jueves, 24 de septiembre de 2015

ESTANCIA IX (La evolución final del Hombre)




33.Los creadores se arrepienten.34.Expían ellos su negligencia.35.Los hombres son dotados de mente.36. La Cuarta Raza desarrolla el lenguaje perfecto.
37.Todos las unidades andróginas se separan y se hacen bisexuales.

33 VIENDO LO CUAL,LOS LHAS QUE NO HABÍAN CONSTRUIDO HOMBRES LLORARON DICIENDO:

34 “LOS AMÂNASA HAN PROFANADO NUESTRAS MANSIONES FUTURAS.
ESTO ES KARMA. HABITEMOS EN LAS OTRAS. ENESÑÉMOSLES MEJOR PARA EVITAR MALES MAYORES”. ASÍ LO HICIERON...

35 ENTONCES TODOS LOS HOMBRES FUERON DOTADOS DE MANAS.
VIERON ELLOS EL PECADO DE LOS SIN MENTE.

            
Pero ya se habían separado, antes de que el rayo de la divina razón hubiera iluminado la obscura región de sus mentes hasta entonces adormecidas, y habían pecado. Esto es, habían ellos cometido el mal inconscientemente, produciendo un efecto que no era natural. Sin embargo, lo mismo que las otras seis razas primitivas compañeras o hermanas, así la séptima, degenerada desde entonces y que tendrá que esperar el tiempo para su desarrollo final, por razón  del pecado cometido; aún esta raza se encontrará en el último día en uno de los Siete Senderos. Porque:

Los Sabios guardan la casa del orden de la naturaleza, y asumen en secreto formas excelentes.

            
Pero tenemos que ver si los “animales” corrompidos eran de la misma clase que los conocidos por la Zoología.
            
La “Caída” ocurrió, según el testimonio de la antigua Sabiduría y de los remotos anales, tan pronto como Daksha (el Creador reencarnado de hombres y cosas en el primer período de la Tercera Raza) desapareció para hacer sitio a aquella parte de la Humanidad que se había “separado”. He aquí cómo explica uno de los Comentarios los detalles que precedieron a la “Caída”:
           
  En el período inicial de la Cuarta Evolución del hombre, el reino humano se ramificó en varias y diversas direcciones. La forma externa de sus primeros ejemplares no era uniforme, pues los vehículos (los cascarones externos ovoides en que el hombre futuro plenamente físico estaba en gestación) fueron corrompidos con frecuencia, antes de endurecerse, por enormes animales, de especies desconocidas ahora, pertenecientes a tentativas y esfuerzos de la Naturaleza. El resultado fue que se produjeron razas intermedias de monstruos, medio animales, medio hombres. 

Pero como eran fracasos, no les fue permitido alentar y vivir largo tiempo, aun cuando el poder intrínsecamente superior de la naturaleza psíquica sobre la física, siendo aún muy débil, y apenas establecido, los hijos de los “Nacidos del Huevo” habían tomado como compañeras varias de sus hembras, y engendrado otros monstruos humanos. Más tarde, habiéndose gradualmente equilibrado las especies animales y las razas humanas, se separaron, y no se volvieron a aparear. El Hombre ya no volvió a crear, sino que engendró. 

Pero no sólo  engendró hombres, sino también animales, en aquellos tiempos remotos. Por tanto, los Sabios que hablan de varones que ya no tenían descendencia engendrada por la voluntad, sino que engendraron animales diversos, así como Dânavas (Gigantes) con hembras de otras especies -siendo los animales (a manera de ) hijos putativos de ellos; y rehusando (los varones humanos) con el tiempo ser considerados como padres (putativos) de criaturas mudas- hablaron con verdad y sabiamente. Viendo este estado de cosas, los Reyes y Señores de las últimas Razas (de la Tercera y de la Cuarta) pusieron el sello de la prohibición sobre estas relaciones pecaminosas. Éstas intervenían en el Karma, desarrollaban nuevo (Karma) (8). Ellos (los Reyes Divinos) castigaron con la esterilidad a los culpables. Destruyeron ellos las Razas Rojas y Azules.
            
En otro Comentario leemos:
            
Aun en tiempos posteriores había hombres-animales de caras rojas y azules; no por comercio carnal efectivo (entre la especie humana y las animales), sino por descendencia.
            
