No
existe enigma mayor en la Ciencia; ningún problema se presenta tan
desesperadamente insoluble como la cuestión: ¿Qué edad -siquiera sea
aproximadamente- tienen el Sol y la Luna, la Tierra y el Hombre? ¿Qué sabe la
Ciencia Moderna de la duración de las Edades del Mundo, o tan siquiera de la de
los períodos geológicos?
Nada;
absolutamente nada.
Si
pedimos a la Ciencia informes cronológicos, se nos dice, por los que son de
buena fe y veraces, como por ejemplo Mr. Pengelly, el eminente geólogo: “No
sabemos nada”. Hasta el presente no ha podido hacerse ningún cálculo
numérico digno de crédito acerca de la edad del Mundo y del Hombre, y tanto la
Geología como la Antropología están a obscuras. Y, sin embargo, cuando un
estudiante de la Filosofía Esotérica pretende presentar las enseñanzas de la
Ciencia Oculta, nadie le hace caso. ¿Por qué esta conducta, cuando los hombres
científicos más eminentes no han podido llegar ni aun siquiera a un acuerdo
aproximado?
Es
verdad que no se debe culpar a la Ciencia por ello. Ciertamente que, en las
profundas tinieblas de las edades prehistóricas, los exploradores se pierden en
un laberinto, cuyos grandes corredores carecen de puertas, sin que dejen
percibir salida alguna en el pasado arcaico. Perdidos en el embrollo de sus
propias especulaciones contradictorias, rechazando, como siempre lo han hecho,
el testimonio de la tradición oriental, sin clave alguna, sin un indicador que
los guíe, ¿qué pueden hacer los geólogos o los antropólogos, más que recoger el
delgado hilo de Ariadna cuando lo perciben, y continuar luego totalmente a la
ventura? Por esto se nos dice, en primer lugar, que la fecha más remota a que
alcanzan los anales documentales se considera generalmente por la Antropología
sólo como “el primer punto claramente visible del período prehistórico”, según
las palabras del autor del artículo en la Encyclopoedia
Britannica. Al mismo tiempo se confiesa que “más allá de ese período se
extiende una vasta e indefinida serie de edades prehistóricas”.
Precisamente
por estas llamadas “edades” vamos a principiar. Son “prehistóricas” sólo para
la simple visión de la Materia. Para la mirada de águila espiritual del Vidente
y del Profeta de cada raza, el hilo de Ariadna se extiende más allá de este
período “prehistórico”, sin interrupciones ni cortaduras, de un modo seguro y
constante, en la noche misma del tiempo; y la mano que lo sostiene es demasiado
poderosa para dejarlo caer o para que se le rompa. Existen anales, por más que
sean rechazados como imaginarios por el profano; aunque, verdaderamente, muchos
de ellos son aceptados tácitamente por filósofos y hombres de gran instrucción,
y sólo encuentran una negativa invariable en la corporación oficial colectiva
de la Ciencia ortodoxa. Y puesto que
esta última rehusa darnos hasta una idea aproximada de la duración de las
Edades geológicas -salvo en unas pocas hipótesis contradictorias-, veamos lo
que la Filosofía Aria puede enseñarnos.
Los
cómputos que se dan en Manu y en los Purânas (excepto algunas exageraciones
sin importancia y evidentemente intencionadas) son, como ya se ha dicho,
idénticas a las que se enseñan en la Filosofía Esotérica. Esto puede verse
comparando las dos en cualquier calendario indo de ortodoxia reconocida.
El
mejor y más completo de tales calendarios, en el presente, según atestiguan los
brahmanes instruidos de la India del Sur, es el ya mencionado calendario tamil,
llamado el Tirukkanda Panchanga,
compilado, según se nos ha dicho, de los fragmentos secretos de datos de
Asuramaya, con los que está por completo de acuerdo. Así como se dice que
Asuramaya ha sido el astrónomo más grande, se susurra también que ha sido el
“Brujo” más poderoso de la “Isla Blanca, que se había tornado NEGRA por el
pecado”, esto es, de las islas Atlantes.
