En todo caso parece
posible calcular la aproximada duración de los períodos geológicos, con los
datos combinados de la Ciencia y del Ocultismo, que ahora tenemos. La Geología,
por supuesto, puede determinar casi con certeza una cosa: el espesor de
los diversos depósitos. Ahora bien; es
también de razón que el tiempo requerido para la deposición de un estrato en un
fondo marino tiene que estar en estricta proporción con el espesor de la masa
así formada. Sin duda alguna que la cuantía
de la erosión de la tierra y de la aglomeración de la materia en los lechos
oceánicos ha variado de una edad a otra, y que los cambios debidos a
cataclismos de diferentes clases han roto la “uniformidad” de los procesos
geológicos ordinarios. Así, pues, con tal que tengamos algunas bases numéricas
definidas sobre que fundarnos, nuestra tarea se hace menos dificultosa de lo
que a primera vista aparece. Concediendo lo debido a las variaciones en la
cuantía de los depósitos, el profesor Lefèvre nos presenta las cifras relativas
que resumen el tiempo geológico. No intenta él calcular los años transcurridos
desde que se depositó el primer lecho de rocas laurentianas, pero representando
a ese tiempo como x, nos presenta las
proporciones relativas en que se hallan los diversos períodos respecto de él.
Sentemos las premisas de nuestro cálculo diciendo que, grosso modo, las rocas Primordiales tienen 70.000 pies de espesor;
las Primarias, 42.000; las Secundarias, 15.000; las terciarias, 5.000, y las
Cuaternarias, 500:
Dividiendo en cien
partes el tiempo, cualquiera que sea su
verdadera duración, que ha pasado desde la aurora de la vida en esta tierra
(capas inferiores laurentianas), tendremos que atribuir a la edad Primordial
más de la mitad de la duración total, o sea 53’5; a la Primaria, 32’2; a la
Secundaria, 1’5; a la Terciaria, 2’3, y a la Cuaternaria, 0’5, o sea un medio
por ciento.
Ahora bien; como, según
los datos Ocultos, es cierto que el tiempo transcurrido desde los primeros
depósitos sedimentarios es de 320.000.000
de años, podemos construir la siguiente tabla: (Presione sobre la imagen de los textos, para ampliar la lectura)
Estas cifras armonizan
con los asertos de la Etnología Esotérica en casi todos los particulares. La
parte del ciclo Terciario Atlante,
desde el “apogeo de la gloria” de aquella Raza en el primer tiempo Eoceno,
hasta el gran cataclismo en la mitad del medio Mioceno, resultaría haber durado
de tres y medio a cuatro millones de años. Si la duración del período
Cuaternario no se ha calculado con exceso, como parece, entonces la sumersión
de Ruta y Daitya sería posterciaria. Es probable que los resultados que aquí
hemos presentado concedan un período demasiado largo, tanto a la edad Terciaria
como a la Cuaternaria, dado que la Tercera Raza retrocede mucho dentro de la
edad Secundaria. Sin embargo, las cifras son de lo más sugestivo.
Pero como el argumento
de las pruebas geológicas está a favor de sólo 100.000.000 de años, comparemos
nuestros asertos y enseñanzas con los de la Ciencia exacta.
Mr. Edward Clodd,
refiriéndose a la obra de M. de Mortillet, Matériaux
pour l’Histoire de l’Homme, que
coloca al hombre en la mitad del período Mioceno, observa que:
Sería contrario a todo
lo que enseña la doctrina de la evolución, sin que además se adquiriera el
apoyo de los creyentes en una creación especial y en la invariabilidad de las
especies, el buscar un mamífero tan altamente especializado como el hombre, en
un período primitivo de la historia de la vida del globo.
A esto se podría
contestar:
(a) la doctrina de la evolución, según la inauguró Darwin y la
desarrollaron otros evolucionistas posteriores, no solamente es lo contrario de
lo infalible, sino que es desechada por varios grandes hombres de ciencia como
De Quatrefages en Francia, el Dr. Weismann, un ex evolucionista, en Alemania, y
muchos otros, que van engrosando cada vez más las filas de los antidarwinistas; y
(b) la verdad, para ser digna de su nombre y seguir siendo verdad y
hecho, no necesita mendigar el apoyo de ninguna clase o secta. Porque si
adquiriese el apoyo de los creyentes en una creación especial, nunca obtendría
el favor de los evolucionistas y viceversa.
La verdad debe apoyarse sobre sus propios y firmes fundamentos de los
hechos, y esperar la oportunidad de ser
reconocida, una vez destruidos todos los prejuicios que se le oponen. Aun
cuando la cuestión ha sido ya tratada de lleno en su aspecto principal, no
está, sin embargo, de más el combatir todas las llamadas objeciones
“científicas”, a medida que proseguimos exponiendo afirmaciones consideradas
como heréticas y anticientíficas.
Echemos una breve
ojeada sobre las divergencias entre la Ciencia ortodoxa y la esotérica, en la
cuestión de la edad del Globo y del hombre. Con las dos tablas sincrónicas
respectivas ante sí, el lector podrá ver de una ojeada la importancia de estas
divergencias; y percibir, al mismo tiempo, que no es imposible; más aún, que es
muy probable que posteriores descubrimientos de la Geología y el hallazgo de
restos fósiles del hombre obliguen a la Ciencia a confesar que, después de
todo, la Filosofía Esotérica es la que
tiene la razón, o que, por lo menos, es la que más se acerca a la verdad.
La Geología ha dividido
ahora los períodos y ha colocado al hombre en el
Sin embargo -mirabile dictu-, al paso que se ha
demostrado que el hombre paleolítico, no caníbal, que ha debido ciertamente
anteceder al hombre caníbal neolítico
cientos de años, fue un artista notable, el hombre neolítico
resulta casi un salvaje abyecto, a pesar de sus moradas lacustres. Pues
véase lo que un sabio geólogo, Mr. Charles Gould, dice a sus lectores en su Mythical Monsters:
Los hombres
paleolíticos no conocían la alfarería ni el arte de tejer, y aparentemente
carecían de animales domésticos y de sistemas de cultivo; pero los moradores
neolíticos de los lagos de Suiza tenían telares, alfarería, cereales, ganados,
caballos, etcétera. Ambas razas usaban utensilios de cuerno, de hueso y de
madera; pero los de la más antigua se distinguen con frecuencia por estar
esculpidos con gran habilidad o adornados con grabados animados representando
varios animales existentes entonces; mientras que por parte del hombre
neolítico aparece una ausencia marcada de semejantes habilidades
artísticas.
