LA
TETRAKTYS EN RELACIÓN CON EL HEPTÁGONO
De modo que el número siete, como un compuesto del 3 y del 4,
es el factor común de toda religión antigua, porque es el común factor en la
Naturaleza. Hay que justificar su adopción, y mostrar que es el número por excelencia, pues desde la aparición del Buddhismo Esotérico se han hecho muchas veces objeciones, y se han
manifestado dudas respecto de la exactitud de estos asertos.
Y en este punto digamos
desde luego al estudiante que en todas estas divisiones numéricas nunca entra
en los cálculos el Principio Universal ÚNICO, aunque se le ha mencionado como
(el) uno, por ser el Único Uno. En su
carácter de Absoluto, Infinito, y Abstracción Universal, es ÚNICO e
independiente de todo otro Poder, ya sea noumenal o fenomenal. He aquí lo que
dice el autor del artículo “Dios Personal e Impersonal”:
Esta entidad no es ni
materia ni espíritu; no es Ego ni no Ego; ni es sujeto ni objeto.
En el lenguaje de los
filósofos indos es la combinación original y eterna de Purusha (el Espíritu) y
de Prakriti (la Materia). Como los Advaitis sostienen que un objeto externo es
meramente el producto de nuestros estados mentales, Prakriti no es más que una
ilusión y Purusha la única realidad; es él la existencia única, que permanece en el
universo de las Ideas. Esto... pues, es el Parabrahman de los Advaitis. Aun
cuando hubiese un Dios personal con un Upâdhi material cualquiera (base física
de cualquier forma), desde el punto de vista de un Advaiti, habría tanta razón
para dudar de su existencia noumenal como en el caso de cualquier otro objeto.
En su opinión, un Dios consciente no puede ser el origen del universo, toda vez
que su Ego sería el efecto de una causa anterior, si se da a la palabra
consciente su significado ordinario. No pueden ellos admitir que el gran total
de todos los estados de conciencia del universo sea su deidad, porque estos
estados están constantemente cambiando, y que el idealismo cósmico cesa durante
el Pralaya. Sólo hay un estado permanente en el Universo, que es el estado de
inconsciencia perfecta, mero Chidâkâsham (el campo de la conciencia) de hecho.
Cuando mis lectores se
hagan cargo del hecho de que este gran universo no es en realidad más que una
enorme agregación de varios estados de conciencia, no se sorprenderán de
encontrar que el último estado de inconsciencia sea considerado como
Parabrahman por los Advaitis.
Aunque
completamente fuera de toda cuenta o cálculo humano, esta “enorme agregación de
varios estados de conciencia” es un septenario, compuesto en su totalidad de grupos septenarios;
sencillamente, porque “la capacidad de percepción existe en siete diferentes aspectos correspondientes a las siete
condiciones de la materia”, o las siete propiedades o estados de la
materia. Por lo tanto, la serie de uno a siete principia en los cálculos
esotéricos con el primer principio manifestado, el cual es el número uno si
principiamos a contar por arriba, y el número siete si lo hacemos desde abajo,
o sea desde el principio más inferior.
La Tétrada se considera
en la Kabalah, como lo hacía
Pitágoras, el número más perfecto, o más bien sagrado, porque emanaba del Uno, la primera Unidad manifestada, o
más bien los Tres en Uno. Y este
último ha sido siempre impersonal, sin sexo, incomprensible, aun cuando dentro
de la posibilidad de las percepciones mentales superiores no hubo jamás
intención de que la primera manifestación de la Mónada eterna representase el
símbolo de otro símbolo, lo No-Nato por el Elemento-nacido, o el LOGOS uno por
el Hombre Celeste. El Tetragrammaton, o la Tetraktys de los griegos, es el segundo logos, el Demiurgo.
La Tétrada, según
piensa Thomas Taylor, es, en todo caso, el animal
mismo de Platón, quien, como Siriano observa justamente, fue el mejor de
los Pitagóricos; subsiste en la extremidad de la tríada inteligible, como ha
mostrado muy satisfactoriamente Proclo en el libro III de su tratado sobre la
teología de Platón. Y entre estas dos tríadas (el doble triángulo), una
inteligible y la otra intelectual, existe otro orden de dioses que participa de
ambos extremos...
