco en su género, un “megántropo” en su época. Esto
es exactamente lo que la Ciencia Esotérica indica que ocurrió en las primeras
tres Rondas, y en esto, como en la mayor parte de las cosas, es más lógica y
consecuente que la Ciencia Moderna. Clasifica ella al cuerpo humano con la
creación animal, y lo sostiene en la senda de la evolución animal, desde el
principio al fin; mientras que la Ciencia deja al hombre huérfano de padres,
nacido de antepasados desconocidos, un “esqueleto no especializado”
verdaderamente. Y este terror es debido a que se rechaza de un modo pertinaz la
doctrina de los ciclos.
H.P. Blvatsky D.S T IV
H.P. Blvatsky D.S T IV
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