Expliquemos las razones
de esto:
1º El hombre fósil más
antiguo, los primitivos hombres de las cavernas del remoto período Paleolítico,
y del período Preglacial (sea la que quiera su duración y antigüedad), es siempre
hombre y no hay restos fósiles que prueben respecto de éllo que el Hipparion y
Anchitherium han probado respecto del caballo; esto es, la especialización
gradual progresiva desde un simple tipo antecesor a las formas más complejas
existentes.
2º Así como las
llamadas hachas paleolíticas:
Si se las coloca al lado de las formas más
toscas de las hachas de piedra, usadas en la actualidad por los australianos y
otros salvajes, es muy difícil encontrar diferencia alguna.
Esto prueba que ha
habido salvajes en todos los tiempos;
y la deducción debiera ser que ha podido haber también gente civilizada en
aquellos tiempos; naciones cultas contemporáneas de aquellos salvajes toscos.
Una cosa semejante vemos en Egipto hace 7.000 años.
3º Un obstáculo,
consecuencia directa de lo anterior, es que: si el hombre no es más antiguo que
el período paleolítico, entonces no sería posible que haya tenido el tiempo
necesario para su transformación, desde el “eslabón perdido”, en lo que se sabe
haber sido durante aquel remoto período geológico, esto es, una especie de hombre superior a muchas de
las razas que hoy existen.
Lo que antecede se
presta, naturalmente, al siguiente silogismo:
1) El hombre primitivo (conocido por la Ciencia) era, en algunos respectos,
superior en su género a lo que es ahora.
2) El mono más antiguo conocido, el
lemurino, era menos antropoide que
las especies pitecoides modernas.
3) Conclusión: aun cuando se encontrase un eslabón perdido, la balanza de las pruebas se inclinaría más en favor de ser el mono un hombre degenerado, que enmudeció por alguna
coincidencia fortuita, que en favor de la descendencia del hombre de un
antecesor pitecoide. La teoría presenta dos filos.
Por otra parte, si se
acepta la existencia de la Atlántida, y se cree en la declaración de que en la
edad Eocena
Aun en su primer
período, el gran ciclo de los hombres de la Cuarta Raza, los Atlantes, había
alcanzado ya su punto culminante.
Entonces podrían hacerse desaparecer fácilmente algunas de las presentes
dificultades de la Ciencia. La tosca hechura de los utensilios paleolíticos no
prueba nada en contra de la idea de que, al lado de los que los fabricaron,
existieron naciones altamente civilizadas. Se nos dice que:
Sólo se ha explorado
una parte muy pequeña de la superficie de la tierra, y de ésta, una parte muy
reducida consiste en superficies de tierras antiguas o formaciones de aguas
recientes, en donde únicamente puede esperarse encontrar las huellas de las
formas superiores de la vida animal. Y aun éstas han sido exploradas tan
imperfectamente, que donde ahora encontramos miles y decenas de miles de
indudables restos humanos casi bajo nuestros pies, hace sólo treinta años que
su existencia empezó a sospecharse.
Es también muy sugestivo que, juntamente con las toscas hachas de los
salvajes más degradados, los exploradores encuentran ejemplares de trabajos de
mérito tan artístico, que a duras penas
podrían encontrarse o suponerse entre los modernos campesinos de un país
europeo, más que en casos excepcionales. El “retrato” del “Rangífero Pastando”
de la gruta de Thayugin en Suiza, y los del hombre corriendo, con dos cabezas
de caballo dibujadas junto a él -obra del período Rangífero, o sea de hace lo
menos 50.000 años-, son declarados por Mr. Laing, no sólo muy bien hechos, sino
que al primero, el “Rangífero Pastando”, se le describe como que “podría hacer
honor a cualquier moderno pintor de animales”, lo cual no es ninguna alabanza
exagerada, como puede verse por el dibujo que damos más adelante, tomado de la
obra de Mr. Gould. Ahora bien; dado que tenemos a nuestros más grandes pintores
europeos coexistiendo con los esquimales modernos, que también tienen la
tendencia, lo mismo que sus antecesores paleolíticos del período Rangífero,
especies humanas rudas y salvajes, a estar haciendo constantemente con la punta
de sus cuchillos bosquejos de animales, escenas de la caza, etc., ¿por qué no
pudo pasar lo mismo en aquellos tiempos? Comparados con los ejemplares de
dibujos y bosquejos egipcios de hace 7.000 años, los “retratos más primitivos”
de hombres, cabezas de caballos y rangíferos, hechos hace 50.000 años, son ciertamente superiores. Sin embargo,
se sabe que los egipcios de aquella época fueron una nación altamente
civilizada, mientras que los hombres paleolíticos son llamados salvajes de tipo inferior. Esto, al
parecer, no tiene importancia; sin embargo, es sumamente sugestivo, porque
muestra de qué modo se trata de amoldar cada nuevo descubrimiento geológico a
las teorías corrientes, en lugar de hacer que las teorías se adapten a los
descubrimientos. Sí; Mr Huxley tiene razón al decir: “El tiempo dirá”. Lo dirá,
y vindicará al Ocultismo.
En todo caso, los
materialistas de criterio más libre se ven arrastrados por la necesidad a
reconocer conceptos de los más ocultistas.
Es extraño; pero los más materialistas (los de la escuela alemana) son los que,
en cuanto se refiere al desarrollo físico,
se acercan más a las teorías de los ocultistas. Así, el profesor Baumgärtner
cree que:
Los gérmenes de los
animales superiores podían únicamente ser los huevos de los animales
inferiores...; además del adelanto en el desarrollo del mundo vegetal y animal,
ocurrió en aquel período la formación de nuevos
gérmenes originales (los cuales formaron la base de nuevas metamorfosis,
etc.)... los primeros hombres que procedieron de los gérmenes de animales
inferiores a ellos, vivieron primeramente en estado de larva.
