miércoles, 26 de agosto de 2015

Observaciones suplementarias sobre la cronología geológica esotérica



            En todo caso parece posible calcular la aproximada duración de los períodos geológicos, con los datos combinados de la Ciencia y del Ocultismo, que ahora tenemos. La Geología, por supuesto, puede determinar casi con certeza una cosa: el espesor de los  diversos depósitos. Ahora bien; es también de razón que el tiempo requerido para la deposición de un estrato en un fondo marino tiene que estar en estricta proporción con el espesor de la masa así  formada. Sin duda alguna  que la cuantía de la erosión de la tierra y de la aglomeración de la materia en los lechos oceánicos ha variado de una edad a otra, y que los cambios debidos a cataclismos de diferentes clases han roto la “uniformidad” de los procesos geológicos ordinarios. Así, pues, con tal que tengamos algunas bases numéricas definidas sobre que fundarnos, nuestra tarea se hace menos dificultosa de lo que a primera vista aparece. Concediendo lo debido a las variaciones en la cuantía de los depósitos, el profesor Lefèvre nos presenta las cifras relativas que resumen el tiempo geológico. No intenta él calcular los años transcurridos desde que se depositó el primer lecho de rocas laurentianas, pero representando a ese tiempo como x, nos presenta las proporciones relativas en que se hallan los diversos períodos respecto de él. Sentemos las premisas de nuestro cálculo diciendo que, grosso modo, las rocas Primordiales tienen 70.000 pies de espesor; las Primarias, 42.000; las Secundarias, 15.000; las terciarias, 5.000, y las Cuaternarias, 500:

            Dividiendo en cien partes el tiempo, cualquiera que sea su verdadera duración, que ha pasado desde la aurora de la vida en esta tierra (capas inferiores laurentianas), tendremos que atribuir a la edad Primordial más de la mitad de la duración total, o sea 53’5; a la Primaria, 32’2; a la Secundaria, 1’5; a la Terciaria, 2’3, y a la Cuaternaria, 0’5, o sea un medio por ciento.

            Ahora bien; como, según los datos Ocultos, es cierto que el tiempo transcurrido desde los primeros depósitos sedimentarios es de 320.000.000  de años, podemos construir la siguiente tabla: (Presione sobre la imagen de los textos, para ampliar la lectura)




            Estas cifras armonizan con los asertos de la Etnología Esotérica en casi todos los particulares. La parte del ciclo Terciario Atlante, desde el “apogeo de la gloria” de aquella Raza en el primer tiempo Eoceno, hasta el gran cataclismo en la mitad del medio Mioceno, resultaría haber durado de tres y medio a cuatro millones de años. Si la duración del período Cuaternario no se ha calculado con exceso, como parece, entonces la sumersión de Ruta y Daitya sería posterciaria. Es probable que los resultados que aquí hemos presentado concedan un período demasiado largo, tanto a la edad Terciaria como a la Cuaternaria, dado que la Tercera Raza retrocede mucho dentro de la edad Secundaria. Sin embargo, las cifras son de lo más sugestivo.
            
Pero como el argumento de las pruebas geológicas está a favor de sólo 100.000.000 de años, comparemos nuestros asertos y enseñanzas con los de la Ciencia exacta.
            Mr. Edward Clodd, refiriéndose a la obra de M. de Mortillet, Matériaux pour l’Histoire de l’Homme, que coloca al hombre en la mitad del período Mioceno, observa que:

            Sería contrario a todo lo que enseña la doctrina de la evolución, sin que además se adquiriera el apoyo de los creyentes en una creación especial y en la invariabilidad de las especies, el buscar un mamífero tan altamente especializado como el hombre, en un período primitivo de la historia de la vida del globo.

            A esto se podría contestar: 

(a) la doctrina de la evolución, según la inauguró Darwin y la desarrollaron otros evolucionistas posteriores, no solamente es lo contrario de lo infalible, sino que es desechada por varios grandes hombres de ciencia como De Quatrefages en Francia, el Dr. Weismann, un ex evolucionista, en Alemania, y muchos otros, que van engrosando cada vez más las filas de los antidarwinistas; y 

(b) la verdad, para ser digna de su nombre y seguir siendo verdad y hecho, no necesita mendigar el apoyo de ninguna clase o secta. Porque si adquiriese el apoyo de los creyentes en una creación especial, nunca obtendría el favor de los evolucionistas y viceversa. La verdad debe apoyarse sobre sus propios y firmes fundamentos de los hechos,  y esperar la oportunidad de ser reconocida, una vez destruidos todos los prejuicios que se le oponen. Aun cuando la cuestión ha sido ya tratada de lleno en su aspecto principal, no está, sin embargo, de más el combatir todas las llamadas objeciones “científicas”, a medida que proseguimos exponiendo afirmaciones consideradas como heréticas y anticientíficas.
            
Echemos una breve ojeada sobre las divergencias entre la Ciencia ortodoxa y la esotérica, en la cuestión de la edad del Globo y del hombre. Con las dos tablas sincrónicas respectivas ante sí, el lector podrá ver de una ojeada la importancia de estas divergencias; y percibir, al mismo tiempo, que no es imposible; más aún, que es muy probable que posteriores descubrimientos de la Geología y el hallazgo de restos fósiles del hombre obliguen a la Ciencia a confesar que, después de todo, la  Filosofía Esotérica es la que tiene la razón, o que, por lo menos, es la que más se acerca a la verdad.






                     La Geología ha dividido ahora los períodos y ha colocado al hombre en el

                            


            Sin embargo -mirabile dictu-, al paso que se ha demostrado que el hombre paleolítico, no caníbal, que ha debido ciertamente anteceder al hombre caníbal neolítico  cientos de años, fue un artista notable, el hombre neolítico resulta casi un salvaje abyecto, a pesar de sus moradas lacustres. Pues véase lo que un sabio geólogo, Mr. Charles Gould, dice a sus lectores en su Mythical Monsters:

            Los hombres paleolíticos no conocían la alfarería ni el arte de tejer, y aparentemente carecían de animales domésticos y de sistemas de cultivo; pero los moradores neolíticos de los lagos de Suiza tenían telares, alfarería, cereales, ganados, caballos, etcétera. Ambas razas usaban utensilios de cuerno, de hueso y de madera; pero los de la más antigua se distinguen con frecuencia por estar esculpidos con gran habilidad o adornados con grabados animados representando varios animales existentes entonces; mientras que por parte del hombre neolítico  aparece una ausencia marcada de semejantes habilidades artísticas.

