miércoles, 9 de septiembre de 2015

La Cronología de los Brahmanes



            No existe enigma mayor en la Ciencia; ningún problema se presenta tan desesperadamente insoluble como la cuestión: ¿Qué edad -siquiera sea aproximadamente- tienen el Sol y la Luna, la Tierra y el Hombre? ¿Qué sabe la Ciencia Moderna de la duración de las Edades del Mundo, o tan siquiera de la de los períodos geológicos?
            
Nada; absolutamente nada.
            
Si pedimos a la Ciencia informes cronológicos, se nos dice, por los que son de buena fe y veraces, como por ejemplo Mr. Pengelly, el eminente geólogo: “No sabemos nada”. Hasta el presente no ha podido hacerse ningún cálculo numérico digno de crédito acerca de la edad del Mundo y del Hombre, y tanto la Geología como la Antropología están a obscuras. Y, sin embargo, cuando un estudiante de la Filosofía Esotérica pretende presentar las enseñanzas de la Ciencia Oculta, nadie le hace caso. ¿Por qué esta conducta, cuando los hombres científicos más eminentes no han podido llegar ni aun siquiera a un acuerdo aproximado?
           
  Es verdad que no se debe culpar a la Ciencia por ello. Ciertamente que, en las profundas tinieblas de las edades prehistóricas, los exploradores se pierden en un laberinto, cuyos grandes corredores carecen de puertas, sin que dejen percibir salida alguna en el pasado arcaico. Perdidos en el embrollo de sus propias especulaciones contradictorias, rechazando, como siempre lo han hecho, el testimonio de la tradición oriental, sin clave alguna, sin un indicador que los guíe, ¿qué pueden hacer los geólogos o los antropólogos, más que recoger el delgado hilo de Ariadna cuando lo perciben, y continuar luego totalmente a la ventura? Por esto se nos dice, en primer lugar, que la fecha más remota a que alcanzan los anales documentales se considera generalmente por la Antropología sólo como “el primer punto claramente visible del período prehistórico”, según las palabras del autor del artículo en la Encyclopoedia Britannica. Al mismo tiempo se confiesa que “más allá de ese período se extiende una vasta e indefinida serie de edades prehistóricas”.
           
  Precisamente por estas llamadas “edades” vamos a principiar. Son “prehistóricas” sólo para la simple visión de la Materia. Para la mirada de águila espiritual del Vidente y del Profeta de cada raza, el hilo de Ariadna se extiende más allá de este período “prehistórico”, sin interrupciones ni cortaduras, de un modo seguro y constante, en la noche misma del tiempo; y la mano que lo sostiene es demasiado poderosa para dejarlo caer o para que se le rompa. Existen anales, por más que sean rechazados como imaginarios por el profano; aunque, verdaderamente, muchos de ellos son aceptados tácitamente por filósofos y hombres de gran instrucción, y sólo encuentran una negativa invariable en la corporación oficial colectiva de la Ciencia ortodoxa. Y puesto que esta última rehusa darnos hasta una idea aproximada de la duración de las Edades geológicas -salvo en unas pocas hipótesis contradictorias-, veamos lo que la Filosofía Aria puede enseñarnos.
            
Los cómputos que se dan en Manu y en los Purânas (excepto algunas exageraciones sin importancia y evidentemente intencionadas) son, como ya se ha dicho, idénticas a las que se enseñan en la Filosofía Esotérica. Esto puede verse comparando las dos en cualquier calendario indo de ortodoxia reconocida.
            
El mejor y más completo de tales calendarios, en el presente, según atestiguan los brahmanes instruidos de la India del Sur, es el ya mencionado calendario tamil, llamado el Tirukkanda Panchanga, compilado, según se nos ha dicho, de los fragmentos secretos de datos de Asuramaya, con los que está por completo de acuerdo. Así como se dice que Asuramaya ha sido el astrónomo más grande, se susurra también que ha sido el “Brujo” más poderoso de la “Isla Blanca, que se había tornado NEGRA por el pecado”, esto es, de las islas Atlantes.
           