Así es precisamente; en
un estado de larva, decimos nosotros también, sólo que no procedía de un germen
“animal”; y esa “larva” era la forma etérea sin alma de las Razas prefísicas. Y
nosotros creemos, como cree el profesor alemán, juntamente con otros hombres
científicos de Europa, que las razas humanas no han descendido de
una pareja, sino que aparecieron inmediatamente en razas numerosas.
Por tanto, cuando
leemos Fuerza y Materia, y vemos al
Emperador de los materialistas, Büchner, repitiendo con Manu y Hermes, que:
Imperceptiblemente se
insinúa la planta en el animal; el animal en el hombre.
sólo tenemos que añadir “y el hombre en un espíritu”, para completar el
axioma kabalístico. tanto más cuanto que leemos la admisión siguiente:
Evolucionado por
generación espontánea... ese mundo orgánico, rico y multiforme... se ha
desarrollado progresivamente, en el curso de la períodos de tiempo
interminables, con el auxilio de fenómenos naturales.
Toda la diferencia
consiste en lo siguiente: La Ciencia Moderna coloca su teoría materialista de
los gérmenes primordiales en la Tierra, y el último germen de la vida en este Globo, del hombre y de todo; lo
demás, entre dos vacíos.
¿De dónde
vino el primer germen, si tanto la
generación espontánea como la intervención de fuerzas externas se rechazan en
absoluto ahora?
Sir William Thompson nos dice que los gérmenes de la vida
orgánica vinieron a nuestra Tierra en algún meteoro. Esto no resuelve nada,
sino que sólo transfiere la dificultad de la Tierra al meteoro supuesto.
Tales son nuestros
acuerdos y desacuerdos con la Ciencia. Respecto de los “períodos interminables”
estamos, por supuesto, conformes con la misma especulación materialista; porque
nosotros creemos en la Evolución, aunque en líneas distintas. El profesor
Huxley dice muy sabiamente:
Si la doctrina del
desarrollo progresivo es correcta en alguna de sus formas, tenemos que extender
por largas épocas los cálculos más avanzados que hasta ahora se han hecho de la
antigüedad del hombre.
Pero cuando se nos dice
que este hombre es un producto de las fuerzas naturales inherentes en la
Materia -siendo la Fuerza, según la opinión moderna, sólo una cualidad
de la Materia, un “modo de movimiento”, etcétera- y cuando vemos a Sir William
Thompson repitiendo en 1885 lo que Büchner y
su escuela aseguraban hace treinta años, sentimos que todo nuestro respeto
por la Ciencia real se desvanece. No puede uno por menos de pensar que el
materialismo es, en algunos casos, una enfermedad.
Pues cuando los hombres de ciencia, a la faz del fenómeno magnético y de la
atracción de las partículas de hierro a través de substancias aisladoras como
el cristal, sostienen que esta atracción es debida al “movimiento molecular” o
a la “rotación de las moléculas del imán”, entonces, ya proceda tal doctrina de
un teósofo “crédulo”, inocente de toda noción de física, o de un eminente
hombre de ciencia, es ella igualmente ridícula. El individuo que afirma
semejante teoría frente a los hechos,
es sólo una prueba más de que: “Cuando los hombres no tienen una casilla en sus
mentes en donde acomodar los hechos, tanto peor para los hechos”.
Al presente la disputa
entre los partidarios de la generación espontánea y sus adversarios está en
suspenso, habiendo terminado con la victoria provisional de los últimos. Pero
aun estos se ven forzados a admitir, como admitió Büchner y admiten aún los
señores Tyndall y Huxley, que la generación espontánea tuvo que ocurrir una vez bajo ciertas “condiciones especiales
termales”. Virchow rehusa hasta discutir la cuestión; debió haber tenido lugar en algún tiempo de la historia de nuestro
planeta, y punto concluido. Esto parece más natural que la antes citada
hipótesis de Sir William Thompson, de que los gérmenes de la vida orgánica
cayeron en nuestra Tierra en algún meteoro; o que la otra hipótesis
“científica” apareada con la creencia recientemente adoptada, de que no existe “principio vital” alguno, sino
solamente fenómenos vitales que pueden atribuirse a las fuerzas moleculares del
protoplasma original. Pero esto no ayuda a la Ciencia a resolver el problema,
aún mayor, del origen y descendencia
del hombre, pues he aquí una queja y un lamento aún peores:
Al paso que podemos
seguir los esqueletos de los mamíferos eocenos a través de diferentes
direcciones de especialización en sucesivos tiempos terciarios, el hombre
presenta el fenómeno de un esqueleto no
especializado, que no puede relacionarse en justicia con ninguna de estas
líneas.
El secreto pudiera
decirse pronto, no sólo desde el punto de vista esotérico, sino desde el de
todas las religiones del mundo, sin mencionar a los ocultistas. Al “esqueleto
especializado” se lo busca en el sitio indebido, donde nunca puede encontrarse.
Los hombres de ciencia esperan descubrirlo en los restos físicos del hombre, en
algún “eslabón perdido” pitecoide, con un cráneo mayor que el del mono, y con
una capacidad craneal menor que la del hombre, en lugar de buscar esa
especialización en la esencia suprafísica
de su constitución etérea interna, que no
puede ser desenterrada de ninguna capa
geológica.
Semejante apego tenaz a una teoría degradante del ser es el
rasgo más sorprendente del día.
En todo caso, el
anterior bosquejo es un ejemplar de uno de los grabados hechos por un “salvaje”
paleolítico: paleolítico significando el hombre de la “edad de piedra
primitiva”, que se supone fue tan salvaje y bestial como los brutos con quienes
vivía.
Dejando
a un lado al insular moderno del Mar del Sur, y hasta toda la raza asiática,
desafiamos a cualquier escolar crecido y hasta al jovenzuelo europeo que no
haya estudiado dibujo a hacer un grabado
semejante o un bosquejo al lápiz tan bueno. Aquí tenemos el verdadero raccourci artístico, y luces y sombras
correctas sin ningún modelo plano
ante el artista, que copió directamente de la naturaleza, mostrando así un
conocimiento de la anatomía y de la proporción. Se nos quiere hacer creer que
al artista que grabó este rengífero perteneció a los salvajes “semianimales”
primitivos (contemporáneos del mamut y del rinoceronte lanudo) que algunos
evolucionistas, demasiado celosos, quisieron una vez describirnos como una clara aproximación
al tipo de su hipotético “hombre pitecoide”.