El mundo Pitagórico,
según Plutarco, consistía en un
cuaternario doble.
Este aserto corrobora
lo que se dice acerca de la preferencia dada por las teologías exotéricas a la
Tetraktys inferior. Pues:
El cuaternario del
mundo intelectual (el mundo de Mahat) es T’Agathon, Nous, Psyche, Hyle;
mientras que el del mundo sensible (de la Materia), el cual es propiamente lo
que Pitágoras significaba por la palabra Kosmos, es el Fuego, el Aire, el Agua
y la Tierra. Los cuatro elementos son denominados rhizomata, las raíces o principios de todos los cuerpos compuestos.
Esto es; la Tetraktys
inferior es la raíz de la ilusión,
del Mundo de la Materia; y éste es el Tetragrammaton de los judíos, y la
“deidad misteriosa”, sobre la cual meten tanto ruido los kabalistas.
Este número (el cuatro)
forma el medio aritmético entre la mónada y la heptada; y comprende todos los
poderes, tanto de los números productores como de los producidos; pues éste,
entre todos los números bajo diez, es hecho de cierto número; la duada doble
forma una tétrada, y la tétrada doblada (o desarrollada) hace la hebdómada (el
septenario). Dos multiplicado por sí mismo da cuatro; y multiplicado de nuevo
por sí mismo produce el primer cubo. Este primer cubo es un número fértil, el campo de la multitud y
de la variedad, constituido por dos y cuatro (dependiendo de la mónada, el séptimo). De modo que los dos principios
de las cosas temporales, la pirámide y el cubo, la forma y la materia, fluyen
de una fuente, el tetrágono (en la tierra; la mónada, en el cielo).
Aquí, Reuchlin, la gran
autoridad en la Kabalah, muestra que
el cubo es la “materia”, al paso que la pirámide o la tríada es la “forma”.
Para los Hermesianos, el número cuatro se convierte en el símbolo de la verdad
sólo cuando es amplificado en un cubo,
el cual desarrollado, hace siete, como simbolizando los elementos masculino y
femenino y el elemento de la vida.
Algunos estudiantes se
han encontrado embarazados para explicarse por qué la línea vertical, que
es masculina, se convierte en la cruz en una línea partida en cuatro (siendo cuatro un número femenino), al paso que
la horizontal (la línea de la materia) se divide en tres. Pero esto es fácil de
explicar. Dado que la cara media del “cubo desarrollado” es común, tanto a la barra vertical como a la horizontal,
siendo
así doble, se convierte en espacio neutro,
por decirlo así, y no pertenece a ninguna. La línea del espíritu permanece
triádica, y la línea de la materia doble, siendo el dos un número par, y por
tanto también femenino. Por otra parte, según Theon, en su Mathematica, los Pitagóricos que dieron el nombre de Armonía a la
Tetraktys, “porque es un diatesaron en sesquitercia”, eran de opinión que:
La división del canon
del monocordio era hecho por la tetraktys en la duada, tríada y tétrada; pues
comprendía una proporción sesquitercia, una sesquialtera, una duple, una triple
y una cuádruple, cuya sección es 27. En la anotación musical antigua, el
tetracordio consistía en tres grados
o intervalos, y cuatro términos de
sonidos llamados por los griegos diatesaron, y por nosotros un cuarto.
Por
otra parte, el cuaternario, aunque número par, y por tanto número femenino
(“infernal”), variaba según su forma. esto lo indica Stanley . El cuatro
era llamado por los Pitagóricos el guardián de la clave de la Naturaleza; pero
en unión del tres, que lo convertía en siete, se transformaba en el más
perfecto y armonioso de los números; en la naturaleza
misma. El cuatro era “lo masculino de la forma femenina” cuando formaba la
cruz; y el siete es el “Amo de la Luna”, pues este planeta tiene que alterar su
apariencia cada siete días. Sobre el número siete, Pitágoras compuso su
doctrina de la Armonía y de la Música de las Esferas, llamando un “tono” a la
distancia de la Luna a la Tierra; de la Luna a Mercurio medio tono, y desde
éste a Venus lo mismo; de Venus al Sol uno y medio tono; desde el Sol a Marte
un tono; de allí a Júpiter medio tono; desde éste a Saturno medio tono; y desde
allí al Zodíaco un tono; constituyendo así siete tonos - el diapasón armónico.