  La “Isla Blanca” es un nombre simbólico. Se dice que Asuramaya vivió, según la tradición del Jñânabhâskara, en Romaka-pura, en Occidente; porque el nombre es una alusión al país y cuna de los “Nacidos del Sudor” de la Tercera Raza. Ese país o continente había desaparecido edades antes de que Asuramaya viviese, puesto que él era un Atlante; pero él era un descendiente directo de la Raza Sabia, la Raza que nunca muere. Muchas son las leyendas concernientes a este héroe, el discípulo de Sûrya, el Dios-Sol mismo, según expresan los relatos indos. Importa poco que haya vivido en una u otra isla; la cuestión es probar que no fue un mito, como el Dr. Weber y otros han querido hacer creer. El hecho de que Romaka-pura, en Occidente, sea mencionada como la cuna de este héroe de las edades  arcaicas, es tanto más interesante a causa de lo que sugiere acerca de la enseñanza esotérica sobre las Razas Nacidas del Sudor, los hombres nacidos de los “poros de sus padres”. “ROMA-KÛPAS” significa los “poros del cabello” en sánscrito. En el Mahâhbhârata  se dice que unas gentes llamadas Raumas fueron creadas de los poros de Virabhadra, el terrible gigante que destruyó el sacrificio de Daksha. Se mencionan también otras tribus y gentes nacidas del mismo modo. Todo esto son referencias a los últimos tiempos de la Segunda Raza-Raíz y a los primeros tiempos de la Tercera.
            Las cifras que se dan a continuación son del calendario a que nos hemos referido: la nota al pie señala los puntos en que hay desacuerdo con las cifras de la escuela Ârya Samâj: (Ticlear la imagen para observar con mayor detalle)

   



            Éstas son las cifras exotéricas aceptadas en toda la India, y concuerdan muy aproximadamente con las de las Obras Secretas. Estas últimas, sin embargo, las amplían con una división en un cierto número de Ciclos Esotéricos que no se hallan mencionados en ninguno de los escritos populares brahmánicos, uno de los cuales, la división de los Yugas en Ciclos de Raza, se cita en otra parte como ejemplo. Lo demás, en su detalle, no se ha dado jamás, naturalmente, al público. Sin embargo, esos ciclos son conocidos de todos los brahmanes “Dos veces nacidos” (Dvija o Iniciados), y los Purânas, contienen referencias a algunos de ellos en términos velados, circunstancia que ningún orientalista positivista ha tratado jamás de poner en claro, ni podría aunque quisiera.
           
  Estos Ciclos Astronómicos sagrados son de inmensa antigüedad, y la mayor parte pertenecen, como ya se dijo, a los cálculos de Nârada y Asuramaya. Este último tiene la reputación de Gigante y de Brujo. Pero los Gigantes antediluvianos (los Gibborin de la Biblia) no eran todos Brujos o malos, como quisiera la Teología cristiana, que ve en cada ocultista un servidor del Demonio; ni tampoco eran ellos peores que muchos de los “fieles hijos de la Iglesia”. Un Torquemada y una Catalina de Médicis causaron ciertamente más daño en su tiempo y en nombre de su Señor que cualquier Gigante Atlante o Semidiós de la antigüedad, ya se llamen Cíclopes o Medusa, o bien el Titán órfico, el monstruo anguipedal conocido por Efialtes. En los tiempos antiguos existían “gigantes” buenos, así como hoy hay “pigmeos malos; y los Râkashasas y Yakshas de Landâ no son peores que nuestros modernos dinamiteros y que ciertos generales cristianos y civilizados, durante las guerras modernas. No son tampoco mitos.
           
El que quiera reírse de Briareo o de Orión debe abstenerse de ir y hasta de hablar de Karnac o Stonehenge.
 observa en algún lado un escritor moderno.
            
Como los números brahmánicos dados antes son aproximadamente los cómputos fundamentales de nuestro Sistema Esotérico, rogamos al lector que los conserve cuidadosamente en su memoria.
            
En la Encyclopoedia Britannica vemos, como última palabra de la ciencia, que la antigüedad del hombre se admite que se extiende solamente sobre “decenas de miles de años”. Es evidente que como estos números pueden hacerse fluctuar entre 10.000 y 100.000, dicen muy poco, si es que algo significan, y sólo hacen más densa la obscuridad que rodea la cuestión. Además, nada importa que la ciencia coloque la aparición del hombre en el “acarreo pre o postglacial”, puesto que a la vez se nos dice que la llamada “Edad Glacial” es simplemente una larga sucesión de edades, las cuales

            Se esfumaron gradualmente sin cambios repentinos de ninguna clase en lo que se llama el período reciente o humano... habiendo sido la regla, desde el principio del tiempo, la superposición de los períodos geológicos.

            Esta “regla” sólo conduce al informe todavía más enigmático, aun cuando fuese estrictamente científico y exacto, de que:

            Aun hoy el hombre es contemporáneo de la edad glacial en los valles alpinos y en Finmark.

            Así, pues, si no hubiese sido por las lecciones enseñadas por la Doctrina Secreta y hasta por el Hinduismo Exotérico y sus tradiciones, hubiéramos permanecido hasta hoy fluctuando perplejos entre las “Edades” indefinidas de una escuela científica, las “decenas de miles” de años de otra, y los 6.000  años de los intérpretes de la Biblia. Ésta es una de las varias razones por las que, con todos los respetos debidos a las conclusiones de nuestros sabios modernos, nos vemos obligados a hacer caso omiso de ellos en todas estas cuestiones de antigüedad prehistórica.
           