            Expliquemos las razones de esto:
            
1º El hombre fósil más antiguo, los primitivos hombres de las cavernas del remoto período Paleolítico, y del período Preglacial (sea la que quiera su duración y antigüedad), es siempre hombre y no hay restos fósiles que prueben respecto de éllo que el Hipparion y Anchitherium han probado respecto del caballo; esto es, la especialización gradual progresiva desde un simple tipo antecesor a las formas más complejas existentes.

            2º Así como las llamadas hachas paleolíticas:

             Si se las coloca al lado de las formas más toscas de las hachas de piedra, usadas en la actualidad por los australianos y otros salvajes, es muy difícil encontrar diferencia alguna.

            Esto prueba que ha habido salvajes en todos los tiempos; y la deducción debiera ser que ha podido haber también gente civilizada en aquellos tiempos; naciones cultas contemporáneas de aquellos salvajes toscos. Una cosa semejante vemos en Egipto hace 7.000 años.
            
3º Un obstáculo, consecuencia directa de lo anterior, es que: si el hombre no es más antiguo que el período paleolítico, entonces no sería posible que haya tenido el tiempo necesario para su transformación, desde el “eslabón perdido”, en lo que se sabe haber sido durante aquel remoto período geológico, esto es, una especie de hombre superior a muchas de las razas que hoy existen.
            
Lo que antecede se presta, naturalmente, al siguiente silogismo: 

1) El hombre primitivo (conocido por la Ciencia) era, en algunos respectos, superior en su género a lo que es ahora. 

2) El mono más antiguo conocido, el lemurino, era menos antropoide que las especies pitecoides modernas. 

3) Conclusión: aun cuando se encontrase un eslabón perdido, la balanza de las pruebas se inclinaría más en favor de ser el mono un hombre degenerado, que enmudeció por alguna coincidencia fortuita, que en favor de la descendencia del hombre de un antecesor pitecoide. La teoría presenta dos filos.
            
Por otra parte, si se acepta la existencia de la Atlántida, y se cree en la declaración de que en la edad Eocena
            Aun en su primer período, el gran ciclo de los hombres de la Cuarta Raza, los Atlantes, había alcanzado ya su punto culminante.

Entonces podrían hacerse desaparecer fácilmente algunas de las presentes dificultades de la Ciencia. La tosca hechura de los utensilios paleolíticos no prueba nada en contra de la idea de que, al lado de los que los fabricaron, existieron naciones altamente civilizadas. Se nos dice que:


            Sólo se ha explorado una parte muy pequeña de la superficie de la tierra, y de ésta, una parte muy reducida consiste en superficies de tierras antiguas o formaciones de aguas recientes, en donde únicamente puede esperarse encontrar las huellas de las formas superiores de la vida animal. Y aun éstas han sido exploradas tan imperfectamente, que donde ahora encontramos miles y decenas de miles de indudables restos humanos casi bajo nuestros pies, hace sólo treinta años que su existencia empezó a sospecharse.

Es también muy sugestivo que, juntamente con las toscas hachas de los salvajes más degradados, los exploradores encuentran ejemplares de trabajos de mérito tan artístico,  que a duras penas podrían encontrarse o suponerse entre los modernos campesinos de un país europeo, más que en casos excepcionales. El “retrato” del “Rangífero Pastando” de la gruta de Thayugin en Suiza, y los del hombre corriendo, con dos cabezas de caballo dibujadas junto a él -obra del período Rangífero, o sea de hace lo menos 50.000 años-, son declarados por Mr. Laing, no sólo muy bien hechos, sino que al primero, el “Rangífero Pastando”, se le describe como que “podría hacer honor a cualquier moderno pintor de animales”, lo cual no es ninguna alabanza exagerada, como puede verse por el dibujo que damos más adelante, tomado de la obra de Mr. Gould. Ahora bien; dado que tenemos a nuestros más grandes pintores europeos coexistiendo con los esquimales modernos, que también tienen la tendencia, lo mismo que sus antecesores paleolíticos del período Rangífero, especies humanas rudas y salvajes, a estar haciendo constantemente con la punta de sus cuchillos bosquejos de animales, escenas de la caza, etc., ¿por qué no pudo pasar lo mismo en aquellos tiempos? Comparados con los ejemplares de dibujos y bosquejos egipcios de hace 7.000 años, los “retratos más primitivos” de hombres, cabezas de caballos y rangíferos, hechos hace 50.000 años, son ciertamente superiores. Sin embargo, se sabe que los egipcios de aquella época fueron una nación altamente civilizada, mientras que los hombres paleolíticos son llamados salvajes de tipo inferior. Esto, al parecer, no tiene importancia; sin embargo, es sumamente sugestivo, porque muestra de qué modo se trata de amoldar cada nuevo descubrimiento geológico a las teorías corrientes, en lugar de hacer que las teorías se adapten a los descubrimientos. Sí; Mr Huxley tiene razón al decir: “El tiempo dirá”. Lo dirá, y vindicará al Ocultismo.
            En todo caso, los materialistas de criterio más libre se ven arrastrados por la necesidad a reconocer conceptos de los más ocultistas. Es extraño; pero los más materialistas (los de la escuela alemana) son los que, en cuanto se refiere al desarrollo físico, se acercan más a las teorías de los ocultistas. Así, el profesor Baumgärtner cree que:

            Los gérmenes de los animales superiores podían únicamente ser los huevos de los animales inferiores...; además del adelanto en el desarrollo del mundo vegetal y animal, ocurrió en aquel período la formación de nuevos gérmenes originales (los cuales formaron la base de nuevas metamorfosis, etc.)... los primeros hombres que procedieron de los gérmenes de animales inferiores a ellos, vivieron primeramente en estado de larva.