Toda la melodía de la Naturaleza está en estos siete tonos, y por esto se
llama la “Voz de la Naturaleza”.
Plutarco
explica, que los griegos más antiguos consideraban la Tétrada como la raíz
y principio de todas las cosas, dado que era el número de los elementos que
producían todas las cosas creadas, visibles e invisibles.
Para los hermanos de la
Rosa Cruz, la figura de la cruz, o el cubo
desarrollado, constituía el tema de discusión en uno de los grados
teosóficos de Peuvret, y era tratado con arreglo a los principios fundamentales
de la luz y las tinieblas o el bien y el
mal .
El mundo inteligible surge de la mente divina
(o unidad) de este modo. La Tetraktys, reflejándose en su propia esencia, la primera unidad, productora de todas las cosas, y en su propio principio, se muestra así: Una vez uno, dos
veces dos, inmediatamente surge una tétrada, teniendo en su ápice la unidad más
elevada, y se convierte en una Pirámide,
cuya base es una simple tétrada, correspondiendo a una superficie, sobre la
cual la luz radiante de la unidad divina produce la forma del fuego incorpóreo,
por razón del descenso de Juno (la materia) a las cosas inferiores. De aquí se
produce la luz esencial, que no quema, sino que ilumina. Ésta es la creación del mundo medio, que los hebreos llaman lo
Supremo, el mundo de la deidad (de
ellos). Es denominado el Olimpo, la luz completa, y está lleno de formas
separadas, en donde está la sede de los dioses inmortales, deûm domus alta, cuya
cúspide es la unidad, su muro la trinidad y su superficie el cuaternario .
La “superficie” tiene así que permanecer un
área sin significación, si se la
abandona a sí misma. Sola la UNIDAD, “iluminado” el cuaternario, el famoso cuatro inferior tiene también que construir
para sí un muro procedente de la trinidad,
para poder manifestarse. Por otra parte, el Tetragrammaton, o Microposopus, es
“Jehovah” arrogándose muy indebidamente el “Era, Es y Será”, que ahora se
traduce por “Yo soy lo que soy”, y se interpreta como refiriéndose a la Deidad
abstracta más elevada; mientras que esotéricamente y en estricta verdad, sólo
significa la MATERIA eterna, periódicamente caótica y turbulenta, con todas sus
potencialidades.
Pues el Tetragrammaton es uno con la Naturaleza, o Isis, y es
la serie exotérica de Dioses andróginos tales como Osiris-Isis, Jove-Juno,
Brahmâ-Vâch, o el Jah-Hovah kabalístico; todos macho-hembras. Todos los dioses antropomórficos, de las naciones antiguas, tienen su nombre escrito
con cuatro letras, como observó muy bien Marcelo Ficino. Así, para los egipcios,
era Teut; entre los árabes Alah; para los persas, Sire; entre los magos, Orsi; para los mahometanos, Abdi; entre los griegos, Teos; para los antiguos turcos, Esar; para los latinos, Deus; a los cuales Juan Lorenzo Anania
añade el Gott alemán; el Bouh sarmaciano, etc..
Siendo la Mónada una, y
un número impar, los Antiguos decían
por esto que los números impares eran los solos perfectos; y -quizás
egoístamente, aunque siendo, sin embargo, un hecho- los consideraban a todos
como masculinos y perfectos, aplicables a los Dioses celestes; mientras que los números pares, tales como dos, cuatro,
seis, y especialmente ocho, siendo femeninos, eran considerados imperfectos, y
aplicados solamente a las Deidades
terrestres e infernales. Virgilio anota el hecho diciendo: “Numero deus impare gaudet”. “Al Dios le satisface un número impar”.