Este cuerno grabado
prueba, tan elocuentemente como puede hacerlo un hecho, que la evolución de las
Razas ha procedido siempre por una serie de elevaciones y caídas; que el hombre
es, quizá, tan antiguo como la Tierra incrustada; y que si podemos llamar
“hombre” a su antecesor divino, entonces es aún mucho más antiguo.
Hasta el mismo De
Mortillet parece experimentar una vaga desconfianza de las conclusiones de los
arqueólogos modernos, cuando escribe:
Lo prehistórico es una
nueva ciencia que está lejos, muy lejos de haber dicho su última palabra.
Según Lyell, que es una
de las principales autoridades sobre el asunto y el “padre” de la Geología:
La constante
expectación de llegar a encontrar un tipo inferior de cráneo humano, mientras
más antigua sea la formación en que el hecho ocurra, está basada en la teoría del desarrollo progresivo, la cual puede
resultar cierta; sin embargo, debemos recordar que hasta hoy no tenemos ninguna
prueba geológica clara de que la aparición de lo que se llaman las razas
inferiores de la humanidad haya precedido siempre en el orden cronológico a la
de las razas superiores.
Ni semejante prueba ha
sido encontrada hasta hoy. De este modo la Ciencia pone a la venta la piel de
un oso que ningún ojo mortal ha visto nunca.
Esta concesión de Lyell
armoniza del modo más sugestivo con lo que dice el profesor Max Müller, cuyo
ataque a la Antropología darwinista, desde el punto de vista del LENGUAJE, nunca
ha sido, dicho sea de paso, satisfactoriamente contestado.
¿Qué sabemos nosotros de las tribus salvajes fuera del último capítulo
de su historia? (Compárese esto con la opinión esotérica acerca de los
australianos, de los bosquimanos, así como del hombre paleolítico europeo,
reteniendo estos retoños Atlantes, restos de una cultura perdida que prosperaba
cuando la Raza-Raíz padre estaba en su apogeo.) ¿Podremos penetrar nunca sus
antecedentes? ¿Podremos saber nunca lo
que, después de todo, es en todas partes la lección más importante y más
instructiva que hay que aprender: cómo han llegado a ser lo que son?... Su
lenguaje prueba, en verdad, que estos llamados paganos, con sus complicados
sistemas de mitología, sus costumbres artificiales, sus ininteligibles
fantasías y salvajismos, no son criaturas de hoy ni de ayer. A menos que
admitamos una creación especial para estos salvajes, tienen que ser tan
antiguos como los indos, los griegos y los romanos (mucho más antiguos)...
Pueden haber pasado por tantas vicisitudes como aquéllos, y lo que consideramos
como primitivo, pudiera ser, por lo que sabemos, una recaída en el estado
salvaje, o una corrupción de algo que era más racional e inteligible en estados
anteriores.
El Profesor Jorge
Rawlinson M. A., observa que:
“El salvaje primitivo”
es un término familiar en la literatura moderna, pero no hay prueba alguna de
que haya existido jamás. Más bien todo
prueba lo contrario.
En su Origen of Nations, añade él justamente:
Las tradiciones míticas
de casi todas las naciones colocan al principio de la historia de la humanidad
un tiempo de dicha y perfección, una “edad de oro” que no tiene rasgo alguno de
salvajismo o barbarie, sino muchos de civilización y refinamiento.
¿Cómo contesta el evolucionista
moderno a esta conformidad de pruebas?
Repetimos la pregunta
hecha en Isis sin Velo:
¿Prueban los restos
encontrados en la cueva de Devon que no hubiera entonces razas contemporáneas
altamente civilizadas? Cuando la población presente de la Tierra haya
desaparecido, y algunos arqueólogos de la “raza futura” del lejano porvenir
desentierren los utensilios domésticos de una de nuestras tribus de la India o
de la Isla Adaman, ¿estará justificado que saquen la conclusión de que la
humanidad del siglo XIX estaba “saliendo precisamente de la edad de piedra”?.
Otra inconsecuencia
extraña de las teorías científicas es que al hombre neolítico se le muestre
como un salvaje mucho más primitivo que el paleolítico. O el Prehistoric Man de Lubbock, o el Ancient Stone Implement de Evan, tienen
que estar en el error, o lo están ambos. Pues he aquí lo que se nos dice en
estas y otras obras:
1º A medida que pasamos
del hombre neolítico al paleolítico, los utensilios de piedra se convierten en
toscas y pesadas herramientas, en lugar de instrumentos pulimentados de formas
primorosas. La alfarería y otras artes útiles desaparecen a medida que
descendemos en la escala. ¡Y sin embargo, los últimos podían grabar semejante
rengífero!
2º El hombre
paleolítico vivía en cuevas que compartía con hienas y leones, mientras
que el hombre neolítico vivía en aldeas y edificios lacustres.
Todos los que han
seguido, aunque no sea sino superficialmente, los descubrimientos geológicos de
nuestros días, saben que se encuentra un progreso gradual en las obras de arte,
desde el tosco lascado y grosera labra de las primeras hachas paleolíticas, a
las relativamente primorosas celts de piedra de aquella parte del período
Neolítico que precedió inmediatamente al uso de los metales.
Pero esto es en Europa, de la cual sólo unas pocas
porciones se acababan de levantar sobre las aguas en los días de la
civilización culminante de los Atlantes. Entonces, lo mismo que ahora, había
salvajes rudos y pueblos altamente civilizados. Si dentro de 50.000 años se
desenterrasen bosquimanos pigmeos, en alguna caverna del África, juntamente con
elefante pigmeos mucho más antiguos, tales como los que se encontraron en las
cuevas depósitos de Malta por Milne Edwards, ¿sería esa una razón para sostener
que en nuestra edad todos los hombres y todos los elefantes eran pigmeos?
O si
se encontrasen las armas de los Veddhas de Ceilán, ¿estarán justificados
nuestros descendientes en clasificarnos a todos como salvajes paleolíticos?