La
“Isla Blanca” es un nombre simbólico. Se dice que Asuramaya vivió, según la
tradición del Jñânabhâskara, en
Romaka-pura, en Occidente; porque el nombre es una alusión al país y cuna de
los “Nacidos del Sudor” de la Tercera Raza. Ese país o continente había
desaparecido edades antes de que Asuramaya viviese, puesto que él era un
Atlante; pero él era un descendiente directo de la Raza Sabia, la Raza que nunca muere. Muchas son las
leyendas concernientes a este héroe, el discípulo de Sûrya, el Dios-Sol mismo,
según expresan los relatos indos. Importa poco que haya vivido en una u otra
isla; la cuestión es probar que no fue un mito, como el Dr. Weber y otros han
querido hacer creer. El hecho de que Romaka-pura, en Occidente, sea mencionada
como la cuna de este héroe de las edades
arcaicas, es tanto más interesante a causa de lo que sugiere acerca de
la enseñanza esotérica sobre las Razas Nacidas del Sudor, los hombres nacidos
de los “poros de sus padres”. “ROMA-KÛPAS” significa los “poros del cabello” en
sánscrito. En el Mahâhbhârata se
dice que unas gentes llamadas Raumas fueron creadas de los poros de Virabhadra,
el terrible gigante que destruyó el sacrificio de Daksha. Se mencionan también
otras tribus y gentes nacidas del mismo modo. Todo esto son referencias a los
últimos tiempos de la Segunda Raza-Raíz y a los primeros tiempos de la Tercera.
Las
cifras que se dan a continuación son del calendario a que nos hemos referido:
la nota al pie señala los puntos en que hay desacuerdo con las cifras de la
escuela Ârya Samâj: (Ticlear la imagen para observar con mayor detalle)
Éstas
son las cifras exotéricas aceptadas en toda la India, y concuerdan muy
aproximadamente con las de las Obras Secretas. Estas últimas, sin embargo, las
amplían con una división en un cierto número de Ciclos Esotéricos que no se
hallan mencionados en ninguno de los escritos populares brahmánicos, uno de los
cuales, la división de los Yugas en Ciclos de Raza, se cita en otra parte como
ejemplo. Lo demás, en su detalle, no se ha dado jamás, naturalmente, al
público. Sin embargo, esos ciclos son conocidos de todos los brahmanes “Dos
veces nacidos” (Dvija o Iniciados), y los Purânas,
contienen referencias a algunos de ellos en términos velados, circunstancia que
ningún orientalista positivista ha tratado jamás de poner en claro, ni podría
aunque quisiera.
Estos
Ciclos Astronómicos sagrados son de inmensa antigüedad, y la mayor parte
pertenecen, como ya se dijo, a los cálculos de Nârada y Asuramaya. Este último
tiene la reputación de Gigante y de Brujo. Pero los Gigantes antediluvianos
(los Gibborin de la Biblia) no eran todos Brujos o malos, como quisiera la
Teología cristiana, que ve en cada ocultista un servidor del Demonio; ni
tampoco eran ellos peores que muchos de los “fieles hijos de la Iglesia”. Un
Torquemada y una Catalina de Médicis causaron ciertamente más daño en su tiempo
y en nombre de su Señor que cualquier Gigante Atlante o Semidiós de la
antigüedad, ya se llamen Cíclopes o Medusa, o bien el Titán órfico, el monstruo
anguipedal conocido por Efialtes. En
los tiempos antiguos existían “gigantes” buenos,
así como hoy hay “pigmeos malos; y
los Râkashasas y Yakshas de Landâ no son peores que nuestros modernos
dinamiteros y que ciertos generales cristianos y civilizados, durante las
guerras modernas. No son tampoco mitos.