Pero al número siete, o Heptágono, lo consideraban los Pitagóricos como un número religioso y perfecto. Era llamado
Telesphoros, porque por su medio todo en
el Universo y la humanidad es llevado a su fin, esto es, a su
culminación. La doctrina de las Esferas gobernadas por los siete Planetas
Sagrados muestra, desde la Lemuria a Pitágoras, a los siete Poderes de la
Naturaleza terrestre y sublunar, así como a las siete grandes Fuerzas del
Universo, procediendo y desenvolviéndose en siete tonos, que son las siete
notas de la escala musical.
La Héptada (nuestro
Septenario) era consideerado como número
de una virgen, porque es no-nacida
(lo mismo que el Logos o el Aja de los Vedantinos):
Sin padre... ni
madre... sino procediendo directamente de
la mónada, que es el origen y corona de todas las cosas.
Y puesto que la Héptada
procede directamente de la Mónada, de aquí que sea, como se enseña en la
Doctrina Secreta de las escuelas más antiguas, el número perfecto y sagrado de
este nuestro Mahâmanvantara.
El Septenario, o Héptada, estaba consagrado
verdaderamente a varios Dioses y Diosas; a Marte, con sus siete servidores; a
Osiris, cuyo cuerpo estaba dividido en siete y dos veces siete partes; a Apolo,
el Sol, entre sus siete planetas, tocando el himno al de los siete rayos, en su
arpa de siete cuerdas; a Minerva, la sin padre ni madre, y a otros.
El Ocultismo
cishimaláyico con su división septenaria,
y por causa de la misma, debe ser considerado como el más antiguo, origen de
todos. Le son contrarios algunos
fragmentos dejados por neoplatónicos; y los admiradores de estos, que apenas
saben lo que defienden, nos dicen: Ved,
vuestros precursores creían solamente en un hombre triple, compuesto de Espíritu, Alma y Cuerpo. Mirad, el Târaka Râja
Yoga de la India limita esta división a 3, nosotros a 4, y los Vedantinos a 5
(Koshas). A esto, nosotros, los de la
escuela Arcaica, preguntamos:
¿Por qué, pues, dice el
poeta griego que no son cuatro sino siete los que cantan alabanza al Sol
Espiritual?
Siete letras sonoras cantan alabanzas de
mí.
Al Dios inmortal, la Deidad todopoderosa.
¿Por qué además es el triuno Iao, el Dios del Misterio,
llamado el “cuádruple”, y también los símbolos triádicos y tetrádicos se hallan
bajo un nombre unificado entre los cristianos - el Jehovah de las siete letras?
¿Por qué en el Shebâ hebreo es el Juramento (la Tetraktys Pitagórica) idéntico
al número 7? O, como dice Mr. Gerald Massey:
El
tomar un juramento era sinónimo de “septear”, y el 10 expresado por la letra
(Jod) era el número completo de Iao-Sabath (el Dios de diez letras).
En Auction de Luciano:
Pitágoras pregunta:
“¿Cómo contáis vosotros?” La respuesta es: “Uno, Dos, tres, Cuatro”. Entonces
Pitágoras dice: “¿Veis? en lo que vosotros concebis Cuatro, hay
Diez, un Triángulo perfecto y nuestro Juramento (¡la Tetraktys, el Cuatro! -
o Siete en junto)”.
¿Por qué? -dice también
Proclo-.
El Padre de los Versos
Dorados celebra la Tetraktys como fuente
de la naturaleza perenne?.
Sencillamente porque
los kabalistas occidentales que citan las pruebas exotéricas contra nosotros, no tienen idea del verdadero
significado esotérico. Todas las
Cosmologías antiguas -las Cosmografías más antiguas de los dos pueblos más
remotos de la Quinta Raza-Raíz, los indo-arios y los egipcios, juntamente con
las primeras razas chinas, restos de la Raza Cuarta o Atlante- basaban todos
sus misterios en el número 10; representando el Triángulo superior el Mundo
invisible y metafísico, y el tres y cuatro inferiores, o -Septenario, el
Reino físico. No es la Biblia judía la
que hizo notable el número 7.