  La geología y antropología modernas están, por supuesto, en desacuerdo con nuestras opiniones. Pero el Ocultismo encontrará tantas armas en contra de estas dos ciencias, como tiene contra las teorías astronómicas y físicas, a pesar del aserto de Mr. Laing de que:

            En los cálculos (cronológicos) de esta clase, respecto de las formaciones más antiguas y posteriores, no hay teorías; están basados en hechos positivos, limitados sólo por algún error (?) posible en ambos casos.

            El Ocultismo probará, con las mismas confesiones científicas, que la geología comete muchos errores, y con frecuencia aún más que la astronomía. En este mismo pasaje de Mr. Laing, en que da a la geología la preeminencia sobre la astronomía en cuanto a exactitud, encontramos un pasaje en contradicción flagrante con lo que admiten los mejores geólogos. Dice el autor:

            En resumen, las conclusiones de la geología, por lo menos hasta el período siluriano, cuando el estado actual de las cosas se hallaba ya inaugurado, son hechos aproximados (así es verdaderamente) y no teorías, al paso que las conclusiones astronómicas son teorías basadas en datos tan inseguros, que mientras en algunos casos dan resultados increíblemente cortos... en otros los dan inadmisiblemente largos.
           
            Después de lo cual aconseja al lector que “lo más seguro”

            
Parece ser aceptar que la Geología prueba realmente que la duración del presente orden de cosas ha sido algo más de 100 millones de años, y que la Astronomía asigna un tiempo enorme aunque desconocido, más allá en el pasado, así como en el futuro, para el nacimiento, desarrollo, madurez, decadencia y muerte del sistema solar, del cual es nuestra tierra un pequeño planeta que está pasando ahora por la fase habitable

            
Juzgando por experiencias pasadas, no tenemos la menor duda de que, al tener que contestar a “las pretensiones absurdas y anticientíficas de la cronología Aria exotérica (y Esotérica)”, tanto el hombre científico que daba los “resultados increíblemente cortos”, o sea sólo 15.000.000 de años, como el que “asignaba 600.000.000”, juntamente con los que aceptan los números de Mr. Huxley: 1.000.000.000 (60) “desde que principió la sedimentación en Europa”, serían todos igualmente dogmáticos. Ni tampoco dejarían de recordar al ocultista y al brahmán que sólo los hombres de ciencia modernos representan a la Ciencia exacta, cuyo deber es luchar contra el error y la superstición.                
           
La Tierra está pasando por la “fase habitable” solamente para el presente orden de cosas y en lo que concierne a nuestra humanidad actual, con sus “vestidos de piel” y fósforo en huesos y cerebro.
             
Estamos pronto a conceder los 100.000.000 de años ofrecidos por la Geología, puesto que se nos enseña que nuestra especie humana física presente, o la Humanidad Vaivasvata, principió hace sólo dieciocho millones de años. Pero la Geología no tiene hechos que presentarnos acerca de la duración de los períodos geológicos, como hemos mostrado, y tampoco los tiene la astronomía. La carta auténtica de Mr. W. Pengelly, F. R. S., citada en otro lugar, dice:

            Al presente es imposible, y quizás lo sea siempre, reducir, ni aun aproximadamente a años, ni siquiera a milenios, el tiempo geológico.

             Y no habiendo hasta ahora desenterrado nunca un hombre fósil de ninguna otra forma que la presente, ¿qué es lo que la Geología sabe de él? Ha investigado zonas o capas, y con ellas la vida zoológica primitiva, hasta la siluriana. Cuando haya hecho lo mismo con el hombre, hasta llegar a su primera forma protoplásmica, entonces admitiremos que puede saber algo acerca del hombre primitivo. Si, según Mr. S. Laing dice a sus lectores, no tiene gran importancia para “la influencia de los descubrimientos científicos presentes en el pensamiento moderno” que

            El hombre haya existido en un estado de progreso constante aunque lento en los últimos 50.000 años de un período de 15 millones, o en los últimos 500.000 años de un período de 150 millones.

sí la tiene mucha para las afirmaciones de los Ocultistas. A menos que estos muestren la posibilidad, si no la completa certeza, de que el hombre ha existido desde hace dieciocho millones de años, la Doctrina Secreta no llena su objeto. Por tanto hay que intentarlo, y nuestros geólogos y hombres de ciencia modernos serán los llamados a dar testimonio de este hecho, en el siguiente volumen. Entretanto, y a pesar de que los orientalistas presentan constantemente a la Cronología Hindú como una ficción no basada en cómputo “positivo” alguno, siendo simplemente una “jactancia de chicos”; sin embargo, a menudo la desfiguran para hacerla compatible y ponerla de acuerdo con las teorías occidentales. No hay números que hayan sido tan manoseados y torturados como los famosos 4, 3, 2, seguidos de ceros, de los Yugas y Mahâ Yugas.
            