            Así es precisamente; en un estado de larva, decimos nosotros también, sólo que no procedía de un germen “animal”; y esa “larva” era la forma etérea sin alma de las Razas prefísicas. Y nosotros creemos, como cree el profesor alemán, juntamente con otros hombres científicos de Europa, que las razas humanas no han descendido de una pareja, sino que aparecieron inmediatamente en razas numerosas.
           
            Por tanto, cuando leemos Fuerza y Materia, y vemos al Emperador de los materialistas, Büchner, repitiendo con Manu y Hermes, que:

            Imperceptiblemente se insinúa la planta en el animal; el animal en el hombre.

sólo tenemos que añadir “y el hombre en un espíritu”, para completar el axioma kabalístico. tanto más cuanto que leemos la admisión siguiente:

            Evolucionado por generación espontánea... ese mundo orgánico, rico y multiforme... se ha desarrollado progresivamente, en el curso de la períodos de tiempo interminables, con el auxilio de fenómenos naturales.

            Toda la diferencia consiste en lo siguiente: La Ciencia Moderna coloca su teoría materialista de los gérmenes primordiales en la Tierra, y el último germen de la vida en este Globo, del hombre y de todo; lo demás, entre dos vacíos

¿De dónde vino el primer germen, si tanto la generación espontánea como la intervención de fuerzas externas se rechazan en absoluto ahora?

 Sir William Thompson nos dice que los gérmenes de la vida orgánica vinieron a nuestra Tierra en algún meteoro. Esto no resuelve nada, sino que sólo transfiere la dificultad de la Tierra al meteoro supuesto.
            Tales son nuestros acuerdos y desacuerdos con la Ciencia. Respecto de los “períodos interminables” estamos, por supuesto, conformes con la misma especulación materialista; porque nosotros creemos en la Evolución, aunque en líneas distintas. El profesor Huxley dice muy sabiamente:

            Si la doctrina del desarrollo progresivo es correcta en alguna de sus formas, tenemos que extender por largas épocas los cálculos más avanzados que hasta ahora se han hecho de la antigüedad del hombre.

            Pero cuando se nos dice que este hombre es un producto de las fuerzas naturales inherentes en la  Materia -siendo la Fuerza, según la opinión moderna, sólo una cualidad de la Materia, un “modo de movimiento”, etcétera- y cuando vemos a Sir William Thompson repitiendo en 1885 lo que Büchner y su escuela aseguraban hace treinta años, sentimos que todo nuestro respeto por la Ciencia real se desvanece. No puede uno por menos de pensar que el materialismo es, en algunos casos, una enfermedad. 

Pues cuando los hombres de ciencia, a la faz del fenómeno magnético y de la atracción de las partículas de hierro a través de substancias aisladoras como el cristal, sostienen que esta atracción es debida al “movimiento molecular” o a la “rotación de las moléculas del imán”, entonces, ya proceda tal doctrina de un teósofo “crédulo”, inocente de toda noción de física, o de un eminente hombre de ciencia, es ella igualmente ridícula. El individuo que afirma semejante teoría frente a los hechos, es sólo una prueba más de que: “Cuando los hombres no tienen una casilla en sus mentes en donde acomodar los hechos, tanto peor para los hechos”.
           

  Al presente la disputa entre los partidarios de la generación espontánea y sus adversarios está en suspenso, habiendo terminado con la victoria provisional de los últimos. Pero aun estos se ven forzados a admitir, como admitió Büchner y admiten aún los señores Tyndall y Huxley, que la generación espontánea tuvo que ocurrir una vez bajo ciertas “condiciones especiales termales”. Virchow rehusa hasta discutir la cuestión; debió haber tenido lugar en algún tiempo de la historia de nuestro planeta, y punto concluido. Esto parece más natural que la antes citada hipótesis de Sir William Thompson, de que los gérmenes de la vida orgánica cayeron en nuestra Tierra en algún meteoro; o que la otra hipótesis “científica” apareada con la creencia recientemente adoptada, de que no existe “principio vital” alguno, sino solamente fenómenos vitales que pueden atribuirse a las fuerzas moleculares del protoplasma original. Pero esto no ayuda a la Ciencia a resolver el problema, aún mayor, del origen y descendencia del hombre, pues he aquí una queja y un lamento aún peores:

            Al paso que podemos seguir los esqueletos de los mamíferos eocenos a través de diferentes direcciones de especialización en sucesivos tiempos terciarios, el hombre presenta el fenómeno de un esqueleto no especializado, que no puede relacionarse en justicia con ninguna de estas líneas.

            El secreto pudiera decirse pronto, no sólo desde el punto de vista esotérico, sino desde el de todas las religiones del mundo, sin mencionar a los ocultistas. Al “esqueleto especializado” se lo busca en el sitio indebido, donde nunca puede encontrarse. Los hombres de ciencia esperan descubrirlo en los restos físicos del hombre, en algún “eslabón perdido” pitecoide, con un cráneo mayor que el del mono, y con una capacidad craneal menor que la del hombre, en lugar de buscar esa especialización en la esencia suprafísica de su constitución etérea interna, que no puede ser desenterrada de ninguna capa geológica. 

Semejante apego tenaz a una teoría degradante del ser es el rasgo más sorprendente del día.
            
En todo caso, el anterior bosquejo es un ejemplar de uno de los grabados hechos por un “salvaje” paleolítico: paleolítico significando el hombre de la “edad de piedra primitiva”, que se supone fue tan salvaje y bestial como los brutos con quienes vivía.
            
Dejando a un lado al insular moderno del Mar del Sur, y hasta toda la raza asiática, desafiamos a cualquier escolar crecido y hasta al jovenzuelo europeo que no haya estudiado dibujo  a hacer un grabado semejante o un bosquejo al lápiz tan bueno. Aquí tenemos el verdadero raccourci artístico, y luces y sombras correctas sin ningún modelo plano ante el artista, que copió directamente de la naturaleza, mostrando así un conocimiento de la anatomía y de la proporción. Se nos quiere hacer creer que al artista que grabó este rengífero perteneció a los salvajes “semianimales” primitivos (contemporáneos del mamut y del rinoceronte lanudo) que algunos evolucionistas, demasiado celosos, quisieron una  vez describirnos como una clara aproximación al tipo de su hipotético “hombre pitecoide”.
           
