miércoles, 23 de septiembre de 2015

Objeciones que pueden hacerse a lo que antecede



Así, pues, el Ocultismo rechaza la idea de que la Naturaleza ha producido al hombre del mono, o de un antecesor común a ambos; sino que, al contrario, hace proceder algunas de las especies más antropoides, del hombre de la Tercera Raza del primer período Atlante. Como este aserto se sostendrá y defenderá en otra parte, sólo son necesarias unas pocas palabras más por ahora. Sin embargo, para mayor claridad, repetiremos brevemente lo que se dijo anteriormente en el volumen I, Estancia VI.
             
Nuestras enseñanzas muestran que, al paso que es exacto decir que la Naturaleza construyó en un tiempo, sobre la constitución astral humana, una forma externa semejante a la del mono, es igualmente exacto que esta forma no fue el “eslabón perdido”, del mismo modo que no lo fueron la multitud de otras envolturas de aquella forma astral, durante el curso de su evolución natural por todos los reinos de la Naturaleza. Ni tampoco ha sido en este Planeta de la Cuarta Ronda donde tuvo lugar semejante evolución, como se verá, sino sólo durante la Primera, Segunda y Tercera Rondas, cuando el hombre fue, sucesivamente, “una piedra, una planta y un animal”, hasta que llegó a ser lo que fue en la Primera Raza Raíz de la Humanidad presente. La línea verdadera de evolución difiere de la darwiniana, y los dos sistemas son irreconciliables, a menos que este último se divorcie de los dogmas de la “selección natural” y sus semejantes. 

En efecto, entre el Móneron de Haeckel y el de Sarisripa de Manu, existe un abismo infranqueable en la forma de Jiva; pues la Mónada “humana”, ya esté inmetalizada en el átomo de la piedra, o invegetalizada en la planta, o inanimalizada en el animal, es sin embargo siempre una Mónada divina, y por tanto HUMANA también. Cesa ella de ser humana tan sólo cuando se convierte en absolutamente divina. Los términos de Mónada “mineral”, “vegetal” y “animal” sólo implican una distinción superficial: no existe una Mónada (Jiva) que no sea divina, y por consiguiente ha sido, o tiene que ser humana en el futuro. Este término, humano, no tendrá significación a menos que la diferencia se comprenda bien. 

La Mónada es una gota del Océano sin límites, más allá, o para ser exactos, dentro, del plano de la diferenciación primordial. Es divina en su condición superior y humana en la inferior (usando estos adjetivos “superior” e “inferior” a falta de palabras más propias); pero permanece Mónada en toda circunstancia, salvo en el sentido Nirvánico, bajo todas condiciones y toda forma externa. Así como el Logos refleja al Universo en la Mente Divina, y el Universo Manifestado se refleja en cada una de sus Mónadas, según lo expresó Leibniz repitiendo una enseñanza oriental, así la Mónada, durante el ciclo de sus encarnaciones, tiene que reflejar en sí misma todas las formas raíces  de cada reino. Por tanto, los kabalistas se dicen con exactitud que “el HOMBRE se convierte en una piedra, en una planta, en un animal, en un hombre, en un espíritu y finalmente en un Dios”, llevando así a cabo su ciclo o circuito, y volviendo al punto de partida como HOMBRE Celeste. Pero por “Hombre” se significa la Mónada Divina, y no la Entidad Pensante; mucho menos su Cuerpo Físico. 

Los hombres de ciencia tratan ahora de hacer proceder el alma inmortal, al paso que rechazan su existencia, de una serie de formas animales, desde la inferior a la más elevada; mientras que la verdad es que toda la fauna presente se compone de los descendientes de aquellos monstruos primordiales de que hablan las Estancias. Los animales -las bestias que se arrastran y las de las aguas que precedieron al hombre en esta Cuarta Ronda, como también las contemporáneas de la Tercera Raza, e igualmente los mamíferos posteriores a la Tercera y Cuarta Razas- todos son, directa o indirectamente, el producto mutuo y correlativo, físicamente, del Hombre. 