Hesiodo usó las palabras “el séptimo es el día
sagrado” antes de que se hubiese oído hablar de Sábado de “Moisés”. El uso del
número 7 nunca estuvo limitado a una sola nación.
Esto está bien probado por
los siete vasos del templo del Sol, cerca de las ruinas de Babian en el Alto
Egipto; por los siete fuegos ardiendo constantemente durante siglos ante los
altares de Mithra; por los siete templos santos de los Árabes; por las siete
penínsulas, las siete islas, siete mares, siete montañas y ríos de la India, y
del Zohar (véase Ibn Gebirol); los
Sephiroth judíos de los siete esplendores; las siete deidades góticas; los
siete mundos de los caldeos y sus siete Espíritus; las siete constelaciones
mencionadas por Hesiodo y Homero; y todos los sietes interminables que los
orientalistas encuentran en todos los manuscritos que descubren.
Lo que finalmente
tenemos que decir es lo siguiente: Ya se ha dicho bastante para mostrar por qué
los principios humanos fueron y son divididos en siete en las Escuelas
Esotéricas. Háganse cuatro, y el
hombre, o bien se quedará sin sus elementos terrestres inferiores, o bien,
considerado desde el punto de vista físico, se le convertirá en un animal sin
alma. El cuaternario tiene que ser la Tetraktys superior o la inferior - la
celeste o la terrestre; para ser comprensible según las enseñanzas de la antigua Escuela Esotérica, el hombre
tiene que ser considerado como un septenario. Esto era tan bien comprendido,
que hasta los llamados gnósticos cristianos adoptaron este venerable sistema.
Éste permaneció secreto durante largo tiempo, pues aunque se sospechaba,
ningún manuscrito de aquella época habla de él lo suficientemente claro para
satisfacer al escéptico. Pero en nuestra ayuda ha venido la curiosidad
literaria de nuestros días: el Evangelio más antiguo y mejor conservado de los
gnósticos, Pistis Sophia. Para que la
prueba sea absolutamente completa, citaremos de una autoridad, C. W. King, el
único arqueólogo que ha tenido una ligera vislumbre de esta acabada doctrina, y
el mejor escritor de nuestro tiempo, sobre los gnósticos y sus joyas.
Según este
extraordinario tratado de literatura religiosa -verdadero fósil gnóstico- la
Entidad humana es el Rayo Septenario del Uno, precisamente como nuestra
Escuela lo enseña. Está ella compuesta de siete elementos, cuatro de los cuales
son tomados de los cuatro mundos manifestados kabalísticos. Véase:
De Asiah alcanza el
Nephesh, o sede de los apetitos físicos (también el aliento vital); de Jezirah,
el Ruach, o sede de las pasiones (?¡); de Briah, el Neshamah o razón; y de
Aziluth obtiene el Chaiah, o principio de la vida espiritual. Esto parece una
adaptación de la teoría Platónica del Alma, obteniendo sus facultades
respectivas de los Planetas, en su progreso descendente a través de sus
esferas.
Pero el Pistis Sophia, con
su acostumbrado atrevimiento, presenta esta teoría bajo una forma mucho más
poética (párrafo 282). El Hombre Interno
es, de un modo semejante, formado por cuatro
constituyentes, pero estos son suplidos por los AEons rebeldes de las Esferas, quedando, sin
embargo, en ellos el Poder - una
partícula de la luz Divina (“Diviniae
particula aurae”); el Alma (el
quinto) “ formada con las lágrimas de sus ojos y del sudor de sus tormentos”;
el Falsificación del
Espíritu (correspondiente al parecer a nuestra Conciencia) (el sexto); y
últimamente el Moloa, Hado (el
Ego kármico), cuyos deberes son conducir al hombre al fin que le está
destinado; si tiene que morir por el fuego, conducirlo al fuego; si tiene que morir por una fiera, conducirle
a la fiera - (el séptimo) !.
H.P. Blavatsky D.S T IV
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