Todos los artículos que los geólogos desentierran ahora en Europa pueden
seguramente no ser anteriores al período Eoceno, puesto que las tierras de
Europa no estaban siquiera sobre las aguas antes de aquel período. Ni lo que
hemos dicho puede ser invalidado por los teóricos que nos digan que estos
esmerados bosquejos de animales y hombres fueron hechos por el hombre
paleolítico hacia el final del período
rengífero; pues esta explicación sería verdaderamente muy deficiente, dada
la ignorancia de los geólogos de la duración, siquiera aproximada, de los
períodos.
La Doctrina Esotérica
enseña claramente el dogma de las elevaciones y caídas de la civilización; y
ahora se nos dice que:
Es un hecho notable que
el canibalismo parece haber sido más frecuente a medida que el hombre avanzaba
en civilización, y que, al paso que su rastro abunda en los tiempos neolíticos,
es más escaso, y hasta desaparece por completo, en la edad del mamut y del
rengífero...
Otra prueba de la ley
cíclica y de la verdad de nuestras enseñanzas. La historia esotérica enseña que
los ídolos y su culto desaparecieron con la Cuarta Raza, hasta que los
supervivientes de las razas híbridas de esta última (chinos, negros africanos,
etc.) volvieron gradualmente a resucitar el culto. Los Vedas no amparan a ídolo alguno, pero sí todos los escritos indos
modernos.
En las primeras tumbas de Egipto, y en los
restos de las ciudades prehistóricas desenterradas por el doctor Schliemann, se
encuentran en abundancia imágenes de diosas con cabezas de lechuzas y de bueyes,
y otras figuras simbólicas o ídolos. Pero cuando nos remontamos a los tiempos
neolíticos, ya no se encuentran tales ídolos, o, si se encuentran, es tan
raramente, que los arqueólogos disputan todavía acerca de su existencia...; los
únicos que puede decirse, con alguna certeza, que han sido ídolos, son uno o
dos descubiertos por M. de Braye en algunas cuevas artificiales del período
Neolítico... que parecían representar figuras de mujer de tamaño natural.
Y éstas pueden haber
sido sencillamente estatuas. De todos modos, todo esto es una de las muchas
pruebas de la elevación y caída cíclicas de la civilización y de la religión.
El hecho de que no se hayan encontrado hasta ahora vestigios de restos humanos
o esqueletos más allá de los tiempos Posterciario o Cuaternario -aun cuando los
pedernales del Abate Bourgeois puedan servir de aviso- parece indicar la
verdad de la siguiente declaración esotérica:
Busca los restos de sus antepasados en los sitios elevados. Los valles
se han convertido en montañas, y las montañas se han hundido en el fondo de los
mares.
La humanidad de la
Cuarta Raza, reducida a una tercera parte de su población después del último
cataclismo, en lugar de establecerse en los nuevos continentes e islas que volvían a aparecer -mientras que sus
predecesores formaban los lechos de nuevos océanos-, abandonaron lo que hoy es
Europa y partes del Asia y África, por las cúspides de montañas gigantescas,
habiéndose “retirado” desde entonces los mares que rodeaban algunas de éstas,
dando lugar a las planicies del Asia Central.
El ejemplo más
interesante de esta marcha progresiva lo proporciona quizá la célebre caverna
de Kent en Torquay. En aquel extraño retiro, socavado por el agua en la piedra
caliza devoniana, vemos uno de los anales más curiosos conservados para
nosotros en las memorias geológicas de la Tierra. Bajo los bloques calizos
amontonados en el suelo de la caverna, se descubrieron, enterrados en un
depósito de tierra negra, muchos utensilios del período Neolítico de una ejecución excelente, con unos
cuantos fragmentos de alfarería - que posiblemente podían atribuirse a la era
de la colonización romana.
No existe allí rastro alguno del hombre paleolítico;
ningún pedernal ni rastro de los animales extinguidos del período Cuaternario.
Sin embargo, cuando se profundiza a través de la densa capa de estalagmitas en
la tierra roja que se halla bajo la negra, y que, por supuesto, constituyó una
vez el piso de aquel retiro, las cosas toman un aspecto muy distinto. No se ve ningún utensilio capaz de sufrir comparación con las armas finamente cortadas que se encuentran en las capas superiores; sólo una porción de pequeñas hachas toscas
amontonadas (¿con las cuales los monstruosos gigantes del mundo animal eran
domados y muertos por el hombre pigmeo, según hemos de creer?) y de raspadores
de la edad Paleolítica, mezclados confusamente con huesos de especies que, o
bien se han extinguido, o emigraron, impulsadas por el cambio de clima. ¡El
artífice de estas feas hachuelas que vemos, es el que esculpió el rengífero
sobre el arroyo, en el cuerno, según se ha dicho ya!
En todos los casos nos
encontramos con el mismo testimonio; que desde el hombre histórico al neolítico
y del neolítico al paleolítico, el estado de cosas se desliza en retroceso sobre
un plano inclinado desde los rudimentos de la civilización a la barbarie más
abyecta -siempre en Europa. Se nos
presenta igualmente la “edad del mamut” -el extremo de la primera división de
la edad Paleolítica-, en la cual la extremada tosquedad de los instrumentos
llega a su máximum, y en que la apariencia brutal
(?) de los cráneos contemporáneos, tales como el de Neanderthal, señala un tipo
muy inferior de la humanidad. Pero ellos pueden señalar algunas veces otra
cosa: una especie de hombres completamente distinta de nuestra Humanidad (de la
Quinta Raza o especie).
Según se expresa un
antropólogo en Modern Thought:
La
teoría de Peyrère, ya esté o no científicamente basada, puede considerarse
equivalente a la que dividía al hombre en dos especies. Broca, Virey y cierto
número de antropólogos franceses han reconocido que la especie inferior del
hombre, comprendiendo la raza australiana, la tasmania y la negra, excluyendo
los hotentotes y los africanos del Norte, debe
ponerse aparte. El hecho de que en esta especie, o más bien subespecie, los
molares terceros inferiores sean generalmente más grandes que los segundos, y
los huesos escamosal y frontal estén por regla general unidos por sutura,
coloca al Homo afer en el nivel de
una especie distinta, como en muchas de las clases de pinzones. En la presente
ocasión me abstendré de mencionar los hechos de la hibridación, los cuales ha
comentado tan extensamente el difunto profesor Broca. La historia de esta
especie, en las edades pasadas del mundo, es peculiar. Ella no originó jamás un sistema de arquitectura ni una religión suya
propia.