Es exacto decir que el hombre  de este Manvántara, esto es, de las tres Rondas precedentes, ha pasado por todos los reinos de la Naturaleza: Que ha sido “una piedra, una planta, y un animal”. Pero, a), estas piedras, plantas y animales fueron los prototipos, las tenues representaciones de las de la Cuarta Ronda; y b), hasta los del principio de la Cuarta Ronda, fueron las sombras astrales, como lo expresan los Ocultistas, de las piedras, plantas y animales presentes. 

Y por último, ni las formas ni los géneros del hombre, del animal y de la planta eran lo que fueron después. De modo que los prototipos astrales de los seres inferiores del reino animal de la Cuarta Ronda, que precedieron a los Chhâyâs de los Hombres, eran las envolturas más consolidadas, aunque toavía muy etéreas, de las formas o modelos aún más etéreos, producidos al final de la Tercera Ronda en el Globo D, como se expone en el Esoteric Buddhism (Cap. III)

Fueron producidos “de los restos de la substancia; material procedente de los cuerpos muertos de hombres y de (otros) animales (extinguidos), de la Rueda anterior”, o de la previa Tercera Ronda, según nos dice la Sloka 28. Por tanto, al paso que los “animales” indefinibles que precedieron al Hombre Astral al principio de este ciclo de Vida en nuestra tierra, eran aún, por decirlo así, la progenie del Hombre de la Tercera Ronda, los mamíferos de esta Ronda deben su existencia, en gran escala, al hombre también. Por otra parte, el “antecesor” del presente animal antropoide, el mono, es el producto directo del hombre aún sin mente, que profanó su dignidad humana poniéndose físicamente al nivel del animal.
            
Lo expuesto da la razón de las llamadas pruebas fisiológicas, que presentan los antropólogos como demostración de la descendencia del hombre de los animales.
            
El punto en que más insisten los Evolucionistas es que “La historia del embrión es un epítome de la de la especie”. que:

            Todos los organismos, en su desarrollo desde el huevo, pasan por una serie de formas, por las cuales han pasado, en la misma sucesión, sus antecesores en el largo transcurso de la historia de la tierra. La historia del embrión... es una pintura, en pequeño, y un bosquejo de la de la especie. Este concepto constituye el eje de nuestra ley fundamental biogénica, que nos vemos obligados a colocar a la cabeza del estudio de la ley fundamental del desarrollo orgánico.

            Esta teoría moderna era conocida como un hecho, pero mucho más filosóficamente expresada por los sabios y ocultistas de las más remotas edades. Podemos citar aquí un pasaje de Isis sin Velo, para exponer unos cuantos puntos de comparación. Se preguntaba por qué los fisiólogos, con toda su gran sabiduría, no podían explicar los fenómenos teratológicos.

            
Cualquier anatómico que haya hecho del desarrollo y crecimiento del embrión... “un objeto de estudio especial”, puede decir, sin gran esfuerzo de la mente, lo que la experiencia diaria y el testimonio de sus propios ojos le demuestran, a saber: que hasta cierto período, el embrión humano en un facsímile de un batracio joven en su primer estado desde la hueva, un renacuajo. Pero ningún fisiólogo ni anatómico parece que haya tenido la idea de aplicar al desarrollo del ser humano (desde el primer instante de su aparición física como germen, hasta su formación definitiva y nacimiento) la doctrina esotérica Pitagórica de la metempsicosis, tan erróneamente interpretada por los críticos. El significado del axioma kabalístico: “La piedra se convierte en planta; la planta, en animal; el animal, en hombre”, etc., se mencionó en otro lugar en relación con la evolución espiritual y física de los hombres en esta Tierra. Ahora añadiremos algunas palabras para aclarar más el asunto.
            
¿Cuál es la forma primitiva del hombre futuro? Un grano, un corpúsculo, dicen algunos fisiólogos; una molécula, un óvulo del óvulo, dicen otros. Si pudiese analizarse, por el microscopio o de otro modo, ¿cómo deberíamos esperar encontrarlo compuesto? Por analogía, diríamos, por un núcleo de materia inorgánica depositado por la circulación en el punto de germinación, y unido con un depósito de materia orgánica. En otras palabras: este núcleo infinitesimal del hombre futuro está compuesto de los mismos elementos que una piedra, de los mismos elementos que la tierra que el hombre está destinado a habitar. Los kabalistas citan a Moisés como la autoriad que expresó que se necesita tierra y agua para hacer un ser viviente, y así puede decirse que el hombre aparece primero como piedra.
            