Y otro pasaje menciona:
            
Hombres atezados, de pelo rojo que marchan a cuatro patas, que se encorvan y enderezan (que se mantienen de pie y se vuelven a dejar caer sobre las manos), que hablan como sus antepasados, y corren sobre sus manos como sus gigantes antepasadas hembras.
            
Quizás los haeckelianos reconozcan en estas especies no al Homo Primigenius, sino a ciertas tribus inferiores, tales como algunas de salvajes australianos. Sin embargo, ni aun estos descienden de los monos antropoides, sino de padres humanos y de madres semihumanas, o hablando con más exactitud, de monstruos humanos, los “fracasos” que se mencionan en el Comentario. Los verdaderos antropoides, los catirrinos y platirrinos de Haeckel, vinieron mucho má tarde, en los últimos tiempos de los Atlantes. El orangután, el gorila, el chimpancé y el cinocéfalo son las últimas evoluciones puramente físicas de los mamíferos antropoides inferiores. Poseen en sí una chispa de la esencia puramente humana; por otra parte, el hombre no tiene ni una gota de sangre pitecoide en sus venas. Así lo manifiesta la antigua Sabiduría y la tradición universal.
            
¿Cómo se efectuó la separación de los sexos? -se pregunta-. ¿Hemos de creer en la antigua fábula judía de Eva saliendo de una costilla de Adán? Hasta esta misma creencia es más lógica y razonable que el descenso del hombre del cuadrúmano, sin ningún género de reservas; dado que la primera oculta una verdad esotérica bajo una versión fabulosa, mientras que la segunda no encierra otro hecho de más significación que el deseo de imbuir a la humanidad una ficción materialista. La costilla es hueso, y cuando leemos en el Génesis que Eva fue hecha de una costilla, sólo significa que la Raza con huesos fue producida de una Raza y Razas inferiores, que eran “sin huesos”. Ésta es una enseñanza esotérica extraordinariamente esparcida, y casi universal bajo diversas formas. Una tradición tahitiana declara que el hombre fue creado de Araea, “tierra roja”. Taaroa, el Poder Creador, el Dios principal, “hizo dormir al hombre durante años, por varias vidas”. Esto significa períodos de raza, y se refiere a su sueño mental, como se dijo antes. Durante este tiempo, la deidad sacó un Ivi (hueso) del hombre y se convirtió en mujer.
            
Sin embargo, sea lo que quiera lo que la alegoría signifique, hasta en su sentido exotérico necesita un Constructor divino del hombre: un “Progenitor”. ¿Es que nosotros creemos en tales Seres “sobrenaturales”? Decimos: no. El Ocultismo no ha creído jamás en nada, animado o inanimado fuera de la Naturaleza. Ni somos tampoco cosmólotras ni politeísaas por creer en el “Hombre Celeste” y en Hombres Divinos, pues tenemos el testimonio acumulado de las edades, con su evidencia invariable en todos los puntos esenciales, que nos apoyan en esto; la Sabiduría de los Antiguos y la tradición UNIVERSAL. 

Rechazamos, sin embargo, esas tradiciones groseras y sin fundamento que se han sobrepuesto a la alegoría y simbolismo estrictos, aun cuando hayan sido acogidas en credos exotéricos. Pero lo que se conserva en la tradición unánime, solamente pueden rechazarlo los que quieren ser ciegos. De aquí que creamos en razas de Seres distintas de la nuestra, en períodos geológicos remotísimos; en razas etéreas con forma, que siguieron a los Hombres incorpóreos (Arûpa), pero sin substancia sólida; gigantes que nos precedieron a nosotros, pigmeos; en Dinastías de Seres Divinos, esos Reyes e Instructores de la Tercera Raza, en artes y ciencias, en comparación de las cuales nuestra pequeña Ciencia Moderna es aún menos que la aritmética elemental comparada con la geometría.
            
No, ciertamente. No creemos en lo sobrenatural, sino sólo en inteligencias suprahumanas, o, más bien, interhumanas. Puede comprenderse fácilmente el sentimiento de contrariedad que tendría una persona ilustrada al ser clasificada entre los supersticiosos e ignorantes; y hasta hacerse uno cargo de la gran verdad emitida por Renán, cuando dice que:

            
Lo sobrenatural se ha convertido, como el pecado original, en una mancha de la que todo el mundo parece avergonzarse; hasta las personas más religiosas rehusan hoy admitir aunque sea una parte mínima de los milagros de la Biblia en toda su crudeza, y tratando de reducirlos al minimum, los ocultan y esconden en los rincones más remotos del pasado.