  Este cuerno grabado prueba, tan elocuentemente como puede hacerlo un hecho, que la evolución de las Razas ha procedido siempre por una serie de elevaciones y caídas; que el hombre es, quizá, tan antiguo como la Tierra incrustada; y que si podemos llamar “hombre” a su antecesor divino, entonces es aún mucho más antiguo.
           
  Hasta el mismo De Mortillet parece experimentar una vaga desconfianza de las conclusiones de los arqueólogos modernos, cuando escribe:

            Lo prehistórico es una nueva ciencia que está lejos, muy lejos de haber dicho su última palabra.

            Según Lyell, que es una de las principales autoridades sobre el asunto y el “padre” de la Geología:

            La constante expectación de llegar a encontrar un tipo inferior de cráneo humano, mientras más antigua sea la formación en que el hecho ocurra, está basada en la teoría del desarrollo progresivo, la cual puede resultar cierta; sin embargo, debemos recordar que hasta hoy no tenemos ninguna prueba geológica clara de que la aparición de lo que se llaman las razas inferiores de la humanidad haya precedido siempre en el orden cronológico a la de las razas superiores.

            Ni semejante prueba ha sido encontrada hasta hoy. De este modo la Ciencia pone a la venta la piel de un oso que ningún ojo mortal ha visto nunca.
            
Esta concesión de Lyell armoniza del modo más sugestivo con lo que dice el profesor Max Müller, cuyo ataque a la Antropología darwinista, desde el punto de vista del LENGUAJE, nunca ha sido, dicho sea de paso, satisfactoriamente contestado.

¿Qué sabemos nosotros de las tribus salvajes fuera del último capítulo de su historia? (Compárese esto con la opinión esotérica acerca de los australianos, de los bosquimanos, así como del hombre paleolítico europeo, reteniendo estos retoños Atlantes, restos de una cultura perdida que prosperaba cuando la Raza-Raíz padre estaba en su apogeo.) ¿Podremos penetrar nunca sus antecedentes? ¿Podremos  saber nunca lo que, después de todo, es en todas partes la lección más importante y más instructiva que hay que aprender: cómo han llegado a ser lo que son?... Su lenguaje prueba, en verdad, que estos llamados paganos, con sus complicados sistemas de mitología, sus costumbres artificiales, sus ininteligibles fantasías y salvajismos, no son criaturas de hoy ni de ayer. A menos que admitamos una creación especial para estos salvajes, tienen que ser tan antiguos como los indos, los griegos y los romanos (mucho más antiguos)... Pueden haber pasado por tantas vicisitudes como aquéllos, y lo que consideramos como primitivo, pudiera ser, por lo que sabemos, una recaída en el estado salvaje, o una corrupción de algo que era más racional e inteligible en estados anteriores.

            El Profesor Jorge Rawlinson M. A., observa que:

            “El salvaje primitivo” es un término familiar en la literatura moderna, pero no hay prueba alguna de que haya existido jamás. Más bien todo prueba lo  contrario.

            En su Origen of Nations, añade él justamente:

            Las tradiciones míticas de casi todas las naciones colocan al principio de la historia de la humanidad un tiempo de dicha y perfección, una “edad de oro” que no tiene rasgo alguno de salvajismo o barbarie, sino muchos de civilización y refinamiento.

            ¿Cómo contesta el evolucionista moderno a esta conformidad de pruebas?
            Repetimos la pregunta hecha en Isis sin Velo:

            ¿Prueban los restos encontrados en la cueva de Devon que no hubiera entonces razas contemporáneas altamente civilizadas? Cuando la población presente de la Tierra haya desaparecido, y algunos arqueólogos de la “raza futura” del lejano porvenir desentierren los utensilios domésticos de una de nuestras tribus de la India o de la Isla Adaman, ¿estará justificado que saquen la conclusión de que la humanidad del siglo XIX estaba “saliendo precisamente de la edad de piedra”?.

            Otra inconsecuencia extraña de las teorías científicas es que al hombre neolítico se le muestre como un salvaje mucho más primitivo que el paleolítico. O el Prehistoric Man de Lubbock, o el Ancient Stone Implement de Evan, tienen que estar en el error, o lo están ambos. Pues he aquí lo que se nos dice en estas y otras obras:

            1º A medida que pasamos del hombre neolítico al paleolítico, los utensilios de piedra se convierten en toscas y pesadas herramientas, en lugar de instrumentos pulimentados de formas primorosas. La alfarería y otras artes útiles desaparecen a medida que descendemos en la escala. ¡Y sin embargo, los últimos podían grabar semejante rengífero!
            
2º El hombre paleolítico vivía en cuevas que compartía con hienas y leones, mientras que el hombre neolítico vivía en aldeas y edificios lacustres.
            
Todos los que han seguido, aunque no sea sino superficialmente, los descubrimientos geológicos de nuestros días, saben que se encuentra un progreso gradual en las obras de arte, desde el tosco lascado y grosera labra de las primeras hachas paleolíticas, a las relativamente primorosas celts de piedra de aquella parte del período Neolítico que precedió inmediatamente al uso de los metales. 

Pero esto es en Europa, de la cual sólo unas pocas porciones se acababan de levantar sobre las aguas en los días de la civilización culminante de los Atlantes. Entonces, lo mismo que ahora, había salvajes rudos y pueblos altamente civilizados. Si dentro de 50.000 años se desenterrasen bosquimanos pigmeos, en alguna caverna del África, juntamente con elefante pigmeos mucho más antiguos, tales como los que se encontraron en las cuevas depósitos de Malta por Milne Edwards, ¿sería esa una razón para sostener que en nuestra edad todos los hombres y todos los elefantes eran pigmeos? 