El
que quiera reírse de Briareo o de Orión debe abstenerse de ir y hasta de hablar
de Karnac o Stonehenge.
Como
los números brahmánicos dados antes son aproximadamente los cómputos
fundamentales de nuestro Sistema Esotérico, rogamos al lector que los conserve
cuidadosamente en su memoria.
En
la Encyclopoedia Britannica vemos,
como última palabra de la ciencia, que la antigüedad del hombre se admite que
se extiende solamente sobre “decenas de miles de años”. Es
evidente que como estos números pueden hacerse fluctuar entre 10.000 y 100.000,
dicen muy poco, si es que algo significan, y sólo hacen más densa la obscuridad
que rodea la cuestión. Además, nada importa que la ciencia coloque la aparición
del hombre en el “acarreo pre o postglacial”, puesto que a la vez se nos dice
que la llamada “Edad Glacial” es simplemente una larga sucesión de edades, las
cuales
Se
esfumaron gradualmente sin cambios repentinos de ninguna clase en lo que se
llama el período reciente o humano... habiendo sido la regla, desde el
principio del tiempo, la superposición de los períodos geológicos.
Esta
“regla” sólo conduce al informe todavía más enigmático, aun cuando fuese
estrictamente científico y exacto, de que:
Aun
hoy el hombre es contemporáneo de la edad glacial en los valles alpinos y en
Finmark.
Así,
pues, si no hubiese sido por las lecciones enseñadas por la Doctrina Secreta y
hasta por el Hinduismo Exotérico y sus tradiciones, hubiéramos permanecido
hasta hoy fluctuando perplejos entre las “Edades” indefinidas de una escuela
científica, las “decenas de miles” de años de otra, y los 6.000 años de los intérpretes de la Biblia. Ésta es
una de las varias razones por las que, con todos los respetos debidos a las
conclusiones de nuestros sabios modernos, nos vemos obligados a hacer caso
omiso de ellos en todas estas cuestiones de antigüedad prehistórica.
La
geología y antropología modernas están, por supuesto, en desacuerdo con
nuestras opiniones. Pero el Ocultismo encontrará tantas armas en contra de
estas dos ciencias, como tiene contra las teorías astronómicas y físicas, a
pesar del aserto de Mr. Laing de que:
En
los cálculos (cronológicos) de esta clase, respecto de las formaciones más
antiguas y posteriores, no hay teorías;
están basados en hechos positivos, limitados sólo por algún error (?) posible
en ambos casos.
El
Ocultismo probará, con las mismas confesiones científicas, que la geología
comete muchos errores, y con frecuencia aún más que la astronomía. En este
mismo pasaje de Mr. Laing, en que da a la geología la preeminencia sobre la
astronomía en cuanto a exactitud, encontramos un pasaje en contradicción
flagrante con lo que admiten los mejores geólogos. Dice el autor:
En
resumen, las conclusiones de la geología, por lo menos hasta el período
siluriano, cuando el estado actual de las cosas se hallaba ya inaugurado,
son hechos aproximados (así es
verdaderamente) y no teorías, al paso
que las conclusiones astronómicas son teorías
basadas en datos tan inseguros, que mientras en algunos casos dan resultados
increíblemente cortos... en otros los dan inadmisiblemente largos.
Después
de lo cual aconseja al lector que “lo más seguro”
Parece
ser aceptar que la Geología prueba realmente que la duración del presente orden
de cosas ha sido algo más de 100 millones de años, y que la Astronomía asigna
un tiempo enorme aunque desconocido, más allá en el pasado, así como en el
futuro, para el nacimiento, desarrollo, madurez, decadencia y muerte del
sistema solar, del cual es nuestra tierra un pequeño planeta que está pasando
ahora por la fase habitable
Juzgando
por experiencias pasadas, no tenemos la menor duda de que, al tener que
contestar a “las pretensiones absurdas y anticientíficas de la cronología Aria
exotérica (y Esotérica)”, tanto el hombre científico que daba los “resultados
increíblemente cortos”, o sea sólo 15.000.000 de años, como el que “asignaba
600.000.000”, juntamente con los que aceptan los números de Mr. Huxley:
1.000.000.000 (60) “desde que principió la sedimentación en Europa”, serían
todos igualmente dogmáticos. Ni tampoco dejarían de recordar al ocultista y al
brahmán que sólo los hombres de ciencia modernos representan a la Ciencia
exacta, cuyo deber es luchar contra el error
y la superstición.