            
Pero lo “sobrenatural” de Renán pertenece al dogma y a la letra muerta. Ello no tiene nada que ver con su espíritu ni con la realidad de los hechos de la Naturaleza. Si la Teología nos pide que creamos que sólo hace cuatro o cinco mil años que los hombres vivían 900 años y más; que una parte de la humanidad, los enemigos del pueblo de Israel exclusivamente, se componía de gigantes y monstruos, nos negamos a creer que semejante cosa existiese en la Naturaleza hace sólo cinco mil años. Porque la Naturaleza jamás procede por saltos, y la lógica y el sentido común, juntamente con la Geología, Antropología y Etnología, se han rebelado con razón contra tales afirmaciones. Pero si esta misma Teología, abandonando su cronología fantástica, hubiese pretendido que los hombres vivían 969 años -la edad de Matusalén- hace cinco millones de años, nada tendríamos que decir en contra del aserto. Porque en aquellos días la constitución física de los hombres era, comparada con el cuerpo actual humano, como la de un megalosauro a un lagarto común.
            
Un naturalista sugiere otra dificultad. La especie humana es la única que, aunque desigual en sus razas, puede procrear entre sí. “No existe la selección entre las razas humanas”, dicen los antidarwinistas, y ningún evolucionista puede negar el argumento, lo cual prueba triunfalmente la unidad específica. ¿Cómo puede, pues, el Ocultismo insistir en que una parte de la Humanidad de la Cuarta Raza engendró pequeñuelos con hembras de otra especie sólo semihumana, sino enteramente animal, cuyos híbridos no sólo engendraron libremente, sino que produjeron a los antepasados de los monos antropoides modernos? La Ciencia Esotérica contesta a esto que eso sucedía en los mismos comienzos del hombre físico. Desde entonces, la Naturaleza ha cambiado sus métodos, y la esterilidad es el único resultado del crimen de bestialidad del hombre. Pero aún hoy tenemos pruebas de este crimen. 

La Doctrina Secreta enseña que la unidad específica de la humanidad no deja de tener excepciones, aun hoy. Porque hay, o más bien había todavía hace pocos años, descendientes de estas tribus o razas medio animales, tanto del remoto origen Lemur como del Lemuro-Atlante. El mundo los conoce por tasmanios (ahora extinguidos), australianos, isleños, andamanes, etc. La procedencia de los tasmanios puede casi probarse por un hecho, que llamó mucho la atención a Darwin, sin poder sacar nada en limpio de él. Este hecho merece mencionarse.
            
De Quatrefages y otros naturalistas, que tratan de probar el monogenismo por el hecho mismo de que todas las razas de la humanidad pueden cruzarse entre sí, han dejado fuera de sus cálculos excepciones, que en este caso no confirman la regla. El cruzamiento humano puede haber sido una regla general desde el tiempo de la separación de los sexos, pero esto no impide el reconocimiento de otra ley, a saber: la esterilidad entre dos razas humanas, precisamente lo mismo que entre dos especies diferentes de animales, en esos casos raros en que el europeo condesciende en juntarse con una mujer de una tribu salvaje, y sucede que ésta es un miembro de tales razas mezcladas. 

Darwin menciona un caso semejante que tuvo lugar en una tribu tasmania cuyas mujeres se hicieron en masa estériles algún tiempo después de la llegada entre ellas de colonos europeos. El gran naturalista trata de explicar este hecho por el cambio de régimen de alimento, de condiciones, etc.; pero finalmente abandona la solución del misterio. 
Para el Ocultista es por completo evidente: el “cruzamiento”, según lo llaman, de europeos con mujeres tasmanias, esto es, con las representantes de una raza cuyos progenitores fueron un monstruo “sin alma” y sin mente, y un hombre verdaderamente humano y aunque todavía sin razón, causó la esterilidad; y esto no sólo como consecuencia de una ley fisiológica, sino también como un decreto de la evolución Kármica en la cuestión de la supervivencia consecutiva de la raza anormal. La Ciencia no está preparada todavía para creer en ninguno de los puntos mencionados, pero tendrá que admitirlos a la larga. La Filosofía Esotérica, tengámoslo presente, sólo llena los vacíos que deja la Ciencia, y corrige sus falsas premisas.
            