Como todo el Ciclo de los acontecimientos prehistóricos, tales como la evolución y transformación de las Razas y la extrema antigüedad del hombre, pende de la referida Cronología, es de grandísima importancia cotejarla con otros cálculos existentes. Si la Cronología Oriental es rechazada, tendremos por lo menos el consuelo de probar que ninguna otra (ya sea con las cifras de la Ciencia o las de las iglesias) es en un ápice más digna de crédito. Según dice el profesor Max Müller, muchas veces es tan útil probar lo que no es una cosa, como mostrar lo que puede ser. Y una vez que consigamos señalar las falsedades, tanto de los cómputos científicos como de los cristianos (permitiéndoles una buena oportunidad de comparación con nuestra Cronología), ninguno de ellos tendrá fundamento razonable alguno para declarar que las cifras esotéricas sean menos dignas de confianza que las suyas.
            
En este punto podemos enviar al lector a nuestra primera obra, Isis sin Velo, respecto de algunas observaciones sobre las cifras que hemos citado algunas páginas atrás.
            
Hoy podemos añadir algunos hechos más a los datos que allí dábamos, que ya son conocidos de todos los orientalistas. Lo sagrado del ciclo de 4320, con ceros adicionales, depende del hecho de que las cifras que lo componen, tomadas separadamente o unidas en diversas combinaciones, son todas y cada una de por sí simbólicas de los más grandes misterios de la Naturaleza. En efecto, ya se considere el 4 por separado, o el 3 por sí mismo, o los dos juntos haciendo 7, o también los tres números 4, 3, 2, sumados dando 9, todos esos números tienen su aplicación en las materias más sagradas y ocultas, y registran el funcionamiento de la Naturaleza en sus fenómenos periódicos eternos. 

Son números que no yerran jamás, números que se presentan constantemente, revelando al que estudia los secretos de la Naturaleza un Sistema verdaderamente divino, un plan inteligente en la Cosmogonía, que se manifiesta en las divisiones cósmicas naturales del tiempo, en las estaciones, en las influencias invisibles, en los fenómenos astronómicos, con su acción y reacción sobre la naturaleza terrestre, y hasta en la moral; en la muerte, en los nacimientos y en el desarrollo, en la salud y en las enfermedades. todos estos sucesos naturales están basados y dependen de los procesos cíclicos en el Kosmos mismo, produciendo agentes periódicos, los cuales, obrando desde afuera, afectan a la Tierra y todo lo que vive y alienta en ella, desde un extremo al otro de cada Manvántara. Las causas y efectos son esotéricos, exotéricos y endexotéricos, por decirlo así.
            
En Isis sin Velo hemos dicho lo que ahora repetimos: Estamos en el fondo de un ciclo y evidentemente en un estado de transición Platón divide el progreso intelectual del Universo, durante cada Ciclo, en períodos fértiles y estériles. En las regiones sublunares, las esferas de los diversos elementos permanecen eternamente en perfecta armonía con la Naturaleza Divina, dice él, “pero sus partes”, debido a la mucha proximidad a la Tierra y a su mezcla con lo terrestre (que es Materia, y por tanto el reino del mal), “son algunas veces favorables, y otras contrarias a la Naturaleza (Divina)”. Cuando esas circulaciones -que Eliphas Levi llama “corrientes de la luz astral”- en el Éter universal, que contiene en sí mismo todos los elementos, se verifican en armonía con el Espíritu Divino, nuestra Tierra, y todo lo que pertenece a ella goza de un período fértil. Los poderes ocultos de las plantas, animales y minerales simpatizan mágicamente con las “naturalezas superiores”, y el Alma Divina del hombre se halla en perfecta inteligencia con estas “inferiores”. 

Pero durante los períodos estériles estas últimas pierden su simpatía mágica, y la vista espiritual de la mayoría de la Humanidad está tan obscurecida, que pierde toda noción de los poderes superiores de su propio Espíritu Divino. Nos hallamos en un período estéril; el siglo XVIII, durante el cual se ha desbordado tan irresistiblemente la fiebre maligna del escepticismo, ha transmitido el descreimiento como enfermedad hereditaria, en el siglo XIX. La inteligencia divina está velada en el hombre; sólo su cerebro animal “hace filosofía”. Y sólo filosofando, ¿cómo puede comprender la “Doctrina del Alma”?

            
A fin de no romper el hilo de nuestra narración, daremos algunas pruebas sorprendentes de estas leyes cíclicas en la parte II del volumen IV, y mientras tanto proseguiremos con nuestras explicaciones de los Ciclos Geológicos y de Raza.

H.P. Blavatsky D.S T III

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