O si se encontrasen las armas de los Veddhas de Ceilán, ¿estarán justificados nuestros descendientes en clasificarnos a todos como salvajes paleolíticos? 

Todos los artículos que los geólogos desentierran ahora en Europa pueden seguramente no ser anteriores al período Eoceno, puesto que las tierras de Europa no estaban siquiera sobre las aguas antes de aquel período. Ni lo que hemos dicho puede ser invalidado por los teóricos que nos digan que estos esmerados bosquejos de animales y hombres fueron hechos por el hombre paleolítico hacia el final del período rengífero; pues esta explicación sería verdaderamente muy deficiente, dada la ignorancia de los geólogos de la duración, siquiera aproximada, de los períodos.
            La Doctrina Esotérica enseña claramente el dogma de las elevaciones y caídas de la civilización; y ahora se nos dice que:

            Es un hecho notable que el canibalismo parece haber sido más frecuente a medida que el hombre avanzaba en civilización, y que, al paso que su rastro abunda en los tiempos neolíticos, es más escaso, y hasta desaparece por completo, en la edad del mamut y del rengífero...

            Otra prueba de la ley cíclica y de la verdad de nuestras enseñanzas. La historia esotérica enseña que los ídolos y su culto desaparecieron con la Cuarta Raza, hasta que los supervivientes de las razas híbridas de esta última (chinos, negros africanos, etc.) volvieron gradualmente a resucitar el culto. Los Vedas no amparan a ídolo alguno, pero sí todos los escritos indos modernos.

            En  las primeras tumbas de Egipto, y en los restos de las ciudades prehistóricas desenterradas por el doctor Schliemann, se encuentran en abundancia imágenes de diosas con cabezas de lechuzas y de bueyes, y otras figuras simbólicas o ídolos. Pero cuando nos remontamos a los tiempos neolíticos, ya no se encuentran tales ídolos, o, si se encuentran, es tan raramente, que los arqueólogos disputan todavía acerca de su existencia...; los únicos que puede decirse, con alguna certeza, que han sido ídolos, son uno o dos descubiertos por M. de Braye en algunas cuevas artificiales del período Neolítico... que parecían representar figuras de mujer de tamaño natural.

            Y éstas pueden haber sido sencillamente estatuas. De todos modos, todo esto es una de las muchas pruebas de la elevación y caída cíclicas de la civilización y de la religión. El hecho de que no se hayan encontrado hasta ahora vestigios de restos humanos o esqueletos más allá de los tiempos Posterciario o Cuaternario -aun cuando los pedernales del Abate Bourgeois puedan servir de aviso- parece indicar la verdad de la siguiente declaración esotérica:
            
Busca los restos de sus antepasados en los sitios elevados. Los valles se han convertido en montañas, y las montañas se han hundido en el fondo de los mares.
            
La humanidad de la Cuarta Raza, reducida a una tercera parte de su población después del último cataclismo, en lugar de establecerse en los nuevos continentes e islas que volvían a aparecer -mientras que sus predecesores formaban los lechos de nuevos océanos-, abandonaron lo que hoy es Europa y partes del Asia y África, por las cúspides de montañas gigantescas, habiéndose “retirado” desde entonces los mares que rodeaban algunas de éstas, dando lugar a las planicies del Asia Central.
            
El ejemplo más interesante de esta marcha progresiva lo proporciona quizá la célebre caverna de Kent en Torquay. En aquel extraño retiro, socavado por el agua en la piedra caliza devoniana, vemos uno de los anales más curiosos conservados para nosotros en las memorias geológicas de la Tierra. Bajo los bloques calizos amontonados en el suelo de la caverna, se descubrieron, enterrados en un depósito de tierra negra, muchos utensilios del período Neolítico de una ejecución excelente, con unos cuantos fragmentos de alfarería - que posiblemente podían atribuirse a la era de la colonización romana. 

No existe allí rastro alguno del hombre paleolítico; ningún pedernal ni rastro de los animales extinguidos del período Cuaternario. Sin embargo, cuando se profundiza a través de la densa capa de estalagmitas en la tierra roja que se halla bajo la negra, y que, por supuesto, constituyó una vez el piso de aquel retiro, las cosas toman un aspecto muy distinto. No se ve ningún utensilio capaz de sufrir comparación con las armas finamente cortadas que se encuentran en las capas superiores; sólo una porción de pequeñas hachas toscas amontonadas (¿con las cuales los monstruosos gigantes del mundo animal eran domados y muertos por el hombre pigmeo, según hemos de creer?) y de raspadores de la edad Paleolítica, mezclados confusamente con huesos de especies que, o bien se han extinguido, o emigraron, impulsadas por el cambio de clima. ¡El artífice de estas feas hachuelas que vemos, es el que esculpió el rengífero sobre el arroyo, en el cuerno, según se ha dicho ya! 

En todos los casos nos encontramos con el mismo testimonio; que desde el hombre histórico al neolítico y del neolítico al paleolítico, el estado de cosas se desliza en retroceso sobre un plano inclinado desde los rudimentos de la civilización a la barbarie más abyecta -siempre en Europa. Se nos presenta igualmente la “edad del mamut” -el extremo de la primera división de la edad Paleolítica-, en la cual la extremada tosquedad de los instrumentos llega a su máximum, y en que la apariencia brutal (?) de los cráneos contemporáneos, tales como el de Neanderthal, señala un tipo muy inferior de la humanidad. Pero ellos pueden señalar algunas veces otra cosa: una especie de hombres completamente distinta de nuestra Humanidad (de la Quinta Raza o especie).
            
Según se expresa un antropólogo en Modern Thought:

            La teoría de Peyrère, ya esté o no científicamente basada, puede considerarse equivalente a la que dividía al hombre en dos especies. Broca, Virey y cierto número de antropólogos franceses han reconocido que la especie inferior del hombre, comprendiendo la raza australiana, la tasmania y la negra, excluyendo los hotentotes y los africanos del Norte, debe ponerse aparte. El hecho de que en esta especie, o más bien subespecie, los molares terceros inferiores sean generalmente más grandes que los segundos, y los huesos escamosal y frontal estén por regla general unidos por sutura, coloca al Homo afer en el nivel de una especie distinta, como en muchas de las clases de pinzones. En la presente ocasión me abstendré de mencionar los hechos de la hibridación, los cuales ha comentado tan extensamente el difunto profesor Broca. La historia de esta especie, en las edades pasadas del mundo, es peculiar. Ella no originó jamás un sistema de arquitectura ni una religión suya propia.