La
Tierra está pasando por la “fase habitable” solamente para el presente orden de cosas y en lo que
concierne a nuestra humanidad actual, con sus “vestidos de piel” y fósforo en
huesos y cerebro.
Estamos pronto a conceder los 100.000.000 de
años ofrecidos por la Geología, puesto que se nos enseña que nuestra especie
humana física presente, o la Humanidad Vaivasvata, principió hace sólo
dieciocho millones de años. Pero la Geología no tiene hechos que presentarnos
acerca de la duración de los períodos geológicos, como hemos mostrado, y
tampoco los tiene la astronomía. La carta auténtica de Mr. W. Pengelly, F. R.
S., citada en otro lugar, dice:
Al
presente es imposible, y quizás lo
sea siempre, reducir, ni aun aproximadamente a años, ni siquiera a milenios, el
tiempo geológico.
Y no habiendo hasta ahora desenterrado nunca
un hombre fósil de ninguna otra forma que la presente, ¿qué es lo que la
Geología sabe de él? Ha investigado zonas o capas, y con ellas la vida
zoológica primitiva, hasta la siluriana. Cuando haya hecho lo mismo con el
hombre, hasta llegar a su primera forma protoplásmica, entonces admitiremos que
puede saber algo acerca del hombre primitivo. Si, según Mr. S. Laing dice a sus
lectores, no tiene gran importancia para “la influencia de los descubrimientos
científicos presentes en el pensamiento moderno” que
El
hombre haya existido en un estado de progreso constante aunque lento en los
últimos 50.000 años de un período de 15 millones, o en los últimos 500.000 años
de un período de 150 millones.
sí la tiene mucha para las
afirmaciones de los Ocultistas. A menos que estos muestren la posibilidad, si no la completa certeza,
de que el hombre ha existido desde hace dieciocho millones de años, la Doctrina Secreta no llena su objeto. Por
tanto hay que intentarlo, y nuestros geólogos y hombres de ciencia modernos
serán los llamados a dar testimonio de este hecho, en el siguiente volumen.
Entretanto, y a pesar de que los orientalistas presentan constantemente a la Cronología
Hindú como una ficción no basada en cómputo “positivo” alguno, siendo
simplemente una “jactancia de chicos”; sin embargo, a menudo la desfiguran para
hacerla compatible y ponerla de acuerdo con las teorías occidentales. No hay
números que hayan sido tan manoseados y torturados como los famosos 4, 3, 2,
seguidos de ceros, de los Yugas y Mahâ Yugas.
Como
todo el Ciclo de los acontecimientos prehistóricos, tales como la evolución y
transformación de las Razas y la extrema antigüedad del hombre, pende de la
referida Cronología, es de grandísima importancia cotejarla con otros cálculos
existentes. Si la Cronología Oriental es rechazada, tendremos por lo menos el
consuelo de probar que ninguna otra (ya sea con las cifras de la Ciencia o las
de las iglesias) es en un ápice más digna de crédito. Según dice el profesor
Max Müller, muchas veces es tan útil probar lo que no es una cosa, como mostrar
lo que puede ser. Y una vez que consigamos señalar las falsedades, tanto de los
cómputos científicos como de los cristianos (permitiéndoles una buena
oportunidad de comparación con nuestra Cronología), ninguno de ellos tendrá
fundamento razonable alguno para declarar que las cifras esotéricas sean menos
dignas de confianza que las suyas.