Al cabo de tres o cuatro semanas, el óvulo ha tomado la apariencia de la planta, un extremo siendo esferoidal y el otro afilado como una zanahoria. En la disección se ve que se compone, como una cebolla, de láminas o envolturas muy delicadas, que encierran un líquido. Las láminas se juntan en el extremo inferior, y el embrión cuelga de la raíz del ombligo casi como el fruto de la rama. 

La piedra se ha transformado ahora, por “metempsicosis”, en planta. Después de esto, la criatura embrionaria principia a echar de adentro afuera sus miembros, y desarrolla sus facciones. Los ojos se perciben como dos puntos negros; las orejas, nariz y boca forman depresiones como las puntas de un ananá, antes de principiar a salir. El embrión se convierte en un feto animal -la forma de renacuajo- y, semejante a un reptil anfibio, vive en agua y en ella se desarrolla. Su mónada no es todavía ni humana ni inmortal, pues los kabalistas nos dicen que esto sólo sucede a la “cuarta hora”. Una por una, asume el feto las características del ser humano, la primera ondulación del soplo inmortal pasa por su ser; se mueve... y  la esencia divina se asienta en la forma infantil, que habitará hasta la hora de la muerte física, cuando el hombre se convierta en un espíritu.
            
A este proceso misterioso de formación en nueve meses lo llaman los kabalistas el cumplimiento del “ciclo individual de evolución”. Del mismo modo que el feto se desarrolla en medio del líquido amniótico en la matriz, así germina la Tierra en el Éter Universal, o Fluido Astral, en la Matriz del Universo. Estos hijos cósmicos lo mismo que sus habitantes pigmeos, son primeramente núcleos; luego óvulos; después maduran gradualmente; y convirtiéndose a su vez en madres, desarrollan formas minerales, vegetales, animales y humanas. desde el centro a la circunferencia, desde la vesícula imperceptible hasta los límites más lejanos concebibles del cosmos, esos gloriosos pensadores, los ocultistas, señalan los ciclos dentro de los ciclos, continentes y contenidos, en serie sin fin. El embrión desenvolviéndose en su esfera prenatal, el individuo en su familia, la familia en el estado, el estado en la humanidad, la tierra en nuestro sistema, este sistema en su universo central, el universo en el Kosmos y el Kosmos en la CAUSA ÚNICA, lo Sin límites y Sin fin.

            
Así discurre su filosofía de la evolución, difiriendo, como vemos, de la de Haeckel.

                                      Todos no son sino partes de un  todo estupendo
                                   Cuyo cuerpo es la Naturaleza, y (Parabrahm) el Alma.

            Éstas son las pruebas que presenta el Ocultismo, y que la Ciencia rechaza. Pero, entonces, ¿cómo se ha de tender el puente entre la mente del hombre y del animal? Si el antropoide y el hombre primitivo tuvieron, argumenti gratia, un antecesor común -según la especulación moderna lo presenta- ¿cómo difieren tanto los dos grupos entre sí en capacidad mental? Cierto es que pueden decir a los Ocultistas que en todo caso el Ocultismo repite lo que la Ciencia: da un mismo antecesor al mono y al hombre, puesto que hace provenir al primero del Hombre Primitivo. Convenido; pero ese “Hombre Primitivo” era hombre sólo en la forma externa. No tenía mente ni alma cuando engendró, con un monstruoso animal hembra, a los antepasados de una serie de monos. Esta especulación -suponiéndola tal- es por lo menos lógica, y llena el vacío entre la mente del hombre y el animal. De este modo se pone en claro y se explica lo que hasta ahora era incomprensible e inexplicable. El hecho -del cual está la Ciencia casi segura- de que, en el presente estado de la evolución, no puede haber sucesión de la unión del hombre y el animal, lo tratamos y explicamos en otra parte.
            