Es peculiar, en efecto,  como hemos mostrado en el caso de los tasmanios. Como quiera que sea, el hombre fósil de Europa no puede probar ni impugnar la antigüedad del hombre en esta Tierra, ni la edad de sus primeras civilizaciones.
            
Tiempo es ya de que los Ocultistas no se preocupen de la burla que se les haga, despreciando los cañonazos de la sátira de los hombres de ciencia, así como los tiros más insignificantes del profano, puesto que es imposible, hoy por hoy, obtener prueba alguna en pro ni en contra; al paso que sus teorías pueden sostenerse mejor, en todo caso, que las hipótesis de los científicos. En cuanto a la prueba de la antigüedad que ellos asignan al hombre, tienen de su parte al mismo Darwin y a Lyell. Este último confiesa que los naturalistas:

            Han obtenido ya pruebas de la existencia del hombre en un período tan remoto, que ha habido tiempo de que muchos mamíferos principales, que fueron sus contemporáneos, se hayan extinguido, y esto aun antes de la era de los primeros anales históricos.

            Ésta es una declaración hecha por una de las más grandes autoridades de Inglaterra sobre la cuestión. Las dos frases que siguen son igualmente sugestivas, y pueden bien tenerse en cuenta por los estudiantes de Ocultismo, pues como todos los demás, dice que:

            A pesar del largo transcurso de las edades prehistóricas, durante las cuales ha debido él (el hombre) florecer en la tierra, no hay pruebas de cambio alguno perceptible en su estructura corporal. Por lo tanto, si ha divergido alguna vez de un sucesor bruto irracional, tenemos que suponer que ha existido en una época mucho más distante, probablemente en algunos continentes o islas sumergidos ahora bajo el Océano.

            Así, pues, se sospecha oficialmente la desaparición de continentes. Que los mundos y también las razas o especies son destruidos periódicamente por el fuego (volcanes y terremotos) y el agua, por turno, y se renuevan periódicamente, es una doctrina tan vieja como el hombre. Manu, Hermes, los caldeos, la antigüedad toda, creían en esto. Por dos veces ha cambiado ya por el fuego la faz del Globo, y dos por el agua, desde que el hombre apareció en ella. Así como la tierra necesita reposo y renovación, nuevas fuerzas y un cambio de su suelo, lo mismo sucede con el agua. De aquí se origina una nueva distribución periódica de la tierra y del agua, cambio de climas, etc., acarreado todo por revoluciones geológicas, y terminando por un cambio final en el eje de la tierra. Los astrónomos pueden encogerse de hombros ante la idea de un cambio periódico en el eje del Globo, y reírse de la conversación que se lee en el Libro de Enoch, entre Noé y su “abuelo” Enoch; la alegoría es, sin embargo, un hecho astronómico y geológico. Existe un cambio secular en la inclinación del eje de la Tierra, y su época determinada se halla registrada en uno de los grandes Ciclos Secretos. Lo mismo que en muchas otras cuestiones, la Ciencia marcha gradualmente hacia nuestro modo de pensar. El doctor Henry Wodwaord, F. R. S., F. G. S., escribe en Popular Science Review:

            Si fuera necesario recurrir a causas extramundanas para explicar el gran aumento del hielo en este período glacial, preferiría la teoría expuesta por el doctor Robert Hooke, en 1688; después por Sir Richard Phillips y otros; y últimamente por Mr. Thomas Belt, C. E., F. G. S.; a saber: un ligero aumento en la presente oblicuidad de la eclíptica, proposición que está en perfecto acuerdo con otros hechos astronómicos conocidos, y cuya introducción no envuelve perturbación alguna de la armonía esencial a nuestro estado cósmico, como unidad en el gran sistema solar.

            Lo que sigue, citado de una conferencia de W. Pengelly, F.R. S., F. G. S., dada en marzo de 1885, sobre “El Lago Extinguido de Bovery tracey”, muestra la vacilación, frente a todos los testimonios en favor de la Atlántida, para aceptar el hecho.

            Higueras siempre verdes, laureles, palmeras y helechos con gigantescos rizomas, tienen sus existentes congéneres en un clima subtropical, semejante indudablemente al que había en el Devonshire en los tiempos Miocenos, y por tanto, deben ponernos en guardia, siempre que el clima actual de alguna región se considere normal.
           
  Por otra parte, cuando se encuentran plantas miocenas en la Isla Disco, costa occidental de la Groenlandia, entre los 69º 20’ y 70º 30’ lat. N.; cuando sabemos que entre ellas había dos especies que se encuentran también en Bovey (Sequoia couttsiae, Quercus lyelli); cuando citando al profesor Heer, vemos que “la espléndida siempreviva” (Magnolia inglefieldi) maduraba sus frutos tan lejos hacia el Norte como el paralelo de 70 º” (Phil. trans., CLIX, 457, 1869); cuando vemos también que el número, variedad y exuberancia de las plantas miocenas de la Groenlandia han sido tales, que si la tierra hubiese llegado al Polo hubieran florecido allí mismo algunas de ellas, según toda probabilidad; el problema de los cambios de clima se presenta claramente a la vista, aunque sólo para ser desechado, al parecer, con el sentimiento de que el tiempo de su solución no ha llegado aún.
            