Sin embargo, en este particular, la Geología y hasta la Botánica y la Zoología sostienen las enseñanzas Esotéricas. Se ha dicho por muchos geólogos que el indígena australiano, al coexistir, como sucede, con una fauna y flora arcaicas, debe datar de una antigüedad enorme. Todo lo que rodea a esta raza misteriosa, acerca de cuyo origen la Etnología permanece silenciosa, es un testimonio de la verdad de la posición Esotérica. Según dice Jukes:

            Es un hecho muy curioso que no sólo estos animales marsupiales (los mamíferos encontrados en las Oxfordshire Stonefield Slates: trad. Pizarras del Campo de Piedra del Condado de Oxford), sino también algunas de las conchas -como, por ejemplo, las trigonías y hasta algunas de las plantas encontradas en estado fósil en las rocas oolíticas- se parecen mucho más a las que viven en Australia que las formas vivas de ninguna otra parte del globo. Esto pudiera explicarse suponiendo que desde el período oolítico (jurásico) han tenido lugar menos cambios en Australia que en ninguna otra parte, y que, por consiguiente, la fauna y la flora australianas retienen algo del tipo oolítico, al paso que en el resto del mundo ha sido suplantado y reemplazado por completo (!!).

            
Ahora bien; ¿por qué han tenido lugar menos cambios en Australia que en ninguna otra parte? ¿Dónde está la razón de ser semejante “condenación al retardo”? Sencillamente, porque la naturaleza del medio se desarrolla pari passu con la raza a que se refiere. Las correspondencias dominan en todas partes. Los supervivientes de aquellos últimos Lemures, que escaparon a la destrucción de sus compañeros cuando el continente principal se sumergió, fueron luego los antecesores de una parte de las tribus indígenas presentes. Siendo una raza muy inferior, engendrada originalmente con animales, con monstruos, cuyos fósiles mismos se encuentran ahora a millas de profundidad bajo el lecho de los mares, su tronco ha existido desde entonces en un medio fuertemente sujeto a la ley del retardo. Australia es una de las tierras más antiguas actualmente sobre las aguas, y se halla en la decrepitud senil de la vejez, a pesar de su “suelo virgen”. No puede producir formas nuevas, a menos de ser ayudada por razas nuevas y lozanas, y por crías y cultivos artificiales.
            
Volvamos otra vez, en todo caso, a la historia de la Tercera Raza, la “Nacida del Sudor”, la “Criadora de Huevos” y la “Andrógina”. Casi sin sexo en sus principios, se convirtió luego en bisexual o andrógina; muy gradualmente, por supuesto. El paso desde la primera a la última transformación necesitó innumerables generaciones, durante las cuales, la célula simple que salió del primer padre (las dos en uno) se desarrolló primeramente en un ser bisexual; y luego, la célula, convirtiéndose en un huevo regular, produjo una criatura unisexual. La humanidad de la Tercera Raza es la más misteriosa de las cinco que hasta ahora se han desarrollado. 

El misterio del “Cómo” de la generación de los distintos sexos tiene, por supuesto, que permanecer muy oscuro aquí, pues es asunto para un embriólogo y un especialista; y la presente obra sólo da el débil bosquejo del proceso. Pero es evidente que las unidades de la humanidad de la Tercera Raza principiaron a separarse en sus cascarones prenatales o huevos, y a salir de ellos como pequeñuelos, machos y hembras definidos, edades después de la aparición de sus primitivos progenitores. Y a medida que el tiempo transcurría en sus períodos geológicos, las subrazas nuevamente nacidas, principiaron a perder sus capacidades natales. Hacia el fin de la cuarta subraza de la Tercera Raza, el niño perdió la  facultad de andar tan pronto como salía de su cascarón, y hacia el final de la Quinta, la humanidad principió a nacer bajo las mismas condiciones y por idéntico procedimiento que nuestras generaciones históricas. Esto necesitó, por supuesto, millones de años. El lector conoce ya las cifras aproximadas, al menos los cálculos exotéricos.

            
Nos estamos aproximando al punto de vuelta de la evolución de las Razas. 
Veamos lo que la Filosofía Oculta dice del origen del lenguaje.

Continua...

H.P. Blavatsky D.S  T III

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