Es peculiar, en efecto, como
hemos mostrado en el caso de los tasmanios. Como quiera que sea, el hombre fósil de Europa no puede probar ni
impugnar la antigüedad del hombre en esta Tierra, ni la edad de sus primeras
civilizaciones.
Tiempo es ya de que los
Ocultistas no se preocupen de la burla que se les haga, despreciando los
cañonazos de la sátira de los hombres de ciencia, así como los tiros más
insignificantes del profano, puesto que es imposible, hoy por hoy, obtener
prueba alguna en pro ni en contra; al paso que sus teorías pueden sostenerse
mejor, en todo caso, que las hipótesis de los científicos. En cuanto a la
prueba de la antigüedad que ellos asignan al hombre, tienen de su parte al
mismo Darwin y a Lyell. Este último confiesa que los naturalistas:
Han
obtenido ya pruebas de la existencia del hombre en un período tan remoto, que
ha habido tiempo de que muchos mamíferos principales, que fueron sus
contemporáneos, se hayan extinguido, y
esto aun antes de la era de los primeros anales históricos.
Ésta es una declaración
hecha por una de las más grandes autoridades de Inglaterra sobre la cuestión.
Las dos frases que siguen son igualmente sugestivas, y pueden bien tenerse en
cuenta por los estudiantes de Ocultismo, pues como todos los demás, dice que:
A pesar del largo
transcurso de las edades prehistóricas, durante las cuales ha debido él (el
hombre) florecer en la tierra, no hay
pruebas de cambio alguno perceptible en
su estructura corporal. Por lo tanto, si ha divergido alguna vez de un
sucesor bruto irracional, tenemos que suponer que ha existido en una época
mucho más distante, probablemente en
algunos continentes o islas sumergidos ahora bajo el Océano.
Así,
pues, se sospecha oficialmente la desaparición de continentes. Que los mundos y
también las razas o especies son destruidos periódicamente por el fuego
(volcanes y terremotos) y el agua, por turno, y se renuevan periódicamente, es
una doctrina tan vieja como el hombre. Manu, Hermes, los caldeos, la antigüedad
toda, creían en esto. Por dos veces ha cambiado ya por el fuego la faz del
Globo, y dos por el agua, desde que el hombre apareció en ella. Así como la
tierra necesita reposo y renovación, nuevas fuerzas y un cambio de su suelo, lo
mismo sucede con el agua. De aquí se origina una nueva distribución periódica
de la tierra y del agua, cambio de climas, etc., acarreado todo por
revoluciones geológicas, y terminando por un cambio final en el eje de la
tierra. Los astrónomos pueden encogerse de hombros ante la idea de un cambio
periódico en el eje del Globo, y reírse de la conversación que se lee en el Libro de Enoch, entre Noé y su “abuelo”
Enoch; la alegoría es, sin embargo, un hecho astronómico y geológico. Existe un
cambio secular en la inclinación del eje de la Tierra, y su época determinada
se halla registrada en uno de los grandes Ciclos Secretos. Lo mismo que en
muchas otras cuestiones, la Ciencia marcha gradualmente hacia nuestro modo de
pensar. El doctor Henry Wodwaord, F. R. S., F. G. S., escribe en Popular Science Review:
Si
fuera necesario recurrir a causas extramundanas para explicar el gran aumento
del hielo en este período glacial, preferiría la teoría expuesta por el doctor
Robert Hooke, en 1688; después por Sir Richard Phillips y otros; y últimamente
por Mr. Thomas Belt, C. E., F. G. S.; a saber: un ligero aumento en la presente
oblicuidad de la eclíptica, proposición que está en perfecto acuerdo con otros
hechos astronómicos conocidos, y cuya introducción no envuelve perturbación
alguna de la armonía esencial a nuestro estado cósmico, como unidad en el gran
sistema solar.
Lo que sigue, citado de
una conferencia de W. Pengelly, F.R. S., F. G. S., dada en marzo de 1885, sobre
“El Lago Extinguido de Bovery tracey”, muestra la vacilación, frente a todos
los testimonios en favor de la Atlántida, para aceptar el hecho.
Higueras siempre
verdes, laureles, palmeras y helechos con gigantescos rizomas, tienen sus
existentes congéneres en un clima
subtropical, semejante indudablemente al que había en el Devonshire en los tiempos Miocenos, y
por tanto, deben ponernos en guardia, siempre que el clima actual de alguna región se considere normal.
Por otra parte, cuando
se encuentran plantas miocenas en la Isla Disco, costa occidental de la
Groenlandia, entre los 69º 20’ y 70º 30’ lat. N.; cuando sabemos que entre
ellas había dos especies que se encuentran también en Bovey (Sequoia couttsiae,
Quercus lyelli); cuando citando al profesor Heer, vemos que “la espléndida
siempreviva” (Magnolia inglefieldi) maduraba sus frutos tan lejos hacia el
Norte como el paralelo de 70 º” (Phil.
trans., CLIX, 457, 1869); cuando vemos también que el número, variedad y
exuberancia de las plantas miocenas de la Groenlandia han sido tales, que si la
tierra hubiese llegado al Polo hubieran florecido allí mismo algunas de ellas,
según toda probabilidad; el problema de los cambios de clima se presenta
claramente a la vista, aunque sólo para ser desechado, al parecer, con el
sentimiento de que el tiempo de su
solución no ha llegado aún.
Parece
ser que todos admiten que las plantas miocenas de Europa tienen sus análogas,
las más parecidas y más numerosas que existen, en la América del Norte; y de
aquí se origina la pregunta: ¿cómo se efectuó la emigración desde un área a la
otra? ¿Hubo una Atlántida, como algunos creen (un continente o un archipiélago
de grandes islas, que ocupaba el área del Atlántico del Norte)? No hay, quizá,
nada antifilosófico en esta hipótesis; pues dado, como declaran los geólogos,
que “los Alpes han adquirido 4.000 pies y en algunos sitios más de 10.000’ de
su presente altitud desde el principio del período Eoceno” (Principles, de Lyell, 11ª edición, págs.