Parece ser que todos admiten que las plantas miocenas de Europa tienen sus análogas, las más parecidas y más numerosas que existen, en la América del Norte; y de aquí se origina la pregunta: ¿cómo se efectuó la emigración desde un área a la otra? ¿Hubo una Atlántida, como algunos creen (un continente o un archipiélago de grandes islas, que ocupaba el área del Atlántico del Norte)? No hay, quizá, nada antifilosófico en esta hipótesis; pues dado, como declaran los geólogos, que “los Alpes han adquirido 4.000 pies y en algunos sitios más de 10.000’ de su presente altitud desde el principio del período Eoceno” (Principles, de Lyell, 11ª edición, págs. 256, 1872), una depresión Postmiocena (?), pudo haber hundido la hipotética Atlántida en profundidades casi insondables. Pero una Atlántida es aparentemente innecesaria y fuera de lugar. Según el profesor Oliver: “Subsiste una estrecha y curiosa analogía entre la Flora de la Europa Central Terciaria y las Floras recientes de los Estados de América y de la región japonesa; analogía mucho más estrecha e íntima que la que se encuentra entre la Flora Terciaria y la reciente en Europa. 

Vemos que el elemento terciario del Antiguo Mundo es más preponderante hacia su margen oriental extrema, si no en la preponderancia numérica de géneros, sí en rasgos que dan especialmente un carácter a la Flora fósil... Este acceso del elemento terciario es más bien gradual y no repentino, sólo en las islas del Japón. Aunque allí alcanza un máximum, podemos seguir su huella en el Mediterráneo, Levante, Cáucaso y Persia...; luego a lo largo del Himalaya y a través de la China... Se nos dice también que durante la época Terciaria crecían ciertamente en el Noroeste de América duplicados de los géneros miocenos de la Europa Central... Observamos además que la Flora presente de las islas atlánticas no presenta pruebas substanciales de una comunicación directa anterior con el continente del Nuevo Mundo... La consideración de estos hechos me hace suponer que las pruebas de la Botánica no favorecen la hipótesis de una Atlántida. Por otra parte, apoya ella mucho la opinión de que en algún período de la época Terciaria el Nordeste de Asia estaba unido al Noroeste de América, quizá por la línea que marca en la actualidad la cadena de las islas Aleutianas” .

            Sobre estos particulares, véanse, sin embargo, “Pruebas Científicas y Geológicas de la Realidad de Varios Continentes Sumergidos”.
           
  Pero nada que no sea un hombre pitecoide satisfará nunca a los poco afortunados buscadores del tres veces hipotético “eslabón perdido”. Sin embargo, si bajo los vastos lechos del Atlántico, desde el Pico de Tenerife a Gibraltar, antiguo emplazamiento de la perdida Atlántida, se registrasen a millas de profundidad todas las capas submarinas, no se encontraría un cráneo tal que satisficiese a los darwinistas. Según observa el doctor C. R. Bree, no habiéndose descubierto ningún eslabón perdido entre el hombre y el mono, en varios arrastres y formaciones sobre las capas terciarias, si estas formas se han hundido con los continentes cubiertos hoy por el mar, podrían todavía encontrarse- en aquellos lechos de capas geológicas contemporáneas que no se han hundido en el fondo del mar .

            Sin embargo, están fatalmente ausentes, tanto en estas últimas como en las primeras. Si los prejuicios no se aferrasen como vampiros a la mente del hombre, el autor de The Antiquity of Man hubiera encontrado la clave de la dificultad en esa misma obra suya, retrocediendo diez páginas (a la página 530), y leyendo una cita suya de la obra del profesor G. Rolleston. Este fisiólogo, dice él, sugiere que como hay una plasticidad considerable en la constitución humana, no sólo en la juventud y durante el desarrollo, sino hasta en el adulto, no debemos considerar como un hecho, como hacen algunos defensores de la teoría del desarrollo, que cada adelanto del poder físico dependa de un progreso en la estructura corporal; pues ¿por qué no han de representar el alma o la intelectualidad superior y las facultades morales el papel principal, en lugar del secundario, en el esquema del progreso?          
            
Esta hipótesis se presenta respecto de que la evolución no se debe enteramente a la selección natural”; pero se aplica igualmente al caso que nos ocupa. Porque nosotros también pretendemos que el “Alma”, o el Hombre Interno, es lo que desciende primero a la tierra, lo Astral psíquico, el molde sobre el cual se construye gradualmente el hombre físico, despertándose más tarde su Espíritu, sus facultades morales e intelectuales a medida que la estatura física crece y se desarrolla.
            
“Así los espíritus incorpóreos redujeron sus inmensas formas a estructuras más pequeñas”, y se convirtieron en los hombres de la Tercera o Cuarta Raza.
            
Más tarde aún, edades después, aparecieron los hombres de la Quinta Raza, reducidos ahora a cosa de la mitad de la estatura, que aún llamaríamos gigantesca, de sus primeros antepasados.
            
El hombre no es, ciertamente, una creación especial. Es el producto de la obra gradual progresiva de la Naturaleza, como cualquiera otra mitad viviente de esta Tierra. Pero esto es sólo respecto del tabernáculo humano. Lo que vive y piensa en el hombre y sobrevive a esa estructura, obra maestra de la evolución, es el “Eterno Peregrino”, la diferenciación Protea, en el Espacio y en el Tiempo, del Uno Absoluto “Ignoto”.
            En su Antiquity of Man, Sir Charles Lylle cita -quizás con espíritu un tanto burlón- lo que dice Hallam en su Introduction to the Literature of Europe:

            Si el hombre fue hecho a la imagen de Dios, fue hecho también a la imagen de un mono. La Constitución del cuerpo de aquel que ha pesado las estrellas y ha hecho esclavo suyo al rayo, se aproxima a la del bruto mudo que vaga por los bosques de Sumatra. Hallándose, pues, en la frontera entre la naturaleza animal y la angélica, ¿qué milagro es que participe de ambas? .

            Un Ocultista lo hubiera expresado de otro modo. Diría que el hombre fue hecho, verdaderamente, a la imagen de un tipo proyectado por su progenitor, la creadora Fuerza-Ángel, o Dhyân Chohan; mientras que el vagabundo de los bosques de Sumatra fue hecho a imagen del hombre, puesto que la constitución del mono, repetimos, es el restablecimiento, la resurrección por medios anormales, de la forma que existió del hombre de la Tercera Ronda, así como más adelante de la Cuarta. Nada se pierde en la Naturaleza, ni un átomo; esto es cierto, por lo menos con arreglo a la Ciencia. La Analogía parece debería exigir que la forma estuviese igualmente dotada de estabilidad.
            