Ahora bien: ¿cuál es la diferencia fundamental entre las conclusiones admitidas (o poco menos), conforme se hallan expresadas en The Pedigree of Man, de que el hombre y el animal tienen un mismo antecesor, y las enseñanzas del Ocultismo, que niega tal conclusión y acepta el hecho de que todas las cosas y todos los seres vivientes provienen de un mismo origen? La Ciencia Materialista hace desenvolver gradualmente al hombre a lo que ahora es. Partiendo del primer punto protoplásmico llamado Móneron -el cual se nos dice que “se originó como lo demás, en el transcurso de edades innumerables, de unas cuantas formas o de una sola forma original, que surgió espontáneamente, y que obedeció a una ley de la evolución” -se le hace pasar, a través de “tipos desconocidos e incognoscibles”, hasta el mono, y de éste al ser humano. En dónde se descubren las formas de transición, es lo que no nos dicen; por la sencilla razón de que jamás se han encontrado “eslabones perdidos” entre el hombre y los monos, por más que este hecho no sea obstáculo alguno para que hombres como Haeckel los inventen ad libitum.
            
Ni tampoco se encontrarán jamás; sencillamente, también, porque este eslabón que une al hombre con sus verdaderos antepasados se busca en el plano objetivo y en el mundo material de las formas, al paso que se halla oculto, fuera del alcance del microscopio y de la cuchilla del anatómico, dentro del tabernáculo animal del hombre mismo. Repetimos lo que hemos dicho en Isis sin Velo:

            ... todas las cosas tienen su origen en el Espíritu. La evolución principió en su origen desde arriba y procedió hacia abajo, en lugar de lo contrario, como se enseña en la teoría darwinista. En otras palabras, ha habido una materialización gradual de las formas hasta que se alcanza un determinado punto último de descenso. Este punto es aquel en que la doctrina de la evolución moderna entra en la arena de las hipótesis especulativas. Una vez llegados a este período, encontraremos más fácil de comprender la Anthropogeny de Hacekel, que hace proceder el linaje del hombre “de su raíz protoplásmica, fermentada en el lodo de los mares que existían antes que fueran depositadas las rocas fósiles más antiguas”, según la exposición de M. Huxley. Más fácilmente podemos admitir que el hombre (de la Tercera Ronda) fue evolucionando “por la modificación gradual de un mamífero (astral) de constitución semejante a la del mono”, cuando recordemos que la misma teoría, en una fraseología más condensada y menos elegante, pero igualmente comprensible, dijo Beroso aque había sido enseñada muchos miles de años antes de su tiempo por el hombre-pez, Oanes o Dagón, el semidemonio de Babilonia  (aunque en líneas algún tanto modificadas).
            
Pero ¿qué hay tras la línea darwiniana de descenso? En lo que concierne a Darwin, nada, sino “hipótesis que no pueden comprobarse”. Pues, según él se expresa, considera a todos los seres “como los descendientes de unos pocos seres que vivieron mucho antes de que fuese depositado el primer lecho del sistema siluriano”. No pretende él demostrarnos lo que eran estos “pocos seres”. Pero ello responde lo mismo a nuestro objeto, pues con la sola admisión de su existencia, la necesidad de recurrir a los antiguos para la elaboración y corroboración de la idea reciba el sello de la aprobación científica .


            Verdaderamente; según dijimos en nuestra primera obra, si aceptamos la teoría de Darwin sobre el desarrollo de las especies, vemos que su punto de partida se encuentra frente a una puerta abierta. Podemos, según queramos, quedarnos dentro con él o cruzar el vestíbulo, más allá del cual se halla lo ilimitado y lo incomprensible, o más bien lo Inefable. Si nuestra lengua mortal es incapaz de expresar lo que nuestro espíritu, mientras está en esta tierra, prevé vagamente en el gran  “Más allá” debe comprenderlo en algún punto de la Eternidad sin fin. Pero ¿qué hay “más allá” de la teoría de Haeckel? ¡Pues el Bathybius Haeckelii y nada más!

H.P. Blavatsky  D.S T III

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