256, 1872), una depresión Postmiocena (?), pudo haber hundido la hipotética
Atlántida en profundidades casi insondables. Pero una Atlántida es
aparentemente innecesaria y fuera de lugar. Según el profesor Oliver: “Subsiste
una estrecha y curiosa analogía entre la Flora de la Europa Central Terciaria y
las Floras recientes de los Estados de América y de la región japonesa;
analogía mucho más estrecha e íntima que la que se encuentra entre la Flora
Terciaria y la reciente en Europa.
Vemos que el elemento terciario del Antiguo
Mundo es más preponderante hacia su margen oriental extrema, si no en la
preponderancia numérica de géneros, sí en rasgos que dan especialmente un
carácter a la Flora fósil... Este acceso del elemento terciario es más bien
gradual y no repentino, sólo en las islas del Japón. Aunque allí alcanza un
máximum, podemos seguir su huella en el Mediterráneo, Levante, Cáucaso y
Persia...; luego a lo largo del Himalaya y a través de la China... Se nos dice
también que durante la época Terciaria crecían ciertamente en el Noroeste de
América duplicados de los géneros miocenos de la Europa Central... Observamos
además que la Flora presente de las islas atlánticas no presenta pruebas
substanciales de una comunicación directa anterior con el continente del Nuevo
Mundo... La consideración de estos hechos me hace suponer que las pruebas de la
Botánica no favorecen la hipótesis de una Atlántida. Por otra parte, apoya ella
mucho la opinión de que en algún período de la época Terciaria el Nordeste de
Asia estaba unido al Noroeste de América, quizá por la línea que marca en la
actualidad la cadena de las islas Aleutianas” .
Sobre estos
particulares, véanse, sin embargo, “Pruebas Científicas y Geológicas de la
Realidad de Varios Continentes Sumergidos”.
Pero nada que no sea un
hombre pitecoide satisfará nunca a los poco afortunados buscadores del tres
veces hipotético “eslabón perdido”. Sin embargo, si bajo los vastos lechos del
Atlántico, desde el Pico de Tenerife a Gibraltar, antiguo emplazamiento de la
perdida Atlántida, se registrasen a millas de profundidad todas las capas
submarinas, no se encontraría un cráneo tal que satisficiese a los darwinistas.
Según observa el doctor C. R. Bree, no habiéndose descubierto ningún eslabón
perdido entre el hombre y el mono, en varios arrastres y formaciones sobre las
capas terciarias, si estas formas se han hundido con los continentes cubiertos
hoy por el mar, podrían todavía encontrarse- en aquellos lechos de
capas geológicas contemporáneas que no
se han hundido en el fondo del mar .
Sin embargo, están fatalmente
ausentes, tanto en estas últimas como en las primeras. Si los prejuicios no se
aferrasen como vampiros a la mente del hombre, el autor de The Antiquity of Man hubiera encontrado la clave de la dificultad
en esa misma obra suya, retrocediendo diez páginas (a la página 530), y leyendo
una cita suya de la obra del profesor G. Rolleston. Este fisiólogo, dice él,
sugiere que como hay una plasticidad considerable en la constitución humana, no
sólo en la juventud y durante el desarrollo, sino hasta en el adulto, no
debemos considerar como un hecho, como hacen algunos defensores de la teoría
del desarrollo, que cada adelanto del poder físico dependa de un progreso en la
estructura corporal; pues ¿por qué no han
de representar el alma o la intelectualidad superior y las facultades morales
el papel principal, en lugar del secundario, en el esquema del progreso?
Esta
hipótesis se presenta respecto de que la evolución no se debe enteramente a la selección natural”; pero se aplica
igualmente al caso que nos ocupa. Porque nosotros también pretendemos que el
“Alma”, o el Hombre Interno, es lo
que desciende primero a la tierra, lo Astral psíquico, el molde sobre el cual
se construye gradualmente el hombre físico, despertándose más tarde su
Espíritu, sus facultades morales e intelectuales a medida que la estatura
física crece y se desarrolla.
“Así los espíritus
incorpóreos redujeron sus inmensas formas a estructuras más pequeñas”, y se
convirtieron en los hombres de la Tercera o Cuarta Raza.
Más tarde aún, edades
después, aparecieron los hombres de la Quinta Raza, reducidos ahora a cosa de
la mitad de la estatura, que aún llamaríamos gigantesca, de sus primeros
antepasados.
El hombre no es, ciertamente, una creación
especial. Es el producto de la obra gradual progresiva de la Naturaleza, como
cualquiera otra mitad viviente de esta Tierra. Pero esto es sólo respecto del
tabernáculo humano. Lo que vive y piensa en el hombre y sobrevive a esa
estructura, obra maestra de la evolución, es el “Eterno Peregrino”, la diferenciación
Protea, en el Espacio y en el Tiempo, del Uno Absoluto “Ignoto”.
En su Antiquity of Man, Sir Charles Lylle
cita -quizás con espíritu un tanto burlón- lo que dice Hallam en su Introduction to the Literature of Europe:
Si el hombre fue hecho
a la imagen de Dios, fue hecho también a la imagen de un mono. La Constitución
del cuerpo de aquel que ha pesado las estrellas y ha hecho esclavo suyo al
rayo, se aproxima a la del bruto mudo que vaga por los bosques de Sumatra.
Hallándose, pues, en la frontera entre la naturaleza animal y la angélica, ¿qué
milagro es que participe de ambas? .
Un Ocultista lo hubiera
expresado de otro modo. Diría que el hombre fue hecho, verdaderamente, a la
imagen de un tipo proyectado por su progenitor, la creadora Fuerza-Ángel, o
Dhyân Chohan; mientras que el vagabundo de los bosques de Sumatra fue hecho a imagen
del hombre, puesto que la constitución del mono, repetimos, es el
restablecimiento, la resurrección por medios anormales, de la forma que existió
del hombre de la Tercera Ronda, así como más adelante de la Cuarta. Nada se
pierde en la Naturaleza, ni un átomo;
esto es cierto, por lo menos con arreglo a la Ciencia. La Analogía parece
debería exigir que la forma estuviese igualmente dotada de estabilidad.