Y, sin embargo, ¿qué es lo que vemos? Sir William Dawson, F. R. S., dice:

            Es además significativo que el profesor Huxley, en sus conferencias en Nueva York, al paso que apoyaba su opinión respecto de los animales inferiores en la supuesta genealogía del caballo, la cual se ha demostrado muchas veces que no llega a ser una prueba cierta, evitaba por completo la discusión sobre que el hombre descienda de los monos, actualmente tan complicada con muchas dificultades, que lo mismo Wallace que Mivart se encuentran confundidos. El profesor Thomas, en sus recientes conferencias (Nature, 1876) admite que no se conoce hombre inferior al australiano, y que no existe eslabón alguno de unión conocido con los monos; y Haeckel tiene que admitir que el eslabón penúltimo en su filogenia, el hombre semejante al mono, es absolutamente desconocido (History of Creation)... Las llamadas “muescas” encontradas con los huesos de hombres paleocósmicos en cuevas europeas, e ilustradas en las admirables obras de Christy y de Lartet, muestran que hasta los rudimentos de la escritura estaban ya en poder de la raza más antigua de hombres conocida de la arqueología o geología.
           
            También leemos en Fallacies of Darwinism, del doctor C. R. Bree:

            Mr. Darwin dice justamente que la diferencia física, y más especialmente la mental, entre la forma más ínfima del hombre y el mono antropomorfo superior, es enorme. Por tanto, el tiempo -que en la evolución darwinista debe ser casi inconcebiblemente lento- tuvo que haber sido enorme también durante el desenvolvimiento del hombre desde el mono. 

Así, pues, las probabilidades de que se hallen algunas de estas variedades en los diversos acarreos o formaciones de aguas dulces sobre las capas terciarias, deben ser muchas. ¡Y, sin embargo, ni una sola variedad, ni un solo ejemplar de un ser intermedio entre el hombre y el mono, se ha encontrado jamás! Ni en los acarreos, ni en los bancos de arcilla, ni en los lechos de las aguas dulces, ni en sus arenas y bancos, ni en las capas terciarias debajo de ellos, se han descubierto jamás restos de individuos de las familias que faltan entre el hombre y el mono, según Mr. Darwin supone que han existido. ¿Es que se han hundido con la depresión de la superficie de la tierra, y se hallan ahora cubiertos por el mar? Si es así, hay toda probabilidad de que se encuentren también en aquellos lechos de capas geológicas contemporáneas, que no se han hundido en el fondo del mar; siendo aún más improbable que algunas porciones no sean extraídas de los lechos del Océano, como los restos del mamut y del rinoceronte, que se encuentra también en los lechos de aguas dulces y en los acarreos y bancos... 

El famoso cráneo de Neanderthal, acerca del cual se ha hablado tanto, pertenece, según se ha dicho, a este remoto período (edades del bronce y de piedra) y, sin embargo, presenta, aunque puede haber sido el cráneo de un idiota, inmensas diferencias con el mono antropomorfo más elevado conocido.

            Pasando nuestro Globo por convulsiones, cada vez que vuelve a despertar para un nuevo período de actividad, lo mismo que un campo tiene que ser arado y surcado antes de sembrar la semilla de la nueva cosecha, parece completamente imposible que se encuentren fósiles pertenecientes a sus rondas anteriores, ni en sus capas geológicas más antiguas, ni en las más recientes. Cada nuevo Manvántara trae consigo la renovación de las formas, tipos y especies; todos los tipos de las formas orgánicas precedentes -vegetales, animales y humanos- cambian y se perfeccionan en la siguiente, hasta el mineral mismo, que ha recibido en esta Ronda su opacidad y dureza últimas; sus partes más blandas formaron la vegetación presente; y los restos astrales de la vegetación y fauna anteriores fueron utilizados en la formación de los animales inferiores y en determinar la estructura de los Tipos-Raíces primitivos de los mamíferos más elevados. Y, finalmente, la forma del hombre-mono gigantesco de la Ronda anterior ha sido reproducida en ésta por bestialidad humana, y transformada en la forma padre el antropoide moderno.
            
Esta doctrina, aunque imperfectamente bosquejada como está bajo nuestra deficiente pluma, es seguramente más lógica, más consecuente con los hechos, y mucho más probable, que muchas teorías “científicas”; como por ejemplo, aquella del primer germen orgánico descendiendo a nuestra Tierra sobre un meteoro - lo mismo que Ain Soph sobre su Vehículo, Adam Kadmon. Sólo que este último descenso es alegórico, como todos saben, y los kabalistas nunca han presentado esta figura del lenguaje para que se acepte en su apariencia de la letra muerta. Pero la teoría del germen en el meteoro, proviniendo de tan elevado origen científico, es un candidato a la verdad y ley axiomáticas; una teoría que la gente se ve en el caso de admitir si quiere estar en armonía con la Ciencia moderna. Lo que será la próxima teoría requerida por las premisas materialistas, nadie puede decirlo. Mientras tanto, las actuales teorías, como todos pueden observar, chocan entre sí de un modo mucho más discordante que con las mismas teorías de los ocultistas, fuera de los sagrados recintos del saber. Porque, ¿qué es lo que queda después que la Ciencia exacta ha hecho hasta del principio de la vida, una palabra vacía, un término sin sentido, e insiste en que la vida es un efecto debido a la acción molecular del protoplasma primordial? La nueva doctrina de los darwinistas puede definirse y resumirse en unas cuantas palabras, de Herbert Spencer:

            La hipótesis de las creaciones especiales resulta sin ningún valor: sin valor, por su derivación; sin valor, en su incoherencia intrínseca; sin valor, como careciendo en absoluto de pruebas; sin valor, porque no satisface a una necesidad intelectual; sin valor, porque no llena necesidad moral alguna. Por tanto, debemos considerarla sin ninguna importancia frente a cualquier otra hipótesis respecto del origen de los seres orgánicos.

H.P. Blavatsky  D.S T IV



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