En
este punto podemos enviar al lector a nuestra primera obra, Isis sin Velo, respecto de algunas
observaciones sobre las cifras que hemos citado algunas páginas atrás.
Hoy
podemos añadir algunos hechos más a los datos que allí dábamos, que ya son
conocidos de todos los orientalistas. Lo sagrado del ciclo de 4320, con ceros
adicionales, depende del hecho de que las cifras que lo componen, tomadas
separadamente o unidas en diversas combinaciones, son todas y cada una de por
sí simbólicas de los más grandes misterios de la Naturaleza. En efecto, ya se
considere el 4 por separado, o el 3 por sí mismo, o los dos juntos haciendo 7,
o también los tres números 4, 3, 2, sumados dando 9, todos esos números tienen
su aplicación en las materias más sagradas y ocultas, y registran el
funcionamiento de la Naturaleza en sus fenómenos periódicos eternos.
Son
números que no yerran jamás, números que se presentan constantemente, revelando
al que estudia los secretos de la Naturaleza un Sistema verdaderamente divino,
un plan inteligente en la Cosmogonía, que se manifiesta en las divisiones
cósmicas naturales del tiempo, en las estaciones, en las influencias
invisibles, en los fenómenos astronómicos, con su acción y reacción sobre la
naturaleza terrestre, y hasta en la moral; en la muerte, en los nacimientos y
en el desarrollo, en la salud y en las enfermedades. todos estos sucesos
naturales están basados y dependen de los procesos cíclicos en el Kosmos mismo,
produciendo agentes periódicos, los cuales, obrando desde afuera, afectan a la
Tierra y todo lo que vive y alienta en ella, desde un extremo al otro de cada
Manvántara. Las causas y efectos son esotéricos, exotéricos y endexotéricos, por decirlo así.
En
Isis sin Velo hemos dicho lo que
ahora repetimos: Estamos en el fondo de
un ciclo y evidentemente en un estado de transición. Platón divide el progreso intelectual del
Universo, durante cada Ciclo, en períodos fértiles y estériles. En las regiones
sublunares, las esferas de los diversos elementos permanecen eternamente en
perfecta armonía con la Naturaleza Divina, dice él, “pero sus partes”, debido a
la mucha proximidad a la Tierra y a su mezcla con lo terrestre (que es Materia,
y por tanto el reino del mal), “son algunas veces favorables, y otras
contrarias a la Naturaleza (Divina)”. Cuando esas circulaciones -que Eliphas
Levi llama “corrientes de la luz astral”- en el Éter universal, que contiene en
sí mismo todos los elementos, se verifican en armonía con el Espíritu Divino,
nuestra Tierra, y todo lo que pertenece a ella goza de un período fértil. Los
poderes ocultos de las plantas, animales y minerales simpatizan mágicamente con
las “naturalezas superiores”, y el Alma Divina del hombre se halla en perfecta
inteligencia con estas “inferiores”.
Pero durante los períodos estériles estas
últimas pierden su simpatía mágica, y la vista espiritual de la mayoría de la
Humanidad está tan obscurecida, que pierde toda noción de los poderes
superiores de su propio Espíritu Divino. Nos hallamos en un período estéril; el
siglo XVIII, durante el cual se ha desbordado tan irresistiblemente la fiebre
maligna del escepticismo, ha transmitido el descreimiento como enfermedad
hereditaria, en el siglo XIX. La inteligencia divina está velada en el hombre;
sólo su cerebro animal “hace filosofía”. Y sólo filosofando, ¿cómo puede
comprender la “Doctrina del Alma”?
A
fin de no romper el hilo de nuestra narración, daremos algunas pruebas
sorprendentes de estas leyes cíclicas en la parte II del volumen IV, y mientras
tanto proseguiremos con nuestras explicaciones de los Ciclos Geológicos y de
Raza.
H.P. Blavatsky D.S T III
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