Y, sin embargo, ¿qué es
lo que vemos? Sir William Dawson, F. R. S., dice:
Es además significativo que el profesor Huxley, en sus conferencias en
Nueva York, al paso que apoyaba su opinión respecto de los animales inferiores
en la supuesta genealogía del caballo, la cual se ha demostrado muchas veces
que no llega a ser una prueba cierta, evitaba por completo la discusión sobre
que el hombre descienda de los monos, actualmente tan complicada con muchas
dificultades, que lo mismo Wallace que Mivart se encuentran confundidos. El
profesor Thomas, en sus recientes conferencias (Nature, 1876) admite que no se conoce hombre inferior al
australiano, y que no existe eslabón alguno de unión conocido con los monos; y
Haeckel tiene que admitir que el eslabón penúltimo en su filogenia, el hombre
semejante al mono, es absolutamente desconocido (History of Creation)... Las llamadas “muescas” encontradas con los
huesos de hombres paleocósmicos en cuevas europeas, e ilustradas en las
admirables obras de Christy y de Lartet, muestran que hasta los rudimentos de
la escritura estaban ya en poder de la raza más antigua de hombres conocida de
la arqueología o geología.
También leemos en Fallacies of Darwinism, del doctor C. R.
Bree:
Mr. Darwin dice
justamente que la diferencia física, y más especialmente la mental, entre la
forma más ínfima del hombre y el mono antropomorfo superior, es enorme. Por
tanto, el tiempo -que en la evolución
darwinista debe ser casi inconcebiblemente lento- tuvo que haber sido enorme también durante el
desenvolvimiento del hombre desde el mono.
Así, pues, las probabilidades
de que se hallen algunas de estas variedades en los diversos acarreos o
formaciones de aguas dulces sobre las capas terciarias, deben ser muchas. ¡Y,
sin embargo, ni una sola variedad, ni un solo ejemplar de un ser intermedio
entre el hombre y el mono, se ha encontrado jamás! Ni en los acarreos, ni en
los bancos de arcilla, ni en los lechos de las aguas dulces, ni en sus arenas y
bancos, ni en las capas terciarias debajo de ellos, se han descubierto jamás
restos de individuos de las familias que faltan entre el hombre y el mono,
según Mr. Darwin supone que han
existido. ¿Es que se han hundido con la depresión de la superficie de la
tierra, y se hallan ahora cubiertos por el mar? Si es así, hay toda
probabilidad de que se encuentren también en aquellos lechos de capas
geológicas contemporáneas, que no se
han hundido en el fondo del mar; siendo aún más improbable que algunas
porciones no sean extraídas de los lechos del Océano, como los restos del mamut
y del rinoceronte, que se encuentra también en los lechos de aguas dulces y en
los acarreos y bancos...
El famoso cráneo de Neanderthal, acerca del cual se ha
hablado tanto, pertenece, según se ha dicho, a este remoto período (edades del
bronce y de piedra) y, sin embargo, presenta, aunque puede haber sido el cráneo
de un idiota, inmensas diferencias con el mono antropomorfo más elevado
conocido.
Pasando nuestro Globo
por convulsiones, cada vez que vuelve a
despertar para un nuevo período de actividad, lo mismo que un campo tiene
que ser arado y surcado antes de sembrar la semilla de la nueva cosecha, parece
completamente imposible que se encuentren fósiles pertenecientes a sus rondas
anteriores, ni en sus capas geológicas más antiguas, ni en las más recientes.
Cada nuevo Manvántara trae consigo la renovación de las formas, tipos y
especies; todos los tipos de las formas orgánicas precedentes -vegetales,
animales y humanos- cambian y se perfeccionan en la siguiente, hasta el mineral
mismo, que ha recibido en esta Ronda su opacidad y dureza últimas; sus partes
más blandas formaron la vegetación presente; y los restos astrales de la
vegetación y fauna anteriores fueron utilizados en la formación de los animales
inferiores y en determinar la estructura de los Tipos-Raíces primitivos de los
mamíferos más elevados. Y, finalmente, la forma del hombre-mono gigantesco de
la Ronda anterior ha sido reproducida en ésta por bestialidad humana, y
transformada en la forma padre el
antropoide moderno.
Esta doctrina, aunque
imperfectamente bosquejada como está bajo nuestra deficiente pluma, es
seguramente más lógica, más consecuente con los hechos, y mucho más probable, que
muchas teorías “científicas”; como por ejemplo, aquella del primer germen
orgánico descendiendo a nuestra Tierra sobre un meteoro - lo mismo que Ain Soph
sobre su Vehículo, Adam Kadmon. Sólo que este último descenso es alegórico,
como todos saben, y los kabalistas nunca han presentado esta figura del
lenguaje para que se acepte en su apariencia de la letra muerta. Pero la teoría
del germen en el meteoro, proviniendo de tan elevado origen científico, es un
candidato a la verdad y ley axiomáticas; una teoría que la gente se ve en el
caso de admitir si quiere estar en armonía con la Ciencia moderna. Lo que será
la próxima teoría requerida por las premisas materialistas, nadie puede
decirlo. Mientras tanto, las actuales
teorías, como todos pueden observar, chocan entre sí de un modo mucho más
discordante que con las mismas teorías de los ocultistas, fuera de los sagrados
recintos del saber. Porque, ¿qué es lo que queda después que la Ciencia exacta
ha hecho hasta del principio de la vida, una palabra vacía, un término sin
sentido, e insiste en que la vida es un efecto
debido a la acción molecular del protoplasma primordial? La nueva doctrina de los darwinistas puede definirse y
resumirse en unas cuantas palabras, de Herbert Spencer:
La hipótesis de las
creaciones especiales resulta sin ningún valor: sin valor, por su derivación;
sin valor, en su incoherencia intrínseca; sin valor, como careciendo en
absoluto de pruebas; sin valor, porque no satisface a una necesidad
intelectual; sin valor, porque no llena necesidad moral alguna. Por tanto,
debemos considerarla sin ninguna importancia frente a cualquier otra hipótesis
respecto del origen de los seres orgánicos.
H.P. Blavatsky D.S T IV
No hay comentarios:
Publicar un comentario